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Capítulo 45

El fin de semana llegó trayendo con ello la preparación de un almuerzo de celebración. La amplia mesa aguardaba la presencia de destacadas personas de poder.

—No quiero ser mala, pero esta reunión me trae un raro presentimiento. —comentó Cecilia llevando la copa de vino a sus labios.

La pelirroja no pasó desapercibida cuando un codazo reprobatorio por parte de Stella llamó su atención.

—¿Y ahora que dije? Solamente dije la verdad, tía.

—Con esos comentarios vas a bajar más el ánimo de mi pequeña Diana. —susurró observando en dirección a la castaña que permanecía ensimismada en un rincón bebiendo de su copa de vino.

—Está un poco preocupada es todo. —afirmó la voz de Valentino a sus espaldas asustando a las mujeres. —Me alegra saber que se preocupan por ella.

—Pero asustarnos y meterte en conversaciones ajenas no habla bien de ti, primo. —agregó la pelirroja.

El italiano sonrió con gracia atravesando el lugar hasta llegar al lado de su mujer.

—Señora De Luca, ¿Nos ubicamos en la mesa? —la castaña asintió sonriendo como si momentos previos no hubiese estado perdida en sus pensamientos.

Valentino movió la silla para Diana ubicándose a su lado, hasta que un llamado de los hombres lo hizo abandonar momentáneamente la mesa. Quedando en uno de los lados juntos a los mayores intercambiando palabras a la vez que rellenaban sus copas de alcohol.

—Es bueno verlos juntos. —murmuró Renata a la castaña usando el asiento a su lado.

Sonrió.

—Es bueno verte andar a los alrededores de Christopher. —la pelinegra se sonrojó instantáneamente. —¿A qué le temen? Opino que ambos deberían dejar de jugar esos jueguitos mentales y arriesgarse. Ambos están flechados el uno por el otro.

—Dios sabe lo que estoy arriesgando... —dijo nostálgica. —¿Cómo haces para verlo salir por la puerta y no saber si regresará, Diana?

La sonrisa que colgaba los labios de la De Luca abandonó su rostro lentamente abriendo paso a la tristeza.

—En realidad no pienso en eso... Antes de haber pisado estas tierras, él ya tenía una reputación que era de temer en este mundo... Tengo miedo a que no vuelva, pero temo más a obligarlo ser un hombre que no es. Esto es y esto somos.

—A veces creo que no tengo la fuerza suficiente.

—No, no somos fuertes. Nos hacemos fuertes juntos. —sonrió. —Es por eso que hice cosas malas de las cuales no me arrepiento.

—De eso puedo estar segura, ahora que lo pienso... Yo no soy diferente.

Las mujeres continuaron su conversación en diversos temas alivianando el ambiente cambiando las facciones preocupadas de Diana.

—Así que van a Cartagena ¿Eh? —comentó Lorenzo Galtieri.

—Si, le prometí a mi esposa unas vacaciones que aún continúan pendiente ¿No es así, bambolina? —verbalizó Valentino abrazándola. —Serán unas hermosas vacaciones...

La sonrisa en los gestos de los presentes opacó el tic nervioso que se activó con el hoyuelo del italiano, demasiado asustados para asumir que quizás las cosas no sean como las pintan.

—¿Entonces esta es una pequeña despedida? —cuestionó el mayor de los De Luca.

—Solo será una pequeña luna miel. —reafirmó el italiano.

—¿Qué tal la seguridad? —intervino Stella.

—Tienes presente a mis mejores hombres.

La mujer vagó su mirada por los hombres presentes en la mesa.

—Creamos un nuevo sistema de seguridad. —habló Christopher. —Esta vez, es diferente.

Por más que la mujer sonrió, su luminosidad alcanzó sus ojos. Estaba aterrorizada.

—Me alegra saberlo. —finalizó.

—¡Bien! Creo que un buen juego de póker nos animará. —cambio de tema Bruno.

—Me parece perfecto porque no sé jugar.

—No eres la única Diana, enséñenos en una de esas podemos tener una muy buena mano. —agregó la pelirroja.

—Mujeres versus hombres. ¿No suena bien? —mencionó Renata junto a los presentes que se encaminaban a la sala.

***

El circulo más cerrado de la pareja optó por despedirse con anterioridad antes de la hora del vuelo acordada. El jet privado que los esperaba comenzó a mover sus aspas, todo iba normal.

Menos el humor de Diana.

—Soy una adulta para tomar mis propias decisiones.

—No estoy diciendo lo contrario, solo trato de advertirte. —dijo Valentino.

—Esa advertencia huele más a coacción.

—Ambos sabemos lo que sucederá.

—Valentino, estoy enojada y no estás ayudando precisamente.

—¿Enojada, porqué?

—Vienes aquí y me obligas a decir a mi amiga Rosita que no me encontraré con ella, solo porque tú no me quieres en cercanías de su hermano.

—Diana, no estoy equivocado. Estamos de camino a un país en donde si no nos comportamos, nos pueden dar la bienvenida con un disparo en las rodillas o en la cabeza.

Diana se aproximó quedando cara a cara sin temor alguno.

—Y yo que te creía valiente. —susurró.

Con la misma determinación que se aproximó intentó alejarse con velocidad, pero el agarre de Valentino en su antebrazo la hizo regresar chocando con su fornido pecho. Nuevamente quedando cara a cara, la expresión feroz del italiano nubló el coraje de la castaña a la vez que el sonido del impacto de la mano del hombre en su nalga repercutió como eco en el aeródromo.

La sorpresa la golpeó en el momento que su rostro se tornaba a rojo de vergüenza.

La había nalgueado en público a modo de mejorar su conducta.

Valentino no cambió su expresión en absoluto, aunque la castaña estaba apenada por la situación. Su ropa interior y su agitación, no decían lo mismo.

—Será mejor que te comportes, si no quieres que te coloqué sobre mis rodillas para disciplinarte en frente de todo el mundo.

Ella liberó su cuerpo del agarre elevando su frente sin perder contacto con su mirada, por más que quiso ignorar aquel hecho, no podría justificar lo que vieron parte del personal. Entre ellos, sus conocidos más cercanos.

Asintió molesta encaminándose al jet.

—¿Bambolina? —cuestionó el italiano.

—¿Sí?

Sin recibir respuesta alguna Valentino se acercó colocando un tórrido beso en sus labios.

—Sube al jet y espérame allí...

Para este punto sentía las piernas de gelatina con cada escalón. Estudió el lujoso vehículo atravesándolo para descubrir cómodos sillones, e incluso una habitación privada al final del pasillo.

Le hacía calor.

Los minutos corrían y el italiano no aparecía, la cruda sospecha la inundó. Aunque al ver por su ventanilla el escenario de Valentino, Christopher y Constantino dialogando la tranquilizó.

Abandonó la comodidad de su asiento para llamar a su esposo.

—¿Ya vienen? —preguntó preocupada sacando su cuerpo por el único acceso.

—Si, bambina. ¿Me alcanzas un papel de la cajonera del asiento?

Asintió.

Al voltear su atención al pedido, escuchó el sonido de pasos subir las escaleras para finalmente oír cerrar el ingreso.

Seguro es Valentino.

—No encuentro el papel que dices, cariño-

La castaña se silenció repentinamente cuando vio al hombre que acababa de ingresar.

No era a quién esperaba, su sonrisa se borró completamente.  

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