Made For Silence, Not Talk
Un latigazo y el brote verde brillante casi le arranca la varita de la mano. Habiendo perdido la concentración, la pequeña luz que había estado conjurando se apagó, y rápidamente el lazo del diablo comenzó a golpear a diestra y siniestra.
—Maldición —Murmuró Alex.
Snape, a su lado, negó pesadamente con la cabeza y volvió a conjurar un rayo de sol con la varita para detener los embates de la planta.
—Hoy estás más estúpida que de costumbre —escupió sin mirarla.
Alex gruñó otra maldición y tomó nota del movimiento de la planta en su pergamino.
Eran las once de la mañana, pero el invernadero de herbología estaba a oscuras porque la actividad del día implicaba trabajar con «lazo del diablo», y la dichosa planta se moría al contacto con el sol. A su alrededor los estudiantes de Slytherin y Hufflepuff movían como luciérnagas las luces en la punta de sus varitas para intentar obligar a sus enredaderas a instalarse en un soporte con la forma de un aro de Quidditch en miniatura.
—¿No vas a dar una respuesta mordaz? —se burló Snape—. ¿Qué te pasó? ¿Tu novio Black te mordió la lengua?
—Cállate, Severus.
Soltó una risa nasal y presionó a la planta con un poco más de luz. El lazo del diablo lanzó un par de latigazos para defenderse, pero Severus fue más hábil que Alex y continuó con su hostigamiento.
—Lo peor del caso es que no me lo puedo quitar de encima —Alex se quejó mientras volvía a encender su varita. Con la luz de ambas, la planta comenzó a retroceder más hacia el soporte, así que comenzaron a girar de manera que se enroscara poco a poco—. Desde ese día me lo encuentro hasta en la sopa del almuerzo: ¡ya no lo soporto!
—Es tu culpa por salir corriendo como una rata asustada —Snape empujó más a la planta—. Lo que debiste hacer era mandarlo al cuerno ahí mismo y decirle que no quieres nada con perros estúpidos.
—¡Ya le dije! Pero el maldito loco sigue diciendo que soy «su chica» —forzó un tono grave—, y que no puedo hacer nada para cambiarlo.
—Voltéale uno de tus puñetazos criminales y vamos a ver si no se le quitan las ganas —se burló—. El cerdo ese no quiere nada contigo, pero le hirió el orgullo saber que alguien en el mundo prefiere a Potter por encima de él y por eso se está afanando tanto. Sigue huyendo como la cobarde que eres, y se cansará de ti.
—No parece que vaya a ser tan fácil.
—Ay, por favor —Snape rodó los ojos mientras el lazo del diablo retrocedía, y no pudo aguantar la tentación de pegarle con el dorso de la varita. Sorprendentemente, la planta volvió a avanzar—. Tampoco es que tengas nada que lo tiente además de la novedad, con lo flaca que estás, y lo fea también: en cuanto se acabe va a encontrarse a otra zorra que le guste más y te va a dejar tranquila.
—¿Te he dicho que eres un puto encanto? —se quejó e iluminó la parte posterior de la planta.
—¿Ahora cuál es tu problema?
—Ah, nada, es que a todas las chicas les encanta que les digan «fea y plana» por la mañana.
—¿Y qué hago? ¿Te miento? Con lo putañero que es ese imbecil, también a mi me sorprende que ahora se quiera meter contigo.
El lazo del diablo finalmente se enroscó por completo en el aro y se callaron para admirar su obra con sorpresa. Luego, vino el orgullo, y la sonrisa arrogante de Snape medio perdida en la oscuridad del invernadero agració un poco sus facciones feas. Entonces Alex se acordó del reporte y se dio prisa por transcribir los resultados en el pergamino. Después, Snape levantó la caja de su planta y con esfuerzo lograron meterla en la oscuridad, enroscada en su poste para entregarla a la profesora Sprout.
—A ver, echemos un vistazo... —Dijo la mujer abriendo una pequeña rendija en la caja cerrada, luego de haber hechizado sus gafas para ver en la oscuridad—... ¡Pero qué maravilla! Miren todos, el equipo de la Señorita Hundsstern y el joven Snape consiguió subir el tallo a lo largo del poste, ¡e incluso alrededor del aro! Excelente trabajo como siempre, muchachos —los felicitó alegremente—. ¡Tenía años que nadie lo conseguía a la primera! Creo que se merecen un reconocimiento: ¡cinco puntos para cada uno!
Snape y Alex sonrieron en silencio, porque además recibieron autorización para salir temprano.
Todo era felicidad, hasta que, una vez traspuesta la entrada del invernadero y habiéndose internado en el pasillo techado, Alex se dio de bruces con una figura conocida de pie junto a la puerta de la biblioteca.
—Ay no —se paró en seco, y Snape se detuvo también para mirarla con fastidio—. Ahí está otra vez.
—Ja. Hay que ser terco para perder tanto tiempo por ti. ¿Qué vas a hacer?
—¿Puedo escapar desde aqui?
—No, a menos que te salgan alas.
Alex no podía creer que Black fuera tan inteligente como para calcular una estrategia para interceptarla saliendo de clase. Para empezar, ¡no podía haber adivinado que saldría antes! Y él mismo tuvo que haberse fugado de su propia clase para esperarla... ¡Ya era mucho!
—Me quiero morir —Murmuró.
—Solo ve y mándalo al cuerno, idiota.
—¿Qué parte de que no quiere no entiendes? —le ladró—. ¡Ya le dije que no me interesa!
—Pues no es que te pueda obligar —se encogió de hombros—. En fin, me encantaría quedarme a ver el desenlace de tu estúpida tragedia, pero quedé con Lily para visitar al calamar gigante y no voy a perder mi tiempo peleando con ese retrasado mental. Estás sola en esto.
Y sin más, se dio la media vuelta para volver al invernadero y tomar el camino largo hasta el lago. Claro, Alex también podría hacerlo, pero en cierta forma tenía la impresión de que si no confrontaba a Black como era debido, nunca podría quitárselo de encima, así que decidió avanzar.
—Si me dices que esto es una coincidencia, pensaré que eres un mentiroso —Murmuró cuando estuvo lo suficientemente cerca.
Él, que había estado cruzado de brazos con la espalda contra el muro, se limitó a sonreír y enderezarse, demostrando que era al menos cinco centímetros más alto que James.
—Y no lo es. Te estaba esperando —Respondió con seguridad—. No voy a disculparme si es lo que quieres cuando me miras así. Eres más escurridiza de lo que pensé.
—¿Y eso qué? Es tu culpa por empeñarte en seguirme, para empezar —gruñó de regreso. Él simplemente sonrió—. La razón por la que decidí dejar de esconderme es que quiero aclarar ya este asunto para que me dejes en paz.
—Uy, y además de todo, rebelde, justo como me gusta —se burló con una sonrisa lobuna. Alex frunció el ceño y esto pareció hacerlo suavizar su expresión—. ¿Te parece si caminamos junto al lago mientras hablamos? Parece que vas en serio, y es difícil concentrarme si me estoy quieto.
Alex negó con la cabeza.
—Snape va a estar allá, y lo último que quiero es que se empiecen a matar como la otra vez —Replicó—. ¿Te da lo mismo el campo de Quidditch? Debe estar vacío a estas horas.
—Más privacidad, mejor para mi —se encogió de hombros y se apartó del camino con un gesto galante. Fastidiada, Alex decidió encabezar la marcha.
El campo de Quidditch estaba completamente desierto, como Alex había predicho. En un tablón colgado fuera de la entrada principal de las gradas se anunciaba que ningún equipo entrenaría hasta que terminaran de erradicar la plaga de gnomos, y Hagrid había partido a Londres el lunes anterior para buscar el plaguicida.
No les fue difícil colarse a las gradas de Slytherin por un agujero en la estructura de madera, y subieron los peldaños en completo silencio hasta que salieron otra vez y se instalaron en el palco principal.
—Nunca había estado en este lado del campo —Murmuró Black, mirando hacia abajo—. Ustedes tienen mejor vista de los aros.
—La Sociedad de Padres de Slytherin paga más —Respondió ella, imitándolo para aplacar la creciente sensación de ansiedad que le mordía la boca del estómago—. Tú deberías saberlo. Tu madre es la principal contribuyente.
Black rodó los ojos.
—Francamente, no me interesa pensar en mi madre cuando estoy a solas con una chica.
Su queja sonaba un poco a broma, pero Alex adivinaba resentimiento oculto en su voz. Quizá era mala idea mencionar a Lady Black.
—Bueno, ya que estamos aquí, dime de qué quieres hablar, Polluelo —soltó como si nada, y se sentó apoyando el codo en la barandilla—. Soy todo oídos.
—No finjas que no lo sabes, Black.
—No dije que no lo sepa, dije que quiero que me lo digas —Respondió, sonriente, bien convencido.
Alex resopló con hastío. De alguna manera ya se imaginaba que el tipo no le iba a dejar las cosas sencillas.
—¿Cuánto llevamos así? ¿Dos semanas? Tenemos que parar con esto —Replicó duramente—. Allá a donde voy me encuentro contigo, no me dejas ni a sol ni sombra aunque ya te dije que no quiero nada contigo, y ya hasta te encargaste de decir a todo el mundo que soy «tu chica».
Él se echó hacia atrás y cruzó una pierna sobre la otra.
—Me parece que tenemos un problema de comunicación muy grave —Dijo, con una sonrisa confiada que dejaba entrever la punta de sus colmillos—. Creí haberte dicho que tú ya eres mía. No hay nada que aclarar ahí.
—¡Y lo decidiste tú solo!
—Ajá.
—¿No te parece que mi opinión también importa en estos asuntos?
Black se echó hacia atrás en su lugar, apoyando los codos en la grada
—Francamente, no te voy a obligar a hacer nada que no quieras, Polluelo, pero esta es la excepción. Si te pidiera permiso, me mandarías por cuerdas como has estado haciendo hasta ahora.
—¡Y si ya lo sabes...!
La interrumpió, tranquilo, fríamente tranquilo a pesar de la sonrisa canina de sus labios.
—Seré muy franco, Polluelo, tú me gustas.
Su voz era un suave barítono, y sus ojos como espadas de plata bajo la luz de la mañana seguían fijos en ella, como buscando entrar en su alma. Alex entendía por qué tenía fama de mujeriego: ese par de ojos plateados arrancaban el corazon, y los rasgos duros de su rostro cincelado en mármol parecían suavizarse cuando sonreía de aquella manera casi amable.
Habría que ser ciega para decir que no era atractivo, y justo por eso recordó las palabras de Snape en el invernadero.
—No entiendo por qué —Respondió—. Perdóname si no te creo, Black, pero tu comportamiento es demasiado raro.
—¿Raro por qué? —alzó la ceja.
—Míralo desde mi perspectiva, ¿de acuerdo? El día en que me rechazan, el tipo más mujeriego y pendenciero de la escuela me lleva a rastras al baño para decirme que soy su chica. El mismo tipo que causó quemaduras graves al único amigo que tengo cuando le incendió la túnica, y que le puso cola de cocodrilo a mi hermana mayor.
—Ja... —se rió. Una profunda risa masculina que se perdió en la inmensidad del campo—... Bueno...
—¿Me culpas por sospechar de tu repentino interés?
Él se volvió a reír con cierto aire culpable.
—No te culpo, pero estás equivocada.
—¿En serio? —alzó las cejas—. ¿Me vas a decir que terminaste con Marlene-Hermosa-McKinnon y sus 90-60-90 de golpeadora de Gryffindor, para salir conmigo quince días después?
—Lo dices como si fueras el calamar gigante.
—No, no soy tan fea, pero es más que obvio que estoy fuera de tu liga —lo señaló de arriba a abajo con ambas manos—. No te ofendas, pero estás más manoseado que una Quaffle en partido sin buscador, y todo el mundo sabe que tu historial se llenó con chicas que me doblan en altura y medidas. ¿Qué quieres de mi, Black? ¿Por qué quieres que salga contigo?
Aunque lo vio fruncir el ceño, la sonrisa de sus labios no flaqueó. En cambio, se acercó más a ella para agregar un tono de confidencia, y apoyó los codos en las rodillas para darse soporte. Alex percibió su aroma, agradable, masculino, tan distinto al de James que se sintió embargada y por un momento no pudo respirar.
—Mejor dime, ¿por qué no quieres salir conmigo?
Qué ojos. Qué sonrisa. No era que no le gustara.
—¿Por qué estás evadiendo mis preguntas?
—¿Y tú por qué no me respondes?
—Quien supuestamente está interesado en mi, eres tú —Replicó para no tener que responderle—. Lo justo es que seas tú quien se explique ahora, ¿no? Es más que obvio que no tengo razones para aceptar esto, así que lo mínimo que puedes hacer es inventarte algo convincente, a menos que quieras decirme la verdad.
—¿No será que me rechazas porque todavía estás loca por Cornamenta?
Todo lo guapo que le pudo parecer hasta entonces se fue al traste. El corazón dentro del pecho de Alex se estrujó ante el recuerdo del amable capitán del equipo de Gryffindor, y su humor se fue extinguiendo como si le hubieran arrojado un balde de agua helada. Ya debía haberse imaginado que intentar hablar con Black era inútil.
Suavemente se puso de pie, frustrada, y como pudo intentó dar la media vuelta para marcharse de vuelta por las escaleras.
No pudo dar ni dos pasos cuando él ya se había puesto de pie para acorrarlarla contra la barandilla, su cuerpo enorme bloqueando toda ruta de escape y aprisionándola con su calor. El agradable aroma masculino la envolvió completa, y de algún modo supo que se quedaría impregnado en su túnica incluso si él se apartaba en ese preciso instante.
Alzó la mirada. Black la estaba observando con los ojos opacos, mortalmente serio, sujetándose de la barandilla con tal fuerza que sus hombros temblaban ligeramente al tiempo que la madera crujía entre sus dedos. Alex temió que pudiera romperse y que ambos cayeran al vacío, pero el latir salvaje de su corazón le hizo olvidar rápidamente ese problema.
—Te voy a proponer un trato —Dijo Black con una voz ronca, muy distinta a la que había estado usando hasta el momento.
Alex asintió, con todo el cuerpo tenso debido a la cercanía del de él, donde solo la tela de túnicas y uniformes los separaba. Probablemente estaba ruborizada.
—Me vas a seguir el juego con esto de ser mi chica de aquí hasta las vacaciones de navidad —Dijo con tono conciliador a pesar de que sus ojos plateados eran como los de una fiera al acecho—. No te haré nada que tú no quieras, pero tienes que cooperar y seguirme el juego activamente. Nada de seguir huyendo como un polluelo asustado —alzó una ceja y sonrió—. Si para cuando inicien las vacaciones de navidad no te has enamorado de mi, o siquiera te gusto de forma sexual, entonces dejamos las cosas por la paz y no volveré a molestarte.
Alex se quedó muda, colorada como una manzana madura, y con el corazón en la garganta.
—¿Qué pasa? —Black debió notarlo, porque suavizó del todo su gesto y se inclinó más cerca de su rostro para mirarla mejor—. Te has sonrojado un montón... ¿Qué? ¿Te avergüenza si hablo de sexo?
Ese fue su límite. Alex luchó por empujarlo y mandarlo al cuerno, pero debido a la diferencia de tamaños y a que la abrazó contra su pecho, le fue imposible. Él, por su lado, parecía divertido.
—¡Eres muy mojigata! —se burló—. Solo pensar en quitarte la timidez es excitante, ¿Sabes?
—¡Eres un...!
—Maldice todo lo que quieras después —se aparto de golpe y la tomó de los hombros para confrontarla—. Primero dame una respuesta. ¿Aceptas? Si me dices que no, de todos modos seguiré fastidiandote, ¿Sabes?
Alex estaba paralizada, todavía sintiendo el calor de aquellas manos en sus hombros como pequeños incendios. Pensó que saltar al vacío y romperse la cabeza también era una opción, pero dudó que alguien con los reflejos de Black le fuera a permitir matarse tan fácilmente. Al final, termino por soltar un suspiro, agachar la cabeza, y responder...
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