I belong to you.
Estas que ardes de la furia, quieres insultar a los gritos, quieres golpear a alguien o en el peor de los casos, asesinarla con tus propias manos. No la soportas, no soportas a la insulsa secretaria de tu esposo. Crees fervientemente que es una maldita arrimada que solo le coquetea descaradamente en la cara sin siquiera disimular un poco frente a ti.
Así que decides ingresar despreocupada al despacho de Namjoon con una dulce sonrisa en tus labios. Los tacones de tus Jimmy Choo se hacen escuchar en el piso de porcelanato gris causando que aquella mujer se separe parcialmente de tu esposo. Mas no quita la tonta sonrisa de sus labios pintados de un rojo intenso. <<Zorra>>, piensas.
—¡Querida! —él se levanta pasando al lado de su secretaria, casi rozándola— pensé que nos encontraríamos en el restaurante.
Se acerca a ti para saludarte con un simple picoteo de labios, sin embargo, estas tan encabronada —aunque no lo demuestres— que lo besas con devoción, con ansias y ganas para que la mujer detrás de ustedes, quien los mira con recelo sepa que la única dueña y señora eres tú. Él te sigue con algo de reticencia sospechando del porque de tu repentina acción. No le gusta las demostraciones en público.
—Creo que deberíamos parar —susurra sobre tus labios hinchados, respirando con dificultad.
Le sonríes con inocencia acariciando con tu índice su barbilla en un acto sensual mientras te muerdes los labios. Él vuelve a su puesto correspondiendo la sonrisa de su... secretaria. Tu esposo parece no darse cuenta que esa le coquetea de forma atrevida. A veces piensas que lo hace a propósito, pero Namjoon es así, confiado y amable aparte de ser terriblemente atractivo. Según él, ser gentil con las personas hace que el negocio sea rentable.
Básicamente, es un coqueto empedernido con los demás, con la simple intención de hacer buenas amistades y relaciones a la hora de sumar inversiones o proyectos a una de las mas importantes constructoras del país. Donde tu esposo era el CEO.
—Por favor Hana, lleva esto a recepción —le tendió unos papeles en mano— contesta los mails que quedaron pendientes y confirma el almuerzo con el grupo Park para mañana las dos de la tarde.
La secretaria asiente tomando esos importantes documentos tocando la mano masculina con mas ganas de las que debería a la vez que se inclina dejándole ver a él su prominente escote culpa de su camisa abierta. En tu mente solo confirmas lo zorra que es. Se aleja con la intención de salir contoneando sus caderas de forma insinuante. Admites que tiene buenas curvas, no obstante, tu elevada seguridad te hace saber que esa tipa no te alcanza ni a la punta de los pies.
—Deberíamos irnos ahora si queremos alcanzar la reservación.
Tu esposo se acerca lentamente hacia ti con su bonita sonrisa enmarcada por unos tiernos hoyuelos a los costados de sus mejillas. Te rodea con uno de sus brazos atrayéndote a su fornido cuerpo. Admites que ese acto te enciende, tan solo sentir su imponente cuerpo chocando contra el tuyo, su calor. Intenta besarte, esquivas tu rostro hacia un costado, sigues encabronada.
Piensas seriamente que tal vez estas exagerando un poco, pero ahora no quieres saber nada.
—Quiero irme a casa —musitas, mirando hacia otro lado.
—¿Qué tienes, cariño? ¿por qué te pones así?
Te carcajeas muy divertida observando a través de tus tupidas pestañas como él se cruza de brazos con su penetrante mirada llena de seriedad sobre ti.
—Quiero que eches a esa trepadora.
•••
Azotas la puerta del Penthouse una vez ingresas, te quitas los tacones lanzándolos junto a tu Hermès Birkin en el suelo sin importante menos. Estas muy enojada, sobre todo porque tu esposo se atrevió a reírse en tu propia cara cuando le pediste en un arrebato estúpido echar a su secretaria. El viaje de vuelta al hogar de ambos fue algo exaltado, no dejaste que te tocara cuando quiso hablarte tranquilo, manoteaste caprichosa su tacto lejos de ti seguido de unas palabras nada bonitas hacia su persona, lo que hizo que su semblante cambiara a uno que podía paralizar del miedo a alguien.
Eso significaba problemas, tu esposo era una persona muy serena y diplomática, sin embargo, cuando se le acaba la paciencia podías esperar de todo. Lo cual ignorabas con creces por estar cegada ante los absurdos celos.
Te serviste una copa de vino bebiendo un enorme sorbo percibiendo la puerta de entrada cerrarse, su colonia invadió todo el espacio asaltando tus sentidos también. ¿Por qué justo en el momento en que quieres ser lapidaria él huele tan bien? Soltaste un gruñido cuando quiso tocar tu brazo suavemente, de reojo viste como se quitó el saco, desabotonando los primeros botones de su camisa blanca dejando parte de sus clavículas y bien formado pecho a la vista.
Reprimiste morderte los labios cuando arremango las mangas hasta los codos denotando las venas de sus brazos, sobre todo cuando guardó las manos en los bolsillos de su pantalón de vestir negro que le pintaban demasiado bien en aquellas entrenadas piernas. Tu esposo era todo un Dios griego imposible de ignorar, las horas que se la pasaba en el gimnasio le sentaban tan bien que negar su sex appeal solo demostraría lo loca que estas.
—Cariño —incluso su voz dos tonos mas grave era sensual— tu actitud me parece un tanto infantil —bufaste, tomando asiento en el sillón de tres cuerpos de la sala— me casé contigo porque te amo, porque a mi parecer eres una sublime Diosa que nadie podría alcanzar ni compararse ante tu excelsa belleza. Eres a la única que necesito en mi vida, amor mío.
Te enamoraste por millonésima vez, él sabía como hacerte caer redondita en sus redes. Sin embargo, tu estúpido orgullo podía mas en ese momento, por lo que le rodaste los ojos cruzándote de brazos, irías a dormir para no sucumbir ante sus encantos.
—Me aburrí, me voy a dormir.
—¿No me darás mi beso de las buenas noches?
—¡Pídeselo a tu secretaria!
Expresaste en un suspiro exasperado levantándote con la intención de marcharte a la habitación que compartías con Namjoon.
De un momento a otro te encontrabas respirando con mucha dificultad, la lengua de tu esposo recorriendo tu cavidad bucal en un beso tan húmedo y apasionado que casi desfalleciste en sus brazos. Casi que no podías seguirle porque la sorpresa te había dejado en shock. Tus manos hechas puño se posaron en sus hombros queriendo poner distancia entre ambos, sus manos sostenían posesivamente tu cintura, apretándote a su anatomía. Podías sentir su bulto palpitar sobre tu estómago.
Jadeaste cerrando los ojos por segundos cuando fuiste lanzada al sillón quedando acostada a lo largo del mueble. Tragaste saliva duramente al conectar miradas con el majestuoso hombre frente a ti, una mirada que podía traspasar hasta tu alma haciéndote estremecer completa.
—Te enseñaré a obedecer a tu querido esposo, cariño.
No pudiste evitar que tu centro se humedeciera ante sus palabras con voz ronca, su gran figura inclinándose sobre ti cuando te abrió las piernas con una de sus rodillas. Sus manos sujetaron la falda de tu vestido negro ceñido al cuerpo, levantando la tela con brusquedad dejando tus bragas de encaje al aire. Lo viste relamerse los labios, se había dado cuenta de tu ropa interior mojada, sonrió lascivo antes de devorar tu boca con fervor, su lengua y la tuya en una lucha por ver quien ganaba el primer puesto. Tus manos acariciaron desesperadas su cuerpo a través de su ropa, las de él rompieron tu vestido arrojándolo hacia quien sabe donde.
Gemiste al sentir su aliento sobre uno de tus pezones, su lengua recorrer tu sensible botón, turnándose entre uno y otro dándole la atención que se merecían mientras su otra mano se inmiscuía en la tela de tu interior con suma tranquilidad.
—Estas muy mojada, cariño.
Ronroneó, sobre tus labios sonriendo victorioso por verte hecha un desastre debajo suyo. No podías soportar que él se viera tan malditamente bien mientras tú perdías los estragos. Te impulsaste sobre tu esposo sentándote sobre su falda a horcajadas, sujetaste su cuello para devorar su boca a tu antojo. Sentiste las enormes manos masculinas apretar con fuerza tu culo hacia su erección contenida por su pantalón. Te excitaba verlo vestido mientras a ti solo te cubría un insignificante pedazo de encaje que ya comenzaba a molestarte.
—¿Acaso no ves que eres la única que me pone así?
Comenzaste a mover tus caderas en círculos lentos y tortuosos, sus manos recorriéndote entera. En un arrebato rompiste su camisa, su torso desnudo frente a ti te obligó a rozar tus uñas de esmalte rojo sobre su piel sacándole un suave gemido, sonreíste mordiéndote el labio inferior al verlo cerrar sus ojos por el placer que esa acción pareció causarle. Volviste a su boca mientras desabrochabas con desespero su cinturón y pantalones, tocaste con descaro su erección por encima de sus bóxer sintiendo húmeda la tela.
Besaste con esmero la piel de su cuello, una de tus manos recorrieron con lentitud su duro pecho y marcado abdomen, la otra torturando con lentitud aquel bulto que no tardaste en liberar. Tan apetitosa que se te hizo agua la boca. Lo ayudaste a quitarse la parte inferior de su ropa ansiosa por lo siguiente, sin embargo, tu esposo también estaba enojado por tu actitud, por lo cual no te permitió que tú misma quisieras penetrarte. Jugó contigo, chupando la piel de tu cuello, tus pechos tan sensibles donde las palmas de sus manos apretujándolos encajaban tan bien. Eso sin contar los firmes azotes a tu culo dejando la zona enrojecida.
Cuando parecía satisfecho por tu sufrimiento, por verte alborotada y sudorosa, te acomodó sin que te dieras cuenta, no podías cuando estabas cegada por el placer. Enganchó uno de sus dedos a la tela de encaje de tu ropa interior haciéndola a un lado y sin previo aviso te penetró sacándote un grito agudo. Comenzó a embestirte lentamente, sus manos sosteniendo tu cintura para moverte a su antojo. Su duro pene resbalando por tu estrecha hendidura de una forma exquisita encajando a la perfección. Una de sus manos rodeó tu cuello sin usar tanta fuerza, lo suficiente para no asfixiarte, esta vez dejándote a ti el dominio de los movimientos, aprovechaste de moverte de adelante hacia atrás sintiendo tu cuerpo vibrar, te dejaste llevar por todo el tumulto de emociones que llegaste rápido al orgasmo.
Seguiste, no te detuviste, sino que comenzaste a saltar sobre el miembro de tu esposo, el ruido de sus intimidades chocando lo hacia todo mas morboso, le arañaste los brazos y hombros al sentir sus manos palmear tu culo, otro orgasmo parecía avecinarse. En un ágil movimiento cambió las posiciones colocándote de espaldas a él, arrodillada sobre aquel sillón con tu culo a su merced. No eras tan menuda de cuerpo tenías las curvas suficientes, pero a diferencia de él podía moverte fácilmente. Te sostuviste del respaldo del mueble cuando te diste cuenta de lo que haría. Esta vez su pene entró con demasiada lentitud mientras su mano sostenía tu cintura y la otra acariciaba lentamente tu espalda.
Un profundo embate logró que tus caderas oscilaran hacia adelante, otro que hizo que te mordieras los labios para no soltar tus gemidos, otro mas profundo colocando fuerza en tus caderas cuando comenzó a aumentar el ritmo a locas embestidas que te hacían gemir a los gritos, la mano que acariciaba tu espalda sujetó tu cabello en una forzada cola de caballo sometiéndote a su enloquecido ritmo entrando y saliendo de ti, un animal gruñendo que parecía querer partirte a la mitad. Sinceramente no te importaba, porque el placer que recorría tu cuerpo eran tan abismal que no querías parar así sintieras dolor.
El orgasmo llegó en ambos de una forma tan insondable que les costó volver a la normalidad por un largo rato. Se encontraban completamente perdidos el uno en el otro conectados por el mas apremiante placer del sexo rudo.
—Soy completamente tuyo así como tú eres solo mía.
Susurró Namjoon sobre tus labios con una sonrisa. Te encontrabas ligera entre sus brazos, estabas demasiado adolorida, pero muy enamorada como para prestarle atención a esa insignificancia. No cuando tu esposo te demostraba una vez mas que lo único importante en su vida eres tú.
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