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Capítulo 52

—¿Asesinaste al Capo para estar despierta a estas horas mujer? —cuestionó Christopher al ver ingresar a Diana en la cocina sin compañía del italiano.

Ella sonrió con descaro.

—Soy mujer, puedo asesinarlo de otras maneras.

—Mucho dato innecesario sobre mi jefe.

—Tú lo preguntaste. —río con gracia ubicándose al frente suyo con un extraño gesto en el rostro. Solo podía significar una cosa.

Con la mirada fija y los antebrazos cruzados al pecho analizó su semblante.

—Dispara. —dijo el hombre.

—Quizás te lastime... Pero no quiero andar con rodeos. ¿Dónde se está hospedando?

Terreno peligroso...

—No voy a hablar.

—Si no lo haces tú, no importa. Otra persona podrá hacerlo. —afirmó despreocupadamente tomando una tostada del plato y dando un mordisco.

—Temo por tu siguiente víctima.

—Deberías hacerlo... Quizás el universo me bendiga y lo haga ingresar pronto por esa puerta.—comentó Diana señalando en dirección a la puerta de entrada.

Mágicamente las puertas se abrieron de golpe abriendo paso a García. Una sonrisa de oreja a oreja bañó el rostro femenino, eso solo significaba una cosa... Peligro. El silencioso desafío de la mirada de la mujer exhibió sus verdaderas intenciones.

Diana asintió, lo iba a hacer caer. Desde su lugar Christopher negó en silencio, lo cual significaba una real advertencia.

—Te lo diré si no te pavoneas en los dientes de ese cocodrilo. —susurró antes que el colombiano llegue a la mesa.

—No serás sincero si estás de lado de Valentino. —murmuró poniéndose de pie para recibir al recién llegado.

—Si anoche estabas deslumbrante por las mañanas eres impresionante mujer. —agregó quitándose los lentes de sol.

Christopher agradeció la ausencia del Capo, especialmente por la forma en la que el colombiano dejaba vagar las manos por la castaña, por más que quería negarlo sus reacciones corporales evidenciaban su incomodidad.

—Es bueno verte. ¿Ya desayunaste?

—No, venía a hacerlo junto a ustedes, eres un encanto, mujer. —verbalizó Federico.

—No habrá problema alguno siempre y cuando recuerdes que es una mujer casada. —la voz de Valentino llamó la atención de los presentes.

A su vez despertando otra clase de apetito en Diana. El hombre vestía bermudas con la camisa abierta evidenciando sus cicatrices y su torso trabajado, sonrío de forma desafiante con una ceja enarcada y las suaves ondas de su cabello suelto.

Nacido para jugar a su antojo con el pobre corazón de las mortales.

—Hay terrenos privados en los que vale la pena saquear... No me interesaría lidiar con las consecuencias. —desafió Federico, aunque si tuviese el más mínimo sentido común descubriría que sería el error más grande en su vida.

Quedaron por unos segundos intercambiando miradas fijamente. Ese tipo de actos nunca presagiaba nada bueno.

—El café se enfría muchachos y no planeo esperarlos cuando el apetito me nubla la consciencia. —rompió la escena Diana con una sugerente sonrisa.

Los hombres cambiaron la dirección de su atención con una sonrisa amigable.

—La dama tiene razón, no faltemos el respeto a su presencia. —agregó García con una sonrisa ladina.

El resto del día fue precioso para Diana, aunque constantemente intervenía en las fricciones del italiano y del colombiano.

El aire fresco batía el cabello de la castaña junto al vestido de playa que vestía. Valentino se encontraba en la sala compartiendo una copa de whisky junto a García a la vez que mezclaban un poco de negocios y risas.

Algo fuera de lo común para los italianos, pero de una forma u otra se las apañaban para salir a flote de la situación.

Con el vino en la mano Diana hizo un suave gesto similar al de un brindis a su esposo que no pasó desapercibido acompañado con una mirada cargada de promesas.

—¿Disfrutas de nuestras tierras, belleza?

La presencia extra llamó su atención.

—Es un paisaje precioso, señor García. Gracias por la invitación. —el hombre sonrió complacido.

Ella apoyó su espalda en el barandal del balcón, bebiendo con calma. En un suave vistazo, descubrió la ausencia de Valentino y el resto de los italianos.

—Fue todo un gusto.

—Espero que mi esposo y usted puedan llegar a establecer un buen negocio.

—Por favor, deja de tratarme de usted, dime Federico o Fede. Eso sonaría mejor salir de tus labios.

Giro totalmente inadecuado de la situación. Ella sonrió falsamente inocente.

—Efectivamente lo que me contaron de ti, no te hace justicia... —susurró tomándola desprevenida.

—¿Y se puede saber que te contaron acerca de mi?

—Uff... Si te dieras una idea. —la miró fijamente. —Es difícil de creer cuál mujer es con la que hablo ¿Con la que lloró al inicio? ¿O con la mujer que esconde fuego y oscuridad en su mirada?

Su sonrisa se borró momentáneamente.

—No eres quién dices ser, aunque... Eres muy buena, de no haber leído tus advertencias habría caído a tus pies...

La risa de Diana repercutió en el balcón.

—Supongo que es lo que hay.

—Quién iba a creer... El arma más letal del italiano posee una sonrisa preciosa.

Diana dejó caer las insinuaciones en el silencio.

—¿Te subestiman demasiado en donde estás? —cuestionó el colombiano. Evidentemente sus ideas eran plantar semillas de duda.

No lo iba a lograr.

—La mayoría de las veces.

—¿Son por sus tontas reglas tradicionales? Apuesto que debe ser tedioso para ti cumplir con cada una de ellas...

Diana bebió regresando su vista al paisaje. No obtuvo respuesta.

—Supongo que es hora de regresar con el resto...

—Si la noche no es como la esperabas... En mi habitación aguarda una cama caliente. — sugirió con descaro. —Ten por seguro que no te faltará nada.

—Suena a algo definitivo.

—La verdad no me importaría lidiar con las moscas en la sopa si quieres que sea definitivo. —afirmó acariciando el antebrazo de Diana para luego abandonar el lugar.

El pesado suspiro de Diana posiblemente no pasaría desapercibido si hubiese estado presente alguno de los italianos.

Sin darse cuenta se había desplegado una posibilidad, una de la que Valentino obviamente no querría oír nada.

De salir todo absolutamente mal, un fuerte peso caería sobre sí. Especialmente temía a la reacción del italiano, jugar este juego representaba demasiada cercanía con el colombiano, especialmente por las noches.

Convencerlo a hablar implicaría más que una serie adolecente de coqueteos. Lo cual estaba en contra.

***

—¿Se movió algún mueble en mi ausencia? —preguntó Diana ingresando a la habitación mientras el italiano continuaba en su asiento.

—No, pero ¿Qué hay de ti? ¿Te contó alguna novedad García? —sabía a donde se dirigía.

—La verdad que no... Aunque sabes muy bien que no accedería.

—Puedes engañar a cualquiera. —sonrío erizando su piel. —No a mi, señora De Luca...

Ella resopló ubicándose en el reposabrazos de su sillón.

—No necesitas saber en donde hospeda ¿Acaso quieres visitarlo para vaciarle dos cargadores en su cabeza?

Christopher.

—En la familia asesinamos a los soplones. —confesó Diana.

—No cuando es información valiosa para su capo.

Con una pequeña sonrisa recostó su cuerpo sobre Valentino.

—Creo que antes de acusarlo con Renata... Voy a probar ese jacuzzi. —se puso de pie en aquella dirección, donde a mitad de camino quitó su vestido lanzándolo al suelo.

Valentino sonrió.

—Ese trozo de tela al que llamas bikini, estuvo atormentando mi cabeza todo el día.

—¿Sí? Yo creí que te encantaba... —susurró modelando de forma sugerente.

La camisa de Valentino acompañó al vestido de Diana en el suelo. A pasos firmes la siguió hasta el jacuzzi en donde la castaña se encontraba de espalda con una mano probando la temperatura del agua.   

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