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004. monsters

CHAPTER FOUR
❝monstruos❞
the lightning thief | act. one










PERCY JACKSON ERA LA PERSONA más inteligente que conozco. Annabeth y Pierce lo miraban como si le hubiera salido un tercer ojo mientras yo los miraba emocionado.

Pierce tosió, rompiendo el silencio incomodo. Percy había tenido la increíble idea de decirles a los chicos que se escaparan del campamento para venir con nosotros.
—Estás loco y de remate, Percy Jackson.

Annabeth asintió —creo que es la primera vez que la veo de acuerdo con algo que dice Pierce.

—¡Donovan tiene razón! —exclamó alterada moviendo los brazos en todas direcciones—. Es una locura.

Percy y yo sonreíamos. ¿Por qué tan alterados? Era una increíble idea.

—¡Quirón se enterará enseguida! ¿Qué nos esperará si nos descubre? Es ridículamente peligroso, no vale la pena arriesgarse así... puedo esperar a otra misión, de verd...

—¡Ay, Annabeth! —grité estresado de tanto grito. Los tres presentes me miraron con los ojos abiertos preocupantemente—. ¡Todos sabemos que te mueres por ir! Estuviste esperando esto desde que llegaste al campamento, todos sabemos que eres la persona más inteligente y talentosa que conocemos! ¡Tu sabes que yo sé que Percy sabe que Grover sabe que Damian sabe que te necesitamos! —ni yo entendí pero finjo que tiene sentido y miro a Pierce—. Y bueno... Pierce es... Pierce...

Mi amigo asintió orgulloso e hizo dos pistolitas con las manos.
—Claro que sí, Dams.

—...la cosa es que —seguí—. No creo poder ir a una misión. ¡Mi primera misión! —los señalé a ambos—. Sin mi mejor amigo y la chica más inteligente que alguna vez conocí.

Respire hondo y me di cuenta de que le grite a Annabeth Chase en la cara. Sentí mi cara arder y me escondí detrás de Pierce.

Annabeth también se sonroja y comienza a jugar con sus dedos. Pierce sonrió y paso un brazo por encima de su hombro, ella inmediatamente le aparta el brazo con brusquedad.

—Tiene razón, Beth —dice Pierce—. No podrían hacerlo sin ti y obviamente sin mi tampoco, mírame, soy fabuloso.

Seguimos tratando de convencerlos por unos minutos más hasta que Pierce acepto y Annabeth también aunque seguía sin parecer completamente segura.

—Bien. ¡Pero si Quirón se llega a enterar...!

—Le diré que los obligué a ir conmigo o si no los ahogaba —dice Percy logrando que Pierce riera.

Annabeth y Pierce se fueron a hacer sus mochilas y junto a Percy chocamos los cinco antes de ir a nuestras respectivas cabañas a hacer lo mismo.

Pollux y Castor me esperaban con sonrisas orgullosas y cuando intente escapar, me agarraron y me empezaron a hacer cosquillas.
—¡No! ¡Suéltenme! ¡Suelten...!

Empece a reír como loco, lanzando patadas a todas partes hasta que finalmente me soltaron y me apoye en mis rodillas para respirar.

—¿Desde cuando pateas tan fuerte? —preguntó Castor acariciando su brazo con una mueca.

—Solo queríamos desearte suerte en tu misión —dijo Pollux aplastando mi sombrero para que me cayera sobre los ojos—. No mueras, ¿sí?

—No planeo hacerlo —dije nervioso—. ¿Y si algo sale mal?

—Hey —dijo Pollux, obligándome a sentarme sobre mi cama. Ambos se pusieron de cuclillas frente a mi—. ¿Recuerdas lo que hablamos? Piensa en positivo. Atraerás cosas buenas si lo haces.

—¿Quien te dijo eso? —me burle—. ¿Lou Ellen?

—Cállate —dijo rodando los ojos—. Tu hazme caso.

—Todo saldrá bien —dijo Castor sentándose a mi lado y dándome un apretón en el hombro—. Hable con Travis y... puede que podamos conseguir una televisión pequeña para ver películas, ¿que opinas?

—¿En serio? —dije emocionado.

Pollux asintió con una sonrisa orgullosa y yo asentí.
—Esta bien, tengo que hacer la mochila.

—Te ayudamos.

Quirón nos esperaba sentado en su silla de ruedas y junto a él estaba Argos.
—Esté es Argos. Los llevara a la ciudad y... bueno, les echara un ojo.

Luke subió la colina corriendo con unas zapatillas de baloncesto en la mano.

—¡Eh! Me alegro encontrarlos —nos saludo con la mano y se volteó hacia Percy—. Sólo quería desearles buena suerte. Y pensé que... a lo mejor te sirven.

Le tendió las zapatillas que parecían normales pero Luke murmuró "Maya!" y de los talones salieron alas de pájaro blancas. Percy dio un respingo y las dejo caer. Las zapatillas revolotearon por el suelo hasta que las alas se plegaron y desaparecieron.

—A mí me fueron muy útiles en mi misión —dijo Luke sonriendo—. Me las regaló papá. Evidentemente, estos días no las utilizo demasiado...

Percy se sonrojó y yo fruncí el ceño.
—Gracias.

—Oye, Percy... —Luke parecía incómodo—. Hay muchas esperanzas en ti. Así que... mata algunos monstruos por mí, ¿vale?

Percy y Luke se dieron la mano. Le dio una palmadita a Grover entre los cuernos y chocó el puño conmigo antes de aplastar mi sombrero logrando que me tapara los ojos.

¿Por qué todos hacen eso?

Bajamos la colina y nos subimos a la camioneta blanca de Argos. Nos condujo a la parte oeste de Long Island. Pierce y Annabeth iban escondidos en los asientos detrás de nosotros.

Me vi analizando todo detalladamente. No salía del campamento desde los ocho años y volver a ver el mundo real era un tanto extraño.

—¿En que piensas? —me preguntó Percy acercándose a mi oído.

Me sobresalte un poco y puse una mano en el pecho.
—Dioses, molusco, no me asustes así.

—¿Molusco? —preguntó divertido—. ¿Qué clase de apodo es ese?

—Uno que te queda muy bien —le reclame.

Percy rodó los ojos con una sonrisa pero no despegó la vista de mi.
—¿Me vas a decir en que pensabas?

—No salgo del campamento desde los ocho años, Percy —le dije con una pequeña sonrisa—. Es raro.

—¡Te he dicho que pases de mí! —gritó Annabeth y Grover soltó un grito también.

—Lo siento, me golpee la mano —dijo apenado.

Argo nos volteó a ver y sonreímos inocentemente. Grover se dio la vuelta y fulmino con la mirada a Annabeth y Pierce.

Argo nos dejó en la estación de autobuses Greyhound del Upper East Side. Mientras Argo se dirigía hacia la parte trasera para bajar nuestros equipajes, Annabeth y Pierce se bajaron de la camioneta y el último se golpeó la cabeza.

Grover pateó la camioneta.
—Lo siento, me dan tics —sonrió con nerviosismo y Argo negó y terminó de bajar nuestras cosas.

—Tienes un chichón, pareces un unicornio —me reí viendo a Pierce.

Pierce se tocó la frente y puso una mueca.

Argo bajo nuestro equipaje, se aseguró de que tuviéramos los billetes de autobús y se marchó, abriendo el ojo del dorso de la mano para echarnos un último vistazo.

Vi a Percy pensativo y me acerqué junto a Grover.
—¿Quieres saber por qué se casó con él, Percy?

Me sentí un intruso en la conversación por lo que me gire buscando a Pierce y a Annabeth. Cuando los encontré, espere a que me mirara para que se diera cuenta de que no quería estar ahí pero estaba muy ocupado babeando por Annabeth.

—... tu madre se quedó con él para protegerte. Era una señora muy lista. Debía de quererte mucho para aguantar a ese tipo... por si te sirve de consuelo.

Percy no cambió se expresión mientras íbamos a sentarnos junto a Annabeth y Pierce.

La lluvia no cesaba.

Nos empezamos a impacientar en la espera y decidimos jugar a darle toquecitos a la manzana. Annabeth era la mejor. Hacía botar la manzana en su rodilla, codo, hombro, lo que fuera. Percy no era tan malo tampoco. El juego terminó ya que Percy le lanzó la manzana a Grover demasiado cerca de la boca y el... bueno... se la comió. Grover se sonrojó e intentó disculparse pero nosotros éramos un manojo de carcajadas.

Por fin llego el autobús. Cuando nos pusimos en la fila para embarcar, Grover empezó a mirar alrededor olisqueando el aire.

—¿Qué pasa? —preguntó Percy.

—No lo sé. A lo mejor no es nada.

Percy y Pierce miraban como niñas histéricas hacia todos lados. Yo no estaba mejor, mis músculos estaban tensos y estaba concentrado tratando de escuchar algo sospechoso. Por fin subimos y encontramos asientos juntos al final del autobús. Guardamos las mochilas en el portaequipaje. Annabeth no paraba de sacudir nerviosamente su gorra de los Yankees contra el muslo.

Cuando subieron los últimos pasajeros subieron, Annabeth le apretó la rodilla a Percy.
—Percy.

Una anciana acababa de subir. Llevaba un vestido de terciopelo arrugado, guantes de encaje y un gorro naranja de punto; también llevaba un gran bolso estampado. Cuando levantó la cabeza, sus ojos negros emitieron un destello.

Se me paró el corazón.

Esa era una Furia.

Una real.

Percy se agachó en el asiento.

Detrás de ella venían otras dos viejas: una con un gorro verde y la otra con un gorro morado. Cero sentido de la moda si me preguntan a mi.

Eran copias idénticas las unas a las otras si no contábamos los gorros.

¡¿LAS TRES FURIAS?! ¿¡POR QUÉ ACEPTE VENIR?! Oh, Dioniso, sálvame.

—Brutal —murmuró Pierce y todos lo volteamos a ver como si estuviera mal de la cabeza.

No me sorprendería si lo esta.

Se sentaron en la primera fila, justo detrás del conductor. Las dos del asiento del pasillo miraron hacia atrás con un gesto disimulado pero de mensaje muy claro: de aquí no sale nadie.

Padre nuestro que estas en el cielo, santificado...

—No ha pasado muerta mucho tiempo —dijo Percy intentando que su voz no temblara—. Creía que habían dicho que podían ser expulsadas durante una vida entera.

—Dijimos que si tenías suerte —repuso Annabeth.

—Evidentemente, no la tienes —dijo Pierce entre dientes—. Si sobrevivo te ahorco.

—¿Y yo por qué? —se quejó Percy.

Me abracé a Pierce con fuerza.

—Las tres —sollozó Grover—. Di immortales!

No pasa nada —dijo Annabeth, esforzándose por mantenerse en calma—. Las Furias. Los tres peores monstruos del inframundo. Ningún problema. Escaparemos por las ventanillas.

—No se abren —dijo Grover.

—¿Hay puerta de emergencia? —mi voz sonó más temblorosa de lo que esperaba.

No había. Y si hubiera no hubiera servido de nada pues ya estábamos en la Novena Avenida, de camino al puente Lincoln. Vi a Pierce llorar.

—No nos atacarán con testigos —dijo Percy acariciando la espalda de Pierce—. ¿Verdad?

—Los mortales no tienen buena vista —le recordó Annabeth—. Sus cerebros sólo pueden procesar lo que ven a través de la niebla.

—Verán a tres viejas matándonos, ¿no?

—Las plásticas —murmuró Pierce con la vista perdida en el suelo.

Conociendo a Pierce esa era una referencia a una película pero yo no veía una película hace demasiado. Nunca entiendo lo que dice, aunque intente explicarme.

—Es difícil saberlo —dijo Annabeth—. Pero no podemos contar con los mortales para que nos ayuden. ¿Y una salida de emergencias en el techo...?

—¡Sí! —dije con un arrebato de esperanza—, tal vez haya una.

Eleve la mirada, buscando alguna puerta pero llegamos al túnel Lincoln y el autobús se quedó a oscuras salco por las bombillitas del pasillo.

La primera señora se levantó. Como si lo hubiera ensayado, anunció en voz alta:
—Tengo que ir al aseo.

—Y yo —añadió la segunda.

—Y yo.

Las tres caminaron por el pasillo. ¿Piensan que avisamos cuando vamos al baño? ¿En que mundo viven?

—Percy, ponte mi gorra —le dijo Annabeth.

—¿Para qué?

De verdad no le gusta pensar.

—Para ponerte a bailar salsa, ¡obviamente para ocultarte, tonto! —exclamó Pierce estresado.

—Te buscan a ti. Vuélvete invisible y déjalas pasar. Luego intenta llegar a la parte de delante y escapar.

—Pero ustedes...

—Hay bastantes probabilidades de que no reparen en nosotros —le dije con una mirada tranquilizadora—. Eres hijo de los Tres Grandes, ¿recuerdas? Puede que tu olor sea abrumador.

—No puedo dejarlos.

—No te preocupes por nosotros —insistió Grover—. ¡Ve!

Percy se colocó la gorra y se desvaneció en el aire. Todos nos quedamos quietos, esperando a que las Furias no detectaran a Percy.

El corazón me bombeaba en el oído.

—Espero que no cometa una grandísima estupidez —murmure más para mi mismo que para iniciar una conversación.

—Zeus te oiga —dijo Pierce y luego pareció arrepentirse—, no mentira, que no te escuché.

Un trueno resonó en el cielo.

—Pues creo que te escuchó —dijo Grover.

Annabeth asesino a Pierce con la mirada. Vimos a las Furias detenerse y olisquear el aire mirando un punto vacío fijamente.

Me empezaron a temblar las manos pero finalmente las tres se dieron la vuelta y siguieron caminando. Los cuatro suspiramos aliviados al mismo tiempo, sin embargo las ancianas nos vieron y comenzaron a transformarse.

Se me paro el corazón otra vez.

Si sigo así no llego a los dieciséis.

Me abracé a Pierce con terror y el abrió la boca como si fuera a gritar pero no lo logró. De la nada Pierce dijo:
—Rawr.

Me reí pero sonó más como un llanto.

Las ancianas ya no eran ancianas. Sus rostros seguían siendo los mismos, pero a partir del cuello había encogido hasta transformase en cuerpos de arpía marrones y coriáceos, con alas de murciélago y manos y pies como garras de gárgola. Los bolsos se habían convertido en fieros látigos.

Las Furias nos rodearon esgrimiendo sus látigos.

—¿Dónde está? ¿Dónde? —silbaron entre dientes.

Los demás pasajeros gritaban y se escondían bajo sus asientos. Mínimo veían algo.

—¿Quién? —preguntó Pierce haciéndose el desentendido.

—¿El baño? —pregunté y señale hacia atrás—. Por allá.

—¡No está aquí! —gritó Annabeth—. ¡Se ha ido!

Las Furias levantaron los látigos.

Annabeth sacó su cuchillo. Pierce y yo hicimos lo mismo. Grover agarró una lata de su mochila y se dispuso a lanzarla.

De repente, el autobús se removió bruscamente a la derecha y Annabeth cayó sobre Pierce. Grover me aplastó contra el asiento.

—¡Eh, eh! ¿Qué dem...? —gritó el conductor—. ¡Uaaaah!

Te odio, Perseus.

El autobús rozó la pared del túnel, chirriando, rechinando y lanzando chispas alrededor. Salimos del túnel Lincoln a toda velocidad y volvimos a la tormenta, hombres y monstruos dando tumbos dentro del autobús, mientras los autos eran apartados o derribamos como si fueran bolos.

De algún modo, el conductor encontró una salida. Dejamos la autopista y a toda velocidad, cruzamos media docena de semáforos y acabamos, aún a gran velocidad, en una carretera rural de Nueva Jersey. Había un bosque a la izquierda y el río Hudson a la derecha, hacia donde el conductor parecía dirigirse.

Papá, se que he sido un idiota casi toda mi vida y que le hice daño mamá y en verdad lo siento pero... por favor papá, no me dejes morir.

—¡Maldito seas, Percy Jackson! —gritó Pierce a todo pulmón cuando el autobús comenzó a girar como si estuviera en un tornado.

El autobús aulló, derrapó ciento ochenta grados sobre el asfalto mojado y se estrelló contra los árboles. Se encendieron las luces de emergencia. La puerta se abrió de par en par. El conductor fue el primero en salir, y los pasajeros lo siguieron gritando enloquecidos.

Las Furias recuperaron el equilibrio.

Me levanté mareado y ayude a Annabeth y Pierce a defenderse de las Furias. Los tres gritando en griego que se alejaran mientras Grover lanzaba latas.

—¡Eh! —gritó Percy al lado de la salida.

Voy a cometer un crimen de odio.

Las Furias se volvieron hacia el y le mostraron sus colmillos amarillos. La primera se lanzó hacia el por el pasillo. Cada vez su látigo restallaba, llamas rojas recorrían la tralla. Sus dos hermanas se precipitaban saltando por encima de los asientos como enormes y asquerosos lagartos.

—Perseus Jackson —dijo la más fea de todas—, has ofendido a los dioses. Vas a morir.

—Me gustaba más como profesora de matemáticas —dijo el.

—¡Las matemáticas apestan, señora Potts! —gritó Pierce levantando la navaja amenazante.

¿Potts? ¿No era Notts?

La Furia gruñó.

Annabeth, Grover, Pierce y yo nos movimos con cautela detrás de ellas buscando desesperadamente una salida. Percy sacó un lápiz y lo destapó, este se convirtió en espada.

Okay, ¿de donde saco eso?

—Sométete ahora —silbó entre dientes— y no sufrirás tormento eterno.

—Buen intento —dijo Percy.

—¡Percy, cuidado! —gritó Annabeth.

Pierce corrió y se lanzó encima de una de ellas antes de gritar:
—¡Libertad!

La Furia se sacudió violentamente y los lentes de Pierce salieron volando. Alcancé a atraparlos antes de que cayeran al suelo y los metí a mi bolsillo.

La vieja fea puso sus manos en la espalda de Pierce y este gritó y se aferró a ella como si Annabeth le hubiera aceptado la cita.

La furia se dirigía hacia Percy pero yo corrí y me lancé al suelo, abrazando sus piernas.

Una de las furias enroscó su látigo en la espada de Percy mientras las otras dos se le echaban encima. Golpeó a la Furia de la izquierda con la empuñadura y la envió de espaldas contra un asiento. Se volvió y le asestó un tajo a la de la derecha, que era la que tenía a Pierce encima. En cuanto la hoja tocó su cuello, gritó y explotó en una nube de polvo.

Pierce cayó al suelo con un sonido hueco.

—¿Estás bien? —pregunté.

—Sí —asintió—, bien hecho mierda.

Reí y lo ayude a levantarse.

Annabeth le hizo una llave de lucha libre a una de las señoras que trataba de sacársela de encima mientras Grover le arrebataba el látigo.
—¡Ay! ¡Ay! ¡Quema! ¡Quema!

La Furia a la que Percy le dio con la empuñadura volvió a atacarle, con las garras preparadas, pero Percy le asestó un mandoble y se abrió una piñata.

—Auch —murmuró Pierce y yo corrí hacia la señora Nodds para ayudar a Annabeth.

La señora trataba de quitarse a Annabeth de encima. Daba patadas, arañaba, silbaba y mordía, pero Annabeth aguantó mientras Grover la empujó al suelo y los tres hicimos lo mismo para ayudarle. Al final conseguimos tumbarla en el pasillo. Intentó levantarse, pero no tenía espacio para batir sus alas de murciélago, así que volvió a caerse.

—¡Zeus te destruirá! —prometió—. ¡Tu alma será de Hades!

Braceas meas vescimi! —le gritó Percy que era un insulto.

Un trueno sacudió el autobús y me tensé.

—¡Salgan! —ordenó Annabeth—. ¡Ahora!

—Lo que diga mi reina —dijo Pierce antes de tomar mi mano y arrastrarme hacia afuera.

Encontramos a los demás pasajeros vagando sin rumbo, aturdidos, discutiendo con el conductor o dando vueltas en círculos y gritando impotentes.
—¡Vamos a morir!

Un turista con camisa hawaiana le tomó una foto a Percy antes de que pudiera tapar la espada, Pierce posó y yo mire confundido el teléfono.

—Ojalá haya salido guapo —murmuró Pierce mirándome. Yo rodé los ojos y saqué sus anteojos de mi bolsillo para ponérselos con cuidado—. Gracias, Dams.

—¡Nuestras bolsas! —gritó Grover—. Hemos dejado nuestr...

¡KABUM!

Las ventanas del autobús explotaron y los pasajeros corrieron despavoridos. El rayo dejo un gran agujero en el techo, pero un aullido enfurecido desde el interior nos indicó que una de las furias no estaba muerta.

—¡Corran! —exclamó Annabeth—. ¡Está pidiendo refuerzos! ¡Tenemos que largarnos de aquí!

No me digas, Annabeth, no me había dado cuenta.

—No me lo tienes que pedir dos veces, muñeca —dijo Pierce.

Los cinco salimos corriendo hacia el bosque bajo el diluvio, con el autobús en llamas a nuestra espalda y nada más que oscuridad ante nosotros.

—¿Muñeca? —le pregunté a Pierce mientras corríamos—. ¿En serio?


































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