🍃|Capítulo 1.|🍃
| 虚栄心 |
Capítulo 1.
“El octavo pecado”
“É𝖘𝖙𝖆 𝖊𝖘 𝖚𝖓𝖆 𝖍𝖎𝖘𝖙𝖔𝖗𝖎𝖆 𝖆𝖓𝖈𝖊𝖘𝖙𝖗𝖆𝖑. 𝕺𝖈𝖚𝖗𝖗𝖎ó 𝖈𝖚𝖆𝖓𝖉𝖔 𝖑𝖔𝖘 𝖒𝖚𝖓𝖉𝖔𝖘, 𝕳𝖚𝖒𝖆𝖓𝖔 𝖞 𝕰𝖘𝖕í𝖗𝖎𝖙𝖚 𝖓𝖔 𝖘𝖊 𝖍𝖆𝖇í𝖆𝖓 𝖘𝖊𝖕𝖆𝖗𝖆𝖉𝖔 𝖆ú𝖓. 𝕷𝖔𝖘 𝕮𝖆𝖇𝖆𝖑𝖑𝖊𝖗𝖔𝖘 𝕾𝖆𝖈𝖗𝖔𝖘, 𝖉𝖊𝖋𝖊𝖓𝖘𝖔𝖗𝖊𝖘 𝖉𝖊𝖑 𝕽𝖊𝖎𝖓𝖔, 𝖕𝖔𝖘𝖊í𝖆𝖓 𝖚𝖓 𝖕𝖔𝖉𝖊𝖗 𝖒á𝖌𝖎𝖈𝖔 𝖎𝖓𝖒𝖊𝖘𝖚𝖗𝖆𝖇𝖑𝖊. 𝕰𝖗𝖆𝖓 𝖙𝖊𝖒𝖎𝖉𝖔𝖘 𝖞 𝖆 𝖑𝖆 𝖛𝖊𝖟 𝖛𝖊𝖓𝖊𝖗𝖆𝖉𝖔𝖘. 𝕻𝖊𝖗𝖔 𝖊𝖝𝖎𝖘𝖙𝖎𝖊𝖗𝖔𝖓 𝖔𝖈𝖍𝖔 𝖆𝖑𝖒𝖆𝖘 𝖖𝖚𝖊 𝖙𝖗𝖆𝖎𝖈𝖎𝖔𝖓𝖆𝖗𝖔𝖓 𝖆𝖑 𝖗𝖊𝖎𝖓𝖔. 𝕾𝖊 𝖑𝖊𝖘 𝖈𝖔𝖓𝖔𝖈𝖊 𝖈𝖔𝖒𝖔... 𝕷𝖔𝖘 𝖔𝖈𝖍𝖔 𝖕𝖊𝖈𝖆𝖉𝖔𝖘 𝖈𝖆𝖕𝖎𝖙𝖆𝖑𝖊𝖘...”
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En la soledad de una esquina, bebía tranquilamente un sorbo de su cerveza, relajada. Observaba con una sonrisa en sus rojizos y carnosos labios el cuento que un hombre, seguramente ebrio, contaba con emoción y las mejillas rosadas por el efecto de la bebida embriagadora, el cómo una vez vió en acción a la orden de caballeros Sacros traicioneros que pronto se convirtieron en enemigos del reino, ordenándose su captura a como de lugar.
Varios de los otros hombres que escuchaban atentos a la historia del hombre, que decía ser un «ex-caballero» traían una sonrisa de incredulidad o impresión, dependiendo de la persona.
–—¡Yo los he visto!—exclamó el hombre ebrio, quien tenía la atención de los demás, incluso del cantinero.—–Son ocho en total... Personas muy fuertes y seguramente demonios...—sacó de su bolsillo uno de los carteles que estaban pegados por todo el reino, incluso en las afueras. Traía en él el rostro de una joven, y bajo su retrato, el nombre.—–Ella es uno de ellos... El pecado de la Vanidad, Aldora.—señaló con una sonrisa triunfal, y luego posó su mano en su propio pecho.—–¡El octavo pecado Capital!
La joven de cabellos plata dejó de beber de pronto su tarro con cerveza, y acomodandose la capucha soltó un leve suspiro, recordando en sí su pasado y momentos felices, aunque fueran pocos. Hace tiempo que no oía que alguien llamara aquel nombre.
—–Por favor. Todos saben que el octavo pecado está muerto, y que simplemente son siete.—dijo uno de los hombres incrédulos antes de beber del vaso.—–¿No estarás mintiendo acaso, loco extraño?—señaló acusador.
Desde hace mucho que la daban por muerta. Ella no pudo evitar soltar una risa algo llamativa, cubriéndose después la boca. Se burlaba de la ingenuidad de los hombres. Si tan sólo supieran que tienen cerca al octavo pecado, aquel que "murió" a manos de los caballeros sacros, y de quien tienen su cadáver oculto en lo más profundo del Palacio.
—–Además.—otro hombre que escuchaba las locas historias dejó de beber su cerveza para dar un comentario.—–Todos saben que son pocos lo que la han visto y siguen con vida. Y si así fuera en tu caso, por su nido maldito que tiene ese pecado residente en su cabello blanco, ¿cómo es que no eres una estatua de piedra ahora?—juzgó, volviendo a beber.
La risa aguda y contagiosa de la muchacha logró que los demás voltearan a verla con confusión y algo de molestia. Se quedaron viéndola atentamente.
—–Ah, esa historia ya la conozco.—murmuró la joven de blancos cabellos, acomodando su capucha.—–Ella era bastante hermosa y peligrosa, maldita por las diosas que estaban celosas por su belleza... ¿no es verdad? Casi parecía una pena que un ser tan precioso muriera de la forma más horrenda que se puede imaginar...—descruzó sus lindas y blancas piernas, las cuales se veían pues la capa sólo cubría parte de su rostro y su espalda, antes de levantarse, y caminar hacia la puerta sonando sus botas de tacón. Observó con una media sonrisa de arrogancia el papel en donde su rostro se encontraba, con la mirada perdida, y debajo su nombre. Su precioso nombre.—–El octavo pecado...—rió malvadamente, y finalmente arrancando el papel de la puerta se fue, dejando a los hombres con un escalofrío recorriendo su espalda.
—–P-Podría jurar que ví una serpiente blanca...—murmuró otro de los hombres tembloroso.
—–Nah, déjalo. De seguro es el alcohol.—calmó otro, siguiéndole los demás para continuar bebiendo.
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Mientras ella caminaba por los lados del reino, solitaria como siempre, se preguntaba finalmente en dónde podrían haberse escondido sus otros amigos. Lo admitía, les extrañaba con mucha fuerza. Quien diría que en poco tiempo ella se volvería tan cercana a un par de personas que no eran iguales a ella.
Soltando un suspiro cansado, sacó de su bolsillo nuevamente el papel que se había llevado.—Je.—soltó con una media sonrisa.—De verdad si lograron capturar mi hermoso rostro.—susurró para ella misma, mientras comenzaba a adentrarse a un lugar desolado de los rincones del reino.
La brisa fría era el único ruido que hacia presencia en el lugar, además de los taconazos que ella daba al caminar. De pronto sintió que algo la observaba, y deteniéndose el paso, se volteó hacia atrás para asegurarse. Nada. O eso se creía.
—–¿Quién anda ahí?—preguntó ella, frunciendo el ceño bajo su capucha de color blanco, y apoyando su brazo en su cadera.
Resopló al no escuchar respuesta, y volvió a girarse sobre sus talones para continuar con su camino, comenzando a sentir que la observaban de nuevo. Chasqueó su lengua con molestia, y pisoteó el suelo con levedad, haciendo una pequeña e infantil pataleta. Negó lentamente, no tenía caso en realidad prestarle atención, por lo que decidió ignorar el hecho de que alguien la había encontrado. Le dio igual, sólo quería regresar a casa y estar tranquilamente observándose a sí misma en el espejo.
Caminó tranquilamente, ignorando al ser que no ha visto que la sigue, y cuando llegó a las afueras del reino, comenzó a elevarse sin importarle que alguien más la viera, y sin más comenzó a volar por los alrededores dispuesta a ir a su hogar.
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Mientras volaba pensaba en sus antiguos amigos y colegas, en aquellos que no la juzgaron por su pasado cruel y que simplemente la acogieron amablemente bajo su regazo. Recordaba a su amiga gigante, a quien solía hacerle distintos peinados en su largo cabello café sólo cuando estaba aburrida. A su amigo el hada, a quien le solía arrebatar sus pertenencias con diversión sólo para molestarlo. A su amigo el inmortal, a quien perseguía para que le regresara sus joyas preferidas. A sus otros amigos, el misterioso que nunca salió de su armadura, a la maga y sabia, y a su capitán. Suspiro de nuevo observando hacia abajo, mientras sentía la brisa chocar contra su piel, contra sus rosadas mejillas, contra su cabello que una vez fue cortado y ahora era largo, contra sí. Daba vueltas y giros en el aire, sintiendo la tranquilidad que le otorgaba el cielo, la paz que le brindaba el sol, y la hermosa vista que le obsequiaba la altura desde la que ella se encontraba.
—–Que hermosa vista...—sonrió inconscientemente observando hacia abajo, todo el pueblo, lo verde del campo, los árboles.
Bajó su mirada de pronto para encontrarse con un grupo de caballeros ordinarios, y como ella era curiosa, descendió desde los aires manteniendo su interés en los caballeros y se sentó en la rama de un árbol para escuchar su conversación más de cerca. Escuchó con interés que el pequeño grupo se dirigía hacia la taberna del "Botar Hat", y atraída por la curiosidad y la viveza de los colores del lugar, decidió seguirlos y ocultarse en el árbol más cercano, acomodando su capucha tranquilamente.
Uno de ellos, al parecer el que mandaba, tocó la puerta fuertemente con su puño. Algo descortés según la apreciación de Aldora, pero lo perdonó por ser de físico simpático.
—–¡Somos de la orden del Gato Montés, y servimos a la orden de los Caballeros Sacros!—bramó fuertemente.—–¡El caballero oxidado es acusado de ser uno de los Ocho pecados Capitales, Salgan tranquilamente!
Aquel nombre despertó más el interés de la joven y curiosa Aldora. "El caballero Oxidado" ¿quien podría ser? Puede que tan sólo sea alguno de sus viejos amigos intentando escapar y pasar desapercibido. Bueno, si era así, ella estaría dispuesta para defenderlo a como de lugar, siguiendo a las reglas que su capitán les había impuesto a su equipo años atrás.
—–Oigan, creo que no va a salir.—desmotiva uno de ellos, un hombre narizon y de voz horrenda. Aldora hizo una mueca por su fealdad, y se aguantó una risa por no burlarse.
—–Ahora que lo pienso, ¿cuando construyeron esa taberna?—comentó uno de los más altos, rascandose la cabeza.
—–Sí, no estaba hace tres días que pasé por aquí.—continuó otro.
—–No bajen la guardia.—habló el joven rubio, por nombre Alioni, quien lucia bastante perturbado y serio por la situación. Al parecer anteriormente era alguien asustadizo. Aldora no pudo evitar sentir ternura.—–Enfrentamos a un Caballero Sacro que servía directamente al rey hace diez años.—mencionó.
Él no quería subestimarlos, no podía subestimarlos, pues una vez cuando fue más joven, él mismo presenció la escena después de la masacre a varios caballeros Sacros. Es por ello que el joven Alioni le tenía un profundo respeto y temor a los Ocho pecados, porque el conocía de que eran capaces.
Mirntras tanto, Aldora no pudo evitar soltar una ligera risa que logró escucharse desde su escondite, y rápidamente alertó a los demás caballeros. Pero, gracias a que varios de ellos eran tan tontos como para darse cuenta del enemigo a menos que lo tuvieran al frente, ignoraron el hecho de que uno de esos caballeros temidos y buscados por el Reino los estaba observando, y decidieron seguir con su charla. Al menos Alioni aún seguía alerta.
Uno de ellos volvió a gritar ya impaciente, y con simpleza un joven de cabello rubio y ojos verdes brillantes abrió la puerta, prehuntando si él había gritado. Logró espantarlos de la sorpresa, pero ellos insistieron en ver al caballero oxidado. De pronto, salió un cerdo parlante.
—–¿¡Cómo, el cerdo es uno de los ocho pecados!?
Aldora se quitó la capucha, y observó atónita a aquel muchacho bajo y rubio. ¿Podría ser acaso? No, imposible. O ese hombre era muy parecido a su capitán, o ese hombre en realidad sí era su capitán. La alegría comenzaba a invadir el frívolo corazón de la joven Aldora, quizás sus tiempos de estar sola de nuevo terminaron, y ese quizás sería el día en el que por fin, el equipo podría reunirse nuevamente.
Quizás, tan solo quizás.
—–Meliodas...—murmuró ella, antes de sonreír.
Para complicar las cosas, mientras los caballeros discutían con el joven rubio de baja estatura y el cerdo parlante, una joven muchacha de cabello canoso salió corriendo por la puerta de atrás, alertando rápidamente a los otros caballeros, quienes no dudaron en comenzar a perseguirla por órdenes de su líder. Aldora que observaba todo, suspiró con pesadez y se dispuso a seguir a la chica, a ver cuánto más seguía con vida a manos de los caballeros. Quizás debía ayudarla, pero quería divertirse un poco más, viendo hasta donde llegaba todo, entonces decidió seguirlos por los aires sin ser vista.
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Mientras la pobre princesa Elizabeth corría desesperada por escapar de las manos de los caballeros quienes no lograban reconocerla. Ella daba todas sus fuerzas con tal de escapar, pero para su suerte, fue atajada antes de su final, y salvada finalmente por Meliodas, aquel gentil y pervertido enano que de manera divertida se aprovechaba de la ingingenuidad de la chica canosa.
El cerdo parlante termino por botar al vacío a aquel caballero de nombre Alioni, pero que gracias a Aldora pudo salir vivo ya que ella pudo atajarlo y dejarlo sano y salvo lejos de Elizabeth y Meliodas, sin saber que él no era la única amenaza que merodeaba por el alrededor. Pero eso no importa ahora, en resumen, Alioni el joven con el sueño de ser un caballero Sacro finalmente, fue rescatado por el lince, que sostenía una amable sonrisa.
—–No te preocupes, te tengo.—habló sonriente, antes de dejarlo en el suelo.–—Ahora, debo irme, pero fue un placer conocerte.—Aldora se alejó de nuevo por los aires, perdiéndose de la vista del joven, y dejándolo a el pasmado de la sorpresa.
¡Había sido salvado por el octavo Pecado Capital! ¡Aldora, el lince de la vanidad!
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