Capítulo 3.
Espero sus comentarios.
Mason
Abrí los ojos de golpe, sentándome en el colchón y apoyando mis manos sobre este para impulsarme hacia arriba. Solté un largo y sonoro suspiro que me robó todo el aire de los pulmones. Miré a mi alrededor y recordé que no estaba en mi departamento.
La mujer con la que pasé la noche anterior se encontraba profundamente dormida a mi lado, una manta cubría su cuerpo. La miré y me parecía hermosa, cómo todas las mujeres que conseguía en esa agencia. Aquel lugar que servía para que las mujeres obtuvieran una gran cantidad de dinero para complacer a degenerados cómo yo. Aunque estaba seguro de que aquellos degenerados podían cumplir en la cama, no cómo yo que nunca podía hacerlo. Estaba tan traumado y llevaba conmigo tantos fantasmas del pasado que no podía tocar a una mujer sin recordar todo lo que viví de niño. Ahora tenía que vivir con las consecuencias de todo lo que sucedió años atrás. No tenía una vida normal cómo cualquier hombre. No podía tener sexo con ninguna mujer sin sentirme asqueado, sin sentir que estaba haciendo algo mal.
—Tengo que irme —le avisé, saliendo de la cama. La castaña abrió los ojos y me sonrió, como si hubiera hecho algo bien, cuando hice todo lo contrario. Ni siquiera pude tocarla.
—¿Te vas tan temprano? —asentí. Se sentó sobre el colchón y bostezó.
—No es tan temprano, ya pasan de las dos de la mañana —cogió su celular y miró la hora en la pantalla.
—No tienes que pagarme todo, le puedo explicar a...
—No lo va a entender —le dije, interrumpiéndola —. Tú no tienes la culpa de nada —cogí mi cartera y saqué una buena cantidad de dinero —. Sabes que no debes decir nada —asintió con la cabeza.
—Lo sé, me puede ir muy mal y a ti peor que a mí —musitó.
—Y no queremos eso, ¿verdad? —negó.
—No, no queremos eso. No diré nada malo de ti —apenas dibujé una sonrisa en los labios.
Eso no me hacía sentir mejor, solo me hacía sentir que no era lo suficientemente hombre cómo para cumplirle a una mujer en la cama. Se decía de mí que era un conquistador, que tuve muchas parejas y que era el galán más cotizado de Reino Unido, pero todo lo que se decía estaba tan lejos de la cruda realidad. No era un conquistador y todas esas mujeres con las que se me veía eran solo amigas y nada más.
No quería condenar a una mujer a vivir un infierno a mi lado, porque una relación no se mantiene solo de amor, muchas cosas más influyen para que una pareja esté junta. Es por eso que dejé ir a Jessie, mi primer amor, porque estaba roto y dolido, porque no me di el tiempo para sanar las heridas que aún sangraban. Porque ella merecía a alguien mejor que yo, alguien que no estuviera condenado, alguien que no llevara consigo ese tipo de traumas. La dejé ir porque su vida estaba ligada a la de alguien más y ahora estaba más que seguro de que hice lo correcto. Jessie tenía una linda familia con un hombre que la valora y la ama. Yo no podía darle eso.
Me despedí de aquella mujer y abandoné la habitación del hotel, que para mi buena suerte me pertenecía, así podía tener mejor control de quien me veía entrar o salir. Mantener mi reputación era lo único que me quedaba.
Entré a mi departamento y cerré la puerta detrás de mi espalda. La soledad me recibió con los brazos abiertos y me reconfortó la oscuridad que me rodeaba. Me deshice de la gabardina y entré a mi habitación. Me quité la ropa y me metí a la ducha. Al abrir la llave de la regadera el agua caliente cayó sobre mis hombros y después en mi cabeza. Cerré los ojos y la imagen de aquella desconocida llegó a mí de golpe. Había soñado con ella desde que recuerdo y siempre me sentía mejor cuando pensaba en ella. No la conocía, pero sabía que si la veía la reconocería de inmediato porque toda mi vida soñé con ella. Tenía la imagen de sus dulces ojos tatuada en la memoria y nada podía cambiar eso.
Estaba enamorado de un fantasma que invadía mis sueños todas las noches. De una mujer que probablemente no exista y que solo era el producto de mi tonta y loca imaginación.
¿Cómo podía amar a alguien a quien no conocía? Solo yo podía hacerlo sin sentir que estaba mal, porque para mí no estaba mal, al contrario, me ayudaba a superar esta mierda y levantarme de la cama cada día. La maldita esperanza de que tal vez un día la iba a encontrar en el lugar menos esperado me hacía querer continuar con esta porquería. Solo ella me motivaba a seguir y no tirar la toalla cómo muchas veces quise dejar de existir.
Antes de dormir me froté el rostro con las manos. Volvía a tener recuerdos intrusivos de aquella noche y últimamente no podía dormir bien, tenía pesadillas que me quitaban las ganas de cerrar los ojos. Ni siquiera las pastillas me ayudaban a sedar mi mente y no pensar en aquellos sucesos.
Al final, la noche no fue tan mala y pude dormir unas cuantas horas, aunque lo que yo necesitaba era toda una vida para compensar las noches que pasaba en vela pensando. Porque pensar se había convertido en mi mal habito de cada noche. Los recuerdos invadían mi mente y esta se sobrecargaba con pensamientos que ya no quería recordar.
****
Estacioné el auto al llegar a la empresa, la sede de las empresas Turner, la más importante de todo el Reino Unido. Uno de los choferes se apresuró para atrapar las llaves en el aire y llevarlo al estacionamiento. Arvel iba entrando también, así que me esperó en la puerta y entramos juntos al ascensor privado para él y para mí. Así teníamos este espacio para nosotros y subíamos directamente al último piso.
—Se dice buenos días, Mason —dijo con ese tono entre divertido y burlón. Recordándome que tenía que ser educado con él y los demás.
—Buenos días —respondí de malas. Me acomodé las gafas sobre el puente de la nariz y entramos al ascensor. Aferré el maletín a mis manos mientras subía al ascensor.
—No te ves nada bien —palmeó mi espalda —. ¿Pasa algo? —se colocó a mi lado.
—Nada que no pueda resolver —mascullé. La puerta se cerró y esperamos a que el cacharro empezara a andar.
—Papá te manda saludos y mi madre pregunta cuando vas a ir a comer —bufé. Ni siquiera quería verle la cara porque era igual a su madre, nada más que Arvel tenía el cabello castaño y su progenitora era rubia. Una mujer rubia en la familia, Turner. No era de mi agrado. Tampoco la odiaba, no la quería, ni siquiera sabía lo que sentía por ella. Era la esposa de mi padre, la mujer con la que él quiso compartir su vida. No quiso eso con mi madre y lo entendía, pero ella trajo la desgracia a esta familia, metió al enemigo a nuestra casa y sentía un poco de rencor hacia su persona.
—Dile que no puedo ir, hay muchas cosas que hacer aquí —escuché una exhalación de su parte y creí que no iba a decir nada, pero no se pudo quedar callado. No, siempre tenía que decir lo que pensaba y eso me irritaba tanto. Me provocaba dolor de cabeza con tan solo pensarlo.
—Trabajamos juntos y sé que no hay tanto trabajo como tú dices —cerré los ojos y exhalé.
—Para tu madre hay mucho trabajo y me la paso pegado a la computadora —mascullé. Me miró con ojos entornados —. No quiero ir a su casa.
—También es tu casa, Mason —apoyó su mano en mi hombro.
—Dejó de ser mi casa desde hace mucho.
Y no me refería a cuando salí de ahí, poco después de cumplir la mayoría de edad. Dejó de ser mi casa cuando esa mujer irrumpió en nuestras vidas. Esa no era mi casa, nunca lo fue.
Salimos del ascensor después de que se detuvo y las puertas se abrieron. Avanzamos hacia el lobby y nos detuvimos frente a la puerta de mi oficina, al lado de Teresa, mi asistente personal desde hace muchos años. Me quité las gafas y observé a la pobre Teresa. Tenía una pila de documentos sobre el escritorio, sacaba algunas copias y respondía el teléfono cada que sonaba.
—Pobre mujer, deberías contratar a otra secretaria o darle un descanso —palmeó mi espalda.
—No me toques —mascullé. Se apartó y caminó hacia su oficina.
—Buenos días, Teresa —le dijo Arvel a lo que la mujer le sonrió encantada.
—Buenos días, Arvel. Buenos días, Mason —me miró e hizo un asentimiento con la cabeza —. ¿Café? —preguntó.
—Por favor y gracias —pasé frente a ella para ir a mi oficina.
Teresa no tardó en entrar a mi oficina con una taza de café entre las manos.
—Dice Arvel que necesitas una compañera, que te ayude con todo el trabajo —miraba la ciudad a través de la ventana. Cogí el telescopio que tenía ahí para ver las estrellas por la noche y observé al otro lado de la calle, como si estuviera esperando que alguien apareciera ahí. Más que nada era una necesidad. Giré y saqué las manos de los bolsillos de mi pantalón —. Has trabajado en esta compañía desde que mi padre era el CEO. Y ahora trabajas conmigo y Arvel.
—¿Me vas a despedir? —cogí la taza entre mis manos y negué con la cabeza ante su mirada melancólica. El calor del café me calentó los dedos.
—No si tú quieres, pero la idea de que tengas una asistente no es mala, ¿o sí? —acerqué la taza a mis labios. Teresa frunció los labios —. ¿No? —soplé al café sin dejar de mirarla —. Es una buena idea, tener a alguien que te ayude con lo que hay que hacer aquí.
—Siempre he trabajado sola, pero me gustaría tener una asistente, ¿te imaginas? La asistente va a tener una asistente —se rio un poco.
Teresa era una mujer mayor, yo calculaba que tenía al menos unos cincuenta años un poco más. No era vieja, pero merecía un buen descanso o que alguien más le ayudara con todo lo que había que hacer en la oficina. Para ella sola era demasiado trabajo. Se hacía cargo de todo en esta oficina, de los documentos de Arvel y los míos también. No quería cargarle tanto el trabajo, no se lo merecía.
—¿Te puedes hacer cargo de eso? No quiero a nadie extraño, que ande metiendo las narices donde no le corresponde, discreta y eficaz —señalé.
—Voy a buscar a alguien que sea perfecta para ti... Para el puesto —corrigió —. Tal vez sea la persona que me reemplace cuando me vaya, ¿no es así?
—No hablemos de eso —le pedí. Dejé la taza sobre el escritorio —. ¿Hay algo importante que hacer este día?
—Que yo recuerde no, pero voy a checar y te aviso.
—De acuerdo. Y gracias —la mujer solo asintió y abandonó la oficina.
Mi celular empezó a sonar, lo saqué del bolsillo de mi pantalón y miré la pantalla. Era un mensaje de Murray.
"La mercancía está lista. Llegó al almacén en la madrugada"
"Perfecto, cuando me desocupe aquí voy para allá"
Dejé el celular encima del escritorio y mi mirada se dirigió a la ciudad. Sentí comezón en la nuca y me rasqué para alejar esta sensación. Metí la mano debajo de la camisa y tracé las líneas del tatuaje que me hice hace años cuando empecé con este negocio, era el recordatorio de que no todo en mi vida era perfecto y que al igual que lo que hacía estaba podrido y olía mal.
Tener una doble vida no era lo que esperaba, aunque tampoco me desagradaba la idea. Era excitante ser un buen hombre ante la sociedad, pero un cruel asesino en el bajo mundo criminal. Tuve que aprender a sobrevivir en este cruel mundo donde los débiles siempre pierden y los más fuertes ganan a la mala. Me convertí en el malo de esta historia porque así lo quise, ahora prefería que se hablara mal de mí y no dar lástima cómo hace años.
"Se le conoce como el Dragón Rojo. Nadie ha visto su rostro, nadie sabe su nombre y creo que es mejor así, lo mejor para todos".
"¿Quién es el Dragón Rojo? ¿Quién se esconde detrás de ese curioso apodo?".
"Parece que jamás lo vamos a saber".
Eso y más decían los tabloides de los periódicos, en las noticias y en internet. Cada semana se hablaba de mí, tanto bien como mal. Hablaban bien de Mason A. Turner y solo decían pestes de "El Dragón Rojo". El más odiado, el más temido, el criminal más sanguinario y cruel que Reino Unido hubiera tenido alguna vez. Ni siquiera Pierce Thompson se comparaba a mí, no era tan conocido cómo yo y eso le hacía enojar. Cada que podía me ponía el pie para que las cosas me salieran mal. Un día de estos me haría enojar y le cobraría todas y cada una de las que me hizo. El imbécil tenía cola que le pisaran y había por ahí una mujercita que lo tenía loco y haría lo que fuera por ella.
Negué con la cabeza y sonreí llevando la taza a mis labios. "El Dragón Rojo". Nunca pensé que esto iba a escalar estas alturas y que ahora sería conocido por ser uno de los mafiosos más poderosos de toda Inglaterra y el hombre detrás de los negocios de mi familia. No se me complicaba llevar una doble vida y no es que fuera tan difícil aparentar ser un buen hombre frente a mi familia porque apenas y los veía, no llevaba una buena relación con ellos y eso me ayudaba a todo lo que hacía por debajo del agua. No tener a mi padre detrás de mí presionando ayudaba mucho, siempre tuvo confianza en mí y en lo que sabía hacer.
Dejó las empresas en mis manos y le agradecía por eso, porque confió en mí. A pesar del distanciamiento creía en mí y siempre se lo iba a agradecer. Por eso le demostraba cada día que hizo lo correcto al ponerme al frente de las empresas cómo el CEO y a mi hermano menor cómo el vicepresidente a mi lado. No pude tener mejor ayuda que la de él. Nunca se lo decía, pero le agradecía en demasía toda la ayuda que me ofrecía y que no importaba si era un imbécil con él así me quería.
Salí de la empresa a la hora de la comida. Le dije a Teresa que se fuera a comer al comedor de la empresa o si lo quería saliera para que se distrajera un poco antes de llenarse de más trabajo como lo hacía cada día desde que empezó a trabajar en esta empresa.
La recordaba con mucho amor, porque desde que era un niño, mucho antes de que mi madre falleciera, entró a trabajar con mi padre, que desde el primer minuto le cogió cariño y aprecio, el mismo que yo sentía por ella. Era una buena mujer, no estaba casada, ya que su esposo había fallecido años atrás de un paro cardiaco. Solo tuvieron un hijo, pero este se había ido a vivir a Estados Unidos desde hacía algunos años, así que Teresa estaba prácticamente sola, pero ella sabía que no importaba lo que necesitara mi familia estaba para ella. No era nada más una empleada que llevaba años trabajando con nosotros, era una gran amiga y confidente.
Llegué a los almacenes donde se guardaba la mercancía, armas y drogas que serían distribuidas en toda la ciudad. Los laboratorios se encontraban lejos de aquí, en un lugar donde nadie metiera las narices y pudieran encontrarlos.
—Señor —Murray abrió la puerta pequeña e hizo un asentimiento con la cabeza. Me acomodé el abrigo y me quité los guantes para guardarlos en el bolsillo de mi abrigo.
—¿Cómo van las cosas, Murray? —cerró la puerta detrás de sí, caminaba a mi lado mientras avanzábamos por el lugar.
—Las armas llegaron bien, las están empacando junto a las drogas —frente a mí había una gran bodega con mesas y personas frente a estas empaquetando las armas y las drogas que se le iban a distribuir a los dealers y vendedores de armas —. Calculamos que esta vez las ventas serán mucho más que el mes pasado —Las ventas estaban aumentando, aunque Pierce metía las narices en mis negocios. Tendría que hacer algo para sacarlo de mi camino antes de que me ocasionara problemas.
—¿Y qué ha pasado con el suero? —alcé una ceja. Murray se detuvo de golpe y miró a su alrededor —. Dime que las cosas están saliendo bien —lo cogí del cuello de su chaqueta y lo atraje un poco a mí.
—Todo está saliendo bien con el suero, señor. Hemos tenido algunos problemas con los sujetos de prueba, pero no es algo que no se pueda resolver —lo solté y empujé.
—No quiero que los alemanes sigan vendiendo su droga en mi país —asintió.
Murray era alemán, pero desde hacía años vivía en Inglaterra, desde que fue desterrado del lugar donde lo forjaron a base de golpes y dolor. Lo convirtieron en un ser incapaz de sentir dolor, un asesino a sueldo que encontré malherido en uno de mis bares y cuando me platicó todo lo que le hicieron poco le podía creer. Me parecía irreal que existiera un lugar llamado La Fortaleza donde entrenaban asesinos a sueldo y experimentaban con ellos para convertirlos en máquinas de matar. Perfectas máquinas de matar. Por eso lo contraté, le dije que le iba a pagar más de lo que le habían pagado en toda su vida si decidía ser mi asesino personal y mi guardaespaldas también. El pobre hombre aceptó de inmediato.
Tampoco es que le quedara de otra, no tenía familia ni un lugar a donde ir, así que no lo dudó ni un segundo. Así fue cómo nació la idea de ese suero. Tuvieron que extraer un poco de su sangre para conocer los compuestos de este y replicarlo para mí. Había otras versionas baratas, pero algunas mataban a los sujetos de prueba y otros más terminaban muy mal.
—Lo sé señor, también nos estamos encargando de eso —pasé a su lado y me encaminé por los pasillos. Las personas que trabajaban aquí llevaban puestos guantes para que sus huellas no quedaran marcadas en las armas.
Avancé un poco más y me encontré con los paquetes de polvo blanco que empacaban especialmente con el sello del Dragón Rojo. El nombre con el que me hice un camino entre los mafiosos de esta ciudad, ganándome así, el respeto de muchos, pero el miedo de otros más que no querían meterse conmigo. Y no es que yo lo dijera, pero era un hombre peligroso al que no le gustaba que se metieran en su territorio y con su gente.
No era un hombre piadoso, amable ni se diga y de mí se podía esperar lo peor. Ya estaba acostumbrado a dar lo peor y los demás también sabían qué esperar de mí.
Me detuve al lado de una mujer que empacaba los paquetes con polvo blanco y lo acerqué a mi nariz.
—La mejor calidad, señor —dijo Murray. Se quedó a unos pasos al lado, algo que agradecía porque no es que me gustara demasiado el contacto físico a menos que yo lo buscara o así lo quisiera.
—Quiero que todo esto esté empacado para mañana temprano —dejé el paquete en su lugar y me acerqué a Murray —. Tiene que estar en las calles mañana mismo —pasé a su lado —. ¿Qué sabes de los dealers de Oxford? —lo miré, inquisitivo.
—Están esperando la mercancía —me calcé los guantes. Me subí los puños del abrigo para mirar la hora en mi reloj. Tenía el tiempo justo para ir a comer y regresar al trabajo —. Algunos ya se graduaron de la universidad, pero otros más van a ocupar su lugar —empezó a explicar —. Así que no hay problema con eso.
Regresamos a la entrada principal y observé a Murray. Tenía una gran cicatriz que abarcaba desde un poco más arriba de la ceja izquierda, atravesaba su ojo y desaparecía en su mejilla. Tenía algunas cicatrices visibles en el cuello y manos, suponía que había más en el resto de su cuerpo si lo usaron como un conejillo de indias para experimentar con él.
Pobre hombre.
—Tengo que regresar al trabajo —asintió —. Nos vemos mañana.
—Nos vemos mañana, señor.
Salí de la bodega y subí a mi auto. El lugar estaba vigilado por algunos hombres que se aseguraban de que no hubiera curiosos por ahí. Todos ellos eran especialistas en combate cuerpo a cuerpo, sabían manejar armas de corto y largo alcance. Fueron entrenados para matar, para atacar a una persona sin que opusiera resistencia y no dejar rastro alguno de lo que hicieron.
Ahora tenía que regresar a mi trabajo y no es que lo odiara, aunque a veces lo detestaba demasiado, solo quería ser yo por completo, pero temía que nadie me quisiera así como era en realidad porque mis demonios podían ser crueles y sádicos, muy sádicos. No estaba seguro de que alguien me amara así cómo era, con todos los traumas que cargaba encima.
Belle
Di el primer paso en el pasillo y miré el lugar de hito en hito, me encontré con algunas personas de mi edad que entraban y salían del edificio. Cargaban pesadas maletas cómo las mías. La mayoría de ellas eran chicas, aunque me encontré con algunos chicos también. No había portero en el edificio, ni siquiera había un lobby donde llegar, solo cruzabas la puerta y te encontrabas con un espacio con bicicletas, las cajas de los buzones y las escaleras.
Avancé por el pasillo y me detuve frente a la puerta que se supone era el departamento que iba a compartir con Emily. Dejé las maletas en el suelo y busqué entre las dos llaves que recogí en la entrada del edificio, metí una de las llaves en la cerradura, giré la muñeca y escuché el "clic" de que ya estaba abierta.
Asomé la cabeza y después metí las maletas para cerrar de nuevo. La música se escuchaba a lo lejos y tal vez por eso mi compañera de piso no me escuchó entrar, así que lo que hice fue dejar las maletas a un lado del pasillo y me acerqué a la ventana para observar la vista que tenía desde aquí. Oxford no quedaba lejos y haciendo cuentas desde que supe que me había quedado aquí eran más o menos media hora desde el edificio hasta la universidad.
—Tú debes ser Isobelle —escuché una voz detrás de mi espalda, me giré y ahí estaba Emily, quien se veía mucho más bonita que en la foto que me envió cuando supimos que íbamos a compartir el departamento. Cabello castaño, piel blanca y tersa, alta y delgada. Bonita, muy bonita. Tenía pecas en la nariz y parte de las mejillas.
—Es un gusto —le dije. Me acomodé las gafas y le sonreí. Nos acercamos hasta quedar una frente a la otra y nos dimos la mano.
—Emily —apretó mi mano con cuidado.
—Isobelle —me sentí tan tonta al decir mi nombre cuando ella lo había dicho antes —. Lo siento —me encogí de hombros. Ahora la música se escuchaba mucho más baja. Nos soltamos las manos.
—¿Te gusta el departamento? —indagó.
Emily ya me había mandado fotos del departamento y de ella, así que lo conocía, pero nada se comparaba a estar aquí y verlo de cerca, estar dentro y poder aspirar el aire de la ciudad.
Este sería un nuevo comienzo para mí, para dejar el pasado atrás (aunque este me buscara), para ser yo de nuevo o una versión mejorada de mí. Aquí no tendría miedo, no tenía que esconderme de nadie.
—Me gusta, es pequeño, pero acogedor —me dio la razón mirando el departamento.
—Eso pensé yo cuando llegué aquí —me invitó a sentarme en uno de los sofás.
—¿Hace cuánto que vives aquí? —se sentó a mi lado.
—Un año, un poco más.
—¿Viviste sola todo este tiempo? —negó con la cabeza y respondió.
—Tuve algunos compañeros, pero eran insoportables —se quejó.
—No daré problemas —le dije antes de que pensara que era igual que ellos.
—Te creo, tu currículum habla bien de ti. ¿Te muestro el lugar? —cambió de tema tan repentinamente que me costó trabajo procesar su pregunta.
—Claro —me puse de pie detrás de ella.
—Esta es la cocina, es pequeña y tiene lo básico que tienen las cocinas —explicó. Le eché una mirada rápida al espacio que no era tan pequeño —. La sala, ven —señaló el lugar donde estuvimos sentadas segundos atrás. Me tomó de la mano y me llevó con ella por el pasillo —. Este es uno de los baños y el otro está en tu recámara —fruncí el ceño —. Tu recámara —empujó la puerta y me mostró el espacio que ahora era solo mío —. ¿Te puedo hacer una pregunta? —soltó mi mano y tuve que bajarme los puños de la sudadera para ocultar las cicatrices que todavía se alcanzaban a ver marcadas en mi piel.
—¿Qué tipo de pregunta? —indagué. Apoyó la espalda en el marco de la puerta.
—No es nada personal, si es lo que te preocupa —negué y agaché la cabeza, sintiéndome cohibida —. Pero creo que estás aquí por el mismo motivo que yo.
—¿Ah sí? —alcé una ceja y ella asintió.
—Oxford es impresionante —su respuesta alivió mi alma.
Aunque yo estaba huyendo de mi casa por otros motivos, no podía negar que sí, Oxford era impresionante y todos querían estudiar aquí, uno de los tantos sueños que quería cumplir, pero iría paso a paso para que cada uno de ellos se cumplieran. No iba a correr cuando apenas podía caminar. Cuando tuve que empezar a levantarme y gatear cómo lo hacen los bebés cuando empiezan a crecer.
—Sí, es eso —me sobé el brazo con una mano —. Siempre quise estudiar aquí y ahora... Estoy aquí —una sonrisa nerviosa, pero sincera se dibujó en mis labios —. No seré una carga y no vas a tener problemas conmigo.
—Eso espero porque te juro que los últimos han sido un dolor de cabeza —ejerció presión en sus sienes.
—¿Te puedo preguntar algo?
—¡Claro! Lo que sea.
—¿De casualidad no sabes de algún trabajo que me permita trabajar en las mañanas y estudiar por la tarde? —frunció los labios y se quedó pensando unos segundos.
—En este momento no, pero te prometo que si sé de algo te voy a avisar —de nuevo agarró mi mano y me llevó de regreso a la puerta para coger mi maleta y entramos a mi habitación dejándolas encima de la cama —. Como es tu primer día aquí, te invito a comer en uno de los mejores restaurantes de todo el lugar —dijo esto y desapareció de mi habitación para aparecer segundos después con un bolso y las llaves en las manos.
Aquello me recordó que tenía que llamarle a mi padre.
—¿Te alcanzo en las escaleras? —asintió. Se colgó el bolso en el hombro, caminó hacia la puerta y cuando me vi sola le marqué a mi padre, quien no tardó en responder. Podía apostar a qué estaba esperando mi llamada con el celular en las manos.
—Hija, ¿cómo estás?
—Bien, acabo de llegar y todo está bien —suspiró.
—¿Y tu compañera de piso? ¿Cómo es ella?
—Por lo que se ve es buena persona —avancé por el pasillo y me detuve unos segundos en la puerta para observar la cocina. Me aseguré de coger mis llaves y que todo estuviera en orden.
—Bueno, menos mal que ya llegaste —abrí la puerta y salí, pero antes de cerrar me aseguré de llevar las llaves y dinero. Esta vez sí cerré la puerta —. Que todo está bien.
—En estos días me voy a poner a buscar trabajo, no quiero ser una carga para ti.
—No eres una carga, Belle. Además, tienes el dinero que te dejó tu madre y el que te dio Jenn, es suficiente para que sobrevivas unos meses —me mordí el interior del labio —. No tienes por qué buscar trabajo, todavía no.
—Ya sé —bajé las escaleras. Emily esperaba afuera del edificio —. Pero tampoco quiero gastarme todo ese dinero, quiero ahorrar y ya sabes, siempre hay gastos.
—Está bien, Belle, sabes que respeto tus decisiones y si eso es lo que quieres está bien hija. Siempre sabes qué hacer —sonreí internamente.
—Gracias, pa.
—Te cuidas mucho, si necesitas hablar me marcas a la hora que sea —terminé de bajar las escaleras y jalé la puerta —. Te quiero mucho, Belle, más que a mi vida.
—Y yo te quiero a ti, pa, mucho, mucho —escuché una risita detrás de la línea.
—Vino Jenn a verme —informó —. No hace mucho que se fue. ¿Tú le pediste que viniera a verme?
—¿Yo?
—Sí, tú, niña. No tenías que hacerlo.
—Pero Jenn era la mejor amiga de mamá y creo que su compañía te hará bien. ¿O es que prefieres la compañía de Margaret?
—Belle...—dijo con voz aburrida.
—Papá, por favor, no te hará mal que Jenn te visite. Ambos necesitan la compañía del otro —lo escuché suspirar —. ¿Al menos lo vas a intentar?
—Está bien, hija, lo voy a intentar.
—Gracias, pa, no sabes lo feliz que me haces —le dije siendo sincera —. Te llamo mañana.
—Hasta mañana, hija —colgó y guardé el celular en mi bolso.
—¿Nos vamos? —preguntó Emily a lo que le dije que sí.
Metí las manos en los bolsillos de mi sudadera y le seguí de cerca caminando a su lado, yendo a donde ella me llevara.
Había hablado con Emily un par de veces antes de tomar la decisión de vivir con ella y después de eso también hablé con ella, así que la conocía un poco más de lo debido, sin embargo, no podía confiar completamente en ella cuando la espinita de la duda seguía incrustada en mi pecho. Me preguntaba si ella también sería capaz de hacer lo que aquellas personas me hicieron meses atrás.
—Hay algo que me gustaría preguntarte.
—Dime —me miró atenta.
—Al llegar aquí vi algunas imágenes de un dragón rojo, grafitis y símbolos, ¿puedo saber que significa? ¿Es cómo algo significativo de la ciudad o algo así? —Emily tomó una bocanada de aire antes de responder.
—Es una historia larga, pero en pocas palabras es el símbolo del Dragón Rojo, el mafioso más poderoso de toda Inglaterra...
¿Ella dijo mafioso?
—¿El qué...? —sonrió de una manera tierna.
—Mafioso, Isobelle, ¿no sabes lo que es eso? —respondí con un asentimiento de cabeza.
—Claro que sé lo que es un mafioso, pero no pensé que aquí los hubiera —señalé y Emily solo levantó un hombro.
—Estamos en un mundo podrido, Isobelle, en todos lados hay malas personas.
—¿Y ese tal Dragón Rojo tiene un nombre o apellido? —se encogió de hombros.
—Lo tiene, pero nadie sabe cuál es.
—¿Eso es posible? —salimos del conjunto de departamentos y cruzamos la calle después de fijarnos y esperar a que el semáforo cambiara de color.
—Todo es posible cuando se trata del Dragón Rojo.
—Dragón Rojo —repetí. Aquel apodo se quedó impregnado en la punta de mi lengua, un sabor amargo le siguió después y una sensación de extrañeza que me puso los pelos de punta —. ¿Por qué el Dragón Rojo? Es un apodo... Curioso.
—Lo es ¿verdad? Pero nadie sabe por qué, solo se le llama así por los símbolos —me indicó con un toquecito en mi brazo que la siguiera —. Se dice que es el mayor mafioso de toda Inglaterra, lidera las calles y que también tiene comprada a la policía. Es cómo uno de esos libros de dark romance donde la protagonista se enamora del mafioso cruel y asesino —comentó en un tono de voz burlesco.
Se me hacía curioso que a alguien le pudieran apodar así, pero como dijo Emily este mundo estaba podrido y todo podía pasar, lo que sea que hubieras leído en un libro podía suceder en la vida real. Por eso decían que muchas veces la realidad superaba la ficción.
Caminamos unos minutos más hasta que llegamos a un pequeño restaurante que no sobresalía de los demás, pero se veía acogedor o es lo que pude observar por fuera. Emily se adelantó para sostener la puerta y dejarme pasar después. Algunas miradas se quedaron fijas en nosotras, sin embargo, así como se nos quedaron viendo, así dejaron de hacerlo. El lugar era pequeño, unas cuantas mesas acomodadas en las esquinas y en medio del local, una barra desde donde se miraba la cocina y a los cocineros ir de un lado al otro. El hombre con delantal negro y mejillas rosadas fue el que más llamaba la atención porque daba órdenes y llevaba los platos hacia la barra donde los meseros los cogían y los entregaban a los comensales.
—¡Ems! —expresó el hombre con evidente alegría. Emily miró a su alrededor, pero al darse cuenta de que no había mesas disponibles me llevó hacia la barra —. Qué bueno que has venido, niña —me miró por una fracción de segundo.
—Hola, Marco —tomamos asiento en los taburetes frente a la barra —. Te presento a Isobelle, mi nueva compañera de piso —puso una mano en mi hombro, pero esta vez no me alejé como solía hacerlo —. Isobelle, él es Marco, el mejor chef que podrás encontrar en esta ciudad.
Marco sonrió ante las palabras de Emily y se mantuvo en su lugar con esa bonita y satisfactoria sonrisa enmarcada en los labios.
—No le creas —murmuró —. Solo lo dice porque le regalo pastelillos —me hizo un guiño y miré a Emily que entornó los ojos.
—Eso era un secreto, Marco —dijo mi compañera cruzándose de brazos y entornando los ojos.
—Ahora es un secreto entre los tres —se irguió —. ¿Qué voy a prepararles? —nos miró a ambas.
Levanté la mirada hacia el menú que colgaba arriba, encima de la cabeza de Marco. Había desde tacos y hamburguesas hasta pizzas personales.
—Te recomiendo la pizza de tres quesos —dijo Emily —. Sí o si tienes que probar una cuando llegas a este lugar.
—Entonces una pizza —dije con un poco de pena.
—¿Y tú, Ems? —se golpeó la barbilla con un dedo.
—Yo quiero una orden de alitas.
—¡Salen una pizza de quesos y una orden de alitas! —gritó Marco dándose la vuelta y yendo en dirección a la cocina.
Miré mi entorno de hito en hito, todos se veían contentos de estar aquí y disfrutaban de la comida que les habían servido. El lugar olía a grasa, especias y salsa de tomate. Se me hizo agua la boca y salivé por un par de segundos. En el tren no pude comer bien, la comida no estaba rica cómo la de aquí.
—¿Vienes muy seguido? —quería saber un poco más de Emily, lo poco que sabía es que estaba estudiando periodismo, tenía veinte años y le gustaba la música, pero de ahí en fuera nuestras conversaciones eran más del ámbito social que personal.
Me acordé de Ted, ya que él también quería estudiar periodismo y de no ser porque la vida nos jugó mal, él también estaría aquí a mi lado.
—Al menos tres veces a la semana, la comida aquí es muy buena y cuando no puedo venir Marco también tiene servicio a domicilio. Te voy a pasar el número por si un día no puedes venir y tienes hambre —dijo esto para sacar el celular y teclear, en pocos segundos me llegó un mensaje al WhatsApp con el número de Marco.
—Gracias.
—Me dijiste que quieres trabajar —asentí —. ¿Puedo saber por qué? Creo recordar que dijiste que tenías dinero para tus estudios y para pagar la mitad de la renta del departamento.
—Sí, pero no quiero gastarme ese dinero —murmuré. Me mordí el interior del labio —. Ese dinero me lo dejó mi madre y... bueno —mi voz salió más bajita de lo normal.
—Oh, entiendo —puso su mano encima de la mía —. Nunca había conocido a alguien que quiera trabajar nada más por gusto.
—Siempre he trabajado —me subí las gafas con un dedo —. Así que no se me hará pesado.
—Yo también trabajo, en una librería —mis ojos se abrieron grandes, tan grandes que si alguien pudiera enmarcar este momento de seguro me vería como una caricatura japonesa, con los ojos grandes y brillosos.
—¿En serio? —Ahora fui yo quien puso una mano en su brazo.
—En serio —sonrió.
—A mí me gusta leer.
—¡Y yo vendo libros! —tomó mis manos —. Somos el dúo perfecto —ambas sonreímos. Nos miramos por algunos segundos que no supe como descifrar hasta que Emily rompió aquel silencio que se instaló entre las dos, pero que no era para nada pesado o molesto —. No sé por qué siento que seremos grandes amigas, Belle.
Ella me dijo Belle. Como lo hace mi padre.
—¿Eso crees? —miré nuestras manos juntas y la miré de nuevo a la cara.
—No por nada soy Escorpio —me hizo un guiño —. Tengo como un sexto sentido desarrollado para este tipo de cosas y creo, sin miedo a equivocarme, que eres una buena persona. También me doy cuenta por tu mirada que has sufrido mucho —aparté mis manos y las escondí en las mangas de mi sudadera —. Pero no me tienes que decir nada, todavía no.
—Gracias —murmuré —. Han sido meses... Complicados —una de sus comisuras se estiró hacia arriba.
—Todos hemos tenido problemas, pero lo importante es salir de ellos con la cabeza en alto, ¿no es así? La vida no es de color rosa, es más bien gris, a veces azul y la mayor parte del tiempo es negra, pero no hay nada que no se pueda resolver. Lo único seguro en esta vida es la muerte.
Creo que mis problemas eran mucho más complicados para solo ignorarlos y continuar con la cabeza en alto cuando me habían humillado y denigrado a tal punto de que me quise quitar la vida por la vergüenza que sentí el día que todos vieron esas fotos.
—Solo espero que un día me tengas la confianza suficiente para que me platiques, que es lo que te atormenta. No soy tu enemiga, Belle, al contrario —asentí y quise cambiar de tema porque lo que me había pasado todavía me dolía a tal punto que un nudo se formaba en mi garganta al recordar lo sucedido.
—Espero que un día el dolor sea menos para que te pueda decir lo que me aqueja —buscó mi mano y la palmeó con cuidado.
Emily tenía esa chispa que le vi a mi madre tantas veces. Llena de vida e ilusión, tal vez era como ella, un alma rebelde a quien le gustaba vivir y disfrutar, así como fui yo y esperaba serlo de nuevo porque no me gustaba la Isobelle triste y gris que solo sobrevivía, la que no vivía su vida.
No me gustaba en lo que me habían convertido.
—Todos hemos pasado por alguna situación que nos ha marcado —asentí —. Hasta yo —musitó con un dejo de dolor en la voz —. Aunque no lo creas.
—No sé si hayas pasado por lo mismo —me removí un poco incómoda. Todavía no me gustaba hablar de estas cosas con nadie, ni siquiera con mi padre. Me sentía mal y me ponía nerviosa.
—Tal vez no, tal vez sí —sonrió —. No lo sabremos hasta que cada una se abra con la otra y tengamos la confianza suficiente para decirnos todo lo que nos duele —la sonrisa en sus labios no se borraba.
No sé qué le sucedió para que hablara así, debió ser algo muy fuerte, pero no quería preguntarle aunque la curiosidad me picaba, no quería ser indiscreta.
—¿Lo harás? —parpadeé —. ¿Vas a confiar en mí? —no sabía qué decir —. Poco a poco, ¿sí? —asentí —. No llevamos prisa y tenemos todo el tiempo para conocernos.
Antes de mirar al frente me regaló una sonrisa. La observé y sentí algo en mi pecho, algo que me dijo que podía confiar en ella, que no era una mala persona. Esperaba no equivocarme cómo lo hice en el pasado. Esperaba que las cosas no terminaran mal con ella porque sí quería darnos una oportunidad y ver que podía suceder en un futuro.
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¡Hola! Espero les haya gustado el capítulo y lo hayan disfrutado.
Les dije que iba a haber muchos cambios en este libro. ¿No sé si notaron que en esta versión la escena de Mason con otra mujer ya no está? Debido a todos los traumas que Mason viene cargando desde lo que sucedió no puede permitir que nadie lo toque.
Espero hayan dejado muchos comentarios.
Nos leemos en el siguiente capítulo.
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