Ⅱ
𝓒𝓪𝓹𝓲́𝓽𝓾𝓵𝓸
𝚖𝚘𝚍𝚊𝚕𝚎𝚜
Este si era el original Francis Mosses, ojos cansados y cabello corto cubierta con el sombrero de su uniforme de lechero.
— Todo en orden. — Hablo mientras acomodaba para entregarlos. — Puede pasar.
El hombre solo asintio recogiendo los papeles sin despedirse.
— Uhm, maleducado. — Se enfado cruzándose de brazos con indignación.
Su turno había acabado así que activo la defensa del edificio dándose en tiempo de estirarse, los huesos crujieron sacandole un sonidito de satisfacción.
— Bien, a descansar.
Se levantó del asiento, tomando su abrigo y su bufanda para acomodarlas sobre su cuerpo, dejando la oficina atrás.
Cerro con llave y fue hacia el ascensor, no tenía ganas de subir las escaleras. Se recargo en la pared metálica y dejándose caer al suelo que de cierta forma lo reconfortaba.
— Extraño a mi gato. — Soltó un suspiro apretando sus labios y conteniendo las lágrimas. — Abuela, no me gusta este trabajo.
— James, no te preocupes por mi. Tu abuela aún es fuerte.
La mayor lo abrazó con dulzura acomodandolo en su regazo, lo cual fue difícil pues la cama de hospital era pequeña.
— Eres un niño fuerte, estarás bien.
El ascensor se había detenido en el piso tres, era cierto, se había mudado, tenia un trabajo con una paga exelente. Los hospitales eran costosos y los bancos demasiado exigentes con los pagos.
— Al menos pude dar el primer pago. — Limpio su rostro de las pequeñas lágrimas que habían escapado. — Estoy bien, estoy bien. — Se repitió a sí mismo tratando de forzar una sonrisa.
Las puertas del ascensor fueron abiertas, arrastró su cuerpo fuera de él, su departamento era el tres del piso tres.
Cómico si se lo preguntaban.
— ¿Dónde las dejé? — Murmuró buscando entre sus bolsillos aquellas mugrosas llaves con un llaverito de gato naranja. — ¡¿Las perdi!?
Comenzó a entrar en pánico mirando a su alrededor con la esperanza de que se hubieran caído.
— ¿Buscaba esto?. — Una voz suave e inusualmente dulce inundó sus oídos encontrándose con un hombre de baja estatura con un monóculo en su ojo izquierdo.
Entre sus manos estaban sus llaves, extendió su mano para tomarla sintiéndose aliviado al no haberlas perdido.
— ¿Es nuevo en el edificio?. — Preguntó el hombre. — Nunca lo había visto por aquí.
— Me acabo de mudar. — Respondió cortésmente. — Soy el nuevo portero del edificio.
— Se ve muy joven para un trabajo tan peligroso.
— ¿Si? En unos meses cumplire 26. — Trato de justificarse. — Y además necesito el dinero, no tengo muchas opciones.
— Ya veo. Pero qué descortesía de mi parte. — Miller lo miro confundido, lo vio quitarse el sombrero y ponerselo en la cintura. — Soy Alf Cappuccin, tal parece que seremos vecinos.
— Mucho gusto, soy James Miller. — Se presentó de igual forma haciendo sonreír al mayor.
Miller era muy educado. Y odiaba a los que no lo eran.
— Si no le molesta, quiere acompañarnos a mi esposa y a mi en la cena.
Mordió su lengua decidido a rechazarlo, tenía cosas que acomodar y estaba cansando.
— Me encantaría. — James, coordina tu cerebro con tu boca.
Al final la señora Rafftellin le dio tanta comida como pudo bajo la excusa de que "era muy delgado". Su hogar... era cálido.
Levantarse temprano nunca fue su punto fuerte, no lo malinterpreten. El consideraba que levantarse a las cinco era madrugar pero ¡¿Quién carajos se levanta a las cuatro de la mañana?!
— No quiero levantarme. — La idea de abandonar la comodidad de su cama lo hizo sentirse perezoso, lamentablemente había personas que saldrían temprano y debía apuntarlas en la lista.
Con pereza se levantó de la cama, tomando un rumbo hacia el baño donde se daría un buen baño para espabilar la flojera.
Alistarse fue más fácil una vez tuvo más movimiento, un traje sencillo que complementaba con una bufanda bermellón.
Salir del departamento fue el siguiente paso, tenía una sonrisa mientras silbaba una melodía aleatoria escucho otra puerta ser abierto esperando al señor Alf para saludarlo.
Para su mala suerte era el lechero grosero que no sabía saludar apropiadamente ni despedirse.
— Buenos días. — Paso de largo intentando mantener su buen humor, podría usar las escaleras y hacer un poco de calentamiento.
Mentira, uso el elevador, era muy temprano para hacer ejercicio. Su suerte era tanta que el lechero iba detrás de él.
Ambos iban a la planta baja, James esperaba que el viaje ya se acabará.
— Buenos días. — Escucho la voz ronca del lechero, lo desconcertó y luego lo hizo enojar.
— No tiene caso que salude diez minutos después.
— Intentaba ser amable.
— Vaya concepto de amabilidad. — Espeto con sarcasmo. — Regrese el saludo de inmediato la próxima vez.
— Como si lo fuera a volver a saludar. — Murmuró el hombre con uniforme.
— Lo mismo digo. — A la basura su buen humor. — Y anote su nombre en la lista antes de que se vaya.
— Ya se como funciona. — Gruñó el lechero.
— ¿Y que? Es mi trabajo recordaselo.
"Cierto, este niño es el nuevo portero" Pensó Francis viendolo de reojo notando sus ojos azules cubiertos por unas largas pestañas, era un paliducho llegándose a ver enfermo pero a él que le importa.
¿Verdad?
Una vez el ascensor se detuvo, James abrió las puertas dando unos pasos a la izquierda mientras jugueteaba con las llaves en sus manos para despues abrir la oficina.
Unos pocos minutos después, apareció el lechero con una cara aburrida. Le tendió la lista y el hombre anoto su nombre, como la vez anterior se fue sin despedirse.
— ¡La próxima vez lo dejaré afuera!. — Gritó lo suficientemente alto para que Francis lo escuchara. — Maldito, ojalá se caiga de cara.
Bufo acomodándose en el asiento hoy sería un día largo, era inicio de semana. Los trabajadores irían a laborar.
— Lo que uno hace por dinero.
JAJAJJA James, eres mi favorito.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro