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🍃|Capítulo 7.|🍃

| 虚栄心 |

Capítulo  7.
“Arthedain”

El dolor era profundo, una punzada, como si le hubieran clavado en el pecho una lanza y la giraran muy lentamente buscando torturarla. Soltó un bajo quejido, sus piernas le fallaron y se desplomó de rodillas, intentando quedarse callada para no alertar a los demás que estaban abajo esperando.

Aldora había bebido la última medicina que tenía. Su amiga Merlín se la había obsequiado desde hace mucho, conociendo su situación y siendo la única que puede preparar ese elixir que le permite a la albina recobrar su cordura y disipar su maldición. Sabe que cuando se sale de control no hay vuelta atrás, y no puede detenerse hasta que su sed quede saciada. No podía seguir pidiéndole sangre a su capitán, o al inmortal, ni mucho menos a la gigante. Debía beber del sustituto aunque éste le trajera mucha agonía como efecto secundario. Los dolores no se hicieron esperar entonces. Sintió sus mejillas arder, siendo índice de que sus marcas en éstas desaparecían y de que su cuerpo regresaba a la normalidad. Los cuernos en su cabeza desaparecieron. Aún intentando aguantarse las ganas de gritar por el inmenso dolor, apretó su estómago y clavó sus uñas sobre sus palmas para distraerse un poco, se desplomó en el suelo de rodillas, mordiendose la lengua y comenzando a sentir en su boca combinada con la saliva un sabor a metal. Era su propia sangre.

Jadeó cansada al sentir esta vez que el dolor comenzaba a disiparse, y pasó sus manos sobre su largo cabello para calmarse un poco y poder relajarse. Estiró sus manos hacia el lavabo y se apoyó, para volver a verse en el espejo, viéndose a ella otra vez. Su cabello era blanco, sus ojos azules, su piel era blanca y sin marcas. Su cabeza no tenía cuernos ni nada, y sus colmillos ya no sobresalían de su boca. Intentó normalizar su respiración. Estaba sudando, mucho más que la anterior vez, pero era algo que podía soportar. O más bien, era algo que debía soportar.

Ya calmada y como si nada, abrió la puerta del baño saliendo a pie. No tenía energías suficientes para flotar ahora, y quizás necesitaría un poco de ésta para después. Bajó las escaleras y llegó torpemente con los demás, siendo el centro de atención. Diane que asomaba un ojo por la ventana del Boar Hat, sintió lastima por ver a su amiga de esa forma. Ban y Meliodas también se habían dado cuenta de ello, y sin hacerse esperar el rubio llenó un tarro con agua caliente, para dársela de beber. Ban le pasó un tazón con manzanas cortadas en pedazos, combinadas con ballas rojas y azules, y fresas. Elizabeth aún estaba algo confundida por el comportamiento de los pecados, pero no dijo nada y simplemente se sentó a un lado de la otra albina, observando como ella bebía del té rojo que Meliodas le preparó y comía del tazón que Ban le dio. Todos ellos  sabían que hacer cada vez que veían a Aldora de esa forma, pues conocían que estaba enferma de su maldición, y desde que no tiene su medicina con ella, le va peor y amenaza con matarla; aunque en realidad eso nunca pasará.

Las Diosas simplemente le pusieron aquello para verla sufrir.

—–Disculpe. Señorita Aldora.—habló Elizabeth mirando a la albina con preocupación.—–¿Se encuentra bien?

—–No te preocupes por mí, Elizabeth.—sonrió ella, forzada, dejando el tarro a un lado.—–Estoy bien. Es un poco de malestar, sólo eso.—sonrió.—–Pero ya estoy bien, y quiero acompañarlos a la Necrópolis.—miró a Ban y a Meliodas que no parecían muy seguros.

—–¿En tu Estado? No lo creo, enana.—habló Ban, inseguro de aquello.

Aldora bajó la mirada, y negó. Ella quería ir con ellos. Quería asegurarse con sus propios ojos de que el alma de Arthedain, su amado Arthedain estuviera ahí. Mordió su lengua hasta el punto de clavar sus colmillos en su propia lengua. Necesitaba saber si su amado Arthedain estaba ahí, si estaba bien, si la extrañana tanto como ella a él. Necesitaba verlo aunque fuera por una última vez. Los pecados restantes observaban con pena a la albina, pero aunque ella estuviera mal y le rogaran de rodillas que ella se quedara, sabían a la perfección que no lograrían conseguir nada. Aldora era terca, muy terca, hacía lo que ella quería. Notaron en ella una sonrisa ladina, con la mirada ennegrecida, sus colmillos se notaban, y se veía una postura malvada.

–—Oh~ amigos~ Es lindo que se preocupen por mí.—levantó la mirada mientras un brillo en los ojos azules de notaba.—–Pero ustedes saben que la sumisión no es lo mío. Lo siento tanto~—flotó hacia la puerta dispuesta a salir.

Meliodas y Ban que la observaban, negaron sin poder hacer nada en realidad. Simplemente salieron detrás de ella, pues comprendían su situación. Meliodas conocía a Arthedain por medio de historias que ella relataba con emoción y melancolía. Ban sabía a la perfección cómo se sentía Aldora, pues él también pasaba por casi lo mismo. De hecho, como he dicho anteriormente, ambos perdieron a sus amados en situaciones trágicas y por su culpa. Diane en cambio, aún era ciega a eso, pues  Aldora nunca le habló sobre como se sentía en realidad. Ella de llevaba mucho mejor con los hombres, a pesar de ser de una apariencia tan frágil, sensual y femenina.

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Fueron transportados a la Necrópolis exitosamente por medio de un portal natural o algo así, siendo rodeado de flores rosadas y hermosas que perfumaron el aire con un olor placentero al olfato y dulce, que podía antojarte de comer un pastel. Sin que ellos lo notaran en realidad, King, el pecado con el que se encontraron anteriormente, se coló al momento de ellos ingresar, y de esa forma pudo transportarse a la Necropolis junto con sus antiguos amigos. Pudieron llegar a la Necrópolis sanos y salvos, aún sin sospechar de la amenaza que los acechaba.

La Necrópolis era un lugar de cielo verde, lleno de cristales azules de diferentes tamaños y largos. Era desolado, pero el aura que reinaba en el lugar era más bien de paz y tranquilidad, cosa que necesitaban los muertos que llegaban ahí. O bueno, al menos Aldora lo sintió así. Ban se perdió de la vista de los demás pecados, Aldora también hizo lo mismo, pero ambos se fueron por lados diferentes en busca de encontrarse con su amado o amada. King también se alejó para buscar a su querida hermana, quien fue asesinada por un demonio pero murió prácticamente por culpa de Ban, por culpa de la avaricia, pues ese era su pecado. Aldora en cambio, se alejó buscando por todos lados a esa alma que tanto anhelaba ver después de tanto tiempo. Pero por desgracia, no tenía éxito de ello. Flotó tristemente hacia un cristal, sintiendo frustración. Se cubrió el rostro con la capa que llevaba desde siempre, y suspiró con pesadez al sentirse desanimada.

–—Aldora...—entre la poca brisa que habitaba ahí, escuchó una voz conocida, alguien que desde que recuerda estuvo con ella, siendo su compañia.–—¡Aldora...!

Ella levantó la mirada. Al encontrarse con uno de los rostrosque tanto extrañó, abrió los ojos de par en par llenándose de asombro, por verla a ella.

–—¿Charithy?—preguntó, sorprendida. Estiró su mano con inseguridad, pero pudo tocarla.–—¡Charithy, eres tú!—sus ojos no tardaron en aguarse.

Charithy era la antigua dama de compañia para Aldora, cuando ella aún era princesa de Diamantir y la guerra aún no había empezado. Charithy era en realidad de la misma edad de Aldora, están juntas prácticamente desde el nacimiento de la princesa. Ella era la hermana menor de Arthedain, y fue por la rubia de delicado cuerpo que Aldora pudo conocer a su amor platónico en ese entonces. Ella era rubia, de ojos azules como su hermano, de facciones delicadas y delgadas, no tenía un cuerpo tan curvilíneo como el de su princesa, pero aún así, ella también podía conquistar. En el castillo, Charithy era la confidente de Aldora, y como mayormente ella andaba encerrada en su habitación por orden del Rey, Charithy se encargaba de llevarle comida y otras cosas necesarias. Cuando la albina salía a pasear por el pueblo, iba siempre acompañada de Charithy, y Arthedain a un lado para asegurar su protección, siempre vistiendo con una capa que le cubría el rostro, pues las personas le tenían a la princesa un profundo temor, por creer que estaba maldita.

En Diamantir, era un símbolo de mala suerte que vieras el rostro de Aldora.

—–Sí, querida hermana.—sonrió acercándose a abrazar a la albina.—–Soy yo, siempre he sido yo...—murmuró contenta de verla después de varios siglos.

Aldora no tardó en corresponder al abrazo, derramando finalmente las lágrimas que corrían de sus ojos y por sus mejillas. Estaba feliz de reencontrarse con su amiga, su hermana, la única persona que aparte de su difunto amor, confiaba en ella de manera incondicional. Cuando se separaron, Aldora miró a varios lados inconscientemente, haber si encontraba alguna señal de Arthedain, pero no tuvo éxito. Charithy sabía que ella lo buscaba; con una sonrisa ladina y dulce, se alejó un poco y la miró flotante desde el aire.

—–No vas a encontrar a mi hermano porque él no está aquí...—respondió la rubia, dando vueltas en el aire.

Aldora algo confusa, se elevó hacia su altura y se quitó la capa que cubría su rostro, mirando a la rubia sin entender y con curiosidad. ¿Que quería decir con eso? ¿Entonces Arthedain estaba vivo? No puede ser, eso es imposible. Ella vio como ese demonio lo aplastó justo frente a sus ojos, y quemando todo con las llamas del infierno, Arthedain murió con una sonrisa en el rostro, esbozando sus últimas palabras, que fueron un "Nunca me iré de tu lado, amor mío...". Cada vez que lo recordaba, Aldora comenzaba a llorar, rompiendo la promesa que se hizo, la cual es no volver a llorar por algo, pues le parecía incorrecto, tonto, y feo. La albina llevó sus manos a su pecho, y suspiró con pesadez desanimada.

–—¿Entonces en donde está?—preguntó la albina, sin esperanzas de una respuesta cómoda.

—–Contigo.—dijo simplemente, con una sonrisa. Aldora la observó con sorpresa.–—O lo estará. Él decidió reencarnar.—aclaró, elevándose un poco más.—–Sé que viniste aquí para encontrarte con mi hermano, porque te he estado observando.—llevó su mano a tocar el pecho de Aldora.–—Y sé lo mal que te ha sentido tu enfermedad.—habló refiriéndose a la maldición que portaba la antigua princesa.—–Él reencarnó para ser tu sanación, pero te alejaste de él, aunqje sé que pronto se van a encontrar.—sonrió.—–Puedo verlo en un futuro no lejano, confía en mí.

Aldora no podía entenderlo. ¿Pero, quien sería su reencarnación? ¿Acaso sería uno de esos tres niños que solía cuidar cuando los pecados no eran considerados traidores? Quizás sí, quizás no. No lo sabía. Estaba confundida. Pero necesitaba saber cuánto antes. Llevó sus manos a su estómago, intentando normalizar la respiración por los efectos de la medicina que tomó hace poco, pues le causaba dolores de vez en cuando.

–—Él reencarnó para ser tu sanación, tu antídoto... Sólo su sangre puede disminuir o eliminar los síntomas de descontrol por la maldición que te pusieron las diosas... Si bebes de él, te sanaras y podrás controlarte mejor. Por eso, él decidió reencarnar. No podía soportar tener que abandonarte.—confesó con una sonrisa de nostalgia, al recordar esa conversación de hermanos que tuvieron juntos, antes de que Arthedain decidiera hacer lo que hizo.

Reunidos en el más allá, lograron conseguir una audiencia con algunas diosas, y fue entonces que Arthedain les pidió ese favor, pues eran las únicas que podían hacerlo. Claro que al principio Charithy estubo en desacuerdo, pero conocía la pasión de su hermano, y sentía que él merecía una segunda oportunidad. Las diosas le dieron la oportunidad, pero sólo con una condición. Él reencarnaria, pero perdería recuerdos de todo en su vida pasada, incluyendo los de su amada y su querida hermana. Aunque él estuvo en desacuerdo por ello, Charithy decidió animarlo, y fue entonces que el deseo del joven caballero se hizo realidad; años después, él reencarnó sin saberlo en un bebé que acababa de nacer, y vivió su infancia feliz con el sueño de ser un caballero sacro de Liones. Era un chico problemático, siempre andaba haciendo travesuras con dos de sus amigos, y de hecho, de los tres él era el más irresponsable.

Aldora bajó la mirada al escuchar la historia, y suspiró desanimada acercándose a abrazar a Charithy. Sabía que para ella había de ser una decisión muy difícil, pero aún así no opuso resistencia alguna y dejó que su hermano fuera feliz. Personas más nobles no existían en variedad.

—–Lamento que él haya olvidado los buenos momentos que pasó con su hermana... —susurró, aún en el abrazo.—–No debiste hacer eso por mí... Pero te lo agradezco, desde lo más profundo de mi corazón marchito...—sonrió un poco, al sentir que ella le correspondió el abrazo.

—–No me lo agradezcas... Para mí siempre serás como una hermana... Y con que tú estés bien me basta.—confesó.—–Ahora, debes irte.—habló seriamente al separarse.—–Tus amigos, los otros pecados están en peligro. Un caballero sacro logró entrar a la Necrópolis, y quiere enfrentarlos a todos, no se detendrá hasta causarles un gran daño.—dijo, observando a la lejanía.

Cuando Aldora se volteó hacia la dirección que Charithy estaba viendo, y sus serpientes en su cabello de pronto aparecieron cuando se observó en el cielo varias explosiones. Era un poder peculiar para un caballero sacro, pero no podía quedarse ahí parada a ver el espectáculo. También debía participar. Con una sonrisa y un último abrazo se despidió de su amiga que pronto volvería a ver, si decía su nombre frente a un lago tranquilo; sin más que hacer, Aldora se dirigió a vuelo rápido hacia la escena, sintiendo el peligro aproximado. Cuando llegó, observó a una mujer de largo cabello negro, era bastante linda, pero eso no interesaba si intentaba asesinar a sus amigos. Elizabeth y Hawk habían escapado, y Meliodas y Diane intentaban todo lo que podían para poder acertar un golpe. En estos momentos, a Aldora le vendría bien su Tesoro Sagrado.

—–Ay demonios.—murmuró viendo con tranquilidad como Diane era lanzada casi sobre Meliodas, pero él logró cargarla y evitar que saliera herida. Diciendo que estaba pesada.—–Oh, capitán, que grosero.—comentó ella, flotando hacia quedar a dos metros de distancia de la caballero sacro, por nombre Guila.

La mujer se detuvo, y observó -no se sabe cómo, porque andaba con los ojos cerrados- a la albina frente a ella, sintiendo después al darse cuenta de su marca del lince en el muslo. Se mostró contenta de que Aldora estuviera frente a ella. Por otra parte, ella acomodó su capucha sobre su cabeza para cubrir bien sus ojos, sintiendo como su cabello se levantaba con las serpientes moviéndose. Al parecer era una rival considerable.

–—Vaya, entonces estás viva después de todo.—soltó Guila por primera vez. —–Aldora, el Lince de la Vanidad. También conocida como "Medusa". Maldita por las diosas y rechazada por todo. Maestra del engaño y la seducción, hipnotizas con sólo una prueba de tus labios y bebes sangre como un murciélago. Una enemiga ejemplar.—se posicionó como se acostumbra en esgrima.—–Quisiera que atacaras con todo lo que tienes, si no es molestia. De hecho, ahora podrían atacar los tres al tiempo. Diane la serpiente y Meliodas el Dragón.

Aldora hizo una leve mueca, cruzada de brazos. Suspiró con pesadez, al parecer era una chiquita muy insolente y segura, aún así, no le agradaba para nada. Podía sentir cierto poder, pero estaba más que claro que esa muchacha acababa de ser nombrada caballero Sacro; se notaba por las ansias que tenía de que los pecados atacaran todos juntos.

—–Ugh. ¿“Medusa”? ¿¡Porqué demonios me han puesto tantos apodos!? ¡Por favor!—exclamó un tanto ofendida, suspirando después.—–Agh... Como sea... Pelearás conmigo ahora, ¿bien?

Sus ojos se tornaron rojos, sus colmillos se afiliaron, y sus uñas se cambiaron por garras. Guila en ese entonces sintió la tierra temblar bajo sus pies, y rápidamente saltó para salvarse de varios cristales que se aproximaban a ella.

—–Es impresionante tu forma de manejar la telekinesia con tu entorno.—soltó Guila, defendiéndose con su espada de estoque.

Aldora no respondía o comentaba a sus palabras, simplemente seguía manejando los cristales del lugar para lanzarlos a ella como cuchillas. Decidió entonces usar uno de sus ataques preferidos, y demostrar entonces su habilidad especial, la cuál era el control total de la sangre, ya sea de su propio cuerpo o el de su víctima. Levantó su mano al cielo, y uno de los cristales en forma de astilla atravesó su palma; la sangre de la albina no dudó en salir de su cuerpo, pero simplemente se quedó suspendida en el aire para después, Aldora con una posicion de su mano sana, envió su propia sangre transformándola en astillas largas y filosas, parecidas a diamantes

–—“Mil puñales”...

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Guila hacía todo lo posible para defenderse de la sangre solidificada, punzante y cortante como el cuchillo más filoso jamás hecho. Diane y Meliodas se unieron a la pelea además. Al poco tiempo, Ban llegó dispuesto a golpear a la caballero, pero King se unió rato después para ayudar a sus amigos contra esa muchacha que ya les estaba dando problemas con su poder, que era explosión. Pereza con ayuda de su tesoro sagrado, la lanza espiritual Chastiefol, logró regresarle todos los golpes a la caballero, y de esa forma pudo vencerla, y finalmente lograron escapar sanos y salvos. Se encontraron con el cuerpo de la chica ya de vuelta al mundo real, y como acto de venganza y mofa le pintaron la cara y la hataron a un árbol. Después, ya con un nuevo pecado en el equipo, todos ellos se relajaron a la orilla de un lago, bebiendo licor y hablando.

—–Por cierto, ¿que les pasó a sus Tesoros Sagrados?—preguntó King, al darse cuenta de que el único que lo tenía en posesión era él.

—–Yo vendí el mío.—respondió Meliodas.

—–Yo perdí el mío.—sonrió Diane avergonzada.

—–A mí me lo robaron....~—murmuró un Ban ebrio.

Aldora flotaba con una jarra de licor y ella rostro de rojo, gracias al efecto del licor.

–—Creo que~ el mío se esfumó~—sonrió una albina ebria.—–Desapareció... ~ ¡Si!~

Se acercó a King y lo abrazó sonriendo, murmurando cosas sin sentido. Él intentaba soltarse de su agarre, con desesperación porque ahora tenía a otro borracho abrazado a él.

—–Oye~—susurró Aldora, olfateando el cuello de King.—–Hueles rico~—sonrió divertida al mostrar sus colmillos, dispuesta a clavarlos en el cuello del oso.

Por desgracia, no pudo hacerlo ya que Meliodas la tomó de la pierna, y la jaló lejos de él con un rostro de neutralidad como siempre acostumbra él. Ella se reía aún ebria, preguntando por qué se la llevaba y quejansose de que tenía hambre, ambos parecían un niño llevando a un globo de pelo blanco y parlante. Pronto regresaría por Ban. Se llevó a Aldora a su habitación, y la dejó en la cama, mientras ella aún se quejaba de la sed. Al rato se quedó dormida, y Meliodas se dispuso a sanar su mano. Hawk y Elizabeth llegaron a la habitación, haber que estaba haciendo, y lo observaron sanando a su amiga.

—–¿Señor Meliodas?—preguntó Elizabeth, acercándose a Meliodas.

—–Hola Elizabeth.—saludó él sonriendo.—–¿podrias ayudarme un momento?—preguntó.

—–¿Qué planeas, animal?—soltó Hawk, con recelo.

Meliodas se acercó al baño de la habitación de Aldora, cortándose en su mano un poco, esperando a que la sangre surgiera. Elizabeth se espantó por el gesto, pero se quedó callada y expectante. Vió como el rubio se aproximó a ella, que dormía con la boca abierta, y apretando su mano logró que la sangre se derramara sobre la boca de la albina. Luego, limpiandose con un trapo, se acercó a la mano de Aldora y le quitó la venda, mostrando una mano completamente sana, como si no hubiera pasado nada. Elizabeth entonces entendió aquel acto desinteresado.

—–Ella necesita sangre de otras personas para curarse sola y recuperar heridas.—habló Meliodas, observando a Aldora, que dormía tranquilamente.—–Fue la maldición que le impusieron las diosas.

—–Ya veo...—murmuró Elizabeth, suspirando.—–Es... Muy amable de su parte que haga eso con ella, Señor Meliodas.—sonrió un poco.

—–¿Estás celosa, Elizabeth?—sonrió el rubio, volteandola a ver.

Elizabeth negó rotundamente, aunque sabía bien que lo que él decía era verdad. Meliodas levantó la mirada y sonrió, abrazando a Elizabeth por detrás y manoseando sus pechos, haciendo que la princesa se sonrojara un poco, y Hawk embistiera a Meliodas molesto por sus perversiones.

—–No tienes porqué estar celosa.—sonrió.—–Aldora y los demás son como  mi familia.—aclaró.—–Pero estoy en deuda con ella, aunque Aldora no lo recuerda.—confesó, caminando hacia la puerta.

La deuda entre ambos aún no está clara, pero lo que sí se sabe es que Aldora siempre estuvo ahí para ayudar a su capitán, siendo leal al igual que los otros. Ambos eran amigos tan cercanos, que casi eran familia. Además, Meliodas sentía que ella aún tenía mucho porqué vivir, al hasta que se encontraran con la reencarnación de Arthedain, cosa que pronto pasaría.

—–Ella para mi es como una hermana.—sonrió.—–Por eso siempre estoy cuidandola.

Finalmente he acabado con éste capítulo ^^ espero que les haya gustado y lo disfruten. Voten, comenten, siganme, gracias por leer ^^3

Gracias.

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