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epílogo

奇妙な 
Strange; epílogo
«la Luna y la Estrella»

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Itachi tenía una pequeña sonrisa en su rostro, acariciando con suavidad la tela de una capa negra de nubes rojas que pertenecía a su difunta esposa. Su piel estaba perfecta y aún conservaba esa suavidad que seguía teniendo a pesar de tener una avanzada edad, y seguramente la fémina de ojos celestes le diría que aún seguía conservando esa belleza que la hipnotizó hace tanto años atrás. Su familia lo veía con sus ojos llorosos, todos sabiendo que el prodigio se iba a ir de sus vidas porque él mismo se los informó al revisar el estado de su estrella que ya estaba completa.

Sarada sonrió tomando la mano de su tío, siendo secundada por la no tan pequeña Ayanami junto con su hermano menor que estaban adelante de un Shisui algo viejo pero que se mantenía bien. La familia Uchiha estaba en la casa del de coleta, esa pequeña casa que estaba construida en el claro en el que Ayanami hace unas décadas atrás le había propuesto matrimonio, todos acompañando al hombre hasta que dé su último suspiro.

—La veré de nuevo, Shisui —susurró emocionado Itachi con un brillo en sus ojos negros, logrando que los menores soltasen varias lágrimas al identificar el por qué de su emoción: el reencuentro con su esposa, Ayanami.

Shisui tragó ese nudo en su garganta tratando de sonreír mientras asentía afirmando lo dicho, acercándose a su mejor amigo mientras le acomodaba las almohadas que estaban detrás de la espalda del pelinegro que seguía acariciando la tela de esa vieja capa que aún se mantenía en un buen estado a pesar de los años que habían pasado. Itachi miró a todos sonriéndoles, diciendo con esa simple sonrisa que todo estaría bien y aunque todos sabían que eso era verdad, no podían evitar sentir ese nudo en la garganta que les incitaba a llorar.

Había vivido bien durante las últimas décadas, si bien no pudo enamorarse de nuevo ni tampoco tener hijos que no sean de Ayanami, vivió bien. Protegió varias veces la aldea al tener un kunai del clan Hoshi en Konoha, también vio crecer a sus sobrinos que eran su mayor tesoro, comió Dangos e hizo un largo viaje con Sasuke y Shisui, al final terminó siguiendo con el mayor luego de que Sasuke se haya quedado en la aldea para pasar tiempo con la pequeña Sarada, y meses después el prodigio siguió solo cuando los hijos de Shisui nacieron. Se hizo una casa en el claro que todos conocían como: La Estrella, y también llevaba todos los días flores a la tumba en donde estaba enterrada la azabache que ahora tenía una estatua en cada una de las aldeas en honor a su participación a la guerra y algo que hacía feliz al Uchiha es que a él también le habían hecho una estatua en Konoha en una pose de lucha mientras a su costado Ayanami mostraba su kunai con una mirada feroz, ambos con sus manos entrelazadas.

Eso había sido algo que había atesorado en toda su vida.

—Tío Itachi —susurró la joven de ojos celestes cristalizados, logrando que la mirada del nombrado se dirija a una versión joven de Ayanami que, a pesar de no tener las pecas o esas orejas puntiagudas, tenía algo de la Hoshi—. ¿Puedes saludarme a la tía Ayanami?

—Por supuesto —afirmó con un matiz emocionado—. Shisui, ¿puedes enterrarme al lado de mi esposa? —preguntó con sus ojos cristalizados, sin poder evitar sentir dolor al tener que dejar a su mejor amigo, a su hermano, cuñada y a sus tres sobrinos en tierra.

—De eso no hay duda, Itachi —afirmó con seriedad el varón notando como poco a poco el agarre que su amigo mantenía en la tela de esa capa se iba disminuyendo, y todos lo notaron.

—Los estaré cuidando desde allá arriba,... los quiero.

Sarada lloró mirando hacia arriba, sabiendo que su familiar había pasado a mejor mundo. Algo brilló al frente de ellos, logrando que las personas de la habitación se larguen a llorar cuando Itachi en forma de espectro se despedía de ellos con su mano derecha mientras tenía la otra mano entrelazada con la de una mujer hermosa que sonreía ligeramente musitando un: gracias por cuidarlo, para luego desaparecer dejando unas pulcras plumas que los mellizos agarraron con sus manos temblorosas.

—Al menos él será feliz allá arriba con  la tía Ayanami —dijo Kuta con lágrimas en sus ojos, costándole un montón decir la frase sin que su voz sonase rota.

Itachi caminaba por un bosque confundido, preguntándose qué había sucedido para que esté en ese lugar y no al lado de Ayanami. Frunció ligeramente cuando dio con un claro que conocía perfectamente, se adentró a éste a pasos lentos y se quedó parado a unos metros cuando sus ojos dieron con una silueta que salía de una carpa. Su mirada celeste dio con la negra de él, ambos sonriendo ligeramente con sus ocelos llenos de lágrimas para correr acortando esos metros que lo separaban para fundirse en un abrazo lleno de emociones; las lágrimas comenzaron a salir acompañando a ese abrazo que rápidamente se rompió para que luego los belfos de ellos se unan a una danza desesperada pero que fue recibida con sollozos.

—Te extrañé mucho...—sollozó Ayanami acunando el rostro de su amado que tenía la misma apariencia cuando tenía veintiún años. Itachi la secundó, diciendo lo mismo mientras de sus ojos salían esas gotas saladas que impactaban en el suelo lleno de césped—. Pero valió la pena.

—Fue una tortura. No te vayas más, Ayanami —pidió con sus manos temblorosas que fueron dirigidas a la nuca de la fémina para atraerla hacia él y besarla nuevamente.

Pasaron noches y días en donde sus manos recorrieron todos esos lugares que no tocaron durante tantos años, fundiéndose en ese amor que nunca murió si no que se fortaleció con el pasar de las horas. Ayanami estaba sentada en el suelo mientras su espalda estaba apoyada en el tronco de un árbol, acariciando con sus dedos el largo cabello de Itachi que la abrazaba por el torso con una diminuta sonrisa, el menor siendo tapado con una manta que cubría su desnudez mientras que la mujer solo mantenía su ropa interior puesta luego de haber demostrado su amor por varios días en esa carpa.

Itachi suspiró embriagándose del aroma que tenía la piel de la mayor, sintiéndose pleno al estar así con ella.

—La pequeña Ayanami te manda saludos, cariño —susurró con voz tranquila Itachi, acomodándose aún más en los brazos de la fémina.

—La vi, es hermosa —sonrió la Hoshi para luego tomar el cuerpo del Uchiha en sus brazos y pararse caminando lentamente hacia el lago.

—¿Qué haces, Ayanami? Bájame —pidió agarrándose fuertemente de los hombros de la azabache cuando se dio cuenta de la intención que tenía ésta—. ¡Nos bañamos hace unas horas!

—¿Quién dijo que íbamos a bañarnos? —inquirió pícaramente Ayanami soltando una pequeña risa que terminó contagiando al pelinegro que se sentía feliz. Se adentró al agua tibia viendo como Itachi tiraba la manta hacia el suelo para que no se moje y dejó a su Uchiha en el agua para que su desnudez no se notase—. Después de esto tenemos que ir con nuestros padres, seguramente se sorprenderán de verte.

Itachi tomó de la cintura a su esposa, sonriendo con un brillo en sus ojos para alzar su brazo y sacar unos mechones de cabello que estaban tapando gran parte del rostro de la muchacha que sonreía de lado dejando que el pelinegro corriese esas hebras azuladas oscuros. Ayanami acercó su rostro hacia el de coleta, acariciando su nariz con la de él en un gesto cariñoso mientras lo abrazaba por los hombros sintiendo como unos rayos de luz del Sol comenzaban a impactar en sus siluetas desnudas.

—Te amo, Itachi —susurró, como si estuviera diciendo su mejor secreto.

—Te amo, Ayanami —y él le siguió, ambos sabiendo que sus sentimientos más fuertes habían sido expuestos en esas tres palabras que se quedarían grabadas en sus mentes hasta que reencarnen. 

Ella sonrió, por fin encontrándose con su Luna.

Y él sonrió, por fin estando de nuevo con su Estrella.





Fin

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