Capítulo 6.
Mason
Desperté de golpe después de tener una pesadilla que interrumpió mi sueño. Había noches como esta, que eran buenas para mí, sin embargo, había noches en las que dormía poco y pasaba más tiempo en el gimnasio intentando alejar los malos pensamientos de mi cabeza. Recogí mis piernas con los brazos y pegué las rodillas a mi pecho, subía y bajaba. Sentía la garganta ardiendo, seca por los gritos que emitía cada vez que tenía una pesadilla de ese tipo.
Retuve las lágrimas en las esquinas de los ojos para no llorar. Ya no quería hacerlo y no porque pensara que llorar te haga débil, más bien porque lo hice por mucho tiempo y no sirvió de nada. No solucioné nada llorando, al contrario, me fue mucho peor hacerlo que haberme quedado callado. Estaba consciente de que era un niño y que nada de lo que sucedió fue mi culpa, sé que fue culpa de los demás, de quienes no me ayudaron y se quedaron callados por miedo o porque les convenía. Sin embargo, a pesar de que ya habían transcurrido muchos años no podía olvidar lo que me hicieron, lo que me obligaron a hacer también. Aún, después de tantos años, sentía asco de mi piel, del hedor que yo sentía que desprendía.
Miré la hora en el reloj y eran pasadas las cuatro de la mañana. Salí de la cama y miré a través de la ventana. Tenía una hermosa vista de la ciudad. Era perfecta. Mía.
Giré y caminé por el pasillo dirigiéndome al gimnasio que tenía en el departamento. Hacer ejercicio me ayudaba cuando no podía dormir. Aunque siguiera las indicaciones de mi psiquiatra, simplemente el sueño se esfumaba, así que prefería ocupar mi mente en otras cosas.
Salí del gimnasio bañado en sudor y me duché para refrescar mi cuerpo. Restregué mi piel con tanta fuerza lastimando el área de los brazos, el pecho y el cuello. Ojalá que pudiera borrar los años y años de violencia e insultos que recibí. Ojalá que fuera así de fácil, pero no lo era. Tendrían que borrarme la memoria para ser el hombre que tenía que ser y no lo que los demás crearon. Me vestí para ir a trabajar y cogí el frasco de las pastillas, sopesé la idea de tomarlas todas de golpe para ver lo que sucedía. Observé el frasco más tiempo del que me hubiera gustado y descarté la idea tras pensarlo unos segundos. No había tiempo para esto, ya lo había hecho y solo provoqué que mi padre casi tuviera un paro cardiaco.
Bebí las pastillas con un poco de agua, cogí el saco y el maletín y salí del departamento. Esta vez no me detuve a comprar nada, seguí mi camino hacia la empresa. Tenía el estómago revuelto por aquella pesadilla que se repetía una y otra y otra vez. Me arrastraba dentro de sus entrañas y me era casi imposible salir de ahí. No había una mano que me tomara y me ayudara. Detestaba que esto se repitiera. Cuando creía que lo había dejado atrás, sin embargo, los recuerdos regresaban con más fuerza para recordarme que nunca se fueron, solo se escondieron en una parte de mí y regresarían cuando más débil me sintiera.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron di un paso fuera. Lo primero que escuché fue el teléfono sonar una y otra vez, la copiadora trabajando y a Tere respondiendo el teléfono. Me acerqué y miré a aquella mujer que era parte de mi familia y a quien le tenía un gran cariño.
—Buenos días —saludé a Tere.
—Buenos días, señor Turner —saludó mientras avanzaba a mi oficina.
—Llévame un café y algo para desayunar —empujé la puerta y ella asintió.
—Claro —dejé la puerta entreabierta y encendí la luz que iluminó la oficina. Dejé el maletín sobre el escritorio a la vez que me quitaba el abrigo, lo colgué en el perchero y después los guantes que dejé encima del mueble al lado del escritorio.
Me acerqué a la ventana y cogí el telescopio para mirar la ciudad más de cerca. Lo tenía ahí porque la mayor parte del tiempo me la pasaba en la oficina trabajando y me gustaba mirar el espacio. Mi madre me dijo antes de morir que ella iba a estar en las estrellas, por eso la observaba cada noche, porque ella era una hermosa estrella que iluminaba el firmamento.
Teresa no tardó en entrar con el carrito donde traía el café y el desayuno. La ciudad apenas estaba despertando, las personas se veían como hormigas desde donde me encontraba, el ruido de los autos, los taladros perforando el asfalto de la construcción que estaban haciendo en la calle de atrás.
—¿Ya viste lo de la asistente? —me giré hacia Teresa y solté el telescopio.
—Sí, tengo los documentos en el escritorio, pero...—no la dejé terminar.
—Dile a Arvel que te ayude con eso. Necesito que te quites un poco de trabajo de encima —me acerqué y cogí la taza con café. Inspiré llenando mis fosas con el rico aroma del café recién hecho.
—Pero...—alcé una ceja —. No va a querer ayudarme con eso —dejó el croissant sobre el escritorio junto a la mermelada y la fruta.
—Arvel hará lo que yo le diga y si tiene algún problema con eso le dices que venga y me lo diga a mí —cogí el croissant y le di una mordida sin dejar de mirar a Teresa.
—Está bien.
—Cuando llegue le dices que te ayude. Sabes que necesito a alguien que te ayude a ti para que tú me ayudes a mí. Alguien que no diga nada de lo que pasa aquí dentro y ya sabes...
—Sí, tiene que firmar el contrato de confidencialidad —asentí a las palabras de Teresa.
—Eficiente, preparada, que pueda con el trabajo que implica estar dentro y que a la primera no se vaya corriendo —señalé y Teresa, asintió. No se movía de su lugar, se mantenía de pie frente al escritorio con las manos frente a ella —. Alguien como tú que sepa guardar secretos.
—¿Habría algún problema si solo viene a trabajar por las mañanas? —alcé una ceja. Le di un sorbo al café.
—¿Por qué vendría a trabajar solo por las mañanas? —pregunté, curioso.
—Hay una chica, perfecta para el puesto, pero estudia por las tardes —ahora lo entendía.
—Si estudia en la universidad, entonces es muy joven —Teresa desvió la mirada unos segundos, pero me miró de nuevo.
—Lo es, pero también es la más preparada para el puesto. Mason, te juro que tengo un buen presentimiento con ella —entrecerré los ojos. Fui detrás del escritorio y me senté en la silla.
—No sé —dije al fin —. No puedo confiar en alguien de ¿veintidós años? —se mojó los labios antes de responder.
—Veinte —replicó.
—Veinte años —repetí —. ¿Qué va a hacer una niña de veinte años en este lugar?
—¿Trabajar? —dijo en un tono de voz un poco divertido que me arrancó una sonrisa de los labios —. ¿Lo ves? No es tan malo —mis ojos se quedaron fijos en la pared al lado de Teresa, en uno de los cuadros que había pintado hace años, cuando todavía tenía ganas de hacerlo. Cuando la inspiración estaba ahí, corría por mis venas y no se había convertido en petróleo en mi sangre.
—¿Prometes que es buena en esto? —la miré de nuevo. Se veía muy convencida y yo confiaba demasiado en ella. Era la más preparada y llevaba años trabajando con nosotros.
—No sé si sea buena o no, es muy joven, pero la vi y me dio una buena impresión y sabes que no me equivoco en esas cosas —en eso le daba toda la razón por que era más que cierto. Teresa tenía un buen ojo para estas cosas y rara vez se equivocaba —. Tú lo has dicho; necesito ayuda, no puedo sola con todo lo que hay que hacer todos los días.
Mis dedos tamborileaban sobre la superficie plana. Miré a Teresa a los ojos, se mantenía serena de pie frente a mí.
—Una semana de prueba...
—Dos —habló.
—Una y ni un día más —bufó —. Si en una semana no demuestra que es buena y que aprende rápido no tiene caso tenerla en la empresa —formó esa mirada que muchas de las veces me daba pena y cedía, pero esta vez no lo haría.
—Dos y ni un día más —replicó, pero negué con la cabeza.
—No. Una semana —Teresa terminó por ceder primero y que bueno que lo hizo o sería yo quien lo haría en pocos segundos.
—Está bien. Le voy a llamar, que venga mañana —asentí.
—Entre más rápido mejor —hizo un asentimiento con la cabeza y dio la vuelta para salir y dejarme solo.
Aproveché antes de que Arvel o la misma Teresa entraran y no me dejaran hablar con Murray. Era raro que viniera a la empresa y si lo hacía por alguna emergencia, o porque yo se lo pedía, él no lo hacía por cuenta propia. Porque sabía que eso era poner en peligro todo y no se lo iba a perdonar tampoco.
Cogí el móvil y marqué el número de Murray, el primero en mi lista de contacto, porque era a quien siempre llamaba o necesitaba para una emergencia.
—Señor —respondió a la primera.
—Necesito que le digas al doctor que las pastillas no sirven —miré en dirección a la puerta.
—¿Las pastillas para dormir? —dejé caer la cabeza contra el respaldo de la silla.
—Esas... Últimamente, me despierto a media noche y me es difícil poder conciliar el sueño. Necesito una dosis más fuerte. Dile que por la noche lo veo en el departamento, vas con él.
—Claro que sí, jefe yo le digo —colgué antes de que dijera algo más.
Cerré los ojos unos segundos, en los que dejé mi cabeza en blanco, donde no había nada más que silencio y un poco de paz. Abrí los ojos de golpe al escuchar los pasos de Arvel dirigirse hacia mi oficina. Entró sin pedir permiso, cómo siempre lo hacía. Traía unas carpetas en las manos.
—Me dijo Teresa que quieres que revise con ella a las candidatas para el puesto de asistente —alzó una ceja, incrédulo.
—Sí. ¿Hay algún problema? —acortó la distancia y dejó los papeles sobre el escritorio frente a mí. Más bien los arrojó.
—Yo no hago este tipo de trabajos, Mason —se rascó una ceja.
—Pues ahora lo vas a hacer hasta que Teresa encuentre una asistente —torció los labios en un gesto de molestia, pero que en lo personal no me importaba lo que estuviera sintiendo, si le molestaba o no.
—¿Y por qué no lo haces tú? —indagó.
—Porque tú no vas a hacer mi trabajo —cogí la taza con café y le di un sorbo sin dejar de mirar a Arvel.
—Claro que lo hago, dime qué y no tengo ningún problema.
—El problema es que no quiero que lo hagas —bufó —. No te vas a tardar tanto. Teresa ya tiene a una candidata, solo tienes que asegurarte que sea perfecta para el puesto.
De mala gana cogió las carpetas y se dio la vuelta refunfuñando.
—Imbécil —masculló y salió de la oficina.
—Imbécil —repetí.
Para lo poco que me importaba lo que dijera de mí. Siempre tuvo una mala impresión de mí desde que tenía uso de razón, nunca nos llevamos bien, aunque fuéramos hijos del mismo hombre y tampoco me esmeraba en que fuera diferente. Crecí solo y me crie solo, a diferencia de Arvel quien siempre estuvo rodeado de niños, yo no era muy sociable y con lo sucedido no tenía ganas de hablar con nadie. Solo me encerré en mi burbuja y ni mi padre ni su esposa supieron como fue que pasé de querer vivir y sonreír, a querer morir cada día y ser solo una persona que vivía en automático.
**
Todo el día evité a Arvel y sus preguntas tontas, tampoco necesitaba saber qué pensaba de las candidatas para el puesto de asistente, solo quería que hiciera bien su trabajo y ya, no tenía por qué decirme todo y dar detalles innecesarios.
Al final de la noche se fue temprano junto con Teresa y yo me quedé un rato más, ya que regresar a mi departamento era darme cuenta de la soledad que me rodeaba, no tenía amigos y no me llevaba bien con mi familia. Y si pudiera considerar a alguien como un amigo, ese sería Murray, ya que tenía años de conocerlo y se podía decir que le tenía aprecio, sí, eso era, aprecio. No era un mal hombre, solo hacía lo que se le pedía, ya que parecía una máquina de matar que fue creada para hacer daño, pero si se controlaba era un sujeto agradable, aunque su aspecto no ayudara mucho. La mayoría de las personas que lo miraban huían de él, se alejaban como si fuera un monstruo, cuando en realidad todos lo somos a nuestra manera, pero nadie lo quiere aceptar.
Me acerqué al telescopio y lo cogí para observar el universo. Observé cada rincón, cada planeta que se podía ver a esa hora. Busqué la estrella que nombré cómo mi madre y me quedé mirando un buen rato.
Alguien tocó a la puerta a esa hora, así que me imaginé que era el señor de la intendencia.
—Adelante —la puerta se abrió y era James.
—Buenas noches, señor Turner —saludó. Venía empujando el carrito donde traía la escoba, las bolsas para la basura y lo demás que necesitaba para realizar su trabajo.
—Hola, James, ¿cómo estás? —dejó el carrito a un lado de la puerta —. ¿Cómo está tu esposa? —solté el telescopio y lo miré.
—Ella se encuentra mejor del resfriado, muchas gracias por lo que hizo.
—Es lo menos que podía hacer. Te había dicho que la llevaras al médico que tiene la empresa, pero lo dejaste pasar —agachó la mirada —. Cuando necesites faltar un día y no quieres pedir permiso a recursos humanos por lo que te puedan decir, vienes y se lo comentas a Tere. Ella sabe lo que tiene que hacer.
—Tenía miedo, señor —apretó la escoba con ambas manos —. Usted saber que sucedió la primera y última vez que falté un día en mi antiguo trabajo.
—Eso fue antes, James. Aquí no somos así —sonrió.
—Gracias a usted mi esposa se encuentra mejor.
—Cuídala mucho, James —cogí mi abrigo, mis guantes y el maletín para salir de la oficina.
—Lo haré, señor Turner.
—Buenas noches, James —me despedí del hombre.
—Buenas noches —salí y bajé por el ascensor hacia el estacionamiento. Llegué al departamento y a los pocos minutos apareció Murray junto al doctor, quien no tardó en darse cuenta de lo mal que me encontraba en ese momento. Dejó su maletín en la mesita de la sala y me pidió sentarme para revisarme.
Me calcé los guantes y el abrigo, salí de la oficina y bajé por el ascensor hasta el estacionamiento, No había muchos autos aparte del mío, ya casi todos habían salido del trabajo, excepto unos cuantos. Llegué al departamento y a los pocos minutos lo hizo Murray junto al doctor, que no tardó en darse cuenta de lo deplorable que me veía en ese momento. Me pidió sentarme en el sofá mientras sacaba sus utensilios del botiquín.
—¿Hace cuánto que no duerme bien? —preguntó. Lo vi coger una jeringa y después una ampolleta.
—Dos semanas, más o menos —respondí.
—¿Se está tomando las dos pastillas como se lo dije? —asentí —. Súbase la manga —ordenó.
Hice lo que me pidió subiéndome la camisa a la altura del codo. El hombre se sentó a mi lado, entregándole la jeringa con líquido a Murray quien estaba de pie frente a mí. Revisó mi presión, los ojos, la boca, solo faltaba que me pidiera que me bajara los pantalones.
—¿Qué es eso? —le pregunté cuando cogió la jeringa de nuevo y le quitó la tapa que protegía la aguja.
—Es un calmante para que puedas dormir bien en lo que preparo el medicamento con una nueva dosis. Este será más fuerte que el primero, por eso te pido que seas prudente y no te excedas con la dosis —cogió mi brazo y acercó la aguja a mi piel, tenía apuntada la vena donde me iba a inyectar —. No me gusta tu aspecto, parece que en lugar de ir mejorando vas en declive.
—Así me siento —murmuré. Hundió la aguja en mi piel y presionó para que el líquido entrara en mi torrente sanguíneo.
—Si sigues así vas a tener que ir de nuevo con el psiquiatra —le miré con los ojos entrecerrados. Como si lo que hubiera dicho fuera una estupidez, pero en realidad no lo era, lo que pasa es que la idea de ir con un psiquiatra no me gustaba para nada. Lo había hecho alguna vez cuando mi padre vio un "extraño comportamiento" en mí. En ese momento quise asistir porque sabía que sacar todo lo que llevaba conmigo me iba a liberar de alguna manera, decir lo que pasé a manos de esas personas, aunque nadie me creyera, pero le pedí al psiquiatra que no le dijera nada a mi padre de lo que hablábamos en las terapias, aunque era menor de edad y podía hacerlo sin ningún problema no lo hizo y fue algo que le agradecí porque no todos hubieran podido ocultar la verdad de lo que ocurría detrás de todo el dinero y los lujos en Londres. Esas personas seguían ahí, haciendo daño o al menos lo intentaban porque desde que empecé con esto me juré encontrarlos y matarlos como los animales que eran. Aunque se sabían esconder bien, yo tenía a toda la ciudad bajo mis pies, mandaba y ellos obedecían.
—No pienso regresar con el psiquiatra —respondí. Me deslicé hacia arriba del sofá. El líquido entró por completo y sacó la aguja para depositarla en el cesto de la basura —. Puedo con esto —me miró severamente —. Sí puedo.
—¿Y cuándo ya no puedas con esto? ¿Qué vas a hacer después? ¿Vas a pasar las noches en vela como cuando te encontré casi al borde de la locura? —alzó una ceja.
—Ya veré que hago, pero no pienso regresar a ese lugar —me bajé la manga cubriendo el piquete que me hizo con la aguja —. ¿Cuándo surte efecto?
—En un par de minutos —empezó a guardar sus utensilios —. Te sugiero que no te quedes solo y que Murray se quede a tu lado hasta que te duermas, puedes presentar mareos y vómitos —explicó sereno —. Mañana que despiertes serás un hombre nuevo. Tiene un poco de adrenalina para que espabiles un poco —palmeó mi hombro y se puso de pie dirigiéndose a Murray —. Si pasa algo me llamas —asintió —. Buenas noches, Mason —me dio la espalda cogiendo el botiquín entre sus dedos.
—Buenas noches, William.
Le hizo un asentimiento a Murray y se alejó para salir del departamento. Murray se dirigió a la cocina y cogió un vaso para servir agua y entregármelo.
—Gracias —cogí el vaso y me bebí el agua de golpe. Tenía la garganta seca por el medicamento que me inyectó el doctor —. Te puedes ir.
—No me voy a ir, jefe, hasta que se duerma —le entregué el vaso y me limpie la boca con el puño de la camisa. Me sentía mareado y empezaba a ver doble, como si todo diera vueltas a mi alrededor.
—No soy un niño, Murray —una diminuta, pequeñísima sonrisa se dibujó en sus labios. Ese hombre casi no sonreía y cuando lo hacía se veía raro, ya que siempre tenía esa cara de culo que les advertía a las personas que se alejaran de él —. Ah, ya sonríes.
Me puse de pie, pero trastabillé y me sostuve del sofá. Murray se estiró para ayudarme, pero solté un manotazo al aire para que no se acercara.
—Señor, no se ve bien —replicó.
—Estoy bien. Me siento bien —di un paso y luego otro más hasta salir de la sala. Entré al pasillo que llevaba a las habitaciones, me detuve de la pared para no caer, ya que me sentía peor con cada segundo que pasaba. El suelo se movía bajo mis pies, las paredes se veían como si estuvieran hechas de agua y el techo como si fuera cera derretida.
—Señor —escuché a Murray detrás de mí.
—Estoy bien, hombre. Cuando salgas cierras la puerta.
—Sí, señor —su voz se escuchaba como un eco en la lejanía, como si estuviera tan lejos de mí que apenas le podía escuchar. Empujé la puerta de mi habitación, entré y cuando toqué la cama caí rendido ante el sueño que invadía mi cuerpo de los pies a la cabeza.
Esta noche solo quería dormir y no saber nada de nadie. No quería pensar, recordar, solo olvidar y bloquear mis pensamientos para no sentir nada. Eso era lo que necesitaba, sedar mi mente de todo y bloquear los recuerdos intrusivos que amenazaban con destruirme.
Antes de caer en un estado comatoso, pensé en ella, en la mujer rubia que destruyó mi vida y la hizo añicos. Pensé en el día que por fin pudiera vengarme y hacerla pagar. No sería condescendiente, todo lo contrario, dejaría salir el monstruo que dormía dentro de mí y quería salir para saciar la sed de venganza que tenía.
Belle
Me encontraba cenando sola en el departamento, ya que Ems aún no llegaba de trabajar. Sentí hambre y me preparé un bowl con fruta y avena. Miraba una serie en la televisión ahora que tenía tiempo.
—Hola, bella —la puerta se abrió de golpe y Ems entró al departamento. Le sonreí y tragué lo que tenía en la boca.
—Hola, Ems —le dije y sonrió. Cerró la puerta y se acercó dejando la mochila en el sofá donde se dejó caer soltando una exhalación larga y sonora —. ¿Cómo te fue en el trabajo?
—Hoy llegaron las novedades del mes y fue todo un caos —empezó a explicar. Me puse de pie y le preparé una taza con té y serví unas galletas en un plato. Las compré en la tarde al salir de la universidad —. Gracias, Belle —me acomodé en el sofá y cogí el bowl para seguir cenando —. Solo trabajamos dos chicas, así que fue más pesado de lo que te puedes imaginar. Me duelen los brazos por cargar las cajas con todos esos libros.
—Me imagino lo pesado que es —le dio un sorbo a la taza y después mordió una galleta haciendo un gesto de aprobación.
—Lo es, pero también me gusta. Sé, antes que nadie, los títulos que van a salir, tengo descuento por ser trabajadora de la librería y esas cosas —decía todo esto con emoción, entusiasmo —. Cuando quieras te puedo dar descuentos por ser mi compañera de piso.
—Gracias —levanté el bowl y Emily sonrió.
—¿Y a ti, cómo te fue, encontraste algo? —agaché la cabeza y negué —. Lo siento, no debí preguntar —dejó un apretón en mi mano. En ese momento la manga de su suéter se alzó y alcancé a ver un tatuaje en su muñeca. Tenía las iniciales CC. Tal vez eran las iniciales del nombre de su novio, aunque nunca dijo que lo tuviera y tampoco tenía que decírmelo, apenas nos conocíamos.
—No me han llamado de Empresas Turner y siento que no me van a contratar —murmuré.
—¿Por qué lo dices?
—No sé —encogí un hombro —. No es cómo que tenga experiencia en trabajar para una gran empresa como esa, además vi algunos otros curriculums encima de los míos —exhalé.
—No digas eso, estoy segura de que pronto vas a encontrar algo que se ajuste a tu horario —me sonrió —. Dices que tienes dinero así que...
—Sí, pero no lo quiero gastar, sabes que la carrera es cara y a menudo piden cosas para lo que sea.
—Lo sé. Ni me digas que ahora mismo casi me piden que saque un elefante de la bolsa —ambas reímos.
—Si necesitas...—no me dejó terminar.
—Lo sé y gracias —terminó su té y continuó con las galletas —. Saben muy bien. ¿Dónde las compraste? —indagó.
—Cerca de la universidad, hay un local vegano... Algo así —miró las galletas y les dio su aprobación.
—Pensé que iban a saber a cartón —me reí por lo bajo. Me acomodé las gafas con dos dedos.
—Pues ya ves que no —me puse de pie y llevé el bowl al fregadero. Miré a través de la ventana de la cocina y mi mirada se quedó perdida en las luces de la ciudad. Nunca me hubiera imaginado estar en este lugar, tan cerca de alcanzar mis sueños. Si tan solo Ted estuviera aquí conmigo todo sería perfecto. Él estaría orgulloso de mí, de saber que conseguí llegar hasta aquí y que poco a poco estaba cumpliendo mis sueños.
Mi móvil empezó a sonar, lo cogí de la mesa donde lo había dejado. Estaba segura de que no era mi padre quien llamaba, ya que había hablado con él después de salir de la universidad. O tal vez sucedió algo y por eso me llamaba.
Miré la pantalla y fruncí el ceño cuando me di cuenta de que era un número desconocido, pero al final respondí cuando miré a Emily.
—¿Diga?
—¿Isobelle Evangeline Stone? —La voz se me hizo muy familiar y de inmediato la asocié a Teresa, la asistente del CEO de la empresa Turner.
—Sí, ella habla —me acerqué a Ems y puse el altavoz para que escuchara también.
—Llamo de Empresas Turner —Emily abrió los ojos tan grandes como yo —. ¿No sé si me recuerdas? Soy Teresa...
—¡Sí! Te recuerdo. Dime —me mordía el pulgar, nerviosa.
—Te llamo para decirte que has sido contratada para ser la segunda asistente en la sede principal. Sé que llamo muy tarde, pero te juro que si no fuera una emergencia no te estaría llamando —Emily pegó un chillido bajito para que del otro lado no la pudieran escuchar. Hasta se cubrió la boca con las manos —. Como te pudiste dar cuenta la oficina es un caos y necesito quien me ayude. ¿Crees que te puedas presentar mañana? —casi pego un grito, pero me contuve y solo salté en mi lugar, me conformé con apretar la mano de Emily.
—¡Claro! Me presento mañana mismo. ¿Debo llevar algún tipo de ropa en específico?
—No, aquí se te va a dar el uniforme que deberás portar cada día. Te veo en la oficina a las ocho en punto, un poco antes si puedes.
—Claro, Teresa, ¿te puedo llamar así?
—No hay ningún problema —dijo sincera. Emily apretaba mi mano con fuerza.
—Entonces nos vemos mañana —mi corazón latía rápidamente dentro de mi pecho. Las manos me sudaban y sentía que me iba a dar un paro cardiaco.
—Aquí nos vemos —colgué al mismo tiempo que ella y ambas soltamos un chillido, poniéndonos de pie juntas, tomándonos de las manos.
—¡Te lo dije! Sabía que te iba a ir muy bien, nunca desconfíes de mí, Belle —sin pensarlo abracé a Emily y exhalé.
—No lo haré —nos separamos.
—Mañana empiezas a trabajar para los Turner, Belle. Sé que te va a ir muy bien.
—Gracias, Ems. Pensé que me iban a decir que no...
—No te menosprecies de esa manera. Me has dicho que trabajaste desde pequeña —asentí —. Eso sumó puntos para este empleo.
—Lo sé, lo sé.
Sentía una presión en el pecho, pero no era algo malo, al contrario. Sentía que me iba a ir muy bien en ese lugar, que todo iba a salir bien estando ahí.
—Tengo que buscar la ropa que me voy a llevar mañana. Tengo que verme presentable.
Las manos me empezaban a temblar y el corazón me latía rápidamente. Me sentía nerviosa y emocionada al mismo tiempo.
—¿Quieres que te ayude? —la miré y asentí.
—Deja que me cambie de ropa. El sujetador me está matando —sonrió y se levantó para ir a su habitación. Caminé a la mía y empecé a sacar ropa que tal vez podría usar para verme presentable. No tenía muchos vestidos en casa y solo me traje unos cuantos. No pensé que los fuera a necesitar y ahora me arrepentía. Lo que más usaba eran jeans, suéteres, blusas y una que otra vez faldas. Eso sí, tenía una gran colección de Converse, que eran mis favoritos.
—¿Y qué te vas a poner? —Emily entró a mi habitación ya con la pijama y el cabello recogido en una coleta. Así se apreciaba más su rostro y era realmente bonita con pecas en la nariz.
—No sé, ¿tú que me recomiendas? —me miró y después observó la ropa extendida en la cama.
—No ir —se rio y la golpeé en el brazo.
—¡Oye!
—Es broma —alzó las manos —. Este vestido me gusta —se acercó y cogió un vestido de color azul fuerte. Para mi buena suerte tenía mangas que me cubrían los brazos —. Te lo puedes poner con un saco.
—No tengo —le dije.
—Yo tengo uno, si te queda te lo presto. Y zapatos...—observó todos los que tenía dentro del closet —. No puedes ir con Converse, ni con esas botas. Tengo unos zapatos preciosos que seguro te van a quedar y combinan con el vestido —al notar que la estaba mirando me sonrió.
—Gracias, Ems, no sé qué hubiera hecho sin ti.
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Espero les haya gustado el capítulo.
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