𝐩𝐫𝐨𝐥𝐨𝐠𝐮𝐞
𝟎. 𝐢𝐦𝐩𝐫𝐢𝐦𝐚𝐜𝐢𝐨́𝐧
A Olivia le encantaban los domingos. Sin duda alguna, podía afirmar que era su día favorito de la semana. No por la ausencia de clases, el poder despertar a cualquier hora o el hecho de que Esme le prepararía la comida que quisiera. Sino por la tradición que conllevaba.
La castaña levantó la vista del pequeño lienzo que había traído consigo de casa y posó la mirada sobre Jasper una vez más. Su hermano adoptivo se encontraba formando un ramo con las flores de lavanda que inundaban el prado que frecuentaban cada fin de semana. Mientras él se encargaba de hacerle un más que habitual presente a Alice, la menor de los Cullen ponía cada una de sus mejoradas habilidades a trabajar.
«Algo bueno tendré que sacar de ser medio chupasangre», se dijo a sí misma.
Olivia entrecerró los ojos para capturar con precisión las cicatrices repartidas por el brazo izquierdo de Jasper. Las mordeduras, dolorosos presentes de una época que no quería recordar, eran más que visibles para ella. Su hermano no había entrado en detalle con ella sobre su pasado como "entrenador de neófitos", como lo había descrito Emmett; ella jamás se había atrevido a preguntarle al rubio de manera directa, por lo que el resto de la familia había decidido darle una explicación.
—A Alice le van a encantar las flores —comentó la chica sin interrumpir el trazo de su pluma. Por un momento, mientras veía a Jasper sonreír por su comentario, agradeció que no fuera él quien leía mentes.
Al otro lado del prado, a la misma vez que el encapotado cielo de Forks parecía dar paso a unos tímidos rayos de sol, un recién llegado par de oscuros ojos analizó la encantadora escena familiar. Ninguno de los hermanos Cullen se percató de la tercera presencia en el ahora ligeramente iluminado prado, por lo que no se retractaron cuando la luz del sol hizo que sus pieles se convirtieran en auténticas obras de arte.
Mucho menos se dieron cuenta de que el par de negros ojos, que ahora bebían de la belleza que emanaba el rostro de Olivia como si fuera la última gota de agua restante en la tierra, pertenecían a un quileute —los más acérrimos enemigos de su especie desde hacía siglos; algo que la joven pudo llegar a comprender, aunque no encontrara similitudes entre su familia y los demonios pálidos de los que hablaban en sus leyendas—. Ambos estaban tan sumidos en sus respectivas tareas que ni siquiera llegaron a escuchar el acelerado corazón del hombre lobo que, sin tener otra opción, acababa de entregar su alma a la desconocida frente a él.
Fue cuando los orbes del segundo más mayor de la manada Quileute se deslizaron hacia las manos de Olivia, quien delicadamente dibujaba el rostro de su hermano con una precisión incalculable, que el chico salió de su trance.
Y comprendió lo que acababa de pasar. Y con quién.
El estruendo de hojas y ramas que dejó la huida de Paul Lahote del prado sí alertó a los Cullen, que detuvieron lo que estaban haciendo para intercambiar una mirada. Mientras Olivia le restó importancia al ruido, argumentando que sería algún animal, Jasper se tomó un segundo para observar en la dirección de la que provenía el sonido. Y reconoció el innegable olor que había dejado atrás el hombre lobo.
—Sí —respondió al fin el rubio, girándose hacia su hermana a la vez que le regalaba su característica sonrisa—. Definitivamente un animal.
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