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El sol comenzaba a inclinarse hacia el horizonte, tiñendo el cielo de un tenue dorado, dejándose bañar su azul frío por la calidez de la luz. Elsa descendía de su castillo de hielo para iniciar sus revisiones en el mundo terrenal. Su responsabilidad como Guardiana la mantenía en constante vigilia, asegurándose de que el equilibrio y la paz se mantuvieran en las aldeas y tierras que estaban bajo su protección. Aunque se mantenía distante de la vida humana, sabía que observar desde lejos era crucial.
Esa tarde, sus pasos helados la llevaron a las costas de la isla que se encontraba en el límite de los mares del norte: Berk. Era un lugar duro, rodeado de escarpadas montañas y habitado por hombres y mujeres que vivían al filo de la supervivencia. Los vientos eran gélidos, casi como si se mezclaran con su propio poder, y el rugido de las olas contra los acantilados le recordó las tierras de su pasado.
Elsa se detuvo en la cima de una montaña que dominaba la aldea. Desde allí, podía ver a los aldeanos moverse como pequeñas hormigas, ocupados en sus tareas cotidianas. Hombres arrastraban redes de pesca hacia la costa, mientras que mujeres atendían a los niños que corrían descalzos sobre el suelo frío y resbaladizo. La vida parecía sencilla, pero Elsa sabía que no lo era. Berk era una tierra forjada por la lucha constante contra la naturaleza y las bestias que la rodeaban.
Mientras observaba, algo llamó su atención. En el centro del poblado, una figura alta y robusta hablaba con un grupo de jóvenes guerreros. Su porte y su actitud autoritaria la identificaban como el jefe del clan, Estoico el Inmenso. Elsa fijó su mirada en él, reconociendo el liderazgo que irradiaba.
Hacía tan sólo algunos años lo había visto corretear entre lo más duros inviernos, persiguiendo siempre a esa chiquita de trenzas rojizas. Y ahora, era un muchacho robusto, y preparado para tomar el lugar de su padre; cuyo tiempo atrás descubrió que era el jefe su pequeña aldea.
Un ruido lejano interrumpió sus pensamientos: un dragón.
Como Guardianes todos estaban encomendados a tratar con todo tipo de seres. A cuidar y proteger de seres y situaciones que estaban extensas del poder de la oscuridad; como los dragones, seres místicos y muy parecidos a ellos.
Elsa acostumbraba a mantenernos lejos de la aldea y de las tierras mundanas con picos de hielo, que ocultaban para los dragones la tierra de estos. Sin embargo, alzó la vista y vio una sombra alada que pasaba sobre el cielo; una de las muchas criaturas que habitaban en ese mundo y que los humanos temían. Sus vástagos aleteos irrumpían el cielo, y atravesaban las nubes con descontrol. Ya no era uno, cada vez aparecían más, y la situación estaba ya fuera de control.
Apretando sus manos, y escuchando los gritos de los hombres que se preparaban para luchar, Elsa acudió al ataque.
Pasó su mano por el símbolo tatuado en su brazo derecho. A raíz de que fueron aprendiendo a hacer su don suyos, a cada uno de los Guardianes les apareció un símbolo tatuado con la centralidad de su poder. Ella vestía un copo de hielo, brillante y que refulgía con mucha luz. Normalmente lo mantenía oculto bajo un brazalete de hierro.
Pero, ahora lo necesitaba. Con él, podía llamar a los demás guardianes en busca de apoyo y ayuda.
Saliendo corriendo por la cima, y descendió por la adusta nieve. Los pantalones de color ocre se tiñeron de blanco gracias a la nívea y pálida blanca, pero sin siquiera preocuparse por limpiarse, cayó abruptamente al inicio de la aldea, y tomó rumbo hacia las casas aldeanas, cubiertas de pieles de animales.
Sonando cuernos que buscaban alertar a la población, Elsa se acercó a la cabaña grande, La Casa Mayor, según había escuchado que la habían apodado. El fuego ascendía a medida que las bestias de dientes afilados y enormes alas puntiagudas, abrían sus bocas dispuestas a quemar todo a su paso.
A Elsa nadie podía verla. Ningún ser humano era capaz de denotar su presencia.
Moviendo sus manos con belleza, atrajo un viento invernal, muy fuerte, que hizo a las bestias cerrar sus bocas prontamente. Con rugidos y todo, pero ella no se amedrentó para hacer lo que debía.
Se cruzó con varios ojos afilados y llenos de escamas de esos seres; Elsa con sinceridad los repudiaba. Parte de los Guardianes estaba de acuerdo con ella, eran bestias indomables.
Ellos sí podían verla. Sencillamente podía cualquier ser mágico.
Sonriendo con altivez a los dragones que huían a su ventisca y a los humanos con su horda de hachas y antorchas, cubrió toda la cabaña con nieve absoluta. También en sus alrededores y en las zonas afectadas por ese fuego traicionero. Su mayor enemigo a decir verdad.
Los dragones huyeron despavoridos, y con una victoria absoluta los hombres celebraron. Elsa sonrió junto a ellos, ni siquiera había necesitado de la ayuda de otros guardianes; y viendo que todo estaba solucionado, canceló su llamado, volviendo a pasar sus febriles dedos por el tatuaje.
Su expresión mostró jovialidad y alegría cuando vio a todos los jóvenes abrazar a sus amigos, saltar emocionados, gritar con sus pulmones hinchados, o... besando a sus parejas.
Eso aunque le parecía muy hermoso, y se alegraba por ellos, cabía recalcar que la afectaba considerablemente. Estaba destinada a estar sola por el resto de la eternidad.
Y no, ninguno de sus compañeros eran una posible opción. Eran un equipo, y ya tenía demasiados sentimientos con todos ellos, como para también mezclar cosas de amor y cosas del pasado.
El sol comenzó a ocultarse, tiñendo el cielo de un gris profundo. Elsa permaneció en silencio, observando cómo la actividad diaria del pueblo daba paso al bullicio tranquilo de una noche en familia. Gloriosos y felices por la victoria, y después de limpiar toda la nieve, que por supuesto Elsa ayudó en hacer desaparecer un poco, se regocijaron en esa hermosa aldea que los conformaba.
Las luces del poblado se encendían poco a poco, y la gente regresaba a sus hogares, mientras las risas de los niños aún resonaban en la distancia.
Con un último vistazo hacia Berk, Elsa dio media vuelta, dejando que sus pies crearan un rastro helado mientras se dirigía de regreso a su castillo. Aunque no sabía exactamente qué, algo en esa isla la llamaba a regresar, a vigilar. No podía apartar la sensación de que Berk y su gente estaban de alguna manera conectados con el destino que había esperado durante siglos, y que aún seguía esperando.
No obstante, y antes de irse, sus ojos captaron al próximo sucesor de la isla, Estoico. Su novia se acercaba corriendo, y saltaba a sus brazos, preocupada y aliviada de verlo bien. Incapaz de comprender aquella emoción, se alegró de que aquellos dos niños que tanto vislumbró en su infancia, estuvieran actualmente juntos.
Se acercó un poco hacia ellos, y viendo la nariz rojiza de la muchacha, que inmediatamente Estoico cubrió con su propio abrigo, ella le dio una noticia. Se tocó su bajo abdomen, y le sonrió en respuesta. Valka era el nombre de esa preciosa muchacha, de ojos verdes.
El hombre, con una notoria sonrisa, la alzó en aires. Elsa entendió de inmediato, ella estaba embarazada.
Aún siendo algo necia e ignorante ante muchas cosas que respectaban a las parejas y sus azares, sabía de dónde provenían los nuevos humanos y cómo se hacían. Sin embargo, siempre se le hizo extraño que esta nueva derivación de humanidad pudiera siquiera sentir el amor; después de todo, era testigo de su brutalidad, y violencia casi para todo.
Pero conociendo a Valka y Estoico desde su niñez, sabía que ellos eran esa pequeña perla del mar.
Inmediatamente los vio jugar, felices. Estoico de complexión fuerte y una sonrisa burlona, lanzaba bolas de nieve hacia la muchacha a su lado, quien, entre risas y torpeza, intentaba esquivarlas mientras su cabello de un profundo tono vino oscuro se sacudía al viento. Estaban muy felices por la buena nueva.
Y Elsa..., no hizo más que permanecer inmóvil, con el corazón extraño. Recordaba perfectamente a esos dos. Habían sido niños la primera vez que los vio, corriendo y tropezando en la nieve mientras jugaban como dos pequeños atolondrados. Nunca se lo confesó a nadie, pero desde aquel momento, algo en ellos había llamado su atención, por eso había seguido al pendiente de ellos desde ese momento. No era solo la ternura de su risa o su vínculo evidente, sino una conexión que no lograba entender, algo que la hacía sentir protectora, como si estuviera destinada a vigilarlos.
Ahora, los veía crecer. Ya no eran niños, sino adolescentes que compartían un amor joven y sencillo; y también una nueva vida creada con el amor de la pareja. Sus miradas se buscaban constantemente, y la forma en que se empujaban juguetonamente hablaba de una relación que había florecido con los años. Elsa no podía evitar sonreír, aunque con cierta melancolía. Había sido testigo de cada etapa de sus vidas, de su crecimiento, aunque ellos nunca lo supieran.
Y eso le traía memorias de sus padres, que tanto se amaron y que tanto amaron a cada uno de los habitantes del pueblo. Hacía ya muchos años desde eso, pero para ella, seguían vivos en su corazón.
Regresando a su palacio de hielo, tras reportar todo lo sucedido a Noel y Hada, se aisló en su hogar personal. Subió las escalinatas de hielo, y acudió a su cuaderno de notas, guardado bajo una cómoda. Tenía muchos de esos, llenos de escritos y anécdotas de todo lo que había estado viviendo, de su vida humana y de todo lo que era capaz de escribir.
Apuntó inmediatamente la buena nueva de Valka, y lo extraña y feliz que se sentía por ellos. Pues, por un tiempo, algo en su corazón le había dicho que ellos eran los elegidos, que ellos eran quienes faltaban para ser Guardianes junto a su equipo; no obstante, cuando ambos cumplieron la mayoría de edad y la Luna no notificó de ningún avance, descubrió que no eran ni él ni ella.
Pero, con el tiempo les había tomado cariño. Y si debía esperar, lo haría con paciencia; al menos esa era una gran virtud que había alcanzado con el paso de los años.
Tras terminar de escribir, leyó de pasada sus primeras páginas; y miró hacia un armario especial que tenía con todos los cuadernos que usó para detallar su inicio de esta "maravillosa" y eterna vida. Nunca había vuelto a leer ninguno de sus cuadernos después de que los terminaban, la hacía sentir, como si de esa forma, diese muerte a cada una de las Elsa pasadas.
Escuchó unas piedritas golpear la cristalera de su ventana, y saliendo de sus cobijas, se aproximó al balcón. Era Jack, como ya imaginaba.
Este lo saludó con una sonrisa y su mano aleteando en el aire.
—¿Qué tal tu día? —le preguntó con su cabello níveo brillando bajo la luz plateada de su querida amiga la Luna.
Elsa removió sus labios, y se apoyó en la baranda. —No muy interesante..., hubo un ataque de dragones en Berk, pero logré ocuparme de eso sin problemas.
Jack se sentó en su bastón, levitando en el aire como cuán genio.
—Vi tu pedida de apoyo, y aunque traté de liberarme de las cosas que me tenía ataviado en la zona oriental, no logré llegar. Me alegró recibir después la cancelación del apoyo, sabía que podrías hacerlo —respondió Jack con esa típica sonrisa que le dedicaba.
—Sí... —musitó ella, con suavidad—. Bueno, sí he descubierto que una de las aldeanas va a tener un bebé.
Jack alzó una ceja.
—No sabía que estabas interesada en esos temas, ¿acaso quieres tener un bebé, Elsa?
Ella se sonrojó abruptamente, y lanzó un rayo de hielo al bastón de Jack para hacerlo perder el equilibro. —¡Por supuesto que no! ¡Sólo me pareció prudente comentártelo!
Jack pegó una risotada, y volviendo a sentarse en su bastón, la miró de forma ladina. Las sombras bailaban en su piel pálida.
—No te avergüences, Elsa..., es normal que te sientas atraída por esas cosas; ya sabes... la maternidad, los bebés..., fuiste humana alguna vez.
—Lamentablemente con esta condición es imposible para nosotros tener hijos..., y de todas formas, no los quiero. No, no es para mí —replicó la de cabello blanco y suelto.
Jack se adelantó un poco, y alzó uno de esos largos mechones blancos de su oreja. —Bueno, que no puedas tener hijos, no quiere decir que no puedas disfrutar de otras cosas.
Ambos azules ojos se conectaron y al unísono, rompieron en carcajadas los dos.
—¿Qué con eso, Jackson? ¿Acaso estás necesitado de algo carnal? —bromeó en réplica Elsa, limpiando las esquinas de sus ojos y sujetando su abdomen de la risa.
Jack no hizo más que secundar su risa, con un claro desvío de ojos hacia abajo.
—¿Por qué no me invitas a tomar algo y leemos juntos alguna aventura de los vikingos y las estúpidas leyendas que crean para justificar nuestra magia?
Elsa lo miró, con suavidad y el ánimo más repuesto. —Vamos, anda —lo invitó a pasar—. Y no los llames así..., es curiosa su forma de justificar nuestros dones con hazañas de dioses. ¿No terminamos siendo lo mismo?
Jack asintió a sus palabras, y pisando el balcón, caminó junto a ella hacia el interior.
Un día, muchos meses después, volvió a ver a la muchacha, ahora una mujer, caminando por el poblado con una mano en su vientre, redondeado por el embarazo. Ahora se le notaba más.
Cansada por su arduo trabajo luchando con unas extrañas sombras que habían nacido y amenazado a los humanos en el suroeste, y tras una ardua charla con Noel y compañía sobre el mal que se estaba preparando ya, fue a descansar en su pueblo favorito.
Elsa, mirándola, sintió un leve escalofrío, una mezcla de emoción y expectación que la hizo detenerse por un largo rato en las alturas. Removía sus delgadas manos con el viento, jugando un poco con sus direcciones.
Abundaban los desconocidos, igual que las moscas atraídas hacia la putrefacción. Entre ellos ya había rostros que conocía, sabía de nombres y familias. Esa isla..., se había convertido en su lugar seguro. Su refugio. Un sitio en el que podía mantener la cordura.
Poco tiempo después, nació la criatura. Elsa no estuvo presente, por supuesto, pero la noticia llegó rápidamente a Berk, y ella lo escuchó mientras vigilaba desde la distancia, habiendo regresado de la Europa tras cuidar a niños de pesadillas que los atacaban.
La mujer, ahora conocida como Valka, acunaba en sus brazos a un pequeño de cabello castaño y ojos verdes, cuyos dichos brillaban con curiosidad y vida.
La conexión que Elsa había sentido toda su vida con esa familia se intensificó al instante. Al mirar al bebé desde las alturas, sintió una calidez inesperada, casi como si el destino le susurrara que ese niño, ese pequeño ser, significaba algo más grande de lo que ella podía comprender en ese momento.
Pero no debía hacerse ilusiones, y debía esperar hasta que obtuviese la mayoría de edad.
A pesar de su inmortalidad y la distancia que mantenía con el mundo terrenal, Elsa no pudo evitar sentir un profundo interés por aquel niño. Aunque aún no sabía su nombre, una certeza comenzó a formarse en su interior. Él era especial. Tal vez, solo tal vez, este pequeño era la clave que habían esperado por tanto tiempo.
Elsa permaneció allí un poco más, observando cómo Valka entraba en su hogar con el bebé en brazos. Era regordete, de unos grandes y gigantes ojos verdes; y lloraba inquieto.
El aire gélido soplaba suavemente a su alrededor mientras su mente procesaba la idea de que aquel niño, nacido en un pequeño rincón del mundo, podría ser el hilo que finalmente uniera los destinos de todos.
Creó un pequeño copo de hielo, como bienvenida a su mundo, y lo posó sobre su naricita. Consiguió hacerlo estornudar y con una sonrisa, regresó al hogar de los Guardianes.
El tiempo era algo remoto para ellos, y tras algunas misiones en las que Elsa fue incapaz de acudir a Berk por tantos ataques que habían iniciado así de golpe, se ocupó más de lo que pretendía.
Pero, tras estar trabajando con su compañera Anna, quien resultaba tener una mejor relación de compañerismo con ella, pudo por fin regresar a Berk. Era otoño, por lo que no había nieve, y las grandes hojas en los árboles asediaban los tejados de las cabañas.
Elsa corrió con su peinado recogido y un traje sobrio que había conseguido confeccionar en su guarida. La inspiración de las tierras del norte la habían motivado mucho a mejorar sus vestimentas.
La cabaña de Valka y Estoico estaba iluminada, y cerciorándose de que no hubiera moros por la costa, se adentró en la casa.
El salón de madera, con tendidos y pieles de decoración adornaban la casa. Nunca se había atrevido a entrar, pero, había algo en ese nuevo bebe que llamaba su atención, y ahora, después de tanto tiempo sin verlos a los tres, se moría de ganas por ver cómo les iba.
Estoico y Valka estaban tendidos en una alfombra, dormidos y exhaustos.
Elsa dejó una risa suave al ver el agotamiento de padres al cuidar de sus hijos. Y entonces, sus azules ojos vieron cerca de la hoguera, como había un niño abrazando a unos extraños muñecos de tela. Miraba el fuego en silencio, como si estuviera hipnotizado o se sintiera atraído hacia él, mientras tarareaba una dulce nada de esas tierras.
La joven guardiana se acercó a él, bastante próxima a dónde se sentaba el niño. Era adorable.
Había crecido mucho más desde la vez que lo vio recién nacido. El cabello castaño le caía de forma lacia por su pequeña cabeza, y terminaba en pequeñas ondulaciones. Vestía un traje de dormir hecho de piel, y sus ojitos verdes, bajo una piel tostada y llena de pecas, bailaban con las luces naranjas del fuego. Quizá tendría unos cuatro o cinco años, no podría asegurarlo con certeza. Fue consciente de que había pasado mucho fuera, y se lo perdió siendo más pequeño.
El viento golpeaba las ventanas, y Elsa no hizo más que verlo con cariño. Era consciente que desde que llegó a esta isla, había algo que la atraía incontrolablemente al lugar; cuando conoció a Valka y Estoico, supuso que eran ellos, pero todo se limitaba a esta pequeña criatura.
—¿Quién iba a imaginar los tantos cambios que traerías a mi vida, dulce niño? —musitó ella, removiendo sus dedos bajo sus guantes blancos.
Porque sí; conocer a esta familia, la había cambiado. La había hecho sentirse más segura, y emocionalmente más preparada para todo lo que venía. Mucho más viva, más dulce.
Entonces, y haciendo temblar el cuerpo de la muchacha, el niño giró hacia ella y clavó sus profundos ojos verdes en la alma de la Guardiana del Invierno. Las esmeraldas recorrieron a la mujer que tenía al frente, de arriba a abajo, abrazando su muñeco y ladeando la cabeza.
« ¿La estaba viendo? ¿Era ella a quién veía? ¿P-pero cómo?».
«Eso era imposible ».
«¿Un humano podía verla?».
Se preguntó la muchacha, que retrocedió algunos pasos por la impresión.
El niño no apartaba la vista de ella, y Elsa ya no estaba tan segura de sí era cierto que la veía o no. No obstante, estaba algo boquiabierto, y miraba ahora con asombro y timidez. Después de unos minutos de silencio, soltó:
—¿Eres una de las Valquirias? —inquirió—. Mamá dice que solo las más bonitas bajan del cielo..., pero tú pareces hecha de hielo y estrellas.
Elsa abrió estupefacta sus ojos. Nadie más que los Guardianes y bestias como los dragones la habían vuelto a ver desde su muerte humana. Su corazón pulsó y bombardeó con pulsaciones aleatorias.
«No. No era posible».
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nueva actuuuuu, y primera interacción entre Hipo y Elsa.
¡Espero que les haya gustado mucho aaaaaaaa, que primer encuentro tan emocionante omg!
No desesperen, no durará mucho como niño :) yyyyy, vean ese dulce bebé que no sabe lo que dice y cree que es una valquiria aaaa.
all the love,
ella.
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