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treinta y tres

スカーレット・ラブ
Amor escarlata; capítulo treinta y tres
«partes del pasado»

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Una pequeña niña de hebras escarlatas tenía su ceño fruncido mientras observaba como de sus manos salía una gran cantidad de sangre que le era, hasta cierto punto, satisfactorio. Un suspiro salió de sus labios para proseguir a pasar un trapo por sus diminutas manos y así limpiar aquel líquido carmín que salió de una herida que se hizo con un kunai de su hermana mayor, un poco apurada antes de que su familiar la viese en ese estado. «Me debí de haber apurado» pensó con fastidio la menor al ver a su veinteañera hermana acercarse a ella con preocupación en su mirada azulada, siendo acompañada por un rubio que solamente la hizo arrugar su nariz.

—¡Miko, ¿estás bien?! —gritó preocupada Kushina arrodillándose para tomar las diminutas manos que ya no tenían ninguna herida pero aún había sangre seca que desapareció con lentitud.

—Lo estoy, hermana —respondió con su ceño fruncido al haber notado que ya no había herida—. No es necesario el escándalo.

—Niña, eres mi hermana menor, claro que haré escándalo 'ttebane —apretó la nariz de la menor, sacándole un quejido—. Ya conoces a Minato, ¿verdad, linda?

—Ah, sí, el rubio afeminado —asintió desinteresadamente la joven niña afilando su propio kunai que tenía la figura de un león en cada extremo, escuchando como su hermana soltaba una pequeña risa ante el apodo que tenía hacia el rubio que la miraba nervioso—. ¿Qué miras, mocoso rubio? Ya me has robado bastante la atención de mi hermana, ya puedes largarte.

—¡Miko! —la regañó la mujer ante el tono empleado de la menor que se la quedó mirando sin expresión alguna—. ¡No le hables así a Minato!

Miko, en ese entonces de ocho años, entreabrió sus labios para decir algo pero solo salió el sonido de un chasquido. Se paró sacudiendo su pantalón negro para guardar su kunai, dándole un asentimiento a la mayor y caminar con tranquilidad hacia el bosque al observar que un león la esperaba para guiarla al Monte Rojizo. Con el mentón en lo alto, no le importó los gritos de su hermana que le ordenaba que volviese. Avanzó notando como un charco de sangre se formaba debajo de ellos y la succionaba para llevarla entre ese mar rojo de sangre hacia el lugar de entrenamiento; se sentó en forma de indio a la espera de que los más viejos llegasen o dieran comienzo a su tortura y suspiró.

—No debería ser así con su hermana mayor —le dijo uno de los mano derecha de los antiguos líderes de la manada, atrayendo la atención de la joven pelirroja.

—La esperé muchas horas, que ella me espere a mí ahora —murmuró ella—. Minato es el culpable de que ella se olvide de que tiene una hermana menor en casa esperándola con la comida lista. No, ambos tienen la culpa —frunció el ceño, parándose y haciendo un largo tajo en todo su antebrazo para que la sangre comience a fluir y así tocar el suelo que recibió con alegría aquel líquido—. Entiendo que ellos sean pareja, pero eso no justifica que deba esperar doce horas con una cena fría hasta que se digne ella a aparecer.

—Tienes mucho resentimiento —susurró otro león viendo como la herida de ella se cerraba con rapidez luego de un minuto—. ¿Amas a tu hermana?

—Daría mi vida por la de ella —respondió sin pensarlo, haciéndose otro corte que ya ni siquiera le dolía—. ¿Cuánto tiempo debo hacer esto? —señaló su brazo, y las incontables cicatrices que tenía en esa sola extremidad y que dentro de un tiempo desaparecerán.

—Hasta que en menos de un segundo se cierren sus heridas —respondió otro, uno adulto que movía su nariz ligeramente en dirección a ese plasma—. Ha avanzado mucho, pero debe controlar sus emociones.

La menor aplanó sus labios para hacer un clon de sangre que haría la otra parte de su entrenamiento mental, le ordenó con la mirada que se dirija a un sector lleno de leonas que la recibieron con calidez. Dirigió sus ojos azules que estaban tornándose rojizos por la carga de emociones negativas que poseía y se hizo nuevamente otra cortada, luego otra y otra, así hasta que la luna de sangre apareció arriba de aquel territorio de los leones rojizos que veían como su próxima líder avanzaba a gran velocidad en esa técnica que requería cierto control para no perder el conocimiento ante la pérdida de mucha sangre. Cuando dieron las seis de la mañana en el mundo de los humanos, Miko destensó sus hombros y puso innecesariamente varias vendas rodando sus dos antebrazos para despedirse de los leones con una ligera reverencia e irse hacia la casa en la que viviría hasta tener ahorrado mucho dinero para comprarse un departamento.

Entrecerró sus ojos cuando la luz de aquel astro de fuego dio en sus ojos azules que se mostraban cansados. Ni siquiera hizo el amago de sacarse sus sandalias ninja, solamente avanzó entre el interior en dirección a su cuarto para al menos lavarse el rostro lleno de sangre seca y cambiarse su remera antes de partir a la academia ninja. Un bostezo salió de sus labios mientras tomaba a tientas una manzana y salía nuevamente del hogar en el que estaba unas horas. Ni siquiera vio si su hermana estaba ahí, aunque seguramente debería estar en la casa del rubio Namikaze haciendo cosas que realmente ella no quería saber.

Se sentó al fondo del lugar, con la expresión más fría que podía tener, encontrándole sin sentido ir a una academia en la que ya sabía todo al haber sido entrenada por leones que estaban desde mucho antes de que su fundara Konoha. La puerta fue abierta, mostrando al rubio Hokage que solamente le hizo más amarga la manzana que comía la pelirroja que ignoró completamente la presencia de aquel individuo.

—Uzumaki Miko —lo escuchó nombrar y no pudo evitar maldecir en el nombre de la sangre el haber asistido al lugar. Se paró, mirándolo con aparente calma pero en su interior realmente quería encajarle su kunai en el estómago, y eso lo vio el Namikaze—. Acompáñame.

Sin decir nada lo siguió, fijándose al entrar en otra aula casi vacía la presencia de su hermana que estaba al lado de un sensei que le daba clases en la academia pero que ni siquiera hizo el amago de recordar su nombre.

—Felicidades, estás graduada de la academia —las palabras de Minato solo hizo que lo mirase con cansancio. Ella asintió con pesar y agarró la banda negra para meterla en el bolsillo de su pantalón y caminar en dirección a la salida, siendo vista incrédulamente.

—Miko, ¿no agradecerás? —preguntó su hermana al ver la actitud apática de la joven pelirroja.

—¿Debo agradecer que por fin se diesen cuenta mi nivel de poder? Pues, muchas gracias, Hokage, hermana y sensei que ni sé su nombre —sonrió sarcásticamente para luego girarse y por fin salir de esa habitación en el que reinaba el frío.

Resopló saliendo del establecimiento para trotar hacia la casa, rebuscando entre los frascos las galletas que había preparado para su hermana y que nunca ella comió y dio un pequeño brinco  un poco feliz al encontrar el frasco de aquel alimento que llevaría a los leones.

—¡Uzumaki Miko! ¡Ven ahora mismo aquí! —se giró lentamente, notando a la mayor en la puerta con sus hebras rojas elevándose y rodó los ojos afianzando su agarre en el objeto de vidrio para dirigirse hacia la pareja del Hokage—. Ahora mismo me explicarás por qué reaccionaste de esa manera ante Minato, yo no te crie así.

—La verdad no, no me criaste, los leones lo hicieron —se encogió de hombros evadiéndola para caminar hacia el bosque y esperar con ansias a que los leones se diesen cuenta que quería ir al monte y así darles la buena noticia.

—¿Cómo puedes decir que no te crie, Miko? ¡Pasé toda mi infancia haciéndolo!

—A los doce, ni siquiera yo tenía meses de vida cuando dejaste de hacerlo, hermana —suspiró con pesadez la menor—. No te culpo, es difícil cuidar de una bebé con tan solo doce años, pero no puedes decir que me criaste cuando los leones tuvieron que acogerme en el monte para no pasar frío cuando tu te ibas a citas con Minato. ¿Puedes entender ahora por qué quiero pasar tiempo contigo? Nunca estás en casa, la cena que hice ya está fría, esperé en ese maldito escalón a que regresaras como me lo habías prometido para cenar las dos juntas  e hice estas galletas porque sabía que te gustaban —largó un bufido para luego negar—. Volveré dentro de unas horas, estaré con los leones que si supieron valorarme. 

Sus pasos se volvieron largos, dejando atrás a una Kushina que tenía su mirada azulada cristalizada.

—Por cierto, nada de eso podrá evitar que te siga queriendo 'ttebade —le dijo lo suficiente alto Miko, desaparecieron entre los inmensos árboles—. ¡Soy una genin 'ttebade! ¡Lo logré, familia! —gritó feliz, mostrándole la banda de regulación entre saltos infantiles a los leones que rugieron felices y se acercaron a la menor para darles una pequeña acaricia con sus hocicos—. Traje galletas, aunque es la primera vez que las hago —susurró con ligera vergüenza.

—Todo lo que hace nuestra próxima líder será riquísimo —exclamó un león viejo que solo tenía un ojo, mientras que en donde debería estar el otro solo había una cuenca vacía.

Ella sonrió, dejándose llevar por los pequeños gestos cariñosos de sus leones y sus ojos se volvieron pesados ante el sueño que tenía.

Miko tenía una sonrisa vaga entre sus labios, caminando por todo el territorio de los leones para asegurarse de que sus felinos estén saludables y tengan suficiente sangre en la fuente. Naruto, a su lado, veía con asombro todo el lugar además de haber escuchado el pequeño relato de su familiar ante la actitud que ella poseía con su madre biológica al haberse graduado antes de la academia. Agarró la mano de la mayor, pareciendo un niño que debía seguir guiado por su madre para que no se pierda, y le señaló aquel muro de barro que tenía marcas de sangre. La pelirroja asintió avanzando hasta ese sitio, y mirar con nostalgia la marca de ella.

—Todos los líderes junto con su fiel león ponían su mano o pata, en el caso de ellos, con sangre que duraría milenios, solo para recordarles a los leones el paso todos los líderes que hubo en la manada —le informó ella, poniendo su mano en la de ella, notando lo pequeña que era a comparación con su versión adulta y Naruto emocionado también lo hizo.

—¡Me queda, mamá! —la miró con sus ocelos azules brillando, luego de haber probado con todas las manos y concordar solo con la de la Miko.

—Hubieras sido un gran líder, hijo —le dijo, revolviéndole esas hebras rubias con cariño.

«Y pensar que a ti te costó cuidar de una bebé a los doce años, hermana. Yo llevo cuidándolo por dieciséis años desde que tengo doce, solo era cuestión de fortaleza y el suficiente coraje de seguir adelante agarrándole la pequeña manito» pensó, mirándolo con tranquilidad. «Nunca te odié por no cuidarme, Kushina, realmente te quiero por dejarme en mi vida a tal maravilla» soltó una pequeña risa al verlo jugar con los cachorros de la manada, y nunca antes se había sentido tan feliz ante la imagen de su sobrino, de su hijo tan alegre con esos ojos azules brillando con fuerza.

—¡Mamá, ven a jugar 'ttebayo! —exclamó Naruto, con alegría. Viendo desde su lugar como ella mantenía una mirada brillosa para él, y ensanchó su sonrisa al oírla reír con levedad.

—¡Ya voy, hijo! 







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