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Leah Brunet.

Lavaba mi coche, un clásico chevrolet corvette rojo-1959. Pasaba la esponja por los vidrios con delicadeza y al mismo tiempo echaba un poco de agua para continuar limpiándolo.
Era bastante relajante lavar tu coche un fin de semana por la mañana, sobre todo si sabes que lo usarás más tarde, aunque realmente yo no lo usaría.

— Hija, ya me voy —escuché a mi padre detrás y dejó un beso en mi cabeza.

— ¿Vas tarde?

— Si, se me hizo algo tarde —acomodaba las muñequeras de su saco y yo solo reí un poco— ¿saldrás hoy?

— Aún no lo sé —Levanté los hombros.

— Bueno, si si, con cuidado —asentí y volvió a dejar un beso en mi cabeza para luego desgreñar un poco mi cabello e irse en su coche.

Mis padres trabajaban en la misma empresa, la diferencia era que mi madre era jefa y entraba un poco más temprano que mi padre. Empresarios bastantes reconocidos, y no necesariamente por mala fama como todos los típicos empresarios, eran todo lo contrario y eso me alegraba.

Luego de terminar de lavar la parte externa del coche abrí la puerta del copiloto y empecé a aspirar el interior. Me agaché un poco para poder pasar la boquilla y que pudiera quedar impecable.

— Buenos días, Leah.

Escuché su voz detrás y me paralicé.
Voltee poco a poco y al mismo tiempo me levanté sin pensar, digamos que mi posición no era la adecuada para saludar a alguien, y menos si se trataba de él.
Sonreí amable y le regresé el saludo con cierto nerviosismo, y es que como no. Tenerlo frente a mi me hacía derretirme como vil mantequilla en medio del pavimento en un día soleado de más de 30ºC.

— Lavando el clásico —observó el auto con una sonrisa en sus labios.

Dejándome deleitar su perfecta dentadura entre esos labios tan finos que ansiaba poder devorar, algún día. El aire hacía que sus mechones volaran ligeramente, lo que causaba que mis ganas por poder acariciar ese cabello largo y notoriamente sedoso aumentaran. Siempre se veía muy bien.

— Si, así es —dije torpemente. Él me miró atento aún con esa sonrisa tan hermosa.

Tener esos ojos verdes de cazador fijos en mi honestamente me hacía imaginarme un sin fin de cosas, debidas y no tan indebidas. Me hacía sentir tan pequeña ante él, y no solo lo digo porque claramente es más alto que yo, si no porque en verdad me hacía ver como una maldita sumisa sin siquiera querer.

No lo negaré, lo sería con él, con; Aidan Gallagher, el sexy cantautor y guitarrista de la cuadra y para variar, mi vecino.

Ese chico alto, delgado, de cabellera negra y sonrisa encantadora sin duda me tenía atenta a cualquier cosa que dijera o hiciera, y sabía que no era a la única, es decir, cualquier chica se enamoraría con tan solo verlo caminar. Justo por eso me sorprendía mucho el que no tuviera novia.

Era mi mayor sueño, él era mi mayor sueño.
Pero no era sencillo, era un sueño imposible y estaba consiente de eso.

Durante toda mi niñez y parte de adolescencia me habían educado perfectamente, tan bien que yo misma entendía lo bueno y lo malo de cada pensamiento. Siempre estuve en contra de una relación de edades diferentes, y no solo porque mis padres me lo inculcarán, si no porque en realidad no me gustaba el echo de pensar que una jovencita de 17 años pudiera estar con un hombre de 28.
No juzgaba a quien decidiera tener ese tipo de relación, cada quien elige qué hacer con su vida y es válido. Simplemente que no lo apoyaba.

Desgraciadamente, cuando nos mudamos a este departamento en la calle Sylvan Terrace de New York los primeros en presentarse fueron la familia Gallagher. Y digo desgraciadamente porque desde que presentaron a su hijo universitario casi por graduarse, realmente me había dejado babeando.
Aún recuerdo ese día a la perfección, fue a principios del año, justamente en el primer mes.

Aidan fue muy amable desde entonces, y siempre que nos veía nos saludaba.
El día de san Valentín tocaron la puerta de nuestro departamento y con ellos llevaban un pastel para compartirlo en familias. Mis padres se llevaban excelente con los de él.
Por su parte, Aidan ese día llevaba un ramo de rosas que posteriormente me lo entregó, ¿y pretenden que no me interesara más?
Fue un gesto muy lindo, y yo jamás había recibido flores.

Mis padres me advirtieron un poco luego de ese gesto, pero no se preocuparon, pues sabían cómo era mi pensar y claro que entendieron que Aidan solo había sido amable, no lo tomaron como un intento de conquista, porque no fue así.

Él había demostrado tenerme mucho cariño, tanto que incluso habían ocaciones en que me llamaba "hermanita" frente a mis padres. Decía que yo para él era como esa pequeña hermanita que nunca tuvo, aunque no fuera tan mayor y que me trataría de tal forma siempre que yo se lo permitiera.

Justo ahora no sabía que estaba pasando en mi cabeza, porque sin duda me olvidaría de mi pensar si se tratase de él.

¿Qué? Soy adolescente, las hormonas en esta edad son una verdadera tortura.

Además, ¿qué son cinco años?

— Lo que daría por tener uno de estos —se acercó al coche y yo no podía dejar de verlo.

— ¿A que debo tu visita a mi patio? —dije riendo un poco.

— Bueno, salí a tirar la basura, de pronto voltee y dije "¿que estará haciendo la pequeña Leah hincada frente a su coche?" No es una posición que vea tan seguido, y menos proviniendo de ti.

Sentí mis mejillas quemarse, mis latidos aceleraron y mis piernas temblaron internamente. Eso había sonado tan diferente a cómo realmente tenía que sonar.
O quizá yo era la que mal interpretaba cualquier mínimo comentario que dijera.

Reí tratando de ocultar mis nervios y jugué un poco con mis dedos a lo bajo.

— Estaba aspirándolo.

— Ya pude notarlo. ¿Tú padre ya se fue?

Asentí.

— Creí que me daría tiempo de saludarlo pero veo que me tardé un poco —sonrió— Bueno pequeña Leah, nos vemos después.

Posó su mano sobre mi cabeza como despedida y sin más se metió a su depa.
Solté una gran bocanada de aire y toque mi pecho.
Realmente me hacía perder la noción del tiempo de tan embobada que me tenía al hablarme.
Escuché mi teléfono y me limpié un poco las manos en mi playera para luego contestar la llamada. Era Sasha, mi mejor amiga.

Contesté su llamada y ella emocionada me invitó a un club que recién habían inaugurado. Al principio me negué pero de tanta insistencia y con tal de que dejara de hablar acepté su invitación.

De todos modos no pensaba ir.

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