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—¿A qué te refieres con "no"? —preguntó Liam, dando un paso al frente, con el ceño fruncido.

—Liam, mírala —dijo Scott, señalando a la chica en el suelo—. Está muy débil. La mordida la matará. No sabemos qué le está haciendo el mercurio, y ni siquiera estamos seguros de que sea mercurio. Esto no puede ser la única forma de salvarla.

—Nos salvó a Maya y a mí.

—Eso fue diferente —respondió Scott, alzando levemente la voz—. Ustedes estaban al borde del precipicio.

Maya dio un paso hacia el alfa, mirándolo con seriedad.

—Lo prometiste —dijo, negando levemente con la cabeza. Su decepción siendo clara—. Dijiste que harías todo lo que pudieras.

—Es por eso que no voy a hacer algo que creo que la matará —dijo él, con la respiración cada vez más agitada—. Tiene que haber... Tiene que...

Las palabras se le atoraron en la garganta. Empezó a jadear, incapaz de continuar.

—Scott —llamó Maya, preocupada.

Theo, que había estado observando en silencio, sacó un inhalador de su bolsillo y se lo lanzó. Lo atrapó rápidamente y lo usó para recuperar el aliento.

—Hay otra forma de salvarla —murmuró Scott.

—No sé cuáles son las probabilidades de que sobreviva a una mordida... —dijo Theo, mirando a todos—, pero definitivamente no sobrevivirá a esto.

Brett, apoyado contra la pared, soltó un suspiro.

—Entonces debemos hacer algo —dijo, cruzándose de brazos mientras lanzaba una mirada fugaz a su novia, quien permanecía en silencio, observando a Scott con los labios apretados.

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La chica recibió una llamada de su amigo a primera hora. Tras despedirse de Brett, se dirigió hacia él en su auto.

Los tres —Stiles, Maya y Malia— observaron cómo se llevaban el Jeep para repararlo. Stiles, con las manos en los bolsillos, suspiró mientras miraba su auto con nostalgia antes de subirse en los asientos traseros del coche de Maya.

Esta se sentó al volante y Malia en el asiento del copililoto. La menor encendió el motor y comenzaron a avanzar.

—¿Y pueden arreglarlo? —preguntó mientras conducía, con curiosidad.

—No hay suficiente cinta en el mundo para arreglar eso —respondió Stiles, su mirada perdida en la ventana.

—Tal vez deberías usar algo aparte de cinta —dijo Malia, encogiéndose de hombros.

—El alternador está mal. Necesita nuevas bandas, la transmisión está fallando, y los frenos básicamente son metal contra metal.

Malia frunció el ceño y lo miró de reojo.

—¿Por qué dejaste que terminara así?

—Ha habido algunas distracciones, por si no se han dado cuenta —murmuró Stiles, bajando un poco la cabeza.

—Nos dimos cuenta —dijo Maya—. No disimulas muy bien. Por cierto, ¿te llevo a casa?

—No, a la estación de policía —el chico suspiró—. Necesito hablar con mi papá.

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—¿Quieres que vayamos contigo? —preguntó Maya, mirando a Stiles desde el asiento del conductor.

—No, está bien. Probablemente tardaré —murmuró él, moviendo nerviosamente su pierna.

El silencio se instaló en el auto por unos segundos.

—¿Le dirás acerca de Donovan? —preguntó Malia de pronto, rompiendo el silencio.

Stiles se tensó y giró hacia ella con incredulidad.

—¿Tú sabes?

—Lo adiviné —respondió ella con serenidad—. Vi la mordida en tu hombro mientras dormías.

Su novio desvió la mirada y soltó un suspiro pesado, mientras que la menor hizo una pequeña mueca al escucharlo.

—A mí no me importó. Por eso no dije nada.

Él la miró con el ceño ligeramente fruncido.

—Sí, pero a mí sí me importa —dijo, con un tono bajo.

Maya permaneció en silencio, sintiendo que aquello era algo de pareja. Ninguno dijo nada más, y Stiles finalmente bajó del auto.

Malia echó la cabeza hacia atrás, soltando un suspiro.

—Dios... —murmuró con una mueca, mirando al techo del coche—. Estuvo mal de mi parte no preguntarle, pero ¿por qué él tampoco me dijo nada? ¿Sintió miedo de que lo juzgara o...?

Maya soltó una risa antes de responder.

—Los novios mienten, Malia. Todo el tiempo —su amiga la miró seria, y ella se encogió de hombros—. La verdad es que yo no sabía hasta... anoche. —Hizo una pausa, mirándola—. Y no fue una manera muy linda de enterarme, pero no fui una idiota como lo fue Scott.

—¿Qué hizo él? —preguntó la castaña, con curiosidad.

—Me gustaría no mencionarlo. Solo recordarlo me da ganas de matarlo —respondió la rubia con una pequeña mueca de molestia.

La mayor suspiró y pasó una mano por su cabello.

—Bueno. Como sea. ¿Me podrías llevar a un lado? Es que... tengo algo que hacer.

La menor frunció el ceño.

—¿En dónde?

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Tiempo después, las dos estaban en una cueva en medio del bosque. Maya notó cómo Malia de vez en cuando se removía algo incómoda, pero no le dio importancia.

—Bien —dijo al final, harta de la inquietud de su amiga—. ¿Qué sucede? Porque me estás poniendo nerviosa, y ni siquiera sé qué hacemos aquí.

—Es que me anda del baño —confesó Malia haciendo un puchero, mirándola con insistencia.

Maya la miró incrédula.

—Antes de venir, te pregunté si querías entrar a la estación por si necesitabas ir al baño. ¿Y recién aquí te dan ganas?

—Es que no tenía ganas en ese momento...

—¿Y dónde harás? —preguntó la beta, alzando los brazos con obviedad.

—Tal vez me adentre un poco al bosque para que no me vean... Aunque dudo que haya alguien por aquí —respondió la coyote encogiéndose de hombros—. Como sea, ¿me esperas?

—Sí, ve.

—Gracias.

Malia alzó un pulgar en su dirección antes de salir corriendo hacia el bosque.

Comenzó a mirar la cueva, curiosa por saber qué tanto quería buscar. Caminó un poco por el lugar hasta que una muñeca llamó su atención. Se acercó y se agachó frente a ella para recogerla. A pesar de estar algo sucia, reconoció el olor de Malia en el objeto.

Sin embargo, otro olor llegó a sus fosas nasales, uno que no era de Malia. Dejó la muñeca con cuidado en el lugar donde la encontró y se levantó, volteando hacia atrás con cautela.

Entonces, un lobo negro entró en la cueva. Maya frunció el ceño, confusa, hasta que el lobo comenzó a distorsionarse, revelando la silueta de un humano.

Jadeó, sorprendida.

—¿Cómo rayos hiciste eso?

—¿Quieres aprender? —preguntó Theo, quien había regresado a su forma humana. Maya intentaba no mirarlo, ya que estaba completamente desnudo—. Puedo enseñarte.

—Sí, bueno, ya me estás enseñando suficiente —ironizó Maya, finalmente levantando la vista para mirarlo, pero enfocándose únicamente en su rostro.

—No tengo nada que esconder —replicó Theo con indiferencia mientras caminaba hacia ella, aunque manteniendo cierta distancia.

—¿Y yo sí? —Maya se cruzó de brazos, poniéndose a la defensiva, como siempre cuando se trataba de él.

—¿Le dijiste a Brett o a tu hermano que viniste aquí? —Theo alzó una ceja. Ella permaneció en silencio—. No te preocupes. No te juzgo.

—¿Por?

—Porque sé que tal vez Scott lo haría. Y yo estoy tratando de ayudarlos a todos. Si Scott no puede hacerlo, alguien tiene que tomar la iniciativa. Sabes que están llevando a Hayden al hospital, ¿cierto?

Maya negó lentamente.

—Pero Hayden todavía es una quimera —él continuó—. Y hay dos que aún no hemos encontrado. Son peligrosas y necesitan ayuda. Te necesitan. Y, bueno, claro, también a Malia.

Ella lo miró con desconfianza, sin confiar en sus palabras... Como siempre.

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Definitivamente, Maya no esperaba ser encerrada en su forma de lobo en un armario en el sótano del hospital.

Con desesperación, intentaba abrir la puerta. Las horas pasaron lentamente hasta que logró transformarse de nuevo en humana.

Una diminuta parte de ella agradeció que Theo hubiera dejado su ropa en el mismo armario. Pero la rabia quemaba en su interior.

Sabía que no debía confiar en él.

Consideró derribar la puerta, pero justo antes de intentarlo, esta se abrió desde afuera.

—¡Dios! —exclamó Malia, aliviada, y rápidamente se acercó para abrazarla con fuerza.

—¿D-dónde estabas? —preguntó, aún recuperándose de la confusión y el encierro.

—Estaba regresando a la cueva, y pues... Theo me secuestró en el camino. Llegamos aquí, y me encerró en otro cuarto —explicó apresuradamente Malia. Luego, miró a su amiga con preocupación—. ¿Tú estás bien?

La menor asintió.

—¿Y tú?

—Igual.

—Bien... Mejor salgamos de aquí.

—Sí, será lo mejor.

Ambas comenzaron a caminar por el pasillo, pero pronto, algo llamó su atención: sangre en el suelo.

Siguieron el rastro, hasta distinguir la silueta de un chico tras unas cortinas. Los ruidos de succión demostraban que estaba masticando algo con desesperación.

Cuando se acercaron un poco más, vieron que tenía entre las manos una bolsa de sangre, vaciando una tras otra.

El chico las notó al instante. Con un movimiento brusco, corrió un poco la cortina, revelando garras en sus manos. Era una de las quimeras. Lentamente, se levantó, dejando caer la bolsa al suelo, y empezó a acercarse.

Malia dejó brillar sus ojos azul eléctrico, mientras que los de Maya se encendieron en un ámbar. Ambas rugieron, mostrando sus garras al unísono.

La pelea comenzó en un abrir y cerrar de ojos.

Malia esquivó los golpes del chico y logró acorralarlo contra la pared. Pero él reaccionó rápidamente, tirándola al suelo. Maya se lanzó hacia él mientras la otra chica se levantaba. Sus garras atravesaron su pecho, haciéndolo retroceder hasta caer.

Con un gruñido, lo levantó del suelo. Pero el chico contraatacó, estrellándola contra la pared detrás de ella y luego lanzándola contra la pared opuesta.

El dolor no la detuvo. Justo cuando el chico intentó rasguñarla nuevamente, Malia intervino, agarrándolo por los hombros y apartándolo con fuerza.

Las dos amigas se posicionaron lado a lado, observando cómo la quimera volvía a levantarse.

Maya, con expresión decidida, bajó su pulsera con púas hasta los nudillos, girándola para que estas quedaran hacia afuera.

La chica a su lado la miró con el ceño fruncido.

—¿Qué haces?

—Aquí todos somos sobrenaturales. Aquí no hay reglas.

Antes de que Maya pudiera atacar, un disparo resonó en el aire. La quimera retrocedió tambaleándose, sujetándose el hombro. Al voltear, ambas vieron a Braeden con un arma en la mano, aún apuntando al chico.

Herido pero no derrotado, el chico logró levantarse y huyó.

Braeden se acercó a las adolescentes, mirándolas con seriedad.

—¿Qué demonios fue eso?

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—No sé lo que está sucediendo, pero supongo que las cosas están mal —dijo Braeden con un suspiro mientras salían al área de ambulancias.

—Muy mal —respondió Maya, limpiándose la sangre de la mejilla con el dorso de la mano.

—Entonces esto sonará peor —añadió la mujer, mirando a la coyote directamente a los ojos—. Porque tu plan...

—Ella lo sabe —interrumpió Malia con firmeza.

—Sí. Y viene hacia acá. La Loba del Desierto sabe que estás viva. Y viene en camino a Beacon Hills.

Maya suspiró, ladeando levemente la cabeza.

—Scott debió haberme dejado caer...

Fue entonces cuando su teléfono vibró. Al leer el mensaje en la pantalla, sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo, como si un balde de agua fría hubiera caído sobre ella.

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Maya entró prácticamente corriendo a la morgue, con el corazón en la garganta. Ahí estaba Melissa, de pie junto a Hayden... muerta.

Intentó contener las lágrimas mientras se acercaba lentamente, negándose a aceptar lo que estaba viendo. Segundos después, Liam apareció a su lado, seguido por Brett, cuya ropa estaba manchada con rastros de sangre seca.

Sin decir palabra, Liam fue directo hacia Hayden, sus lágrimas cayendo en cascada mientras se arrodillaba y la sostenía en sus brazos.

Maya no pudo soportar más. Cayó de rodillas al suelo, las lágrimas brotando de sus ojos sin control.

Era raro verla llorar, pero esto... Esto la había roto.

Brett no tardó en acercarse. Se arrodilló junto a ella y la envolvió en un abrazo protector. Ella apoyó la cabeza en su hombro mientras él acariciaba sus brazos en un intento de calmarla.

Un rato después, Parrish entró en la morgue. Ninguno de los presentes pudo detenerlo mientras levantaba el cuerpo de Hayden y se la llevaba al Nemeton.

Esa noche, la manada McCall había perdido su unidad, su esperanza. Todo, por culpa de una sola persona.

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