twenty three • evil comes to union
STILL ALIVE
CAPÍTULO VEINTITRES
➜ EL MAL LLEGA A UNION.
AL DÍA SIGUIENTE, Violet se levantó de la cama de Abigail, agradecida de que su amiga la hubiera invitado a quedarse tras lo sucedido.
La puerta se abrió suavemente, y Abigail entró con una taza en las manos.
—¿Te encuentras bien? —preguntó con una mirada preocupada mientras se acercaba a ella.
Violet suspiró y trató de esbozar una sonrisa, aunque lo que salió fue más una mueca forzada.
—Más o menos —respondió, mirando la taza en las manos de su amiga—. ¿Qué es eso?
—Te traje un té para que te sientas mejor —contestó Abigail, dejando la taza en la mesita de noche junto a la cama—. Madre me enseñó cómo hacerlo, es calmante.
—Gracias, Abbi —susurró, tomando la taza entre sus manos.
—No hay de qué. Sabes que siempre puedes contar conmigo —respondió ella con una sonrisa amable, sentándose al borde de la cama.
Violet asintió, dándose cuenta de lo afortunada que era al tener una amiga como Abigail, aunque no podía evitar que su mente volviera a Lizzie y todo lo que habían enfrentado ayer.
[ • • • ]
Después, la chica entró silenciosamente a su cabaña. Se fijó que no había nadie, sus padres no estaban, como siempre.
Suspiró y se acercó a la mesa, pero algo llamó su atención. Habían unas moscas en la comida. Hongos en el pan. Y todas las manzanas estaban malas.
Vació un costal de harina en la mesa, y aguantó las ganas de vomitar al ver que este estaba lleno de gusanos.
—¡Letti! —Sarah irrumpió en la cabaña de su amiga, con el rostro pálido.
—¿Qué sucede? —preguntó, acercándose con preocupación.
Sarah se detuvo al ver que la comida de su amiga también estaba en mal estado.
—Mierda. ¿Tú también? —murmuró, frunciendo el ceño.
—¿Yo qué...?
Sin previo aviso, Sarah la tomó de la mano y la condujo rápidamente hasta su casa. Se dirigieron al granero, donde Henry estaba presente, con una expresión de inquietud.
—Okey, díganme ¿qué demonios está pasando? —preguntó Violet, alarmada.
—Faltan las crías —dijo Henry, señalando la cerda que se alimentaba en un rincón, rodeada de un charco de sangre—. Se las comió. A todas.
—Sarah, alcánzame el hacha —dijo Violet, su tono ahora serio y decidido.
—Lettie... —protestó Sarah, sorprendida.
—¡El hacha! —insistió ella, sin apartar la mirada del animal.
Los hermanos intercambiaron miradas de preocupación, pero ella se alejó para buscar el hacha. Al encontrarla, regresó y se la entregó a su amiga, quien la sostuvo con firmeza.
Con el corazón acelerado, Violet entró al granero. Levantó el hacha, tomó una respiración profunda y, con un golpe certero, la hundió en la cerda.
Henry, incapaz de soportar la escena, desvió la mirada y vomitó.
[ • • • ]
Dos amigas caminaban por las calles del pueblo cuando notaron a Isaac, quien las saludó con la mano mientras mordía una manzana. Sin embargo, su expresión cambió rápidamente al escupirla, horrorizado por el mal estado de la fruta.
Sarah y Violet intercambiaron miradas de preocupación.
—La oscuridad ha llegado a cosechar la amarga fruta del mal que hemos sembrado —murmuró Jacob, su tono grave resonando en el aire—. Está aquí para deleitarse con nuestras fechorías. Y, aun así, todos sonríen, ciegos ante los horrores que nos rodean. Pero ahora lo ven, ¿verdad? Obstruye el pozo, lo tapa con nuestros pecados.
—¡Se atascó! —gritó alguien en la multitud.
—Nos quita el agua. ¡Nos quita la vida! —continuó Jacob.
Violet se acercó a Abigail, quien parecía angustiada.
—¿Qué ocurrió? —preguntó.
—El balde está atascado —dijo la pelirroja.
De repente, el pueblo sacó el balde, revelando un perro muerto en su interior. Pero no era cualquier perro; era Merryboy, el fiel compañero de Sarah.
—Ya han bebido de la copa del mal —declaró Caleb, su mirada fija en el cuerpo del animal—. Esto es obra del diablo. Ha venido a reclamar nuestra tierra. ¿Quién le abrió las puertas a Union? ¿Quién cedió a la lujuria? ¿Quién pecó? Pueblo ingenuo de Union. El diablo ha llegado. Y nos ha lanzado su oscuridad. Esta oscuridad crece dentro de nosotros... como putrefacción.
La mayoría del pueblo dirigió sus miradas hacia ambas chicas.
[ • • • ]
Violet entró de golpe a la casa de su mejor amigo, causando que Thomas cayera del sofá al suelo con un estruendo.
—¡Oye! —reclamó él, todavía en el suelo.
—¡Tienes que escucharme!
—¿Qué pasó? —preguntó Thomas, levantándose lentamente y sacudiéndose el polvo de la ropa, arrastrando un poco la voz por la botella que se había bebido hace rato.
Thomas miró a su amiga con atención, su expresión de cansancio cambiando a una de preocupación por ver su estado.
—¿Es algo malo? —inquirió, cruzando los brazos.
—Mucho peor de lo que piensas.
[ • • • ]
—Y ahí fue cuando vimos algo entre los árboles —terminó de contarle Violet, paseando nerviosamente por la casa—. Una silueta.
—¿Quién era? —curioseó Thomas, soltando un bostezo mientras se acomodaba en el sofá.
—No lo sé. Estaba demasiado oscuro para ver —Violet se detuvo frente a él—. Pensé que podría ser Jacob, Caleb, o... la Viuda. Pero ahora... —se sentó a su lado—. Ahora estamos enfrentando la desgracia. El pastor está enfermo y... siento que he enloquecido. Me pregunto si tal vez hay algo mal en mí. Y para colmo, Sarah cree lo mismo de ella.
—Lettie...
—Siempre lo sentí, Thomas —lo interrumpió ella, su voz cargada de desesperación—. Nunca fui normal. Quizás nací retorcida y extraña. Tal vez era el diablo en el bosque. Quizás Sarah y yo lo llevamos dentro.
—Quizás tengas razón sobre el diablo... —dijo él, haciendo que ella lo mirara con sorpresa—. Pero como tu amigo, tengo que preguntarte: ¿crees que salir con Lizzie fue un error?
—No... Pero quizás por eso tengo tanto miedo. ¿Lo entiendes? Porque no fue un error, y lo sentí... tan real.
—Mira, eres mi amiga, la mejor. Eres la única que no me aleja a pesar de mi actitud. No te diré que debes dejar a Lizzie. Pero si crees que te dejaré sola en esto... estás muy equivocada, Lettie.
—¿De verdad? —la castaña ahogó un sollozo, sintiendo un rayo de esperanza.
—¡Claro! Recuerda que prometimos apoyarnos en todo, ¿cierto? —dijo Thomas con una leve sonrisa, un gesto que no solía mostrar con cualquiera.
Violet asintió, sintiéndose un poco más ligera.
De repente, un grito de horror los alarmó. Compartieron una mirada confusa antes de salir de la cabaña y dirigirse hacia el bullicio del pueblo.
Allí, todos intentaban abrir la sala de juntas.
—¡Cyrus! ¡Sal! —gritaba la Sra. Miller.
—¡Constance! ¿Dónde está Constance? —preguntaba Abigail, con el rostro pálido por la preocupación.
—¡El diablo se ha encerrado ahí! —gritó Jacob, pero Thomas lo empujó al suelo, exasperado.
—¡Pastor!
—¿Qué está pasando? —preguntó Violet, acercándose a Abigail, que lucía aterrorizada.
—El pastor. Ha encerrado a los niños en la sala de juntas. Al menos a una docena. Constance debe estar ahí. No la he visto desde la tarde.
—¿Dónde está Henry? —preguntó Sarah, con el ceño fruncido y preocupación en su voz.
De repente, Solomon se dirigió hacia la otra puerta de la sala de juntas. Comenzó a empujarla con fuerza.
Su hermano, junto a Caleb, se acercaron a él, mientras que Violet, Sarah, Isaac, Thomas y un curioso Jacob los seguían.
En cuestión de segundos, lograron romper la puerta.
—No dejes que pasen —le advirtió Solomon a su hermano.
—¡Solomon, espera! —pidió Sarah, pero él no le hizo caso.
Con determinación, Solomon agarró una horca de paja y se adentró en la sala, mientras su hermano, Caleb, Isaac y Thomas se alinearon en la entrada, impidiendo el paso a cualquier intruso.
La Sra. Miller, Hannah, Lizzie y Abigail se acercaron con ansias, mientras el resto del pueblo observaba desde la distancia.
—¡Déjame entrar! ¡No! ¿Dónde está mi marido?
—¡Que no pasen! —gritó Elijah, en un intento de contener a la multitud.
—¡Suéltame! ¡Cyrus!
—¡Constance! —exclamó Abigail con voz quebrada, mientras Thomas la retenía, evitando que entrara en la sala.
Finalmente, todos lograron entrar, y lo que encontraron les heló la sangre: todos los niños estaban muertos, sus ojos vacíos y sin vida.
Abigail se precipitó a buscar a Constance, acompañada por su madre, mientras que Sarah corría en busca de Henry. Violet la siguió de cerca.
Al llegar, Sarah se desmoronó al ver que su hermano también estaba sin ojos.
—¡Sarah! —gritó Solomon.
Sarah se giró, y su corazón se detuvo al ver al pastor acercándose a ella, sin ojos y empuñando un gancho.
Sin embargo, antes de que pudiera lastimarla, Solomon se lanzó hacia él, clavando la horca en su abdomen, haciendo que el pastor cayera al suelo con un grito sordo.
—¡Fue brujería! —gritó Jacob, plantándose frente a todos—. ¡Ente maligno, muéstrate!
—¡Brujería! —repitió Elijah, su voz resonando con miedo y furia.
—¡Muéstrate!
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