
Capítulo 46
Sus ojos lo estudiaron por segundos.
—¿Pasa algo, Constantino?
El italiano no respondió.
El jet inició sus movimientos de despegue, eso solo podía significar una cosa.
Se alejó del tatuado para mirar por la ventanilla del avión, encontrándose con la firme figura de Valentino.
Su gesto denotaba el más frío de los infiernos, inconscientemente el hombre se había vestido de negro para la ocasión, aumentando su atractiva peligrosidad. No iba a doblegar su punto.
Sacó su móvil realizando la marcación rápida. A través de la ventanilla con el teléfono en su oído, vio al italiano sacarlo del bolsillo de su pantalón.
—No te atrevas.
—Es un poco tarde para no atreverme.
—Vas a detener este maldito avión y traerás tu trasero aquí inmediatamente. —ordenó Diana. —Sino-
—¿Sino qué? —ironizó el hombre.
—No debiste decidir por mi.
—Creo que es un poco tarde para que intervengas. —sonrió conectando con su mirada. —Ya lo hice.
El italiano sin nada que agregar elevó en su mano el teléfono móvil, demostrando el momento exacto que daba por finalizada la llamada.
—¡Valentino De Luca!
Él no pudo oír la frase final, aunque por el enérgico movimiento de labios que veía por la ventanilla comprendió que seguro su mujercita se encontraba diciendo una sarta de maldiciones que haría sonrojar hasta a un marinero.
El gesto no cambió al ver despegar al avión.
—Apuesto a que en este momento Constantino debe pensar que lo odias. —rompió el silencio Andrea.
—Mejor allí que aquí.
—Ella estará molesta, Valentino. —agregó Bruno.
—La prefiero molesta, a que feliz caminando en dirección a la muerte.
—No te culpo, yo habría hecho lo mismo. —confesó Christopher.
—Va-va, no alimentes el ego del hombre. —bromeó Stefano abriendo un paquete de papas fritas.
Las risas suaves de los hombres se opacaron con la presencia de Khalid.
—Muchachos, ya está todo listo para la partida.
—Que comience la fiesta. —agregó el rubio tomando la delantera.
—Stefano, no hables con la boca llena. —dijo Andrea. —Espero que la próxima te ahogues.
—Envidioso.
DIANA
—¿A dónde se supone que vamos? —resopló. —Ya, no me digas podemos estar yendo a cualquier lado, pero menos a Cartagena.
—Estás en lo cierto. Aunque no tengo permitido decirte a dónde nos dirigimos.
—¿Lo sabías desde un principio?
El de ojos azules la miró directamente lanzando un suspiro.
—En realidad, lo sospechaba. No es de sorprenderse que Valentino se use a si mismo de escudo con tal de tenerte a salvo.
—No quiero que sea mi escudo. —susurró Diana con los ojos aguados.
Constantino miró por su ventanilla dejando un espacio de varios minutos en silencio, regresó su atención a los movimientos de la castaña.
En lo transcurrido se había quitado los zapatos colocándose como a un ovillo mientras veía el paisaje con cierta tristeza. Esa mujer amaba con su vida a su mejor amigo.
—Nos vamos a Grecia.
***
Había transcurrido horas del aterrizaje, en los había optado por no responder las llamadas y mensajes de Valentino.
Continuaba molesta.
—¿Cuánto tiempo estaremos aquí? —cuestionó Diana con pesar.
—El necesario. —respondió Consta sujetándose el tabique de la nariz.
—¿Qué haces? Luces cansado.
Elevó sus ojos encontrándola con la mirada cautelosa del hombre.
—¿Acaso te doy miedo? —bromeó ella ganando su interés.
—Solo estoy siendo cauteloso. Te conozco en acción y no me gustaría darte motivos para actuar.
—Valentino ya dijo que debo quedarme aquí y por una vez en mi vida obedeceré... —dijo resignada. —Porque cada vez que pienso y actuó alguien sale herido... Y ese alguien siempre es Valentino.
Consta la estudió.
—Tengo unos negocios para hacer... ¿Te importaría ayudarme con el papeleo?
La sonrisa tranquila con aquel asentimiento no mató la emoción de desesperación y tristeza de sus ojos, si no podía alegrarla, la mantendría tranquila. En el escritorio el móvil de la castaña iluminó su pantalla, ella lo miró y continuó con el trabajo conjunto.
El aparato se iluminó nuevamente logrando que la castaña lo ponga con la pantalla hacia abajo. El teléfono de la casa de alquiler comenzó a sonar, Consta se extrañó, tenían estrictas reglas de no atender los teléfonos.
Un teléfono sonó nuevamente, era el suyo.
Valentino.
—¿Sí?
—Hasta que al fin responden, estaba a punto de pedir a nuestra gente a que vaya a comprobar por ustedes. —dijo el italiano a través del móvil. —¿Sigue molesta?
Constantino no respondió de inmediato, para ese entonces había ganado el interés de la castaña.
—Se le pasará. —dijo el de ojos azules, con el teléfono en su oído.
—¿Está ella en la misma habitación que tú? —preguntó entre dientes, sabía la esperada reacción de su capo.
Con rapidez se puso de pie en dirección al balcón.
—Le di trabajo en el qué mantenerse ocupada. —el temperamento del italiano bajó. —¿Cómo les va a ustedes?
—Nosotros estamos a un par de horas de llegar, el resto de nuestra gente ya llegó a tierra firme e inició la organización de las ubicaciones.
—Eso es muy bueno saberlo. —volteó en dirección a la oficina, descubriendo la ausencia de Diana lo cual fue extraño. Pero no se alarmó mirando el paisaje nuevamente. —¿Saben algo sobre García?
—Si, te envié la ubicación antes de llamar. También tendremos visitas... Phillip está hospedado en un hotel cercano.
—Eso justifica tu reacción en cuanto a ella...
—Recuerda, no le quites los ojos de encima.
Sin recibir respuesta, la comunicación llegó a su fin.
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