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Ya veo, entonces fue así.
Mis palabras se deslizaron por el aire, suaves, pero cargadas del peso de la revelación. Estaba recostada en el regazo de Min, sintiendo su calidez a través de la tela del sofá de su apartamento. El olor a lavanda que siempre impregnaba su hogar me envolvía, un recordatorio reconfortante de tiempos más simples. Había pasado una semana desde que salí del hospital, y aunque las heridas en mi cuerpo comenzaban a sanar, el dolor emocional seguía anidado en lo más profundo de mi ser, como un constante recordatorio de lo que había pasado.
Min guardaba silencio. Su mano acariciaba mi cabello con una ternura que solo ella podía ofrecerme. Estaba inmóvil, expectante, como si temiera que un movimiento en falso pudiera romper el frágil equilibrio en el que nos encontrábamos. La luz tenue del atardecer se filtraba por las cortinas, tiñendo el ambiente de un dorado cálido, pero la calidez no lograba alcanzar el nudo helado que se formaba en mi pecho.
Sabía que tenía que decir algo, pero las palabras no llegaban. ¿Cómo reaccionar ante la verdad cuando finalmente se revela, cuando las piezas que faltaban en el rompecabezas encajan y revelan una imagen que preferirías no ver?
—¿Entonces... tú le enviaste los mensajes anónimos? —mi voz salió más suave de lo que esperaba, casi un susurro.
Min asintió, sin detener el suave vaivén de su mano en mi cabello. Era un gesto que me traía una extraña calma, incluso mientras procesaba lo que acababa de descubrir.
—Sí —respondió ella, su voz apenas más alta que la mía.— Sabía que el plan acordado era peligroso, y aunque no estaba de acuerdo, no podía hacer nada para detenerlo. No podía estar ahí para protegerte, y sabía que él... que MinHo era la única persona que podría ayudarte si todo se descontrolaba. No podría haber recurrido a nadie más.
Min cerró los ojos brevemente, como si las palabras que estaba a punto de decir le dolieran.
—Le di el código de tu apartamento y la hora a la que debía ir. Le expliqué un poco lo que estaba sucediendo y él se terminó de enterar mientras escuchaba tu conversación con Young Chul. No debería haberlo involucrado, pero no tenía otra opción. Lo siento, Hana.
El silencio que siguió fue pesado, cargado de emociones no expresadas. Sentía un nudo en la garganta, y mi mente luchaba por procesar la información. Una parte de mí sentía una punzada de traición al pensar que Min había involucrado a MinHo sin decírmelo, que había tomado decisiones sobre mi vida sin consultarme. Pero también sabía que lo había hecho por miedo, por amor, por desesperación.
Y entonces, la verdad más oscura, la que ni siquiera yo había querido admitir en voz alta: lo que sabía sobre mis padres. Esa era la pieza del rompecabezas que Min había conocido antes que nadie. Un secreto que habíamos guardado, incluso de nuestros amigos más cercanos, porque el dolor de su muerte estaba entretejido con las sombras de algo mucho más grande, algo que no habíamos terminado de entender hasta el momento. Me dolía que MinHo hubiera tenido que enterarse de esa manera, cuando yo aún no estaba preparado para que él escuchara mi historia.
Suspiré profundamente, tratando de liberar la presión que se acumulaba en mi pecho. Me incorporé lentamente, sintiendo cómo la mano de Min se detenía, como si temiera que me apartara de ella. Pero no podía hacer eso. No después de todo lo que habíamos compartido, de todo lo que ella había hecho para protegerme, incluso cuando no podía estar físicamente a mi lado.
Me giré hacia Min y vi sus ojos oscuros llenos de una tristeza que reflejaba la mía. Podía ver el miedo en su mirada, el temor de que la rechazara, de que esto pudiera romper algo entre nosotras que no podríamos reparar. Pero en lugar de apartarme, me incliné hacia ella y la rodeé con mis brazos, apoyando mi cabeza en su hombro.
Sentí su cuerpo tensarse brevemente antes de relajarse contra el mío, y por un momento, el mundo exterior dejó de existir. Las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas, silenciosas, pero implacables. No era un llanto desesperado, sino más bien una liberación, un desahogo de todo lo que había estado reteniendo durante semanas, quizás meses.
Min sollozó suavemente contra mi cabello, y sus brazos se aferraron a mí con una fuerza que mostraba lo mucho que había contenido hasta ahora. Nos quedamos así, llorando juntas, como si compartiéramos una misma alma, como si nuestro dolor fuera uno solo.
—Lo siento, Hana —murmuró Min, su voz entrecortada por los sollozos.— Tenía tanto miedo de perderte... y me sentí tan impotente.
—Yo también lo siento —respondí, mi voz apenas audible mientras las lágrimas seguían cayendo.—Pensé que sabía lo que era mejor para todos, pero no tuve en cuenta cómo te sentías... ni a MinHo, ni a nadie más.
Había creído que podía manejar todo por mi cuenta, que podía mantener a todos a salvo. Pero había sido arrogante, y en ese proceso, había olvidado que no estaba sola en este viaje. Que Min, Tae Ri, MinHo, y todos los demás, eran parte de mi vida, de mi historia. Y que ellos también tenían derecho a decidir cómo enfrentarse a lo que se avecinaba.
Nos quedamos abrazadas durante lo que pareció una eternidad, dejando que las lágrimas limpiaran las heridas abiertas, hasta que el agotamiento comenzó a ganar terreno. Eventualmente, nos separamos, solo un poco, lo suficiente para poder mirarnos a los ojos.
—A veces pienso que, a pesar de todo lo que hemos pasado, seguimos siendo esas niñas que solían soñar con cambiar el mundo —dijo Min, esbozando una sonrisa triste, sus ojos aún brillantes por las lágrimas.
Asentí, sabiendo exactamente a qué se refería. Habíamos crecido, sí, pero en el fondo, aún éramos aquellas chicas que soñaban con hacer del mundo un lugar mejor, aunque ahora entendíamos que ese sueño venía con un precio. Un precio que a veces era demasiado alto.
La conversación comenzó a cambiar de tono, volviéndose más ligera, como solía suceder entre nosotras después de momentos difíciles. Hablamos de cosas triviales, de recuerdos de la infancia, de anécdotas de nuestros días en la cafetería, dejando que el peso de la conversación anterior se disolviera lentamente. Eventualmente, el cansancio nos venció, y caímos en un sueño tranquilo, acurrucadas en el sofá, sabiendo que, al menos por esa noche, estábamos en paz.
Un mes después, el tiempo parecía haber pasado volando. Había algo en el bullicio del restaurante que nos rodeaba, en las risas y las conversaciones, que me hacía sentir una profunda gratitud por estar allí, con las personas que más quería.
Nos habíamos reunido para celebrar, no solo la victoria en el juicio, sino también los pequeños triunfos que habíamos logrado desde entonces. Cha Young y Vincenzo, con copas de vino en mano, estaban inmersos en una conversación llena de tecnicismos legales que apenas podía seguir, pero que encontraba reconfortante en su complejidad.
—Cuando se presentó la objeción, pensé que todo se iría al traste —decía Vincenzo, gesticulando con la copa de vino en la mano—, pero el juez no mordió el anzuelo. Sabía que la jurisprudencia estaba de nuestro lado.
Cha Young asintió, una sonrisa de satisfacción curvando sus labios.
—Fue un movimiento arriesgado, pero funcionó. La clave estaba en demostrar que la motivación detrás de las acciones de nuestro cliente no era solo personal, sino que había un precedente legal que respaldaba sus decisiones.
Observé a MinHo, que estaba sentado a mi lado, su expresión divertida mientras seguía la conversación sin intervenir. Me dio un suave codazo, inclinándose hacia mí para susurrar en mi oído.
—¿Entiendes algo de lo que están diciendo?
Sonreí y negué con la cabeza, sintiendo una oleada de calidez al escuchar su risa baja, que siempre lograba hacerme sentir mejor.
—No, pero me alegra que estén contentos. Es lo que cuenta, ¿no?
Nos reímos juntos, y el sonido fue como un bálsamo para mi alma. Por un momento, me permití perderme en la sencillez de ese instante, en la normalidad de compartir una cena con amigos, de ser parte de algo que se sentía tan cotidiano y, al mismo tiempo, tan especial.
El camarero trajo otra botella de vino, y decidimos hacer un brindis. Min levantó su copa, dirigiéndonos una mirada afectuosa, llena de ese cariño que solo ella sabía mostrar.
—Por nosotros, por el juicio, y porque, a pesar de todo, estamos aquí —dijo, su voz cálida resonando en el aire.
—Y también por los dos primeros conciertos de la gira del grupo de MinHo —añadí, levantando mi copa también.— Fueron un total éxito en ventas.
Esa fue exactamente la sensación que me invadió: que estábamos exactamente donde debíamos estar, en el momento justo.
Chocamos nuestras copas con un sonido alegre, como un eco del alivio que sentíamos después de tantos días oscuros y turbulentos. La cena continuó entre risas, bromas y anécdotas de los últimos días. Parecía como si hubiéramos entrado en una especie de burbuja, una pausa en el tiempo donde todo el sufrimiento y la angustia quedaban suspendidos, dejando espacio solo para ese pequeño pero preciado respiro de paz. En la sencillez de la escena, con el murmullo lejano del restaurante y las luces cálidas que colgaban sobre nuestras cabezas, encontré una belleza inusitada. Era un momento cotidiano, sí, pero no por eso menos valioso. Al contrario, cada segundo que pasaba se impregnaba de una sensación de gratitud, de reconocimiento por el privilegio de estar allí, juntos, después de todo lo que habíamos vivido.
La noche comenzó a desvanecerse con la misma suavidad con la que había llegado. Vincenzo y Cha Young fueron los primeros en levantarse de la mesa. Vincenzo, con su siempre presente aire de confianza, le hizo un gesto a Cha Young, quien lo siguió con una sonrisa tranquila. Se despidieron de todos con un asentimiento de cabeza y promesas de vernos pronto. Min y Tae Ri los siguieron poco después, agotadas pero con una expresión de satisfacción que solo se obtiene cuando se ha superado una prueba difícil. Min se acercó a mí para darme un abrazo cálido, uno de esos que te recuerdan que, no importa lo que pase, siempre tendrás a alguien que te sostenga.
—No os acostéis tarde —nos dijo, con ese tono travieso que siempre lograba sacarme una sonrisa, antes de desaparecer por la puerta.
Cuando la puerta se cerró tras ella, el silencio envolvió a MinHo y a mí. Nos quedamos en la terraza del restaurante, observando la ciudad que se desplegaba ante nosotros. Las luces de Seúl brillaban como un tapiz de estrellas artificiales, cada una con su propia historia, sus propios sueños. Me volví hacia él y, en ese momento, sentí su mano, cálida y firme, deslizarse suavemente hacia mi cintura. Había una especie de quietud en su mirada, una paz que contrastaba con la intensidad de los días anteriores. Sus ojos reflejaban la tenue luz que nos rodeaba, y en ellos vi algo que hizo que mi corazón latiera más rápido.
—Te ves preciosa esta noche —dijo, su voz baja, casi como un susurro que se perdió en el viento.
El calor subió a mis mejillas, y sentí un rubor que no podía controlar. Pero no era solo el cumplido lo que me había afectado; era la forma en que lo dijo, como si en esas simples palabras estuviera contenido todo lo que sentía por mí, todo lo que éramos juntos.
—Gracias —murmuré, sonriendo mientras mis ojos se encontraban con los suyos.— Y tú... tú siempre logras hacerme sentir especial.
Nos quedamos así, en silencio, pero no un silencio incómodo, sino uno lleno de entendimiento, de esos momentos en los que no hacen falta palabras porque todo lo importante ya se ha dicho con una mirada, un toque, un suspiro compartido. El bullicio del restaurante se fue desvaneciendo, como si estuviéramos en un universo paralelo donde solo existíamos nosotros dos, donde nada ni nadie podía perturbarnos.
MinHo se inclinó hacia mí, y sentí su aliento contra mi piel antes de que sus labios se encontraran con los míos. El beso fue suave, dulce, cargado de todo el amor que habíamos aprendido a compartir. No era un gesto impulsivo ni apasionado, sino un beso que hablaba de tranquilidad, de un cariño profundo que se había forjado en las adversidades. Me aferré a él, cerrando los ojos y permitiéndome perderme en la sensación, dejando que el mundo se desvaneciera a nuestro alrededor. En ese momento, supe que no quería que la noche terminara, que quería permanecer en esa burbuja un poco más.
—¿Te apetece dar un paseo? —me preguntó cuando nos separamos, su voz apenas un susurro contra mis labios.—Luego podríamos ir a mi apartamento. Los chicos no estarán esta noche.
La idea de prolongar la noche, de compartir más tiempo con él, me llenó de una alegría tranquila, de esa que se instala en el pecho y te hace sonreír sin razón aparente. Asentí, entrelazando mis dedos con los suyos.
—Me encantaría.
Salimos del restaurante, y la brisa fresca de la noche nos recibió, revitalizándonos después de la cálida atmósfera del interior. Las calles de Seúl estaban vivas, pero de una manera calmada, con las luces de neón que parpadeaban suavemente y la gente que pasaba a nuestro alrededor como sombras distantes, cada una inmersa en su propio mundo. Caminamos sin prisa, disfrutando del simple acto de estar juntos, de compartir un espacio sin la presión de tener que llegar a algún lado.
Nos reímos, hablamos de cosas triviales, de lo que habíamos visto en la televisión, de los recuerdos de nuestra infancia, y de esos sueños tontos que a veces nos cruzaban la mente. Había una ligereza en la conversación que me recordaba los primeros días, cuando todo era nuevo y estábamos descubriendo el ritmo del otro. De vez en cuando, MinHo tiraba suavemente de mi mano, haciéndome girar o correr a su lado, como si fuéramos dos niños que se hubieran escapado de la realidad por una noche. En esos momentos, me dejaba llevar por la risa, por la sensación de libertad que no había experimentado en mucho tiempo. No pensaba en el mañana, ni en los problemas que aún quedaban por resolver. Solo existía el aquí y el ahora, y lo disfrutaba con cada fibra de mi ser.
En un momento, nos detuvimos en un pequeño puente que cruzaba sobre uno de los muchos ríos que surcan la ciudad. Nos apoyamos en el borde, observando el reflejo de las luces en el agua que corría suavemente debajo de nosotros. Era un espectáculo hipnótico, casi como si las luces estuvieran bailando al ritmo del agua, creando un reflejo que se movía y cambiaba con cada pequeña onda. Me apoyé en el borde, sintiendo el brazo de MinHo rodear mis hombros mientras mirábamos juntos el paisaje.
—Esto es perfecto —expresé con mi voz suave, casi un susurro, mientras descansaba mi cabeza en su hombro.
—Lo es —respondió él, con su aliento cálido chocando contra mi cabello antes de besarme la frente con ternura.— Y lo mejor es que esto es solo el comienzo.
──────────❀◦∘NOTA DE LA AUTORA
Perdón si hay algún fallo o incoherencia en el capítulo, tal cual lo he escrito lo voy a subir. Siento que es un poco caca, pero bueno, hago lo que mi imaginación me permite.
Muchas gracias por llegar hasta aquí y espero que haya sido de vuestro agrado.
Y sin nada más que añadir, besitos muakmuak<3
❁ Con mucho amor, Vin.
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