†𝟶𝟷†
La luz comenzaba a colarse de una manera descarada por la cortina gastada que, se suponía, debía cubrir el sol para mantener al chico que dormía en su cama en ese estado de reposo.
Sin embargo, la odiosa y determinada luz comenzó a molestar al chico de cabellos rubios, quien dormía exhausto por haber ayudado con la mudanza el día anterior. Apretó mucho más sus ojos antes de mover su mano sin razón aparente y, finalmente, abrir sus peculiares ojos azules.
Sus orbes brillaron con tremendo esplendor gracias a la luz que los atacaban de una manera divina; logrando que el chico delgado que despertaba sobre su cómoda nueva cama, se viera aún más precioso.
Después de tallar sus ojos con delicadeza y bostezar grande, escuchó la, ya conocida para él, voz de su progenitora, quien lo llamaba con insistencia desde la planta baja de su nueva residencia.
—¡Voy, mamá! —contestó en forma de grito para que su madre, quien le había pedido que bajara a desayunar lo más pronto posible, lo escuchara a esa distancia.
Kim TaeHyung, ese era su nombre, apartó las sábanas blancas —las cuales estaban hechas un desastre— de su cuerpo y se levantó con resignación. Era hora de comenzar su día; la mejor manera de hacerlo, era obedeciendo a su madre en lo que le pidiera; detestaba las peleas y los desacuerdos.
Por esa misma razón, se apresuró a buscar una camisa blanca y un pantalón de vestir negro; peinó su cabello lacio después de vestirse y se miró al espejo. Ya tenía veinte años, pero, por alguna razón, seguía viéndose como un niño de diez o tal vez quince años.
¿Cómo había pasado su adolescencia? ¿Acaso se le habría escapado y seguía siendo un niño? En realidad se preguntaba por qué no le había pasado lo que todos sus antiguos maestros le habían dicho que pasaría.
No había sentido nunca la necesidad de retar a sus padres; tampoco de establecer otras relaciones que no fueran simple amistad o de hacer cosas que no eran correctas. TaeHyung tampoco consideraba que su madre fuera demasiado absorbente con él, pero... digamos que no se permitía pensar de esa manera de su mamá.
Él había llevado una educación basada en el catolicismo toda su vida; siempre había asistido a la iglesia y se había esforzado por mantener a los pecados muy alejados de él. Constantemente se recordaba a sí mismo que todo el tiempo tenía que cumplir los diez mandamientos de la Iglesia.
Cuando terminó de observarse al espejo de la misma manera en la que lo había hecho toda su vida, salió corriendo de su habitación para terminar con la espera de su progenitora.
—Buenos días, mamá. —saludó como un buen hijo, haciendo una ligera reverencia hacia su madre. Se enderezó y, con una sonrisa, caminó hacia la mesa del comedor a observar a la señora servir los platos de comida.
—¿Cómo amaneció mi niño bueno? —preguntó con una sonrisa impecable, tomando ambos platos en sus manos y colocando uno frente a su unigénito.
—Bien, gracias. —miró a su madre con aquellos ojos que se asemejaban a pequeños zafiros y una sonrisa en agradecimiento por la comida.
—¿Emocionado por empezar tu nueva vida en Busan? —preguntó la pelinegra, llevando un pedazo de tostada de pan a su boca y sintiéndose nostálgica al momento de observar, de nueva cuenta, el gran parecido que tenía TaeHyung con su difunto esposo.
—Sí, claro. No puedo esperar a conocer a las personas y hacer nuevos amigos. —dicho esto, bajó la mirada a su plato, recordando por breves instantes al que solía ser su mejor amigo: Jung HoSeok; un chico de amplia sonrisa y miles de historias qué contar. Al cual, tuvo que abandonar en su cuidad natal cuando su madre, de una manera egoísta, decidió que debían mudarse a 88 kilómetros de él. Pero bueno, ¿qué podía decir? Su madre tenía la última palabra.
—¡Me alegra! —sonrió genuinamente, agradeciendo tener un hijo tan optimista que, en realidad, le facilitaba la existencia—. Justo por esa razón, hoy iremos a la parroquia a conocer al sacerdote y a las familias —observó la vestimenta de su hijo y soltó una pequeña risa—. Qué bueno que ya estás vestido para la ocasión, eh.
—Sí, quiero verme bien para conocerlo y causar una buena impresión. —sus palabras estaban un poco vacías, pero HyeJin supuso que era por la repentina mudanza, así que no le dió mucha importancia.
TaeHyung caminaba con algo de inseguridad por aquel jardín verde; mismo jardín que era propiedad de la iglesia de aquel pequeño pueblo. Sus suaves cabellos se movían con el suave aire que impactaba contra su precioso rostro. Iba agarrado de la mano de su mamá, acercándose cada vez más a la entrada.
Lo que quería HyeJin, era conocer al sacerdote y a las demás personas que recurrían la iglesia; y si Tae no fuera tan callado y respetuoso, le habría dicho que no necesitaban conocer a toda la gente que usa la iglesia como pretexto para escaquearse de sus quehaceres u obligaciones.
La señora Kim aún guardaba luto por su esposo, por lo mismo, estaba usando un traje negro junto con un sombrero. Al momento de acercarse a las señoras que estaban platicando en un grupo, estas la miraron con lástima.
—Buenos días, señoras —habló su madre, mostrando una gran sonrisa—. Me presento; soy Kim HyeJin, y éste es mi pequeño hijo, TaeHyung. Acabamos de mudarnos.
Las señoras, que vestían de colores claros la miraron con sonrisas mucho más falsas que su fe. Una de ellas en especial, se paró frente a ella cara a cara. Era una señora pálida, de largo cabello negro, delgada y alta. Digamos que HyeJin era un poco más morena que el resto, su cabello igual era negro y no era tan delgada como las demás; tampoco era tan alta.
—Mucho gusto. Soy la señora Jeon, pero puedes decirme ChangMi. —habló la pálida, ofreciéndole la mano a HyeJin mientras sonreía.
—Es un gusto. Saluda, TaeHyung. —ordenó su mamá; el chico ya estaba acostumbrado a recibir nada más que órdenes de su controladora progenitora, así que simplemente la siguió y saludó.
—¿Cuántos años tienes, muchachito? —preguntó la señora Jeon, completamente asombrada por los zafiros que tenía el rubio en lugar de ojos. Se sentía tan celosa por aquellos ojos y aquel cabello rubio platinado. Además, TaeHyung, a su parecer, se veía tan delicado como una chica; y eso no era normal.
—Veinte años, señora. —contestó amablemente, sintiéndose un poco incómodo por tener los envidiosos ojos de la pálida sobre su rostro.
—¡Qué curioso! —exclamó con gracia—. Igual que mi hijo. —mencionó la pelinegra.
—¿También tienes un hijo? Increíble —se volteó hacia su hijo—, ¿ves? Un amigo nuevo.
La pelinegra pálida asintió con su cabeza; buscando a su hijo mayor con la mirada. Buscaba llamarlo para mostrarles a los Kim lo que en realidad era un hombre; porque, para ella, ese muchachito de aspecto fino y delicado no lo era. Cuando por fin divisó al orgullo de sus ojos, le hizo una seña para que se acercara.
El chico de cabellos azabaches como su madre, se acercó a ella con pereza. Detestaba lo pretenciosa y grosera que podía llegar a ser su progenitora. Se paró detrás de ella, observando a la señora morena frente a él.
—Él es mi hijo, JungKook —habló con una sonrisa—. JungKook, ellos son los nuevos vecinos; la señora Kim HyeJin y su hijo, Kim TaeHyung.
Cuando el hijo de la señora Jeon desvió sus ojos al chico que estaba al lado de la morena, se sintió completamente intrigado. Jamás había visto algo como TaeHyung; sus ojos brillaban cual diamantes, su cabello se veía tan suave y sus labios rosados le gritaban un fuerte: "eres hermoso".
Su mente solamente se podía concentrar en el rubio que lo miraba con una pequeña sonrisa; sus ojos se conectaron y ambos sintieron sus corazones acelerarse.
Kim TaeHyung se sintió completamente impresionado por ese chico. Jeon JungKook era todo un hombre; tenía la espalda ancha y sus pantalones resaltaban su pequeña cintura. Su cabello era de un color negro intenso y estaba un poco ondulado; era abundante y largo.
Sus ojos eran grandes, y pudo notar un brillo intenso en ellos cuando sus miradas se conectaron. El tiempo pareció detenerse y ninguno de los dos dijo nada; no se necesitaban palabras.
Las miradas lo decían todo; ambos sentían mariposas en el estómago y Kim sentía su cuerpo temblar. En realidad no podía creer que estaba viendo la perfección en persona; JungKook era perfecto.
—Pero si es todo un hombre ya, mucho gusto JungKook. —saludó HyeJin, rompiendo por completo el momento tan inusual que se había presentado entre ambos chicos.
—Lo mismo digo, señora Kim —contestó el azabache sin una pizca de interés, se acercó lentamente al rubio con las mejillas ardiendo en un color rojo—. Soy JungKook.
TaeHyung tragó saliva y respiró antes de poder contestar; se sentía tan pequeño al lado de ese chico y prácticamente median lo mismo—. Yo TaeHyung.
—¡Qué bueno que ya se conocen! —habló ChangMi, ignorando completamente que su hijo estaba invadiendo el espacio personal del rubio inusual—. HyeJin, creo que ellos serán buenos amigos.
—Ya lo creo —sonrió grande y volvió a mirar a la pálida—. ¿Sabes de casualidad si el padre se encuentra aquí? —ChangMi le sonrió y con sus manos señaló disimuladamente el atuendo de la otra.
—Está adentro de la parroquia. ¿En dónde está tu esposo, Hye? —preguntó con una sonrisa burlona, a lo que JungKook rodó los ojos. En serio detestaba que su madre fuera una mujer tan descarada y pedante.
La morena bajó la mirada y comenzó a jugar con sus guantes negros, evidenciando sus nervios—. Él falleció recientemente; Tae y yo nos mudamos para acá en busca de una nueva vida.
—¡Oh! —exclamó la señora Jeon, fingiendo estar sorprendida y arrepentida por haberle cuestionado eso—. Lo lamento mucho; mis más sinceras condolencias.
—Gracias, ChangMi. —la morena sonrió, claramente no dándose cuenta del sarcasmo en las palabras contrarias.
Las campanas de la iglesia comenzaron a sonar, anunciando que la sagrada misa estaba por comenzar. A lo que la pálida sonrió e invitó a HyeJin a sentarse junto a ella.
Sabía que, al quedar viuda, una mujer se quedaba con los bienes de su difunto marido; por lo cual, le pasó por la cabeza convertirse en su amiga y tal vez, de manera inocente, aprovecharse de su dinero para su beneficio.
La morena aceptó con una sonrisa en su rostro; comenzó a caminar con porte hacia la entrada de la iglesia. Sin embargo, gritó el nombre de su hijo y, con una mirada amenazadora, le ordenó que la siguiera. Y el chico rubio se tuvo que olvidar de sus ganas de hablar con el azabache.
JungKook simplemente vio cómo aquel delgado chico rubio, de piernas largas y hermoso perfil se alejaba cada vez más. Eso hasta que su madre lo llamó con una sonrisa, que de verdadera no tenía nada, y lo hizo entrar a la parroquia.
Tomaron sus lugares al inicio de las filas, sentándose las señoras juntas y los hijos a cada lado de sus respectivas progenitoras. JungKook se veía casi forzado a buscar una manera de observar al rubio, en realidad le intrigaba su hermoso aspecto, puesto que jamás había visto a alguien así. ¿Podría tratarse de un ángel?
Todos se quedaron callados cuando los cantos celestiales se hicieron presentes y un hombre alto, y un poco fornido; moreno con cabellos castaños, entró a la parroquia y caminó con prisa hasta el altar.
Jeon simplemente veía cómo su madre se estremecía con cada palabra profesada por aquel sacerdote. No se callaba con los extensos sermones sobre ser buenas personas y llevar luz al mundo como Jesús lo hizo.
Toda su vida había crecido como un buen católico y, hasta un año antes, había creído ciegamente en todo lo que decía la iglesia. Jamás había tenido una relación con nadie; su mamá tampoco se lo permitía. Pero cuando comenzó a cuestionarse todo lo que pasaba a su al rededor y creía, se dio cuenta de que no estaba de acuerdo en muchas cosas.
JungKook se convirtió en un chico intentando vivir su propia vida sin tener que serle fiel a una idea de las personas católicas; como lo era la existencia de un Dios.
Pero, tal vez, ver al rubio de reojo era algo que le llamaba la atención mucho más que escuchar el mismo evangelio de todos los domingos que repetía el sacerdote Kim.
No podía despegar sus ojos del chico de los pequeños lunares de su rostro. Tal vez, y aunque sonara estúpido, se había enamorado a primera vista. Y en realidad le ponía los nervios de punta.
Jamás se había sentido enamorado de nadie. ¡Y estaba completamente prohibido que un hombre se enamorara de alguien de su mismo sexo! No se podía. Simplemente eran trampas del diablo, no podía caer en el pecado.
Olvidó todo lo que había dudado de Dios en ese momento, y se puso a rezar para que no le pasara nada malo; para no sentirse enamorado de un hombre. Podría arder en las mismísimas llamas del infierno por semejante blasfemia.
En realidad le aterraba la idea de no poder entrar al reino de Dios porque se había enamorado de un hombre. ¡Ahora sí era católico! ¡Grandes ironías de la vida!
Necesitaba un exorcismo urgente. TaeHyung, ¿por qué tienes que ser un chico?
La misa se pasó tan rápido como podía; era bien cierto que el rubio estaba ignorando el dolor en su trasero por haber permanecido sentado durante una hora o más. De verdad que los sermones del padre Kim eran de campeonato.
Cuando pronunció las hermosas palabras: "Pueden ir en paz", la gente creyente se levantó de sus asientos y comenzó a salir. El padre Kim NamJoon estaba en el atrio, platicando con las señoras que le daban las gracias por su mera existencia.
La señora Jeon, junto con la señora Kim salieron de la iglesia, cada una con su primogénito detrás. Los ojos del azabache luchaban por separarse del hermoso perfil de Kim, pero era casi imposible.
ChangMi, con una sonrisa, se acercó al padre NamJoon y le presentó a la señora Kim, contándole que ella y su hijo eran nuevos en el pueblo.
—Es un gusto conocerlo, padre —habló HyeJin, dándole la mano al moreno y recibiendo una gran sonrisa acompañada de hoyuelos del cura.
—El gusto es todo mío, hija. Espero que su estadía en este pueblo sea fructuosa y muy cómoda. Me alegra saber que esta parroquia está siendo mucho más concurrida por verdaderos creyentes.
El rubio de ojos azules tenía su atención concentrada en el azabache que lo veía; la tensión era demasiada, y lo peor es que nadie se atrevía a decir una sola palabra.
—Él es mi hijo, Kim TaeHyung —mencionó HyeJin, llamado la atención de su unigénito y del cura quien, con una sonrisa, estrechó la mano del joven.
—Pero es un jovencito muy apuesto; estoy seguro de que también es un fiel creyente, y muy inteligente, debo de añadir —habló con sinceridad el cura, completamente intrigado por los ojos azules del delgado.
—Gracias, sacerdote NamJoon.
—Los jóvenes son el futuro del mundo, me da mucho gusto ver qué chicos como JungKook y TaeHyung se estén criando de la mejor manera; siendo fieles a la religión —el azabache rodó los ojos para sí mismo, estaba harto de escuchar que era el futuro del mundo. Miró a su madre con confusión cuando ésta lo abrazó con cariño frente al sacerdote.
—Claro, padre —comenzó ChangMi—. JungKook es un gran católico; siempre me acompaña a misa y reza sus plegarias —presumió al azabache, manteniendo la sonrisa más falsa del mundo.
—Me alegra en realidad; supongo que TaeHyung también lo hace, se ve que es un gran chico —comentó finalmente el sacerdote, antes de despedirse y saludar a otras señoras.
—Espero que JungKook y TaeHyung puedan ser amigos, tienen tanto en común —el rubio se sintió confundido, ¿qué demonios tenían en común? ¡Absolutamente nada! Sólo iban a la misma iglesia, y tal vez era vecinos, pero nada más. Ni siquiera se conocían.
—¡Claro! JungKook no tiene muchos amigos aquí, así que le haría bien construir una nueva amistad con este muchachito curioso —habló la señora Jeon, ganándose una mala cara de parte de ambos adolescentes. ¿JungKook no tenía amigos y TaeHyung era curioso?
No faltó mucho para que, entre maldiciones y con prisa, el azabache huyera con rapidez de ahí. Corriendo hacia un lado de la iglesia, sentándose en el suelo y abrazando sus piernas. ¡Odiaba a su madre! De verdad la odiaba con todas sus fuerzas.
Kim TaeHyung estaba sentado en el jardín de su casa, observando las nubes avanzar en el cielo y formar figuras; había estado ahí sentado desde que salieron de la iglesia y su madre decidió invitar a la señora Jeon a su casa. Sin embargo, JungKook, el hijo de la señora, jamás se apareció.
Las mujeres llevaban toda la tarde hablando acerca de sus creencias y de sus hijos; la pelinegra mucho más que HyeJin, y es que siempre trataba de presumir cada cosa que hacía su hijo, fuera buena o mala.
TaeHyung no podía dejar de pensar en ese azabache, lo cual, lo ponía nervioso y le provocaba dolor de cabeza, hasta el punto de rezar para poder pensar en otra cosa. Pero no podía.
Aquellos ojos grandes atacaban su mente y lo hacían sonreír involuntariamente, ¿qué rayos estaba pensando? Tal vez que JungKook era muy apuesto; que era muy llamativo su cabello largo y que, además, nunca había conocido a nadie como él.
Se había sentido cohibido toda la misa, puesto que sentía que aquellos ojos profundos penetraban su piel y le veían hasta el alma. Por supuesto que sabía que Jeon lo estaba viendo, pero no podía entender el porqué.
Él lo veía de reojo, pero por lo menos era un poco más discreto. Y, a diferencia del azabache, él jamás se atrevería a dejar a su madre hablando sola, mucho menos a faltarle el respeto rodando sus ojos. Le parecía muy curiosa la manera en la que se comportaba el azabache.
Se levantó del pasto y comenzó a caminar por la calle, pensando únicamente en el otro chico. ¿Por qué lo hacía? No tenía la menor idea; simplemente pensaba en él. Y tampoco pensó que podría tratarse de un interés que fuera mucho más allá de una posible amistad; ni siquiera podía pensar en algo como atracción.
Jamás le había gustado una chica en su vida, ¿por qué le gustaría un chico? Además, estaba completamente prohibido por la religión que dos personas del mismo sexo estuvieran juntas, puesto que eran pecadores y jamás podrían alcanzar el reino de Dios.
Sí, así era dios de estricto. No podía existir una relación homosexual, ya que era completamente profano.
Al vivir en un pueblo, todo estaba a la distancia de tres pasos, razón por la cual, llegó de nuevo a la preciosa y clásica iglesia, notando que las nubes ya estaban cubriendo el sol.
Decidió que tenía que explorar, así que siguió caminando hasta encontrarse con un verde jardín y una fuente con agua cristalina. Ahí pudo divisar al azabache de antes, mirando el cielo mientras se relajaba escuchando el sonido del agua cayendo.
Sus ojos azules se posaron en el chico, ahí estaba otra vez. No bastaba con verlo en su mente, sino que ahora podía verlo en persona de nuevo. No entendía la razón, pero decidió esconderse detrás de un árbol y observar a Jeon.
Y tal vez le parecía lo más curioso que jamás había visto, pero también lo más atractivo. Sus ojos negros, enormes y expresivos; su cabello azabache cayendo sobre sus ojos y contrastando con su piel lechosa; su ancha espalda y no prominentes pero notables músculos; su estrecha cintura que era una digna competidora de la propia. ¿Por qué JungKook parecía ser perfecto?
—¿No te han dicho que es de mala educación espiar, TaeHyung? —preguntó el azabache. Se dió cuenta de que el rubio había llegado a la iglesia de nuevo, y cuando notó que estaba por encontrar el jardín, pretendió que no lo veía. Sus palabras alteraron al rubio, quien deseó con todas sus fuerzas salir corriendo de ahí, pero no era un maleducado.
Salió de detrás del árbol mientras mordía su labio inferior con nerviosismo, respiró hondo y se acercó al otro chico—. Lo lamento, JungKook. Perdón por espiarte.
JungKook simplemente lo miró, y con un movimiento rápido de mano, lo invitó a sentarse junto a él. El de ojos azules como zafiros, sintiéndose inquieto, tomó asiento y, por alguna razón, miró al cielo también.
—¿Por qué estás aquí? —preguntó impasible, mirando de nueva cuenta al precioso rubio que estaba a su lado.
—Se me ocurrió que pasear no sería mala idea. Mi mamá está en mi casa con la tuya, tal vez me aburrí un poquito.
—La detesto —se sinceró el de piel blanca, sintiendo cosas como la rabia dentro de él.
—¿A tu mamá? ¿Por qué? —preguntó el rubio, exaltado al oír semejante declaración. "Deberás honrar a tu padre y a tu madre", ¿no era ese uno de los mandamientos de la iglesia católica?
—Es una señora completamente pretenciosa y convenenciera. Ella simplemente se dedica a fingir que es mejor que todos los demás, fingiendo ser devota a la iglesia e ignorando por completo a su hijo. Creo que tu madre es igual.
—¡Claro que no! —defendió el rubio, completamente molesto por el último comentario del contrario. Se cruzó de brazos y fulminó al otro con la mirada—. Mi madre jamás sería pretenciosa, y sé que se preocupa por mí.
—Tal vez demasiado —dicho esto, soltó una risa—. ¿Por qué la sigues a todas partes y obedeces cada una de sus órdenes?
—Porque es mi progenitora; debemos de honrar a nuestros padres, eso dicen los mandamientos, JungKook —aclaró con molestia, ganándose una mirada de disgusto por parte del azabache.
—Sí, claro. Pero no dicen que los padres deben de controlar cada cosa que hacen sus hijos. Por ejemplo, mi madre no me deja salir con nadie. Me tiene encerrado en mi casa casi todo el día. Tengo veinte años, Tae; nunca, en mi vida, he podido hacer lo que quiero.
—¿Y qué es eso? —le preguntó el mayor con interés en la próxima respuesta.
—Quiero poder tener amigos; quiero poder elegir en qué creer y en qué no. Pero, sobre todas las cosas, quiero poder tener la libertad de amar a quien yo quiera.
—¿A quién quieres amar, Kook? —el azabache se sorprendió al escuchar el diminutivo que usó el de ojos claros. Jamás había pensando en alguien a quien amar, pero desde que ese rubio llegó a su vida, se enamoró de él sin siquiera saberlo. Ahora, estaba pensando en cosas como el amor.
—¿Tú a quien amas? ¿Jamás te has enamorado de nadie? ¿No quieres ser independiente, TaeHyung? —le preguntó, omitiendo la respuesta a la pregunta anterior. Kim comenzó a pensar en esas palabras. Tal vez sí quería ser independiente; quería, muy en el fondo, tener la libertad de pensar en enamorarse de alguien.
—Nunca he pensando en enamorarme de ninguna chica, JungKook.
—¿Y de un chico?
La última pregunta lo dejó estupefacto. ¿De qué blasfemias estaba hablando el azabache? ¿Cómo era posible que pensara semejantes cosas? ¿Enamorarse de quien?
—¿U-un chico? —titubeó un poco al hablar, puesto que sus ojos se posaron en el precioso rostro contrario. Sintió su corazón latir con fuerza, su estómago revolverse; se asustó, ya que nunca había sentido eso—. ¿Có-cómo tú?
JungKook bajó su mirada hacia los labios rosados y de aspecto suave del rubio, quien cerraba sus ojos con constancia y lo miraba de la misma manera. ¿En qué injurias estaban ambos pensando?
—Sí, como yo...
Todo era tan aterrador para ambos, sentían la necesidad de buscar contacto con el otro, y ni siquiera sabían la razón. Estaban completamente asustados por sus sentimientos; de verdad los atemorizaba el pensamiento de romper las reglas de Dios y de despedirse de su reino únicamente por un beso.
Kim abrió la boca, tratando de que algunas palabras la abandonaran, pero eso nunca pasó. En su lugar, cerró sus ojos al sentir el toque de la mano contraria sobre su mejilla. Jamás había estado tan cerca de alguien, el rostro de JungKook estaba a apenas unos centímetros del suyo.
Estaban asustados, pero sentían la terrible necesidad de unir sus labios en un torpe e inexperto beso. Sus alientos se mezclaron antes de que sus labios rozaran con delicadeza. Podían sentir el calor del otro, y también la curiosidad hacía de las suyas, obligándolos a desear unir sus labios de una buena vez en algo nuevo.
Ambas bocas se encontraron finalmente, y su beso fue torpe; apenas un roce inocente que se rompió al segundo. Las mejillas de JungKook estaban de un color rojo intenso, y las del rubio le ganaban por mucho.
—Yo-
El dueño de los ojos azules y preciosa boca fue interrumpido por unos labios rosados que lo volvieron a atacar. Las bocas volvieron a estar unidas, esta vez por más tiempo; en un forzado reconocimiento de las texturas diferentes y de la sensación de besar a alguien más.
El beso fue correspondido; la vista de ambos se nubló por un instante. Aquello que estaba prohibido se sentía tan bien, ¿por qué nadie se los dijo antes?
El contacto no se rompía y pronto, ambos labios comenzaron a moverse a la par, descubriendo que los besos, no eran simplemente juntar los labios. Comenzaron a dar abrazos por medio de sus belfos; las manos del azabache se pasaban por la cabellera rubia, que era tan suave como se veía.
Sus ojos estaban cerrados, mientras que disfrutaban de aquello que no era más que una injuria. Pero no podían pensar en otra cosa que no fuera disfrutar del nuevo placer que les estaba brindando aquella actividad —hasta unos segundos antes— desconocida.
Tal vez pensaban que el contacto físico debía de ser mucho más, puesto que las delicadas y largas manos del de piel color canela comenzaron a pasarse por la espalda del menor. Los cuerpos ya estaban completamente pegados.
Los brazos del menor se pasaron por la estrecha cintura de TaeHyung, sorprendiéndose por el tamaño de esta, que sin duda, contrastaba con la de su trasero.
Ambos chicos decidieron separarse, mirándose a los ojos y sintiendo sus respiraciones algo agitadas, mientras que se mezclaban de una manera lujuriosa. Kim nunca había sentido eso, jamás le habían hablado de que besarse con otro chico era tan placentero y satisfactorio.
Las miradas eran demasiado fuertes de cada uno de los dos chicos; solamente expresaban deseo, necesidad de continuar y ganas de enamorarse.
—TaeHyung...
—Dime —contestó el rubio, escondido su rostro en el cuello del contrario para sentirlo mucho más cerca e inhalar su exquisito aroma.
—¿Puedo enamorarme de ti?
Sabían que estaba completamente prohibido, pero no podían evitarlo. Eran dos chicos que jamás habían experimentado lo que era estar enamorado, tampoco lo que era estar cerca de una persona o besarla de esa manera.
Estaban descubriéndose solos, puesto que, nadie les había dicho cómo hacerlo de la manera correcta. Y nadie jamás les advirtió que podían enamorarse de una persona de su mismo sexo, tan rápido como caen las hojas al llegar el otoño.
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