¹
En una noche bañada por una luna implacable, las tierras de Hispania yacían en un estado de calma inquietante, apenas perturbada por el susurro del viento que barría las ruinas de un pueblo devastado.
No sabía hasta que punto podría mantenerse siendo una ignorante y que ello, la ayudase para ahuyentar la realidad que afectaba a todos. Incluso si la odiaba como si hubiera sido culpa suya..., no claro que no, había sido Xanthe.
Elizabeth lo sabía.
Herida en el fondo de su alma, aún en estado de shock sin poder creer lo que había hecho; destruir toda la aldea con el hielo, matando a sus padres y todo ciudadano vivo que probablemente solo dormitaban en sus habitaciones, huyó del salón. El cuerpo inerte y sin vida del hombre que había ido a notificarle, se cristalizaba en el hielo frío.
Sus manos, congeladas y llenas de escarcha acariciaron las lágrimas que caían por sus mejillas. Estas se congelaban y se partían en pedacitos al caer al suelo. Apretando sus puños, se dio cuenta de lo fría y pálida que se había vuelto su piel, sin embargo, y si es que podía ver el rostro de una asesina, lo dejaría para después.
Pisando con fuerza entre la nieve y el hielo, sólo se escuchaba el sonido de su respiración. Logró abrir la puerta y salir al exterior. La imagen que reverberó en su cabeza, del hielo, de las picas y estacas que cubrían todo el pueblo, era algo que jamás, en toda su vida, podría olvidar.
Olía a frío absoluto, a nieve congelada y mullida bajo sus pies. El viento gemía entre el cristal de las altas casas, y Elizabeth no hizo más que salir corriendo de allí. No había pensamientos, no había absolutamente nada en su cabeza; más que una cosa.
Jackson.
Recordó que fue a buscar leña para poner y que por tanto había ido al bosque. Necesitaba ver que estaba vivo, que no lo había herido.
Sus pies danzaron por el gélido suelo, varias de esas veces resbalando y cayendo estrepitosamente. Aunque ese poder había salido de ella, ese mismo la hacía caer.
Atravesando el bosque congelado, sabía que había llegado a la zona del lago; pero no había nada más que frío y azul hielo.
Se tiró al suelo, derrotada y golpeando con sus puños el cristal. Había acabado con la vida de su mejor amigo, quizá de todos ellos..., a lo mejor era la única que quedaba con vida.
Pues por lo que veía, su poder era el único que había despertado de esa forma tan violenta.
Descendiendo sus nuevos azules ojos, mucho más claros, observó que ella misma había cristalizado el lago; lo veía porque al mover su mano abajo no había nieve, sino agua. Probablemente helada.
Comenzó a arrastrase con cuidado, limpiando la humedad del cristal para buscar a Jackson, con un hálito de esperanza. Entonces, algo rendida tras varios minutos, lo vio.
Estaba enterrado bajo el hielo, y flotando en el agua. Su cabello castaño se estaba aclarando y ella, no dudó en romper el hielo con sus puños; haciendo que sangrasen una y otra vez. No usaría aquel poder de nuevo, no lo haría.
Por fin se fracturó y cayó súbitamente dentro del agua, en una sonora caída; pero el frío del agua no le hacía mella. Parecía que se había vuelto inmune al hielo.
Abrió sus ojos bajo el agua, siendo invadida de pronto de un temor de que fuera ya tarde.
Nadando hacia él, estiró su mano alcanzándolo. Parecía estar durmiendo con mucha paz, y se sintió una ladrona, pues le estaba robando su sueño apacible.
Los sujetó por los sobacos, y avanzó hacia arriba, con prisa, con miedo.
Sacó su cabeza rápidamente, con una fuerza que ni creía suya logró sacar primero el cuerpo durmiente de Jackson, que al igual que el de ella, estaba helado; y chapoteó al chocar contra la nieve.
Elizabeth salió junto a él, y arrastrándolo con cuidado de no volver a romper el hielo, los llevó a ambos hasta la nieve; al otro lado del lago, dónde si había suelo bajo el manto blanco.
Se posicionó sobre él, y miró su cabello desteñido, blanco. Su piel estaba tan pálida como la suya; ¿había sido ella? ¿Ella lo había matado con el frío?
Le dio aspiraciones boca a boca, gracias a su padre y las lecciones que le habían dado a su hermano en la guerra, sabía de los métodos de salvación. Entrelazó sus manos y las puso encima del pecho del chico dormido; una, dos, tres y varias veces golpeó, para repetir el soplido boca a boca.
Sus ojos se fueron llenado de lágrimas al no ver respuesta.
Pero no detuvo su acción. No debía. Jackson era ese último signo de esperanza que se enredaba con fuerza en los estrechos huecos de su cuerpo, en la suavidad de su piel, en las venas que mantenían con vida su propio cuerpo; bombeando una sangre que con mucha probabilidad, ya no era mortal.
Veía sus puños, húmedos del agua. Tenía razón, la sangre ya no era roja. En los resquicios de la herida contra el hielo, el color era dorado, que ahora de nuevo en las afueras, seguía borboteando. Le tembló el cuerpo al no ver respuesta, nada más que las propias gotas de sangre y de agua caían en el cuerpo frío de su amigo.
Hasta que, finalmente y con su última exhalación, vio como el chico aspiró profundamente y escupió todo un terrenal de agua que había en sus pulmones. Ambos cruzaron miradas, ambos con ojos azules. Pero recuperándose, Jackson cortó la conexión.
Elizabeth lo había visto, había perdido sus castaños ojos. Y aún así, estaba vivo.
Tosió repetidas veces e incluso ella lo echó a un lado, para que estuviera más cómodo.
Inevitablemente, tras entender lo que había pasado, Jackson se arrulló sintiendo las manos frías de su amiga, y lloró amargamente. Había estado apunto de morir, sino es que su mortal alma ya se había ido.
Elizabeth lloró junto a él, tratando de tener algo de fortaleza. Después de todo, la que había causado tantas muertes y casi la de su amigo, había sido solo ella.
Únicamente ella y su inmortal alma.
Nadie podría nunca enterarse del inicio del caos en su amado pueblo, que rellenaba cada espacio vacío del silencio con el hielo. Las colinas verdes a lo lejos se veían rojas, viscosas y se contraían con un músculo expuesto, a sangre viva. Era como si juzgaran a Elizabeth desde su lugar.
Cuando Jackson se recuperó, tras que ella le explicase lo que había sucedido, él sólo se mantuviese en silencio, sin decir nada al respecto. La piel bajo sus ojos se veía roja, al igual que la punta de su nariz. Inclusive Elizabeth era capaz de notar las lágrimas frías que descendían por sus ojos en la falta del ruido en el mundo, y cómo de alguna forma se escarchaban en su piel.
Avanzaron de nuevo hacia el pueblo; sin mirar ningún interior de alguna casa, y comenzaron a buscar a sus amigos. Esperanzados de también verlos con vida.
Encontraron a María, escondida bajo unos escombros que la protegieron del hielo. Hiro y Flynn, por otro lado, se habían salvado gracias a una extraña cúpula que creó el más pequeño de ascendencia asiática. Junto a él, ellos dos habían sido los únicos que activaron sus poderes. Pero ninguno había imaginado la potencia que tenía el de Elizabeth.
Al contrario que Jackson, quien no fue capaz de decir nada, los demás la abrazaron y le dijeron que nada de esto había sido su culpa. Ella lo apreció, verdaderamente. Pero estaba demasiado herida, para escuchar aquellas palabras y que estas, se adentrarán a su corazón lleno de alquitrán.
Al menos no por el momento.
No podía pensar. Tampoco quería.
Se centraron en buscar a Xanthe y al no encontrarla, hicieron una fogata improvisada. Intentando recuperar las fuerzas tras los recientes y caóticos eventos. La masacre del pueblo pesaba en la conciencia de Elizabeth, cuyo rostro reflejaba una mezcla de remordimiento y determinación. El hielo, que ella apenas comenzaba a controlar, había traído muerte y destrucción.
Y estaba seguro, de que lo costaría mucho volverlo a usar, si es que ahora ese era su trabajo.
Fue entonces, cuando en la penumbra del pueblo y el crepitar del fuego, un nuevo hombre apareció ante ellos. Por supuesto este no tenía idea de lo que había ocurrido. Miraba horrorizado su alrededor, siendo de alguna forma consciente con el número de muertes que habían. Miró a los chicos cuyos rostros se transformaban pálidos, derrotados y oscuros con las luces del fuego. Estaba claro que había sufrido demasiado por las incompetencias de sus asistentes.
Quiso disculparse, pues debió hacerlo él mismo, pero no consideraba que un perdón, o un simple lo siento, sirviera para tomar la responsabilidad, o acaso, de quitarles la pena a unas simples almas, de unos pequeños niños que de nada habían tenido la culpa.
¿Cómo podría quitarles eso? ¿Cómo podría hacerlos sentir bien después de lo que había pasado? ¿Cómo podía siquiera mirarlos a los ojos, sabiendo lo que les habían prometido y de lo que no habían obtenido más que dolor y amargura?
Su figura, endeble ante los críos se reflejó en los ojos de cada uno de ellos. Era un hombre grande, de musculatura y hombros anchos. Vestía túnicas antiguas, con una presencia que lejos estaba de ser imponente pese su aspecto.
Pero tampoco resultaba ser reconfortante. Con voz grave y una larga barba blanca en su barbilla y bigote, les hizo entender.
—Mi nombre es Noel. Es un gusto para mi conocerlos —les habló el antes desconocido—. Vuestro destino fue escogido por el guardián de la luna; y aunque los hombres que llevaban el mensaje no lograron hacerlo con el propósito que buscábamos y las buenas intenciones, viendo lo ocurrido... lamento mucho lo que ha sucedido. No obstante, la condición de sus nuevos seres no puede cambiarse, así que lo mejor es que vengan conmigo. A la isla de los guardianes. Allí conocerán sus poderes y se harán uno con ellos.
María, que antes sus rizos eran de la misma tonalidad del cielo nocturna en su mayor apogeo, ahora se rebelaban una melea alborotada y rojiza con sus propios labios. Estaba furiosa, y abrazaba a Elizabeth quien lejos estaba de sentir algo. No había ira, ni molestia en su cuerpo; solo un estado paralizado del que tardaría en recuperarse algún tiempo.
Ella con su expresión molesta, gritó: —¡¿Después de obligarnos prácticamente a convertirnos en esto, quieren que vayamos con ustedes?!
El hombre arrugó su entrecejo sutilmente, y eso hizo temblar los corazones de todos.
—Quieran o no lo quieran, lo hecho, hecho está. No hay forma de retorno o cambio para esto —musitó viendo el hielo inmenso que había crecido en las casas, de reojo vio a la muchacha de largos cabellos blancos, la que suponía había hecho esto—. Aquí ya no queda nada para ustedes, y si así lo desean, pueden venir conmigo. Es su elección.
María se mordió el labio, y viendo a Hiro con el corazón en la mano, comprendieron que tenía razón. Permanecer más tiempo del debido en este lugar, ocasionaría que Elizabeth a lo mejor, nunca pudiese levantar cabeza. Era lo mejor.
Aceptaron la invitación de Noel y, al amanecer, emprendieron un arduo viaje hacia aquella isla mítica. Mientras caminaban, Elsa permanecía en silencio, absorta en sus pensamientos, mientras Jack intentaba animar al grupo con comentarios sarcásticos que rara vez aliviaban la tensión. Noel les comentó que su otra amiga ya estaban en la isla, pues había viajado con uno de sus compañeros.
Aún así, no creerían ser capaces de poder ver el rostro de Xanthe otra vez, al menos no por el momento.
Cuando finalmente llegaron a la isla, fueron recibidos por un paisaje paradisiaco: colinas cubiertas de árboles frondosos, riachuelos cristalinos que serpenteaban entre las rocas, y un aire tan puro que cada respiro se sentía como una completa limpieza del alma. Pero la calma de ese lugar escondía su verdadero propósito: era un sitio de aprendizaje y preparación, donde ellos descubrirían la responsabilidad que conlleva ser guardianes.
Noel los llevó hasta un vasto templo en el centro de la isla, donde les presentó a una joven de ojos luminosos y sonrisa cálida: Anna, una aprendiz que también había sido elegida para este destino. Dicha poseía un característico cabello anaranjado, con una ligera mecha rosada en su fleco. Su rostro estaba pintado de pecas por doquiera, y la sonrisa ante los rostros amargos de Elizabeth y compañía, la retuvo de saltar a abrazar a sus nuevos compañeros.
Aún así, los saludó con entusiasmo, siendo apenas correspondido por Jackson. Noel quería cuestionar exactamente sobre lo que había sucedido en el pueblo, y saber lo que por destino tendría que ser una experiencia maravillosa, no había sido más que el cementerio de aquellos chicos y su pueblo.
La joven aprendiz, quien parecía llevar más tiempo allí, les explicó que los guardianes no solo debían proteger a los humanos de los males visibles, sino también de las oscuridades que habitaban en el interior de cada ser. Una oscuridad que amenazaba con absorber todo el bien del mundo.
Noel, al momento les reveló su verdadera misión. Aquello no se trataba solo de aprender a dominar sus poderes y ser dignos del título de Guardianes; habían sido elegidos por la luna para protegerlos a todos de un ser oscuro que sólo buscaba consumir la tierra en llamas.
—Deben trabajar arduamente, esforzarse cada día un poco más, hasta que el último integrante de su equipo llegue —les dijo el hombre llamado Noel.
Flynn, aún con las heridas latentes en su corazón, inquirió—: ¿Cómo así? ¿Entonces todos nosotros no somos suficientes elegidos para acabar con ese mal del que hablan?
Por mucho que a todos aún les costase tanto creer todo lo que estaba sucediendo, las cuestiones volaban sobre sus cabezas.
—La luna aún habla de un integrante más, por suerte, todos ustedes han nacido en la misma época —comenzó a explicar—, sin embargo, hay veces que cuando la luna elige nuevos guardianes, destinados a una lucha muy vital, varios de ellos ni siquiera han nacido. Tampoco se conocen sus rostros hasta su nacimiento, y aún conociéndolos, no se pueden traer hasta la mayoría de edad. El último de ustedes es no nato todavía. Por lo que, durante este tiempo aprenderán a luchar y a tomar muchas fuerzas hasta que ese momento, este destinado a llegar.
Después de todo, sus almas ahora eran inmortales. ¿Qué importaba esperar un poco más?
Habiendo tanto para asimilar, Elizabeth vio como una muchacha de cabellos rubios, largos que se arrastraban por el suelo y con unas profundas esmeraldas que brillaban desde el pasillo de aquella ancha entrada al templo.
La mirada de Elizabeth se cristalizó, y sus ojos azules, aclarándose un poco más, reconocieron su rostro sin lugar a dudas. Con un grito, proliferado desde su rota alma, cristalizó su puño sin darse cuenta, golpeando la mejilla de la joven rubia.
La tensión aumentó de golpe, y los corazones se agitaron instantáneamente.
—¡Ha sido culpa tuya! ¡Los he matado a todos por tu maldita culpa! —le gritó Elizabeth, con una expresión tan melancolice y angustiada que incluso Xanthe fue incapaz de defenderse ante los golpes, una y otra vez que le eran dirigidos.
Probablemente, le hubieran dolido más si su cuerpo siguiera siendo mortal; pero no había más dolor y culpabilidad que el mismo provocado con las miradas de decepción en el rostro de la que había sido su mejor amiga.
—¡Elizabeth, perd-
—¡Te dije que no lo hicieras y aún así incumpliste mi petición! —le gritaba con las lágrimas cayendo de sus azules ojos—. ¡Vamos, levántate, pelea maldita traidora!
Pero, aunque le pedía que respondiese, ella no la dejaba siquiera hablar; golpeó y golpeó aún más, con el cuerpo en cólera, ardiendo de pura rabia. El viento en la isla comenzó a enrarecerse, y copos de nieve aparecieron en el cielo con el nacimiento de nubes negras. Era Elizabeth y su tormentoso poder aún incontrolable.
Noel acudió de inmediato, apartando a la chica de blancos cabellos que había destrozado las mejillas de la chica dorada. La sangre amarilla salía de su nariz y heridas recién abiertas; y Elizabeth no hacía más que revolverse y gritar encolerizada.
Xanthe pidió disculpas entre lágrimas, y salió disparada de aquel lugar.
Anna no comprendiendo nada, se le dio a entender la situación gracias a que Jackson lo explicó todo. Su rostro al saberlo se llenó de lágrimas, después de todo, para ella había sido algo mágico; como un hada la abrazó y recogió de las calles, para llevarla a aquella isla llena de magia. En cambio para sus compañeros no había sido más que una pesadilla, especialmente para la chica de cabellos blancos, que había matado a todo el pueblo, incluido sus padres.
Por otro lado, Elizabeth fue sumida a la fuerza a la inconsciencia para calmar tanto sus poderes como su corazón.
En los días que siguieron, cada uno se embarcó en un riguroso entrenamiento, aprendiendo las leyes que gobernaban a los Guardianes y, con la guía del guardián que avisó a Anna, una mujer de alas coloridas, parecida a un pájaro; pero alta y elegante como un hada, y Noel, iban descubriendo el potencial y los límites de sus habilidades.
Elizabeth tras el primer altercado y tras explicarle todo a Noel entre lágrimas, en especial, enfrentaba una batalla personal; el hielo que poseía no era solo un poder, sino una manifestación de sus emociones, y en su interior aún albergaba el dolor y la culpa por la tragedia que había desatado en Hispania. Noel aceptó que por el momento, no hiciera uso de su don.
Por lo que la comenzó a entrenar a cuerpo y cuerpo, y con armas básicas como el arco. Ella sería su principal meta por hacer sanar y superar.
Jackson, siempre travieso y desafiante, encontraba en Anna una inesperada aliada, alguien que podía ver más allá de su naturaleza caprichosa y le hacía comprender el verdadero peso de sus poderes. Aún herido, se disponía a mejorar, para ser esta vez él, quien pudiera proteger a su amiga Eliza.
María, impulsiva e independiente, aprendía a trabajar en equipo, a confiar en los demás y en sí misma de una manera nueva. Hiro, el más joven de todos, hallaba en aquel entrenamiento una disciplina que le recordaba la responsabilidad inherente a sus dones intelectuales y de invención. Flynn, escéptico al principio, comenzó a entender que su astucia y carisma podían ser mucho más que herramientas para la supervivencia personal; en aquel camino, empezó a vislumbrar su potencial para inspirar y liderar.
Poco a poco, cada uno iba descubriendo sus dones y de lo que eran capaces con ellos. Aparte del hielo de Elizabeth, se fueron conocido los demás con el paso de los meses.
María, quien decidió cambiar su nombre a Mérida, en búsqueda de dejar el pasado atrás y más parecido al nuevo color de su cabello; poseía un don enlazado a la posesión del don de la naturaleza salvaje. Este poder le permitía comunicarse con animales del bosque, e invocar vientos fuertes y salvajes, guiando así sus flechas con más precisión; ya que se convirtió en su arma favorita. Era la Guardiana de la Tierra.
Flynn Rider, quien también decidió cambiar su nombre a Eugene, poseía el don de la ilusión. Este poder le permitía crear ilusiones visuales a su alrededor, ya sea para cambiar su apariencia, confundir a sus enemigos o hacer desaparecer objetos a la vista. Con el dominio adecuado, incluso podría crear dobles de si mismo o alterar un aspecto de su entorno. El Guardián de la Ilusión.
Hiro, continuó con el nombre que le dio su familia al contrario. Poseía un poder que le permitía manipular campos electromagnéticos, tal como el que uso para protegerse junto a Eugene del hielo de Elizabeth. Este don le permitía controlar metales y crear impulsos de energía. Incluso proyectar ondas para desorientar a los enemigos o proteger aliados. El Guardián de la Energía.
Anna, continuó a su vez con su nombre. Poseía el poder de conectar y amplificar las emociones humanas y positivas, Un don que le permitía transmitir sentimientos de valentía, alegría y unión a quienes la rodean. Calma el miedo y refuerza la confianza y esperanza. Como Guardiana, no tenía algo clave con lo que luchar, pero era igual de importante. Aún así, en la lucha cuerpo a cuerpo se fue volviendo un as, siendo la mejor con la espada. La Guardiana del Corazón.
Jackson, decidió cambiar su nombre a Jack Frost. Uno más fácil y rápido de recordar con el paso del tiempo. Su don se basaba en invocar la escarcha y el invierno ligero, un don que le permite dominar el hielo en forma etérea y juguetón. Cuyo se diferenciaba mucho del de Elizabeth, pues en lugar de controlar el hielo en su forma sólida y poderosa como su amiga, Jack controla la escarcha, y la neblina helada, también podía congelar pero no de una forma tan potencial como lo haría su amiga. Sería el Guardián de la Libertad y Diversión. Representando su lado caprichoso y liberador del invierno.
Por último, Xanthe, quien decidió cambiar su nombre a Rapunzel. Dejando atrás la terrible persona humana que fue, y decidiendo cambiar el curso de su vida. Fue recibiendo un entrenamiento separado de su equipo, hasta que poco a poco, fue entrenando con ellos de nuevo. Ya no eran amigos, pero debían ser un equipo juntos, por lo que debían entrenar. Su poder, vinculado a su largo cabello rubio, le permitía sanar heridas con solo tocar a alguien y hacer que las flores y plantas creciesen con rapidez. También podía revitalizar la vida en terrenos áridos o devastados. Era la Guardiana de la Vida.
Entre los desafíos y las duras enseñanzas, se fue formando un vínculo muy fuerte. Pues, pese a que la mayoría se conocían desde su vida humana, decidieron empezar de nuevo con esta vida, que por mucho que no hubiera sido de su gusto, se fueron acostumbrando. Compartían sus miedos, sus aspiraciones y sus arrepentimientos, entendiendo que, el destino les había otorgado un papel divino en la protección de los mortales.
Aunque era aún más incomodo con Rapunzel, con el paso de las estaciones y de los muchos, muchos años, pudieron formalizar una relación de compañerismo nuevamente. Pero Elizabeth y ella, nunca regresaron a hablar más de lo necesario, ni a ser amigas de nuevo. Jackson tampoco terminó de perdonarla, a diferencia del resto; como Eugene quien la perdonó y aún más, se enamoró de ella.
Nadie negaba que quizá ya lo estaba desde que habían sido humanos, pero formalizaron una relación los dos personajes.
Año 1010.
Habían pasado ya 415 años desde que se unieron al mundo de los guardianes, a su isla y al destino de proteger a los humanos. En el transcurso del tiempo, el grupo vio como el mal, aún sin nombre, crecía a lo lejos. Todos juntos, se esforzaron aún más por luchar contra él.
Empezó atacando las pesadillas de los niños, y luego hasta el punto de destruir ciudades enteras. Tuvieron varios enfrentamientos, y dónde por suerte, podían hacerle el suficiente frente; no obstante, todos sabían que sin su último integrante, no podrían hacer nada.
Tenía que aparecer de un momento para otro.
Cada uno de los guardianes, que nunca pudo hablar con la luna al respecto de su elección, se volvió el mejor en controlar sus poderes. Elizabeth, quien más problemas tuvo, fue capaz gracias a la ayuda de Noel y Hada, de mejorar en el control de sus sentimientos y alcance del hielo. Lo limitó, no queriendo crear de nuevo un desastre como en su despertar y, de esa forma, habiendo sanado en parte algo de su corazón roto, pudo usarlo en pequeñas cantidades.
No fue fácil, pero hasta punto de sus vidas, dónde deberían haber muerto hacía muchísimos años, ya nada lo era.
Una noche, mientras contemplaban las estrellas desde lo alto de la isla, Noel les recordó que su tarea apenas había comenzado. Les explicó que la oscuridad que amenazaba la vida humana no solo provenía de fuerzas externas, sino también de las decisiones y deseos de cada ser. El bien y el mal era una balanza en cada persona, y como Elizabeth se desató en su despertar, poniéndola de ejemplo, también podía desequilibrar al alma más bondadosa.
En la quietud de la noche, bajo el manto de un cielo estrellado, Noel los guio hasta el corazón del templo en la Isla de los Guardianes. Los seis se reunieron en un amplio salón circular, sus rostros bañados por la luz de la luna que se filtraba a través de una apertura en el techo. La luna, inmensa y pálida, iluminaba el centro de la sala como si fuera una presencia viva y consciente.
Noel se colocó frente a ellos, y su mirada serena parecía penetrar hasta lo más profundo de sus almas. Los contempló uno por uno, orgulloso del cambio que habían logrado y permitiendo que el peso de sus palabras se asentara en el aire antes de comenzar a hablar.
—La luna los eligió hace muchos años —dijo Noel con voz grave, y al instante, una energía tangible pareció recorrer el espacio—. No es un capricho ni una coincidencia. Cada uno de ustedes fue tocado por la mirada de la luna, y en ese instante, algo dentro de ustedes despertó. Un poder, sí, pero también una misión. Una misión que está muy pronto a nacer. No deben olvidar su verdadero cometido.
Elsa, quien decidió dejar el nombre de sus padres atrás, pues no se sentía merecedora de el, respiró hondo, sintiendo una mezcla de asombro y peso en su pecho. La idea de que un poder tan antiguo y grandioso como la luna la hubiera elegido le producía vértigo. Desde la tragedia en su pueblo, había tratado de entender su conexión con ese don gélido, pero las cosas resultaban complicadas de vez en cuando. Apretó los labios y bajó la mirada, tratando de asimilarlo, mientras su corazón latía con fuerza.
Rapunzel, miraba a Noel con los ojos bien abiertos, un brillo de emoción y curiosidad danzando en su expresión. A diferencia de Elsa, ella había aceptado los poderes sin dudar desde el principio, sintiendo que era parte de su destino.
La revelación de que la luna la había elegido reforzaba esa sensación, aunque hubiera sido hacía muchos años ya. De hecho, se sentía honrada. —
Entonces... ¿Cuántos años más tendremos que esperar hasta que nazca el último de nosotros? —preguntó con voz dulce pero segura—. ¿No podemos enfrentar ese mal nosotros solos?
Noel asintió lentamente, su mirada llena de orgullo y comprensión.
—No, Punzie —la moteó como habían acostumbrado todos—. Debemos esperar y ser pacientes, estoy seguro de que ese último está apunto de aparecer, y sin él, todo acabará en desastre. Ya me parece un milagro que el mal no haya decidido atacarnos todavía.
Mérida frunció el ceño, incrédula y reacia a aceptar aquella idea. Aunque sentía una atracción por lo desconocido, por ese mal que aún no se dignaba a aparecer, negó. —No puedo creer que llevemos más de cuatrocientos años en este lugar, que el pueblo y las gentes hayan cambiado y evolucionado hasta esta actual forma de llamarse "vikingos" —hizo las comillas con sus dedos—, y este todavía no haya aparecido.
Jack Frost soltó una risa breve y cargada de ironía, cruzando los brazos. —Se está haciendo desear, ¿no es así, Elsy? —golpeó con su codo a la chica de trenzado cabello blanco a su lado.
Vestía un ligero vestido azul, que ella misma se había creado con sus poderes. Con suavidad, le correspondió la sonrisa.
Noel lo miró sin juzgar, con paciencia. —La libertad que buscan depende de comprender lo que significa servir a los demás, Jack. Este poder no es para su propio beneficio, por ende, han tenido que aprender de primera mano la paciencia por esperar y el crecimiento en el que han trabajado durante estos años. Recuerden, sus dones son para el mundo. Para mantener el equilibrio y proteger a aquellos que no pueden protegerse a sí mismos.
Hiro, quien había escuchado en silencio hasta ese momento, dejó escapar un suspiro, más pensativo que los demás. La responsabilidad de la que Noel hablaba le recordaba el peso de sus propias decisiones, de los inventos que había creado en el pasado. —¿Y cómo podemos proteger a los demás sin entender primero lo que debemos hacer cuándo llegue el momento? —preguntó, su mirada seria—. ¿Lanzar hielo y cúpulas magnéticas salvará el mundo?
—Es difícil, pero llegado el momento sabrán lo que deben hacer —le respondió simplemente, mirando a la guardiana Hada, que los veía de forma comprensiva. Solo quedaban ellos dos como antiguos guardianes, pues los demás murieron antes de que ellos hubieran llegado a la isla.
Elsa sintió que esas palabras la tocaban profundamente. Había estado acostumbrada a mantener su poder escondido, a ser cautelosa, incluso a temer lo que podría provocar si no lo controlaba. Sin embargo, la idea de una unión, de no tener que enfrentar esto sola, le ofrecía una pizca de esperanza. Levantó la mirada, observando a sus compañeros uno por uno. Incluida Rapunzel que cruzó con ella una mirada corta.
Finalmente, Noel levantó un brazo hacia la luna, y una suave neblina plateada descendió sobre ellos. —Esta luz que ven es un símbolo de la conexión que ahora tienen con el cielo. La luna siempre los observará, y cuando la miren, recuerden que no están solos, y que ahora son mucho mejores que al principio. ¿Recuerdan cuando Rapunzel me ató con su cabello y Jack escarchó mi bigote durante un mes?
Todos estallaron en carcajadas con los recuerdos de pasado.
Eugene, quien mantenía una mano sobre la cintura de Rapunzel asintió a las palabras de Noel. —Hemos superado mucho juntos, es verdad... —miró a su ahora prometida, y ella le correspondió la sonrisa—. Desde desastres como el uso de nuestros dones, hasta el que vivimos en el pueblo.
El silencio se asentó de golpe en la sala dónde estaban todos reunidos, y Elsa se levantó y salió del lugar con prisa.
Jackson, quien ahora llevaba un palo de forma curveada siempre con él, lo golpeó.
—Ese es aún un tema que debemos tratar con cuidado, idiota —lo regañó, yendo tras Elsa.
Todos lo demás lo vieron con molestia y él se disculpó instantáneamente. Rapunzel también reflejó un mirar apenado, después de todo, había sido culpa suya.
Lejos del templo, dónde a parte de ser su lugar de entrenamiento, también era el lugar dónde se les ofreció alojamiento, Elsa construyó un castillo casi a las murallas que delimitaban la isla. Encontrarse con Rapunzel aún resultaba duro incluso si sólo quería hacerse el desayuno, y de todas formas, ella se había acostumbrado a la soledad, por lo que, construyó su propio hogar y que Noel le permitió.
En la cima de una montaña solitaria, se erguía el castillo de hielo que Elsa había construido con sus propias manos, alejado del templo de los Guardianes y del refugio de Noel. Con su don, descendió a toda prisa del templo y llegó con rapidez latente en su corazón a su hogar; no molesta por los comentarios de Eugene, sino más melancólica y apenada.
Desde allí, vigilaba con recelo la aldea cercana, en el valle cubierto de nieve. Estaban viviendo un nuevo invierno.
Mérida tenía razón, los humanos habían evolucionado mucho y vivido muchas épocas durante esos cuatrocientos años. Elsa, por su lado, se había interesado mucho por los humanos; después de todo, ella también lo fue en algún momento y no se olvidaba de ello.
Ahora se llamaban vikingos.
Los vikingos eran marineros competentes, capaces de viajar largas distancias, además de ser expertos en la guerra tanto en tierra firme como en el mar, que ellos mismos creaban entre ellos; en esos aspectos del mundo aunque intervenían de vez en cuando, no podían hacer nada si eran los mismos humanos los que lo realizaban. Aunque Elsa siempre trató de detener las guerras, aunque fueran las más pequeñas.
La ropa vikinga, en esta actualidad, estaba hecha de lana, lino y pieles de animales, y, para los ricos, de seda. Los peines, que al parecer todo vikingo llevaba consigo, estaban tallados en asta, hueso, marfil y madera, y frecuentemente se guardaban en sus propios estuches. Las joyas de las clases altas se fabricaban con plata, oro, piedras preciosas y vidrio pulido, pero las clases bajas también se adornaban dentro de sus límites, utilizando estaño, plomo, hierro y posiblemente cobre.
Los zapatos y botas estaban hechos de piel de animal y sin tacones. A excepción de los esclavos, generalmente los escandinavos vestían bien y se enorgullecían de su apariencia personal. Comenzaban cada mañana con un régimen de higiene personal, y el sábado lo reservaban para bañarse y lavar la ropa.
Trabajan mucho en el hierro, y a los niños desde pequeños les enseñaban a luchar. Elsa se interesó por cada una e incluso de las más nimiedades realizadas por los humanos. Aprendió siempre un poquito más de ellos.
No obstante, tampoco estaba de acuerdo con los tratos de humanos a otros humanos, como el esclavismo. Y aunque su deber era proteger a los mismos humanos del mal, habían cosas como esas, que el mismo Noel le dijo que no podían hacer nada. Pues eso era de la misma maldad naciente de los mundanos, y no del mal que luchaban ellos mismos.
Aquel sin nombre.
Resopló al llegar a su balcón y ver desde su lugar la aldea.
La Isla de los Guardianes era todo un archipiélago, que para el ojo humano era invisible y era separada por un vasto mar de las tierras humanas. Sin embargo, y al igual que el resto de sus compañeros, disponían de sus sentidos aún mucho más mejorados. La vista, el oído, el tacto, fueron cosas que también evolucionaron al convertirse en guardianes.
Desde su balcón a tantos kilómetros de distancia era capaz de ver la aldea más cercana y que según había escuchado, habían llamado Berk en los últimos años. Al estar poniéndose el sol, los niños corrían desde el bosque para sus casas. Vistiendo esas botas peludas y cuernos en sus colgantes.
Podía sentir como el azul de sus ojos se aclaraba al hacer uso aumentativo de su vista.
Al igual que ella, todos debían estar pendientes de la tierra humana; por supuesto no sólo de Berk, aún así lo hacían en un horario y habitualmente, a esta hora, se reunía su equipo para descansar del arduo entrenamiento y protección de humanos en otras ciudades. Se habían dividido de forma fácil los distintos territorios, y así, todos eran capaces de protegerlos.
Aunque anduviesen por ahí, por supuesto, los humanos no eran capaces de verlos. Eran seres invisibles para ellos, que aunque los protegían, no eran diferentes a los dioses del Valhala a los que rezaban.
Elsa extrañaba mucho hablar con personas del pueblo o de pequeñas aldeas; de por si, hablar con más gente que sus amigos y los dos mayores guardianes. Pero era un hecho, que le fue arrebatado hacía mucho tiempo.
Y aunque era seguidora de las modas del mundo actual, ellos mantuvieron indumentaria parecida a las de sus épocas; esos trajes tan peludos y con colmillos o cuernos, no eran del todo de su gusto; aunque, por supuesto, con sus respectivos cambios y evoluciones. El vestido azul que llevaba no era más que un capricho que había visto en las tierras inglesas, lejanas a estas.
Así que, sus días se basaban en entrenamientos y la otra parte del día, cada uno visitaba y vigilaba sus territorios tratando de proteger y ahuyentar las sombras malignas del mal.
Nunca le admitiría a Noel que muchas veces liberó a esclavos o animales, o protegió a niños y mujeres de algún ataque o guerra. Ella no podía inmiscuirse en esas cosas, pero de vez en cuando, era incapaz de no hacerlo.
Berk era uno de los territorios que pertenecían a su cuidado. Y al ser el más cercano a la isla, siempre lo vigilaba desde el balcón hasta la hora de dormir. No como sus compañeros, que ya descasaban de su deber.
Tenían además sensores de las sombras en los territorios para saber de cuándo estas atacaban, pues no siempre podían estar en el mismo lugar a la vez, no obstante, a Elsa le gustaba extralimitarse en sus tareas. Después de lo que hizo, la protección de las personas fue su principal prioridad.
Apoyada en el balcón, descendió su mirada por aquel lugar. Los tejados de las casas estaban blancas y relucientes, y una tenue columna de humo se elevaba de las chimeneas, como si cada hogar intentara desafiar el invierno y la inmensidad de la montaña.
En su balcón de hielo, rodeada por el gélido silencio de la montaña, miraba con una mezcla de nostalgia y dolor la vida sencilla que se desenvolvía abajo. Los aldeanos reían, sus voces alcanzaban el castillo con ecos débiles y fragmentados, pero suficientes para dibujar una sonrisa melancólica en sus labios.
Recordaba cómo, antes de que el poder de la luna la eligiera, ella también había sido parte de un lugar así, parte de esa felicidad ordinaria y frágil. Se acordaba de la ciudadela donde vivió en su juventud, de las fiestas invernales y de las risas que resonaban en el aire. Recordaba las caras de aquellos a quienes había amado y que, por su propio poder incontrolado, habían desaparecido en un instante de desbordante e incontrolada furia de hielo. Cada risa que oía desde su castillo era un eco de esos recuerdos dolorosos y felices a la vez.
Mientras Elsa suspiraba, sus ojos se posaron en una escena particular: dos niños, envueltos en capas de lana, corrían sobre la nieve fresca, lanzándose bolas de nieve y dejando huellas desordenadas en el suelo.
Una niña pelirroja de rostro redondo y mejillas sonrosadas reía a carcajadas, mientras un niño de cabellos anaranjados le respondía con una sonrisa traviesa. Los dos, atolondrados y despreocupados, se empujaban y se dejaban caer en la nieve, como si nada en el mundo pudiera empañar su dicha.
Elsa sintió una punzada de calidez en el pecho, una sensación tan rara y lejana que casi la sorprendió. Aquel era el tipo de alegría que había deseado ver en su propio pueblo antes de su despertar, un gozo sencillo, libre de temores y sombras. Lejos de la guerra de aquel momento.
Mientras observaba a esos niños, sintió algo más profundo que una simple añoranza: una conexión, tenue pero real, como un hilo invisible que la unía a ellos. Quizás era la mirada protectora de un Guardián, pero Elsa supo que había algo más en esos dos. Tal vez, después de tantos años, uno de ellos podría ser el elegido, aquel a quien habían estado esperando durante tanto tiempo, el que llegaría para restaurar el equilibrio y completar el propósito que tanto ella como los otros Guardianes anhelaban cumplir.
Pero, si eso era cierto, estaba seguro de que la emoción que surcaba su pecho, sería más fuerte. Esta no era más que un cosquilleo en su pecho, una caricia a su corazón.
Los niños se pusieron de pie, cubiertos de nieve, y se alejaron riendo hacia sus hogares. Los siguió con la mirada hasta que sus figuras desaparecieron en la distancia, sintiendo que aquel instante se había vuelto especial, una chispa de esperanza en su vida solitaria e inmortal. Estaría al pendiente de ellos, en silencio, esperando algún signo de la luna que le confirmara si, por fin, había llegado el que tanto esperaban, al cumplir la mayoría de edad de alguno de los dos.
De repente, un destello helado cruzó el cielo, como un copo de nieve llevado por el viento. Elsa no tuvo que mirar para saber quién se acercaba.
Jack Frost aterrizó suavemente en el balcón junto a ella, su figura esbelta envuelta en una niebla de escarcha y polvo de estrellas. Le sonrió, sus ojos brillaban con un resplandor travieso, pero en su mirada había una suavidad especial, una ternura que Elsa rara vez notaba.
—¿Otra vez vigilando al pueblo desde tu torre de hielo? —le preguntó Jack, con una sonrisa que intentaba romper el aire solemne que envolvía a Elsa.
Ella lo miró y, sin poder evitarlo, le devolvió una sonrisa leve. Con Jack sentía algo distinto, un tipo de complicidad que había aprendido a apreciar en su larga soledad. Aunque en sus conversaciones nunca se tomaba el tema de su despertar y la matanza del pueblo, era al único que de verdad consideraba su amigo.
La pregunta de Jack sonaba ligera, pero en su tono se escondía una sincera curiosidad por cómo había sido su día.
—No puedo evitarlo —murmuró Elsa, sus ojos volviendo a posarse en el lugar donde los niños habían estado jugando—. A veces... creo que ellos son la única razón por la que todo esto tiene sentido. Si realmente fuimos elegidos para protegerlos, entonces debo observarlos, cuidarlos... aunque sea desde lejos.
Jack asintió, entendiendo, aunque sabía que su propio papel en esta vida de Guardianes lo llevaba a afrontar su destino de otra manera, más libre y menos atado a la responsabilidad que sentía Elsa. Después de todo, ella seguía llevando aquella carga del pueblo en sus hombros y eso era lo que la hacía ser tan querida y protectora con los pueblos de humanos.
Con él, la escarcha era una extensión de su espíritu travieso, un juego con el invierno. Su hielo era menos denso, más ligero, un toque de magia juguetona que nunca alcanzaba la severidad de la tormenta helada que Elsa podía invocar.
A pesar de eso, compartían un lazo invisible, un lazo que Jack sentía profundamente, aunque nunca se lo había confesado.
—Los vi reír, jugar... y, por un momento, pensé en cómo solía ser todo antes —murmuró Elsa, dejándose llevar por la nostalgia, pero sin apartar los ojos del horizonte. Recordaba los rostros de quienes había perdido, y aunque ya no sufría la misma pena, el recuerdo estaba allí, grabado en su pecho como la helada misma.
Jack observó el perfil de Elsa, y sus ojos reflejaron una tristeza que rara vez dejaba ver. Había pasado años enamorado de ella en silencio, y aunque Elsa nunca lo supo, Jack siempre sintió un deseo de protegerla, de hacerla reír, de aliviar aunque fuera un poco el peso que cargaba.
Cuando fueron humanos, siempre sintió una conexión inmensa con ella. Cuando ella lo salvó del agua helada aquel fatídico día, se dio cuenta de que sus sentimientos eran más profundos; y para cuando llegaron a la isla, él junto al guardián Noel fueron quienes más la acompañaron en su superación y duelo, fue inevitable, las emociones se desbocaron en su corazón escarchado.
—No tengas en cuenta lo que ha dicho Eugene, sabes que a veces no piensa antes de hablar —musitó el chico, sentado en el bordillo con su bastón entre sus piernas, viendo como la chica de cabello trenzado dejó una risa baja a sus palabras—. Ya sabes que la vida nos ha quitado mucho —dijo Jack en voz baja, casi como si hablara consigo mismo—, pero también nos da momentos como estos, ¿verdad? Quizás, si uno de esos niños es el que tanto esperamos, todo cambiará. Quizás podrás encontrar un poco de paz.
Elsa lo miró de nuevo y sintió un calor extraño en su pecho al ver la dulzura de su mirada. Jack no era solo el Guardián juguetón y despreocupado que pretendía ser; en sus ojos había una empatía profunda que Elsa sentía sincera.
Le dedicó una sonrisa tenue y genuina, y al ver cómo él le respondía, sintió que, al menos en ese instante, su soledad se desvanecía un poco. Sabía que Jack estaría allí para ella, como siempre lo había estado, sin decirlo, sin pedir nada a cambio.
Ambos se quedaron en silencio, contemplando la aldea desde el balcón de hielo, envueltos en la quietud de la noche y la suave nevada que comenzaba a caer. Cada copo parecía una promesa de esperanza y renacimiento, como si la luna misma les susurrara que el tiempo de esperar estaba a punto de terminar, y que su vigilia no sería en vano.
Mientras los copos de nieve caían a su alrededor, enredándose en el viento, Jack sintió el impulso de hacer que ese momento durara un poco más. Con una sonrisa suave y un toque de travesura, moldeó un copo de nieve delicado y brillante entre sus dedos y lo dejó flotar lentamente hacia Elsa. El pequeño copo de hielo se posó suavemente en su mejilla, fundiéndose al instante en un rastro de escarcha.
Sin pensar, Jack se aceró, dejando el bastón apoyado en el borde, y extendió su mano, con la misma ligereza, rozó su piel helada, acariciando la curva de su mandíbula.
Elsa parpadeó sorprendida, una chispa de diversión en sus ojos azules, y luego, para su sorpresa, dejó escapar una risa suave y genuina. Jack sintió que el sonido de esa risa iluminaba la noche más que cualquier estrella o copo de nieve.
—Jack... —dijo, sacudiendo la cabeza con una mezcla de ternura y diversión—. Mañana nos espera un gran día, hay que descansar ya. Dejemos los juegos de hielo para otro día.
Él formó una mueca ladina.
—¿Te refieres... a otro día pesado de entrenamientos y vigilias? —le dijo, separando su mano y volando a su alrededor. Recostándose en el aire como si un sillón hubiera en el vacío—. ¡Tenemos que divertirnos un poco, Elsy! —exclamó—, mira Eugene como ha formalizado del todo su compromiso con Rapunzel, ya están próximos a casarse... lo que resulta raro después de cuatrocientos años de noviazgo..., o Mérida e Hiro, que parecen estar casi a punto de confesar su amor; ¿Qué pasa con nosotros? ¡Moriremos solos y arrugados sin siquiera haber dado nuestro primer beso!
Se quejó el chico, sacando una completa risotada a Elsa, que tomándoselo a broma, no fue capaz de entender su indirecta.
—Puedo oír tus quejas, Jackson —de vez en cuando a la chica le gustaba llamarlo por su antiguo nombre—. Pero, en mi caso, no estoy para centrarme en esas cosas. Mi deber y responsabilidad es la protección de los humanos. ¿Por qué no pruebas a cortejar a Anna..., o incluso Hada? Son otras dos inmortales solitarias como nosotros.
Jack rodó sus ojos, y se sentó en el borde, al frente de ella. Una de las derivaciones de su don, tras entrenar y entrenar, fue la capacidad de volar. Entre ellos, era el único junto a Hada capaz de hacerlo.
—Se nota desde lejos que Hada tiene algo con Noel, y Anna... no es mi tipo... —musitó desviando sus azules ojos, revestidos de sus pestañas blancas—, Pero... ¿y si yo quiero intentarlo contigo? —le inquirió esta vez serio.
Elsa abrió sus ojos sorprendida, y bufando, se lo tomó a risa. Jack, quien trató de cubrir su vergüenza con la risa también, se sintió algo insatisfecho, de nuevamente, no poder hacerle llegar sus sentimientos.
—Hasta mañana, guardián de la diversión —terminó por decir ella, acariciando su mejilla, y revolviendo su cabello. Dándole la espalda y cerrando las puertas del balcón.
Él se quedó inmóvil mientras la veía desaparecer y caminar hacia el interior del castillo. La nieve crujía bajo sus pies, y su figura se desvaneció entre las sombras heladas del pasillo, hasta que lo único que quedó fue el eco de su risa y el leve susurro de escarcha.
Cuando Elsa desapareció por completo, la sonrisa de Jack se desvaneció. El viento soplaba frío y solitario en el balcón, pero el verdadero frío venía de ese peso que sentía en el pecho.
Se apoyó en la barandilla helada, y sus pensamientos, enredados con la neblina de su respiración, se perdieron en la oscuridad. Recordaba los tiempos en que la vida parecía más simple, cuando Elsa era más cercana a todos, cuando incluso Rapunzel, tras arreglar medianamente su relación de compañerismo, se había esforzado en acercarlo a ella, siempre insinuando que entre ellos podía surgir algo especial.
Pero los años habían cambiado tantas cosas. Elsa había levantado muros, distanciándose no solo de él, sino de todos, guardando su corazón en una torre tan fría y elevada como el castillo que había construido. Jack sabía que ella tenía sus razones, sus temores, pero eso no hacía que le doliera menos. Porque en algún momento, sin que él pudiera evitarlo, sus sentimientos habían cambiado.
Elsa era más que una amiga para él, más que una simple compañera. Había llegado a amar no solo su fortaleza, sino también su vulnerabilidad, aquella que ella casi nunca mostraba. Pero eso era algo que la chica de cabellos blancos no sabía y que, de algún modo, él deseaba que nunca supiera.
Suspiró, el aliento transformándose en una nube de escarcha. Quería ser para Elsa el amigo que ella merecía, un apoyo sin más ataduras, sin ese amor que a veces le pesaba como un lastre. Porque él lo sabía: Elsa no necesitaba de alguien que la cargara con sus propios sentimientos, sino de alguien que entendiera su soledad sin invadirla.
Ella tenía un destino, y su corazón, parecía, que siempre estaría más allá de su alcance.
Miró una vez más hacia la aldea, recordando las risas de los niños, recordando a Rapunzel, recordando todo lo que había cambiado entre ellos. Jack cerró los ojos, intentando que el viento se llevara aquel sentimiento amargo, ese deseo de que algún día él pudiera dejar de sentir lo que sentía por Elsa.
No quería ser una sombra a sus espaldas, un amigo con secretos que ella nunca descubriría. Ojalá, pensó, esos sentimientos desaparecieran con el tiempo. Elsa merecía a alguien que pudiera estar allí sin reservas ni ataduras, alguien que pudiera ser solo su amigo.
Pero tras cuatrocientos años, los sentimientos no hacían más que fortalecerse. ¿Qué más podía hacer, cuando ella ni siquiera lo veía capaz de amarlo románticamente?
Aunque tampoco había sido un rechazo del todo... pues no veía tampoco a nadie de esa forma; eso no quería decir que no pudiese hacerlo algún día.
El viento sopló más fuerte, y Jack lo dejó arrastrarlo hacia el cielo, alejándose del balcón y del castillo. Mientras se desvanecía en la noche, con la esperanza de que algún día el tiempo y el frío borraran sus sentimientos, no pudo evitar mirar una última vez hacia el castillo, preguntándose si Elsa, en algún lugar de su corazón, alcanzaba a ver lo que él sentía.
Después de todo, ella era su heroína; y al contrario de él, quien no fue capaz siquiera de decirle algo en su momento más nefasto. Ni ser capaz de volver a sacar el tema y pedirle disculpas por no apoyarla en ese instante.
||
no sé si lo habrán notado, pero aquí me desahogué con cosas de mi vida. siento que le dio mucha más profundidad al capítulo, lo que para bien o para mal, es mejor para la historia.
más de ocho mil palabras que hay en este capítulo, no son moco de pavo, y me hacen muy feliz.
vean ese gráfico tan bello de elsa y jack aaaa.
espero que lo disfruten, y hayan entendido bien cómo va evolucionando la historia y todo va quedando aclaradito; al menos la introducción del lugar dónde están, sus dones, lo que hacen y su misión. ¡y ya todos cambiaron sus nombres al que todos conocemos!
¡disculpen cualquier falta de ortografía!
no olviden dejar sus votos, comentarios y opiniones que me hacen muy feliz.
all the love,
ella.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro