Cuando lo conocí
I
Cuando lo conocí, fue un día aparentemente como cualquier otro. El sol brillaba intensamente, los pájaros cantaban melodías alegres y las nubes en el cielo parecían sonreír. O tal vez era solo yo sintiendo cómo todo lo demás pasaba a un segundo plano al verlo.
Ser estudiante y trabajar no cambiaba mucho el panorama de mi vida, así que la aparición de él en la cafetería no era, en principio, algo fuera de lo común. Sin embargo, la primera vez que entró, sentí una especie de imán que me atraía hacia él. Fue una sensación extraña y completamente nueva para mí.
Quizás fue su cabello rubio que destacaba con gracia en contraste con su tez pálida y ligeramente sonrojada. O su estatura, no muy alta, pero imponente en comparación con la de una mujer promedio. Tal vez fueron sus ojos, que transmitían un vacío intrigante, mientras sus labios permanecían siempre en una línea recta.
Su primer pedido fue un café que no llegó a tomar, parecía ser solo una excusa para permanecer en el lugar. Lo único que hizo fue sentarse junto a la gran ventana que inundaba la cafetería de luz, mientras las teclas de su computadora se movían sin cesar.
Curiosamente, era como si nadie más existiera para él.
— Quiero un frappuccino de frutilla — fueron las únicas palabras que pronunció cuando me acerqué, antes de volver a sumergirse en su escritura, sin prestar apenas atención al menú que le había mencionado anteriormente.
Los minutos pasaron, alrededor de treinta, hasta que la cantidad de clientes disminuyó y pude permitirme perderme en la contemplación de esa persona que había capturado mi atención desde el primer día. El chico de cabellos rubios seguía ahí, incluso cuando ya eran las cinco y media de la tarde.
Incliné la cabeza, confundido, observando cómo sus dedos se movían rápidamente sobre las teclas del ordenador. La mayoría de las veces lo vi borrar o fruncir el ceño mientras escribía, con una expresión de frustración en los labios. Se notaba estresado, cansado y claramente desanimado. Parecía que no podía terminar de escribir ni siquiera una página; se veía perdido.
Me pregunté, ¿qué estará escribiendo? ¿Será su trabajo? ¿Quizás algún proyecto para la universidad? Parecía demasiado joven para eso. O tal vez estaba manteniendo una conversación con su novia o novio.
La incertidumbre creció mientras esperaba a que terminara su bebida. Observé cómo suspiraba, se recogía el cabello hacia atrás y cerraba cuidadosamente la computadora para luego guardarla en su bolso. Cada gesto parecía más cansado, como si llevara consigo una carga invisible.
En silencio, sacó un par de billetes de su bolsillo y los colocó delicadamente sobre la mesa antes de levantarse de su asiento e irse. Y yo me quedé allí, contemplando los billetes abandonados sobre la mesa.
II
Ese día, lucía unos jeans negros, una camisa blanca y un abrigo largo. Se veía elegante y casual al mismo tiempo, y su cabello rubio resaltaba sobre su piel blanca, dándole un aire de pequeño ángel.
Sin perder tiempo, se dirigió a su lugar habitual junto a la ventana. Observé con cautela cada uno de sus movimientos mientras sacaba de su bolso negro su computadora.
Me acerqué sigilosamente, consciente de no interrumpir su concentración, y estuve a punto de preguntarle cuál sería su pedido cuando su teléfono sonó de la nada, sorprendiéndonos a ambos.
—¿Qué? — contestó con una mirada seria, mientras movía el ratón con su mano desocupada—. Estoy ocupado... — bufó, obviamente frustrado, soltando lo que tenía en las manos para dirigir su mirada hacia la ventana a su lado—. ¿Por qué quieres venir?
Solo pude quedarme en silencio.
— Sí, sí, está bien... — terminó aceptando mientras se pasaba la mano libre por el cabello en un gesto de frustración—. Frente a la empresa, sí, esa cafetería... Nos vemos.
Una vez que colgó, presionó el puente de su nariz con el índice y el pulgar. Aunque aparentaba estar enfadado, pude percibir una leve sonrisa en sus labios.
— Disculpa, ¿qué deseas ordenar? — Después de dos minutos, me atreví a preguntarle su pedido.
— ¡Jimin! —El tintineo de la campana de la puerta acompañó el grito del desconocido, atrayendo la atención de la mayoría de las personas en la cafetería.
Su nombre era Jimin.
— Aquí estoy —respondió Jimin con su voz suave, captando la atención de quien acababa de llegar.
— ¡Jimin-ah! —volvió a gritar el recién llegado.
— Por favor, Taehyung, intenta no hacer tanto ruido — susurró Jimin, notoriamente sonrojado.
No pasó mucho tiempo antes de que, después de tomarle el pedido, pudiera llevarlo a su mesa.
— Gracias — me dijo con voz suave, aunque sus palabras parecían dirigidas más a la persona frente a él que a mí. Sus ojos seguían fijos en la conversación con su amigo, aparentemente absorto en las palabras que se intercambiaban.
Un ligero suspiro escapó de mis labios mientras me alejaba.
— ¿Aún te gusta el frappuccino? — le preguntó Taehyung, dejando que en su voz se entremezclara una pizca de neutralidad y aparente nostalgia.
— Sí, es delicioso — respondió él de forma concisa y precisa, provocando una sonrisa en su amigo. Sin embargo, la expresión de este se tornó seria al fijar la mirada en la computadora.
— Sigues escribiendo... — susurró con un matiz de seriedad en su tono.
— Sí — contestó sin titubear.
No estoy seguro de por qué sentí que esas palabras estaban cargadas de tristeza.
III
Pasaron tres días hasta que pude volver a verlo.
No puedo negar que la ansiedad se apoderó de mí mientras esperaba su regreso. Incluso prolongaba mi estancia en la cafetería por algunos minutos más cuando mi turno terminaba, con la esperanza de que apareciera.
No pude ocultar un destello de alegría en mi rostro cuando lo vi llegar apresuradamente. A pesar de su evidente cansancio y agitación, se dirigió directamente a su asiento habitual junto a la ventana. Había hecho todo lo posible para asegurarme de que ese lugar especial estuviera reservado solo para él.
Gracias a la luz que entraba por los ventanales, pude contemplar cómo cerraba los ojos por un breve momento, como si estuviera recuperando fuerzas antes de desplegar la computadora frente a él y comenzar a escribir.
— Hola, ¿quieres lo mismo de siempre? —le pregunté con amabilidad, manteniendo mi mirada fija en la suya, ansioso por escuchar su respuesta.
Jimin me observó durante unos segundos, sus ojos escudriñando los míos, antes de asentir con suavidad, como si hubiera encontrado un refugio en esa elección.
—Oh, y... ¿podrías añadir un trozo de pie de limón? —agregó de repente.
— Por supuesto — respondí con una sonrisa, encantado de cumplir con su pedido.
— Gracias... Jungkook — dijo entrecerrando los ojos, como si quisiera grabar mi nombre, impreso en mi uniforme, en su memoria.
— Enseguida vuelvo — respondí con una sonrisa, sintiendo una leve emoción recorrer mi ser al escuchar mi nombre en sus labios.
Pasaron solo algunos minutos antes de que llegara a su mesa con el frappuccino y el trozo de pie de limón. Observé cómo su rostro se iluminaba al verlo, dejando a un lado la computadora. Con la pequeña cuchara que le proporcioné, tomó un trozo del pastel y lo llevó a sus labios.
— Oh, esto es exquisito — susurró con plena satisfacción después de dar el primer bocado, dejando escapar un suave gemido de placer—. Debí haberlo probado mucho antes.
Una sonrisa cálida se dibujó en mis labios, complacido ante su reacción.
— ¿Quieres que te dé uno para llevar? —pregunté, notando sus mejillas ligeramente sonrojadas por el sabor delicioso.
Lucía tan adorable, como un pequeño pollito disfrutando de su comida.
— Sí, por favor... es delicioso — respondió con una última mordida, y una radiante sonrisa iluminó su rostro.
Esa fue la primera vez que sentí cómo mi estómago se llenaba de mariposas revoloteando con frenesí, mientras que su sonrisa provocó que mi corazón diera un alegre salto en mi pecho.
IV
A medida que pasaban los días, esa breve interacción se volvió una parte esperada de mi rutina diaria. Su sonrisa se convertía en un faro de bienvenida en medio de la agitación de la cafetería. Cuando finalmente el reloj marcaba las seis en punto, era el momento de la despedida. Jimin se tomaba un momento para dirigirme una mirada de complicidad mientras recogía sus pertenencias y se preparaba para partir. A veces, incluso intercambiábamos algunas palabras sin sentido, solo para reírnos juntos. Era como si tuviéramos nuestro propio pequeño espacio.
No podía evitar sentir que había algo especial. No había una razón clara o una explicación lógica para ello, simplemente era así. Era una sensación extraña pero reconfortante, como si nos conociéramos desde hace mucho tiempo, aunque en realidad no lo hacíamos. A veces, me preguntaba si Jimin también lo sentía.
Aquella conexión fugaz pero significativa se convirtió en un pequeño rayo de luz en mi vida cotidiana. Era algo que anhelaba, algo que esperaba con anticipación cada día. Ver su sonrisa y compartir esos breves momentos me llenaba de alegría y me hacía sentir especial.
— Adiós, Jungkookie — decía con una cálida sonrisa.
— Adiós, Jimin hyung — respondía con una reverencia.
Quizás no teníamos una relación estrecha en el sentido tradicional, pero eso no importaba. En aquel pequeño rincón de la cafetería, en medio del bullicio y las rutinas diarias, lo había encontrado a él y... me gustaba.
V
Fue un día de esos en los que me encontraba deambulando por las calles de Seúl, cuando, de repente, lo vi. No estaba seguro de si acercarme; me sentía nervioso, como si volviera a tener dieciséis años sin proponérmelo.
Pero a pesar de mi nerviosismo, decidí dar el primer paso. Lo vi sumido en su mundo, absorto en su teléfono móvil, mirando su celular con esa serenidad característica de él.
— ¡Jimin hyung! — El sonido de mi voz rompió repentinamente su concentración. Lo vi sobresaltarse y buscar el origen de mi llamado entre las personas que transitaban a nuestro alrededor.
Cuando nuestros ojos finalmente se encontraron, mi corazón dio un vuelco.
Joder, ¿acaso soy gay?
— Oh, Jungkookie — susurró, dejando escapar una sonrisa mientras pronunciaba mi nombre con cariño.
Jungkookie era mi apodo ahora, y no podía estar más contento con ello.
En ocasiones, cuando la cafetería estaba tranquila y con pocos clientes, me atrevía a acercarme a Jimin para entablar una conversación. Para mi sorpresa, él no parecía molestarse en lo absoluto y siempre se mostraba dispuesto a charlar conmigo.
A medida que nuestras pequeñas charlas se desarrollaban, fui descubriendo más sobre él. Me reveló que era tres años mayor que yo y que trabajaba como editor de novelas en una reconocida empresa, lo cual me sorprendió.
Me contó que le gustaba mucho su trabajo y que, a pesar de que a veces lo agobiaba, siempre resultaba ser su forma de despejarse. Fue impresionante.
Por mi parte, le revelé que estaba en mi último año universitario, estudiando artes. La sorpresa se dibujó en su rostro, y aunque no dijo nada en ese momento, su expresión revelaba cierta admiración.
Continué contándole que trabajaba a medio tiempo en la cafetería, ya que funcionaba como una distracción en mi rutina diaria. Al mencionar esto, noté un destello de tristeza en sus ojos, como si pudiera identificarse.
— ¿Buscas una distracción, Jimin hyung? — le pregunté con suavidad.
Él suspiró, como si estuviera debatiéndose internamente antes de responder.
— Sí, en cierta medida, supongo que lo hago — admitió, pero no respondió más.
Ahora, volviendo al presente, podía decir que nuestra relación comenzaba a avanzar.
— ¿Qué haces aquí? — me preguntó con una sonrisa cuando finalmente estuvimos frente a frente.
— Uh, estoy a unos días de terminar la universidad, así que tengo tiempo libre y... me gusta pasear — respondí —. ¿Y tú?
— Oh, bueno, vuelvo del hospital, pero ahora estoy buscando un lugar que me recomendaron, ¿puedes creer que nunca he probado una hamburguesa?
— ¿Estás bien? ¿Por qué no habías probado...?
— Mis padres me cuidaban demasiado — interrumpió rodando los ojos—. Era un niño enfermizo, pero bueno, si no te molesta... ¿me puedes ayudar a encontrarlo?
— Oh, sí, por supuesto —respondí.
Jimin sacó su teléfono y comenzó a buscar la dirección mientras caminábamos juntos.
El lugar al que llegamos era un pequeño restaurante con un ambiente acogedor y aromas tentadores. Y como parecía costumbre, nos sentamos en una mesa junto a la ventana.
Mientras esperábamos nuestro pedido, Jimin me miró con esos ojos brillantes y una sonrisa radiante.
— Gracias por acompañarme hoy, Jungkook — dijo.
Mi corazón latía con fuerza mientras lo miraba, y su confesión hizo que mi rostro se coloreara ligeramente.
Estaba cayendo demasiado rápido.
— Gracias por permitírmelo.
Él se rió.
Y yo me sonrojé.
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