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🌔. Las metáforas y las canciones nos ayudan a decir lo que pensamos .🌔

🌔. Las metáforas y las canciones nos ayudan a decir lo que pensamos .🌔

Las noches siguientes fueron un total incordio para ambos.

Las ideas rondando sus pensamientos y los sentimientos confusos tocando las puertas de la ansiedad y el insomnio. Tratando de comprender por ellos mismos qué era eso que presionaba en sus pechos y los mantenía en un limbo de distracción constante.

Sentían lo mismo, pero lo entendían de maneras distintas.

Atsushi, por una parte, siempre había sido una persona sensible, donde sus sentimientos iban por delante de lo racional. Sentía y a partir de ahí, pensaba. Estaba claro que desde el primer momento que vio al pelinegro sintió una atracción instantánea hacia él; quizás por cómo fue su encuentro, quizás por su apariencia, quizás porque le reflejaba a él mismo en un pasado.

Ese primer vuelco que dio su corazón lo atribuyó a la adrenalina del momento, la operación, la vuelta a casa y, por último y más reciente, sus encuentros en la enfermería. En un principio eran puras casualidades que el albino llegase allí con algún que otro malestar —el 90% de las veces ocasionado por Dazai—, sin embargo, esas casualidades fueron transformándose en premeditadas.

Cada vez quería verle más seguido y solo había un lugar donde encontrarlo, pues no sabía dónde vivía y no asistía a clases por algún motivo desconocido; por lo que sus visitas se volvieron más y más frecuentes.

Conversaban, aunque la mayoría de las palabras eran gritos e insultos; eso sí, habían momentos en que hablaban tranquilamente de cosas triviales, pero igual de importantes.

Tocaban muchos temas, pero nunca nada directamente relacionado con el pelinegro.

Hacían chistes y bromas sarcásticas, pero nunca le vio sonreír ni una sola vez.

Durante las noches, se removía en su cama en busca del sueño, tratando de quitar de su mente ese fantasía de ver su pálido rostro iluminado con una sonrisa que llegara hasta el gris de sus ojos. Se le aceleraba el corazón al pensarlo.

Primero fue su sonrisa.

Después fue un abrazo.

Y por ultimo un beso.

Se ponía la almohada en la cara, ahogando aquello entre pataletas de emociones encontradas.

Lo sospechaba, desde un principio; pero hasta ahora fue que se dio cuenta.

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Por otro lado, estaba Akutagawa; una persona mucho más complicada que el promedio y con una empatía emocional igual a cero.

Desde el inicio, el albino le había causado algo de interés momentáneo; atribuido a la reciente entrada de una persona en su inexistente vida social.

Le molestaba en demasía la gran ingenuidad que poseía, al punto de pensar que se trataba de pura y dura idiotez.

Mas, su vida cambió esa mañana cuando el peliblanco abrió la puerta de la enfermería y se lo encontró llorando. Nunca mostró sus emociones a nadie salvo a él mismo, tenía que ser fuerte; sin embargo, él no dijo nada, se limitó a mirarlo con una especie de curiosidad y admiración. Solo hizo eso, no le recriminó, ni se burló.

No se fue.

Se quedó con él.

El tiempo que estuvo mirando su rostro dormido en la camilla del hospital le permitió ver que era un chico de rasgos finos y con una belleza exótica y sencilla, que parecía irradiar paz.

Sus constantes estadías solitarias en la enfermería fueron invadidas por su idiota intruso. Le molestó que su santuario fuese violado, pero con el decursar de los días se pilló esperando la hora del recreo para verle.

Le gustaba su presencia.

Su sonrisa resplandeciente que parecía incluso contagiarse, siendo varias las veces en que tuvo que contenerse para no devolverle el gesto. Sus expresiones tan genuinas, resultando casi infantiles; como un libro abierto. Su forma de ser tan única.

Si antes parecía enfermo, ahora estaba para ingreso: tenía las mejillas mucho más pálidas y los ojos eran adornados por unas bolsas oscuras bajo ellos, demostrando las noches de insomnio que había tenido.

Y es que, durante las noches, era que todos los pensamientos con respecto al albino afloraban al exterior. Y con más fuerza, impidiéndole conciliar el sueño.

El corazón se le agitaba más seguido y unas cosquillas en su estómago lo incomodaban.

No sabía de qué se trataba.

Y eso era una molestia.

⊰᯽⊱┈──╌❊╌──┈⊰᯽⊱

Atsushi no comprendía lo que le ocurría, pero insistía en entenderlo. Se era sincero a sí mismo. Y llegó al punto de darse cuenta de que...

Le gustaba Akutagawa Ryūnosuke

Akutagawa tampoco lo entendía, pero se negaba a pensar en algo más. Se engañaba a sí mismo. A él no podía...

Gustarle Nakajima Atsushi.

.

.

Tragó en seco cuando sintió el frío metal de la manilla de la puerta de la enfermería. No pegó ojo en toda la noche, dándole vueltas a la idea de indagar un poco en la vida personal del pelinegro. Planeando cientos de posibles conversaciones para caer en ese tema. Incluso pensó que andar tanto con Dazai le estaba afectando un poco.

Inhaló hondo.

Simplemente no podía ser tan directo, así no expondría su insana curiosidad.

Abrió la puerta, esforzándose por poner una sonrisa lo suficientemente convincente.

Le vio sentado donde siempre, en la camilla, con los pies cruzados uno sobre el otro y la vista en las páginas de un libro que descansaba sobre su regazo. La luz tenue que se colaba por las finas cortinas blancas, haciendo que su rostro se viese brillante y lleno de vida.

—Akutagawa... ¿estás bien? —las palabras salieron de su boca tan rápido que no pudo evitarlas, echando por la borda el plan de ser persuasivo.

Este dirigió su mirada hacia él, confundido por la repentina y tan rara pregunta.

—Esa pregunta es muy amplia. —arrugó el ceño y cerró el libro.

Atsushi sabía que esa era su forma de invitarlo a tomar asiento a su lado, mas, decidió agacharse frente a él, recreando la escena de la primera vez que se vieron.

—Sabes lo que me refiero —señaló, su amigo, a pesar de no asistir a clases, era dueño de una aguda inteligencia—. Hablo de ti. No es normal pasar tus días en la enfermería del colegio —alzó la ceja como si fuese algo obvio, cosa que era—. ¿Tienes algún problema? Quizás pueda ayud-

—¿Ayudarme? —se le adelantó, soltando una risa amarga—. ¿Problemas? ¿Puedes arreglar mi vida, Jinko? ¿Puedes hacerme nacer en otro país o lugar donde las personas no te odien sin conocerte? ¿Evitar que mis padres muriesen en un accidente? ¿Hacer que mi cuerpo sea saludable? Dime, Jinko —penetró en sus ojos—: ¿Acaso eres Dios? Yo te diré la respuesta: no. No puedes hacerlo. Así que qué solucionaría que te cuente mis problemas? Exacto, nada.

Atsushi escuchó todo de principio a fin, sin opinar nada, dejando que se desahogase a su forma. Algo estaba claro.

Akutagawa ocultaba dolor tras enfado aparente.

—Mi mayor miedo es que un asesino diga algo gracioso mientras me estoy haciendo el muerto. Estallaría en risas. —habló después de unos segundos, rascándose la nuca.

El pelinegro arrugó el entrecejo con desconcierto.

—Eso no tiene ningún sentido.

Los ojos dorados y violetas le dirigieron una mirada comprensiva.

—Ni lo que tú me has dicho, tampoco.

Akutagawa fue a replicar, pero fue interrumpido.

—“Cuando te permites lo que mereces, atraes lo que necesitas” —dijo—. Te conozco hace apenas unos meses y fue a base de gritos e insultos —hizo una pausa para recordar alguna de muchas escenas—; aún así aprecio cada uno de ellos porque es tu forma de decir “estoy aquí”, “este doy yo”. Tu forma de dejar tu característica en este mundo —parpadeó, sin dejar de mirarlo. Los nervios subieron como la lava de un volcán en erupción, hasta llegar a sus mejillas—. P-perdón —agitó los brazos delante de su cara—, me expresé mal. No quise decir que lo que dijiste no tiene sentido... me refería a tu forma de enfrentarlo.

Akutagawa lo miró atento, en espera de que continuara.

»Te encierras en tu propia jaula, esperando a que alguien te saque de ahí, pero negándote a aceptar la ayuda —explicó Atsushi, calmo, dándole el tono amable a cada palabra—. Un tira y afloja que te deja en un puesto neutro. Sin darte cuenta, los sentimientos negativos y positivos que negaste a aceptar se van juntando en capas de óxido alrededor de la jaula. Y cuando te decides a abrirla, después de mucho mirar los barrotes, te das cuenta que es demasiado tarde: el óxido cubrió la cerradura —tragó, asimilando sus propias palabras, preparándose para cualquier reacción de parte del pelinegro—. No quiero que me cuentes tu vida ni que confíes en mí; en realidad, lo esperaría de todos menos de ti —rió—. Así eres. Sin embargo, solo quiero que sepas que puedes ver en mí más que un amigo —sintió las mejillas enrojecer, debido a que esas palabras se podían malinterpretar—, veas un hombro donde puedes apoyarte después de caer y seguir caminando.

Akutagawa lo miraba, atento, callado, analizando.

«Un amigo...», repitió con añoranza.

—Jinko... eso que has dicho...

Atsushi inspiró, esperando las palabras en respuesta de todo aquel discurso que dio. Se avergonzaba de lo que dijo, pero ya no había vuelta atrás.

¿Qué le diría?

Se ilusionó.

—...es realmente cursi. —concluyó, llevándose una mano a los labios para tapar una tos.

Akutagawa creyó ver el alma de Atsushi caer de espaldas al piso.

Pero lo que el albino no podía ver, era que el pelinegro sonreía para sus adentros.

.

.

Y ahí estaba, por segunda vez en el día, parado frente a la camilla de sábanas impolutas que servían de sostén al delgado cuerpo de Akutagawa.

Había ido a las clases de la tarde: filosofía y química. Una hora y media de cada una. Si de por sí, ambas formaban parte de las asignaturas más temidas de la preparatoria debido a sus profesores, juntas en el mismo periodo eran toda una tortura. Y más que Dostoyevski y Gogol eran pareja, parecían estar en sincronía a la hora de mandar trabajos inhumanamente largos.

Tenían toda la maldita semana para enviar el puto trabajo, pero nooo, esperan hasta el viernes; y te lo entregan con una cara digna de una novela de Stephen King.

Adiós fin de semana.

A la par de las campanas de fin del día de clases, se había largado corriendo hacia el segundo piso.

Después de muchas noches en vela pensando, hoy de lo diría.

Volvió a dejar entrar el aire en sus pulmones y cerró los ojos.

—... gracias. —murmuró a la par que el aire salía.

—Siempre supe que eras tonto, pero no al punto de hablar con amigos imaginarios. —habló Akutagawa desde su lugar, sin prestarle la más mínima atención.

—¡No me refiero a eso! —caminó hasta la orilla de la cama, al percatarse de la cercanía entre ellos, bajó la mirada—. Gracias por dejarme estar aquí... contigo —repitió con mayor fuerza—. Mis días serían aburridos sin ti, me he acostumbrado a tu presencia constante —una risilla divertida escapó de sus labios—, aunque te pases la mayor parte del día insultándome o tratando de matarme —un tic en el ojo apareció a la par del recuerdo de la vez que le grapó los labios con la grapadora con la excusa de que se callase.

—Eres tonto, Jinko. —dijo Akutagawa nada más Atsushi callar.

—Lo sé, alguien me lo dice muy seguido —le devolvió la pulla con ironía aprendida de él mismo. Se sentó a su lado, hundiendo el suave colchón, estaban más cerca de lo normal—. ¿Y tú? —agregó—. ¿Acaso mi presencia te hace sentir algo? ¿Algo ha cambiado en este tiempo?

No perdía nada con preguntar. ¿Qué podía pasar? Un insulto o una respuesta sarcástica no estaría fuera de la costumbre.

El silencio llenó la estancia.

Akutagawa no respondió y Atsushi no insistió, con la esperanza de que la espera fuera en busca de las palabras correctas.

Le vio abrir la boca, como si fuese a hablar, la volvía a cerrar, apretaba los labios y repetía.

—Las palabras no son lo mío, Jinko. —dijo después de un par de intentos fallidos.

—Qué raro, eres muy conversador.

—Nunca dije que no lo fuera.

Eso era cierto. Nunca se lo había dicho. Como nunca había dicho muchas cosas.

¿Eran amigos o solo compañeros que compartían un lugar donde pasar el rato?

Akutagawa conocía mucho de él por todas las cosas que le contaba, pero no era recíproco; pero tampoco insistiría. Esperaría. Eso lo sabía hacer bien.

Esperaba que algún día admitiese que eran amigos.

Sería el mejor regalo de cumpleaños.

«Cierto.»

Hizo unos cálculos rápidos. Conocía a Akutagawa hace unos dos meses y faltaban seis para su cumpleaños.

El 5 de mayo.

Ese día sería.

—Te propongo algo —comenzó a hablar con entusiasmo, girando para quedar frente a frente—: en seis meses cada uno de nosotros dirá lo que piensa del otro.

—Tienes ideas raras, Jinko.

Atsushi alzó los hombros con divertida indiferencia.

—Sí, soy extraño —con el dedo índice le picó el pecho—; y tú también.

El pelinegro se rascó la zona como si el tacto le causase comezón.

—¿Me estás llamando raro? —hizo una pregunta con matiz retórico.

Río suave y volvió a mirar a Akutagawa.

—Eres... —pareció pensarlo por un segundo— extrañamente huraño —después del bufido del otro agregó, diciéndolo más para sí que para él—: Algún día te haré extrañamente feliz.

Akutagawa elevó una comisura retadoramente y le toma la palabra:

—Entonces, te doy seis meses para volverme de esa forma.

Una gran alegría pareció inundar su interior. Había aceptado, solo que su orgullo se negaba a decirlo directamente, pero para Atsushi eso valía más que mil palabras.

—Tomaré eso como un «sí» a mi propuesta. —se dejó caer hacia atrás en la cama, con los brazos sobre el estómago, mirando el techo de la enfermería. «Las palabras no son lo mío», lo dicho momentos antes por Akutagawa volvió a su mente como un eco. Sonrió, mirándolo desde donde estaba—. Dices que no eres bueno expresando cómo te sientes —Ryūnosuke asintió levemente con su cabeza—. Entonces, usa una canción.

Lo miró extrañado. Qué ideas tan locas tenía el peliblanco, al parecería sí que se le había freído el cerebro de comer tanto arroz con té.

Simplemente se quedó observando cómo se ponía de pie de un salto y se colocaba frente a él, con las manos en la cadera. Atsushi se aclaró la garganta y le sonrió.

¿Acaso no se cansaba de sonreír?

¿Él merecía esa sonrisa?

Mientras que Atsushi solo pensaba que nada mejor que un ejemplo para que entendiera.

Cantar.

Eso haría.

Con las dobles intenciones de que cada una de las palabras que diría, estaban dirigidas a él, a Akutagawa.

Hoy te cuento mi historia, el «cómo», el «cuándo». No soy diferente, soy como tú; he llegado hasta aquí soñando. No creas que soy más bueno que nadie, no ha sido eso lo que me trajo aquí; lo que pasa es que despertaba y seguía soñando hasta que lo conseguí —su voz era suave y melodiosa, tan acorde con su personalidad que te expresaba con solo eso todo lo que él estaba sintiendo. Muy raro en verdad—. Como tal vez cualquier niño, como todo aquel quien ama los libros. Tú tan fuera de lugar, tantas buenas cartas y jugar tan mal. ¿No te dará vergüenza mirar a tus hijos y decirles que no sueñen? ¿Que la vida se basa en vivir para trabajar bajo el Sol hasta la muerte? Qué no te digan que no puedes hacerlo. Esculpidor de tu templo. Tú eres quien vive dentro y solo tú puedes verlo. Escúpeles a la cara y canta: tengo 16 y me encanta encender una luz dentro de un ser oscuro que no se levanta. Te dirán que no, pero no caigas; acabará bailando el niño que no baila. Y todo se enalza, no dirás más no quitarás peso de la balanza —los ojos dorados lo miraban con una intensidad que no podía describir, le decían tantas cosas, parecían que ellos estaban cantando aquello, aquellas palabras que sin darse cuenta, estaban dirigidas hacia él—. La mayor parte de la gente no muere por la edad... sino justo en el momento... en el que dejan... de soñar —tomó aire—. Sigue soñando, llevas el mando del cambio y puedes pulsarlo. Sigue soñando, deja de andar por el barro de sus comentarios. Bórralos. Como tú no hay dos —le señaló—. Busca en el amor, el valor de soñar con él. Sigue soñando, sigue soñando, sigue soñando —el ritmo de su voz volvió a ser tranquilo y dulce, continuando—: El título de esta canción va por mí, no es por ti. Algo me está absorbiendo la vida, me está siendo sufrir —¿eran ideas suyas o Atsushi en verdad parecía dolido, dejando salir a la luz sentimientos que tenía guardados y que le carcomían?—. ¡Ya basta! Sinceramente soy débil. ¿Pero quién no lo es, con mil heridas en el corazón y mil tiritas que no se pegan bien? No quiero que te alejes más, luz prodigiosa que viene y va. ¿Vas a quedarte a mi lado verdad? —ja, qué irónico. Era él quien quería preguntarle aquello—. Necesito de tu amor para funcionar, para poder volar y lograr todo lo que aquel niño se propuso. Soy tan fuerte como el metal pero hasta el metal se derrite, iluso. Estúpido niño, ¡agárrame! No me sueltes, sigue soñando. Tan lejos y a la vez tan cerca de alcanzarlo. Puedo notar que estás cansado, asqueado, nublado, gris, desecho; pero, recuerda —se acercó a su cuerpo y puso su mano contra su pecho, a la altura del corazón—: tu mejor versión llevará una medalla en el pecho.

Akutagawa estaba pasmado. Si en algún momento en peliblanco le había robado la paciencia, ahora le había quitado el habla y hasta los pensamientos.

¿Cómo podía ser que con unas simples estrofas de una canción dijese tantas cosas?

No, no lo decía.

Las sentía. Ahí. En el mismo lugar donde Atsushi aún tenía su mano puesta.

Pasó saliva y cerró los ojos con fuerza.

«Te responderé una pregunta.», pensó, antes de hablar:

—No es N, tampoco es I; tal vez sea más I que Q. Aunque es un poco C lo que siento por ti es R. Créelo, porque mi corazón Z es tuyo.

Atsushi ladeó la cabeza, incapaz de comprender aquellas palabras que parecía salir de sus labios con una dificultad asombrosa.

—¿Qué significa eso? —preguntó, con un mohín.

Akutagawa sonrió.

—Te doy seis meses para averiguarlo

Atsushi le devolvió la sonrisa. Al parecer, dentro de seis meses pasarían muchas cosas.

«AWANTAAAAH.»

—¡¡¡Espera!!! ¡¿ACABAS DE SONREÍR?!

—... No. —desvió la mirada.

—Que sí. —se cruzó de brazos, seguro.

—Que no.

—Que sí.

—¡Que NO!

—¡Que SÍ!

Se miraron retadoramente, una batalla entre gris y dorado.

Atsushi dio el primer paso, colocando una mano al frente, abierta, el sello de la promesa.

—Entonces, ¿en seis meses?

Akutagawa estrechó la mano. Deseando nunca soltarla.

—En seis meses.

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