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🍃|Capítulo 6.|🍃

| 虚栄心 |
Capítulo 6.
La Necrópolis

—–Por... ¿Por qué el aire se puso tan pesado de repente?—cuestionó un cerdito incómodo.

La situación se había tornado pesada con el encuentro de el zorro de la Avaricia, Ban que recién acaba de salir de prisión al parecer por su cuenta, y su capitán, Meliodas, el dragón de la ira. Una vez ambos se encontraron frente a frente, se miraron, con seriedad, mucho misterio. Hawk retrocedió dos pasitos y se ocultó detrás de Diane, nervioso de lo que podría pasar; y Aldora simplemente los observó con una sonrisa divertida. De pronto pasó lo que nadie se imaginó que pasaría.

—–¡BAAAAAAAAN!—chilló un Meliodas emocionado.

—–¡CAPITAAAAAAAAAN!—le siguió un albino, igual de contento.

Los dos pecados, amigos desde hace mucho, corrieron hacia el otro y chocaron sus manos como un par de niños traviesos jugando. Hawk se cayó de espaldas perplejo. El zorro y el dragón, simplemente jugaban, contentos de verse después de tanto tiempo y alegres de que estuvieran vivos los dos. Probaban su fuerza, se golpearon entre ellos. Ban gritó con alegría, juntando sus puños para darle con mucha fuerza a Meliodas, lanzándolo contra el muro del frente, y haciendo que atravesara fuertemente contra varios muros de los pasillos. Meliodas hizo lo mismo, pero en lugar de un puño le dio un cabezaso, embistiendolo contra el muro detrás de él, causando la misma reacción que él cuando fue golpeado por Ban.

—–¿Es enserio?—preguntó un puerquito confundido y extrañado.

—–Ignoralos y ya.—exclamó la gigante castaña con frustración, de ojos cerrados y con las mejillas algo infladas.

—–Diane tiene razón, pequeño Hawk.—sonrió Aldora, sentándose en el aire de piernas cruzadas.—–Sólo asegúrate de que ningún escombro te caiga.—sonrió con diversión y de dispuso a observar a los muchachos.

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Ha pasado un día desde que los pecados encontraron a otro de los suyos. Ban, conocido como el zorro de la avaricia, con un pasado turbio y dulce y mucha codicia en su sangre inmortal. Un hombre albino de gran estatura y una personalidad alocada, divertida insolente, casi parecida a la de nuestra querida Vanidad. El reencuentro con los pecados fue agradable, y además lograron rescatar a la hija cautiva de el doctor que intentó envenenar a Meliodas por orden de los Caballeros sacros, cosa que claro, él no logró, y de alguna forma al ser asesinado por uno de ellos sobrevivió gracias a quien sabe qué, un milagro. Elizabeth también terminó herida pero pudo sañarse y ahota está recuperada, tan dulce y servicial como siempre. El día finalizó con un buen final, pero con un aterrador verso que desde entonces, en la cabeza de los pecados no deja de retumbar.

"Cuando las estrellas fugaces crucen el cielo formando una Cruz... Britannia atravesará su momento más oscuro."

El sol brillaba como siempre, los pecados viajaban ahora en compañia de su viejo el zorro, en búsqueda del siguiente pecado: King, el Oso de la pereza, quien según se contaba él había sido asesinado, y por ende podría encontrarse en "la Necrópolis", la ciudad de los muertos. Aldora estaba en el techo, sentada, recibiendo los rayos del sol, con su capucha puesta cubriendole sus ojos azules con la sombra; disfrutaba de su querida bebida, su calmante, aquello que le permitía permanecer cuerda y no enloquecer. Sostenía en sus manos el guarda pelo que conserva desde hace más de tres mil años, el cuál le permite recordar con nostalgia y tristeza sus momentos más felices con el hombre que amó y adoró hasta ese fatídico momento. Estaba algo callada, de hecho había sido la segunda en despertar después de Diane, quien iba a pie junto a la madre de Hawk. Aldora pensaba con seriedad el antiguo canto, elaborado por algún filósofo o profeta, pero que ella conocía perfectamente, y desde el momento de la lluvia de estrellas anoche, no dejaba de pensar en que el momento de una guerra se aproximaba.

"Indicará el inicio de una guerra Santa..."—pensó la albina, observando la pintura en miniatura de su difunto amado.

Acarició con sus dedos la superficie de la imagen y de sus rojos labios se escapó un suspiro cansado, como si de esa forma intentara expiar todas las preocupaciones que aquel pensamiento molesto le provocaba. Tomó con su otra mano su jarra de bebida carmesí, y bebió de ésta hasta acabarla, dejando de pensar en ello por un momento. Sintió de pronto su estómago lleno, y su garganta ya no ardía, lo que significaba que podría librarse de sus malditas serpientes por ahora, al menos hasta que vuelva a sentir sed. Cerró el guarda pelo y levantó la mirada, encontrándose con el albino de ojos rojos que siempre llevaba una postura y mirada desinteresada hacia su vida o a su alrededor. Aldora lo miró de la misma forma, y se encontraron así por al menos unos minutos hasta que el albino decidió soltar sus palabras.

—–¿Puedes subirme?—preguntó él, manteniendo su gesto aún desinteresado. Aunque lo parecía, en realidad sentía mucha curiosidad por lo que Aldora llevaba en las manos, y de hecho, ya sabía de qué se trataba, y de quién se trataba.

—–¿Ya se te quitó la resaca? Te recuerdo que vomitaste sobre mí ayer, zorro asqueroso.—soltó Aldora, mirando a Ban con cierta molestia al recordar ese asqueroso momento de ayer, cuando él se embriagó y no pudo más con el alcohol, soltando todo sobre el regazo de Aldora, quien le dio una paliza después de ello.

Ban sonrió ladino, y mantuvo ese gesto en los ojos retador, solamente para molestar a la albina frente a él, sólo para eso. Metió sus manos en los bolsillos y encorvado soltó una sonora risa, que hizo que Aldora le soltara un gruñido molesto.

—–Estamos a mano, aún me duele el golpe tan fuerte que le diste ayer, auch.—burló.

—–No veo rastros de mi ataque ayer, imbécil.—Aldora esbozó una sonrisa ladina, y bajó su capucha mostrando sus ojos rojos y brillantes, sus colmillos filosos, y un leve sonrojo recordando la sangre derramada de ayer.—–Debo decir que tu sangre es un manjar delicioso, Ban.—se relamió los labios y estiró su mano hacia él, para después hacerlo levitar y que el albino llegara a su lado.–—Eres un ebrio de mierda. Zorro.

–—Que graciosa, lince.—él giró los ojos, y se acostó al lado de su compañera, a quien en realidad no detestaba o le guardaba rencor por lo de ayer.

Por más que Aldora y Ban se traten de matar aún así con la mirada, se golpeen, se peleen, o se insulten, ésto no es nada más que una muestra de amor fraternal entre ambos. Aldora y Ban desde que se conocen son cercanos, pues a ambos les gustan las mismas cosas y se entienden mutuamente. Por ejemplo, ambos comprenden el dolor que siente el otro ante la pérdida de su antigua pareja, entienden a la perfección lo culpables que se sienten o lo mucho que lo extrañan y desean tenerlos a su lado de nuevo, pero, además de ello, confían en el otro con gran fuerza. Ya dejándonos de tiempos tristes, ambos también adoran hacer travesuras juntos, y claro, no olvidemos lo divertido que es para ambos molestar al pecado que están buscando.

Casi siempre fastidiaban al pobre de King hasta hacerlo llorar.

Aldora se cruzó de piernas y sonrió un poco, mirando a su amigo a su lado, a quien le confiaba muchos secretos y deseos. Levantó la mirada hacia el cielo, encontrándose con ese azul tan característico y ese blanco de las nubes que lograban relajarla hasta el punto de librarla de su ansiedad desde que era una niña. Ban volteó a verla, y observó curioso el guarda pelo cerrado de color oro que ella tenía envuelto entre sus manos.

—–Arthedain, ¿cierto?—observó que tenía en su coraza una "A" tallada muy elegante. Le daba un toque hermoso al accesorio. Aldora asintió en respuesta a su pregunta, y suspiró acomodando su cabeza en sus propios brazos, observando también al cielo.—–Se ve que lo extrañas mucho.—comentó.

—–Como tú con Elaine.—habló ella, girando a ver a su albino compañero.–—Aún la extrañas, se te nota.

—–Bueno.—se levantó estirandose.—–Ya lo sabes, enana.—golpeteó con su dedo la cabeza de ella, causando que Aldora lo mirara con recelo.—–Quien diría que teniendo un rostro tan angelical eres más puerca que un demonio.—burló él, sacando la lengua al sonreír.

—–Ja ja...—negó con una sonrisa torcida.—–Eres detestable, ¿lo sabias, imbécil?—insultó, levantándose y flotando como siempre, como siempre lo hará.

—–Gracias, gracias. No sabes cuándo me halagas dulzura.—empinó su meñique, y ladeo la cabeza así como la chica frente a él solía hacerlo, imitando también su tono de voz femenino. Buscaba burlarse de ella.

Aldora apoyó las manos en sus caderas, logrando que un poco de su traje bajo su capucha de viera, levantando una ceja y mostrando los dientes con molestia, fingiendo enojarse aunque no lo estaba.

—–Para tu información, Ban, yo no digo “Dulzura”—hizo comillas con los dedos y descendió al suelo, sin tocarlo con los pies y cruzando sus brazos.—–Y como imitador te mueres de hambre, inepto.—Ban abrió la boca para reprocharle con diversión, pero Aldora giró los ojos.—–Si si, no puedes morir. Lo sé.—se quejó bajandolo utilizando su poder para levitar objetos.

—–A que llorarias con mi muerte, ¿no, enana?—burló encorvado. Aldora soltó una risa, y flora acompañada del zorro hacia el interior de la taberna.

—–No.—dijo ella con sequedad y diversión, haciendo que Ban fingiera una tonta indignación.—–Obvio que sí, tonto. —Rió.

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La madre de Hawk se detuvo a descansar. Meliodas les indicaba a todos el plan, Diane esperaba afuera asomando su ojo por una ventana, Aldora bebía un poco de licor, Elizabeth observaba y Ban hacía lo posible por prestar atención. El plan era simple, irían a la Necrópolis para buscar al siguiente pecado, King, a quien se le creía muerto, pero de igual forma Meliodas quería confirmar sus sospechas y asegurarse de que no fuera una fachada de los Caballeros sacros, o tal vez un descuido. Aldora también lo apoyó, alegando que era algo estúpido que King se dejara matar de un caballero sacro. Bajaron de la mamá de Hawk, y camimaron hasta encontrarse con un  pueblo fantasma. Meliodas le pidió a Diane que atrallera clientes y ella lo hizo a todo pulmón, le pidió a Ban que fuera a cocinar pero él se escapó y decidió ir a caminar, y también le pidió a Aldora que limpiara las mesas, y que además fuera a ponerse otro de los trajes de meseras. Claro que Aldora se negó, porque simplemente no le quedaría y no le gustaba. En ellse hizo un silenció corto, y  Elizabeth le preguntó a Meliodas cómo era el siguiente pecado que estaban buscando.

Él explicó que King era algo así como la mascota de los ocho pecados, siendo reprendido por Hawk molesto y con humo saliendo de los orificios de su nariz, alegando que ahí no se permitían mascotas. Aldora simplemente se cruzó de brazos limpiando la mesa con su telequinesis y se giró a ver a Hawk confundida. Aveces ese adorable cerdo podría ser algo incoherente.

–—Hawk, pero si tú eres un cerdo.—replicó la albina, siguiendo con la siguiente mesa.

—–Oh, por cierto. Hablando de King, ¿Aldora, ya olvidaste esa vez que tú y Ban se robaron todos los peluches del reino?—recordó el capitán con una sonrisa, haciendo que la albina se tensara.

–—¡En realidad!—exclamó ella apareciendo frente a él en un abrir y cerrar de ojos. Se veía algo molesta.—–¡Yo no robé nada, simplemente estaba ahí porque me parecía gracioso ver llorar a King! Nunca le robaria el peluche a un niño, que ofensa.—bufó ella indignada, apartando la vista.

–—De ti me imagino lo que sea...—susurró Hawk, aunque no lo suficientemente bajo como para que Aldora no lo escuchara.

La albina volvió a tensarse aún más fastidiado y apartando la vista del cerdo salió flotando de la taberna, un poco frustrada. Ignoró los llamados de Diane y en lugar de eso fue a pasear un rato por el lugar. Observaba suspirando la lúgubre villa que visitaban, pensando que le hacia falta a sus casas algo de color y un poco de personas, más ruido, más flores. Estaba desolada, comenzaba a recordarle a las ruinas de todo lo que quedó de su antiguo Reino hace tres mil años, simplemente escombros y miseria por cada rincón que volteases a mirar. En ese entonces le llegó a su mente el recuerdo de la situación mencionada por su capitán. Esa vez que Ban tenía una manía de coleccionar peluches y se dispuso a robar todos los del Reino, siendo claro, regañado por un King llorón y abrazando a uno de los peluches. Aldora también estaba ahí, observando en una esquina y aguantando la risa, viendo a ese homre gordo llorar y llorar mientras un ebrio Ban no le prestaba la absoluta atención. Soltó una risa y esbozó una mueca ladina al recordarlo, viejos tiempos, buenos momentos. Levantó la mirada alertada por escuchar el grito de un niño, y como si fuera algo de vida o muerte siguió el sonido hasta encontrarse con un par de niños, seguramente hermanos, y al zorro quien hablaba con ellos. Aldora suspiró con tranquilidad al ver que nada les había pasado a los pequeños. Ban le sonrió divertido al verle.

—–Puede que intentes ser fría pero no puedes negar ese amor que tienes por los niños. ¿No, Aldora?—sonrió.

Los niños confusos voltearon a verle, y se sorprendieron un poco al darse cuenta de que la albina flotaba cruzada de brazos, con su capa cayendo sobre sus hombros, su cabello blanco y largo hasta los pies callendo en cascada y algunos mechones sobre su rostro. Aldora tenía un rostro serio, y bajó al suelo colocándose frente a los niños en posición protectora.

—–¿Qué le haces a los niños, Ban?—preguntó en un tono tranquilo, siendo detenida por los niños. Sintió que una mano rozó con la suya, y cuando se giró algo impresionada se encontró con una niña que le rogaba con la mirada que no le hiciera nada a Ban.

–—¡Está bien señorita! Él sólo me estaba cuidando.—explicó la pequeña.—–Pero... Mi hermano le clavó ese trinche al señor... ¿Podría ayudarnos?—Aldora se giró y rió con mofa mirando a Ban, quien se sacaba el trinche de su pecho.

—–Nah, no te preocupes. Ese imbécil no puede morir.—respondió.

—–¡Señor! Lamento mucho lo que hice...—balbuceó el chico sintiéndose culpable.—–¿Como puedo expiar mi pecado...?—murmuró.

—–Los verdaderos pecados no pueden expiarse, simplemente están y estarán persiguiendote por el resto de tu vida. —soltó Aldora, apartando su cabello de sus hombros. Los niños la observaron algo confundidos, y después se impresionaron al ver que las heridas de Ban habían sanado.

Mientras tanto, las serpientes en el cabello de Aldora se aparecieron al sentir cerca una posible amenaza, y se movieron hondeantes y alertas observando a su alrededor para asegurarse del perímetro. Ella sintió ello, y además sintió el agarre de ambos niños asustados y temblando. Para cuando Aldora abrió los ojos, se encontró con una sorpresa, un chico de cabello anaranjado y de ojos dorados, recostado sobre una lanza que por cierto, estaba clavada en el pecho de Ban, quien sólo lo observaba con confusión y sin entender muy bien las cosas que el chico decía. Aldora abrió los ojos aún más, sorprendida, reconociendo de inmediato al chico que estaba amenazante ante Ban.

—–¿King?—susurró Aldora, sosteniendo a los niños de la mano. Reaccionó al sentir que los niños temblaban, y agachandose para después sonreirle a los pequeños pudo calmar su miedo.—–Vayanse pequeños, ésto de pondrá feo.—susurró ella tranquila, y luego se levantó flotando hacia Ban.

El niño no tardó en obedecer, y se llevó a su hermana del lugar por su seguridad. Aldora observó en silencio la pelea, en el aire, al parecer King aún no la había reconocido, pero daba igual. Miraba su pequeño suelo en silencio, evaluando la habilidad del oso controlando su lanza, su preciado tesoro sagrado. Cuando Ban estuvo a punto de hacer sus técnicas, llegó Meliodas con una jarra y le golpeó ligeramente la cabeza al más alto, llegando con Elizabeth y Hawk, Aldora también se acercó. También se escucharon los pasos de la gigante, que preguntaba qué estaba pasando, y en segundos ira y envidia se dieron cuenta de la presencia de pereza. Ban se negó a creerlo, pues él nunca le atacaría así.

—–Ban, es King. Tiene la marca del oso ¿acaso estás ciego?—preguntó Aldora apoyando una de sus manos en su cadera.—–Es obvio, que tonto eres.—suspiró cansada.

Se vio como King observó y abrió levemente los ojos, aún manteniendo su expresión seria. Se dio cuenta de que aquella que hablaba era Aldora, vanidad, la mujer con la que hablaba de ropa y otras cosas en aquellos Buenos tiempos. Observó a Diane que estaba a su lado, y con desinterés ignoró el saludo que la simpática gigante le brindaba, alejándose de ahí sin decir ni una sola palabra. Claro que después estando a solas se arrepintió por haber sido grosero con Diane la única chica que tiene su corazón. No obstante, tanto los otros pecados junto con Elizabeth y Hawk, regresaron a la taberna acompañados de los niños que Ban había encontrado. El gentil zorro les preparó comida, y los adorables pequeños les contaron a los pecados cómo podrían llegar a la necrópolis.

—–Ahora. ¿Me dirán como llegar a la Necrópolis?—preguntó Ban, sonriendo amistoso ante los niños que disfrutaban del manjar preparado por él.

—–Ban, pero si ya encontramos a King, no es necesario ir a la Necrópolis.—reprocha Meliodas con una sonrisa.

Aldora levantó una ceja confusa, mirando al zorro y después a Meliodas. Comenzaba a pensar en porqué tanto el interés de Ban en llegar ahí. La albina sonrió mostrando uno de sus colmillos mientras le hacía una linda trenza al cabello de la niña, la cual miraba el peinado maravillada; Aldora ya sabía porqué Ban quería ir ahí, y pensándolo bien no era tan mala idea en llegar, quizás ella podría reencontrarse también con su querido Arthedain, hablar con  él por lo menos unos cortos segundos o al menos tocar su rostro por una última vez.

—–Ese enano no puede ser King.—replica Ban.—–Él es gordo y feo, que lo diga Aldora ¿no?—miró a la albina que decoraba ahora el cabello de la niña con flores.

—–Capitán, si no le molesta, yo también quisiera ir a la Necrópolis.—dijo la albina, apoyando la idea de Ban.

—–¿Entonces también quieren ir a la ciudad de la muerte?—preguntó el hermano de la niña que Aldora peinaba, mirando a los dos adultos frente a él.

Ban y Meliodas lo miraron con interés, y el niño comenzó a explicar que el mismo King se les había acercado horas atrás a hacerles varias preguntas sobre cómo llegar a ese lugar. Explicó que la Necrópolis era algo así como el más allá, aquel lugar a donde van las almas separadas del cuerpo por situaciones de muerte o cercanas a ésta. La entrada a aquel preciado lugar estaba cerca del burgo,pero era muy difícil llegar ya que no puedes entrar solamente porque sí.

–—¿Ya haz estado ahí?—preguntó Ban de nuevo. El niño negó.

—–Sólo es una superstición.—respondió el pequeño.

–—Debe haber una forma de llegar a ese lugar.—suspiró Aldora elevándose ya acabando de hacerle el peinado de la trenza decorada con flores a la niña.—–En Diamantir, los viejos sabios decían que todo tiene una entrada y una salida, simplemente hay que buscar.—citó cruzándose de brazos, apareciendo ahora detrás de Ban y Meliodas.

—–“Memorias compartidas con la muerte te permitirán llegar a la capital”—recitó la pequeña.—–El vecino solía decir eso todo el tiempo.—agregó.—–Lo siento, es todo lo que sé.

Tanto Aldora como Ban entendieron a la perfección el mensaje. Ban acarició la cabeza de la niña y Aldora sonrió amistosa mirando la escena con ternura, pero no demoró mucho para cambiar su semblante a uno serio. Flotó escaleras arriba, repitiendo las palabras de la niña en su cabeza, imaginando y recordando aquel tráfico momento. Se metió al baño y de acercó al espejo, mirando su rostro detalladamente. En el reflejo, la albina no podía verse a sí misma, en lugar de eso, veía ese lado más horrendo de ella, el lado que intenta ocultar con tanta insistencia, el lado que el clan de las diosas le inyectaron en su alma para torturarla por siempre, el lado que sólo una persona logró querer, con todo y defectos, y no hablo de ella. Pasó su mano por el vidrio del espejo, acariciando el reflejo de cerca, y recordando las antiguas palabras de su maldición:

"—Pagarás tu traición no sólo con tu vida, también aquellos que te aman. Estarás obligada a vivir con ello dentro de ti, y jamás podrás controlarlo.

—¿Te creías hermosa, una deidad?

—Pues ese es tu pecado, y nunca lograrás expiarlo.—

—Te convertirás en un oscuro, en un caído.

—Todos los que amas se alejarán de tí, despavoridos, al ver ese horrendo lado oscuro que llevó tu Reino a la perdición, se irán de tí sin mirar atrás, porque tú serás la razón de sus perdiciones..."

"Que así sea..."

Recuerda con ira ese juicio, en el que estuvo encadenada y obligada a aceptar su destino. Bajó la mirada y separó su mano de su reflejo, sintiendo en sus mejillas correr como lágrimas rojas claro esa tristeza que tanto ha acumulado a lo largo de su miserable existencia. Cuando levantó la mirada, pudo ver sus ojos, córnea negra y rojos brillantes, en su cabeza cuernos torcidos hacia abajo que llegaban a sus mejillas, y en su rostro marcas amarillas como ramificaciones de un árbol,su cabello ya no era blanco sino negry sus colmillos atravesaban sus labios. Su lado más horrendo, que estaba dormido, finalmente ha despertado, de nuevo.

—–Que así sea, malditas...—susurró sacando de el bolsillo una pequeña botella, donde había un frasco con líquido transparente.—–Que así sea...—dijo antes de beber.–—¡Ngh...!—Arqueó su espalda, sintiendo en su pecho un profundo y punzante dolor.

Holooo! He terminado un nuevo capítulo, por fin, lo se ^^ pero ando alalgo ocupada we.

Espero que les haya gustado en serio, voten, comenten, siganme, si son nuevos sigan mis otras historias si quieren ^^ no hay pedo 💨 si no 🚫

¿Que tal les parece Aldora?

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