Ⅲ
𝓬𝓪𝓹𝓲́𝓽𝓾𝓵𝓸
𝚋𝚞𝚎𝚗𝚊 𝚌𝚘𝚗𝚍𝚞𝚌𝚝𝚊
Las siguientes personas en salir fueron las gemelas Sverchzt, tenían una sesion de fotos y debían salir con urgencia. Dado el caso preparo una ficha rápida para ambas.
— Es muy lindo. — Escucho murmurar a una de ellas. — ¿Viste sus pestañas?.
— Y mira su piel, ¿que cremas usará?.
Un pequeño rubor creció en el rostro de Miller, terminando de anotar las fichas con rapidez, evitando el bochorno que comenzaba a formarse.
— Aquí tienen. — Les extendió las fichas esperando que las tomaran.
— Muchas gracias. — Pronunciaron ambas al unísono riéndose del carmesí en su rostro antes de irse.
No pudo evitar seguir las carcajadas al notar el reflejo del vidrio que lo separaba del exterior, se veía terriblemente ridículo considerando las ojeras adornando sus ojos.
— Tal vez pueda limpiar un poco. — Susurro al ya no ver a más gente salir del edificio.
Abordemos la definición de "limpiar un poco" en la mente de James Miller, quien en pequeños saltos llenos de emoción sacó todas las cosas de aquella horrible oficina. La silla en donde se sentaba, el escritorio que ya estaba gastado y un gran anaquel que ya deshacía en pedazos dejando aquella oficina vacía.
En rápidos pasos se acercó al cuarto de limpieza tomando escobas y un par de cubetas que lo ayudarían con su mayor pasión, limpiar.
Se concentró en limpiar las paredes de pequeñas telarañas y polvo que quedaban pegados en la pared, tarareo una pequeña canción sin prestar mucha atención a su alrededor.
Unos pequeños golpes se hicieron presentes, deteniéndose en su tarea para abrir la puerta encontrandose con la señora Rafttellyn Cappuccin.
— Con que eras tú, James. — Su rostro se ladeo hacia la izquierda, confundido. — Escuche ruido en la planta de abajo así que me venía a quejar.
— Lo siento Señora Rafttellyn. — Se disculpo avergonzado, no considero el ruido que hacía.
— ¿Que estas haciendo tan temprano? — Le cuestiono la mayor. — Apenas son las siete de la mañana.
— Estaba limpiando mi oficina. — Explico haciendo la escoba a un lado. — No es agradable trabajar en un lugar sucio.
— Con qué estabas haciendo algo de provecho. — Halago la mayor. — Desaste de esos muebles, te dare algunos.
— ¿Eh?. No puedo aceptarlos. — Negó de inmediato. — Usted ya a sido muy amable invitandome a comer.
— No te estoy preguntando. — Inquiere con firmeza. — A mi no me sirven.
— Pero-
— No.
— Si me permitiera-
— No.
Suspiro cansado aceptando a regañadientes aquellos muebles. No importo cuanto trato de negarse, la dulce señora no le permitió ni siquiera hablar.
Verla subir por el ascensor le regreso el aire en los pulmones demasiado conmovido para mover un solo músculo. Su cuerpo se desliza por la pared apenas procesando lo que acaba de pasar.
— No merezco tanta amabilidad. — Susurra a la nada.
— ¿A qué se debe ese juicio tan deprimente de sí mismo?. — Sus ojos se abren con exageración notando a una persona realmente alta con un sombrero peculiar.
Velo inclinarse hacia él lo puso nervioso, y peor aun cuando su rostro estaba demasiado cerca del suyo.
— Puedes llamarme Agus Ciprianni. — Habló dejando un beso en el dorso de su mano. — Y voy a salir.
Anonadado se acerca a los muebles viejos que adornaban el pasillo para sacar los documentos. Piso uno, apartamento tres. Escribe su nombre y entrega los papeles rozando sus manos en el proceso.
— Lindo dia.
Sus piernas apenas pudieron sostenerlo, su rubor comenzaba a asfixiarlo. Apenas reaccionó, recordó que debía sacar los muebles viejos.
Pocos minutos después, los muebles ya eran trabajo de las amables personas que recogían la basura.
Limpio el sudor que se formó en su frente debido al esfuerzo, orgulloso de sí mismo al ver lo limpio y ordenado que le ha quedado la oficina. La pintura ahora destacaba aún más y el piso relucía.
A los segundos llega la señora Raftellyn con unos muebles preciosos en tonos negros con un dorado elegante. Se planteó el costo de los muebles y cuanto tiempo tardaria en pagarlos.
Casi olvido a la tercera persona que estaba ahí. Un hombre alto con gafas oscuras y chamarra verde.
— ¿Donde los pondrán?. — Preguntó el individuo cargando el mueble como si no pesara nada. Con al de duda señaló el espacio frente al vidrio.
Haciendo lo indicado, empezó acomodando los hermosos muebles donde ella o la señora Raftellyn.
Y con esos últimos movimientos la oficina que antes se caía a pedazos, con sucia pintura y muebles viejos se convirtió en un lugar limpio y agradable.
— Increible. — Susurro el hombre desconocido para el. — La pintura es roja.
Rieron ante el comentario, James observó la pila de papeles que tendría que acomodar. No salía de una y ya iba para otra.
— Llámenme si necesitan algo. — Dijo el chico de sudadera. — Deje solo a mi papá y seguramente ya hizo algo.
— ¿Bueno o malo?. — Pregunta James.
— Ambas, ese señor no sabe quedarse quieto. — Menciona mientras camina.
La mujer lo siguió detrás dándole una sonrisa a Miller antes de subir.
— Gracias. — Susurra viendolos y finalmente ocupando su oficina.
El olor a limón se hizo presente y pudo dar un respiro. Miro la hora dándose cuenta de que ahora eran las nueve y treinta de la mañana. Con una gran fuerza de voluntad cargo la pila de papeles para ordenarlas en el cajón.
Tarareo una canción alegre mientras leía y acomodaba con cuidado, pero lo bueno no dura mucho.
Como si el mundo lo odiara, el lechero apareció en la ventanilla, con la misma cara de muerte que la mañana.
— Ay no puede ser. —Se quejó dejando los papeles de lado. — Papeles por favor.
— Si tambien me da gusto verte. — Que se note el sarcasmo, en un movimiento brusco lanzó los papeles hacia James.
— Sabes, creo que eres un doble. — Se mofo marcando el teléfono asustando al lechero.
— ¡Lo siento! ¡Lo siento!. — Repitió sacándole una sonrisa al de ojos mar. Riéndose del rostro del lechero abrió la puerta y de la misma forma lanzando los documentos del hombre.
— Cuesta cero dolares ser amable. — Hablo esta vez serio. — Que no se vuelva a repetir, ya no somos niños, señor Francis Mosses.
Quizás el portero no era un "niño" como tal.
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