002. questions
CHAPTER TWO
❝preguntas❞
the lightning thief | act. one
LA HISTORIA DEL INCIDENTE se expandió más rápido de lo que me gustaría. Dondequiera que íbamos, los campistas miraban a Percy, lo señalaban y murmuraban cosas por lo bajo.
O quizá solo nos miraban a nosotros ya que seguíamos con la ropa goteando.
—Tengo que entrenar... —dijo Annabeth.
—Tenemos, corazón —la corrigió Pierce—. Pertenecemos al mismo equipo.
Pierce se acercó a Annabeth batiendo las pestañas pero ella colocó su mano sobre la cara de mi amigo y lo alejó. Ahogué una risa.
—La cena es a las siete y media —dije mirando al ojiverde—. Sólo tienes que seguir desde tu cabaña hasta el comedor.
—Oigan, siento lo ocurrido en el lavabo —dijo Percy y Pierce bufó antes de reír.
—No importa —negó Annabeth.
—¡A mi sí! Mojaste mis lentes, tarado —Annabeth y yo le dimos un codazo a la vez y el se quejó—. ¡Auch!
—No ha sido culpa mía —se excusó Percy y Pierce alzó las cejas.
—De hecho, lo fue.
Los tres lo miraron con aire escéptico. Yo no le echaba la culpa, no sabe controlar sus poderes. Hace dos días ni siquiera sabía que tenía poderes.
—Tienes que hablar con el Oráculo —dijo Annabeth.
—¿Con quién?
—No con quién, si no con qué —dije dirigiéndole una sonrisa, para que no se sienta tan culpable—. El Oráculo. Se lo pediré a Quirón.
Percy miró el fondo del lago y cuando vio las náyades, abrió los ojos con sorpresa. Incluso les devolvió el saludo.
—No las animes —le advirtió Annabeth—. Las náyades son terribles como novias.
—Confirmo —dijo Pierce con un escalofrío.
—¿Náyades? —repitió Percy—. Hasta aquí hemos llegado. Quiero volver a casa ahora.
Annabeth frunció el ceño, Pierce ahogó una risa y yo hice una mueca.
—¿No lo entiendes, Percy? —dije comprensivamente. ¿Como no hacerlo? Yo también extrañaba mi casa y eso que la mía estaba en otro continente—. Ya estas en casa. Éste es el único lugar seguro en la tierra para los chicos como nosotros.
—¿Te refieres a chicos con problemas mentales?
Okay, auch.
—También —dijo Pierce con una risa hasta que Annabeth le tiró el pelo—. Me refiero a no humanos. O por lo menos no del todo humanos. Medio humanos.
—Hasta yo me enredé —dije mirándolo raro.
Pero es el se largo a reír y no pude evitar reír también. Annabeth nos regañó y volvimos a ponernos serios.
—¿Medio humanos y medio qué? —dijo Percy.
—Creo que ya lo sabes.
—Dios —contestó luego de unos segundos—. Medio dios.
Los tres asentimos y Pierce tomó la palabra.
—Tu padre no está muerto, Percy. Es uno de los Olímpicos.
—Eso es... un disparate —negó Percy y yo suspire.
—¿Lo es? —dije mirándolo con esperanza que aceptara por fin—. ¿Qué es lo más habitual en las antiguas historias de los dioses? Iban por ahí enamorándose de humanos y teniendo hijos con ellos, ¿recuerdas? ¿Crees que han cambiado de costumbres en los últimos milenios?
—Pero eso no son más que... —se interrumpió a si mismo—. Pero si todos los chicos que hay aquí son medio dioses...
—Semidioses —corrigió Pierce.
—Ese es el terminó oficial —dice Annabeth—. O mestizos, en lenguaje coloquial.
—¡Qué hermoso! —dije Pierce con aire soñador—. Ya hasta nos completamos las oraciones.
—Está enamorado de Annabeth —le susurré a Percy y el me da una pequeña sonrisa.
—Lo noté —dice—. Entonces, ¿quien es tu padre?
Annabeth agarró con fuerza la barandilla y Pierce se acercó para poner la mano sobre su hombro.
Se alejó unos segundos después.
Tema sensible, molusco. Tema sensible.
—Mi padre es profesor en West Point —dijo Annabeth tensa—. No lo veo desde que era muy pequeña. Da clases de Historia de Norte América.
—Entonces es humano.
—No, es Batman —responde Pierce.
—Pues claro —Pierce ve a la rubia con expresión de shock—. ¿Acaso crees que sólo los dioses masculinos pueden encontrar atractivos a los humanos? —Pierce volvió a su expresión normal—. ¡Qué sexista eres!
—¿Quién es tu madre, pues?
—Cabaña seis.
Annabeth, no se sabe las cabañas. Para ser tan lista a veces...
—¿Qué es?
La rubia se irguió.
—Atenea, la diosa de la sabiduría y batalla.
Percy se giró hacia mi.
—¿Y tú? ¿Quién es tu madre?
Percy cállate, cállate, por favor te lo pido.
Sentí mis mejillas arder y traté de sonreír.
—No quiero hablar de eso.
Pierce me rodea con su brazo y me atrae hacia el con una sonrisa. Percy asiente comprensivo.
—Está bien. ¿Y tu padre?
—El DJ en quiebra —dice Pierce ahogándose de la risa, sacándome una a mi también.
—Dionisio, el director del campamento —digo yo, probablemente sonrojado hasta las orejas que gracias a los dioses no se deben ver por mi sombrero.
Percy hace una mueca de asco y yo siento que me voy a tirar una tumba abierta para ahogarme lentamente.
—Que mala suerte. ¿Tú? ¿Quién es tu madre?
—Mi madre tiene una pizzería en Manhattan, Nueva York —Pierce se encoge de hombros—. Solo eso.
—¡Yo vivo ahí! —dice Percy emocionado.
—Lo sé, te he visto comprar pizza con tu madre —le dice Pierce—, siento lo que le pasó.
—¿Y tu padre?
Abrazo más a Pierce. Maldito molusco no sabe cuando callarse. El baja la mirada —el muy maldito es más alto que yo— y luego la sube de nuevo para sonreír burlonamente.
—Supongo que tendrás que averiguarlo.
—¿Y mi padre? —preguntó Percy luego de unos momentos de completo silencio.
—Por determinar —le dice Pierce con burla—, como te ha dicho Annabeth. Nadie lo sabe.
—Excepto mi madre. Ella lo sabía.
—Puede que no, Percy —sigue hablando Pierce pero ahora con tono más triste—. Los dioses no siempre revelan sus identidades.
—Mi padre lo habría hecho. La quería.
Pierce se alejo de mi y se cruzó de brazos, bajando la cabeza. Junto a Annabeth nos quedamos mirándolo con preocupación pero el no nos miro.
El padre de Pierce aún no lo reclama. Lleva tres años aquí y aún nada.
—Puede que tengas razón —dijo Annabeth con mucho tacto—. Puede que envíe una señal. Es la única manera de saberlo seguro: tu padre tiene que enviarte una señal reclamándote como hijo. A veces ocurre.
—¿Quieres decir que a veces no? —preguntó Percy.
—A veces sí, a veces no. ¿Cuál es la diferencia? ¿Un cambio de cabaña? Como si necesitáramos una habitación nueva.
Las lagrimas se acumularon en los ojos de Pierce y yo me acerqué a abrazarlo. Sentí la tensión de su cuerpo irse lentamente antes de que Pierce ahogara un sollozo.
—Los dioses están ocupados —dijo Annabeth—. Tienen un montón de hijos y no siempre... Bueno, a veces no les importamos, Percy. Nos ignoran.
—¡Ding, ding, ding! Creo que adivinaste lo que pasa con mi padre —dice Pierce de mal humor.
—Lo siento mucho, yo no...
—Da igual —interrumpió.
—Así que estoy atrapado aquí, ¿verdad? —dijo Percy—. ¿Para el resto de la vida?
—Depende —empiezo a decir yo—. Algunos campistas se quedan sólo durante el verano. Si eres hijo de Afrodita o Deméter, probablemente no seas una fuerza realmente poderosa. Los monstruos podrían ignorarte, y en ese caso te las arreglarías con unos meses de entrenamiento estival y vivirías en el mundo mortal el resto del año. Pero para algunos de nosotros es demasiado peligroso marcharse. Somos anuales.
—En el mundo mortal atraemos monstruos; nos presienten, se acercan para desafiarnos. En la mayoría de los casos nos ignoran hasta que somos lo bastante mayores para crear problemas, ya sabes, a partir de los diez y once años. Pero después de esa edad, la mayoría de los semidioses vienen aquí si no quieren terminar muertos. Algunos consiguen sobrevivir en el mundo exterior y se convierten en famosos. Créeme, si te dijera sus nombres los reconocerías. Algunos ni siquiera saben que son semidioses. Pero, en fin, son muy pocos —terminó Annabeth y Pierce se voltea hacia mi con los ojos entrecerrados.
¿Por qué me mira así? ¿Tengo algo en la cara? ¿Por qué no me dijo antes?
—¿Ahora se completan las frases? —dice cruzándose de brazos y se voltea indignado—, has roto mi corazón —me dice.
Ruedo los ojos mirándolo mal.
—¿Así que los monstruos no pueden entrar aquí? —dice Percy ignorando todo el drama de mi mejor amigo.
Annabeth niega.
—No a menos que se los utilice intencionadamente para surtir los bosques o sean invocados por alguien de dentro.
—¿Por qué querría nadie invocar a un monstruo?
—Para combates de entrenamiento —explicó—. Para hacer chistes prácticos.
—¿Chistes prácticos?
—Lo importante es que los límites están sellados para mantener fuera a los mortales y los monstruos —digo negando—. Desde fuera, los mortales miran el valle y no ven nada raro, sólo una granja de fresas.
—¿Así que ustedes son anuales? —pregunta Percy y yo me sacó el collar de debajo de mi camiseta.
—Estoy aquí desde que tenía siete años, Damian lleva aquí desde que tenía ocho —explica Annabeth, que también saco su collar—. Cada agosto, el último día de la sesión estival, te otorgan una cuenta por sobrevivir un año más. Llevamos más tiempo aquí que la mayoría de los consejeros, y ellos están todos en la universidad.
—¿Cómo llegaste tan pronto?
—Eso no es asunto tuyo —dijo Annabeth.
—Ya —hay un silencio incómodo antes de que Percy vuelva a hacer preguntas—. Bueno, y... ¿podría marcharme de aquí si quisiera?
—Sería un suicidio, pero podrías, con el permiso del señor D o de Quirón. Por supuesto, no dan ningún permiso hasta el final del verano a menos que... —mire a Annabeth con duda.
—¿A menos qué...?
—Que te asignen una misión —dice Annabeth mirándome también—. Pero eso casi nunca ocurre. La última vez...
Dejo la frase al aire y Percy siguió preguntando cosas.
¿Tantas dudas tiene? ¿Que hice yo para merecer esto?
—En la enfermería —dijo volteándose a mi—, cuando me dabas aquella cosa...
—Ambrosía.
—Sí —Percy apunto a Annabeth—. Ella me preguntó algo del solsticio de verano.
—¿Así que sabes algo? —preguntó tensa.
—Bueno... no. En mi antigua escuela oí a Grover y Quirón acerca de ella. Grover mencionó el solsticio de verano. Dijo algo como que no nos quedaba demasiado tiempo para la fecha límite. ¿A qué se refería?
—Ojalá lo supiera. Quirón y los sátiros lo saben, pero no tienen intención de contármelo. Algo va mal en el Olimpo, algo importante. La última vez que estuvimos allí todo parecía tan normal...
—¿Han estado en el Olimpo?
—Claro, algunos de los anuales (Luke, Clarisse, Damian, yo y otros) hicimos una excursión durante el solsticio de invierno. Es entonces cuando los dioses celebran su gran consejo anual.
—Soy el otro —dice Pierce.
—Pero... ¿cómo llegaron hasta allí?
—Ah, es sencillo. En el ferrocarril de Long Island, claro —dijo Pierce—. Bajas en la estación Penn. Edificio Empire State, ascensor especial hasta el piso seiscientos. Eres de Nueva York.
—Sí, desde luego.
—Justo después de la visita —prosiguió Annabeth—, el tiempo comenzó a cambir, como si hubiera estallado una trifulca entre los dioses. Desde entonces, he escuchado a escondidas a los sátiros un par de veces. Lo máximo que he llegado a colegir es que han robado algo importante. Y si no lo devuelven antes del solsticio de verano, se va a liar. Cuando llegaste, esperaba... Quiero decir... Atenea se lleva bien con todo el mundo, menos con Ares. Bueno, claro, y esta la rivalidad con Poseidón. Pero, aparte de eso, creí que podríamos trabajar juntos. Pensaba que sabrías algo.
—Mi oferta de insistir a Quirón hasta que se canse sigue en pie. Sabes Bethy Boo —Pierce se acerca lentamente a su cara pero ella le empuja la cabeza.
—Ahora no, Donovan —la mirada de Annabeth se pierde en el suelo—. Tengo que conseguir una misión. Ya no soy una niña. Si sólo me contaran el problema...
Pierce se volteó hacia mi con una sonrisa de psicopata.
—Oye, Damian, Percy parece tener hambre. ¿Por qué no lo llevas al comedor? Yo los alcanzaré más tarde.
Lo iba a estrangular mientras dormía.
Me insistió hasta que acepte y junto a Percy nos alejamos con un silencio incómodo que decidió romper.
—Me gusta tu acento —murmuró mirándome de reojo.
Me sonroje hasta las patas.
—Gracias.
—¿Siempre eres tan callado? —preguntó con una sonrisa burlona.
—Yo... sí... o sea... no... quiero decir... —empecé a tartamudear y Percy se largó a reír cosa que hizo que mi cara hirviera aún más—. Lo siento.
Percy sonrió y tomó mi sombrero de la nada, cosa que me sobresaltó y se lo quite.
—¿Qué haces?
—¿Por qué tienes un sombrero de sheriff? —preguntó sin dejar de sonreír.
Que sonrisa más linda tenía.
—Es un regalo de mi padre —dije acomodando el sombrero en mi cabeza—. No tiene nada especial, solo me gusta.
—Te queda grande —recalcó y yo fruncí el ceño.
—¿Y?
—¡Ya suéltame! —gritó Annabeth entrando al comedor, con Pierce pegado como lapa con sus brazos rodeándola.
Diez minutos.
Los deje solos diez minutos.
Percy y yo nos levantamos de nuestras respectivas mesas para ir hacia ellos y tratar de soltar a Pierce de Annabeth.
No funcionó.
Luke apareció y Annabeth se sonrojó mientras trataba de alejar a Pierce distraída.
—¡Ahora menos la va a soltar! —me quejé en voz alta.
—Apártense, yo me encargo.
Percy y yo nos alejamos al instante. Luke se acercó a Pierce y comenzó a hacerle cosquillas en las axilas por lo que en menos de un segundo, ya la había soltado.
Annabeth salió corriendo hacia su mesa y Luke no dejo de hacerle cosquillas a Pierce que se estaba retorciendo como un gusano cuando le tiras sal en el suelo, riendo histérico.
Hasta que le dio una patada en el estómago y Luke se agachó con una mueca.
—¡Ups! —dijo Pierce aún riendo—. Los reflejos.
—Que fuerte pie —se quejó el rubio.
Luke se fue y junto a Percy ayudamos a Pierce a levantarse. Tomé sus lentes del suelo y se los puse mientras Percy lo ayudaba a limpiarse.
—Estás loco —dijo Percy.
—... por ella —contesta el miope con un suspiro.
—Si yo fuera ella, te enviaría mil órdenes de alejamiento —digo esta vez yo, logrando que Pierce me mire de mala manera.
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