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Capítulo 7.

¿Extrañaban a estos dos hermosos? Si es así háganmelo saber. Dejen muchos comentarios. 


Belle

Decir que estaba aterrada era poco para lo que en verdad sentía. No solo estaba aterrada, tenía tanto miedo de lo que pudiera pasar en mi primer día de trabajo que todo el día hice estupidez tras estupidez. Me eché el café encima, rompí un plato, casi le pongo sal a mi café en lugar de azúcar. Estuve bobeando y pensando, pero entre más pensaba más me saturaba y no llegaba a ninguna salida, así que lo mejor que pude hacer por mí fue escuchar música y salir del departamento para llegar al trabajo y empezar mi primer día en esa gran empresa.

Cogí el bus que me dejaba frente al edificio, pero decidí bajar antes para pasar a la cafetería y pedir un café. Me ayudaría a espabilar un poco y quitarme esta pereza que me estaba matando. Esperé unos minutos frente a la barra mientras lo preparaban.

Pedí un café con un poco de crema. Miraba el móvil cada cinco segundos contando el tiempo y que este pasara más rápido porque tenía que llegar a mi nuevo trabajo y no quería dar una mala primera impresión.

—Isobelle —me llamó la misma chica que me atendió. Cogí el vaso y giré para salir del lugar, pero para mi mala suerte choqué contra alguien derramándole el café encima. Pegué un gritito que llamó más la atención de las demás personas que se percataron del incidente. Levanté la mirada encontrándome con una mirada dura y carente de emociones. Un par de ojos azules que me miraron severamente, como si fuera estúpida. Y tal vez sí lo era.

—Lo-lo siento... tanto —apenas pude musitar. Sentía cada músculo de mi cuerpo entumecido. Al percatarme de quién se trataba pasé saliva y me hice chiquita en mi lugar. Empecé a temblar cómo un chihuahua.

Ay Dios.

—Debería tener más cuidado —dijo él. El tono de voz frío y duro. Cada gesto de su rostro expresaba indiferencia.

Rápidamente, lo limpié con las servilletas que me habían entregado y cogí más para secarle el café que derramé en su costoso abrigo de color negro. Menos mal que no se notaba tanto.

—Basta, basta —dijo al mismo tiempo que me esmeraba en limpiar el desastre que hice. Me sentía tan avergonzada y tan estúpida —. Basta. Es suficiente —me cogió de las muñecas y me atreví a mirarlo a la cara.

Cuando se diera cuenta de quién era me iba a despedir en cuestión de segundos.

—Lo siento —endureció el gesto y me soltó.

La chica que me atendió se acercó para secar y levantar el vaso y la tapa que cayeron al suelo. Pasó a mi lado y se acercó a la barra.

—Señor Turner —escuché al chico que atendía. Me hice chiquita en mi lugar.

—No te preocupes —musitó la chica a mi lado —. A todos nos ha pasado —la miré y sonrió —. Vas a estar bien —negué despacio.

—Creo que me he quedado sin trabajo —no entendió lo que dije. Menos mal.

—¿Quieres otro café? —negué y salí de la cafetería tras agradecerle lo que hizo por mí.

Al llegar a la empresa estaba temblando de pies a cabeza. Me sentía tan tonta por lo que ocurrió. Pero solo a mí me podía suceder algo así. Solo yo iba a derramarle café a mi jefe en mi primer día de trabajo.

Ya me veía llegando al departamento y diciéndole a Ems lo que sucedió. No podía tener tan mala suerte.

El mismo guardia que me recibió el otro día fue quien esperaba al lado de la puerta. Me regaló una genuina sonrisa cuando me detuve frente a él y me quité los audífonos para guardarlos en el bolsillo de mi sudadera.

—Tú debes ser Isobelle —empujó la puerta —. Me dijo Tere que tú eres su nueva asistente.

—Esa soy yo —extendí mi mano para saludarlo —. Isobelle Stone —me saludó de regreso, apretando mi mano. Sonrió sincero y le sonreí también. Al menos esto no lo podía arruinar.

—García —fruncí el ceño —. Mi nombre es Roberto, pero todos me dicen García.

—¡Ah! García entonces —asintió agitando mi mano.

—Es un gusto, Isobelle.

Nos soltamos y metí mis manos dentro de los bolsillos de mi sudadera.

—Pasa. Teresa debe estar esperándote —empujó la puerta —. Suerte en tu primer día, Isobelle —dijo.

Mi primer y último día.

—Gracias, García —nos despedimos y entré. A lo lejos miré a Teresa quien platicaba con las chicas del lobby. Una de ellas señaló discretamente en mi dirección y Teresa me miró. Levantó la mano y caminé hacia ella.

—Hola, Isobelle —saludó al detenerme frente a ella —. Acompáñame —le dije que sí con la cabeza y la seguí de cerca. No subimos al ascensor, pasamos frente a las chicas y avanzamos por un largo corredor al que no le veía el fin hasta que entramos en uno más estrecho donde solo había una sola puerta al final. La cruzamos y cerré.

Levanté la mirada al ver que era la lavandería de la empresa. Era grande, muy grande. La mayoría de los empleados eran hombres y solo vi a dos mujeres andar por ahí con ropa en las manos. Algunos de ellos me echaron miradas de reojo, pero no les di importancia, solo seguí a Teresa hasta que se detuvo frente a un estante donde había blusas, pantalones, faldas, camisas y sacos de todos los tamaños. Los colores eran el gris, blanco y caqui.

—¿Qué hacemos aquí? —me atreví a preguntar.

—Aquí se confeccionan los uniformes de la empresa —comentó.

—Ni siquiera creo que me vaya a quedar. No sé ni por qué vine —Teresa se detuvo bruscamente y me miró.

—¿Por qué dices eso? ¿Sucedió algo? —la miré y después miré a otro lado. Era tan insistente con la mirada que no pude ocultárselo, de todos modos el señor Turner se lo iba a comentar cuando le pidiera despedirme.

—Sucedió algo —musité.

Aún sentía lo caliente del café en mis manos. Tenía una zona del dorso rojo y me ardía.

—¿Qué sucedió?

—Accidentalmente, le derramé el café al señor Turner —Teresa abrió los ojos de par en par —. Fue un accidente. No quise hacerlo. No me fijé y él estaba detrás de mí —me apresuré a decir.

—¿Qué te dijo Mason? —agaché la mirada.

—Me dijo que me tenga más cuidado —musité.

—¿Solo eso dijo? —asentí —. Vamos a ver que dice cuando llegue. No te apresures y mejor espera.

—Pero, ¿si me despide? No quiero que este sea mi primer y último día —la miré.

—No pienses cosas que no son. Espera que él llegue y decida qué hacer. No es tan malo cómo parece.

Continuó caminando y yo detrás de ella, mirando todo a mi paso.

—¿Qué talla eres? —preguntó cogiendo una falda, pero la guardó antes de que pudiera responder a su pregunta —. Ya sé —no dije nada —. Pruébate esto —señaló una puerta —. Tengo buen ojo para esto, así que sé que te va a quedar.

Abrió una puerta y entré sin preguntar. Era un espacio moderado donde había una banca, perchas y un espejo. Me quité la ropa y no reparé en las dos cicatrices en mis muñecas, solo lo ignoré y me puse la ropa que me entregó Teresa. La falda me llegaba arriba de las rodillas, no era ajustada y me quedaba perfecta. La blusa era blanca de mangas largas, me puse el saco, el chaleco y salí para que Teresa me viera.

—Perfecto —se llevó un dedo a los labios —. ¿Usas tacones altos?

—No estoy acostumbrada —murmuré.

Me miró de arriba abajo.

—Espera —entré dentro del pequeño espacio y me miré al espejo.

—Te podrías ver peor, pero estás bien —me dije. Me recogí el cabello en una trenza y la acomodé de lado izquierdo. Le di un retoque a mi maquillaje que se basaba en máscara para pestañas, un poco de rubor y un tono delicado de pintalabios.

Teresa no tardó en regresar con un par de zapatos de tacón bajo (algo que agradecí en demasía), me los entregó y me los puse. Me miré al espejo y me gustó lo que vi frente a mí. Nunca pensé que estaría en este lugar, vestir de esta manera, gustarme un poco después de todo el infierno que viví hace semanas, pero se sentía como si hubiera sucedido ayer.

—Te ves muy bien, Isobelle. Le puedes subir a la falda si quieres —se recargó el marco de la puerta. Me giré hacia ella y le sonreí —. Vamos, que mi jefe... Nuestro jefe —corrigió —. No tarda en llegar —tragué saliva y ella notó mi incomodidad.

—Vamos —guardé la ropa en mi bolso y salí detrás de Teresa. Cuando llegamos a los ascensores había algunos empleados esperando subir también. Las puertas se abrieron y entramos detrás de todos. Fuimos a la parte de atrás mientras el ascensor empezó a subir —. Hay un par de cosas que tienes que saber. Mason es muy especial —empezó a explicar —. Le gusta el café con una cucharada de azúcar. Si él no te dice que puedes entrar a su oficina, no lo hagas y nunca preguntes nada acerca de los cuadros que tiene en la oficina.

Oh vaya. Un señorito delicado y especial.

—Entiendo —murmuré.

—Mason puede ser un poco... Especial, como ya te dije —la miré de reojo —. Pero no es una mala persona.

Siempre que alguien dice eso de otra persona es porque sí puede llegar a ser malvada.

Y no es que conozca al señor Mason, pero... Dudo un poco que sea un ángel.

—Solo obedece, escucha y calla y te aseguro que te va a ir bien —murmuró a mi lado. Asentí con la cabeza fijando mi vista en el tablero de los números que se encendían cada vez que el ascensor se detenía en un piso.

Ella estaba muy segura de que el señor Turner no me iba a despedir después de lo que sucedió. Yo no estaba muy segura.

Para cuando llegamos al último piso ya no había nadie dentro, solo Teresa y yo. Las puertas se abrieron y salí detrás de ella. Apreté el bolso a mi pecho. Ahora no venía a pedir trabajo y entregar mis papeles, ahora estaba aquí porque ya tenía el empleo el cual ahora estaba en peligro solo por mi culpa.

—Antes de que pase otra cosa necesito que firmes esto —dijo Teresa, trayéndome de regreso. Se detuvo frente al escritorio y ahí fue que me di cuenta de que al lado había otro y no estaba segura de que haya estado ahí todo este tiempo o lo habían puesto apenas, ya que iban a contratar a alguien más.

—¿Qué es eso? —me subí las gafas con el dedo. Miré un poco el papel y Teresa lo cogió para mostrármelo.

—Es el contrato, que incluye una cláusula donde aseguras que no vas a decir nada de lo que pasa aquí dentro —miré a Teresa un par de segundos, confundida —. Es una gran empresa —empezó a explicar —. Pasan muchas cosas aquí y al ser una asistente te vas a enterar de muchas cosas más, desde la familia hasta del señor Turner, así que es un seguro para ellos.

—Entiendo —cogí el papel —. ¿Lo puedo leer? —asintió con una sonrisa.

—Ese es tu escritorio. Creo que tiene todo lo que vas a necesitar, pero si te hace falta algo me dices —me hizo una seña para que la siguiera —. Ven —fui detrás de ella y avanzamos por un pasillo que nos llevó a una pequeña cocina. Estaba equipada con todo, tenía un horno de microondas, cafetera, azúcar, un frigorífico, etc. —. Cuando quieras tomar algo puedes venir aquí y si quieres algo de comer puedes bajar al comedor o pedirlo también —señaló el teléfono empotrado en la pared —. La hora de comida es a las doce, pero tenemos un pequeño receso a las diez para picar algo.

—Vaya —musité y Teresa sonrió —. Estás muy segura de que me voy a quedar.

—Lo estoy —aseguró.

—Hice una tontería en mi primer día de trabajo. No creo que el señor Turner me lo perdone —comenté.

—A todos nos ha sucedido, Isobelle.

—¿Tú también le has derramado café a tu jefe? —se quedó pensando y supe que la respuesta era no.

—No precisamente con Mason, pero sí con su padre. Era cómo tú, joven e inexperta, aunque en eso me ganas, porque al menos tú has trabajado siendo la asistente de alguien, yo no tenía experiencia y en mi primera semana le derramé el café al señor Turner.

—¿El padre del señor Turner? —yo misma fruncí el ceño tras lo que dije.

Teresa asintió.

—Así es —exhaló —. Así que no te preocupes. No pasa nada.

Sí pasaba y mucho.

Ahora entendía por qué todos querían trabajar en este lugar, era el paraíso. Teresa era una hermosa persona, comprensible y atenta

—Vamos —me condujo de regreso a nuestro lugar de trabajo y me puse a leer el contrato. Eran varias hojas, pero me enfoqué en lo más importante. Básicamente, decía que todo lo que pasara en este lugar no debía salir de aquí. No podía hablar con nadie que me pidiera información del señor Turner y su familia y si se llegaba a filtrar algo y era yo quien lo había dicho me podía enfrentar a una demanda y tampoco quería eso. Nada de llevar y traer chismes, tenía que ser profesional. Tendría dos semanas de vacaciones, las podía dividir para que fueran dos veces al año o solo una. Si alguna vez llegaba a viajar con el CEO, todos los gastos iban a correr por parte de la empresa. Tenía una hora para comer, podía hacerlo en el comedor o salir a mi casa.

Revisé por última vez que mis datos estuvieran correctos y firmé los papeles que le entregué a Teresa. Ella los guardó en una carpeta que después sería entregada al CEO. Me explicó como funcionaban las cosas en este lugar, desde las extensiones de los teléfonos, cada una de las áreas, correos y todo eso. Tenía mucho que aprender, pero estaba más que segura que podía con esto. Tenía las ganas, así que era un incentivo para aprender algo que se me daba bien y me gustaba.

Justo a las ocho de la mañana escuché las puertas del ascensor abrirse y temí que fuera el señor Turner, porque la primera vez que lo vi me pareció una persona un tanto... Con un carácter fuerte.

No arruines más las cosas, Belle, no lo hagas.

Pero ya lo había arruinado y ahora solo esperaba que me echara a patadas de su empresa. Lo merecía por descuidada, por no fijarme antes de girar.

Escuché sus pasos hasta que se detuvo justo al lado de Teresa. Sentí un escalofrío, recorrerme la piel y la columna. Se quedó de pie un par de segundos y giró la cabeza en mi dirección, lo que provocó que quisiera desaparecer de su escrutinio. Me observó por un par de segundos que se me hicieron una eternidad. Ahí se dio cuenta de que fui yo la que arruinó su costoso abrigo con café. Tragué saliva y miré su abrigo, justo donde derramé el café. Lo miré de nuevo a los ojos y me encontré con esa mirada vacía.

Pasó de largo hasta entrar a su oficina. Las persianas estaban abiertas, pero él se aseguró de cerrarlas para que nadie viera lo que sucedía ahí dentro. Solo alcancé a ver como se quitaba el abrigo y los guantes, caminó de un extremo al otro y fue frente al ventanal. Teresa se puso de pie a mi lado.

—Hay algo que se me olvidó decirte —giré la cabeza para verla.

—¿Sí? —tragué saliva.

—El hermano menor de Mason trabaja aquí y, por lo tanto, deberás atenderlo a él también —de nuevo tragué saliva y miré hacia la oficina del señor Turner. Lo pillé mirándome, pero dejó de hacerlo en cuanto nuestras miradas se encontraron. Mi cuerpo vibró de los pies a la cabeza y tuve la necesidad de mirar a otro lado, ya que me sentía... Cohibida, rara.

Vi a Teresa desaparecer por el pasillo que llevaba a la pequeña cocina y después de unos minutos apareció con una taza con café en las manos. Me sonrió y empujó la puerta sin preguntar, él le dijo algo a ella y ambos miraron en mi dirección, lo que provocó que sintiera más vergüenza y más ganas de querer desaparecer.

Tenía esa energía oscura, esa vibra de ser todo un conquistador, con esa mirada fría, esa aura peligrosa. Sentía las piernas débiles y el corazón me latía a mil por hora. No había sentido esto que ahora mismo abrazaba mi cuerpo y fue tan... Extraño, como si lo hubiera visto antes, pero eso no podía ser, jamás lo había visto hasta esa mañana, pero tenía el aroma de su colonia impregnada en la piel.

De seguro le estaba diciendo a Teresa que no quería a una imprudente cómo yo en su empresa y que me echara sin delicadeza alguna. Tendría que coger mis cosas e irme con la cabeza agachada y derrotada. Lo peor de todo es que era una derrota que merecía, pero que no quería aceptar.

Mason

Salí del ascensor como todas las mañanas y nada fue diferente hasta que me acerqué a la oficina y sentí un escalofrío, recorrerme la piel, cada centímetro de esta. Me detuve de golpe cuando el aroma dulzón de un perfume (que no era el de Teresa) me acarició la punta de la nariz. Apreté el maletín con los dedos, ejerciendo la fuerza necesaria para que este chirriara entre ellos. Giré la cabeza y la vi ahí, queriendo pasar desapercibida, con esas gafas sobre el puente de la nariz, el cabello recogido en una trenza justo en el hombro. Llevaba puesto el uniforme que parecía ser una talla más grande que la suya, la observé por algunos segundos y recordé esa mirada temerosa observándome. De nuevo me miraba así, como si fuera un monstruo que estaba dispuesto a arrancarle la cabeza por lo que sucedió en la mañana. No fue su culpa, solo un accidente, pero para ella esto era el fin del mundo.

No podía estar más equivocada.

Viré la cabeza y continué hasta entrar a mi oficina, cerré las persianas, me quité el abrigo y los guantes, fui de un extremo de la oficina al otro y observé la ciudad desde el ventanal con las manos metidas en los bolsillos de mi pantalón. Teresa no tardó en entrar con la taza de café en las manos.

—Buenos días, Mason —me entregó la taza. La recibí y le eché una mirada a la joven que empezaba a trabajar sentada en la silla frente al escritorio —. Ella es la chica nueva —le di un sorbo a la taza, Teresa también miró a la chica que levantó la mirada hacia nosotros.

—Es ella. La que derramó su café en mi ropa —me miró de nuevo —. ¿Cuál es su nombre? —indagué.

—Isobelle. Me comentó lo que sucedió y está muy apenada.

—Isobelle —repetí, saboreando cada una de las letras que conformaban su nombre. No había escuchado un nombre así, pero me parecía lindo. Original. Único.

—Isobelle Stone —añadió —. ¿No vas a decir nada?

—¿De qué? —la miré confundido.

—De lo que sucedió en la mañana.

—Es una tontería. Fue un accidente y ella está aterrada —una sonrisa divertida se dibujó en mis labios —. No se lo digas.

—¿Por qué?

—Se ve tierna cuando tiene miedo —Teresa se quedó en su lugar sin decir palabra alguna —. Deja que piense que en cualquier momento la voy a despedir y verás lo eficiente que es.

—Eso es cruel.

—Merece un escarmiento.

—Es una niña.

—La vida es cruel, Tere —bebí más café —. Quiero que le enseñes todo lo que sabes, no dudo que lo hagas bien, como siempre —rodeé el escritorio y dejé la taza sobre este para tomar asiento. Me senté en la silla dejando caer todo mi peso en el respaldo.

—Sabes que haré lo mejor que pueda —llevé mis manos al frente sin quitarle la mirada de encima a la joven que se veía un poco nerviosa, pero así estaba trabajando.

—No lo dudo, pero no sé si ella pueda con esto —murmuré. Levantó la mirada hacia mí y así mismo dejó de mirarme. Sus mejillas se pusieron rojas al instante.

Adorable.

Me incorporé y cogí la taza de nuevo.

—¿Arvel ya llegó?

—Todavía no, pero no creo que tarde en llegar —dijo —. ¿Necesitas algo? —negué con la cabeza.

—Te puedes ir, Teresa, gracias.

Me regaló una sonrisa y giró para salir de la oficina. Cerró la puerta y le eché una mirada fugaz a la joven Isobelle que atendía las instrucciones de Teresa. La mujer era tan amable que estaba segura con ella, le iba a ayudar en todo lo que no pudiera hacer o entender. Teresa sabía que si Isobelle llegaba a aprender todo lo que ella hacía, se iba a quedar en su lugar cuando ella se fuera. Llevaba años trabajando para esta familia, así que ya era justo quitarle todo el peso de encima y darle solo paz y no más problemas.

Me puse de pie justo en el momento que Arvel llegaba y se quedaba de pie frente a la joven Isobelle. Alzó las cejas y miró a Teresa, después a ella de nuevo y a Teresa una vez más.

—¿Y tú quién eres? —se giró por completo a ella. Me acerqué a la puerta para escuchar lo que le decía.

—Mi nombre es Isobelle Stone —la mirada de Arvel chispeó al escuchar su nombre y se acercó un poco más hasta que cogió su mano y pasó su pulgar sobre su dorso.

Idiota.

—Isobelle, que bonito nombre, igual que tú —Teresa rodó los ojos.

—¿Se le ofrece algo? —le preguntó Teresa y solo así Arvel le prestó atención soltando la mano de Isobelle.

—¿Me puedes llevar una taza con café? —se dirigió a Isobelle. Ahora fui yo quien rodó los ojos —. Por favor, Isobelle —ella miró a Teresa y esta no dijo nada.

—Claro que sí, señor Turner —este hizo una mueca arrugando la nariz.

—Dime Arvel, por favor, el señor aquí es Mason, no yo.

Imbécil.

—Con dos cucharadas de azúcar —le dijo y se alejó canturreando.

—Ve antes de que regrese y pida su café —le sugirió Teresa a Isobelle que no tardó en ponerse de pie e ir por el café —. ¡Con dos cucharadas de azúcar! —le recordó.

—¡Entendido! —respondió la joven.

Una pequeña sonrisa se dibujó en mis labios, pero al sentir la mirada de Teresa, se borró por completo, dejando solo una sombra de ella.

—¿Necesitas algo, Mason? —no sabía qué decir o que hacer, me había pillado escuchando una conversación ajena.

—No, yo... Solo estaba viendo que Arvel ya llegó —me asomé por la puerta.

—¿Quieres que le diga algo? ¿Le digo que venga a verte? —sacudí la cabeza en negación. Entré de nuevo a la oficina y al cabo de un rato vi cuando Isobelle regresó con la taza en las manos. Se dirigió a la oficina de Arvel y me dediqué a trabajar.

Por la tarde Teresa junto con la señorita Stone bajaron a comer y aproveché para hablar con Murray. Para saber como iban las cosas en el laboratorio y la venta de las drogas, pero justo cuando le marque, Arvel apareció en la puerta de mi oficina asomando la cabeza.

—¿Puedo pasar? —miré la pantalla, Murray respondió.

¿Qué pasa jefe? —colgué y dejé el móvil encima del escritorio.

—Pasa —me acomodé en mi silla —. ¿Qué se te ofrece?

—Sabes que no me gusta meterme en esta relación amor/odio que tienes con mi padre, pero me pidió que te diga que vayas a verlo. Te ha estado marcando y no respondes —recordé que había llamado, pero no atendí al teléfono.

—Ajá, ¿y? —Arvel rodó los ojos con hastío.

—Se supone que te digo esto para que vayas a ver a mi padre, si quieres también a mi madre, si es que tu agenda no está tan ocupada como para visitar el hombre que ha visto por ti desde que naciste —se escuchaba molesto.

Exhalé sonoramente y me sobé la frente con dos dedos. Cerré los ojos unos segundos para pensar. Si le decía que no iba e inventaba un buen pretexto, sería lo mismo la próxima semana hasta que aceptara ir a verlo. Si le decía que sí, de una vez me iba a librar de sus regaños y podría pasar dos meses más sin ver a mi padre y su esposa. Así que hice lo que más me convenía en ese momento.

—Está bien, en cuanto salga iré a verlo —una gran sonrisa sondeó sus labios —. ¿Feliz?

—¡Sí! —respondió exaltado —. ¡Claro que sí! No pensé que fueras a aceptar tan rápido —estaba incrédulo porque acepté a la primera.

—No vas a tener que rogarme un mes para que vaya a verlo —sonrió.

—No, no tendré que hacerlo —parecía demasiado incrédulo. No creía que hubiera aceptado. Tal vez pensaba que estaba bromeando —. Bueno, me voy a trabajar —asentí.

Giró sobre sus talones y caminó hacia la puerta, pero se detuvo a medio camino y volteó.

—¿En serio vas a ir? —frunció el ceño levemente.

—Sí, después de salir del trabajo —abrió los ojos a la vez que giraba de nuevo para esta vez sí, salir de mi oficina.

Lo vi pasar frente al ventanal e ir en dirección a su oficina.

No pasó mucho tiempo para que Murray me marcara, me fijé que no viniera nadie y respondí.

Jefe, ¿necesita algo?

—¿Cómo van las cosas? ¿Has ido a Hell? —me puse de pie y me detuve frente al ventanal para observar la ciudad.

No he ido, señor, he estado viendo la distribución de las drogas —del otro lado de la línea se escuchaba mucho ruido y supe que estaba en la fábrica.

—¿Y cómo va ese tema? —indagué.

Bien, los vendedores ya están distribuidos y saben lo que tienen que hacer en caso de...—lo interrumpí.

—En caso de que la policía los atrape —no dijo nada, pero su silencio me dijo que sí —. No te preocupes por eso, Rivera sabe lo que tiene que hacer si no quiere que su cuenta de banco quede vacía al final del mes.

Entiendo señor. Con respecto a lo otro...—tragó saliva —. Las pastillas están listas. Voy a ir por ellas y se las paso a dejar al departamento.

—Me harías un gran favor, Murray —dije, sereno.

Lo veo por la tarde...

—No, ve por la noche, voy a visitar a mi padre, así que... Ya sabes.

Está bien, jefe. Lo veo en la noche, entonces —colgó y sostuve el móvil con una mano. Observé la ciudad por algunos minutos que me supieron interminables y giré para regresar al escritorio, pero me detuve de golpe al observar el cuadro que había pintado con tan solo doce años. Todos decían que era un niño prodigio, que iba a llegar muy lejos si seguía pintando, que podía ir y hacer todo lo que yo me propusiera, pero todo eso se terminó el día que me desgraciaron la vida. El día que todo se rompió para mí y no hubo nada más que oscuridad y dolor en mi vida.

**

La relación con mi padre no era buena para nada, al contrario. Entre más lejos pudiera estar de ellos y esa vida era mucho más feliz, aunque hacía tanto que no le encontraba el significado a esa palabra. Hacía tanto tiempo que no era feliz, que dejé de sonreír y que solo el dolor era una constante en mi vida llena de amargura. Evitaba ir a esa casa porque me recordaba todo lo malo que pasé hace años, todo el daño que me hicieron y dejó marcas en mi cuerpo y en mi alma que se fue apagando cada día.

Estacioné el auto al lado de la camioneta 4x4 de mi padre, la que usaba para ir a acampar. Recordé que la tenía desde hace años y aún se veía como nueva. Siempre supo cuidar de sus cosas, me hubiera gustado que también hubiese cuidado de mi madre, así como lo hacía con todo lo demás. Miré hacia la casa y vi que la esposa de mi padre estaba en la terraza que daba al jardín principal. Bufé y apagué el motor para bajar. Cerré la puerta con cuidado y caminé hacia la casa, cuando levanté la mirada, Susan ya no estaba.

Avancé por el pasillo empedrado y empujé la puerta entrando a la casa de mi padre. Me recibió la música de Mozart y después mi padre fingiendo que dirigía una orquesta imaginaria.

—¡Meme! —dijo exaltado. Cerré la puerta detrás de mí y caminé hacia él. Nos dimos un abrazo fugaz y di un paso atrás —. ¿Cómo estás, Meme? —bufé. No me gustaba que me dijera así, detestaba que me dijera así.

—Estoy bien, pa. ¿Tú, cómo estás? ¿Cómo vas con la presión?

Papá tenía problemas con la presión, a veces se le subía demasiado y ese era un gran problema para su salud. Tenía que tomar medicamentos a diario y no pasar por momentos que lo alteraran demasiado.

—Estoy bien, Meme —rodeó mis hombros con su brazo y me llevó con él al jardín de atrás —. Susan me cuida y se asegura que tome mis medicinas.

—Que bueno que te atiende, que te cuida —las palabras me supieron amargas en la boca. No es que odiara a su esposa, tampoco es que le tuviera aprecio, pero había una espinita de rabia y rencor hacia ella por traer consigo la desgracia a mi vida. Cuando ella llegó aquí todo cambió, todo empeoró más de lo que ya estaba mal.

—Es una buena mujer.

Mi madre también lo era y aun así le dejaste.

—Sí, lo sé —murmuré. Llegamos a la mesa del jardín y nos sentamos en las sillas debajo del parasol. Subí una mano a la mesa, mis dedos repiqueteaban sobre el vidrio —. Cada vez que vengo me dices lo mismo, me lo recuerdas como si fuera un mantra —murmuré.

Mi mirada viajó hacia la gran piscina y cada uno de los recuerdos que había metido en una caja y arrojé al fondo, en lo más profundo, salieron a flote. Recordé aquel día como si hubiera sido ayer. La primera vez que fui abusado y ni siquiera me había dado cuenta, no lo sabía porque en mi familia no se hablaba de eso, no era tan común que un hombre (en este caso un niño) fuera víctima de abuso sexual. Aún podía sentir la mano de aquella mujer (amiga de Susan) tocarme por encima del bañador que era de color azul con palmeras. ¡Era un maldito bañador de color azul con palmeras! Lo que usa un niño de doce años. Dios. ¿Cómo es posible que a una mujer de más edad le hubiera parecido atractivo ver a un niño con bañador y pensar que sería buena idea acorralarlo para tocarlo y amenazarlo? ¿En qué mente tan enferma eso era sexi? Solo en la de aquella mujer que creyó que un niño le podía dar todo lo que buscaba en un hombre. Tenía una mente tan podrida y enferma.

Me sentí asqueado al recordar ese momento. Me sentía culpable, lleno de angustia y dolor. Sabía perfectamente que nada de lo que pasó en ese momento y después, fue mi culpa, pero no dejaba de repetirme que tal vez hice algo para que eso pasara, para que todas esas personas se vieran con el derecho de hacer lo que hicieron.

—Eres tan bonito, Mason. Tu rostro perfecto, tus hermosos ojos. Es tu culpa estar aquí, en esta situación —dijo aquella mujer —. Si no fueras tan bonito, tan perfecto no estarías aquí. Así que es tu culpa —su dedo se paseó por mis labios y tiró de este con las uñas para después soltarlo y chuparlo con su sucia boca.

—¿Meme? ¿Estás bien? —observé a mi padre. Parpadeé y tragué saliva con dificultad, como si tuviera una piedra en medio de la garganta.

—Sí, estoy bien —me estremecí. Todavía podía sentir las sogas amarradas a mi pequeño cuerpo, para inmovilizarme e impedir que no me moviera y ellas pudieran hacer lo que fuera conmigo. Me puse de pie de golpe ante la mirada pasmada de mi padre. Estaba hiperventilando y eso llevaba a un ataque de pánico del que no quería ser presa de nuevo. Hacía tanto que no tenía uno y no pretendía que eso se repitiera de nuevo.

—Mason —se puso de pie, pero levanté la mano para que regresara a su lugar —. ¿Necesitas algo? —me quité uno de los botones de la camisa. Me quité el saco y lo colgué en el respaldo de la silla.

—Nada —tomaba respiraciones cortas y contaba cinco segundos. Volví a respirar y contar cinco segundos más —. No es nada —me alejé un poco y cerré los ojos respirando más tranquilo.

Regresé a mi lugar y al cabo de unos segundos Susan apareció con una bandeja en las manos, dentro de esta había una jarra y unos vasos. Me tensé al verla, cuando se sentó a mi lado en la silla.

—Qué milagro que vienes, Mason —me entregó un vaso con agua y hielos —. Tu padre siempre le pregunta a Arvel por ti.

—Lo sé. También le pregunto a Arvel por él —aclaré. Mi padre entendió junto a Susan que solo me importaba mi padre y nadie más. Cogí el vaso y evité mirar a Susan, no la toleraba, era de mi desagrado tener que soportarla.

—Mason —masculló mi nombre, molesto.

—Déjalo, cariño. Ya conocemos a Mason y sabemos de su humor negro —palmeó la mano de mi padre. Sentía su mirada sobre mí.

—Pero eres mi esposa y te debe respeto.

—El respeto se gana, no se exige —comenté, ya un poco cabreado por la actitud de ambos —. No fue buena idea venir —me limpié las comisuras de los labios con la servilleta —. Cada vez que vengo terminamos discutiendo por ella —me refería a Susan.

—Es mi esposa, Meme —comentó mi padre, con serenidad —. Solo quiero que entiendas eso —me puse de pie y arrojé la servilleta sobre la mesa —. Solo quiero que le tengas un poco de aprecio.

Una risita burlona escapó de mis labios.

—Eso no va a pasar porque Susan es la culpable de todas mis desgracias —papá se puso de pie de golpe.

—¡Siempre dices lo mismo, pero nunca sé el porqué lo repites cada que tienes oportunidad! —empujé la silla de nuevo a su lugar.

—Lo mejor es que no lo sepas, de todos modos no me vas a creer —hice una reverencia. Cogí el saco y me lo puse —. Papá. Susan —me despedí de ellos —. Nos vemos en un mes.

Me alejé de ellos, pero me detuve al escuchar a mi padre llamarme.

—Meme, te amo hijo —tragué saliva. Una bola se formó en mi garganta —. Te amo mucho —su voz salió en un hilo.

—Y yo te amo a ti, viejo —murmuré para que no me pudiera escuchar.

Al entrar al auto golpeé el tablero con las palmas y los puños cerrados. Grité internamente y dejé salir una larga exhalación. Recargué la cabeza en el respaldo del asiento y cerré los ojos.

Por más que quería no discutir con mi padre, siempre terminábamos enojados y sin hablar por días. ¿Por qué mi relación no era cómo la de mis Yayos? Con ellos todo era más fácil.

A veces pensaba que un día la relación con mi padre volvería a ser lo que fue antes, sin embargo, cuando algo así sucedía terminaba de afirmar que eso no iba a pasar, no en corto tiempo. Restaurar algo que se rompió no era tan fácil de pegarlo y que fuera lo mismo de antes. 

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¡Hola! ¿Cómo están? Espero les haya gustado el capítulo. He regresado con las actualizaciones de este libro. Solo serán cada semana, ya que tengo otros proyectos en los que estoy trabajando.

Me gustaría que me apoyen, ya que no estaba segura de regresar a Wattpad por algunos asuntos que han ocurrido con la plataforma, pero aquí estamos y espero su apoyo. Lo único que pido es un voto si te ha gustado el capítulo y al menos un comentario, por favor.

Nos leemos en el siguiente capítulo.

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