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𝐶𝑢𝑎𝑡𝑟𝑜

En ese día, un trece de Marzo el pequeño chico de ojos cual miel se quedó con el profesor de ciencias por la tarde. Aoi se había ido desde hace rato, pues tenía cosas que hacer así que no se quedó a esperar a Amane.

Pero Kou sí, y se estaban tardando demasiado. Tomaba su báculo con nerviosismo, últimamente llegaba con más heridas de lo normal y nunca decía nada. Se frustraba, aunque no lo demostrara, estaba sufriendo y no pedía ayuda.

Probablemente solo era el deseo proveniente de Kou al ayudar a los demás, de sentirse útil y necesario, quería convencerse de que era así y no otra cosa. Pero vamos, era su amigo más cercano (si no es que, es su mejor amigo) y desde que se quedaban a dormir en la casa del otro decidió que también eran sus asuntos.

Escuchó las butacas caer y sus instintos de alerta se encendieron corriendo hacia la puerta mirando por la ventana circular que está tenía.

Ahí estaba, se alzaba hermosamente como un pavo real bajo la luz de la luna. De espaldas se veía tan triste y solitario, le causaba un sentimiento inexplicable. Se dió cuenta de que miró por debajo de sus pies a esa altura tan alta, que sintió que lo iba a perder.

Cuando iba a entrar, Tsuchigomori sensei tomó del brazo a Amane y recibió por parte del chico un golpe en su mano derecha. A Kou se le hacía tan confuso todo, quería saberlo y a la vez no.

¿Porqué le entregó la roca que siempre cargaba, al profesor de ciencias? ¿Era para estudiarla?

Vió como se bajó del marco de la ventana y suspiro forzando la sonrisa de siempre, tomó su mochila y se dirigía hacia la puerta.

El joven exorcista corrió lo mas veloz que pudo y se sentó en la banca del salón continuo, regulando su respiración y fingiendo que estaba a punto de dormirse.

Unos pequeños golpecitos en su hombro le hicieron entrar en pánico y alzó la cabeza haciéndola tambalear.

—¿Que estás haciendo aquí,niño? ¿No deberías estar ya en tu casa?.— cuestionó ladeando su cabeza.

—Te estaba esperando, Amane.— sonrió, de una manera algo rara que el contrario no supo decifrar que es.

—Te estabas durmiendo, eso no es esperar a alguien.— rió y le ofreció su mano para que se levantara.— Gracias Kou, eres muy amable.

—Sabes que cuentas conmigo.— no se dió cuenta, pero esas palabras le calaron en lo más profundo de su cerebro.

—Lo sé.— y apretó aún mas su mano tan cálida.

Te veo cuando te escondes y mientes
No es ninguna sorpresa
Te veo cuando huyes de la luz dentro de tus ojos
Te veo cuando piensas que no me doy cuenta de todas esas cicatrices

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