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cincuenta y tres

スカーレット・ラブ
Amor escarlata; capítulo cincuenta y tres
«el legado de Uzumaki Miko»

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La noticia había sido como una espada a su corazón, presionando aún más y retorciéndolo con tal de que sienta todo el sufrimiento, el dolor y la pérdida más grande que hubiera tenido si es que en su dimensión aquello mismo ocurría, solo que ya recordando toda su "futura" vida con la joven de hebras escarlatas.

Kushina lo veía con preocupación al haberlo oído gritar de esa manera tan desgarradora, habiendo sentido otro sentimiento más en ese llamado que sabía que no era para ella. Su mirada conectó con la de Minato, ambos suponiendo o queriendo saber qué le pasaba a su hijo para haber reaccionado de tal manera.

«E-Ella —pensó apretando con sus manos la tela de su haori rojizo, inhalando con ímpetu la tristeza y queriendo borrar el nudo en su garganta. Sus azules ojos lagrimearon nuevamente, viendo a la nada misma, pensando en todo—. Mamá vive, n-no debo sentirme... así.» Quiso sacarse las lágrimas pero seguían saliendo, como si aquello quisiera recordarle una vida que hubiera tenido. Si Naruto nunca hubiera estado con Miko, ¿sentiría lo que estaría sintiendo en ese momento? ¿Menma sería capaz de sentir todo lo que sentía Naruto en ese instante? ¿Sería capaz de comprender aquello que desgarraba el alma del pequeño remolino amarillo?

Soltó una exhalación temblorosa, refregando sus ojos para dejar de llorar y no pensar más en eso. Sintiéndose confortado ante las suaves caricias que le proporcionaba la peli-rosa que trataba de retener las lágrimas que querían escaparse al saber que en esa dimensión su sensei, su ejemplo a seguir, estaba muerta. Ella le dedicó una diminuta sonrisa al adolescente, susurrándole que todo estaría bien. Y lo estaría, solo que la bomba aún no terminaba por lo que debería esperar un poco más.

—Menma, ¿estás bien? —lo vio con preocupación la adulta, acercándose a su hijo que se tensó al tenerla cerca, hiriéndola. ¿A caso él... le tenía miedo? Veía sus ojos y no había miedo solo dolor—. No creí... que reaccionarías así.

—Hijo, ¿cómo sabías de Miko? —cuestionó el Namikaze, tornándose un poco serio al ver un destello rojizo surcar por la mirada azulada del varón.

—Yo... —vio de reojo a su amiga que le dijo todo con sus orbes jades—... leí libros que hablaban en algunas páginas de ella, además estaba en el libro bingo.

—Claro —asintió comprendiendo en parte lo que dijo su hijo—. Pero eso no explica que hayas reaccionado así cuando nunca conociste ni creaste un lazo con tu tía.

—¡Minato! —alzó la voz Kushina ante la cruda respuesta de su esposo, viéndolo duramente cuando percibió como el rostro de Menma decaía ante la declaración del rubio mayor. Minato la vio tranquilo, seguro de su postura—. No es momento para eso, ¿no ves que tu hijo está mal?

—Yo iré a mi... cuarto —parpadeó Naruto abrumado, tambaleándose un poco mientras subía las escaleras que le guiarían a su... no, al cuarto de Menma. Ese no era su habitación, no lo sería nunca porque la única habitación que conoce es la que decoró con tanto esfuerzo Miko. Se detuvo a mitad del segundo escalón, girando su rostro para ver a su mejor amiga—. Sakura-chan, ¿puedes...?

—Con permiso —soltó suavemente la Haruno acercándose a él.

¿Desde cuando Menma le hacía caso a Sakura? ¿Y desde cuándo Sakura no reaccionaba tan fangirl con él?

Kushina suspiró, dejándose caer en su asiento, cansada y dolida de todo. Se cruzó de brazos observando la figura de su hijo desaparecer entre la oscuridad del pasillo y el final de las escaleras, encontrándolo ajeno a ella por más que sienta ese vínculo de madre e hijo. De soslayo observó a su esposo, molesta ante lo que dijo él al rubio que estaba... no sabría como decirlo, ahora su hijo parecía otro y no entendía de dónde sacó ese haori que tenía el aroma de su hermana menor.

—Minato, ¿desde cuándo te has vuelto un padre sin tacto con Menma? —gruñó la adulta, recia a seguir pensando en la pequeña Miko.

—No soy así —musitó tranquilo el hombre, levantándose para guardar la comida en la heladera ante la falta de apetito de su familia—. Solo quería descubrir algo.

—Pero esa no era la manera 'ttebane —se quejó ella, acompañándolo.

—¿Viste el destello rojizo en los ojos de Menma, Kushina? —pronunció con un tono de voz preocupado.

La pelirroja se quedó en silencio, deteniéndose y apoyándose en el borde de la mesa, recordando aquello. ¿Cómo no lo podría haber visto? Pensó que era el zorro que habitaba en el interior de su hijo, pero era otra cosa que no sabía aún. Asintió pesadamente, cansada de todo el embrollo.

—No es el Zorro de las Nueve Colas —declaró ella, deteniéndolo. Minato volteó a verla, confundido—. Lo hubiera sentido, pero no fue él. Es... otra cosa.

«Los Leones Rojizos —pensó el rubio, rememorando esa mirada escarlata y felina que había tenido Miko aquella fecha tan triste pero feliz para ellos—. No creo que él tenga un lazo con ellos, no es 100% Uzumaki y no tiene el elemento sangre.» Negó ante la posibilidad lejana.

La mirada azulada posada en la ventana del primer piso de la casa se removió inquieta, posándola por donde subió el remolino amarrillo.

El líder había llegado.































(...)





























—¡Menma! —exclamó preocupada Kushina al ver como su hijo estaba cerca de ese líquido que lo podría herir, estuvo a nada de ir a por él y así protegerlo pero algo la detuvo.

Esa mirada azulada, la misma que poseía su hermana cuando era pequeña, estaba en él. La sonrisa divertida, el colmillo, el kunai que solamente ella tenía, todo lo estaba teniendo en ese momento su hijo. Naruto saltó, esquivando ágilmente aquella bola, moviendo entre sus dedos el kunai de su madre, sin notar como la sangre se deslizaba por el arma y lo había protegido de aquel ataque.

Vio de reojo la sangre y siguió con su mirada las pequeñas gotas que se filtraban por la tierra, como si estuviera siendo absorbida.

—Sakura-chan, esto... —susurró el rubio, pensando.

La joven a su lado asintió, comprensiva. Se agachó en el suelo, apoyando sus manos para percibir a dónde era dirigido aquel líquido y se exaltó cuando un rugido provino del fondo del bosque. Ambos amigos se vieron, siendo vistos por los padres del rubio, y se acercaron lentamente con armas en sus manos.

Minato percibió como una concentración de poder se acumulaba en el sector del corazón de su hijo y se sorprendió ante el inmenso poder que se asimilaba al de Miko. «Miko —pensó el hombre, volteándose a ver a su esposa que estaba decaída—, tu... gracias.» Creyó verla ahí, tomando la mano de Menma, protegiéndolo ante todo mal con una diminuta sonrisa.

—¡Takeshi! —escuchó ambos padres, tensándolos.

—¿Takeshi-san? ¿Qué hará aquí? No ha aparecido en todos estos años luego de la muerte de Miko —espetó confusa la pelirroja, acercándose junto con su esposo a su hijo y a la hija del Cuarto Hokage.

El león rojizo poseía una cicatriz en su ojo izquierdo, grande pero cansado, como si hubiera tenido una larga lucha de la cual hace poco tiempo salió. Miraba con un brillo en sus orbes azules al adolescente rubio que no paraba de verlo, revisarlo y abrazarlo.

—Mamá... ella murió —le susurró al león con tristeza, como si quisiera que su niñero felino supiese que la mujer falleció, como si ese felino viniese de su dimensión.

—Lo sé, Miko falleció hace años —contestó con dolor en su voz, la líder más joven que habían tenido y la cual falleció a una muy temprana edad—. Al fin te encontramos, Naruto, al fin llegas a casa.

Naruto abrió sus ojos, sorprendido. Se separó del felino, viéndolo por si decía alguna mentira.

—Nosotros percibimos muy bien las cosas —contestó con altanería, vagando por momentos en las figuras adultas del Namikaze y de la Uzumaki. Volvió a ver al menor—. Ven con nosotros. La manada te espera, mocoso.

—P-Pero —tartamudeó, sin saber qué hacer.

«Cuida a mi manada, mi pequeño mocoso tonto.»

La despedida de ella retumbaba en su cabeza. Era como si ella hubiera estado esperando a que él llegase, no Menma, Naruto. Quería a Naruto para despedirse de ese mundo, como si quisiera ver lo feliz que estaba en esa dimensión en la que pertenecía y a la que Menma no. Porque Naruto fue el único en conocer a Miko, él fue el único en ganarse su cariño y Menma no, porque él nunca se preocupó por conocer a la figura que le salvó la vida a sus padres, a quien le dio la posibilidad de tener a una familia que se preocupase.

Sonrió de lado.

—Sabes que pronto me iré de aquí —recordó el rubio, importándole poco que sus padres biológicos estén detrás de él.

—Lo sabemos. Solo queremos... sentir la presencia de Miko una vez más —apartó su mirada decaída, doliéndole horrores mencionarla.

—Mamá era genial, ¿verdad? —le golpeó un poco el pecho, juguetón.

—Era la mejor —respondió sin dudar, fijándose en el adolescente—. Me alegra que allá ella esté viva, y que te haya dado un puesto importante.

—¿Eh? ¿Puesto?

—No me digas que no te diste cuenta —gruñó, negando ante la ignorancia del blondo—. Eres en esta dimensión el líder de nuestra manada, y en la tuya eres el sub-líder.

Naruto parpadeó varias veces, sin creerlo del todo. Pero la segura mirada de aquel viejo y rudo felino le hacía entender que sí, todo era verdad. Sus orbes estaban lagrimeando, sin poder aguantar del todo sus emociones que desbordaban su alma ya tan dolida y rota. Cayó de rodillas, viendo el suelo de manera borrosa por las lágrimas y sollozó con una pequeña sonrisa.

Ella siempre estaba a un paso por delante de él, siempre buscando que nunca se encuentre solo.

Trajo a Sasuke a la aldea para que no se sienta solo por si ella ya no estaba en ese mundo.

Trajo a una familiar, a una Uzumaki, para que sienta que no será el único Uzumaki solo en el mundo.

Creó una aldea, o la evolucionó, para que no sienta el mismo desprecio que antes por si ella llegaba a faltar.

Logró que las personas de su generación se amiguen aún más con él, logrando tener más lazos con ellos.

Lo hizo el sub-líder de la manada para que los leones lo acompañen en su vida, apoyándolo y entrenándolo. Dándole una responsabilidad que mantendría su cabeza ocupada y no tan solitario, sabiendo que él amaba estar con los cachorros.

Ella siempre buscaría que no se encuentre solo.

—Mamá es genial —volvió a decir, abrazando al felino con cariño—. ¿Podrías llevarme a la manada, Takeshi?

El león, dándose cuenta de las miradas alertadas de los padres del adolescente al oírlo mencionar aquello, rugió subiendo al pequeño remolino arriba de su lomo, mostrando sus colmillos con la intención de herir a los familiares de Naruto por si llegaban a entrometerse en su camino.

—Menma, no es necesario que hagas esto —alzó sus manos Kushina, aterrada de que su hijo comparta momentos con el león que los odiaba por ser los causantes de la muerte de Miko—. Takeshi-san, él no te conviene.

—¿Sakura-chan puede ir también? —preguntó, ignorando la advertencia de la Uzumaki.

—No permitiré que te lleves a la hija del Cuarto Hokage, Takeshi-san —el Namikaze se posó delante de la Haruno, protegiéndola.

—Me sé cuidar sola, y sé que Takeshi-san nunca me haría daño por ser la discípula de Miko-sensei —pronunció agresivamente la peli-rosa, sacándolo de al frente con un simple golpe leve. Caminó hacia el león que parecía sentirse orgulloso de ella, como si le alegrase que Miko la haya tomado en su dimensión una alumna. Se subió de un salto, abrazando a su rubio amigo con el miedo de caerse—. Sasuke-kun no puede enterarse de esto, Naruto.

—¿Por qué no? —le susurró, viéndola de soslayo.

—Suele arrugar mucho la nariz si estoy mucho tiempo contigo, además que pareciera que me quiera matar con un chidori —le dio un escalofrío—. O tal vez es porque está celoso porque... me ama.

—¿Qué? —escupió, olvidándose de que Takeshi estaba rasgando con sus uñas el pasto al tener intenciones de atacar a sus progenitores.

—Es una hipótesis, no lo tengo confirmado —sonrió divertida al ver la expresión de su amigo. Pero, de la nada, la adolescente lo apretó con fuerza cuando el león saltó hacia el Namikaze al verlo empuñar aquel tan icónico kunai—. Naruto, haz algo. Ellos están...

Naruto suspiró entrecortado, siguiendo los movimientos de Takeshi para no caerse de él, y lo único que se le ocurrió en ese momento fue crear varios clones para dificultarles a sus padres sus acciones y jutsus para que el gran animal pueda ir al Monte Rojizo.

—Ahora, Takeshi —ordenó el rubio, viendo como a unos centímetros se formaba un charco de sangre y del cual entraban con rapidez antes de que Kushina mandase sus cadenas.

Naruto abrió sus ojos con incredulidad, todo el lugar se veía demasiado diferente al de su dimensión. Allá era alegre, los cachorros se la pasaban jugando mientras que los adultos mantenían orden, cazaban y hacían misiones que les daba Miko. Ahí, en cambio, todo estaba en silencio, los más viejos estaban escondidos junto con los más jóvenes entre los arbustos. Y en una piedra enorme se encontraba una Miko dibujada a base de rasguños y sangre. Parecía horrendo, pero era un homenaje por parte de los leones a la última líder que tuvieron.

—T-Takeshi-san, ¿qué sucedió? —no pudo evitar preguntar la Haruno que se bajó del león para ver más de cerca aquel arte.

—Luego de que Miko muriese, la manada se sumió en una gran depresión y poco a poco los integrantes que habían fueron muriendo al no tenerla liderando —el animal vio a otro lado, y ambos humanos lo hicieron a su vez.

Pilas de tumbas, tumultos de tierra en filas y filas, uno detrás de otro, con una piedra y una huella de ésta para identificarlos.

Era tan... desgarrador todo.

—Quedamos muy pocos, unos cuantos cachorros, unas hembras, machos y los manos derechas de los antiguos líderes. La manada se redujo a las cuatro docenas que tuvimos en aquel tiempo a solo una y media —dijo con pesar, agachándose para admirar a la obra de Miko—. No teníamos esperanza, por eso estábamos aceptando la extensión de esta raza, pero llegaste tú.

Naruto se giró, viendo a todos lados, notando como los leones salían con lentitud de sus escondites.

—Sentimos tu presencia, la viva imagen de Miko en ti —declaró Takeshi con lentitud—. Era como si ella quisiera que sigamos viviendo al llegar tú a esta dimensión. Eres... nuestra esperanza, Naruto.

El haori ondeó por la suave brisa fresca, dándole más fuerza y poder a su figura. Acomodó con una mano sus hebras algo largas, ya sintiendo que debía cortarlas, y se le quedó viendo a la manada. A su manada.

—Uzumaki Naruto, el legado de Uzumaki Miko.

Y si eso fuera la liberación de algo, de un poder oculto a la espera de ser despertado, la capa se cubrió de sangre, las marcas en sus mejillas de un tono rojizo, sus ojos se volvieron felinos y la sonrisa de lado mostrando aquel colmillo que era característico de Miko se presentó.

Y ella también.

Miko estaba al lado de Naruto, teniendo la forma en la que murió, sonriendo orgullosa al ver que su legado era tan poderoso y fuerte. Asintió a su manada que la alcanzó a ver y alzó la voz, seria pero feliz al mismo tiempo.

—Naruto, mi legado, se hará cargo hasta que se vaya a su dimensión. Por favor, cuando él se vaya, hagan de Menma un buen líder y vivan.

Naruto inspiró, acariciando la zona de su corazón con tristeza y alzó su mirada para ver el cielo celeste que brilló para él en aquel día.

—Soy Naruto, el líder de la manada de Leones Rojizos y el hijo de Uzumaki Miko.

«No te preocupes, mamá —pensó viendo como todos agachaban su cabeza, otorgándole respeto—. Yo cuidaré a tu manada hasta que me vaya, y haré que Menma también la cuide.»

Era el comienzo de Naruto.

El comienzo del legado de Uzumaki Miko.






Capítulo de 2740 palabras.

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