Tres peldaños daban la bienvenida al porche. Una puerta de madera, blanca en su origen, enmarcaba la entrada al interior de aquel viejo caserón: un sótano sin ningún revestimiento en las paredes y una planta principal y segundo piso de un débil tono granate. El mobiliario, en su gran mayoría de caoba, así como los numerosos cuadros, espejos y fotografías colgados en las diversas estancias propiciaban un ambiente cargado y ostentoso.
   Ascendí los peldaños hasta hallarme frente a un largo pasillo. Consulté mis anotaciones, era la segunda puerta a la derecha.
   La habitación era amplia y luminosa, de un tono rosáceo. Conforme entrabas, a la izquierda, un robusto armario se alzaba amenazante; a la derecha había un cuarto de baño. Pasé mis dedos sobre la mesilla y las cortinas mientras deambulaba por la estancia. De pronto y como me imaginaba, la puerta se cerró.
   —Así que es cierto. ¿Hay alguien ahí?
   Me giré hacia la pared contraria al tiempo que esta comenzaba a desprenderse de su empapelado, formando letras. Sí, letras; y después palabras, oraciones. Un comienzo. Se estaba escribiendo un relato en las paredes de aquel cuarto.
   Me senté en el suelo y saqué un bolígrafo y mi cuaderno, dispuesta a averiguar qué se escondía detrás de aquel cuentacuentos macabro. Comencé a tomar nota de las primeras líneas.

Hola, soy María. No te asustes por favor, no te haré daño. Necesito ayuda, llevo dos años atrapada en el sótano. Una bruja me ha secuestrado. Pon atención, tengo una historia que contarte...