
‹ 🦉 𓂃 𝟎𝟎𝟔 : ⌗ 𝐂𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 𝟎𝟏 🪶 . . .
𓂅 𓄹 𝗪𝗔𝗥 𝗢𝗙 𝗖𝗨𝗥𝗦𝗘𝗦 𓄹 ✧
001 ┊ 🐍 𝐂𝐀𝐏Í𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐔𝐍𝐎
❛ 𝙴𝚕 𝚟𝚒𝚍𝚛𝚒𝚘 𝚚𝚞𝚎 𝚜𝚎 𝚍𝚎𝚜𝚟𝚊𝚗𝚎𝚌𝚒ó. ❜
ִֶָ𓄹 ˖࣪🐍𓏲࣪ ▐ Habían pasado alrededor de 10 años de maldiciones, 10 años donde los mellizos Potter vivieron un infierno. Y en donde soportaron las burlas y los maltratos de la familia Dursley.
Harry observaba como su hermana lloraba en aquella vieja e incómoda cama donde dormían en todas las tenebrosas noches.
—Amy —susurró Harry abrazando fuertemente a su melliza.
—Estoy bien James, no te preocupes, el dolor cesará tarde o temprano —respondió aquella pequeña pelirroja correspondiendo el abrazo que le estaba dando su hermano.
Harry cerró sus ojos, sabía que era mentira, su hermana siempre le decía lo mismo, pero Harry sabía que Lillian Potter nunca se encontraba bien. La familia Dursley le quitó todo el brillo que alguna vez sus ojos verdes intensos tuvieron.
—¡¿Ya se levantaron?! —la chillona voz de la tía Petunia se oyó en toda la alacena haciendo que Lillian tanto como Harry cerrarán sus ojos.
—La bruja nos habla —murmuró Lillian Potter, Harry volteó a verla con una pequeña pero notoria sonrisa.
—La tía Petunia nos mataría si se enterará como le cambias de apodo cada mañana. —replicó Harry con temor en sus ojos.
—Esa bruja no merece que la llamemos tía, no merece nada de nosotros, James, no es solo más que un monstruo que lo único que quiere es usarnos para dar lastima a los demás y que se compadezcan de ella. —Lillian se incorporó de la cama con cuidado sin lastimar los golpes que Petunia le había proporcionado la noche anterior.
—Pero Amy cómo–
—Siempre presta atención a tu alrededor Harry Potter, no permitas que nadie nuble tu mente, siempre tienes que estar al pendiente de los demás, observa y analiza a tu alrededor no confíes en muchas personas y sobretodo ten la seguridad y la confianza en ti mismo, y verás los detalles y secretos más oscuros de las personas. —interrumpió Amelia mirando los ojos esmeraldas de Harry—. Ahora a qué levantarnos y guardemos silencio, no queremos que la bruja nos maldiga con un hechizo maligno.
Harry rio bajito —Tía Petunia solo escucha lo que le conviene, dudo que nos escuche y más ahorita que está al pendiente de su caprichoso hijo.
—¿Ya están levantados? —quiso saber nuevamente Petunia.
—Casi —respondió Harry desenredando el pelo rojizo de Amelia.
—Bueno, dense prisa, quiero que vigilen el beicon. Y no se atrevan a dejar que se queme. Quiero que todo sea perfecto el día del cumpleaños de Dudley.
Amelia y Harry gimieron.
—¿Qué han dicho? —gritó con ira desde el otro lado de la puerta.
—Nada, nada...
Harry volvió a ver a su hermana y la vio quejarse de dolor.
—¿Estás bien Amy? —preguntó Harry caminando frente a ella preocupadamente.
—Si Harry, anda ponte tus calcetines, tenemos que salir de aquí antes de que la bruja regrese.
El cumpleaños de Dudley... ¿cómo podían olvidarlo? Harry se levantó lentamente y comenzó a buscar sus calcetines. Encontró un par debajo de la cama y, después de sacar una araña muerta de uno, se los puso. Harry no estaba acostumbrado a las arañas, porque Lillian se la pasaba recogiendo la alacena cada vez que tenía oportunidad, era la distracción que Amelia hacía cada vez que necesitaba despejar su mente, o sea, todos los días.
Cuando estuvieron vestidos salieron al recibidor y entraron en la cocina. La mesa estaba casi cubierta por los regalos de cumpleaños de Dudley. Parecía que éste había conseguido el ordenador nuevo que quería, por no mencionar el segundo televisor y la bicicleta de carreras.
No sentían nada al ver los regalos de Dudley, nunca estuvieron acostumbrados a recibir alguno, en sus diez años nunca recibieron nada de ellos, solo de la vecina, Freya, quien les daba comida a escondidas sin que la tía Petunia se diera cuenta, y también gracias a Freya, Lillian tenía inhalador para su problema del asma.
Freya era como la figura materna de los mellizos Potter, no se veían seguido, pero sabían que contaban con su apoyo. Freya no tenía la posibilidad de salvaguardar a los Potter de las garras de los Dursley, sin embargo, siempre se dedicaría a ayudarlos.
Cuando Harry y Lillian le preguntaron a su tía sobre su madre y su padre, lo único que recibieron a cambio era que ellos fallecieron en un accidente automovilístico. No les quiso decir nada más, los mellizos tenían muchas preguntas rondando por sus atormentadas cabezas.
— Y no hagan preguntas.
«No hagas preguntas»: ésa era la primera regla que se debía observar si se quería vivir una vida tranquila con los Dursley.
Tío Vernon entró a la cocina cuando Harry estaba dando la vuelta al tocino y Amelia sacaba el jugo de naranja del refrigerador.
—¡Péinate Amelia y tú también Harry! —bramó como saludo matinal.
Amelia rodó los ojos cuando fue pellizcada por su tía Petunia.
—Que sea la primera y última vez que volteas los ojos ante nuestra presencia, niña bastarda, si no sabes bien cómo es nuestro castigo.
Lillian soltó un chillido de dolor cuando Petunia jaló su brazo fuertemente.
—Lo siento —murmuró Amelia con sus ojos cristalizados.
Harry, con el propósito de distraer a la tía, agitó la cuchara con aceite caliente, que cayó en el brazo de su tía Petunia. La mujer solo lo observó con furia, pero no le hizo caso y se dirigió hacia donde su esposo se encontraba en la cocina.
Lillian miró a Harry con preocupación de que la tía Petunia regresara y le hiciera algo, pero el solo le dio una sonrisa tranquilizadora, Lillian dejó salir todo el aire que en su momento contuvo y se apresuró a llegar a él y ayudarle a terminar de freír el tocino mientras el freía los huevos.
Harry estaba friendo los últimos dos huevos cuando Dudley llegó a la cocina con su madre. Dudley se parecía mucho a tío Vernon. Tenía una cara grande y rosada, poco cuello, ojos pequeños de un tono azul acuoso, y abundante pelo castaño que cubría su cabeza gorda. Tía Petunia decía a menudo que Dudley parecía un angelito. Amelia le decía a Harry a menudo que Dudley parecía un cerdo con peluca.
Harry puso sobre la mesa los platos con huevos y beicon, lo que era difícil porque había poco espacio. Amelia puso los utensilios cada que Harry terminaba de dejar un plato. Mientras tanto, Dudley contaba sus regalos. Su cara se ensombreció.
—Treinta y seis —dijo, mirando a su madre y a su padre—. Dos menos que el año pasado.
—Querido, no has contado el regalo de tía Marge. Mira, está debajo de este grande de mamá y papá.
—Muy bien, treinta y siete entonces —dijo Dudley, poniéndose rojo.
Los mellizos, que podían ver venir un gran berrinche de Dudley, comenzaron a comerse el beicon lo más rápido posible, por si volcaba la mesa.
Tía Petunia también sintió el peligro, porque dijo rápidamente:
—Y vamos a comprarte dos regalos más cuando salgamos hoy. ¿Qué te parece, pichoncito? Dos regalos más. ¿Está todo bien?
Dudley pensó durante un momento. Parecía un trabajo difícil para él. Por último, dijo lentamente.
—Entonces tendré treinta y... treinta y...
—Treinta y nueve, dulzura —dijo tía Petunia.
Lillian quería irse lo antes posible de la cocina, le causaba dolor de cabeza cada vez que Petunia mimaba a su castroso hijo.
En aquel momento sonó el teléfono y tía Petunia fue a cogerlo, mientras Amelia, Harry y tío Vernon miraban a Dudley, que estaba desembalando la bicicleta de carreras, la videocámara, el avión con control remoto, dieciséis juegos nuevos para el ordenador y un vídeo. Estaba rompiendo el envoltorio de un reloj de oro, cuando tía Petunia volvió, enfadada y preocupada a la vez.
—Malas noticias, Vernon —dijo—. La señora Figg se ha fracturado una pierna. No puede cuidarlos. —Volvió la cabeza en dirección de los mellizos.
Las esperanzas de los mellizos de librarse de los Dursley desvanecieron con la nueva noticia, siempre que ellos salían los mellizos se quedaban con la señora Figg, una anciana loca que vivía a dos manzanas. Pero los mellizos preferirían ver multitudes fotos de sus gatos, que pasar una tarde catastrófica con los Dursley.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Petunia, mirando con ira a la pelirroja como si ella lo hubiera planeado todo.
—Pueden dejarnos con Freya —sugirió Harry.
—¿Y ver como después me reclama como los criamos? Ni loca.
Nuevamente las esperanzas de los mellizos se derrumbaron.
—Podemos llamar a Marge —sugirió tío Vernon.
—No seas tonto, Vernon, ella no aguanta a los chicos.
Los Dursley hablaban a menudo sobre los mellizos de aquella manera, como si no estuvieran allí, o más bien como si pensaran que era tan tontos e inútiles que no podía entenderlos.
—¿Y qué me dices de... tu amiga... cómo se llama... Yvonne?
—Está de vacaciones en Mallorca —respondió enfadada tía Petunia.
—Pueden dejarnos aquí —sugirió esperanzada Amelia. Podrían ver lo que quisieran en la televisión, para variar, y tal vez incluso hasta jugarían con el ordenador de Dudley.
Petunia lo miró como si se hubiera tragado un limón.
—¿Y volver y encontrar la casa en ruinas? —rezongó.
—No voy a quemar la casa —dijo esta vez Harry, pero no le escucharon.
—Supongo que podemos llevarlos al zoológico —dijo en voz baja tía Petunia—... y dejarlos en el coche...
—El coche es nuevo, no se quedará allí solo...
Dudley comenzó a llorar a gritos. En realidad, no lloraba, hacía años que no lloraba de verdad, pero sabía que, si retorcía la cara y gritaba, su madre le daría cualquier cosa que quisiera.
—Mi pequeñito Dudley, no llores, mamá no dejará que ellos te estropeen tu día especial —exclamó, abrazándolo.
—¡Yo... no... quiero... que... ellos vengan! —exclamó Dudley entre fingidos sollozos—. ¡Siempre lo estropean todo! —Les hizo una mueca burlona a los mellizos desde los brazos de su madre.
Amelia se puso detrás de Harry y le susurro:
—Ya tendremos nuestra venganza hermano solo confía en mí.
Harry miró de reojo a su hermana con una sonrisa maliciosa.
—Siempre he confiado en ti hermana.
[•••]
Media hora más tarde, Harry y Amelia, que no podía creer en su suerte, estaban sentados en la parte de atrás del coche de los Dursley, junto con Piers y Dudley, camino del zoológico por primera vez en su vida. A sus tíos no se les había ocurrido una idea mejor, pero antes de salir tío Vernon se llevó aparte a Lillian.
—Te lo advierto —dijo, acercando su rostro grande y rojo al de Lillian—. Te estoy avisando ahora, niña: cualquier cosa rara, lo que sea, te quedarás en la alacena hasta la Navidad y no estarás con Harry.
—No voy a hacer nada —dijo Amelia—. De verdad...
Pero Vernon no le creía. Nadie lo hacía.
El problema era que, a menudo, ocurrían cosas extrañas cerca de ella y de Harry y no conseguía decir nada a los Dursley que ellos no las causaban.
En una ocasión, Lillian estaba tan enojada que hizo explotar toda la vajilla de Petunia, los focos y los espejos estallaron con el gran grito y como era de esperarse la castigaron sin ver a su hermano por un mes.
El peor castigo para Lillian Potter, es alejarla de su hermano.
Mientras conducía, Vernon se quejaba a tía Petunia. Le gustaba quejarse de muchas cosas. Harry, el ayuntamiento, Amelia, eran algunos de sus temas favoritos. Aquella mañana le tocó a los motoristas.
—... haciendo ruido como locos esos gamberros —dijo, mientras una moto los adelantaba.
—Tuve un sueño sobre una moto —dijo Harry, recordando de pronto, Lillian lo miraba con atención—. Estaba volando.
Vernon casi chocó con el coche que iba delante del suyo. Se dio la vuelta en el asiento y gritó a Harry:
—¡LAS MOTOS NO VUELAN!
Su rostro era como una gigantesca remolacha con bigotes.
Dudley y Piers se rieron disimuladamente. Lillian estaba tan enojada que quería decirles algo, pero Harry se lo impidió y le agarró de la mano tratando de tranquilizarla.
Lo menos que Harry quiere es que Lillian explote frente a todos, sabía del gran temperamento de su hermana y sabía también cómo se ponen el ambiente cada que Lillian explota.
—Ya sé que no lo hacen —dijo Harry—. Fue sólo un sueño.
Pero deseó no haber dicho nada. Si había algo que desagradaba a los Dursley aún más que las preguntas que los mellizos hacían, era que hablara de cualquier cosa que se comportara de forma indebida, no importa que fuera un sueño o un dibujo animado. Parecían pensar que podía llegar a tener ideas peligrosas.
Era un sábado muy soleado y el zoológico estaba repleto de familias. Los Dursley compraron a Dudley y a Piers unos grandes helados de chocolate en la entrada, y luego, como la sonriente señora del puesto preguntó a los mellizos qué quería antes de que pudieran alejarse, le compraron un polo de limón a Harry, que era más barato, y a Lillian ni siquiera le compraron uno. Harry le ofreció el de él, pero ella se negó.
Después de comer fueron a ver los reptiles. Estaba oscuro y hacía frío, y había vidrieras iluminadas a lo largo de las paredes. Detrás de los vidrios, toda clase de serpientes y lagartos se arrastraban y se deslizaban por las piedras y los troncos. Dudley querían ver las gigantescas cobras venenosas y las gruesas pitones que estrujaban a los hombres. Dudley encontró rápidamente la serpiente más grande. Podía haber envuelto el coche de tío Vernon y haberlo aplastado como si fuera una lata, pero en aquel momento no parecía tener ganas. En realidad, estaba profundamente dormida.
Dudley permaneció con la nariz apretada contra el vidrio, contemplando el brillo de su piel.
—Haz que se mueva —le exigió a su padre.
Vernon golpeó el vidrio, pero la serpiente no se movió.
—Hazlo de nuevo —ordenó Dudley.
Tío Vernon golpeó con los nudillos, pero el animal siguió dormitando.
—Esto es aburrido —se quejó Dudley. Se alejó arrastrando los pies.
Lillian se movió frente al vidrio y miró intensamente a la serpiente.
Si ella hubiera estado allí dentro, sin duda se habría muerto de aburrimiento, sin ninguna compañía, salvo la de gente estúpida golpeando el vidrio y molestando todo el día. Era peor que tener por dormitorio una alacena donde la única visitante era Petunia, llamando a la puerta para despertarlos: al menos, ella y su hermano podían recorrer el resto de la casa a escondidas.
Harry al igual que su hermana miraba con atención a la serpiente, era como si les hablara o le susurraban cosas en un idioma que ambos entendían.
Lillian, observaba detalladamente a la serpiente, hasta que la volteó a ver e hizo un asentimiento de cabeza. Amelia emocionada le sonrió feliz. Harry sonreía al ver a su hermana feliz. «Lillian casi nunca sonreía».
De pronto, la serpiente abrió sus ojillos, pequeños y brillantes como cuentas. Lenta, muy lentamente, levantó la cabeza hasta que sus ojos estuvieron al nivel de los de Harry.
Les guiñó un ojo.
Amelia la miró fijamente. Luego echó rápidamente un vistazo a su alrededor, para ver si alguien lo observaba. Nadie le prestaba atención. Miró de nuevo a la serpiente y también le guiñó un ojo.
La serpiente torció la cabeza hacia Vernon y Dudley, y luego levantó los ojos hacia el techo. Dirigió a Harry una mirada que decía claramente:
—Me pasa esto constantemente.
—Lo sé —murmuró Harry a través del vidrio, aunque no estaba seguro de que la serpiente pudiera oírlo—. Debe de ser realmente molesto.
La serpiente asintió vigorosamente.
—A propósito, ¿de dónde vienes? —preguntó Lillian.
La serpiente levantó la cola hacia el pequeño cartel que había cerca del vidrio. Los mellizos miraron con curiosidad.
«Boa Constrictor, Brasil.»
—¿Era bonito aquello? —volvió a preguntar la pelirroja
La boa constrictor volvió a señalar con la cola y Harry leyó: «Este espécimen fue criado en el zoológico.»
—Oh, ya veo. ¿Entonces nunca has estado en Brasil?
Mientras la serpiente negaba con la cabeza, un grito ensordecedor detrás de los mellizos los hizo saltar.
—¡PAPÁ! ¡MAMÁ! ¡VENGAN A VER A LA SERPIENTE! ¡NO VAN A CREER LO QUE ESTÁ HACIENDO!
Dudley se acercó contoneándose, lo más rápido que pudo.
—Quita de en medio —dijo, golpeando a Lillian en las costillas. Cogida por sorpresa, la pelirroja cayó al suelo de cemento. Lo que sucedió a continuación fue tan rápido que nadie supo cómo había pasado: Dudley estaban inclinados cerca del vidrio, y al instante siguiente saltaron hacia atrás aullando de terror.
—¡Lillian! ¿Te encuentras bien? —preguntó Harry levantando a su hermana.
—Si Harry, gracias. —respondió Lillian aceptando la ayuda de su hermano.
Los mellizos se quedaron boquiabiertos: el vidrio que cerraba el cubículo de la boa constrictor había desaparecido. La descomunal serpiente se había desenrollado rápidamente y en aquel momento se arrastraba por el suelo. Las personas que estaban en la casa de los reptiles gritaban y corrían hacia las salidas.
Mientras la serpiente se deslizaba ante él, los mellizos habían podido jurar que una voz baja y sibilante decía:
—Brasil, allá voy... Gracias, amigo.
Lillian sonrió encantada con la serpiente, se le hacía raro que pudiera entenderle, pero era asombroso hablar con las serpientes.
El encargado de los reptiles se encontraba totalmente conmocionado.
—Pero... ¿y el vidrio? —repetía—. ¿Adónde ha ido el vidrio?"
El director del zoológico en persona preparó una taza de té fuerte y dulce para Petunia, mientras se disculpaba una y otra vez. Dudley no dejaba de quejarse. Por lo que la pelirroja había visto, la serpiente no había hecho más que darles un golpe juguetón en los pies, pero cuando volvieron al asiento trasero del coche de tío Vernon, Dudley les contó que casi lo había mordido en la pierna y juraba que había intentado estrangularlo.
—Harry y Amelia le estaban hablando. ¿Verdad, "primos"?
Vernon esperó hasta que llegara a la casa, antes de enfrentarse con los mellizos. Estaba tan enfadado que casi no podía hablar.
—Vayan ... alacena... quédense... no hay comida —pudo decir, antes de desplomarse en una silla. Tía Petunia tuvo que servirle una copa de brandy.
—¡No es justo! ¡No hicimos nada para que nos traten así! ¡Si quieren a alguien quien les ayude con la casa, contraten a un personal, Harry y yo no somos sus criados, si no nos quisieron, en primer lugar no nos hubiera aceptado, tuvieron la oportunidad de llevarnos a un orfanato, pero ustedes decidieron quedarse con nosotros! ¿Con qué fin? Ustedes querían quedarse con la herencia que le pertenecía a nuestra madre, usted Petunia, no es más que una lagartija arrastrándose. —Lillian estaba fuera de su confort, los focos empezaron a parpadear, los ojos de Lillian estaban completamente oscurecidos, el color de pelo es mucho más intenso de lo normal. Harry, preocupado por su Lillian, trató de tranquilizarla, pero con la respuesta que dio Petunia, lo empeoró aún más.
—¿Justo? ¿Harta? Es lo que te mereces Lillian, eres una abominación junto a tu hermano, en primer lugar, nunca debiste haber nacido. —respondió Petunia enojada—, eres un estorbo, hasta puedo decir que Harry es mucho mejor que tú.
Lillian con furia y sin temor se acercó a Petunia, su respiración era cada vez más débil, y Petunia vio eso como una ventaja.
—¿Te duele? ¿Te duele que no tuviste la atención de tus padres, porque mi madre es y siempre será mejor que tú? Acaso te has mirado en un espejo, hablas y hablas de mí, ¿pero ¿tú qué? Aborreces a mi madre porque ella era especial, a cambio tú, siempre fuiste su sombra ¿Eso te duele? —bramó enojada, Harry observó con temor a Lillian, sabía que alterarse la ponía mal y eso le preocupaba.
( ⚠️ )
Como si pasara en cámara lenta, Petunia se abalanzó a la pelirroja y la lanzó al suelo con una fuerte cachetada que le proporcionó. Lillian sonrió descaradamente, haciéndola enojar aún más. Petunia la levantó de su cabellera y observó los ojos verdes intensos de Lillian.
—Siempre serás una abominación, Amelia, a donde tú vayas la muerte siempre te seguirá.
—¿Se te hace bien, decirle esto a una niña indefensa de diez años? ¿Sabes a dónde te irías si los demás se llegaran a enterar de lo que sucede en la casa de los Dursley? —cuestiono, Lillian furiosamente.
Petunia lloraba de furia —Eres el mal reencarnado Lillian, no te tengo miedo maldito monstruo, te pareces tanto a Dahlia, que lo único que provoca es aborrecerte aún más. —Petunia jaloneo más el cabello de Amelia y la empujo tan fuerte que Lillian golpeó su cabeza en un mueble.
Harry corrió a su hermana y se arrodilló frente a ella ayudándola a levantarse, los ojos de Lillian amenazaban con cerrarse, Harry llorando solo negaba una y otra vez.
—El monstruo eres tú, Petunia Evans, te quejas tanto de nosotros, ¿pero te has visto en el espejo? —agregó Harry poniendo a su hermana detrás de él.
Dudley se acercó amenazadoramente a Harry con intención de golpearlo, Harry con su pequeño y débil cuerpo trataba de proteger a Lillian de Petunia y de Dudley.
—No te atrevas a insultar a mi madre —exclamó el primo tratando de agarrar a Lillian.
—Ponle tan siquiera un dedo a mi hermana y te aseguro de por vida que te arrepentirás. —replicó Harry con ningún rastro de verde esmeralda en sus ojos.
Lillian empezó a gritar desesperadamente, como si un químico quemaba su garganta, Harry se agachó donde ella se encontraba y al tocar su mano, Harry entró a un trance. Él estaba allí, llorando era sostenido por alguien o por algo, parecía que estaban en un cementerio, el lloraba por alguien, no, Harry lloraba por su hermana.
Harry se separó abruptamente del agarre de Lillian, ella aún tenía los ojos cerrados, gritaba cada vez más y más, los Dursley miraban aterrados a los mellizos, sabía que nadie los escucharía, su casa era a prueba de ruidos.
—¡Amelia! —Los gritos de Harry hacia su hermana eran fuertes, pero, aun así, la pelirroja seguía en un trance.
Petunia se alejó con miedo de los mellizos al notar cómo Lillian desprendía una magia abrumadora; lo mismo pasaba con Harry, que inconscientemente se acercó a su hermana con intención de abrazarla.
La magia protectora de los mellizos se desprendió de ellos, protegiéndolos de Petunia y de los dos integrantes más que se encontraba en la casa, la magia de Harry era un aura roja, mientras que el de Lillian de verde eléctrico, cuando el aura de Harry y Lillian se juntaron los colores del aura se mezclaron haciéndolo de un color amarillo.
( ⚠️ )
Mucho más tarde, Harry estaba acostado en su alacena oscura, se encontraba abrazando a su hermana que sollozaba aún dormida, Harry deseando tener un reloj. No sabía qué hora era y no podía estar seguro de que los Dursley estuvieran dormidos. Hasta que lo estuvieran, no podía arriesgarse a ir a la cocina, a buscar algo de comer para darle a su hermana que se encontraba débil.
Habían vivido con los Dursley casi diez años, 10 años donde ellos los maltrataban, hasta donde podía acordarse, desde que eran unos niños pequeños y sus padres había muerto en un accidente de coche. No podían recordar haber estado en el coche cuando sus padres murieron. Algunas veces, cuando forzaban sus memorias durante las largas horas en su alacena, tenían una extraña visión: un relámpago cegador de luz verde y un dolor como el de una quemadura en su frente, y en el caso de Amelia en su cuello. Aquello debía de ser el choque, suponía, aunque no podían imaginar de dónde procedía la luz verde. Y no podía recordar nada de sus padres. Sus tíos nunca hablaban de ellos y, por supuesto, tenían prohibido hacer preguntas. Tampoco había fotos de ellos en la casa.
Y pensándolo bien, era la primera vez que una discusión llegara a tal grado. Lillian en sí era tranquila, pero cuando se trataba de defender a su hermano o la memoria de sus padres, la furia la dominaba.
Lillian al despertarse se preguntó a sí misma, que, si ella realmente era el problema, cada noche Lillian se cuestionaba hasta de su existencia.
¿Algo estaba mal en ella?
Lillian solo necesitaba a alguien que fuera la luz de sus oscuridades.
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Nota de la autora
Re extrañe escribir esta historia nuevamente, espero y el capítulo les agrade, nos vemos en el siguiente, los quiero. 🫂
Recuerden que tengo un canal de difusión en WhatsApp, donde hablo y hablo y también doy spoilers y explicaciones de mis historias, si gustan seguirme; en mi tablero está el link. ❤️
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-Kamaristar
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