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☽ 𝟶𝟷

La mañana, fresca como ninguna otra; el pasto verdoso y abundante debajo de las patas de los caballos negros, que presumían de poseer sangre pura y un gran valor monetario.

La suave brisa húmeda que viajaba dulcemente por el aire, era la misma que impactaba contra los rostros de los caballeros y cazadores que acompañaban al príncipe esa preciosa mañana.

Un nuevo amanecer se avecinaba y, con él, el cumpleaños del único heredero al trono de ese hermoso reino. Los colores en el cielo eran preciosos; iban desde un tenue amarillo, pasando por rosado, morado, azul, hasta el naranja.

Los caballos, que con porte galopaban por el bosque, fueron detenidos por un grito de advertencia por el primer oficial del rey. Los perros sabuesos que acompañaban al grupo aullaron y se sentaron en espera de nuevas indicaciones.

Nuestro príncipe, el joven Kim TaeHyung, observaba, desde lo alto de su caballo, la manera en la que las nubes esponjosas, aquellas blancas con texturas increíblemente suaves, abrían paso y le daban la bienvenida al sol.

Ese precioso sol que anunciaría su cumpleaños numero veintiuno. Finalmente, estaría cumpliendo la mayoría de edad.

Sus ojos, naturalmente azules, se iluminaron cual zafiros cuando la luz tocó su rostro; su rubio cabello, aparentando ser de oro puro y deslumbrando a cualquiera que lo viera, se movía con delicadeza gracias a la suave brisa que impactaba contra su bellísimo rostro.

El primer oficial del rey aclaró la garganta, antes de sacar su antiguo reloj de bolsillo y observarlo. Las seis de la mañana marcaba aquel reloj.

Miró a su príncipe y ordenó a algunos caballeros, que iban preparados para aquello, que tocaran las trompetas.

Estos caballeros entonaron una melodía ensordecedora para el príncipe, quien respiró profundo al escuchar el canto de aquellos instrumentos de aire, enorgulleciéndose por su cumpleaños.

Él observó el amanecer, suspirando con fuerza; ahora tenía edad suficiente para reemplazar a su madre en el trono si a ella le llegaba a pasar algo. Pero estaba asustado; a pesar del precioso paisaje que tenía frente a él, la melodía de las trompetas y su mejor amigo a su lado, felicitándolo con una sonrisa, estaba aterrorizado.

Parecía que todo el pueblo estaba esperando ese día. Pensaba, en lo más profundo de su mente, que sólo estaban esperando a que él fuera mayor de edad para comenzar a atiborrarlo de responsabilidades.

Tener veintiún años sería grandioso, si tan sólo pudiera disfrutar de su edad y no temer que vinieran malas nuevas con ese nuevo amanecer.

—¿En dónde estabas anoche, TaeHyung? —Preguntó una voz ligeramente más aguda que la del príncipe, quien, manteniendo una postura perfecta, caminaba por el gran corredor del palacio, para poder llegar a los aposentos de su madre, la reina.

El rubio se puso nervioso, pero miró a su mejor amigo de cabello color azabache y pretendió estar tranquilo—. ¿De qué hablas, JiMin?

—Anoche no estabas en tu cuarto a las once de la noche y, suponiendo que hubieras estado en alguna otra parte, como tu mejor amigo, yo debería saberlo, así que, déjame repetir mi pregunta: ¿En dónde estabas anoche?

—No seas ridículo. Seguramente estaba en la cocina o en el jardín; últimamente me fascina pasar tiempo ahí y, si fueras mi mejor amigo como dices serlo, lo sabrías. —Park entrecerró los ojos, notando que su príncipe estaba acelerando el paso, en busca de perderlo.

—Bien. Es una gran respuesta —aceptó el mayor de los dos, quien era hijo de un conde de ese precioso y pequeño reino y, desde niño, fue asignado por los reyes para hacerle compañía al principito—. Pero, ¿en dónde has estado toda la semana?

El príncipe miró a su amigo, quien casi corría detrás de él, persiguiéndolo sin ganas de rendirse en su búsqueda por respuestas—. He estado aquí, encerrado en este palacio, como todos los días anteriores de mi miserable existencia, JiMin.

TaeHyung no paraba de caminar, manteniendo su mirada derecha y respirando con pesadez—. No, no has estado aquí como los otros días. Es decir, ¿crees que no me he dado cuenta de que te escabulles en medio de la cacería, todas las mañanas sin falta, y que regresas antes de que se oculte el sol?

El rubio suspiró pesado y cerró los ojos por un momento, sintiéndose atrapado por todas los argumentos de su mejor amigo—. Si estuviera pasando algo interesante en mi vida, no lo dudes, JiMin: serías la primera persona a la que se lo diría.

—¿Entonces estás seguro de que no me ocultas nada? —Preguntó el más delgado y bajito de los dos, sin darse cuenta de que, finalmente, habían llegado al final del precioso corredor.

—Segurísimo, JiMin. —Finalizó el rubio antes de abrir la puerta de la recámara de su madre, la reina y meterse. Dándole una última sonrisa a su mejor amigo, cerró la puerta y recargó su frente contra los fríos adornos de oro que adornaban la blanca y pesada puerta.

—¿Tae? ¿Eres tú, cielo? —Escuchó la dulce voz de su progenitora, quien lo llamaba desde una mecedora que estaba orientada hacia la ventana abierta.

El rubio suspiró y se separó de la puerta con pesar. Comenzó a adentrarse en el esplendoroso cuarto que poseía la reina; pintado de un blanco muy puro, con flores en tonalidades cálidas adornando las paredes. Todos los adornos hechos o bañados en oro puro, junto con los muebles, que eran de un color rosado que hacía resaltar el oro de sus soberbias decoraciones.

—Sí, madre. He llegado de la cacería. —Pronunció mientras se acercaba a la reina, quien, meciéndose en su silla, observaba el precioso reino que le había dejado su difunto esposo; Halbmond*.

El chico pudo observar a su madre, quien, con su cabello rubio trenzado y colocado sobre su hombro de manera delicada, lucía un precioso vestido ligero, en colores blancos y rosas.

—Me alegra, hijo. Siéntate conmigo; quiero platicar contigo un poco. —TaeHyung podía notar las múltiples arrugas en el rostro de su mamá, así como también, la rojez de su nariz por aquella enfermedad que la mantenía enferma de gripa. Se sentó en la mecedora de enfrente y le sonrió a su madre.

»Mi hijo ya es mayor de edad, ¿no es eso fabuloso? —Preguntó la señora de avanzada edad, recibiendo un asentimiento por parte de su hijo—. Felicidades, pequeño.

—Gracias, madre. ¿De qué querías hablar conmigo?

—Oh, sí —la reina se acomodó de mejor manera en su silla y miró a los ojos a su hijo—. TaeHyung, tú sabes que ya no me queda mucho tiempo de vida, y-

—Mamá, por favor. No digas eso. —Suplicó el chico, a lo que la señora negó con la cabeza.

—Tienes que aceptarlo, corazón. El día de mañana, podría dejar de respirar y tú tendrás que ser el nuevo rey. Pero estoy tranquila con eso, porque has sido criado para esto toda tu vida; me iré en paz, sabiendo que el amado reino de mi querido TaeJin y mío se queda en excelentes manos. ¿No es así?

—Sí, claro... —De nuevo, lo que más asustaba a nuestro pequeño protagonista. Él adoraba a sus padres, a su padre TaeJin sobre todo. Porque ese benévolo rey le había enseñado que, en la vida, no hay un manual, pero uno tiene que aprender a vivirla a pesar de las adversidades. Fue una gran pena cuando el rey falleció; y, casi al mismo tiempo, la reina enfermó de gravedad.

TaeHyung estaba feliz de que, a pesar de los pocos avances en medicina, con los que se contaba en pleno siglo catorce, pudieron darle a su madre unos cuantos meses de vida extras. Pero aún seguía temiendo.

Él no estaba hecho para tener tantas responsabilidades y, sin lugar a dudas, dirigir un reino y sentarse sobre esa gran silla de madera con ornamenta de oro, no era lo más fácil del mundo.

Estaban hablando de un reino entero, con gente que come, toma agua y lucha por sobrevivir. No era como jugar con sus pequeños juguetes de madera u observar, desde una pequeña silla cómo lo hacen sus padres.

Sí, TaeHyung estaba temblando del miedo.

—Excelso —La reina le sonrió a su hijo, limpiándose la nariz con un pañuelo suave y observando a las aves volar en el cielo azul—. Corazón, como tú sabes, tu padre y yo siempre habíamos querido expandir este pequeño reino; él y yo siempre habíamos hablado de una posible alianza con el reino vecino, pero... —la reina suspiró antes de soltar una pequeña risa— los reyes parecían tener únicamente niños.

TaeHyung frunció el ceño. Peinó su cabello hacia atrás y sintió que el cuello de su traje estaba comenzando a asfixiarlo. Podía imaginar hacia dónde se estaba dirigiendo la conversación, y lo había descubierto unos días atrás. De nuevo, otra responsabilidad que lo ponía nervioso.

—Madre, ¿a dónde planeas llegar con esto? —Preguntó. Simplemente no quería creer que era cierto, pero estaba a punto de comprobar lo que se había estado diciendo en el palacio y en el pueblo; todos parecían saberlo excepto él.

—TaeHyung, tú sabes, desde hace mucho, que algún día tendrás que casarte. No por amor, sino por conveniencia, y lo sabes desde niño porque no hay otra manera. ¿No es cierto?

El chico suspiró, sacando todas sus esperanzas con él. Mirando hacia abajo y sintiéndose miserable, pero, de todas formas, resignándose a una realidad que le había impuesto desde antes de que se pudiera limpiar la nariz solo.

—Sí.

—Bien. Pues, hoy, en tu fiesta de presentación al reino y el famoso baile al que hemos invitado a familias reales de los reinos cercanos, entre algunas princesas casaderas, conocerás a tu prometida. Es una gran chica, muy hermosa según dicen, y yo- —la reina paró de hablar cuando se percató de los ojos llorosos de su unigénito. Suspiró, sintiéndose una pésima persona—. Lo siento, hijo.

—No —el príncipe levantó la mirada. Después de todo, era inevitable y ya lo sabía—. No tienes por qué disculparte, madre. Si... —respiró profundo—, si es lo que el reino necesita, entonces estaré feliz de hacerlo.

—Ese es mi valiente príncipe. —La reina sonrió, deseando abrazar a su hijo, pero reteniéndose a sí misma por su enfermedad.

En realidad se sentía pésimo de ver la esperanza abandonar los ojos de su pequeño; observar cómo esa luz se desvanecía y el rubio se resignaba a la vida que se le había sido impuesta con su nacimiento. Lo cual, hacía mucho más difícil mirarlo.

TaeHyung salió de los aposentos de su madre, no sin antes recordarle lo mucho que la amaba. Se dirigió a su balcón y observó el precioso arrollo que pasaba por afuera del palacio, pensando en el día anterior, en el que jugó con un chico toda la tarde.

Estaba confundido. Más que confundido. Y, mientras JiMin elegía su atuendo para la noche y los sirvientes lo vestían, pensaba en cómo hubiera sido su vida si no hubiera nacido en esa cuna de oro.

Todo un enigma.

Las siete de la noche, el oscuro cielo sobre todo el precioso reino de Halbmond, sin embargo, habían unas grandes y grises nubes en este, evitando que la preciosa luna, que tanto veneraban en el reino, se mostrara en todo su esplendor. Ese era el escenario en el que tendría lugar el palacio de la familia real.

Múltiples carrozas llegaban por la entrada del palacio, mismas que gozaban del honor de transportar príncipes y princesas de los reinos lejanos, sólo para celebrar el cumpleaños del príncipe TaeHyung. Y dentro de una de estas preciosas carrozas, se encontraba la prometida del príncipe.

El príncipe Kim no podía contener sus nervios, lo estaban carcomiendo vivo. Y no estaba experimentando esa horrible sensación por querer conocer a la princesa, sino porque temía verla. Temía que sus responsabilidades llegaran a él como una avalancha de blanca y pesada nieve.

Esa noche, iba a ser sólo el inicio de su fin.

En algún punto de la noche, parado junto a su madre; la reina vestía un precioso vestido en tonalidades azules, mientras lucía la pesada corona sobre su cabeza, y junto a JiMin, quien se concentraba en arreglar la capa blanca que completaba el atuendo del príncipe, TaeHyung observó a las múltiples princesas entrar por las puertas del palacio.

Su propio atuendo consistía de: Un saco en un color azul reluciente, mismo que iba sobre una camisa en color blanco con algunos adornos de piedras preciosas. Asimismo, un pantalón con líneas rojas en los costados; algunos —como JiMin, por ejemplo— dirían que le quedaba un poco ajustado, pero otros —como JiMin, también— opinaban que le hacían un gran favor a su trasero.

Pero, en realidad, lo más importante de su atuendo, era la preciosa y larga capa que descansaba sobre sus anchos hombros; misma que se ajustaba con un bronce en la parte de en frente. Tenía algunos detalles en rojo también, pero los bordados eran, más que dignos de admirar, gloriosos. El príncipe se veía precioso.

Y ninguna de las princesas, que entraban al gran salón del palacio, podía pasar eso desapercibido. El príncipe era precioso, en realidad.

TaeHyung, despeinando su cabello en la parte de atrás, con un movimiento suave de muñeca —como hábito de más de quince años—, observaba a todas y cada una de las chicas que entraban. Estaba intentado encontrar a su prometida entre todas ellas, pero, mientras realizaba su búsqueda, se percató de que ninguna, por más arreglada que estuviera o el diseño de su vestido, le gustaba.

Se mantenía inquieto, mirando una y otra vez a su madre, quien, con una sonrisa, les daba la bienvenida a las princesas.

Y, gracias a que TaeHyung claramente no gozaba de una buena paciencia, se dio la vuelta para tomar una copa de champaña. Dos príncipes pasaron desapercibido en ese momento, y JiMin se acercó al rubio.

—¿Estás bien? Te he notado ansioso toda la noche... —se alarmó el mayor, hasta que su mente se iluminó—. Esto no tiene nada que ver con tus escapadas las noches previas, ¿o sí?

—Claro que no, JiMin. —Defendió el príncipe, respirando profundo y mirando a las princesas de nuevo—. Estoy nervioso, es todo.

—Bien. Porque sabes que no es una muy buena idea enfermarse en este momento; es decir, estás a punto de conocer a tu prometida, eso sería-

—Príncipe TaeHyung —ambos chicos voltearon, interrumpidos por la voz del conde del reino, el padre de JiMin y amigo cercano del difunto padre de Tae—. ¿Me permite presentarle a la princesa Jeon JungMi y al príncipe Jeon JungKook?

El príncipe rubio dejó de respirar al ver a los dos príncipes que estaban frente a él. Eran hermanos; los dos hermanos menores de la familia Jeon, misma que reinaba las tierras vecinas.

Park notó que su príncipe había dejado de respirar, por lo que le dio un discreto golpe con su codo para que reaccionara. Ambos príncipes, con cabellos color azabache, miraban al rubio expectantes.

Kim aclaró la garganta y se acercó a la princesa—. Es un placer conocerla, finalmente.

La chica se sonrojó, haciendo una reverencia frente al príncipe con el que se casaría en el futuro. Estaba sonrojada, el príncipe de Halbmond era, en demasía, más hermoso en persona que en pinturas.

TaeHyung tomó la mano de la chica, misma que vestía un guante de un color rosa pálido. Él le besó la mano, haciendo contacto visual con ella —como le había enseñado su padre— y notando que tenía unos ojos grandes. Eran de color negro intenso, y contrastaban a la perfección con su pálida piel.

Su vestido rosado era deslumbrante, y la chica le dedicó una gran sonrisa antes de romper el contacto visual. Seguidamente, la chica caminó hacia la reina y se presentó.

El príncipe rubio miró al príncipe Jeon. No pudo decir nada al verlo, porque juraría que era mil veces más hermoso que la princesa.

Ambos chicos se miraron en silencio, haciendo contacto visual todo el tiempo y fingiendo que no se conocían.

—Hola, Kookie. —Fue el rubio el primero en hablar, estirando su mano hacia el príncipe vestido de blanco y algunos adornos rosas sobre su traje.

—Hola, TaeTae —contestó el otro príncipe, suspirando profundo y acercándose al oído del contrario—. Te veías muy diferente ayer; me gustas mucho más en este traje.

El rubio aclaró la garganta. Se sintió muy avergonzado en ese instante, pero, al mismo tiempo, se fascinó al recordar el día en el que conoció al príncipe Jeon JungKook de Rutermond*.

Glosario:

*Halbmond: Media luna en Alemán.
*Rutermond: Luna roja en Alemán.

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