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003. son of poseidon

CHAPTER THREE
❝hijo de poseidon❞
the lightning thief | act. one







NO HABLÉ MUCHO CON PERCY la semana que estuvo en el campamento. El trataba de acercarse a mi pero yo no lo dejaba, hasta ahora estaba todo bien.

Ya era viernes, el día de captura la bandera y yo estaba muriendo de los nervios. La cabaña de Atenea se había aliado con Apolo y Hermes que eran las cabañas más llenas mientras que Ares se alió con Dionisio, Deméter, Afrodita y Hefesto. Castor y Pollux eran tres veces más atléticos que yo pero me ayudaban bastante a mantenerme en forma dentro de lo que podían.

El problema era que yo era un enano comparado con el resto de campistas y sí, era bueno con las navajas pero esa era mi única ventaja.

Quirón coceó el mármol del suelo.

—¡Héroes! Conocen las reglas. El arroyo es la frontera. Vale todo el bosque. Se permiten todo tipo de artilugios mágicos. El estandarte debe estar claramente expuesto y no tener más de dos guardias. Los prisioneros pueden ser desarmados, pero no heridos ni amordazados. No se permite matar ni mutilar. Yo haré de árbitro y médico de urgencia. ¡Ármense!

Abrió los brazos y las mesas se cubrieron de equipamiento: cascos, espadas de bronce, lanzas, escudos de piel y buey con protecciones de metal.

Me puse la armadura y tomé un escudo antes de que Clarisse me diera una palmada en la espalda.
—Tu vienes conmigo, enano.

La seguí sin levantar la mirada por los bosques que estaban oscuros. Se escuchó la caracola y los cinco chicos con los que iba gritaron emocionados.

—Escuche que dejaron al idiota en el arroyo —dijo uno de los chicos—. Vamos para allá.

Los cinco eran de la cabaña de Ares y los cinco me daban miedo. Eran enormes y musculosos y yo... yo estaba ahí.

Llegamos al arroyo y Clarisse hizo explotar una maleza con su lanza. Me obligaron a correr hasta el arroyo donde vi a Percy y Pierce sentados.

Oh no.

—Enano, ve a por Donovan —ordenó Clarisse acercándose hacia Percy.

Y lo atacó antes de que yo pudiera negarme. Me di vuelta hacia Pierce y saqué mi navaja.

Mientras los de Ares atacaban a Percy, Pierce me sonrió, con su espada en mano antes de correr hacia mi y atacarme. Yo bloquee el ataque, agachándome y le di una patada en la espalda desestabilizándolo un segundo.

—Maldito, ¿que te pasa? —me quejé frunciendo el ceño.

Pierce blandió su espada que chocó con mi navaja y comenzamos a forcejear.

—Estoy aburrido, quiero pelear —se limitó a decir antes de que yo le diera un empujón.

Mi navaja y su espada chocaban incontables veces mientras nos movíamos por todo el arroyo. Pierce logró desestabilizarme y caí al agua, mojándome entero pero antes de que pudiera atacarme de nuevo, giré por el suelo y le di una patada en la muñeca logrando que soltara la espada y esta cayera al suelo con un ruido seco.

Me levanté agitado y Pierce logró recuperar su espada. Escuché a Clarisse quejarse por lo que me desconcentre y al girarme, Pierce me hizo un tajo en la mejilla.

—¡Maldición! —gritó acercándose a mi con preocupación—. Lo siento, ¿estás bien? Es mi culpa, ¿te llevo a la enfermería?

Me toqué la mejilla con confusión viendo sangre en mis dedos y lo mire entrando en razón. Le regalé una sonrisa y aunque me ardió no deje de sonreír.

—Fue un accidente —negué limpiándome la sangre—. Estoy bien, no te preocupes.

Escuche chillidos y gritos de alegría. Me gire y vi a Luke correr hacia la frontera enarbolando el estandarte del equipo rojo. Un par de chicos de Hermes le cubrían la retirada y unos cuantos de Apolo se enfrentaban a las huestes de Hefesto. Los de Ares se levantaron y Clarisse murmuró una torva maldición.
—¡Una trampa! ¡Era una trampa!

Trataron de atrapar a Luke, pero era demasiado tarde. Todo el mundo se reunió junto al arroyo cuando Luke cruzó a nuestro territorio. El equipo azul estalló en vítores. El estandarte rojo brilló y se volvió plateado. El jabalí y la lanza fueron reemplazados por un enorme caduceo, el símbolo de la cabaña once. Los del equipo azul agarraron a Luke y lo alzaron en hombros. Quirón salió a medio galope del bosque e hizo sonar la caracola.

El juego terminó.

—¿Seguro que estas bien? —siguió preguntando Pierce sin ninguna pizca de felicidad por haber ganado o emoción porque Annabeth apareció junto a Percy—. Sigues sangrando, Dams, tienes que ponerte un parche.

—Solo es un corte —lo tranquilice, o intente al menos—. No voy a morir por un tajito.

La mueca de preocupación y culpa de Pierce no desapareció. Escuche a Annabeth hablándole a Percy y me gire cuando el ojiverde que se veía lleno de energía, salía del agua y casi se desmaya pero Annabeth lo alcanzó a agarrar.

¿Se cura con el agua?

No alcance a escuchar lo que murmuraba pues los chicos seguían celebrando pero lo que si escuche fue el gruñido más fuerte de lo que debería gruñir un simple perro. Los vítores cesaron al instante. Quirón gritó en griego antiguo:
—¡Apártense! ¡Mi arco!

Annabeth desenvaino su espada y Pierce y yo seguimos su ejemplo.

En las rocas situadas encima de nosotros había un enorme perro negro, con ojos rojos como la lava y colmillos que parecían dagas.

Era un perro del infierno.

Y miraba a Percy fijamente.

—¡Percy, corre! —le grite.

Corrí delante de el pero el perro salto sobre mi y cayó sobre Percy. El ojiverde cayó hacía atrás y yo salte sobre el perro, clavándole la navaja en la cabeza a la vez que los hijos de Apolo y Quirón disparaban una docena de flechas hacia su cuello.

Cayó muerto a los pies de Percy que respiraba agitado y se negaba a mirar hacia abajo.

Estaba sangrando y tenía varias heridas en el estomago, su armadura estaba completamente rasgada.

Di inmortales! —gritó Annabeth—. Eso era un perro del infierno de los Campos de Castigo. No están... se supone que no...

—Alguien lo ha invocado —dijo Quirón que se había acercado junto a Pierce—. Alguien del campamento.

Luke se acercó también. Había olvidado el estandarte y su momento de gloria se había esfumado.

—¡Percy tiene la culpa de todo! —vociferó Clarisse—. ¡Percy lo ha invocado!

—¡Cállate, pedazo de animal! —le gritó Pierce molesto.

El cadáver del perro se derritió en una sombra y se fundió en el suelo hasta desaparecer.

—Estás herido —le dije, tomando su mano y ayudándolo a levantarse—. Percy, metete al agua.

—Estoy bien.

—No —negué y lo obligué a caminar—. Camina, molusco.

Percy suspiro y se metió al agua sin soltar mi mano. Al instante sus heridas comenzaron a cerrarse y los campistas nos rodearon.

—Bueno, yo... la verdad es que no sé cómo... —tartamudeó Percy—. Perdón...

Subí la mirada y sonreí. Percy me miró con confusión y yo me alejé unos pasos antes de señalar sobre su cabeza.

Un tridente de color verde brillaba y giraba mientras se desvanecía lentamente.

—Lo sabia —dije y Annabeth me dio una mala mirada.

—Esto no es nada bueno, Damian —me regañó—. Es tu padre, Percy.

—Ya está determinado.

Todos nos arrodillamos, incluso los de Ares, bajo la mirada aún confusa de Percy.

—¿Mi padre?

—Poseidón —repuso Quirón—. Sacudidor de tierras, portador de tormentas, padre de los caballos. Salve, Perseus Jackson, hijo del dios del mar.

Todos los campistas se alejaban de Percy como si tuviera una enfermedad terminal contagiosa.

Me daba pena pero no podía arriesgarme a hacerle daño. Ya estaba en demasiado peligro con el simple hecho de existir como para que yo le agregara problemas. Lo único que cambie es que si el me hablaba primero, tenía una conversación con el y podíamos pasar un rato juntos.

Era agradable e incluso si no hablábamos todos los días, yo lo defendía ante el resto. Pierce estaba raro pero insistía en que no le pasaba nada.

Era temprano por la mañana. Estaba sentado junto a mi padre, Quirón y Pierce jugando pinacle otra vez. No había podido dormir la noche anterior pues ahora le iban a contar a Percy sobre la misión.

Pierce insistió en estar aquí conmigo y sinceramente, no tengo idea porque nos dejaron estar aquí. A Annabeth no la dejaron.

—Bueno, bueno —dijo mi padre sin dejar de mirar sus cartas—. Nuestra pequeña celebridad. Acércate. Y no esperes que me arrodille ante ti, mortal, sólo por ser hijo del viejo Barba-percebe.

Un relámpago destelló entre las nubes y el trueno sacudió las ventanas de la casa.

—Bla, bla bla —contestó Dionisio con burla.

Quirón fingió interés en su mano de cartas. Grover caminó levemente sobre su lugar con inquietud y yo sentía la ansiedad en mi estomago crecer más y más.

Zeus estaba enojado y mucho. Eso no era bueno.

—Si de mí dependiera —prosiguió Dioniso—, haría que tus moléculas se desintegraran en llamas. Luego barreríamos las cenizas y nos evitaríamos un montón de problemas. Pero a Quirón le parece que eso contradice mi misión en este campamento del demonio: mantener a unos enanos mocosos a salvo de cualquier daño.

Me encogí en mi asiento y Pierce me lanzo una mueca.

—La combustión espontánea es una forma de daño, señor D —observó Quirón.

—Tonterías. El chico no sentiría nada. De todos modos, he accedido a contenerme. Estoy pensando en convertirte en delfín y devolverte a tu padre.

—Señor D... —dije tratando de llamar su atención pero el simplemente me miro mal.

Se enoja si lo llamo papá frente a más gente, se enoja si le digo señor D. ¿Quien entiende a este hombre?

—Solo hay otra opción. Pero es mortalmente insensata —se puso de pie de mala gana—. Me voy al Olimpo para una reunión de urgencia. Si el chico sigue aquí cuando vuelva, lo convertiré en delfín. ¿Entendido? Y Perseus Jackson, si tienes algo de cerebro, verás que es una opción más sensata de la que defiende Quirón.

Dioniso tomó una carta y con un gesto la convirtió en un pase de seguridad. Chasqueó los dedos y se convirtió en un holograma, después una brisa y después desapareció dejando un leve aroma a uvas recién pisadas.

—Siéntate, Percy —le dijo Quirón con una sonrisa cansada—. Y tú también, Grover.

Quirón dejo las cartas en la mesa mientras los chicos se sentaban a mi lado.
—Dime, Percy, ¿qué pasó con el perro del infierno?

Percy tuvo un escalofrío que trato de disimular.
—Me dio miedo. Si usted no le hubiera disparado y Damian atacado... yo estaría muerto.

—Vas a encontrarte cosas peores, Percy, mucho peores, antes de que termines.

—Termine... ¿qué?

—Tu misión, por supuesto. ¿La aceptarás?

Pierce se hecho en la silla y comenzó a jugar con la manga de su camisa a cuadros azul.

—Yo... —titubeó Percy—. Señor, aún no me ha dicho en qué consiste.

—Bueno, ésa es la parte difícil, los detalles —dijo Quirón con una mueca.

Otro trueno retumbó en el valle. Las nubes de tormenta habían alcanzado la orilla de la playa.

—Poseidón y Zeus están luchando por algo valioso... —dijo Percy—. Algo que han robado, ¿no es así?

Quirón y Grover intercambiaron miradas mientras yo miraba alarmado a Pierce. ¿Les iba a decir que Annabeth estuvo espiando?

—¿Cómo sabes eso?

Percy se sonrojó.
—El tiempo ha estado muy raro desde Navidad, como si el mar y el cielo libraran combate. Después hablé con Annabeth y ella había oído algo sobre...

Pierce le pegó una patada por debajo de la mesa y Percy soltó un quejido e hizo una mueca. Le pegué a Pierce un golpe en el brazo.

—¿Qué? —susurró.

—Más despacio, idiota.

—También he tenido unos sueños —siguió Percy aún con una mueca de dolor.

—¡Lo sabía! —gritó Grover.

—Cállate, sátiro —ordenó Quirón.

—¡Pero es su misión! —los ojos de Grover brillaron de la emoción—. ¡Tiene que serlo!

—Sólo el Oráculo puede determinarlo —Quirón se giro hacia Percy—. Aun así, Percy, tienes razón. Tu padre y Zeus están teniendo la peor pelea de los últimos años. Luchan por algo valioso que ha sido robado. Para ser precisos: un rayo.

Percy soltó una carcajada nerviosa.
—¿Un qué?

—No te lo tomes a la ligera —dijo Quirón—. No estoy hablando de un zigzag envuelto en papel de plata que se utiliza en las representaciones teatrales de segundo curso. Estoy hablando de un cilindro de medio metro de purísimos bronce celestial, cargado en ambos extremos con explosivos divinos.

—Lo normal —murmuró Pierce con sarcasmo para si mismo.

—El rayo maestro de Zeus —prosiguió Quirón con tono nervioso—. El símbolo de su poder, de donde salen todos los demás rayos. La primera arma construida por los cíclopes en la guerra contra los titanes, el rayo que desvió la cumbre del monte Etna y despojó a Cronos de su trono; el rayo maestro, que contiene suficiente poder para que la bomba de hidrógeno de los mortales parezca un mero petardo.

—¿Y no está?

—Ha sido robado.

—¿Quién?

—Por quién —lo corrigió Quirón—. Por ti.

Percy se puso pálido.

—Al menos eso cree Zeus —siguió el centauro—. Durante el solsticio de invierno, durante el último consejo de los dioses, Zeus y Poseidón tuvieron una pelea. Las tonterías de siempre, que si Rea te quería más a ti, que si las catástrofes del cielo eran más espectaculares que las del mar, etcétera. Cuando terminó, Zeus reparó en que el rayo maestro había desaparecido, se lo habían quitado de la sala del trono bajo sus mismas narices. Inmediatamente culpó a Poseidón. Ahora bien, un dios no puede usurpar el símbolo de poder de otro directamente; eso esta prohibido por las más antiguas leyes divinas. Pero Zeus cree que tu padre convenció a un héroe humano para que se lo arrebatara.

—Pero yo no...

—Ten paciencia y escucha, niño. Zeus tiene buenos motivos para sospechar. Verás, las forjas de los cíclopes están bajo el océano, lo que otorga a Poseidón...

Deje de escuchar.

No porque quisiera pero me distraje. Pierce se había quedado dormido al lado mío y roncaba por lo bajo con la boca abierta. Ahogué una risa tapándome la boca y mire al suelo.

Me pregunto que opinaría Annabeth de todo esto. La verdad no he hablado mucho con ella esta semana y Luke estaba muy ocupado haciéndole clases privadas a Percy en las tardes por lo que tampoco había hablado con el.

Percy se levantó y subió las escaleras llamando nuevamente mi atención.

—¿A donde va? —pregunte confundido.

Quirón y Grover me miraron con las cejas alzadas como reprochándome el hecho de que no estaba prestando atención pero luego Pierce roncó un poco más fuerte y Quirón negó con la cabeza.

—Ustedes van a matarme algún día —murmuró por lo bajo.

Luego de un rato, cuando Percy bajo otra vez y se derrumbó en la silla, desperté a Pierce que parecía no haber descansado nada con su siesta de media hora y se había despertado de mal humor.

—Me ha dicho que recuperaré lo que ha sido robado —dijo Percy.

—¡Eso es genial! —dijo Grover masticando una lata.

—¿Qué ha dicho el Oráculo exactamente? —presionó Quirón—. Es importante.

—Ha... ha dicho que me dirija al oeste para enfrentarme al dios que se ha rebelado. Recuperaré lo robado y lo devolveré intacto.

—¿Algo más?

Percy vaciló, como si estuviera ocultando algo. Finalmente negó.
—No. Eso es todo.

Fruncí el ceño, mirándolo fijamente tratando de buscar rastro de alguna mentira. Se giró hacia mi, mirándome con nerviosismo.

—Muy bien, Percy —interrumpió Quirón—. Pero debes saber que las palabras del Oráculo tienen con frecuencia doble sentido. No les des demasiadas vueltas. La verdad no siempre aparece evidente hasta que suceden los acontecimientos.

—Bueno —dijo Percy con la pierna subiendo y bajando rápidamente—. ¿Y adonde tengo que ir? ¿Quién es ese dios del oeste?

—Piensa, Percy. Si Zeus y Poseidón se debilitan mutuamente en una guerra, ¿quién sale ganando?

—Alguien que quiera hacerse con el poder.

¿Por qué no simplemente le dice que es Hades? El chico lleva una semana aquí, lo mínimo que podemos hacer es ponérsela un poco más fácil, ¿no? Es como si Quirón se esforzara por hacerlo pensar y a mi me da la impresión de que a Percy no le gusta pensar.

—Una Furia fue tras Percy —dijo Quirón sacándome de mi ensoñación—. Lo observó hasta estar segura de su identidad, y luego intentó matarlo. Las Furias sólo obedecen a un señor: Hades.

—Hades odia a los héroes —dijo Grover—. Y si ha descubierto que Percy es hijo de Poseidón...

—Un perro del infierno se metió en el bosque. Sólo pueden ser invocados desde los Campos de Castigo, y tuvo que hacerlo alguien del campamento. Hades debe tener un espía aquí. Debe de sospechar que Poseidón intentará usar a Percy para limpiar su nombre. A Hades le interesa ver a este joven muerto antes de que pueda acometer su misión.

—Estoy perdido —me susurró Pierce aún adormilado.

—Estoy aburrido —le dije yo—. ¿Sabes lo difícil que es concentrarme cuando estoy aburrido?

—Recuérdame por que acepte venir tan temprano —me pidió mi mejor amigo.

—Me rogaste venir —le dije frunciendo el ceño—. Nadie te obligó.

—Tu me pediste venir —dijo confundido—. Estoy seguro.

—No —negué—. Tu me pediste venir.

—Bueno, a ver si lo he entendido —dijo Percy y los dos volvimos a prestar atención—. Se supone que debo bajar al inframundo para enfrentarme al Señor de los Muertos.

—Exacto —contestó Quirón.

—Y encontrar el arma más poderosa del universo.

—Exacto.

—Y regresar al Olimpo antes del solsticio de verano, en diez días.

Quirón asintió y Percy miro a Grover que estaba comiendo las cartas como si fueras papas fritas.
—¿He mencionado que Maine está muy bonito en esta época del año?

—No tienes que venir —le dijo—. No puedo exigirte eso.

¿Grover va? ¿De que me perdí? ¿Ya eligió a la tercera persona?

—No... es sólo que los sátiros y los lugares subterráneos... Bueno... —Grover se puso de pie y se sacudió los pedazos de carta y lata de la camiseta—. Me has salvado la vida, Percy. Si... si dices en serio que quieres que vaya contigo, no voy a dejarte tirado.

Percy se veía tan aliviado que me dio ternura.
—Pues claro que si, super G —Percy se giró hacia Quirón—. ¿Y adonde vamos? El Oráculo sólo ha dicho hacia el oeste.

—La entrada al inframundo está siempre en el oeste. Se desplaza de época en época, como el Olimpo. Justo ahora, por supuesto, está en Estados Unidos.

—¿Dónde?

—Pensaba que sería evidente —dijo Quirón sosprendido—. La entrada al inframundo está en Los Ángeles.

—Ah —dijo Percy con un toque de sarcasmo—. Naturalmente. Así que nos subimos a un avión...

—¿Te volviste loco? —pregunte alarmado—. ¿Te has subido al avión alguna vez?

Percy negó con las mejillas rojas.

—Percy, piensa —insistió Quirón y yo reí bajito—. Eres hijo del mar, cuyo rival más enconado es Zeus, Señor del Cielo. Así pues, tu madre fue suficientemente sensata como para no confiarte a un avión.

—Estarías en los dominios de Zeus —dijo Pierce mirando a Percy como si fuera un idiota—. No llegarías vivo.

—Entonces viajare por tierra —dijo Percy.

—Puedes ir con dos compañeros. Grover es uno. La otra ya se ha ofrecido voluntaria, si aceptas su ayuda.

Pierce frunció el ceño y se acomodó en la silla mucho más atento.

—¿Solo dos? —preguntó—. ¿Quien sería tan tonta como para ofrecerse voluntaria en una misión como esta?

Annabeth se quitó la gorra de los Yankees y la guardo en su bolsillo trasero mientras Pierce fulminaba con la mirada a Percy. Fruncí el ceño con confusión.

—Llevo mucho tiempo esperando una misión, sesos de alga —espetó—. Atenea no es ninguna fan de Poseidón, pero si vas a salvar el mundo, soy la más indicada para evitar que metas la pata.

—Anda, si eso es lo que piensas —dijo sarcástico—, será porque tienes un plan, ¿no?

—¿Quieres mi ayuda o no?

Percy volteó a verme con los labios apretados, como si estuviese debatiendo.

—En realidad, estaba pensando en pedirle a Damian que venga conmigo —dijo mirando a Annabeth como "tengo un plan".

Casi se me cae el sombrero de la cabeza.
—¿Qué?

—Sí —Percy asintió mirándome a los ojos. Maldito, ¿por qué tiene los ojos tan lindos?—. No voy a obligarte a venir si no quieres pero... me sentiría más seguro si vinieras.

¿Me está manipulando? ¿Cree que puede mirarme con esos ojos y manipu...?

—Bien —acepté sin dejar de mirarlo, ni siquiera cuando Pierce abrió la boca ofendido—. Ire contigo.

Annabeth tenía cara de que iba a descuartizarme con su navaja pedazo por pedazo apenas Quirón se fuera.

—Excelente —dijo Quirón—. Esta tarde los llevaremos al terminal de buses de Manhattan. A partir de ahí están solos. No hay tiempo que perder. Deberían empezar a hacer las maletas.






























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