twenty four • deal with the devil
STILL ALIVE
CAPÍTULO VEINTICUATRO
➜ PACTO CON EL DIABLO.
EN LA NOCHE, las cuatro chicas estaban afuera de la sala de juntas, mirando con atención a través de la ventana.
—¡Atención! —gritó Elijah Goode, el jefe del pueblo, llamando al silencio entre los presentes.
—Buena gente de Union —comenzó Jakob Berman—. La oscuridad y el mal nos rodean. Para acabar con toda esta desgracia... debemos encontrar al culpable. Debemos...
—¡Jakob! ¡Berman! —interrumpió Solomon—. El responsable está muerto. El pastor Miller...
—El pastor... —Jakob suspiró profundamente—. Nuestro pastor era un hombre de Dios. ¡Y ese no era él! Estaba poseído por el mal. Mi niña, mi querida Constance, y tantos otros... están muertos. Nuestro futuro... Nos han arrebatado nuestro linaje. ¡Y alguien debe pagar!
[ • • • ]
—¡Vi a unos jovencitos del pueblo... reír y coquetear en la última luna llena! —acusó Jacob, elevando su voz.
Violet y Lizzie intercambiaron miradas nerviosas con Sarah y Hannah.
[ • • • ]
—Algunos estuvimos en el bosque, pero no hicimos nada malo... Bebimos aguardiente de manzana. Bailamos —confesó Isaac frente a todos—. Somos jóvenes. ¡Eso no es un crimen!
—¡Paganos!
—¡Han pecado! —gritó Jacob, señalándolos—. ¡Observen a sus hijos! ¡Ellos llevarán la marca del diablo!
—¡Brujería!
—¡Brujería! —gritaron varias voces desde la multitud.
—Sí, brujería —asintió Elijah Goode, con una mueca de aprobación—. ¡Así como mi hermano Solomon acabó heroicamente con el mal al matar al afligido pastor, nosotros también derrotaremos a este ente maligno!
—¡Sí, brujería!
—Como sobrevivientes, siempre seremos dichosos —añadió Goode con solemnidad.
—¡Sí, señor! —gritaron varios, alzando los puños.
[ • • • ]
—¡Lo vi durante mi patrullaje! —dijo uno de los oficiales del pueblo—. Este flagelo se concentra en Union. Revisé el bosque. No se extiende fuera del asentamiento. ¡Está aquí! ¡Nos han estado castigando, y tengo una lista con los culpables!
—¡Muéstrala! —ordenó Jacob con impaciencia.
—¡Basta! —gritó Solomon poniéndose de pie—. ¡Escúchense! ¡Están especulando! ¡Persiguen sombras! ¡Imaginan maldiciones! Y pregunto... ¿tienen pruebas? ¿Tú? ¿O alguno de ustedes?
Jacob y Caleb se pusieron de pie casi con un salto.
—¡Nosotros tenemos pruebas! —exclamaron al unísono.
[ • • • ]
—Hace unas noches, la luna llena brillaba junto al sol —comenzó Jacob, su voz llena de dramatismo.
—Ellas se nos acercaron por separado. Mientras dormíamos —continuó Caleb, cada palabra cargada de malicia—. Nos embrujaron y nos llevaron al bosque.
—Estaban desnudas... —añadió Jacob con un tono insinuante—. Montaban mulas rojas. Las mulas rojas se convirtieron en un hombre con cuernos.
—Nos obligaron a presenciar cómo tenían sexo con el diablo.
—¿Quiénes? —preguntó alguien desde la multitud, ansioso por saber más.
—Las cuatro... —Jacob hizo una pausa—, una con una, tuvieron sexo con él.
—¿Las cuatro? —repitió Elijah, con el rostro incrédulo.
—¡Hannah Miller y Sarah Fier! —declaró Caleb con un dedo acusador.
—¡Y Violet Crane y Lizzie Schmidt! —añadió Jacob de la misma forma.
—¡No! —gritaron la Sra. Miller y el Sr. Fier al unísono, sus voces temblando de desesperación.
—¡Brujas! —empezó a corear la multitud, las voces aumentando con fervor.
—¡Brujas!
—¡No son brujas! —exclamó Thomas, intentando ser escuchado entre el caos que se formaba.
—¡Ninguna lo es! —gritó Abigail, desesperada por hacer entrar en razón a la gente.
Pero sus palabras se ahogaron en el tumulto.
Las cuatro chicas, que habían estado observando desde la ventana, se preocuparon al ver la situación descontrolarse. Entonces, aquellos chicos que las habían acusado se volvieron hacia la ventana. Presas del miedo, se alejaron rápidamente de la vista, pero era muy tarde.
—¡Brujas!
—¡Las brujas!
Las jóvenes comenzaron a alejarse de la sala de juntas, sin saber muy bien qué hacer a continuación, pero pronto tuvieron que empezar a correr al ver cómo todos los hombres, menos Isaac y Thomas, salían en busca de ellas con antorchas en las manos.
—¡Debemos irnos de aquí! —dijo la castaña.
—¿Adónde? —preguntó la rubia.
—¡Están aquí! —gritó alguien—. ¡Aquí están las brujas!
De pronto, Hannah se resbaló y cayó al suelo, arrastrando a Lizzie con ella.
—¡Corran! —les gritó esta última, sabiendo que no podrían salvarse.
Violet y Sarah las miraron con preocupación, pero no tuvieron más remedio que huir. Si las atrapaban a todas, no tenían oportunidad.
[ • • • ]
Las amigas, cubiertas con sus abrigos negros para pasar desapercibidas, corrieron hacia la casa de Sarah. Al llegar, encontraron al padre de la morena sentado afuera, su rostro desfigurado por los golpes.
—¡Padre! —Sarah se apresuró hacia él, mientras su amiga se quedaba alerta, vigilando que nadie viniera.
—Fue mi culpa... —murmuraba el hombre con la voz temblorosa, sin apartar la vista del suelo.
—Padre...
—Fue mi culpa.
Antes de que Sarah pudiera responder, la puerta trasera de la casa se abrió de golpe. Violet la jaló hacia el otro lado de la casa para esconderse. Ambas se agacharon detrás de unos barriles, viendo cómo Elijah Goode, Jacob y Caleb salían de la casa.
Con el corazón acelerado, Sarah sacó una navaja de su bolsillo. Violet, revisando su abrigo –que había tomado prestado de Thomas–, descubrió una pistola oculta en uno de los bolsillos internos.
—Vamos —susurró, lo más bajo posible.
Con pasos cautelosos, las amigas se alejaron de la casa, viendo cómo el pueblo entero las buscaba. Corrieron hacia la sala de juntas, manteniéndose en la sombra. A lo lejos, divisaron a un oficial cerca de la sala, vigilando la puerta.
Violet agarró una piedra del suelo y la lanzó lejos para crear una distracción. El oficial se volteó inmediatamente para investigar el sonido, dándoles el tiempo necesario para escabullirse hacia la sala de juntas.
Una vez adentro, cerraron la puerta con sigilo y se giraron rápidamente. Lo que vieron las dejó heladas. Lizzie y Hannah, semidesnudas y con el cabello enmarañado, yacían encadenadas en el suelo, claramente maltratadas.
—¿Lizzie? —la voz de Violet era apenas un susurro.
—¿Hannah? —repitió Sarah, acercándose.
Las dos chicas se movieron lentamente, reconociendo las voces. Levantaron las cabezas con dificultad, mirándolas con dolor y alivio al mismo tiempo.
—¿Qué les han hecho? —preguntó espantada Sarah, mientras tomaba las manos de la rubia, Violet abrazando a la pelinegra por los hombros.
—Nos colgarán por la mañana —dijo Hannah con la voz quebrada.
—Y si no huyen, a ustedes también —agregó Lizzie, mirando a las chicas con preocupación—. Escúchennos. Deben irse.
—No las dejaremos —dijo Violet, acercando su frente a la de ella.
—¡Deben hacerlo! —respondió con firmeza, sentándose de nuevo junto a la rubia—. Esto es mi culpa.
—Nuestra culpa —corrigió Hannah, tratando de repartir la carga del peso.
—No. Yo traje al diablo al empezar a salir con Lettie —dijo la pelinegra con la cabeza gacha, como si se lamentara.
—No funciona así —respondió la morena con suavidad—. Uno no invoca al diablo por amor. Eso es una elección, y ninguna de nosotras eligió el mal.
—¿No lo ven? No importa lo que digamos o lo que hagamos. Nos creen culpables, así que lo somos.
Sarah asintió levemente, reconociendo la cruel verdad de sus palabras.
—Tienes razón —admitió con voz baja—. Todos creen que lo hicimos. ¿Y si lo hacemos realidad?
Violet frunció el ceño, acariciando el cabello de Lizzie con ternura.
—¿De qué estás hablando?
—Regresaremos a casa de la Viuda —respondió Sarah—. Haremos un pacto con el diablo. Quizás eso sea lo que nos salve a las cuatro.
Lizzie la miró con incredulidad.
—¿Un pacto con el diablo? ¿Estás loca?
Violet comprendió el plan al instante.
—No hay que temerle al diablo —dijo—. Lo que realmente nos aterra es el pueblo que nos condena, esos vecinos que nos llaman brujas, los padres que prefieren vernos muertas antes que libres. Nos llevan al matadero, y esperan que nos dobleguemos.
Sarah sonrió ante las palabras de su amiga.
—Pero no somos corderos —dijo con voz firme.
En ese momento, unos gritos interrumpieron la calma.
—¡Sarah Fier! ¡Violet Crane! ¡Salgan ahora!
La joven Fier, con la mirada encendida, les dijo a las otras:
—Cuando esto acabe, nos iremos de aquí. Las cuatro juntas.
La ojimiel tomó la mano de su novia.
—Nos iremos lejos. Bailaremos todas las noches y nos besaremos a plena luz del día. Te amo, Lizzie —dijo antes de besarla.
—Y yo a ti, Lettie —respondió ella, devolviéndole el beso.
Aprovechando el momento, Sarah besó a Hannah.
Cuando se separaron, Sarah susurró:
—Si quieren a unas brujas... se las daremos.
[ • • • ]
Las dos amigas se detuvieron frente a la casa de la Viuda. Sarah levantó una lámpara para alumbrar su camino y ambas sacaron las armas que llevaban ocultas bajo sus abrigos. El miedo se entremezclaba con la determinación mientras caminaban hacia la entrada.
—¡Viuda! —llamó Violet, pero no hubo respuesta—. ¡Mary!
La casa estaba a oscuras, tan solo iluminada por el tenue brillo de la lámpara de Sarah. Avanzaron con cautela, los crujidos del suelo bajo sus pies siendo el único sonido que rompía el inquietante silencio.
Sarah divisó una caja en una esquina, la misma en la que había encontrado el libro la vez anterior. Se acercó rápidamente y la abrió con manos temblorosas, pero la encontró vacía.
—Sarah... —la voz de su amiga temblaba ligeramente, y se giró hacia ella.
Violet señalaba sus manos, y al bajar la vista, Sarah vio sangre cubriendo sus dedos. Su corazón se aceleró. Antes de que pudiera reaccionar, el graznido agudo de un cuervo resonó en el aire, y Sarah tropezó hacia atrás, cayendo al suelo por el susto.
Violet soltó un suspiro al ver a su amiga ilesa, pero pronto su expresión de terror la hizo voltear. Un escalofrío le recorrió la espalda al descubrir el cuerpo sin vida de la Viuda, su cuello abierto en un corte profundo.
El horror la invadió, y no pudo evitar soltar un grito desgarrador.
—¡Vámonos! —dijo la castaña, extendiendo la mano hacia su amiga.
Sarah la tomó rápidamente, levantándose del suelo mientras su respiración se aceleraba. Sin decir una palabra más, ambas corrieron fuera de la casa.
Solo había una persona en quien Fier podía pensar que tal vez podría ayudarlas. Crane, por otro lado, desconfiaba completamente de él.
Solomon Goode.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro