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🌕. Primer mes .🌕

🌕. Una foto vale más que mil palabras; una flor, más que nada .🌕

Drástico.

Es la palabra que define a la perfección el descenso de las temperaturas que había ocurrido en la última quincena. Ya en las mañanas el rocío se había convertido en una pequeña capa de escarcha que cubría las hojas perennes de algunos árboles y las ramas desnudas de otros.

Se caló dentro de la bufanda blanca que estaba envuelta alrededor de su cuello y se frotó las manos en busca de algo de calor. El vaho blanquecino salió de su boca después de cada exhalación, sintiendo congelarse el oxígeno dentro de los pulmones.

Entró al aula con más ganas que de costumbre, necesitaba un poco de calor o moriría de hipotermia.

¿Qué pasaba con aquellas temperaturas de diciembre?

Ni siquiera había nevado

¿O es que él era débil al frío?

Atsushi fue hasta su asiento tiritando de frío y se dejó caer sobre la silla. Observó sus alrededores con las manos debajo de las axilas, en un abrazo a sí mismo.

Entendió el motivo de su congelación.

Miró el reloj de su celular. Apenas eran las siete de la mañana. Había llegado demasiado temprano. Todos los demás compañeros debían estar aún entre sábanas esperando a que el Sol calentase un poco más las calles de la ciudad.

Pero en defensa personal, no fue su culpa. Era de cierto pelinegro huraño y borde.

Apenas había podido dormir con la idea de que hoy tocaba examen. Y no por ese motivo en realidad, sino por el hecho de que cabía una posibilidad de que Akutagawa fuese a clase para realizar el examen. Con la emoción que le proporcionó aquello, había perdido la hora imaginando escenarios del pelinegro compartiendo silla junto a él. Del mismo modo, no se percató de la hora y terminó llegando una hora más temprano de lo normal.

Pero valía la pena.

Con ese anhelo enterró la cara dentro de su bufanda y se recostó en la mesa. Dormiría un poco hasta que la tan esperada prueba llegase.

Nada más la palabra "prueba" pasó por su mente,se echó para atrás como un resorte.

¿Dormir? ¡No podía darse ese lujo con una prueba en menos de una hora! ¡Debía aprovechar cada segundo!

Sacó su libro de dentro de la mochila y se dispuso a leer lo que durante los meses que llevaba de clases seguía siendo inentendible.

Y así fue como pasó el tiempo entre fórmulas, cálculos y leyes hasta que la campana replicó por lo alto, dando inicio al último día de clases antes de las vacaciones de invierno.

¿Lo malo?

Qué era día lleno de exámenes.

Esperó, no nervioso por la entrada del profesor con el folio del examen, no preocupado por aprobar; ansioso porque por la puerta atravesase ese delgado cuerpo de azabache cabellera que le recordaba a una noche de luna llena.

Esperó, esperó y esperó. Con el corazón desbocado a la altura de la garganta, y un cosquilleo en el estómago.

La puerta se abrió en último momento.

—Bien, guarden todo. El examen dará comienzo.

No llegó.

La sonrisa de Atsushi se fue desdibujando con el paso de los segundos. Toda la emoción almacenada desde la noche anterior se la llevó un soplo de viento.

Suspiró, lamentable, decepcionado.

Pero eso no se quedaría así. Iría a buscarlo. Tomó el lápiz con energía, dispuesto a terminar el examen lo mejor posible e ir a gritarle un par de cosas bien dichas a ese emo. Sí, eso haría.

Solo que había un obstáculo: el examen.

Su espíritu enérgico de fue corriendo con la cola entre las piernas al leer la primera pregunta.

No preocuparse, la dejaría para el final.

Pasó a la segunda.

Ok, tenía cosas —todo— que no comprendía completamente. La analizaría después.

Paso a la tercera. Pareció que por sus ojos pasaba un cartel de neón que ponía “Bla, bla, bla; otra pregunta difícil que no serás capaz de contestar”

Entró en pánico, agarrándose los cabellos.

«¡Ay Dios, no sé nada!», gritó en su mente a punto de partir el lápiz con los dientes. «Ñe~, mejor soy actor porno.», ¡No! Ni siquiera valía para vendedor de periódicos. Su futuro dependía de pasar el año.

¿Por qué mierda la química tenía que ser tan jodidamente difícil?

Aunque eso lo piensa él, personalmente me encanta la química. Pero bueno, estamos narrando desde la perspectiva de Atsushi Nakajima, el estudiante promedio que odia la química.

Inspiró fuertemente.

No sabía si mirar arriba por inspiración, al suelo por desesperación o a los lados por información.

No, la última no sería. Si Gogol-san lo pillaba sería alfombra de tigre.

Trató de decirse a sí mismo que la incomprensión que tenía era a causa de los nervios y volvió a leer la pregunta.

¿Había alguna diferencia entre «NaCl» y «MgSO4»?

«—Sí, Atsushi-kun; uno es sal de cocina y el otro un laxante. Ambos provocan efectos distintos si son digeridos.

—¡Dazai-san, deje de interrumpir la narración!»

Ya se había arrancado los pelos, comido los lápices, desgarrado las uñas y abierto un agujero en el piso causa de un tic nervioso en su pie.

Vio a su profesor repochado cómodamente en su silla, con los pies sobre el escritorio y en sus manos tenía una revista de ¿motosierras? Y lo peor es que en su cara había un gesto de total placer.

Vaya fetiches más raros tenía ese profesor extranjero loco.

No quería averiguar cómo sería en la cama.

El timbre sonó y Atsushi no estaba seguro de haber escrito ni su nombre bien.

.

.

Como se dijo anteriormente, hoy comenzaban las vacaciones de invierno y, a su vez, se cumplía el primer mes desde la promesa que hicieron.

Por los pasillos llenos de estudiantes hormonales que no podían controlarse hasta llegar a sus casas —y sí, me refiero a Dazai y Chuuya, que se estaban dando duro contra el muro en la biblioteca; pobre del bibliotecario Edgar Allan Poe, bastantes traumas le habían concebido—, resonaban los pasos presurosos de Atsushi; quién se dirigía corriendo escaleras arriba, en dirección a la enfermería.

Terminado su pésimo día de exámenes, donde no sabía si Pitágoras era el que había librado la Gran Revolución de Octubre o si Hitler había hecho la tabla periódica, había salido disparado hacia allí; con la decisión de buscar a Akutagawa.

—¿Qué pasó, Jinko? ¿Equivocaste el NaCl con el MgSO4 y ahora necesitas un baño urgente? —la pulla no se hizo esperar.

Mas, no le prestó la más mínima atención y se acercó a él para, sin ningún pudor por el libro que reposaba en su regazo, jalarlo de la cama y emprender otra carrera de vuelta.

—¿¡Qué estás haciendo!? —gritó tratando de mantener un ritmo que sus pulmones no soportaban y decidiendo qué arrancarle primero cuando parasen: ¿una pierna o el cuello?

—Cállate y sígueme. —ordenó sin disminuir la velocidad.

Atsushi imponiéndose, eso es nuevo.

—¡Te mataré!

Lo escuchó reír entre jadeos.

—No puedes hacerlo —giró en una esquina—, hicimos una promesa. Ninguno de los dos puedes matar al otro en seis meses —sintió el brazo por el que tenía sostenido a Akutagawa tensarse al este detenerse bruscamente.

La luz que entraba por la ventana frente a la que se habían parado iluminaba una parte de su rostro, el cual mantenía agachado.

—Matarte no... —comenzó a decir. Alzó la vista y sus ojos parecían los de un niño a punto de hacer una travesura—...pero —metió la mano en el interior del bolsillo de su pantalón y sacó un móvil, marcó unos números y se lo pegó en la oreja—. ¿Sí? Dazai-san —¿para qué Akutagawa llamaba al castaño?—. Jinko necesita una ambulancia —pausa—... jum... unas fracturas en las costillas y una posible perforación en el pulmón —«WUAT?!», gritó Atsushi en su mente sin entender nada—. Sí, fue lanzado por una ventana.

—Akutaga-

No pudo terminar.

Fue lanzado por la ventana.

.

.

—Solo respira. Son tus compañeros.

Y ahí estaban.

Atsushi sosteniendo la puerta del aula en espera de que Akutagawa pasase su ataque de pánico y de dignase a entrar. El pelinegro miraba con los ojos como platos a los estudiantes que de paseaban de aquí para allá, encajando las uñas en el brazo de Atsushi, con terror a soltarlo y enfrentarse a eso.

—Para mí son homúnculos con pelo. —chasqueó la lengua, ocultando el leve temblor en su voz.

Atsushi lo miró con esos ojos llenos de cariño y comprensión.

—Akutagawa, ¿tienes fobia social?

Tragó saliva.

—... no —le vio alzar una ceja como diciendo «¿entonces, qué?»—. Es solo que no me siento... cómodo estando yo solo entre una muchedumbre desconocida.

—Bueno —Atsushi le dio una gran sonrisa y sostuvo su mano—. Así no serás tú solo contras «esas» personas desconocidas.

Y así, de la mano, entraron al salón. Todos los observaban extremadamente curiosos. Sus miradas eran imposibles de no notar, literalmente se los estaban comiendo con los ojos. No por el hecho de que dos chicos estuviesen tomados de las manos, sino por el milagro de que el estudiante que nunca de había presentado a clase ni para el inicio del curso y pasaba sus días en la enfermería, al fin hiciera acto de presencia.

Caminaron hasta el final del aula, frente a la fila paralela al gran ventanal. Atsushi se detuvo y soltó su mano. Akutagawa maldijo para sus adentros al sentir el frío en ella.

—Mira, este es tu asiento —dijo el peliblanco sentado sobre la penúltima mesa—. ¡Justo detrás del mío!

Miró la madera como si fuese la primera vez que veía algo así y como si fuese la última vez que lo haría.

Con nostalgia y cariño.

Pasó sus dedos por el material, acariciando. Inspiró, inundando sus fosas nasales con el olor a aserrín, tiza y libros de texto usados. Llevó atrás la silla y se sentó. Cerró los ojos, dejándose llevar por las emociones.

Se imaginó a sí mismo, asistiendo con normalidad a clases, llegando temprano en las mañanas con la esperanza de tener un tiempo a solas para leer un libro a la espera de que empezaran las clases; siendo tronchada esa idea por cierto albino hiperactivo que lo esperaba todas las mañanas. El primer período venía con mates, esa asignatura que tanto le gustaba. Se imaginó resolviendo —sobre aquella mesa— los ejercicios que Kunikida-san les pusiese, mientras este peleaba con Dazai por tratar de escabullirse en el curso que no era.

Se imaginó a Atsushi, rascándose el cráneo en aras de que el ejercicio se resolviese solo, lloriqueando por las malas notas en los exámenes y los castigos que le eran impuestos por culpa del dúo de tercer año con los que de juntaba. Imaginó su semblante pacífico mientras dormía en los períodos de clases que no le llamaban la atención, como filosofía, con un hilo de saliva escurriendo de su labio y su cabello albino siendo movido por la brisa. Rió en su interior al recrear la idea de que una bola de papel llegase a él, comenzando así una guerra.

Miró a su izquierda, perdiéndose en el paisaje a través de la ventana. Debajo del árbol de sakura almorzarían, tranquilos. Tratando de quitarse comida uno al otro y molestando a Atsushi con su inocencia excesiva. Y por último, miró el camino que se dirigía hasta las rejas de la entrada y se fundía con la calle, imaginando sus pasos acompasados con los del peliblanco regresando cada día a casa después de clase.

Juntos.

Pero solo hizo eso: imaginar.

Nada había pasado.

Pero él haría que pasase.

—Akutagawa, mira hacia aquí. —escuchó hablar a Nakajima. Cuando se giró, le vio con el celular en cámara frontal, enfocándolos a ellos.

Como reflejo, le golpeó las costillas, haciendo que el chico se tambalease.

—¡Hey, casi me caigo! —protestó el peliblanco con las manos en el marco de la ventana y más de medio cuerpo fuera de ella.

—Yo sería incapaz de dañarte. —de puso una mano en el pecho, con claro sarcasmo.

Atsushi le miró con los ojos entrecerrados.

—Hace menos de dos horas me lanzaste por la ventana.

—Pero sobreviviste.

—No lo digas cómo si fuese un error.

—Es que lo es.

—¡Emo sin cejas! —bufó Atsushi.

—Cerebro de té.

Se cruzaron de brazos, listos para comenzar una pelea, solo que ahora eran observados por todos. Pero eso no podía importarles menos.

—Apático.

—Idiota.

—Puntas desteñidos.

—Oxigenado.

—Esqueleto andante.

—Primate.

⊰᯽⊱┈──╌❊╌──┈⊰᯽⊱

Y, claro, entre la multitud estaban ciertas personas.

—¡Jajajaja! —resonó en una carcajada limpia y nada disimulada.

—¿De qué te ríes, bastardo? —Chuuya estaba recostado contra el escritorio que usaban los profesores, con los brazos cruzados—. Ellos están a punto de matarse.

Dazai, a horcajadas sobre la silla de detrás de la mesa, sonrió con nostalgia.

—Me recuerda a nosotros. —dijo.

El pelirrojo chasqueó la lengua con molestia.

—¡Cállate! —golpeó la mesa con el puño—. Habla por ti. Tú me acosabas, yo huía. En este caso, ambos huyen.

El castaño se mordió el labio con sugerencia.

—Pero bien que acosarte ayudó a ablandar ese corazón de mafioso que tienes. —le acarició el trasero.

Chuuya se volteó con una vena a punto de explotarle en la sien y los dientes apretados.

—Manos fuera de la zona de penalti, Cristiano Ronaldo —miró debajo del vientre de Dazai, sonrió con orgullo—. Y mantén a tu pajarito dentro de la jaula.

Dazai le devuelve la sonrisa y señala a los dos menores, que estaban sosteniéndose del cuello de la camisa.

—Chuuya, ¿no lo ves? —hace una pausa y agrega—: ellos son perfectamente imperfectos.

⊰᯽⊱┈──╌❊╌──┈⊰᯽⊱

Atsushi se sacó del agarre del pelinegro y se sentó con claro enojo en su silla, dándole la espalda. Estaba enojado, cierto; pero la desilusión de no poder hacer lo que quería era peor.

Akutagawa suspiró, vencido. El albino era un niño. Y lo jaló por el brazo hacia donde estaba él y se sentó, haciendo que Atsushi se pegue a su cuerpo. Con el otro brazo, alzó el celular, enfocando sus caras, detrás de ellos pudo ver los dedos de Dazai con el símbolo de paz.

—Me debes una. —dijo con el ceño fruncido.

Y tomó lo foto.

.

.

Cerró la puerta del casillero tras colocarse los zapatos de calle y guardar los de interior. La tarde estaba un poco fría por lo que su tos había empeorado un poco desde que el Sol comenzó a caer.

Se acomodó la maleta en el hombro y salió caminando hacia la salida de la preparatoria. Bajaba los primeros escalones cuando lo vio.

Atsushi estaba dormido contra el tronco del árbol que se veía desde su —ahora— asiento.

Se acerca a él con cuidado de no hacer ruido y saca su celular. Le toma una foto. Puede que le sirva el un futuro como posible chantaje. Una foto no hace mal a nadie, ¿no?

—¿Qué... haces? —balbuceó medio dormido.

Akutagawa casi sufre un gay panic interno, pero habló rápido:

—Estaba a punto de dejar a un gato feo tirado en las escaleras del colegio.

—¿¡Ahora me denigras de tigre a gato!? —se puso de pie, sacudiendo las hojas secas.

—No; a gato feo.

Atsushi hizo un mohín de molestia . Iba a replicar, mas fue interrumpido por una fea tos de parte del pelinegro. Recordó el día que lo acompañó a casa después del hospital; le oyó toser. Por lo que concluyó que tenía algún malestar respiratorio, asma posiblemente.

—¿Por qué demoraste tanto? —preguntó.

—Yosano-sensei me estaba revisando. —le respondió el azabache al instante.

—¿Estás enfermo? —solo pedía que la respuesta fuese...

—No —dijo para su calma—. Solo son revisiones periódicas —Akutagawa le miró, él no era el único que había salido tarde, por lo que no sería el único que tendría que responder un interrogatorio—. ¿Y tú? ¿Qué hacías tan tarde?

Le pareció que Atsushi sufría un repentino mareo, pues se puso pálido.

—Estaba en detención. —«Y te estaba esperando.», dejó caer la cabeza, derrotado.

Un suspiro salió de sus labios.

—¿Dazai-san, verdad? —estaba casi seguro.

—Dazai-san. —repitió Atsushi con pesar.

—¿Qué fue está vez? ¿Sabotearon la máquina expendedora para que soltase limones? ¿Escondieron los dulces de Ranpo-sensei? Aunque no lo creo, estuviesen muertos —se respondió él mismo, y continuó, enumerando posibles—: ¿o, acaso, dejaron sobre la mesa de Ango-sensei la peluca del director Natsume-sensei?

Atsushi tenía una mueca de terror impregnada en el rostro.

—Eso suena... —buscó las palabras correctas para describir aquella sarta de cosas—... terroríficamente igual a algo que haría Dazai-san.

—Lo hizo. —asintió el pelinegro, dejando a entender de que el castaño era capaz de más, mucho más.

Silencio por un segundo.

—¡¿NATSUME-SENSEI USA PELUCA?! —exclamó Atsushi, girando su rostro como un robot.

—¿Eso es lo que te sorprende? —Akutagawa arrugó el ceño.

—Eso y que Dazai-san y Chuuya-san no hayan sido expulsados.

—Encarcelados, diría yo.

Al albino rió, él se conformó con escuchar su risa.

—Deben tener algo que ver los rituales satánicos que hacen todos los domingos. —añadió cuando Nakajima paró de reír, sacándole un grito de terror.

—¿¡Ritual satánico!?

—Sí, ayudé en algunos. —alzó los hombros con indiferencia.

Los ojos heterocromáticos parpadearon dos veces, percatándose de algo.

—...conocías a esos dos desde antes. —afirmó Atsushi, como una gran develación.

—Sí —soltó un suspiro—, estuvimos en la misma secundaria.

A diferencia del albino, que los había conocido en la preparatoria ese mismo año, de una forma muy peculiar: salvó a Dazai de ahogarse en la piscina.

—Oh —se sorprendió Atsushi—, nunca me habían hablado de ti.

Por algún motivo, sintió que eso le dolió de alguna forma a Akutagawa, quién solo apretó los labios.

—Supongo que es normal. ¿Quién hablaría de mí?

Quiso retractarse. Había metido la pata otra vez. Su voz sonó tan dolida cuando dijo eso que quería arrodillarse y pedirle matrimonio.

¡Perdón!, pedirle perdón.

Maldito autocorrector >:v

Fue a decir algo, pero Akutagawa lo interrumpió:

—¿Y bien? ¿Cuál fue la causa del castigo?

—Chuuya-san y Dazai-san colocaron una pancarta en la puerta de la subdirección que ponía “El subdirector Mori es el de abajo”.

Casi se le escapa una risa.

—¿Y tú qué parte tuviste en el plan?

—Fui el único que se cayó por las escaleras durante la huída.

Se llevó una mano a la boca para ocultar la risa, disimulando una tos.

¿Qué tan idiota se podía llegar a ser?

Exacto, ser Atsushi Nakajima.

—Mira —le llamó—. ¡Flores!

Lo siguiente que supo fue que Atsushi lo había arrastrado del brazo hasta un pequeño puesto donde habían todo tipo de flores acomodadas en macetas, jarrones, cubos; colgadas, en ramos. Una gran variedad.

Dirigió sus ojos hasta el albino, después a la unión de sus brazos, desde donde lo tenía parcialmente abrazado y por último a sus iris. Parecían brillar de emoción.

—¿Te gustan las flores, Jinko? —decidió preguntar, aunque era bastante obvio.

—Sí —afirmó con la cabeza—. Me gusta la forma en la que por sí solas expresan miles de palabras —extendió la mano y sostuvo un ramo de lavandas. Se las llevó a la nariz y aspiró su aroma. Un brillo triste iluminó sus ojos—. Me encantan porque son sinceras. Su significado es único y, por ende, no pueden mentir.

¿Cuántas veces tendría que reprimir una sonrisa?

Estando con Atsushi, nunca sabría.

Este, pagó el pequeño ramo de lavandas a una chica rubia de ojos claros que los miraba enternecida. Lo acunó en su pecho y se giró a ver a Akutagawa, quién lo miraba todavía, preguntándose cuál pudo ser el motivo del cambio repentino en sus ojos.

Era incapaz de entender de sentimientos, pero los iris del albino eran una historia aparte. Era su pasatiempo ahogarse en ese profundo mar bicolor hasta que fuese necesario parpadear.

—Con que «tus memorias son mi única felicidad». —dijo Akutagawa, alternando entre las flores y sus ojos.

—¿Eh? —farfulló confuso y sorprendido.

—Ese es el significado de la lavanda —explicó, deteniéndose en el cruce peatonal—. No es solo para decir que extrañas solo a la persona —verde. Pasaron—, sino a lo que esta dejó atrás.

—Lo sé —dijo Atsushi, con una pequeña sonrisa cargada de anhelo—. Es que me sorprendió que conocieras el significado de las flores.

—No sabes todo de mí, Jinko.

«Lo sé. Y eso es lo quiero.», respondió el peliblanco en su mente, sin quitarle la mirada, pero perdido en sus pensamientos.

—Solo hay un problema —el tono con el que lo dijo, hizo que Nakajima saliese de sus cavilaciones y le prestase total atención. Un estornudo se escuchó por las desoladas calles—: soy alérgico a ellas.

Atsushi río con ganas.

.

.

—Aquì nos separamos, supongo. —se sentía más nervioso de lo usual. Creía que estar junto al pelinegro ya se había vuelto algo normal, pero parece que volver a casa juntos y el hecho de que averiguase un poco de su vida personal, hizo que los sentimientos se le pusieran a flor de piel.

Estaban parados frente a una bifurcación. El sol ya estaba oculto hasta más de la mitad, siendo solo un semicírculo anaranjado a punto de desaparecer. Las sombras eran largas y oscuras, pero más larga le parecía la espera hasta volver a verse.

—Sí. —el azabache se giró un poco a la izquierda, siendo ese el camino que seguiría, pero no sé movió.

—¿Nos veremos pronto? —preguntó, desviando la mirada.

—Dazai-san y Chuuya-san se encargarán de ello. —afirmó con un poco de desesperación en su voz. Esos dos eran capaces de cualquier cosa con tal de pasar el aburrimiento.

—Jaja, sí. —¿por qué ninguno de los dos se despedía? Eso se estaban volviendo incómodo.

Así que lo que hizo fue girarse y echar a andar por la carretera.

—Jinko. —su apodo lo hizo voltearse, con cierta confusión.

—¿Si?

Como respuesta tuvo una inolvidable imagen: un Akutagawa con la nariz y la mejillas sonrojadas, debido a la alergia, atribuyó Atsushi, y una bella Dalia rosa en la mano, en su dirección.

—¿Para mí? —preguntó escéptico. Aunque la verdadera pregunta era «¿En qué momento la compró?»

—No hay nadie más aquí y aunque participase en los rituales de Dazai-san, no soy capaz de ver fantasmas. —respondió con ironía.

La tomó con cuidado de no dañarla.

Era el primer regalo y muestra de cariño que le daba Akutagawa.

Y no lo olvidaría nunca.

—G-gracias. —se alejó corriendo, incapaz de soportar más los nervios.

Akutagawa se quedó de pie, viendo cómo se alejaba hasta volverse nada más que un punto en la lejanía.

Cuando desapareció por completo, sonrió y dijo, antes de irse por su propio camino:

—Dalia rosa: «voy a intentar hacerte siempre feliz.»
















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