𓂅 𓄹 𝗪𝗔𝗥 𝗢𝗙 𝗖𝗨𝗥𝗦𝗘𝗦 𓄹 ✧
00 ┊ 🐲 PRÓLOGO
' 𝙻𝚒𝚕𝚕𝚒𝚊𝚗 𝚢 𝙷𝚊𝚛𝚛𝚢 𝙿𝚘𝚝𝚝𝚎𝚛 '
ɢᴜᴇʀʀᴀ ᴅᴇ ᴍᴀʟᴅɪᴄɪᴏɴᴇꜱ
»»——- ★ ——-««
Lily Potter sostenía en sus brazos una pequeña niña de cabellos rojizos, cuyos ojos no eran similares a los de su progenitora, Lillian poseía un par de ojos verdes tan profundos que podrían hipnotizar a cualquiera que la observara. Su cabellera era de tonalidad roja que todos podrían recordar las llamas del fuego.
Lillian era perfectamente hermosa ante los ojos de cualquiera.
Por otro lado, estaba James Potter, cargando a su segundo hijo, Harry Potter, quien era idéntico a él, con la diferencia de que el color de ojos era como los de su madre Lily. Los adultos Potter habían formado la familia que siempre habían soñado, tenían a sus hijos quienes eran su más grande adoración, la vida los estaba tratando tan bien que a su vez era tan raro estar en cierta paz, pero no se arrepintieron. No, ellos tenían lo que siempre desearon desde que se comprometieron.
Tenían a Lillian y a Harry Potter, sus pequeños hijos.
31 de octubre de 1981
El corazón de Lily Evans latía con una velocidad extremadamente rápida, desde que se levantó aquella mañana, la pelirroja tenía un mal presentimiento, y por mucho que quisiera ignorarlo simplemente no podía, algo dentro de ella, le indicaba que algo estaba mal.
Lily no podía evitar soltar una lágrimas rebeldes que corrían por sus rosadas mejillas, con su mano las quitó rápidamente, la pelirroja se metió rápidamente a bañar, al entrar a la ducha no pudo evitar llorar, los sollozos salían involuntariamente, su mente no divagaba otra cosa que no fueran sus hijos. El agua corría por toda la cara eliminando cada rastro de sus lágrimas, su corazón lo sentía extraño, era como si lo estuvieran apretando, cada vez que Lily cerraba sus ojos no dejaba de observar aquella imagen tan desgarradora.
Por otro lado James Potter pasaba por lo mismo, su respiración era entrecortada, James cargaba a Harry mientras veía dormir a su hija Amelia, eran tan inocentes, ambos tenían un alma extremadamente pura, que no podía dejar de compararlos con angeles.
James soltó una lágrima que fue limpiada rápidamente, el pequeño Harry solo observaba como su papá trataba de luchar y de sonreír para que o su hermana no lo vieran frágil. James no quiso comentarle nada a su esposa, no quería preocuparla.
James dejó a Harry en su cuna junto a Lillian, al dejarlo el camino hacia su mesita de noche y sacó un pergamino y una pluma, en ella comenzó a escribir una carta, una carta de amor y de nostalgia.
Mientras tanto Lily hacía lo mismo. Al terminar de bañarse y de vestirse agarro una hoja de cuaderno muggle y una pluma y bajo a la cocina, al darse cuenta de que no había nadie, camino a la mesa y sentó en la silla, ella respiro profundamente, sus ojos estaban cristalizados, el dolor de su pecho aun seguía en ella. Y como si no hubiera un mañana empezó a escribir su carta.
Ambos se despidieron de sus hijos mediante cartas, James y Lily Potter, se despidieron entre letras y recuerdos.
Habían pasado dos horas que se le hicieron eternamente. Ahora mismo los adultos Potter esperaban a familiares y amigos. Lily y James estaban atentos a todo y a todos.
Ellos se encontraban en la mansión Potter-E vans —Mansión que les fue regalada como regalos de boda por parte de la Familia de Lily—. Hoy era el día en que sus amigos y familiares conocerán a los hijos de Lily y James.
Ahora mismo estaban esperando a que sus familiares y amigos llegaran a la mansión Potter-Evans —su mansión fue un regalo de bodas por parte de la familia de Lily—. Era el día en que conocerían a sus hijos, un día que se suponía que sería memorable.
—¿James? —preguntó Lily en busca de su esposo.
—¿Si linda?
—¿Vendrá Peter a la cena? —interrogó Lily con notable angustia.
La desconfianza se le notaba, y era algo que Lily Potter podía esconder.
—Según Sirius, Peter había confirmado que sí, e incluso dijo que vendría junto con Remus.
—Bien...
—¿Por qué lo preguntas linda? —cuestionó el pelinegro con sumo interés.
—Por nada, ¿los niños están dormidos?
—Si, Amelia se quedó dormida primero y después Harry se quedó dormido junto con ella, ambos están en la misma cuna, quise separarlos, pero Harry lloró cuando no sintió a Lilian. Esa conexión no lo tiene cualquiera,
La pelirroja sonrió ante lo último que dijo su esposo, James caminó hacia ella, Lily lo observó, se miraba tan cansado, en su mirada se reflejaba la tristeza que ella también compartía. Eso era malo, todo era extraño.
Que Merlin se apiade de ellos.
—Te amo, Lily Potter, y siempre te amaré hasta la eternidad, te amaré en esta vida y en las otras, siempre serás mi más grande amor, la mujer con la que siempre soñé, la madre de nuestros hermosos hijos.
—No hagas esto, James.
—¿Qué cosa, Lily?
—No efectúes este acto en una despedida.
—Dilo Lily, por favor.
—También te amo James, y siempre te amaré con todo mi corazón, encuéntrame en otra vida, búscame entre el velo que nos separa, búscame en cada libro, en cada atardecer, encuéntrame por favor.
Ruidos se escuchaban fuera de su mansión, los nervios de los Potter aumentaron aún más, las puertas de la mansión empezaron a retumbar, tratando de derribarlas, la magia de Lily se estaba descontrolando, no por ella, sino por sus hijos.
Las lágrimas de ambos adultos se deslizaban de sus mejillas, Lily lo miraba con anhelo, amor y nostalgia. James se acercó a ella y le dio un beso en sus labios, y después le dio otro en su frente.
—Ve por ellos, y diles lo mucho que los amé, dile que me hicieron el brujo más feliz, y sobre todo muchas gracias, Lily, por hacerme padre. —murmuró James mientras agarraba la cadenita que reposaba en su cuello de Lily, una fina cadena que tenía un dije, una Dahlia.
Lily corrió rápidamente las escaleras apresurándose por llegar al cuarto de sus hijos, antes de entrar a la habitación miró hacia las escaleras en busca de una señal de James, una señal que nunca llegó.
Lilly cargó a sus hijos, y empezó a murmurar hechizos.
Por otro parte, James camino hacia la puerta y la abrió, los ojos de James se agrandaron de la sorpresa.
—Peter...
—Lo siento tanto James...
—Es mi familia.
—Pero no la mía.
James sacó su varita de su saco justo cuando Voldemort se acercó a Peter.
—Voldemort —pronunció James con desdén—. Tienes las agallas de venir a mi casa, con mi familia.
—Esos niños me pertenecen, la profecía así lo indica.
—¡EXPELLARMUS!
—¡AVADA KEDRAVA!
Cada destino donde ellos tuvieran gemelos, siempre sería el mismo final, uno de ellos tendría que sacrificar su vida por la de su hermano, cada universo que existe entre ellos, solo en uno, los Potter fueron felices.
¿Quién sacrificará a quién?
La luna deslumbraba por las calles de Privet Drive. Nunca se había visto un hombre así. Era alto, delgado y muy anciano, a juzgar por su pelo y barba plateados, tan largos que podría sujetarlos con el cinturón. Llevaba una túnica larga, una capa color púrpura que barría el suelo y botas con tacón alto y hebillas. Sus ojos azules eran claros, brillantes y centelleaban detrás de unas gafas de cristal de medialuna. Tenía una nariz muy larga y torcida, como si se la hubiera fracturado alguna vez. El nombre de aquel hombre era Albus Dumbledore.
—Me alegro de verla aquí, profesora McGonagall.
Se volvió para sonreír al gato, pero éste ya no estaba. En su lugar, le dirigía la sonrisa a una mujer de aspecto severo que llevaba gafas de montura cuadrada, que recordaban las líneas que había alrededor de los ojos del gato.
La mujer también llevaba una capa, de color esmeralda. Su cabello negro estaba recogido en un moño. Parecía claramente preocupada.
—¿Cómo ha sabido que era yo? —preguntó.
—Mi querida profesora, nunca he visto a un gato tan tieso.
—Usted también estaría tieso si llevara todo el día sentado sobre una pared de ladrillo —respondió la profesora McGonagall con desdén.
—¿Todo el día? ¿Cuándo podría haber estado de fiesta? Debo de haber pasado por una docena de celebraciones y fiestas en mi camino hasta aquí.
La profesora McGonagall resopló enfadada.
—Oh, sí, todos estaban de fiesta, de acuerdo —dijo con impaciencia—. Yo creía que serían un poquito más prudentes, pero no... ¡Hasta los muggles se han dado cuenta de que algo sucede! Salió en las noticias. —Torció la cabeza en dirección a la ventana del oscuro salón de los Dursley—. Lo he oído. Bandadas de lechuzas, estrellas fugaces... Bueno, no son totalmente estúpidos. Tenían que darse cuenta de algo. Estrellas fugaces cayendo en Kent... Seguro que fue Dedalus Diggle. Nunca tuvo mucho sentido común.
—No puede reprochárselo —dijo Dumbledore con tono afable—. Hemos tenido tan poco que celebrar durante once años...
—Ya lo sé —respondió irritada la profesora McGonagall—. Pero ésa no es una razón para perder la cabeza. La gente se ha vuelto completamente descuidada, sale a las calles a plena luz del día, ni siquiera se pone la ropa de los muggles, intercambia rumores...quieren que no sospechen de nosotros, pero ellos mismos los provocan.
Lanzó una mirada cortante y de soslayo hacia Dumbledore, como si esperara que éste le contestara algo. Pero como no lo hizo, continuó hablando.
—Sería extraordinario que el mismo día en que Quien-usted-sabe parece haber desaparecido al fin, los muggles lo descubran todo sobre nosotros. Porque realmente se ha ido, ¿no, Dumbledore?
—Es lo que parece —dijo Dumbledore—. Tenemos mucho que agradecer. ¿Le gustaría tomar un caramelo de limón?
—¿Un qué?
—Un caramelo de limón. Es una clase de dulces de los muggles que me gusta mucho.
—No, muchas gracias —respondió con frialdad la profesora McGonagall, como si considerara que aquél no era un momento apropiado para caramelos—. Como le decía, aunque Quien-usted-sabe se haya ido...
—Mi querida profesora, estoy seguro de que una persona sensata como usted puede llamarlo por su nombre, ¿verdad? Toda esa tontería de Quien-usted-sabe... Durante once años intenté persuadir a la gente para que lo llamara por su verdadero nombre, Voldemort. —La profesora McGonagall se echó hacia atrás con temor, pero Dumbledore, ocupado en desenvolver dos caramelos de limón, pareció no darse cuenta—. Todo se volverá muy confuso si seguimos diciendo «Quien-usted-sabe». Nunca he encontrado ningún motivo para temer pronunciar el nombre de Voldemort.
—Sé que usted no tiene ese problema —observó la profesora McGonagall, entre la exasperación y la admiración—. Pero usted es diferente. Todos saben que usted es el único al que Quien-usted... Oh, bueno, Voldemort, tenía miedo.
—Me está halagando —dijo con calma Dumbledore—. Voldemort tenía poderes que yo nunca tuve.
—Sólo porque usted es demasiado... bueno... noble... para utilizarlos, usted mismo se niega usarlos.
—Menos mal que está oscuro. No me he ruborizado tanto desde que la señora Pomfrey me dijo que le gustaban mis nuevas orejeras.
La profesora McGonagall le lanzó una mirada dura, antes de hablar.
—Lo que están diciendo —murmuró— es que la pasada noche Voldemort apareció en el valle de Godric. Iba a buscar a los Potter. El rumor es que Lily y James Potter están... están... bueno, que están muertos.
Dumbledore inclinó la cabeza. La profesora McGonagall se quedó boquiabierta.
—Lily y James... no puedo creerlo... No quiero creerlo... Oh, Albus... No puedo imaginar que no verán crecer a sus gemelos, tanto que los Potter añoraban con tener hijos y al final que se les cumplió el deseo ya no están más con ellos.
Dumbledore se acercó y le dio una palmada en la espalda.
—Lo sé... lo sé... —dijo con tristeza.
La voz de la profesora McGonagall temblaba cuando continuó.
—Eso no es todo. Dicen que quiso matar a los hijos de los Potter, a Lillian y Harry. Pero no pudo. No pudo matar a esos niños. Nadie sabe por qué, ni cómo, o que fue lo que sucedió, pero dicen que como no pudo matarlos, el poder de Voldemort se rompió... y que ésa es la razón por la que se ha ido.
Dumbledore asintió con la cabeza, apesadumbrado.
—¿Es... es verdad? —tartamudeó la profesora McGonagall—. Después de todo lo que hizo... de toda la gente que mató... ¿no pudo matar a unos niños? Es asombroso... entre todas las cosas que podrían detenerlo... Pero ¿cómo sobrevivieron Lillian y Harry en nombre del cielo?
—Sólo podemos hacer conjeturas, suposiciones—dijo Dumbledore—.
—No hay duda de que los pequeños Potter presenciaron la muerte de sus padres, ese dolor o ese recuerdo, si ellos llegan a recordar, los perseguirá por toda la vida y no sabemos realmente cómo sucedió todo esto. Tal vez nunca lo sepamos.
La profesora McGonagall sacó un pañuelo con puntilla y se lo pasó por los ojos, por detrás de las gafas. Dumbledore resopló mientras sacaba un reloj de oro del bolsillo y lo examinaba. Era un reloj muy raro. Tenía doce manecillas y ningún número; pequeños planetas se movían por el perímetro del círculo. Pero para Dumbledore debía de tener sentido, porque lo guardó y dijo:
—Hagrid se retrasa. Imagino que fue él quien le dijo que yo estaría aquí, ¿no?
—Sí —dijo la profesora McGonagall—. Y yo me imagino que usted no me va a decir por qué, entre tantos lugares, tenía que venir precisamente aquí.
—He venido a entregar a los hermanos a su tía y su tío. Son la única familia que le queda por ahora.
—¿Quiere decir...? ¡No puede referirse a la gente que vive aquí! —gritó la profesora, poniéndose de pie de un salto y señalando al número 4—. Dumbledore... no puede. Los he estado observando todo el día. No podría encontrar a gente más distinta de nosotros. Y ese hijo que tienen... Lo vi dando patadas a su madre mientras subían por la escalera, pidiendo caramelos a gritos. ¡Harry James Potter y Amelia Lillian Potter no pueden vivir ahí!
—Es el mejor lugar para él —dijo Dumbledore con firmeza—
—No solo es él, profesor Dumbledore, sino también es Lillian. No porque no sea reconocida ahora mismo, significa que debemos minimizar su dolor. No solo Harry perdió a sus padres, no solo el pequeño Harry sufrirá con los Dursley. También Lillian. No solo piense en él— dijo la profesora McGonagall
—Sus tíos podrán explicárselo todo cuando sea mayor. Les escribí una carta. —comentó Dumbledore, cambiando radicalmente el tema.
—¿Una carta? —repitió la profesora McGonagall, volviendo a sentarse—. Dumbledore, ¿de verdad cree que puede explicarlo todo en una carta? ¡Esa gente jamás comprenderá a los mellizos! ¡Serán famosos! una leyenda... o al menos Harry, pero eso no quiere decir que Lillian no sufrirá ¡No me sorprendería que el día de hoy fuera conocido en el futuro como el día de Harry Potter! Escribirán libros sobre Harry... Todos los niños del mundo conocerán su nombre.
—Exactamente —dijo Dumbledore, con mirada muy seria por encima de sus gafas—. Sería suficiente para marear a cualquier niño. ¡Famoso antes de saber hablar y andar! ¡Famoso por algo que ni siquiera recuerda! ¿No se da cuenta de que será mucho mejor que crezca lejos de todo, hasta que esté preparado para asimilarlo?
La profesora McGonagall abrió la boca, cambió de idea, tragó y luego dijo:
—Sí... sí, tiene razón, por supuesto. Pero ¿cómo van a llegar los niños hasta aquí, Dumbledore? —La profesora estaba de acuerdo, pero algo que le disgustaba era el hecho de que siempre omitía el nombre de Lillian. De pronto observó la capa del profesor, como si pensara que podía tener escondido a los hermanos.
—Hagrid los traerá.
—¿Le parece... sensato... confiar a Hagrid algo tan importante como eso?
—A Hagrid, le confiaría mi vida —dijo Dumbledore.
—No estoy diciendo que su corazón no esté donde debe estar —dijo a regañadientes la profesora McGonagall—. Pero no me dirá que no es descuidado. Tiene la costumbre de... ¿Qué ha sido eso?
Un ruido sordo rompió el silencio que los rodeaba. Se fue haciendo más fuerte mientras ellos miraban a ambos lados de la calle, buscando alguna luz. Aumentó hasta ser un rugido mientras los dos miraban hacia el cielo, y entonces una pesada moto cayó del aire y aterrizó en el camino, frente a ellos.
La moto era inmensa, pero si se la comparaba con el hombre que la conducía parecía un juguete. Era dos veces más alto que un hombre normal y al menos cinco veces más ancho. Se podía decir que era demasiado grande para que lo aceptaran y, además, tan desaliñado... Cabello negro, largo y revuelto, y una barba que le cubría casi toda la cara. Sus manos tenían el mismo tamaño que las tapas del cubo de la basura y sus pies, calzados con botas de cuero, parecían crías de delfín. En sus enormes brazos musculosos sostenía un gran bulto envueltos en mantas.
—Hagrid —dijo aliviado Dumbledore—. Por fin. ¿Y dónde conseguiste esa moto?
—Me la han prestado, profesor Dumbledore —contestó el gigante, bajando con cuidado del vehículo mientras hablaba—. El joven Sirius Black me la dejó. Los he traído, señor.
—¿No ha habido problemas por allí?
—No, señor. La casa estaba casi destruida, pero los saqué antes de que los muggles comenzaran a aparecer. Harry se quedó profundamente dormido, mientras que la pequeña no ha dormido nada no ha llorado, como que sigue en shock solo pestañeaba mientras volábamos sobre Bristol.
Dumbledore se inclinó a ver a un niño pequeño profundamente dormido. Bajo una mata de pelo negro azabache, sobre la frente, pudo ver una cicatriz con una forma curiosa, como un relámpago.
Y la profesora McGonagall se inclinó sobre las mantas. Entre ellas se encuentra una niña pequeña viéndola detalladamente, su cabello rojizo era como el fuego mismo, sus ojos eran penetrantes e intimidantes. En su cuello reposaba un collar con un dije de lirio. La profesora la cargó entre sus brazos con mucho cuidado. Al terminar de colocarle la manta, observó a un Harry dormido.
—¿Fue allí...? —susurró la profesora McGonagall.
—Sí —respondió Dumbledore—. Tendrá esa cicatriz para siempre.
—¿No puede hacer nada, Dumbledore?
—Aunque pudiera, no lo haría. Las cicatrices pueden ser útiles. Yo tengo una en la rodilla izquierda que es un diagrama perfecto del metro de Londres. Bueno, déjalos aquí, Hagrid, es mejor que terminemos con esto.
—Una última cosa, Profesor Dumbledore.
—¿Dígame Minnie?
—¿Cuál es el motivo por el cual Lillian no tiene también una marca? —era una pregunta interesante. Minerva esperaba una respuesta, mientras que Dumbledore buscaba una excusa.
—Es probable que el hechizo que realizó Voldemort únicamente rebotó en Harry, y no en su hermana, solo fue suerte. —respondió sin importancia en el director.
—De acuerdo...
Dumbledore se volvió hacia la casa de los Dursley.
—¿Puedo... despedirme de ellos, señor? —preguntó Hagrid.
Inclinó la gran cabeza desgreñada sobre Harry y su hermana y le dio un pequeño beso, raspándolo con la barba. Entonces, súbitamente, Hagrid dejó escapar un aullido, como si fuera un perro herido.
—¡Shhh! —dijo la profesora McGonagall—. ¡Vas a despertar a los muggles!
—Lo... siento —lloriqueó Hagrid, y se limpió la cara con un gran pañuelo—. Pero no puedo soportarlo... Lily y James están muertos... y el pobrecito Harry tendrá que vivir con muggles... y su pequeña hermana también.
—Sí, sí, es todo muy triste, pero domínate, Hagrid, o van a descubrirnos —susurró la profesora McGonagall, dando una palmada en un brazo de Hagrid, mientras Dumbledore pasaba sobre la verja del jardín e iba hasta la puerta que había enfrente. Dejó suavemente a los mellizos en el umbral, sacó la carta de su capa, la escondió entre las mantas de los niños y luego volvió con los otros dos. Durante un largo minuto los tres contemplaron al pequeño bulto. Los hombros de Hagrid se estremecieron. La profesora McGonagall parpadeó furiosamente. La luz titilante que los ojos de Dumbledore irradiaban habitualmente parecía haberlos abandonado.
—Bueno —dijo finalmente Dumbledore—, ya está, solo espero que Amelia duerma, no deja de agarrar su pequeño dije, algo hace que se aferre tanto en esa cadena. Pero bueno ya no tenemos nada que hacer aquí. Será mejor que nos vayamos y nos unamos a las celebraciones.
—Ajá —respondió Hagrid con voz ronca—. Más vale que me deshaga de esta moto. Buenas noches, profesora McGonagall, profesor Dumbledore.
Hagrid se secó las lágrimas con la manga de la chaqueta, se subió a la moto y le dio una patada a la palanca para poner el motor en marcha. Con un estrépito se elevó en el aire y desapareció en la noche.
—Nos veremos pronto, espero, profesora McGonagall —dijo Dumbledore, saludándola con una inclinación de cabeza. La profesora McGonagall se sonó la nariz por toda respuesta y reposo un pequeño beso en la cabeza de la pelirroja.
—Te deseo la suficiente paciencia, pequeña, haz que tu nombre que en alto también, no permitan que se olviden de ti. Sé lo suficientemente fuerte Lillian. —Susurró McGonagall
Dumbledore se volvió y se marchó calle abajo. Se detuvo en la esquina y levantó el Apagador de plata. Lo hizo funcionar una vez y todas las luces de la calle se encendieron, de manera que Privet Drive se iluminó con un resplandor anaranjado, y pudo ver a un gato atigrado que se escabulle por una esquina, en el otro extremo de la calle. También pudo ver el bulto de mantas de las escaleras de la casa número 4.
—Buena suerte, hermanos Potter —murmuró. Dio media vuelta y, con un movimiento de su capa, desapareció.
Una brisa agitó los pulcros setos de Privet Drive. La calle permanecía silenciosa bajo un cielo de color tinta. Aquél era el último lugar donde uno esperaría que ocurrieran cosas asombrosas.
El pequeño cuerpo de Lillian Potter, se dio una vuelta entre las mantas, quedando frente a su hermano. Una mano pequeña tocó la de Harry, haciendo que la pequeña Potter suspirara para quedarse profundamente dormida, junto a su hermano. Sin saber que en unas pocas horas le haría despertar el grito de la señora Dursley, cuando abriera la puerta principal para sacar las botellas de leche. Ni que iba a pasar las próximas semanas pinchado y pellizcado por su primo Dudley... No podía saber tampoco que, en aquel mismo momento, las personas que se reunían en secreto por todo el país estaban levantando sus copas y diciendo, con voces, quedas: «¡Por Harry Potter... el niño que vivió! Dejando en el olvido a su valiente hermana, la pequeña reina que también sobrevivió, la pequeña, lirio que sobrevivió a las verdaderas garras de la primera guerra y de Voldemort, Lillian Potter, la pequeña pelirroja que soportó la magia negra en su corazón atormentado.»
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro