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Al día siguiente, Maya estaba en el gimnasio de la escuela, acompañada de Liam y Mason. Su hermano estaba levantando una pesa en la máquina, mientras que su amigo hacía lo mismo de pie, usando un par de pesas pequeñas.

Ella, por su parte, estaba descargando su frustración golpeando un saco de boxeo. La fuerza de mujer lobo le ayudaba a desestresarse.

—Saben que siempre le digo a Garret que me devuelva mi sudadera, ¿no? —comentó Mason, mientras sus amigos asentían—. Y recordé que dijeron que vivía en el plan de viviendas en Spaulding. Así que fui hasta allá y adivinen qué pasó. El plan de viviendas... sigue siendo solo un plan.

—¿Y? —preguntó Liam mientras le ponía más peso a cada lado de la máquina.

—Aún no hay casas. A menos que viva en una retroexcavadora, hay algo que nos está ocultando —respondió Mason—. Y hay otros dos tipos que se han estado comportando raro. Corren por la escuela sin razón, desaparecen en las fiestas. Eran mis mejores amigos —los mellizos no dijeron nada—. Creo que están consumiendo esteroides.

—¿Qué? —frunció el ceño Maya, deteniéndose y mirando a Mason. Luego se dio cuenta de las pesas que había colocado Liam.

—No intentarás levantar eso, ¿o sí? —le dijo Mason a su amigo, quien ya estaba sentado—. ¿Están bien? —preguntó al notar la expresión de Maya.

—Estamos bien —respondió Liam, mientras su hermana asentía—. Solo estamos ajustando la línea de ataque.

—¿Saben contra quién juegan, verdad?

—Sí...

—Es decir, no —dijo Maya, apoyando su brazo en la máquina—. Nos perdimos el anuncio.

—Chicos, es contra su antigua escuela —les informó Mason, mirando hacia ellos notando cómo sus cuerpos se tensaban—. Con la Preparatoria Devenford.

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Era el descanso antes de la última hora, y la rubia, junto a su hermano, salían al patio, visiblemente molestos, con su mejor amigo siguiéndolos detrás.

—¡Chicos, esperen! ¿Qué? ¡No! ¡Chicos!

—¡Brett! —llamó Liam, serio, al ver al chico bajar del autobús de Devenford.

Maya se cruzó de brazos mientras observaba a su hermano acercarse a él.

—Esto va a ser divertido —comentó a su amigo.

—O problemático —respondió Mason, y ambos decidieron acercarse también.

Maya y Brett se miraron fijamente cuando ella se acercó, pero ninguno dijo nada. El problema ahora era el molesto Liam, que se encontraba en medio de los dos.

—Solo quería decirte... —Liam dudó por un momento antes de extenderle la mano—. Suerte en el juego.

Brett, sin embargo, solo se rió junto con sus amigos. Maya rodó los ojos.

—Qué ternura, Liam —se burló el rubio—. ¿Eso es lo que les enseñaron a ti y a tu hermana en "manejo de la ira"? ¿Pides disculpas y todo está bien? Juntos destrozaron el auto del entrenador.

—Sí, pero ya pagamos por ello —respondió Maya, notando el creciente enojo de su mellizo.

—Sí, van a pagar por ello. Vamos a romperlos en pedazos allá afuera. Y toda la culpa será suya.

Scott, a lo lejos, junto con Stiles, observó los puños apretados de Liam y vio caer un poco de sangre, dándose cuenta de que el chico probablemente se había enterrado sus garras.

Por otro lado, Maya, cruzada de brazos, miró al rubio con tanto rencor que no pudo evitar apartar a Liam para empujarlo, aunque los amigos de Brett lo sostuvieron para evitar que cayera.

Eso fue suficiente para que Scott y Stiles se acercaran.

—Vamos —dijo Scott, tomando a los mellizos y apartándolos de la situación.

—Hola, ¿qué tal, estudiantes de preparatoria? —saludó Stiles con una sonrisa—. Bienvenidos a nuestra escuela pública de secundaria. ¿Cómo están? Stiles —extendió la mano—. Aprendan a dar la mano —y la apartó rápidamente—. Nos emociona la línea de ataque esta noche. Pero juguemos limpio, ¿sí? Nada de violencia allá afuera. Nos vemos en la cancha.

El par de amigos rápidamente se llevaron a Liam y Maya hasta los vestuarios de los chicos. Al llegar, Stiles abrió una de las duchas y los metió a ambos debajo del agua.

—¿Ya se calmaron? —preguntó cuando los sacó de allí.

Pero, al ver que ambos rugieron nuevamente, los metieron otra vez.

—¡De acuerdo! —exclamaron al unísono después de unos segundos. Los sacaron y Stiles cerró la llave.

Liam se apoyó contra la pared, deslizándose hasta sentarse en el suelo. Maya solo se quedó de pie, con la espalda apoyada en esta.

—El auto que destrozaron, pensaba que era de su maestro —comentó Scott.

—También era nuestro entrenador. Nos sancionó toda la temporada —respondió Maya, respirando de manera algo agitada.

—¿Qué hicieron?

—Nos sacaron dos tarjetas rojas —dijo Liam, mirando al suelo.

—¿Solo dos? —preguntó Stiles, con tono sarcástico, cruzado de brazos.

—Además... digamos que inicié una pelea en la escuela. Otros chicos también pelearon, pero yo me llevé la peor parte —murmuró Maya, bajando la mirada. Parte de ella todavía se arrepentía de lo ocurrido.

Scott apretó los labios.

—Deben decirnos la verdad. ¿Qué más pasó?

—Nada —respondió rápidamente Liam, con nervios en la voz—. Nos expulsaron. Nos mandaron al psicólogo para una evaluación.

—¿Cómo lo llamaron? —preguntó Stiles, curioso.

—Trastorno explosivo intermitente.

—¿Artefacto explosivo improvisado? ¿Así que son unos explosivos improvisados? Genial. Scott, ¡les diste superpoderes a unas bombas!

—¿Les dieron algo para eso? —interrogó el alfa.

—Risperdal —respondió la mujer lobo—. Es un antipsicótico. Pero no lo tomamos.

—Obviamente —el humano rodó los ojos, frustrado.

—No podemos jugar lacrosse con eso. Nos deja muy fatigados —dijo el beta, como un intento de excusarse.

—De acuerdo —murmuró Scott—. Creo que deben salirse del juego. Dile que te duele la pierna, y Maya, podrías decir que te duele la muñeca.

—¡No! —exclamó Liam rápidamente mientras se levantaba. Su hermana solo miraba—. Podemos hacerlo. Especialmente si ustedes están.

—Pero chicos, no se trata solo del juego —respondió Scott con seriedad—. Creemos que el que mató a Demarco puede estar en nuestro equipo.

Liam frunció el ceño.

—¿Quién es Demarco?

—El que llevó la cerveza a la fiesta —explicó Stiles—. El tipo al que decapitaron. ¿Recuerdan?

—Creemos que quien pidió la cerveza mató a Demarco —dijo Scott, y notó la expresión de la chica—. ¿Maya? ¿Sabes algo?

Maya los miró fijamente.

—No sé quién pidió el barril de cerveza... pero sé quién lo pagó.

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Liam sin duda estaba molesto por la mirada que Brett le dirigió a su hermana esa noche, mientras se encontraban en el campo.

—No puedo creer que saliste con él —gruñó en voz baja, volviendo la vista hacia su hermana, que suspiró.

Sí, ella le había contado lo que había sucedido entre ellos después de su expulsión y el final de su relación.

—Pues, créelo —dijo Maya, sin darle mucha importancia. Sin hacer caso a las quejas de su hermano, empezó a caminar hacia donde estaba Brett.

El rubio la vio acercarse y, después de ponerse una camiseta, también se acercó a ella. Maya se cruzó de brazos y lo miró fijamente.

—Lamento lo que te dije después de la pelea.

—¿Cuando me llamaste loca? —preguntó, algo sarcástica, dejando que su rencor se notara.

—No era mi intención. No estaba pensando claramente después de eso —respondió Brett, visiblemente apenado.

—No debiste haberte metido.

El rubio la miró, sorprendido.

—¿Empezaste una pelea sin razón y esperabas que lo aceptara sin más?

—Esperaba que estuvieras de mi lado. Y Liam no te ha hecho nada, ¿por qué lo amenazaste? —respondió Maya, alzando una ceja, un poco molesta.

—Tu hermano es un idiota. No es mi culpa que sea tan impulsivo y te haya arrastrado a destrozar el auto —replicó Brett, frunciendo el ceño con molestia.

—No niego que a veces lo sea, pero ¿acaso te escuchas? —cuestionó Maya, cruzándose de brazos—. Es como si fueras otra persona ahora.

Brett la miró un momento, serio, y suspiró.

—Solo espera —dijo con tono grave—. Mira lo que le vamos a hacer a tu equipo en el campo.

Maya resopló al ver como el rubio se regresaba con los suyos.

—¿Alguien me agarra para no matar a Brett? —preguntó Liam, furioso, mientras se acercaba.

—Yo lo haré, pero... Qué intenso —respondió Mason, sujetando a Liam para evitar que se acercara más. Ambos se habían acercado un poco para escuchar la conversación.

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—¡Vamos, rápido, rápido! —gritaba Finstock, mientras Scott se acercaba a él.

—Entrenador, te dije que Liam tiene la pierna lastimada y que a Maya le duele la muñeca. No creo que deban jugar —dijo, preocupado.

—Dijeron que estaban bien —respondió el hombre con indiferencia.

—Como capitán, sugiero que Liam y Maya no jueguen —insistió Scott, aunque con una mirada fija hacia el entrenador.

Finstock soltó una risa burlona.

—Y como presidente de los Estados Unidos, veto esa sugerencia.

—¿Y si se lastiman más?

—¡Oigan, mellizos! ¡Piensen rápido! —gritó el entrenador, mientras lanzaba dos pelotas hacia ellos.

Maya y Liam las atraparon con una mano, reaccionando instintivamente.

—Ellos juegan —sentenció Finstock, mientras los mellizos se ponían sus cascos y se preparaban para entrar al campo junto al resto del equipo.

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El partido había comenzado.

Brett había anotado el primer punto y miró con burla a Maya, quien gruñó en voz baja mientras lo fulminaba con la mirada.

Todos se dirigieron a sus posiciones para reanudar el juego. El árbitro sopló el silbato, y Brett tomó la pelota antes que Scott.

Scott escuchó a Maya gruñir justo antes de lanzarse tras el rubio para intentar quitarle la pelota. Pero mientras él anotaba nuevamente, dos chicos de Devenford empujaron a Maya al suelo.

Ella soltó un pequeño quejido, lo que hizo que Brett volteara al instante.

Maya se levantó, molesta, y se quitó el casco. Liam también se acercó, tirando el suyo al suelo mientras se apresuraba a llegar.

—¡Chicos! —Scott se acercó rápidamente y, con la ayuda de Stiles, detuvo a los mellizos antes de que pudieran acercarse a los chicos de Devenford, que se alejaron riendo de manera burlona.

Scott suspiró aliviado cuando los mellizos finalmente se calmaron.

—No se acerquen a ella —murmuró Brett en voz baja a sus compañeros, con algo de enojo en su tono.

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—¿Sabían que los esteroides anabólicos son ilegales en Estados Unidos? —preguntó Stiles a uno de los chicos de Devenford mientras tomaban sus posiciones—. Tienes mucho vello facial para ser un adolescente. ¿Qué usas? ¿HGH? ¿Radiación gamma?

El silbato sonó, y él fue el primero en agarrar la pelota. Corrió unos pasos y la pasó rápidamente a Kira, quien la recibió con facilidad.

—¡Corre, Kira! ¡Vamos!

Kira aceleró hacia el arco, buscando la oportunidad de anotar.

—¡Pásala! —gritó el entrenador desde el borde del campo—. Kira, ¡pásala!

Kira, viendo a Maya cerca, le lanzó la pelota. Maya la atrapó y, con un ágil salto, lanzó la pelota hacia el arco, anotando.

Sus amigos celebraron. Maya sonrió y se acercó a chocar los cinco con Kira, feliz. Brett no pudo evitar sonreír al ver la felicidad de la rubia.

—¡Dunbar, chica! —llamó el entrenador, haciendo que Maya frunciera el ceño mientras se dirigía a él y se quitaba el casco—. Siéntate. Estarás en la banca el resto del juego.

—¿Qué? ¿Por qué? —Maya frunció el ceño, incrédula y algo molesta. Aunque no lo quisiera, lo de Devenford le vino a la mente.

—Te faltó hacer un pase.

—Pero estaba cerca del arco. No creí que fuera necesario.

—La jugada era para que hicieras un pase —respondió Finstock—. Esto es una línea de ataque, es trabajo en equipo, Dunbar. Así que te quedas en la banca.

Maya volteó hacia el campo, notando a Brett mirándola. Gruñó en voz baja antes de dejar su casco en la banca y dirigirse hacia la escuela.

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En los vestuarios, dejó caer su palo de lacrosse al suelo. Se quitó los guantes y se apoyó en el lavamanos, abriendo la llave para dejar caer el agua.

Se lavó un poco la cara y cerró la llave, cuando de repente, escuchó la puerta abrirse. Con el ceño fruncido, volteó hacia atrás.

No se molestó en decir nada, ya que era evidente que alguien había entrado. Caminó un poco, hasta que sintió algo detrás de ella.

Rápidamente se giró, jadeando de sorpresa.

—¿Violet?

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Brett estaba celebrando con algunos amigos por su nuevo punto, cuando comenzó a escuchar el latido de un corazón. Era rápido, y el miedo emanaba de él.

No le hizo falta saber de quién se trataba. Sus ojos brillaron de un color ámbar por un instante.

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Maya hizo una mueca al caer al suelo. Violet se acercó con una sonrisa cínica y la agarró por el cuello de su camiseta, levantándola del suelo.

—¡Basta! —dijo, jadeando.

—Ay, querida amiga —dijo Violet, sin remordimiento en sus ojos—. Lamento tener que decirlo, pero tu cabeza vale millones. ¿Quién lo diría?

La morena la acorraló contra la pared, colocando el cordón de su collar con la intención de ponérselo alrededor del cuello.

Maya, en un intento de defenderse, la empujó, pero acabó de nuevo en el suelo.

Violet sonrió mientras ajustaba el cordón. Cuando estaba a punto de agacharse para colocar el collar, la puerta se abrió de golpe.

—Estoy bien —dijo Maya al ver que era Brett, con la mirada molesta—. Brett, ¡estoy bien!

Pero eso no impidió que él se acercara y apartara a Violet de la chica.

—Perfecto —respondió ella, sonriendo—. Ahora tengo dos.

—Créeme, me contuve.

Maya frunció el ceño al oír eso, dándose cuenta de inmediato. Él era un hombre lobo.

Genial.

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A pesar de su resistencia, Maya terminó con una herida en el abdomen y Brett con una pierna rota en el suelo.

—¿Qué demonios hiciste? —gruñó, notando cómo sus ojos comenzaban a brillar. Los de Brett también brillaron al mismo tiempo.

—Como se salieron antes de que Garret pudiera hacer su jugada, improvisé —dijo Violet, encogiéndose de hombros—. Lo tuyo es solo una cortada, porque eres principiante. Te dejé menos herida —dijo mirando a la chica—. Pero tu cortada está envenenada con acónito —se dirigió al chico—. Eso no te matará, pero esto sí.

Brett intentó alejarse lo mejor que pudo, pero Violet lo atrapó, enredando el cordón alrededor de su cuello y apretándolo.

Maya abrió los ojos, sorprendida. No sabía cómo reaccionar. Aún no entendía este mundo sobrenatural y apenas se estaba curando.

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Cuando Scott finalmente llegó a los vestuarios, vio a su beta levantándose del suelo, ya curada, y a un Brett inconsciente.

Scott iba a decir algo, pero Violet apareció por detrás, colocando el cordón alrededor de su cuello.

—Él dijo que no deberíamos probar. Pero ahora te tengo a ti. Tengo un Alfa.

Violet comenzó a hacer presión sobre el cordón, pero Scott, gruñendo bajo, lo agarró, girándose hacia ella. Sus ojos brillaron de un rojo intenso.

La agarró del cuello y Maya aprovechó para quitar el cordón de su cuello y romperlo. Lo tiró al suelo y luego se agachó junto a Brett.

Scott, sin dudarlo, dejó inconsciente a Violet. Stiles llegó corriendo, claramente en shock.

—Creo que deberías llamar a tu papá.

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