005. Recuerdos entre el aletear de mariposas
Relato escrito por: Im_aUnicorn25
Lunter, Lumity
Mis ojos divagaban entre permanecer fijos en aquel cegador escenario o perderse entre el oscuro y sucio piso.
Mi cuerpo chocaba constantemente contra el tumulto de gente arremolinado a mi alrededor y mi cabeza casi dolía por ese aroma a droga que inundaba el lugar. Pese a ello, me sentía extrañamente cómoda.
Era un viernes por la noche. Primera semana de Universidad. Los novatos buscaban relacionarse con los más prestigiados del instituto con el objetivo de no caer bajo en el estatus social. Una completa estupidez a mi parecer. Si yo me encontraba ahí, era por Willow, mi mejor amiga, quién, durante los últimos 7 días, no había dejado de insistir en ir a aquel concierto al que cierta chica pelirosa la había invitado.
Boscha era dos años mayor, ambas se conocieron en una fiesta cuando aún estábamos en preparatoria. Llevaban dos años de relación y ya estaban planeando alquilar un piso para ir a vivir juntas.
Me parecía increíble que dos personas tan diferentes como ellas, terminaran siendo de esas parejas perfectas que todos aspiran tener en sus vidas.
Yo alguna vez lo tuve... O así lo sentía al menos...
–Boscha dice que nos espera allá atrás– indicó Willow, guardando su celular una vez el concierto tuvo su medio tiempo.
Asentí poco antes de ser literalmente llevada a rastras por entre la multitud.
Tardamos un par de minutos en llegar, pero, tal y como la ojiverde había dicho, su novia nos esperaba en la entrada trasera del lugar. Cómo era de esperarse, ambas chicas se recibieron con un fuerte abrazo y un fugaz beso que consiguió ponerme algo incómoda. Sentía que iba de mal tercio.
–Hey, Luz– saludó la pelirosa, una vez nos hizo pasar. –Hace tiempo que no te veo–.
–La universidad me está matando, perdón, casi no he tenido tiempo de salir–.
Un leve gesto, comprensivo, fue lo que obtuve como respuesta. El resto del camino fue así, en silencio, un tanto extraño, pero tranquilo. Mis ojos recorrían todo el lugar con suma atención y nostalgia. Ya había estado ahí, muy en el fondo lo sabía.
Aquellas paredes grises, el olor a lavanda y el ruido de la gente de fondo venían acompañados de cierto color dorado como una sensación de deja vú al que hace tiempo ya me había acostumbrado.
No tardamos mucho en llegar al camerino de la banda, tanto la pelirosa como Willow saludaron a todos con la confianza que solo se demuestran los viejos amigos, conmigo, en cambio, hubo cierto recelo. Me conocían, claro que me conocían. Esa incomodidad se debía a algo muy aparte.
Sin darle mayor importancia, dejé que Willow y Boscha entablaran una amena conversación entre el grupo mientras yo recorría lentamente todo el lugar, buscando familiarizarme un poco más.
Mi mirada no puedo evitar fijarse en cierta fotografía adherida justamente a la mitad de una de las paredes. Boscha, Mattholomule, Viney y Gus, posaban con una radiante sonrisa y genuina felicidad detrás de quien parecía ser su líder.
Ojos dorados...
Cabello que asemejaba al algodón de azúcar...
–Amity...– susurré, reconociendo perfectamente la identidad de aquella chica y sintiendo un casi imperceptible cosquilleo en el pecho. Con extrema delicadeza, mis dedos recorrieron la superficie de la imagen en dónde la pelivioleta se encontraba. La pena vino a mí, haciendo qué un suspiro escapara de mi garganta.
–¿Aún no la recuerdas?– cuestionó a mis espaldas una voz que fácilmente identifiqué.
–No...– le respondí a Boscha, sin apartar la vista ni la mano de aquella fotografía.
–Sigue siendo una completa desconocida para mí–.
–Ya ha pasado más de un año desde el accidente–.
–Lo sé, pero lo único que consigo hacer cada vez que la veo, es suspirar–.
Una de las manos de la pelirosa se posó en mi hombro de forma comprensiva. Sin quererlo del todo, mi mirada dejó a la chica de ojos dorados y se dirigió a Boscha. Esta última me sonrió.
–Solías venir a verla todos los días– dijo. De forma automática, mi mente comenzó a recrear lo que Boscha decía, como si de un cuento se tratase. –Ambas eran un par de cursis. Con solo verlas me daba diabetes.
Intenté recordar aquellos detalles a los que se refería. Intenté recordar si le llevaba flores, si la esperaba en la puerta con chocolates o simplemente llegaba a abrazarla, si le robaba besos cuando nadie nos veía o si la hacía recostarse en mis piernas para simplemente acariciar su cabello mientras me contaba todo su día...
Pero nada vino a mí, ni un solo recuerdo, y odiaba eso... odiaba no poder recordar a la persona quien supuestamente me había hecho tan feliz, a aquella persona que, aunque mi mente se negara en traerla de vuelta, mi corazón aún la tenía presente, cómo una herida que no quiere y no puede sanar.
Odiaba amar a alguien que desconocía por completo...
–¡Boscha, voy a asesinarte!– gritaron a nuestras espaldas, consiguiendo que, tanto la pelirosa como yo, nos volteáramos en dirección al recién llegado. El chico se acercaba como un león enfurecido mientras Boscha lo esperaba, sonriendo. –¡Casi muero allá afuera!– volvió a vociferar, pero esta vez junto a nosotras.
Mis ojos lo recorrieron a detalle: cabello rubio, de estatura promedio, piel blanca y tersa, y unas notorias ojeras debajo de unos exóticos ojos de iris color rubí.
Me permití observar un poco más aquellos ojos del color de la sangre, pues parecía que el chico ignoraba por completo mi presencia.
–Pero si me gritabas con la mirada que te empujara– le respondió Boscha, entre risas.–Niégame que no lo disfrutaste–.
–No lo hice– gruñó en respuesta. –¿Qué hubiera pasado si no me atrapaban?–.
–¿Cómo no? Si todas se morían por agarrarte de algo– Boscha rió aún más, haciéndome soltar una risa a mi también, pues sus carcajadas eran bastante contagiosas.
Eso hizo que el chico me volteara a ver y que Boscha se percatara de ello.
–Qué falta de todo, Hunter, al menos preséntate– le dijo esta última. El rubio la fulminó con una breve mirada antes de enfocar toda su atención en mí.
–No te había visto, discúlpame– me dijo. –Soy Hunter, Hunter Wittebane–.
–Luz Noceda– respondí, con una sonrisa amable.
–Hunter apenas se unió a la banda hace dos semanas– explicó Boscha. –Es el nuevo guitarrista y vocalista–.
–El último no consiguió adaptarse– intervino Gus, uniendo así a la conversación, al resto del grupo. –La fama no era lo suyo–.
–Y tampoco tocaba muy bien que digamos– añadió Mattholomule. –Pero el nuevo, para ser su primer concierto, lo hizo muy bien hoy–.
–¿Muy bien dices? ¿Acaso no viste como gritaban las de primera fila?– la pelirosa agarró a Hunter de los hombros, consiguiendo que él soltará un resoplido, hastiado, pero su atención seguía en mí. –Y las del medio, y las de atrás. Hunter, ahora eres el más deseado en toda Islas Hirvientes–.
–Si, si, cómo sea– le respondió el rubio, entre apenado y molesto. –Solo no vuelvas a lanzarme de esa forma hacía el público, o ese auto muy bonito que tienes, pagará las consecuencias.
–Vaya, vaya... el cachorro acaba de convertirse en todo un león ¿eh?–.
–Ya déjalo, Boscha— interfirió Willow, alejando sutilmente a la pelirosa de Hunter. Él le agradeció en silencio. –Si que eres molesta cuando te lo propones–.
–¡Pero...!–.
–Nada– la calló. –Ven, busquemos algo de comer para todos antes de que se acabe el medio tiempo–.
Y así de fácil, Willow y Boscha se marcharon. Yo solo reí ante todo lo acontecido.
–Lamento eso– habló Hunter, un poco menos cohibido, pero clavando nuevamente su mirada en mí. Eso comenzaba a ponerme incómoda. –Eh... ¿Nos hemos visto antes?–.
–No...–.
–Siento que sí...–.
Estaba por negarlo nuevamente, pero al verlo realizar un gesto sumamente peculiar con sus cejas, cientas de imágenes vinieron a mi mente como un torbellino de recuerdos que me aturdieron momentáneamente
Aquellos ojos rubíes, ya los había visto antes... hace muchos años...
–Tercero de primaria– dijimos ambos a la vez, con una sonrisa.
–Tú eras el niño que solo estuvo durante dos meses– continué.
–Y tú la única niña que quizo jugar conmigo– rió. –Aunque sé que te acercaste por lástima–.
–¿Lástima? Claro que no–.
–No tienes que mentirme, sé que daba lastima en ese entonces–.
–Hunter...– ahora fui yo quien rió. –No me acerqué a tí por lastima, me acerqué a tí por accidente–.
–¿Accidente?–.
Asentí mientras intentaba contener la risa al recordar lo de aquel entonces.
–Habia otro chico rubio ¿Recuerdas?–.
–¿Cómo olvidarlo? Siempre me decían por su nombre– rodó los ojos.
–Exacto– concordé. –Pasó que un día me pidieron que lo invitara a jugar a mi casa, una amiga quería unirlo al grupo, entonces yo te confundí con él y te invité a tí por error–.
–Pero si parecía que todos me estaban esperando–.
–Es que no los viste luego, la cara de todos valían millones–.
Hunter soltó una amena carcajada.
–Frederick, Larry y Dalia se desencajaron de la risa, y Amity...– enmudecí.
De repente sentí el pecho ser estrujado mientras varias memorias venían a mí. Amity... La niña que en ese entonces tenía el cabello verde y una de mis mejores amigas...
La recordaba... no completamente, pero la recordaba...
–¿Estás bien?–.
Volví a la realidad. Hunter me miraba entre preocupado y extrañado. Asentí levemente y le mostré una sonrisa para calmarlo, pero no pareció funcionar.
–Disculpa, es que recordé algo, eso es todo– expliqué.
De reojo, localicé uno de los sofás libres y lo invité a sentarnos, para hablar con más tranquilidad. El rubio me siguió sin objeción alguna.
El medio tiempo terminó así, de conversación en conversación, y yo me sentía extrañamente feliz. Había recordado a Amity en cada anécdota que contábamos de nuestra infancia, como si Hunter fuera la clave para hacerlo... y no solo eso, el rubio, además, consiguió hacerme sentir lo que hace mucho tiempo no sentía, como alguien sin un pasado tormentoso. Me hablaba sin miedo a decir algo que me "afectara" y, en su mirada, no había ni un atisbo de lástima. Solo éramos él y yo tendiendo una conversación como cualquier otra y eso... eso me gustó...
Una vez la banda regresó al escenario, decidí quedarme con Willow a esperar que finalice por completo la presentación.
La sorprendió, vaya que lo hizo pues, durante ese último año, eran pocas las veces que salía y, cada que lo hacía, regresaba lo antes posible a casa, mi lugar seguro.
Me excusé con un simple "hoy mi mamá no está" para evitar preguntas, y, alrededor de las diez, ya me encontraba nuevamente con Hunter, hablando mientras seguíamos al resto del grupo a otro sitio, a pasar el rato.
Después de aquel día, las salidas con la banda se volvieron casi diarias y, un par de semanas después, las salidas sólo con Hunter también. Comenzó con visitas sorpresa al final de mis clases, preguntas discretas sobre planes en la tarde e invitaciones desprevenidas a varias cafeterías o restaurantes.
Se sentía bien... él me hacía sentir bien...
–No entiendo el motivo de todo esto– expresó Hunter con notable nerviosismo. Reí con gracia al verlo así y agarré su brazo como medida preventiva de una posible huida. –Luz... no estoy seguro de esto–.
–Por favor, Hunter, solo es una cena con mi mamá–.
–¡Tu mamá, Luz! ¡Nisiquiera sé por qué me invitó!–.
–Ya, deja de llorar y apresúrate, que vamos a llegar tarde– comencé a jalarlo, acelerando el paso.
–Pero...–.
–Estamos a menos de una cuadra, ya es tarde para que te niegues–.
–No es como si me lo hubieras dicho hace días, apenas me lo dijiste hace un par de horas– gruñó en respuesta, cediendo de a poco ante mi agarre.
–Y no te negaste–.
–Claro que lo hice, pero me engañaste diciendo que iríamos a comprar un helado y ya–.
–Tampoco te negaste– reí, terminando de llevarlo a rastras hasta mi puerta. –Llegamos–.
–Me va a odiar, estoy seguro, todos me odian–.
–Nadie te odia– lo contradije. –Solo les irrita tu molesta voz–.
–Eso fue de mucha ayuda, gracias– bufó.
–De nada– sonreí y, acto seguido, me dispuse a abrir la puerta, pero Hunter retuvo mi mano a escasos centímetros del pomo.
Lo voltée a ver.
–Despues de esto... podemos... ¿Ir a otra parte?– vaciló al hablar. –Hay algo que quiero mostrarte...
Acepté su propuesta un poco extrañada por su actitud. Muy aparte de los nervios por cenar con mi madre, aquello último lo había puesto incluso más ansioso.
Eso me inquietó.
–¡Mija!– saludó mi madre al entrar, con un abrazo. Al separarse, fijó su mirada en Hunter quien, con todo y pánico encima le dió un cordial saludo.
Verlos estrechar las manos, me aturdió. Un pitido resonó en mi cabeza y ciertas imágenes nublaron mi mente. Cómo si eso no hubiera sido suficiente, Amity apareció frente a mí, ocupando el lugar de Hunter.
Ocurrió en apenas un par de segundos, pero el sentimiento perduró por toda la noche.
Aquel recuerdo tan vívido me llegó como un trago amargo, revolviéndome el estómago.
–¿Qué traes?– me preguntó Hunter, empujándome levemente con su hombro para llamar mi atención. –Andas muy pensativa desde que llegamos con tu mamá–.
Para ese momento ya nos encontrábamos rumbo al lugar que el rubio quería mostrarme.
–Es tu imaginación– me limité a responder, dándole un breve sonrisa para tranquilizarlo, pero la verdad era que sí, me estaba ahogando en pensamientos, pensamientos relacionados a esas fugaces memorias que había recuperado después de un año de haberlas perdido.
Hunter no dijo nada más tras eso. El resto del camino fue en silencio, un extraño silencio.
Tardamos como quince minutos más en llegar a un lugar que no parecía más que abandonado, lleno de objetos viejos u electrodomésticos en pésimo estado. Un depósito...
Un depósito que me parecía familiar...
No fue hasta que un centenar de luces iluminaron todo que entendí esa sensación.
Nuevamente me nublaron los recuerdos, la calidez de cientos de abrazos, las mariposas en el estómago, el deleite de un sinfín de conversaciones, risas, caricias... todo proveniente de la misma persona...
Amity...
Mis mejillas se sintieron repentinamente húmedas. Las lágrimas salieron de mí sin control, no pude reprimirlas. El pecho me estrujaba, el corazón me dolía...
Sentí mi mano ser envuelta en otra con suma delicadeza. Hunter parecía entender perfectamente lo que me estaba pasando, pues me brindó una mirada comprensiva y una leve sonrisa mientras me jalaba mucho más al interior del lugar.
Por cada paso que daba, un nuevo recuerdo venía a mí, acompañado de más tormento y llanto. Sentía mi cuerpo temblar ante la cantidad de emociones que me estaban atacando por dentro.
–Willow me dijo que solías venir aquí con Amity– dijo, recorriendo cada rincón con la mirada. –Pero, desde lo ocurrido, no volviste–.
Solo atiné a asentir con la cabeza pues me sentía extrañamente débil como para decir algo más.
El rubio no volvió a hablar hasta que ambos nos sentamos. Limpió mis lágrimas con la manga de su sudadera y me ofreció pañuelos, como si hubiera estado preparado para ese específico momento.
–Amity Blight– volvió a hablar. Escuchar aquel nombre me revolvió el estómago. –Chica alta de cabello lila, ojos dorados y piel tan blanca como la nieve, la popular del colegio, la mejor de su clase, tercer hija del matrimonio entre Alador y Odalia, hermana de Emira y Edric Blight...
Más lágrimas, más dolor, más sufrimiento. Ya no quería escucharlo, pero sus palabras me llegaban como sonoros gritos que perduraban y se repetían una y otra vez en mi cabeza, trayendo consigo memorias que ya había dado por perdidas.
–Vocalista y líder de la banda The Banshees– continuó. –Amada y respetada estudiante de Hexside... tu novia... Sufre un accidente de tránsito el 24 de Noviembre, al chocar contra una camioneta cuyo conductor se encontraba en estado de ebriedad. El incidente dejó a su acompañante gravemente herida–.
Aquello último fue lo que terminó rompiéndome.
–¿Por qué?– murmuré con la poca fuerza que me quedaba. Quería gritarle que se callara, que ya parara, pero nisiquiera podía mirarlo a la cara. –¿Por qué haces esto?–.
El rubio guardó silencio un par de segundos antes de responder, acariciando mi mejilla.
–Porque me gustas, Luz, me gustas mucho... y ya no puedo verte así, huyendo de todo lo que te pasó, de la realidad...–.
No respondí, muy en el fondo sabía que él tenía razón, pero me negaba a aceptarlo.
–Sé que también te gusto– continuó, el tono de su voz me indicó que decir aquello le producía cierto pesar. –Pero no lo aceptarás porque, lo que sientes por Amity, sigue ahí... y seguirá a menos que lo enfrentes de una vez por todas–.
–No...– susurré, alejándome de él. Con todos los recuerdos de Amity de regreso, ¿Cómo era capaz de pedirme algo como eso?. –¿De verdad me estás pidiendo que deje de quererla después de hacer que recuerde todo con ella?–.
–Nunca dije eso– su calma comenzaba a desesperarme. –Nadie habló de amor, Luz... Lo que sientes es culpa... te culpas por su muerte–.
–Yo no...– mi voz se rompió. Era difícil mantener la compostura con todo revuelto en mi cabeza, y Hunter no ayudaba, cada palabra que decía me provocaba una lucha interna entre lo real y lo que mi mente se había estado convenciendo durante tanto tiempo. –No quiero– sollocé. –No quiero sentir esto, detente, por favor...–.
Nuevamente el rubio atrajo mi mirada, agarrando mi rostro con ambas manos. Limpió mis mejillas y me sonrió con tanta ternura como para conseguir tranquilizarme.
–Suéltalo todo, revive la historia y deja que duela– dijo. –Así comenzará a sanar.
Bastó ello para conseguir que cada detalle del accidente saliera de mi boca: cómo aquel día decidí ser yo quien conduciría, cómo tomé otra ruta para evitar el tráfico y cómo cargué con el cuerpo inerte de Amity hasta quedar inconsciente en alguna parte de la desolada carretera. Todo mientras sollozaba lo que no pude cuando desperté en el hospital, sin ningún recuerdo de lo acontecido, tres meses después del accidente.
Hunter, una vez terminé de hablar, me atrajo hacia él y me abrazó como si mi dolor también fuera el suyo.
La calidez de sus brazos y aquel aroma a café que siempre desprendía, me tranquilizó, me hizo sentir segura, su sola presencia siempre lo hacía...
–También me gustas– susurré contra su cuello. –Pero esto que siento... Amity... No, no puedo...–.
–Lo sé– me interrumpió. –Esperaré el tiempo que sea necesario–.
Con sumo cuidado, el rubio nos separó para poder mirarme. Sus ojos brillaban ante la infinidad de luces del lugar y eso, después de tanto tiempo, me agitó el corazón, esa sensación que solo una persona me había hecho sentir.
–Sé que le entregaste tu corazón– continuó. –Permíteme entregarte el mío para que llene ese lugar–.
Aquellas palabras fueron suficientes para que ese aletear de mariposas en mi estómago empeorará.
Se sentía bien... quería seguir sintiéndolo...
Lo quería a él.
Lo quería a él...
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