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🍃|Capítulo 5.|🍃

| 虚栄心 |
Capítulo 5.
¡Cuiden Del Capitán!

Aldora estaba tranquilamente descansando en una habitación del Boar Hat. La madre de Hawk caminaba sonando sus pesados pasos como siempre, Diane iba a su lado, pues era demasiado grande como para ir en el lomo de el cerdo verde. Hawk y Elizabeth cuidaban de Meliodas, quien había sido encontrado desmayado en la habitación, esperaban pronto llegar a la aldea más cercana a la prisión Baste para buscar un doctor. Aldora en cambio, soñaba con momentos de su pasado.

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Todo estaba oscuro, todo estaba sólo, la única alma viva era una chica, que caminaba con el paso cojo sin rumbo por una ciudad desolada. La gente se había ocultado en sus casas, temerosas de aquella extraña bañada en sangre y de ojos huecos. Ella tocaba a las puertas buscando alto de ayuda, pero todas eran ignoradas, las personas se rehusaban a abrirle, pues no confiaban en aquella extraña de colmillos notorios y cabello blanco, teñido por sangre en partes y mugre en otras. Ella estaba tan cansada para volar, y poco a poco, sus heridas pronto no le darían para más, y caería muerta en las solas calles del Reino Liones. Varios habitantes del reino le avisaron a los guardias que trajeran caballeros sacros, pues ella podría ser una terrible amenaza. Así lo hicieron.

Enviaron a la orden más temible a capturar la joven que caminaba tambaleándose, el equipo de siete almas que llevan la marca de J a bestia en su cuerpo. Ellos son tanto temidos como venerados, no sólo por civiles, también eran muy respetados por otros caballeros. Se conformaban por Escanor, el León de la soberbia. Ban, el Zorro de la Avaricia. Merlin, el jabalí de la Gula. Diane, la Serpiente de la envidia. Gowther, la cabra de la Lujuria. King, el oso de la Pereza. Y por último, el peor de todos; Meliodas, el dragón de la Ira. Ellos fueron enviados para detener a la muchacha extraña. Al ella levantar la mirada, Aldora se encontró rodeada de un grupo de siete personas, de armadura, su rostro no se veía pero seguramente sus intenciones no eran buenas. Cuando se prepararon para atacarla con todas sus fuerzas, la joven cayó al suelsuelo inconsciente, viendo todo oscuro.

—–Uh...~ Que bonita capa.—murmuró con una sonrisa ladina uno de ellos.

—–Ban, deja a la chica en paz.—advirtió una voz femenina, que venía de la más grande.—–Se ve muy herida.—comentó esta vez mirando a la chica que yacía en el frío suelo.

–—Lo está.—aclaró otra voz femenina, que sostenía una esfera en su mano.—–¿Que hacemos con ella, Capitán?—preguntó esta vez.

El líder, un enano por cierto, se acercó a ella y le quitó la capucha, observando su rostro con atención. Era una albina, tenía la cara sucia de hollín, un labio roto, y un rostro cansado y ojeroso. Tal vez había caminado por varios días, buscando a alguien que la ayudara.

–—Llevemosla al castillo. Necesita atención médica.—él se había apiadado de la joven. Era una extraña, pero él vio algo especial en ella, y ya que buscaba a alguien más para su equipo, quizá ella podría ser la pieza faltante.

Cuando finalmente Aldora despertó de su sueño profundo, sintió una mano toquetear uno de sus pechos. Al abrir los ojos de repente, se levantó quedándose sentada en la cama.

–—Ammm...—murmuró ella, cruzando la mirada con un rubio enano de ojos color esmeralda.—–Qué haces.—preguntó sin más.

—–Sí, éstas despierta por fin.—sonrió amigable, alejándose un poco.—–¡Hey muchachos, ya despertó!—alertó a los demás, que pronto entraron.

Aldora los observó a todos fijamente, sintiendo la amada atención que necesitaba. Sus heridas estaban sanadas, y nada le dolía. Desde ese momento, Aldora encontró lo que buscó durante mucho tiempo.

Amigos.

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De vuelta a la actualidad, Aldora ya despierta y alertada por el aviso de Hawk entrando  su habitación, bajó rápidamente flotante haca el primer piso. Suspiró un poco aliviada encontrando todo bien, y se acercó con Elizabeth, que tenía a Meliodas en sus brazos. Le dijo a la princesa que ella lo llevaría, amablemente Elizabeth le entregó a su capitán, y la albina de colmillos sonrió un poco cargando a su capitán en los hombros. Salió por la ventana teniendo cuidado de que Meliodas no se lastimara más, y salió al lado de Diane. La madre de Hawk se enterró en el suelo dejando a la vista solamente la taberna, y luego los pecados restantes, Envidia y Vanidad fueron adentrándose a la aldea en busca de algún doctor que pudiera ayudar a su querido capitán que yacía aún inconsciente. Aldora se veía un poco agitada y preocupada, pero ante todo intentaba mantenerse serena para no inquietar a Diane o a Elizabeth. Sin embargó, la castaña gigante sabía a la perfección como se sentía la albina. Aldora sólo quería que su capitán estuviera bien, pues le tenía un gran aprecio, era su mejor amigo, y cuando ella lo necesitó él siempre estuvo ahí para ella. La ayudó cuando nadie le creyó, le sanó las heridas, le dio un refugio, la cuidó hasta que se recuperara, la entrenó, y con amabilidad y gentileza le ofreció una familia, convirtiéndola en el octavo pecado.

No podía permitir que algo más le sucediera a su capitán, porque él era un héroe y personas tan buenas no debían sufrir un destino así.

—–¿¡Hola!? ¡Buscamos un doctor!—exclamó la gigantesca castaña. Muchos de los civiles que habitaban ahí corrieron desvaporidos y temerosos por la gigante, que llevaba ahora en sus manos a Meliodas aún inconsciente.

–—¡Señorita Diane!—jadeó Elizabeth, llegando junto con Hawk.–—Por favor, ¡deje que nosotros llevemos al señor Meliodas!—pidió.

Ella se negó, aún llamando a algún doctor sin éxito. Sintió una pequeña mano posarse en su hombro, y cuando se dio cuenta de que era Aldora, suspiró un poco con sumisión, regresandole a Meliodas.

—–Diane.—habló la albina con una leve sonrisa.—–Nosotras nos encargaremos querida. Tú sólo asustarás a la gente, deja que yo lo busque.—asintió, antes de alejarse volando con Meliodas en brazos.

Finalmente encontraron a un doctor, que se ofreció a ayudarlos sin ningún compromiso en realidad. Ahora, Aldora, Elizabeth y Hawk estaban en la habitación, mientras que Diane observaba por la ventana sentada en el suelo, con un rostro desanimado a su capitán. Los dos pecados despiertos estaban extremadamente preocupados por él, pero el doctor dijo que no había nada de qué preocuparse. Aldora suspiró con cierto alivio y se elevó en el aire para salir por la ventana, sentándose en el techo a observar a su amiga la gigante. Una vez Meliodas despertara, los pecados irían a rescatar a otro de sus amigos, Ban, el zorro de la avaricia, que se encontraba preso ahí. Aldora acomodó su cabello y suspiró un poco nuevamente, observando a su amiga gigante. Pronto ambas sonrieron un momento, pero la tranquilidad sólo duró unos segundos. Para cuando de dieron cuenta, una tormenta de insectos se dirigió a la aldea.

Algo era seguro. No eran para dar abrazos. Bueno, ¿desde cuando los insectos abrazan?

Inmediatamente, las serpientes aparecieron del cabello de su querida ama para buscar protegerla de cualquier amenaza. Eso fue un alerta para Diane y para Elizabeth y Hawk, que estaban junto con ellas. Era seguro, era peligro inminente. Las personas del pueblo Dallmally se mostraron confundidas y espantadas, y todas fueron corriendo a sus casas a esconderse, cerraron puertas y ventanas.

—–Maldición...—murmuró Aldora, cambiando el color de sus ojos al rojo vivo que la caracterizaba.—–Elizabeth, Hawk, será mejor que busquen un refugio.—ordenó la albina seriamente.

—–Qué... ¿Qué, señorita Aldora?—volvió a preguntar Elizabeth, con Hawk oculto detrás de ella.

—–Dije... ¡QUE SE LARGUEN!—gritó, apareciendo de sus manos un arco de hielo, apuntando a la nube.—–Si logro darles y congelarlos a esa distancia... Podré minimizarlos a menos de la mitad.—susurró preparándose para lanzar las flechas de hielo filosas.

Estaba a punto de disparar, pero sintió de pronto una gran mano golpearla fuertemente, enviandola disparada contra el suelo, dejando un cráter bastante profundo, a una distancia considerable desde donde se encontraban las chicas y Hawk. No lo vió venir, pero debió haberlo imaginado. Diane es temerosa de los insectos y los odia, por lo que era algo predecible que la gigante reaccionara de una forma inquieta y desesperada, luchando contra el enjambre de asquerosos escarabajos. Elizabeth y Hawk corrieron hacia ella para auxiliarla, pero tuvieron que esconderse de una lluvia de ácido, cortesía de los insectos.

—–Agh...—murmuró Aldora, quejumbrosa al levantarse.—–Demonios... ¡Diane, controlate, son miles de veces más pequeños que tú!—gritó en un intento desesperado de calmar a su amiga la gigante. Con esfuerzo se elevó a la altura de la gigante, y la miró a los ojos.—–¡Diane!

—¡Le temo a los insectos, Aldora, Déjame en paz!—insistió espantada, cubriéndose con los brazos.—¡Odio a los malditos insectos!

La albina soltó un suspiro pesado, y sin más que hacer, levantó un brazo hacia el cielo despejado, pronto éste comenzó a tornarse gris, y de pronto empezó a nevar. En vez de suave nieve, llovian del cielo pedazos de hielo con forma de cuchillas, lastimando y rebanando a alguno que otro insecto. Diane abrió los ojos y observó a su amiga, Aldora era la única que estaba luchando. Se giró a ver a su capitán, con tristeza, y cambiando su rostro a uno decidido se agachó en el suelo y levantó una de sus manos, usando sus habilidades debidas a su gran conexión con la tierra. De pronto, del suelo, troncos crecieron llevándose consigo a los insectos, aplastandolos desde abajo. Aldora sonrió con algo de alivio, observando desde el cielo que ahora estaba despejado y volvía a hacer azul. Llevó una mano a su pecho, y observó a su amiga orgullosa de ella.

—–No podía dejarte todo el crédito, Aldorita.—sonrió ella, y recibió unas palmadas en la cabeza por parte de Aldora.

—–Bien hecho Diane.—felicitó la albina.

—–Por ustedes lo que sea.—prometió decidida. A la escena se acercaron Hawk y Elizabeth, que observaban maravillados los poderes de aquellas chicas dueñas de un pecado.

—–¡Señorita Diane, Señorita Aldora!—bramó Elizabeth, llegando agitada hacia Envidia y Vanidad.

Aldora descendió a la altura de ambos, sonriendo un poco orgullosa. Las serpientes en su cabello siseaban, y la sonrisa colmilluda era un gesto de que todo estaría bien.

—–Princesa Elizabeth, Hawk. Quédense aquí y cuiden al Capitán. ¿Esta bien?—dijo, y se giró un poco a observar el panorama.—–Esto es obra de un caballero Sacro, y seguramente habrán más en la prisión Baste. Nosotras nos encargaremos de ello, ahora, su trabajo es quedarse con el Capitán hasta que despierte. Cuando lo haga, díganle que ambas estamos rescatando a Ban, ¿esta bien?—apoyó las manos en su cadera, sin esperar una respuesta. Cuando recibió una afirmación por parte de Elizabeth y Hawk, sonrió un poco, y se giró llegando a la altura del hombro de Diane.—–Vamos.—gruñó con seriedad, y sin más, ambas se dirigieron rápidamente a la prisión Baste, lugar donde las esperaban en su bienvenida dos caballeros Sacros que no tardarían en atacarlas.

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—–¿¡Dónde está el caballero Sacro!?—preguntó la albina con insistencia.

Aldora descendió al suelo, y se quedó esperando unos momentos a algún movimiento. La habían separado de Diane, y se había encontrado hace pocon un maldito caballero de alta estatura, una máscara cubriendo su rostro seguramente horrendo y una armadura de color azul oscuro. Se hacia llamar “Ruin” . Aldora comenzaba a impacientarse. Se cruzó de brazos fastidiada y suspiró. De pronto sus serpientes se movieron en una dirección, buscando atacar con los colmillos filosos a la amenaza cerca. La albina de giró unos pocos centímetros, encontrándose con una armadura rosada y con cabeza de escarabajo. Hizo una mueca confusa y desinteresada, le parecía un vestuario horroroso y de mal gusto.

—–Oh miren... ¡Pero si es el octavo pecado! ¡Aldora! El lince de la vanidad.—dijo en tono burlesco, cargando en sus manos un látigo de color verde azulado.

Aldora se giró completamente hacia ella, y cruzándose de brazos comenzando a elevarse en el aire, dejó que sus preciadas serpientes se acercaran a velocidad brutal a la caballero Sacro, y buscaron atacarla, aunque ella los esquivaba. Cuando estuvo libre por un momento, Freesia, el nombre de la enemiga  sagrada, sacudió su látigo de hermoso color. Casi inmediatamente, varios insectos se dirigieron a Aldora, rodeandola para atacarla. El pecado no de sorprendió, en lugar de ello bostezó con tranquilidad. Las cabezas de serpientes del cabello de la albina simplemente y con mucha velocidad, atacaron a los insectos matándolos a cada uno, librando a Aldora de aquella plaga en cuestión de un minuto. Freesia la observó maravillosa, y las cabezas de serpientes volvieron a esconderse en las puntas del cabello de la albina.

–—¡Impresionante! Entonces es cierto...—balbuceó Freesia, sorprendida y gustosa por la habilidad de el pecado Albino frente a ella.—–La leyenda cuenta que el octavo pecado carga con una maldición por traicionar al clan de las diosas. Éstas le maldijeron cubriendo su cabello de plagas: serpientes blancas. Que aparecen cuando su portadora está enfadada.—contó, soltando una altanera y juguetona risa.

—–La leyenda está mal.—interrumpió Aldora, con seriedad.—–Ellas no aparecen cuando estoy enojada, yo no puedo hacer que aparezcan. Ellas lo hacen si quieren o no.—explicó.—–Aparecen para protegerme de cualquier amenaza, sin importar qué tan fuerte sea el enemigo o si mueren o las cortan. Ellas vuelven a crecer. Me protegen... Porque yo soy su reina... Y ellas son leales a mí.—sonrió mostrando su lengua, extasiada por la sed de sangre, y elevándose las serpientes se aproximaron a atacar a Freesia nuevamente.

Lo que Aldora no sabía con exactitud, era que en realidad, el caballero sagrado con el que ella luchaba era sólo una ilusión. Podía verse en sus ojos, estaban cubiertos por una membrana que impedían que brillaran, no podía ver a nadie más que a ese caballero Sacro. Él no estaba ahí, o bueno, ella. Simplemente era una ilusión y sus serpientes atacaban a la nada, destruyendo la tierra y el pasto, atacando sin saber que la estaban engañando. Pasó un buen rato así, hasta que se distrajo con la presencia de la princesa, Hawk, la de su Capitán y la gigante Diane, que se habían encontrado con ella finalmente.

–—¡Capitán! ¿Que está haciendo aquí?—cuestionó una Aldora más relajada, observando a sus colegas.

—–Creeme, le dije lo mismo pero no va a volver a la cama.—suspiró Diane, frustrada.–—Como sea, ¿acabaste con ese caballero Sacro?—preguntó cambiando el tema.

—–No, ¡se escapó esa maldita!—gruñó.

Se escuchó un campanazo nuevamente, un sonido dulce y tranquilo, tenue. De pronto, los ojos de Diane y Aldora volvieron a ser cubiertos, su mirada era hueca, y la ilusión comenzaba otra vez. Meliodas se mostró algo preocupado, se vio obligado a saltar para evitar el puño de la gigante, y a esquivar las serpientes de Aldora que se aproximaban a él. Hawk y Elizabeth corrieron a resguardarse por órdenes de Meliodas. Por otro lado, Diane y Aldora intentaban asesinar al rubio, pecado de la ira, por confundirlo con un caballero Sacro. Pronto Meliodas entró al juego, siendo el también afectado por un hechizo  de la campana, y atacó a Diane y a Aldora con su espada rota buscando afectar al caballero Sacro que veía, ser que en realidad no era un caballero Sacro. Continuaron asi por un buen tiempo de no ser por una valiente princesa que se dio cuenta pronto de que la campana que portaba un niño pastor -que resultó ser Ruin- era la causante de todo, y hábilmente logró quitarla del bastón. Liberó a los pecados de el transe, pero fue gravemente herida por Freesia, que se unió también a la lucha. Cuando los pecados se dieron cuenta de lo que ambos caballeros sacros habían hecho, digamos que no fue algo bonito. Diane golpeó a Freesia, lanzandola fuertemente contra el suelo, y Aldora la despojó de su armadura para drenar toda su sangre, dándole a la caballero un final agónico. La atrapó con sus serpientes U mordió su cuello, quitándole toda la sangre sin dejar una sola gota caer.

Meliodas se encargó de Ruin.

—–Ah...~ Sabe a insecto. Pero, recobré mi fuerza y estamos a mano.—sonrió Aldora, observando a la pasa de mujer. Era todo lo que quedaba de aquel caballero.

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Diane sonrió orgullosa, y socorrió a Elizabeth guardandola en su mochila, prometiéndole que la cuidaría. Meliodas se encontró con las chicas, en frente de una de las entradas a la prisión. Ya había calmado su ira, desquitándose con Ruin, que ya dejó éste mundo.

—–Vamos, entremos. A lo mejor Ban ya está fuera de su celda.—sonrió el capitán, guardando la espada en su estuche que amorosamente Elizabeth había cosido para él.

—–Conociendolo, a lo mejor.—dijo Aldora, soltando una sonrisa.—–Ya pueden ir a dormir niñas, han hecho mucho hoy.—se dirigió esta vez a sus serpientes. Sin cuestionar, las serpientes se ocultaron de nuevo, y quedó su cabello como el de una persona normal.

Caminaron por la prisión por un buen rato, sin darse cuenta de que en verdad habían sido encerrados en una supuesta esfera mágica. De pronto en los pasillos, finalmente los pecados se habían encontrado con uno de ellos, un hombre de gran estatura, semidesnudo, con mirada serena y ojos escarlata. Tenía la marca del zorro en su costado, y al darse cuenta de Meliodas y los demás, creció la tensión entre ambos.

—–Ay, el capitán.—soltó Ban, dándose cuenta finalmente de su líder.

—–Ban...—soltó Meliodas, con seriedad.

—–¿P-Por qué... Qué es ésta tensión?—preguntó Hawk, retrocediendo.

Diane se sentó en el suelo apoyada en sus manos, Aldora se recostó en la cabeza de Diane relajada, y esos dos seguían mirándose fijamente, aparentando una tensión pesada y de rencores.

—–Y con razón.—comentó Diane.

—–Mejor ocultate detrás de Diane, Hawk.—suspiró Aldora, observando a su capitán y a su compañero mirándose aún.—–Las cosas se pondrán divertidas...—murmuró con una sonrisa juguetona.

Ellos pronto gritaron de emoción al verse.

—–¡BAAAAN!

—–¡CAPITÁAAAAAN!

Y con éste gif, me despido mis queridos lectores ^^

No más actualizaciones por hoy ;3

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