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‎‹ 🦉 𓂃 𝟎𝟎𝟕 : ⌗ 𝐂𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 𝟎𝟐 🪶 .‎ ‎ ‎ .‎ ‎ ‎ .

𓂅 𓄹 𝗪𝗔𝗥 𝗢𝗙 𝗖𝗨𝗥𝗦𝗘𝗦 𓄹 ✧
001 ┊ 🐍     𝐂𝐀𝐏Í𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐃𝐎𝐒
❛ 𝙻𝚊𝚜 𝚌𝚊𝚛𝚝𝚊𝚜 𝚙𝚎𝚛𝚍𝚒𝚍𝚊𝚜. ❜

ִֶָ𓄹 ˖࣪🐍𓏲࣪ ▐ Después de la discusión que Lillian había tenido con Petunia, ella la mantenía encerrada privándole de la alimentación diaria, otorgándole únicamente una botella de agua, por día. Así mismo torturaba a la pequeña Amelia.

Sin embargo, Harry todos los días a las once en punto de la noche, caminaba silenciosamente por los pasillos con dirección a la cocina de los Dursley con el afán de tomar comida para su hermana. Petunia posteriormente de la discusión con Amelia había castigado a Lillian con no ver a su único hermano.

La señora Dursley sabía lo mucho que Amelia adoraba a su hermano, lo cual la castigó para que no lo viera. Para Harry también era un enorme martirio estar separado de su valiente hermana, que incluso Harry dormía en el sillón de los Dursley, ya que no le tenían permitido acercarse a la alacena donde se encontraba Amelia, por lo cual Harry esperaba a que todos durmieran para tomar comida y dársela a su hermana, con la intención de alimentar y mantener a su hermana cuerda..., pero, aun así, nada sucedía, Lillian no hablaba y su hermano no era la excepción, solo comía lo que Harry le entregaba, era todo.

... Dentro de la alacena, Lillian se encontraba acurrucada, su mirada traspasaba el  vacío, ella no sentía absolutamente nada, ni siquiera sentía las lágrimas que desbordaba de sus lindos y tristes ojos.

Todos los días a las siete de la mañana, Petunia iba por Amelia y la sacaba de la alacena dándole únicamente una hora para que se bañe y haga sus necesidades, en esa hora, solo cinco minutos aprovechaba para ver a su hermano, y en esos cinco minutos tres son gastados en un fuerte y reconfortante abrazo. Y al terminar la hora la volvían a encarcelar. Pero para ese entonces Harry aprovechaba y le cambiaba el medicamento a su inhalador, ya que últimamente sus ataques eran mucho más frecuentes.

Esa no era la vida que Lily, y James quería para Lillian ni para Harry.

(•••)

En las oscuridades de la alacena, Lillian se encontraba sentada en el pequeño y desgastado colchón, le dolía absolutamente todo, Amelia agradecía inmensamente que Harry le hubiera cambiado el medicamento, ya que el anterior estaba agotado, a regañadientes se levantó del incómodo colchón, ella necesitaba hacer algo, estar en movimiento así sea limpiar nuevamente la alacena, o de lo contrario se volvería loca de estar tanto tiempo en la oscuridad con solamente un rayo de sol que atravesaba la única ventanilla de la alacena.

Amelia cerró sus ojos y tomó aire para después soltarlo de golpe, hizo al menos lo mismo unas seis veces aproximadamente. El reloj marcaba las siete de la mañana lo que significaba que tendría una hora para dar seguimiento con la misma rutina de siempre.

¡Toc, Toc, Toc!

Asustada Amelia retrocedió un paso hacia atrás. Con dificultad Lillian se aproximó a tomar la cadena que la tenía en una repisa, quería evitar que Petunia le quitara el único recuerdo de su madre.

¡Toc,Toc,Toc!

Lillian en un ataque de nervios empezó a morder sus labios con fuerza a punto de sacarse sangre, sus manos se las llevó a su pecho tratando de controlar sus nervios, la puerta fue golpeada una vez más, nuevamente Lillian retrocede dos pasos más e inconscientemente agacho su cabeza, mordiéndose aún más fuertes sus pálidos labios.

La puerta fue abierta violentamente y a una velocidad extremadamente fuerte.

—¿Lista para tu rutina, Amelia? Tal vez hoy te deje estar más tiempo con tu hermano. —Anunció Petunia, llamando completamente la atención de la pelirroja que de inmediato dejó de morderse los labios.

—S-si —Lillian tartamudeo. Petunia levantó una ceja y miró con diversión a su sobrina.

—Por lo que veo, ya no tienes la lengua suelta como solías tenerlo semana atrás, si de haber sabido que con mano firme lograría callarte, lo hubiera hecho desde un principio, que estúpida fui.

Lillian se mordió su lengua, con tal de detener las maldiciones que quería decirle desde tiempo atrás, pero recordó que Petunia la dejará más tiempo con su hermano, y decidió mantenerse en silencio. No quería dejarse humillar por Petunia, pero con tal de ver a Harry, ella estaba conforme.

—Bien, sal, y báñate que apestas a humedad —mandó Petunia.

Amelia salió rápidamente de la alacena y se aproximó a llegar a la sala, donde solo se encontraba Harry viendo tristemente por la ventana, y como si fuera por arte de magia, Harry sintió la presencia de su hermana, para cuando Harry volteo, el chocó con sus ojos verdes, con los verdes esmeraldas de ella. El pequeño Potter quería acercarse a ella, pero Lillian inmediatamente se negó. Por lo cual Amelio echó un vistazo hacia atrás para verificar que Petunia no estuviera ahí, y cuando fue así se acercó rápidamente pero dolorosamente a su hermano.

Amy, ¿puedo ayudarte en algo? —Harry, susurró-grito, para que su hermana lo escuchara ya que ella estaba un poco aturdida.

Lillian sintió como sus ojos tristes se volvían en un completo rio, odiaba llorar, pero maldita sea, no había ni un segundo donde no quería ver a su mellizo, así que no le importaba llorar, con tal de ver a su hermano.

Harry acunó con sus pequeñas manos el rostro de Amelia, ella hizo una pequeña mueca de dolor, pero aun así se dejó y no dijo absolutamente nada.

—Mi Amy. No sabe-

Lillian lo interrumpió abrazándolo fuertemente, la mirada entristecida de Amelia se encontró con los ojos verdes de su hermano, quien la miraba con tanta preocupación. Como extrañaba tanto a su Hermano.

—Solo abrázame James... Y nunca, pero nunca me abandones, jamás lo hagas por favor.

Harry le correspondió a su frágil abrazo, mientras Harry la abrazaba su mente divulgaba muchos pensamientos. Pero el que más sobresale era el «qué pasaría si sus padres aún estuvieran vivos.»

Lillian se aferró a los brazos de su hermano con demasiada nostalgia que incluso Harry temía que fuese como una despedida. Lillian solo anhelaba que alguien o algo los salvara de esa terrible oscuridad que estaban viviendo.

—Ni lo menciones Amelia, nunca te abandonaría ni en los peores casos haría semejante cosa, ten en claro que solo somos tú y yo. Siempre será primero tú, te prometo con mi vida que jamás lo haría, y ten en cuenta algo Amy, tú eres mi ancla, eres mi única familia, eres mi única hermana, jamás lo olvides. 

Lillian se separó de él y observó a Harry con un destello de maldad en sus ojos, una maldad que incluso Harry trataba de alejar a su hermana, Lillian una y otra vez, siempre se hacía la misma pregunta ¿porque la vida los trataba así?, ¿acaso sus padres hicieron algo mal?

—Recuerda Harry, tú eres mi prioridad, siempre lo serás cueste lo que cueste, te lo prometo por la memoria de nuestros padres—murmuró Lillian.

Harry Potter observó los cansados ojos de su hermana, y un pequeño destello de odio puro invadió los suyos mismos.

—¿Qué sucede Harry? —preguntó Amelia.

—Nada Amelia, solo que algún día cobraré venganza por todos los que no han hecho, me haré poderoso, nos haremos poderosos, y por nuestra cuenta correrá la venganza, lentamente, paso a paso.

Lillian se sentía pésima hermana por el hecho de que su hermano de 11 años pensara de esa forma.

Nosotros no éramos así Harry.

—No, pero la vida, los Dursley, no hicieron así, ¿no crees?

Amelia, solo suspiro y asintió, después de todo, tenía la completa razón.

¿verdad?

(•••)

A la mañana siguiente Petunia, volvió a dejar que Lillian saliera de la alacena, esta vez duró más tiempo afuera, ya que los rumores empezaban a esparcirse con los vecinos de que su sobrina la tenían encerrada, ya que al único que miraba ellos era a Harry.

Pero había una en específico la que estaba al pendiente de los mellizos, Freya, la vecina enfermera, que los Dursley odiaban, ya que se le hacía muy extraña, como ella sabía todo de los Potter, petunia aseguraba que ella era como su hermana, más nunca decidió averiguar más sobre ella, por lo cual ahora su única opción es dejar a Lillian afuera de la alacena.

Por otra parte, Lillian se encontraba tomando aire, para después hacer una mueca de asco por el horrible mal olor que se plantaba en la cocina.

—¿Hueles eso? —preguntó Amelia.

—Sip. —

Un olor horrible inundaba toda la cocina. Parecía proceder de un gran cubo de metal que estaba en el fregadero. Los mellizos se acercaron a mirar. El cubo estaba lleno de lo que parecían trapos sucios flotando en agua gris.

—¿Qué es eso? —preguntó Harry a Petunia. La mujer frunció los labios al ver a Lillian detrás de su hermano, como hacía siempre Petunia rodó los ojos,siempre hacía lo mismo cada vez que Harry se atrevía a preguntar algo.

—Su nuevo uniforme del colegio —dijo.

Harry volvió a mirar en el recipiente asqueado. Lillian sonrió muy poco, pero visible, ¿y si hacía enojar a su tía?

—Oh —comentó Lillian sarcásticamente—. No sabía que tenía que estar mojado.

—No seas estúpida, niña tonta —dijo con ira la señora Dursley, Lillian sonrió hacia sus adentros, hacerla enojar, era más fácil de lo que se imaginaba—. Estoy tiñendo de gris algunas cosas viejas de Dudley y de una amiga de él de otro colegio. Cuando termine, quedará igual que los demás.

Amelia tenía serias dudas de que fuera así, pero pensó que era mejor no discutir.

Harry se sentó a la mesa y trató de no imaginarse el aspecto que tendría en su primer día de la escuela secundaria Stonewall. Seguramente parecería que llevaba puestos pedazos de piel de un elefante viejo.

Lillian no se imaginaba estudiar la secundaria separada de su mellizo. Por otra parte, cuando Lillian vio que su hermano le hacía señas para que se sentara junto a él, la voz de Vernon resonó por toda la cocina.

—¡Ay de ti, que te atrevas a sentarte aquí  maldita abominación, no te sentaras en esta mesa, lárgate a comer lejos de nuestra vista! —dijo Vernon con voz grave y una sonrisa maliciosa, Harry estaba por levantarse para defender a su hermana, cuando tío Vernon volvió a hablar—. Si te para de aquí Harry, le irá mucho peor, que ella se vaya para otro sitio, que aquí en la mesa jamás será bienvenida, muy a penas te soportamos a ti Harry. —se burló Vernon.

Harry miró a Vernon con odio, a él no le importaba sus amenazas, pero Amelia le hizo señas, para dejarle claro que estaba bien, lo que menos quería es que le hicieran algo a él, por desobedecer.

—Es para hoy mocosa —le hizo segunda, Petunia.

Amelia ya cansada de escuchar las voces de sus tíos, caminó con dificultad, pero con la cabeza en alto y mirada fría,  y se colocó hasta el fondo de la cocina donde nadie la viera. La pelirroja no decía absolutamente nada, ella solo pensaba en muchas cosas.

( 🐉 )

El señor Vernon abrió, como siempre, su periódico y Dudley golpeó la mesa con su bastón del colegio, que llevaba a todas partes.

Todos oyeron el ruido en el buzón y las cartas que caían sobre el felpudo.

—Trae la correspondencia, Dudley —dijo tío Vernon, detrás de su periódico.

—Que vaya Harry.

—Trae las cartas, Harry.

—Que lo haga Dudley.

—Ve tú Amelia. —mando Dudley

—¿Me viste cara de mensajera o de lechuza acaso? —respondió Lillian

—Pégale con tu bastón, Dudley.

Harry preocupado trató de levantarse, pero vio como Amelia esquivó el golpe y fue a buscar la correspondencia. Había cuatro cartas en el felpudo: una postal de Marge, la hermana de tío Vernon, que estaba de vacaciones en la isla de Wight; un sobre color marrón, que parecía una factura, y una carta para Harry y Amelia.

Amelia la recogió y la miró fijamente, con el corazón vibrando como una gigantesca banda elástica. Nadie, nunca, en todas sus vidas, les había escrito a ellos. ¿Quién podía ser? No tenían amigos ni otros parientes. Ni siquiera eran socios de la biblioteca, así que nunca había recibido notas que le reclamarán la devolución de libros. Sin embargo, allí estaba, dos  cartas dirigidas a ella y a su hermano de una manera tan clara que no había equivocación posible. Harry fue a donde se encontraba su hermana, y la vio con curiosidad al ver lo que le mostraba, Harry tomo la carta y con intriga abrió su carta:

Señor H. Potter

Alacena Debajo de la Escalera

Privet Drive, 4

Little Whinging Surrey

El sobre era grueso y pesado, hecho de pergamino amarillento, y la dirección estaba escrita con tinta verde esmeralda. No tenía sello.

Con las manos temblorosas, Harry le dio la vuelta a los sobres y vio un sello de lacre púrpura con un escudo de armas: un león, un águila, un tejón y una serpiente, que rodeaban una gran letra H.

—¡Date prisa, mocosa! —exclamó tío Vernon desde la cocina—. ¿Qué estás haciendo, comprobando si hay cartas-bomba? —Se rió de su propio chiste.

Harry y Amelia volvieron a la cocina, todavía contemplando su carta. Entregó a tío Vernon la postal y la factura, se sentó y lentamente comenzó a abrir el sobre amarillo, Amelia hacia lo mismo que su hermano.

Tío Vernon rompió el sobre de la factura, resopló disgustado y echó una mirada a la postal.

—Marge está enferma —le informó a Petunia—. Al parecer comió algo en mal estado.

—¡Papá! —dijo de pronto Dudley—. ¡Papá, Harry y Amelia recibieron carta!

Lillian al escuchar al chismoso de Dudley, se colocó detrás de su hermano, quien miraba mal a Dudley.

Harry estaba a punto de desdoblar su carta, que estaba escrita en el mismo pergamino que el sobre, cuando tío Vernon se la arrancó de la mano.

—¡Es nuestra! —dijo Harry, tratando de recuperarla.

—¿Quién te va a escribir a ti? Aún más ¿Quién le escribiría a tu hermana? —dijo con tono despectivo tío Vernon, abriendo la carta con una mano y echándole una mirada. Su rostro pasó del rojo al verde con la misma velocidad que las luces del semáforo. Y no se detuvo ahí. En segundos adquirió el blanco grisáceo de un plato de avena cocida reseca.

—¡Pe... Pe... Petunia! —bufó.

Dudley trató de coger la carta para leerla, pero tío Vernon la mantenía muy alta, fuera de su alcance. Tía Petunia la cogió con curiosidad y leyó la primera línea. Durante un momento pareció que iba a desmayarse. Se apretó la garganta y dejó escapar un gemido.

—¡Vernon! ¡Oh, Dios mío... Vernon!

Se miraron como si hubieran olvidado que los mellizos y Dudley todavía estaban allí. Dudley no estaba acostumbrado a que no le hicieran caso. Golpeó a su padre en la cabeza con el bastón de Smeltings.

—Quiero leer esa carta —dijo a gritos.

—Yo soy quien quiere leerla —dijo Amelia con rabia—. Las cartas son de nuestra auditoría, no les pertenecen.

—Cállate Amelia, tu voz hace que me duela la cabeza, solo desaparece, créeme que todos estaríamos mejor sin ti. —habló Dudley con desprecio.

—Fuera de aquí, los tres —graznó tío Vernon, metiendo la carta en el sobre.

Los mellizos no se movieron.

—¡QUIERO MI CARTA! —exige esta vez Harry.

—¡Déjame verla! —exigió Dudley.

—¡FUERA! —gritó tío Vernon y, cogiendo a Harry y a Dudley por el cogote, agarró a Lillian de la  muñeca, lastimándose en el proceso, Amelia soltaba quejidos de dolor, pero aun así a Vernon no le importó si su Amelia estaba lastimada o no.  los arrojó al recibidor y cerró la puerta de la cocina. Harry y Dudley iniciaron una lucha, furiosa pero callada, para ver quién espiaba por el ojo de la cerradura. Ganó Dudley, así que Harry, con las gafas colgando de una oreja, se tiró al suelo para escuchar por la rendija que había entre la puerta y el suelo.

Lillian se sentó en el piso, nuevamente con su mano tapaba su rostro llenas de pequeñas pecas rojizas.

—Vernon —decía tía Petunia, con voz temblorosa—, mira el sobre. ¿Cómo es posible que sepan dónde duermen ellos? No estarán vigilando la casa, ¿verdad?

—Vigilando, espiando... Hasta pueden estar siguiéndonos —murmuró tío Vernon, agitado.

—Pero ¿qué podemos hacer, Vernon? ¿Les contestamos? Les decimos que no queremos...

Harry pudo ver los zapatos negros brillantes de tío Vernon yendo y viniendo por la cocina.

—No —dijo finalmente—. No, no les haremos caso. Si no reciben una respuesta... Sí, eso es lo mejor... No haremos nada...

—Pero...

—¡No pienso tener a unos de ellos en la casa, Petunia! ¿No lo juramos cuando recibimos y destruimos aquella peligrosa tontería?

(•••)

Aquella noche, cuando regresó del trabajo, tío Vernon hizo algo que no había hecho nunca: visitó a los mellizos en su alacena, lo cual Petunia había dejado que Amelia estuviera nuevamente con Harry.

—¿Dónde está mi carta? —indagó Amelia molesta, en el momento en que  Vernon pasaba con dificultad por la puerta—. ¿Quién nos escribió?

—Nadie. Estaba dirigida a ustedes por error —dijo tío Vernon con tono cortante—. La quemé.

—No somos estúpidos, eso no fue un error —dijo esta vez Harry enfadado—. Estaba nuestra alacena en el sobre.

—¡SILENCIO! —gritó el tío Vernon, y pequeños pedazos de la alacena cayeron del techo. Vernon respiró profundamente y luego sonrió, esforzándose tanto por hacerlo que parecía sentir dolor.

—Ah, sí, Harry, en lo que se refiere a la alacena... Tu tía y yo estuvimos pensando... Realmente ya son muy mayores para esto... Pensamos que estaría bien que se mudaran al segundo dormitorio de Dudley.

—¿Por qué? —dijo Lillian.

—¡No hagas preguntas, niña tonta! —exclamó—. Lleven sus cosas arriba ahora mismo.

La casa de los Dursley tenía cuatro dormitorios: uno para tío Vernon y tía Petunia, otro para las visitas (habitualmente Marge, la hermana de Vernon), en el tercero dormía Dudley y en el último guardaba todos los juguetes y cosas que no cabían en aquél. En un solo viaje los mellizos trasladaron todo lo que le pertenecía, desde la alacena a su nuevo dormitorio. Lillian se sentó en la cama y miró alrededor. Allí casi todo estaba roto. La videocámara estaba sobre un carro de combate que una vez Dudley hizo andar sobre el perro del vecino, y en un rincón estaba el primer televisor de Dudley, al que dio una patada cuando dejaron de emitir su programa favorito. También había una gran jaula que alguna vez tuvo dentro un loro, pero Dudley lo cambió en el colegio por un rifle de aire comprimido, que en aquel momento estaba en un estante con la punta torcida, porque Dudley se había sentado encima. El resto de las estanterías estaban llenas de libros. Era lo único que parecía que nunca había sido tocado.

Desde abajo llegaba el sonido de los gritos de Dudley a su madre.

—No quiero que esté allí... Necesito esa habitación... Échalo...

Harry suspiró y se estiró en la cama donde se encontraba su hermana. El día anterior habría dado cualquier cosa por estar en aquella habitación. Pero en aquel momento prefería volver a su alacena con la carta a estar allí sin ella.

—𝒜𝓂𝓎, no te vayas a enojar. —dijo Harry moviendo su mano con nerviosismo.

—¿Que hiciste Harry James Potter? —Amelia soltó un suspiro, sabía que su hermano era un imán para los problemas.

—Fui con Freya nuestra vecina, ella me dio dos inhaladores, me dijo que trataras estar lo más calmada posible. —respondió.

James.

—Lillian.

Amelia le dio una pequeña pero notable sonrisa a su hermano, Harry al verla sonrió entusiasmado.

—Te dije que no fueras, no conocemos del todo a Freya. —reprochó la pelirroja.

—Lo sé, pero no puedo dejarte a tu suerte, además sabemos que lo necesitas, así que ya no me regañes.

—Un día me provocarás un infarto. —

—No seas exagerada 𝒜𝓂𝓎, sabes que haría todo por ti. —respondió su mellizo.

—Anda vamos a dormir, a ver si me dan permiso de salir otra vez. —murmuró Lillian.

Harry se recostó en la cama, y antes de conciliar el sueño le dio un casto beso en la sien de su hermana. Lillian solo lo observó con esos ojos verdes vacíos que tanto la caracterizaban.

—A la mañana siguiente, durante el desayuno, todos estaban muy callados. Dudley se hallaba en estado de conmoción. Había gritado, había pegado a su padre con el bastón de Smeltings, se había puesto malo a propósito, le había dado una patada a su madre, arrojado la tortuga por el techo del invernadero, y seguía sin conseguir que le devolvieran su habitación. Amelia estaba pensando en el día anterior, y con amargura pensó que ojalá, Harry, hubiera abierto la carta en el vestíbulo. Tío Vernon y tía Petunia se miraban misteriosamente.

Cuando llegó el correo, tío Vernon, que parecía hacer esfuerzos por ser amable con Harry «a excepción de Amelia», hizo que fuera Dudley. Lo oyeron golpear cosas con su bastón en su camino hasta la puerta. Entonces gritó.

—¡Hay otra más! Señorita A. Potter, El Dormitorio Más Pequeño, Privet Drive, 4...

Con un grito ahogado, tío Vernon se levantó de su asiento y corrió hacia el vestíbulo, con Harry siguiéndolo. Allí tuvo que forcejear con su hijo para quitarle la carta, lo que le resultaba difícil porque Harry le tiraba del cuello y Amelia animaba a su hermano. Después de un minuto de confusa lucha, en la que todos recibieron golpes del bastón, tío Vernon se enderezó con la carta de Lillian arrugada en su mano, jadeando para recuperar la respiración.

—Vete a tu alacena, quiero decir a tu dormitorio —le dijo a Harry sin dejar de jadear—. Y tú Amelia regresas a la alacena, y Harry no se te ocurra irte con ella, o tu hermana paga las consecuencias.

—Y Dudley... Vete... Vete de aquí.

Amelia fue nuevamente a la alacena, a diferencia de las otras veces, esta vez no le molestaba pasarla allí, en sí la alacena a donde dormía era pequeña, el tío Vernon le puso más cosas, pero eso era bueno para Lillian, de alguna manera limpiar la calmaba y mantenía su mente ocupada.

El reloj despertador arreglado sonó a las seis de la mañana siguiente. Harry lo apagó rápidamente y se vistió en silencio: no debía despertar a los Dursley. Bajando de las escaleras tocó la puerta de la alacena y al escuchar un "pase" entro, su hermana estaba acostada, respiraba un poco con dificultad, Harry fue hacía ella y le dio el inhalador.

—¿Qué haces despierto Harry?

—Espero el cartero, ¿Quieres acompañarme?

—Oh, sí.

Los mellizos salieron de la alacena y se sentaron en el último escalón de las escaleras que daban a la segunda planta de la casa.

—¡AAA UUUGGG!

—¡HARRY!

Harry saltó en el aire. Había tropezado con algo grande y fofo que estaba en el felpudo... ¡Algo vivo!

—Estoy bien 𝒜𝓂𝓎. —

Las luces se encendieron y, horrorizada, Amelia se dio cuenta de que aquella cosa fofa y grande era la cara de Vernon. El señor Vernon estaba acostado en la puerta, en un saco de dormir, evidentemente para asegurarse de que Harry no hiciera exactamente lo que intentaba hacer. Gritó a los mellizos durante media hora y luego les dijo que preparara una taza de té. Harry se marchó arrastrando los pies, Amelia fue regañada por su tío, para después irse ayudar a su hermano y, cuando regresó de la cocina, el correo había llegado directamente al regazo de tío Vernon

Amelia pudo ver tres cartas escritas en tinta verde.

—Quiero... —comenzó, pero Vernon estaba rompiendo las cartas en pedacitos ante sus ojos.

Aquel día, tío Vernon no fue a trabajar. Se quedó en casa y tapió el buzón.

—¿Te das cuenta? —explicó a tía Petunia, con la boca llena de clavos—. Si no pueden entregarlas, tendrán que dejar de hacerlo.

—No estoy segura de que esto resulte, Vernon.

—Oh, la mente de esa gente funciona de manera extraña, Petunia, ellos no son como tú y yo —dijo tío Vernon, tratando de dar golpes a un clavo con el pedazo de pastel de fruta que tía Petunia le acababa de llevar.

El viernes, no menos de doce cartas llegaron para los mellizos. Como no las podían echar en el buzón, las habían pasado por debajo de la puerta, por entre las rendijas, y unas pocas por la ventanita del cuarto de baño de abajo.

Tío Vernon se quedó en casa otra vez. Después de quemar todas las cartas, salió con el martillo y los clavos para asegurar la puerta de atrás y la de delante, para que nadie pudiera salir. Mientras trabajaba, tarareaba de puntillas entre los tulipanes y se sobresaltaba con cualquier ruido.

El sábado, las cosas comenzaron a descontrolarse. Veinticuatro cartas para los hermanos Potter entraron en la casa, escondidas entre dos docenas de huevos, que un muy desconcertado lechero entregó a tía Petunia, a través de la ventana del salón. Mientras Vernon llamaba a la oficina de correos y a la lechería, tratando de encontrar a alguien para quejarse, tía Petunia trituraba las cartas en la picadora.

—¿Se puede saber quién tiene tanto interés en comunicarse con ustedes? —preguntó Dudley a los primos, con asombro.

La mañana del domingo, tío Vernon estaba sentado ante la mesa del desayuno, con aspecto de cansado y casi enfermo, pero feliz.

—No hay correo los domingos —les recordó alegremente, mientras ponía mermelada en su periódico—. Hoy no llegarán las malditas cartas...

Algo llegó zumbando por la chimenea de la cocina mientras él hablaba y le golpeó con fuerza en la nuca. Al momento siguiente, treinta o cuarenta cartas cayeron de la chimenea como balas. Los Dursley se agacharon, pero Harry saltó en el aire, tratando de atrapar una.

Lillian miraba incrédula a su hermano, ¿no es más fácil agacharse y agarrar una carta del piso? Amelia con una expresión divertida se puso de rodillas y agarró una carta donde decía nombre, ya que estaban combinadas con las de su mellizo. Volvió a ver a su hermano y rodó sus ojos al ver cómo seguía tratando de atrapar una carta, hasta que algún punto logró atraparla.

—¡Fuera! ¡FUERA!

Vernon tomó a Lillian y a Harry por sus cinturas y los arrojó al recibidor. Cuando Petunia y Dudley salieron corriendo, cubriéndose la cara con las manos, Vernon cerró la puerta con fuerza. Podían oír el ruido de las cartas, que seguían cayendo en la habitación, golpeando contra las paredes y el suelo.

—Ya está —dijo Vernon, tratando de hablar con calma, pero arrancándose, al mismo tiempo, parte del bigote—. Quiero que estén aquí dentro de cinco minutos, listos para irnos. Nos vamos. Agarren un poco de ropa. ¡Sin discutir!

Parecía tan peligroso, con la mitad de su bigote arrancado, que nadie se atrevió a contradecirlo. Diez minutos después se habían abierto camino a través de las puertas tapiadas y estaban en el coche, avanzando velozmente hacia la autopista. Dudley lloriqueaba en el asiento trasero, pues su padre le había pegado en la cabeza cuando lo pilló tratando de guardar el televisor, el vídeo y el ordenador en la bolsa.

Condujeron. Y siguieron avanzando. Ni siquiera Petunia se atrevía a preguntarle a dónde iban. De vez en cuando, Vernon daba la vuelta y conducía un rato en sentido contrario.

Vernon se detuvo finalmente ante un hotel de aspecto lúgubre, en las afueras de una gran ciudad. Dudley y los mellizos compartieron una habitación con camas gemelas y sábanas húmedas y gastadas. Dudley roncaba, pero Harry permaneció despierto, su hermana se encontraba sentada en el borde de la ventana, contemplando las luces de los coches que pasaban y deseando saber qué ocurriría el día de mañana...

(•••)

Al día siguiente, comieron para el desayuno copos de trigo, tostadas y tomates de lata. Estaban a punto de terminar cuando la dueña del hotel se acercó a la mesa.

—Perdonen, ¿alguno de ustedes es la señorita A. Potter y H. Potter? Tengo como cien de éstas en el mostrador de entrada.

Extendió una carta para que pudieran leer la dirección en tinta verde:

Señorita A. Potter

Habitación 17

Hotel Railview

Cokeworth

Señorita H. Potter

Habitación 17

Hotel Railview

Cokeworth

Lillian fue a tomar la carta, pero tío Vernon le pegó en la mano. La mujer del hotel  los miró asombrada.

—Yo las recogeré —dijo Vernon, poniéndose de pie rápidamente y siguiéndola.

—¿No sería mejor volver a casa, querido? —sugirió Petunia tímidamente, unas horas más tarde, pero Vernon no pareció oírla. Qué era lo que buscaba exactamente, nadie lo sabía. Los llevó al centro del bosque, salió, miró alrededor, negó con la cabeza, volvió al coche y otra vez lo puso en marcha. Lo mismo sucedió en medio de un campo arado, en mitad de un puente colgante y en la parte más alta de un aparcamiento de coches.

—Papá se ha vuelto loco, ¿verdad? —preguntó Dudley a Petunia aquella tarde. Vernon había aparcado en la costa, los había encerrado y había desaparecido.

Comenzó a llover. Gruesas gotas golpeaban el techo del coche, esos tiempos eran los favoritos de Lillian, ella ama los días fríos y de lluvias. Dudley gimoteaba.

—Es lunes —dijo a su madre—. Mi programa favorito es esta noche. Quiero ir a algún lugar donde haya un televisor.

Lunes. Eso hizo que Amelia se acordara de algo. Si era lunes (y habitualmente se podía confiar en que Dudley supiera el día de la semana, por los programas de la televisión), entonces, al día siguiente, martes, era el cumpleaños número once de Harry y de ella. Claro que sus cumpleaños nunca habían sido exactamente divertidos: el año anterior, por ejemplo, los Dursley le regalaron una percha y un par de calcetines viejos de Vernon a Harry y a Lillian le regalaron un hueso de perro. Sin embargo, no se cumplían once años todos los días, algo dentro de ellos les decía que era diferente.

Vernon regresó sonriente. Llevaba un paquete largo y delgado y no le contestó a su esposa cuando le preguntó qué había comprado.

—¡He encontrado el lugar perfecto! —dijo—. ¡Vamos! ¡Todos fuera!

Hacía mucho frío cuando bajaron del coche. Vernon señalaba lo que parecía una gran roca en el mar. Y, encima de ella, se veía la más miserable choza que uno se pudiera imaginar. Una cosa era segura, allí no había televisión.

—¡Han anunciado tormenta para esta noche! —anunció alegremente Vernon, aplaudiendo—. ¡Y este caballero aceptó gentilmente alquilarnos su bote!

Un viejo desdentado se acercó a ellos, señalando un viejo bote que se balanceaba en el agua grisácea.

—Ya he conseguido algo de comida —dijo el señor Vernon—. ¡Así que todos a bordo!

En el bote hacía un frío terrible. El mar congelado los salpicaba, la lluvia les golpeaba la cabeza y un viento gélido les azotaba el rostro, la nariz de Amelia y Harry era de una tonalidad roja. Después de lo que pareció una eternidad, llegaron al peñasco, donde tío Vernon los condujo hasta la desvencijada casa.

El interior era horrible: había un fuerte olor a algas, el viento se colaba por las rendijas de las paredes de madera y la chimenea estaba vacía y húmeda. Sólo había dos habitaciones.

La comida de tío Vernon resultó ser cuatro plátanos y un paquete de patatas fritas para cada uno. Trató de encender el fuego con las bolsas vacías, pero sólo salió humo.

—Ahora podríamos utilizar una de esas cartas, ¿no? —dijo alegremente.

Estaba de muy buen humor. Era evidente que creía que nadie se iba a atrever a buscarlos allí, con una tormenta a punto de estallar. En privado, Harry estaba de acuerdo, aunque el pensamiento no lo alegraba.

Lillian que se encontraba débil, debido al golpe que le dio petunia cuando se enteró que ella había agarrado una carta. Cuando Amelia estaba a punto de abrirla, Petunia llegó y la arrojó al suelo, haciendo que Lillian se pegara torpemente con un mueble. El golpe impactó en su pequeña y frágil espalda.

Al caer la noche, la tormenta prometida estalló sobre ellos. La espuma de las altas olas chocaban contra las paredes de la cabaña y el feroz viento golpeaba contra los vidrios de las ventanas. Petunia encontró unas pocas mantas en la otra habitación y preparó una cama para Dudley en el sofá. Ella y Vernon se acostaron en una cama cerca de la puerta, y los mellizos tuvieron que contentarse con un trozo de suelo y taparse con la manta más delgada.

La tormenta aumentó su ferocidad durante la noche. Los mellizos no podían dormir. Se estremecían y daban vueltas, tratando de ponerse cómodos, con el estómago rugiendo de hambre. Los ronquidos de Dudley quedaron amortiguados por los truenos que estallaron cerca de la medianoche. El reloj luminoso de Dudley, colgando de su gorda muñeca, informó a Lillian de que tendrían once años en diez minutos. Esperaban acostados a que llegara la hora de su cumpleaños, pensando si los Dursley se acordarán y preguntándose dónde estaría en aquel momento el escritor de cartas.

Cinco minutos. Los mellizos oyeron algo que crujía afuera. Esperaron que no fuera a caerse el techo, aunque tal vez hiciera más calor si eso ocurría. Cuatro minutos. Tal vez la casa de Privet Drive estaría tan llena de cartas, cuando regresaran, que podría robar una.

¿Por qué el mar chocaría con tanta fuerza contra las rocas? Y (faltaban dos minutos) ¿qué era aquel ruido tan raro? ¿Las rocas se estaban desplomando en el mar?

Un minuto y tendría once años. Treinta segundos... veinte... diez... nueve... tal vez despertará a Dudley, sólo para molestarlo... tres... dos... uno...

Feliz cumpleaños James, estamos en el lugar en el que menos pensaba pasar nuestro cumpleaños, pero al menos doy gracias, de que estemos juntos. Quiero que sepas, lo mucho que te adoro Harry, jamás dudes de eso hermano. —susurró Amelia tratando de no hacer mucho ruido para no despertar a los demás—. Lamento que pasemos nuestro cumpleaños en estas circunstancias, pero felices 11 años.

—Feliz cumpleaños 𝒜𝓂𝓎, y sabes que yo también te adoro, y que siempre lo hare, por siempre y para siempre, y no te preocupes, llegará un día donde pasaremos nuestros cumpleaños de la mejor forma.

BUM.

Toda la cabaña se estremeció y Harry se enderezó y Lillian se estremeció, mirando fijamente a la puerta. Alguien estaba fuera, llamando. Lillian se encontraba mirando detalladamente la puerta, esperando ver quien entraba por ella.

Algo le decía a Lillian que no tuviera miedo, y no lo hizo, es más le entró una enorme curiosidad, él quien se atrevió a llegar hacia donde ellos se encontraban, por otro lado, Harry no perdía de vista la puerta, al igual que su hermano, algo le hacía saber, que estaban seguros, al menos su hermana y el.



















Nota de la autora

Nota de la autora del 2025

¡¡¡Me extrañaroooon!!!

Ya extrañaba, escribir, tengo mucho que contarles, ¿pueden creerme? ya trabajo, me enamore, me ilusione, me aleje, regrese, sigo trabajando, cambie de mentalidad, progrese, tengo dos libros de proyecto, y aun así mis planes están en seguir escribiendo fanfics, tal vez no actualice, pero siempre me acuerdo de ustedes, y espero hacerlo más seguido, gracias por todo, y perdón por tan poco, los quiero, y nos estamos leyendo.❤️‍🩹


(***)


Como pueden darse cuenta, este fanfic no es una historia hermosa. Solo para aclarar, no normalizo nada de los temas sensibles que se hablan y que se hablaran por delante, cada vez que escribo escenas de este tipo, trato de informarme de la mejor manera posible. No hagan malos comentario, y solo disfruten la historia, que final feliz habrá.

¿O no?

Espero y les guste este capituló 🩶
Pueden leer otras de mis obras en mi otra cuenta Stilinski777

¡Nos leemos pronto! 🩶

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