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44 ❝ FURIA ❞

Hacía mucho calor. La heladera no funcionaba, por lo tanto no tenía agua fresca la cual tomar para saciar su sed. Tampoco podía prender el aire acondicionado, lo tenía prohibido. A ese aparato solo lo usaba su madre, ya que este estaba en su habitación.

Sabía cuando su madre lo usaba, pues la máquina hacía un ruido increíble, uno que Félix lo llamaba "el monstruo escondido". Le daba miedo y a la vez no tenía idea de donde provenía. En su habitación, aquel sonido sonaba como si viniese de las paredes, perforaba sus tímpanos y no tardaba en subir las sábanas hasta su cabeza, aunque haya más de treinta grados, él tenía que protegerse de ese monstruo.

Las lágrimas no tardaron en llegar y consigo el rugido de su estómago. No sabía que hacer, su habitación estaba a oscuras y el monstruo escondido sonaba cada vez más fuerte, pero el dolor en su pancita también aumentaba. Con sus pequeñas manitos sacó la sábana que lo cubría y corrió tan rápido que se tropezó, impactando sus rodillas fuertemente contra el suelo. Aún así, se levantó y prendió la luz, revisando enseguida si en su habitacion había alguna clase de presencia.

Alguna que lo llevase a otra parte.

Abrió con cuidado la puerta y sacó su cabeza primero, para ver si su madre se había dormido. Al no escuchar alguna clase de ruido, sacó todo su cuerpito, el cual tembló enseguida al notar que también estaba oscuro, solo la luz de la calle traspasaba las ventanas. Comenzó a caminar, sintiendo el frío de las baldosas debajo de sus piecitos descalzos. Bajó rápidamente las escaleras, revisando por última vez hacia arriba si es que había despertado a su madre, porque si eso sucedía, no podría dormir con el dolor en sus mejillas.

Mamá tiene manos grandes y pesadas. Fue lo que le dijo a su maestra jardinera, sin saber el lío en que se metería luego.

Entró a la cocina, pero primero alzó como pudo una de las sillas. A esa edad él no sabía lo que era agradecer, pero sin dudas agradeció que no fueran tan pesadas. Se subió a ella y abrió la lacena, lamiéndose los labios al encontrar enseguida un paquete de galletas con chips de chocolate.

Pero había un problema: eran de su Madre.

Félix recuerdaba perfectamente bien que no podía tocar sus cosas, pero en este caso, el hambre lo estaba consumiendo. Ella no había cocinado nada, ya que salió con sus amigas y el no sabía como hacerlo. Además, luego de haberlo encontrado en la casa de sus vecinos, su madre le había quitado los juguetes y encerrado en su habitación, por lo que no volvería a cometer ese error.

Él amaba a sus juguetes, en especial esos bloques de colores. Era todo lo que tenía.

Sabiendo todo lo que podía pasarle, vió que el paquete estaba abierto y si sacaba dos galletas, su madre no se daría cuenta. Se sentó en la mesada, con sus piecitos colgando y le dió la primera mordida, sintiendo el sabor a chocolate como si fuese el paraíso.

Estaba tan ensimismado con el sabor y lo que producía en él y su pancita, que no se había dado cuenta que la luz había sido prendida, consigo, dos voces, femenina y masculina, se hicieron presente.

Su miedo fue tanto que al bajar de la silla, sus rodillas impactaron de nuevo contra el suelo, sintiendo el dolor más grave que la primera vez. Levantó su mirada y se encontró con los pares de ojos mirándolo, pero más le llamó la atención la furia que desbordaba los de su madre.

El chico ya se había ido y Félix fue arrastrado del brazo hasta su habitación. Lo encerró allí, no sin antes impactar su mano contra su pequeña mejilla, dejándola roja al instante.

Esa misma furia, estaba presente ahora, desbordando de sus ojos cafés.

—¿Qué haces besando a un hombre? —preguntó nuevamente, logrando sacar a Félix de sus pensamientos, o más bien, recuerdos desbloqueados.

Ambos chicos se miraron a los ojos, pero fue el rostro de Changbin quien emitió una mueca de desagrado. Los dos se corrieron para un costado, dejando que la figura de aquella mujer se adentrara un poco más a la casa.

El rostro de la mujer se había convertido en un poema: sus mejillas estaban rojas y en sus ojos se denotaba el enojo.

Pero no le importó, al fin y al cabo, ella nunca fue su madre.

Félix tomó la mano de Changbin. Encontró los ojos cafés de Jiyoung, y sintió el mismo miedo que sintió el pequeño Félix de seis años.

—Eso no te importa —espetó el peligris, apretando la mano de Changbin, para sentir que no estaba solo.

—¿Cómo que no me importa? Soy tu madre.

—No decías lo mismo cuando me encerrabas en mi habitación.

Changbin giró su rostro, sorprendido por la confesión.

—Lo hacía para educarte, pero veo que falleció.

—Abandonar tampoco es educar —dijo Changbin, ganándose una mirada fulminante de Jiyoung.

La mujer se puso más nerviosa de lo común y ambos lo notaron. Comenzó a jugar con sus dedos, dando vuelta los anillos en cada mano, como si quisiera ocultar algo.

—¿Eres gay, hijo?

Jiyoung dió  un paso hacia adelante, mirando a los ojos de Félix, suplicándole para que su respuesta sea negativa.

Desde que regresó a Seúl, en busca de su hijo, no dejó de ver personas del mismo sexo juntas. Eso le repugnaba, le causaba tanto asco que podía vomitar en frente de la gente. Le había rezado tanto a Dios para que cure la homosexualidad, tanto que esperaba que Félix, su unico hijo no, salga así.

—Sí, ¿tienes algún problema? —contestó casi riéndose—. Ni siquiera tienes el derecho a llamarme hijo. No después de haberme golpeado o encerrado en la habitación, no después de abandonarme y volver como si nada hubiese pasado. No tienes el derecho a cuestionarme.

La furia llegó a su rostro, dejándolo completamente rojo. Sus anillos, la mayoría de diamantes, que habían sido regalados por unos cuantos amantes en el pasado, se quedaron atrapados entre sus dedos y palmas, ya que había vuelto sus manos en forma de puño.

—Solo quiero comprender, para ayudarte... —los ojos furiosos de Jiyoung se movieron a la par que Changbin había soltado la mano de su novio para sostener su cintura, así tenerlo junto a él—. ¿Quién te crees para tocarlo así? Suéltalo ya mismo.

—Es mi novio y tiene todo el derecho de tocarme —dijo sin escrúpulos el peligris.

Los ojos de la extraña mujer se inyectaron en sangre y sintió las lágrimas aproximarse, pero no lloraría, lo ayudaría a superar esa etapa confusa.

—Vete y no vuelvas, entiende que no te quiero.

—Sin mí te has convertido en esto, ¿crees que me iré así como así?

—Lo hiciste una vez, ¿cuál será la diferencia?

Ahora sí que la furia le ganó y sobre todo, la cegó. Su cuerpo tembló levemente, ¿cuándo se había vuelto un niño tan mal educado? Su padre nunca había hecho un buen trabajo, no pudo con ella, ¿cómo diablos iba a poder con su nieto?

Pensar en su padre le hizo recapacitar a lo que en verdad venía, pero el enojo pudo con ella. Elevó su mano y la estampó contra el rostro de Félix, volteando con facilidad su rostro.

—¡¿Quién te crees que eres para hablarme asi?!

Changbin lo alejó enseguida y tomó su rostro entre sus manos, antes de fulminar a la mujer con su mirada. Una gran cortada yacía en el pómulo izquierdo, producto de sus anillos y el diamante, los cuales estaban dados vuelta gracias a que jugó con ellos por el nerviosismo.

—No voy a aceptar esta clase de tratos en mi casa —otra voz femenina se escuchó, una dominante y firme.

Unos tacones rezonaron en toda la sala. Changbin se sorprendió por el repentino grito de su madre, pero se encargó de mirar el rostro de Félix. La cortada no era pronfunda y estaba marcada con una lina roja, perteneciente a la sangre. Estaba hinchada, además de las lágrimas cayendo.

—Tranquilo, pequeño, ya se irá, ¿sí? —el peligris se refugió en el pecho de Changbin, abrazándolo con fuerza.

—¿Y quién eres tú? —pregunto Jiyoung.

—La dueña de esta casa. Y la que te esta pidiendo que te retires o sino llamo a la policía.

—¿Y con qué motivos?

—Agresión, violencia intrafamiliar... la lista podría seguir pero creo que ya has entendido.

La mujer empujó a Jiyoung hacia afuera de la casa, hechándola como si fuese un perro.

—No vuelvas. O me veré obligada a agregar acoso y robo.

—¿R-Robo?

—¿Sí sabes que es muy fácil meter un fajo de billetes en tu bolso? —la miró incrédula, con una sonrisa de superioridad—. La excusa perfecta sería que trabajabas en mi empresa y sabías la contraseña de la caja fuerte. Llorar tampoco me es difícil, ya sabes, una víctima traumada porque su asistente la traicionó... —volvió a sonreir—. No vuelvas. Nadie debe tratar así a su hijo.

Aunque eso sonó más para sí misma que para la otra mujer.

Al cerrar la puerta, se encontró con los ojos de Changbin y se derritió ante la imágen, aunque sabiendo de donde proviene, su sonrisa no duró tanto. Félix se encontraba abrazando el cuerpo fornido de Seo, sollozando un poco más que antes.

El rubio miró a su madre y susurro un leve "gracias", recibiendo como respuesta una sonrisa y un asentimiento. Jisoo los dejó solos, yéndose hacia el jardín con una taza de café en la mano.

Y entonces, abrazándolo de esa manera, Félix comprendió que el único lugar seguro sería su Changbin.

Su Binnie.

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