
𝐜𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 𝐨𝐧𝐞
𝟏. 𝐒𝐞𝐫𝐞𝐧𝐝𝐢𝐩𝐢𝐚.
Ir al supermercado con Esme era, sin duda alguna, una tarea a la que Olivia no podía faltar. Algo tan mundano y cotidiano podía resultar pesado para el resto de adolescentes de su edad, pero a ella le encantaba. Era una de las pocas situaciones en las que podía sentir que ella y su familia eran tan normales como el resto de ciudadanos de Forks.
—¿Necesitamos algo más? —preguntó la mujer, revisando el carrito donde llevaban la compra semanal— Podríamos hacer la tarta de queso que tanto te gusta.
La rubia sonrió divertida mientras levantaba el paquete de levadura y la mermelada de fresa, provocando que Esme riera ante los golosos ojos de su hija. Colocando los ingredientes del postre en el carrito de la compra, Olivia no pudo evitar suspirar.
—Me sabe mal por Jasper. No soporta el olor.
—Se está adaptando —comentó Esme con empatía antes de acariciar brevemente la mejilla de la joven—. Sólo necesita tiempo.
La menor de los Cullen volvió a regalarle una de sus características sonrisas a su madre, quien siempre la colmaba de calidez y amor con solo una mirada. No lo decía porque fuera la suya, pero Olivia gritaba a los cuatro vientos que Esme era la mejor madre del mundo.
Caminando hacia la caja para pagar la compra, la rubia se detuvo a pensar en Jasper de nuevo. Él, a diferencia del resto de sus hermanos y hermanas, había tardado años en poder hacer vida junto a Olivia; en realidad, había tardado años en poder acercarse. Pues, aunque el veneno de Carlisle corriera por su sistema, sus venas seguían transportando sangre y oxígeno a todo su cuerpo. Ese hecho provocó que Jasper, no tan acostumbrado a la dieta "vegetariana" que llevaba el resto de su familia, fuera incapaz de soportar el olor de la pequeña Olivia. No fue hasta que cumplió cinco años que su hermano pudo establecer un mínimo contacto con ella, o al menos compartir habitación. Más tarde, cuando pudo comprender la realidad de la situación y la madurez fue floreciendo en ella, sus padres fueron los encargados de transmitirle el calvario al que Jasper se había sometido a lo largo de los años —y fue Emmet quien le compartió la oscura historia del pasado de su hermano, alegando que Jasper lo haría cuando se sintiera preparado para hacerlo.
Cuando los Cullen dejaron Alaska hacía un par de años atrás para mudarse a la húmeda y grisácea Forks, Jasper y Olivia se volvieron aún mucho más cercanos. El rubio, gracias —o por desgracia— a su don, sentía lo incómoda e incomprendida que se sentía su hermana pequeña al dejar parte de su vida en el helado norte del continente para empezar de nuevo en la pequeña ciudad de Washington. Fue en ese momento, cuando Jasper se propuso no abandonar el lado de la chica para intentar que lograra ser feliz, que ambos realmente conectaron y se volvieron inseparables.
—Disculpa —una voz la sacó de sus pensamientos—. Eres Olivia, ¿verdad?
—Charlie —saludó Esme con su habitual calidez al hombre frente a ellas antes de girarse hacia su hija, que había fruncido ligeramente el ceño ante la intervención del desconocido—. Cariño, este es Charlie. Es el jefe de policía de Forks.
—Oh, es un placer. Mi padre me ha hablado mucho de usted.
—Tutéame, por favor. No quiero sentirme más viejo de lo que soy —bromeó mientras estrechaba la mano de Olivia, quien le había regalado una suave risa como respuesta—. Mi hija se quedará en Forks una temporada y... ¿Qué coméis los adolescentes? Creo que voy a volverme loco entre tantos cereales.
Las dos mujeres rieron ante el claro espanto reflejado en la cara de Charlie, quien terminó depositando unos cereales de Kellogg's en su carrito de la compra. Olivia no tardó en notar la clara abundancia de productos azucarados en el mismo y rezó por el pobre Charlie.
—No sabía que tenías una hija, Charlie.
—Sí. Bella —le respondió a Esme—... Vive con su madre en Jacksonville. Ella y su marido estarán viajando por un tiempo y... bueno. Bella vendrá aquí.
—Seguro que se adaptará bien a Forks —comentó Olivia, que notó instantáneamente cómo cambió el semblante del jefe de policía al hablar de su ex mujer—. Y en el instituto todos son muy agradables. Tal vez yo podría ayudarla, sé que el cambio puede resultar agotador.
—Eso es muy amable de tu parte —contestó con sinceridad, aunque la calidez de la joven no logró sacarle una sonrisa—. Bella agradecerá el poder contar con alguien en su primer día.
Las dos mujeres pertenecientes al clan Cullen se despidieron de Charlie y, tras pagar su compra, se dirigieron en el Jeep Wrangler negro de la chica hacia la residencia familiar. Allí, junto con Rosalie, guardaron lo que habían comprado y comenzaron a elaborar la tarta de queso que tanto le gustaba a Olivia. Mientras se encontraban preparando el postre, una notificación apareció en la pantalla del móvil de la chica.
| 𝖩𝖾𝗌𝗌 |
𝘓𝘢 𝘗𝘶𝘴𝘩, 𝘦𝘴𝘵𝘢 𝘵𝘢𝘳𝘥𝘦. 13:04
𝘕𝘰 𝘦𝘴 𝘶𝘯𝘢 𝘱𝘳𝘰𝘱𝘰𝘴𝘪𝘤𝘪𝘰́𝘯. 13:04
𝘌𝘳𝘪𝘤 𝘦𝘮𝘱𝘪𝘦𝘻𝘢 𝘢 𝘱𝘦𝘯𝘴𝘢𝘳 𝘲𝘶𝘦 𝘵𝘦 𝘥𝘢 𝘮𝘪𝘦𝘥𝘰 𝘦𝘭 𝘢𝘨𝘶𝘢. 13:05
—Han vuelto a invitarme a La Push —dijo Olivia en voz baja, ganándose la inmediata atención de su madre y su hermana—. En algún momento me preguntarán por qué—
—No estarás pensando en ir, ¿verdad? —interrumpió Rosalie rápidamente.
—Rose —intervino la madre de ambas. Suspirando, la mujer se volvió hacia la menor de sus hijos—. Cariño, eres libre de ir. Es tu elección, sabes que cuentas con nuestra aprobación.
Olivia era consciente de que Carlisle tuvo que reunirse con la manada Quileute en sus primeros días de vida. Cuando el doctor salvó a su hija de una muerte segura, cuando ni siquiera había nacido, no sabía exactamente lo que estaba haciendo ni qué consecuencias tendría, pero estaba seguro de que repercutiría en la relación que su clan había mantenido con la manada durante décadas.
Hacía diecisiete años, Carlisle halló el cuerpo de Amelia Bennett en un callejón a las afueras de Londres. El doctor se encontraba de visita en la capital con la simple intención de reencontrarse con unos viejos amigos, por lo que nadie de la familia le acompañaba. Cuando vio el cuerpo inerte en el suelo adoquinado, corrió a auxiliar a la mujer; había acudido tan rápido en su ayuda que ni siquiera se había percatado de que estaba embarazada. El doctor supo que la pobre mujer no tendría ninguna oportunidad de sobrevivir en aquellas condiciones —había recibido varias puñaladas y todos sus objetos de valor le habían sido arrebatados—, por lo que se inclinó a hacer lo que mejor sabía: salvar vidas, fuera cual fuera el coste.
En aquel momento, el patriarca de los Cullen pensó que al morder a la madre, salvaría también al feto. Pero tras esperar varios minutos a que su ponzoña hiciera efecto, volvió a comprobar las vitales de Amelia y averiguó que la mujer había fallecido. Entonces, Olivia se convirtió en su mayor prioridad. Salvó al bebé y regresó a Estados Unidos al día siguiente, presentándole la situación a su clan; en ese instante no se podían imaginar que el bebé que Carlisle protegía de manera profesionalmente paternal entre sus brazos se convertiría en el foco de la familia.
No fue hasta el día siguiente de que Olivia se convirtiera en una Cullen que Esme, quien se encontraba dándole el biberón a la bebé en ese momento, se dio cuenta de que la pequeña no era una niña corriente. Y, tras un breve análisis de su sangre, Carlisle comprobó que Olivia portaba parte de su ponzoña en su sistema.
El doctor se vio obligado a reportar dicha situación a los Quileutes, pues no quería que un malentendido entre ambas partes echara a perder el tratado. Años más tarde, cuando la tribu comprobó que Olivia se alimentaba mediante una dieta cien por cien humana y mantenía una vida completamente normal, accedieron a permitirle el acceso a La Push poco después de que los Cullen regresaran de Alaska.
—Por primera vez siento que tengo amigos de verdad. Quiero tener una vida normal —dijo Olivia; o más bien, suplicó, mirando a su siempre protectora hermana mayor.
—¿Y si pasa algo?
—No va a pasar nada —tranquilizó Esme, que se apresuró en darle una sonrisa tranquilizada a la mayor de sus hijas—. Si hubiera algún problema, seríamos los primeros en saberlo.
Olivia comprendió que su madre se refería a Alice y a su particular don. Además, a la rubia ni siquiera se le pasaba por la cabeza que los Quileutes quisieran hacerle daño. Si la tribu había dado su brazo a torcer ante la petición de Carlisle, que solo pretendía que su hija llevara una vida lo más normal posible, no se atrevía a pensar que la manada tuviera malas intenciones.
—Estaré con los chicos en la playa y volveré antes de que anochezca. Ni siquiera me meteré en el agua; me quedaré con Angela en la furgo —explicó la rubia con su sonrisa característica, algo que toda la familia decía que había heredado de Emmett. Cuando Rosalie suspiró, vencida, Olivia se tiró a abrazarla—. ¡Gracias!
Carlisle y Esme jamás habían tenido que decirle que no a la menor de sus hijos. Siendo la más joven, Olivia nunca le había pedido a sus padres que le compraran esto o aquello; que la llevaran a este sitio o que le prestaran dinero para darse un capricho. A la rubia poco le había importado lo material en sus diecisiete años de vida, así que lo único que le había pedido a sus padres era que, dentro de lo posible, le permitieran llevar una vida normal. Algo que no había podido conseguir hasta que los Cullen se mudaron de nuevo a Forks y Olivia conoció a los que fueron sus primeros amigos permanentes.
—¿Qué estamos celebrando? —habló Emmet, que acababa de volver de caza con Alice, Jasper y Edward.
—Olivia va a salir con sus amigos —respondió Esme con una gran sonrisa en los labios, abrazando a su hija pequeña por los hombros.
—A la reserva.
Tras las palabras de Rosalie, pareció como si una bomba nuclear acabara de aterrizar en el comedor de los Cullen. Mientras Edward, Alice y Jasper mantuvieron sus rostros serios, intentando no dar señal alguna de desaprobación, Emmett rió con ganas y caminó hacia su hermana pequeña.
—¡Guay! ¿Vas con tus amigos los raros? ¿O es que has quedado con un chico? —preguntó con diversión, codeando a la rubia en las costillas mientras Edward murmuraba con desagrado por lo bajo.
—¡Al fin alguien con sentido común! —exclamó Rosalie, quien no tardó en girarse hacia Esme— Pueden hacerle daño.
—No lo harán. Lo he visto —alegó Alice antes de que la sala volviera a sumirse en un incómodo silencio.
Olivia protestó entre dientes y dirigió su mirada a Edward, quien ya se encontraba analizando a su hermana; y muy probablemente, entrando en su cabeza para ver qué decían sus pensamientos. Aunque con solo ver los suplicantes ojos oscuros de la chica, supo lo que anhelaba y, por un momento, juró que sintió su inerte corazón derretirse.
—Tiene diecisiete años, no podemos retenerla aquí para siempre —argumentó Edward, ganándose la inmediata gratitud de la rubia—. Los Quileutes prometieron tratarla como una igual si decidía ir a la reserva. No se atreverán a romper el tratado.
Todos los miembros votaron en favor de la salida a La Push de Olivia, excepto Rose y Jasper. Aunque este último no votó en contra, tampoco se decantó a darle luz verde a su hermana, incluso sabiendo que esta acabaría yendo a la Reserva. El vampiro más reciente de los Cullen no pasó por alto la visita que tanto él como su hermana habían recibido días atrás en el prado. Por el tufo, sabía que se trataba de un hombre lobo; pero lo que le desconcertaba eran los sentimientos que había podido percibir del cambia-formas.
Unos diez minutos después, de los cuales nueve Olivia los pasó escuchando las horribles palabras que Rosalie le dedicaba a los Quileutes, la joven se montó en su Jeep negro y puso rumbo al centro de Forks, donde Angela Weber la esperaba pacientemente en el porche de su modesta casa.
Olivia no podía estar más agradecida con los amigos que había hecho al llegar a Forks. Y es que, a pesar de que tardara en establecer más contacto con el resto del grupo, Angela le ofreció su ayuda a la chica Cullen desde el primer momento que pisó la húmeda y fría ciudad de Washington. La incansable bondad y amabilidad de la morena había impulsado a Olivia a conocerla más, algo que la llevó a integrarse en el grupo de los que se habían convertido sus amigos.
—Vamos a La Push, no a Alaska —comentó con burla la rubia al ver como Angela cargaba con dos mantas que podrían dar cobijo a toda Forks—. ¿Estás segura de que tendrás suficiente con eso? Puedo coger otro coche para que le robes todas las mantas de la casa a tu madre.
—Muy graciosa —dijo la chica de gafas, sacándole la lengua a su amiga mientras esta arrancaba de nuevo el Jeep—. Ni siquiera sé cómo los chicos piensan en meterse en el agua con esta temperatura.
—Son hombres. No piensan.
Angela se había acostumbrado a aquel tipo de comentarios que, viniendo de la rubia, siempre le hacían reír. Olivia siempre había proclamado abiertamente lo contenta que se encontraba en su permanente soltería, justificando su falta de interés por las relaciones en lo insoportables que eran los chicos.
—¿Sabe Tyler que te has apuntado? —preguntó Angela tras unos largos minutos de silencio.
—Probablemente Jess se lo haya dicho ya, así que —respondió con tranquilidad, sabiendo la razón por la que su amiga preguntaba. La rubia despegó la mirada de la carretera por unos segundos para regalarle una cálida sonrisa a la chica—... Está todo bien, Angela.
—Yo solo digo... que a él le gustas y tal vez deberías darle una oportunidad.
—Tyler es un buen tío, pero teniendo en cuenta que Jessica ha intentando emparejarme con medio instituto... Creo que voy a pasar —frunciendo los labios, Olivia intentó zanjar el tema, aparentemente triunfando en el proceso. Cuando divisó una tienda de comestibles a unos metros, señaló el pequeño comercio y miró a su amiga por unos breves segundos—. ¿Munición?
—¡Munición! —clamó Angela con entusiasmo a la vez que alzaba los brazos.
Ambas se bajaron del coche y se encaminaron a la tienda mientras se colocaban los abrigos. Caminando bajo la llovizna, Olivia se detuvo a pensar que su amiga había acertado al traer las mantas consigo; la temperatura era relativamente más baja en la reserva e incluso ella pudo notarlo.
—Esta porquería es lo que siempre come Mike, ¿verdad? —preguntó la joven Cullen, leyendo el nombre del envoltorio antes de girarse hacia su amiga. Aunque la chica no llegó a escuchar la respuesta de Angela, pues había chocado bruscamente con alguien y había tirado la chocolatina al suelo del impacto— Lo siento mucho...
El hilo de voz de Olivia disminuyó con rapidez cuando estableció contacto visual con el extraño que había chocado con ella. No sabía por qué, pero los orbes oscuros del chico frente a ella habían eliminado cualquier rastro de racionalidad de su cerebro, arrebatándole de una estocada todo el oxígeno que albergaba en sus pulmones.
El desconocido, sin emitir respuesta y sin apartar la mirada de la de la rubia, se agachó para recoger la chocolatina que Olivia iba a comprar para Mike. Cuando el moreno le tendió la chocolatina, aún en silencio, la joven pudo llegar a ver como en la parte superior de su brazo derecho asomaba un tatuaje. Uno del que su padre le había explicado cautelosamente su significado.
—Paul —llamó una voz, grave y a la espaldas de la escena en la que la de ojos marrones se había visto sumida. Este segundo desconocido era aparentemente mayor que Paul, según lo había denominado, y compartía los rasgos de la tribu Quileute que caracterizaba al extraño frente a ella—. Vámonos.
Ya con la chocolatina en mano, Olivia se quedó pasmada en su sitio mientras veía a Paul marcharse de la tienda. Cuando el chico se giró para darle una última mirada a la joven Cullen, la susodicha sintió que conocía al extraño que acababa de conocer de toda la vida. La rubia estaba tan embelesada con los ojos negros del quileute, que ni siquiera notó la presencia de Angela a su lado.
—¿Qué demonios acaba de pasar? —preguntó en voz baja, siguiendo con la mirada el recorrido que hacía Paul a través del escaparate. Cuando no recibió respuesta de su amiga, la morena se giró nuevamente hacia Olivia y le colocó la mano en el hombro, llamando finalmente su atención— Liv, ¿conoces a ese chico?
Olivia negó con la cabeza reiteradamente por un par de segundos a la vez que recordaba cómo la intensa mirada de Paul quemaba su piel, como si intentara atravesar sus poros hasta llegar a su alma.
—No —dijo tras unos segundos de silencio, y pudo notar como su garganta se encontraba completamente seca—... No, no lo conozco.
Olivia Cullen había escuchado muchísimas veces la palabra serendipia en los últimos años. Incluso podía afirmar que era algo que se encontraba de moda, pues podías ver a chicas y chicos de su edad que llevaban aquella expresión tatuada en la piel. Conocía su significado y lo entendió una tarde en la que Edward le dedicó unos minutos a explicarle la etimología que la había conformado; pero jamás se había sentido identificada con ella. Sin duda, Paul había sido un hallazgo inesperado, y atormentaría la normalmente pacífica mente de la joven hasta que volvieran a cruzarse.
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