━ 𝐜𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 𝐭𝐡𝐫𝐞𝐞: a pinch of strength
[ 𝐕𝐎𝐈𝐃 ]
🐍┊ 𝗖𝗔𝗣𝗜́𝗧𝗨𝗟𝗢 𝗧𝗥𝗘𝗦
« 𝔞 𝔭𝔦𝔫𝔠𝔥 𝔬𝔣 𝔰𝔱𝔯𝔢𝔫𝔤𝔱𝔥 »
──────────────
{ ⊱ ✠ ⊰ }
𝐒𝐈 𝐁𝐈𝐄𝐍 𝐋𝐋𝐄𝐕𝐀𝐁𝐀 𝐏𝐎𝐂𝐎 𝐌𝐀́𝐒 de cinco días viviendo en aquel lugar, Angelina concluyó que había un tipo de hechizo especial adherido a las paredes de la casa de los LaRusso.
Podía escuchar una melodía encantadora, tanto en el armónico posicionamiento de los muebles como en el característico aroma a canela que impregnaba a las habitaciones. Quizás la magia se encontraba en el calor que acariciaba su piel cuando pasaba los pies descalzos por el alfombrado de su cuarto, o tal vez en lo amplia y luminosa que era cada sala. Era una familia adinerada, eso siempre lo supo, pero cada miembro parecía regirse por una humildad cegadora. A excepción del hijo menor —Anthony, quien la había mirado con rencor durante el almuerzo, pues aparentemente su presencia implicaba que habría menos comida para él—, todos la habían recibido con los brazos abiertos; como si todavía estuvieran en el pasado, como si nunca hubieran perdido el contacto.
Aunque todavía no era capaz decir exactamente cuál era el factor más cautivador, no podía evitar comparar la gran casa de los LaRusso con el gélido apartamento de su tía.
Collette Bellerose se jactaba de ser una mujer ambiciosa, y no escatimaba a la hora de manifestar su frívolo gusto por la elegancia. Podía decirse que había construido su propia cueva privada en el área más codiciada de Nueva York, pero, detrás de todas las decoraciones ostentosas, el lugar permanecía vacío, despojado de recuerdos que añorar, de la calidez de una casa de verdad. Era moderno, estéticamente perfecto, tenía la última tecnología de lujo y los diseños más avanzados del mercado. Sin embargo, a pesar de que Angelina había vivido allí desde los ocho años de edad, para ella nunca fue un hogar.
Los LaRusso, en cambio, parecían saber el verdadero significado de la palabra. Durante su infancia, pasó días y noches en aquel lugar, correteando junto a Samantha mientras esperaba que sus padres regresaran de otro de sus viajes, pero nunca se había detenido a apreciar realmente la cordialidad que emanaba. Su residencia era paz, mezclada con un tipo de alegría que no había visto en casi ningún otro lugar.
Pero, a pesar de todo lo bueno, se veía incapaz de alejarse de un pensamiento en concreto: tarde o temprano, sus problemas acabarían destruyendo aquel santuario.
Mientras vagaba por uno de los tantos pasillos, el cual finalmente la llevó hasta la zona de la piscina, solo podía pensar en lo imponente que era tanta bondad. Aunque Daniel y Amanda solían ser como sus padres, la circunstancias habían cambiado —ella había cambiado—, por lo que sentía que no tenía derecho a tapar el sol de los LaRusso con su propia tormenta.
No sabía qué era lo correcto. ¿Dónde ir? ¿Dónde podría ocultarse para no incordiarlos?
No obstante, cuando encontró a Samantha recostada sobre una de las tumbonas, con una laptop sobre sus piernas y una sonrisa en el rostro, supo que el plan de intentar encontrar las respuestas a solas había fallado.
Fue entonces cuando vio una foto de Miguel en la pantalla.
Creyó que tal vez lo había imaginado, que su mente le estaba tendiendo una trampa como castigo por haber estado considerando su oferta de unirse a Cobra Kai desde que descubrió aquel dibujo tirado en su mochila. Pero, a pesar de que solo duró una pequeña fracción de segundo —pues Sam apagó la pantalla en cuanto notó su presencia—, la imagen había sido demasiado clara como para tratarse de un engaño.
—Viste eso, ¿cierto? —preguntó la castaña, observándola con una expresión avergonzada.
—No diré nada.
Angelina trató de calmarla con una sonrisa, negándose a perturbarla, pero el gesto apenas se había notado.
—¿Sabes qué? —Sam la observó con un aire pensativo—. No sirve de nada ocultarlo. Ven, vamos a acosarlo juntas.
Recogió sus piernas, antes extendidas sobre la tumbona, y palmeó el espacio disponible. Repitiéndose mentalmente que rechazar la oferta sería una decisión poco agradable, la rubia tomó asiento mientras Samantha encendía la laptop.
No dijo nada más antes de continuar navegando por el usuario de Miguel. De vez en cuando se detenía a observar una foto en concreto, y Angelina no podía hacer más que notar que, incluso a través de una cámara, la expresión del chico reflejaba pura dulzura. A pesar de que las fotos no eran demasiado viejas, pensó que había cambiado bastante: tal vez sus facciones parecían ligeramente más maduras que las del muchacho de las fotos, o quizás el Miguel con el que había estado conversando en los últimos días aparentaba sonreír con más confianza.
No sabía por qué, ni mucho menos cómo lo había notado, pero había luz en la mirada del Miguel Díaz que la invitó a participar del dojo de Johnny Lawrence, en el chico que vio pelear en la cafetería hacía tres días atrás.
Y el insesante repiqueteo que empezó a sonar dentro de su pecho le recordó lo mucho que necesitaba saber cómo lo hizo.
Sin embargo, una parte de ella, sedienta y en busca de un nuevo pasatiempo, anhelaba eso que había visto en Miguel. Quería la pasión que irradiaba de sus poros cuando luchó contra Kyler, la vívida motivación con la que había actuado, y la oportunidad de entrenar los oxidados engranajes de su cuerpo.
—Es lindo. Y también es nuevo, como tú. Aparentemente llegó este año.
Cuando Sam habló, Angelina tuvo que volver a poner los pies sobre la tierra.
La miró de reojo, y entonces sus antiguas compañeras de baile se le vinieron a la cabeza. Sus miradas cuando comenzaron a interesarse por los bailarines mayores, las risitas cómplices, la tez iluminada. Solían tener el mismo rubor que cubría el rostro de Sam, la misma chispa de atracción en sus miradas.
Sin siquiera tener que detenerse a meditarlo, lo entendió.
Sam estaba interesada en Miguel.
Y Miguel había insinuado que estaba interesado en Sam.
No supo por qué, pero una alarma se disparó en su cabeza ante el descubrimiento.
—Sí, me lo dijo —se forzó a continuar, devolviendo los ojos a la pantalla. Suspiró, murmurando lo siguiente de manera ausente—. Es guapo.
—Oh, ¿lo conoces?
Tuvo que morderse la lengua para evitar regañarse.
La voz de su tía resonó como un eco en su cabeza: «Cuida tu boca, Angelina», decía, recordándole que no podía decir imprudencias, y mucho menos cuando Sam estaba claramente atraída por el muchacho. Sin embargo, logró asentir.
—Es... —Se relamió los labios, planeando cuidadosamente sus palabras—. Es–parece un buen chico. Vamos juntos a la clase de la señora Miller y... me senté con él en el almuerzo de hoy.
—¿O sea que es él con quien harás el proyecto? ¿Fuiste a su casa? —Angelina asintió, jugando con sus manos en un intento por parecer desinteresada—. Y pensar que papá estaba preocupado por dejarte ir a solas con un chico cuando le pediste permiso... —La sonrisa de Sam se ensanchó aun más—. Miguel no sería capaz de hacerte nada malo. Estoy segura de que lo es... Un buen chico, quiero decir. —Rio ligeramente. Había un destello diferente en su mirada, una pequeña sonrisa en su rostro, y Angelina supo de inmediato que estaba pensando en el muchacho. Suspiró, casi risueña—. Es que no puedo creer que se haya atrevido a enfrentar a Kyler... La mitad del Valle ya ha visto el vídeo de la pelea.
—¿Publicaron el vídeo?
—De hecho, ya es viral; ahora todo el mundo quiere ir al dojo de Miguel. Papá está furioso, ¿no lo has visto en el desayuno en estos días? —La rubia asintió mientras Sam continuaba, intentando evocar los recuerdos que tenía del señor LaRusso; sí, era cierto que Daniel lucía más alterado de lo normal, pero Angelina jamás lo hubiera atribuido a algo relacionado con el kárate—. Digamos que no está muy conforme con que Cobra Kai haya regresado.
—¿Por qué no lo estaría? —Angelina frunció el ceño—. El señor LaRusso adoraba el kárate, ¿no?
—Pero en este lugar el kárate siempre se ha basado en rivalidades. —Sam bufó, como si aquella idea le pareciera absurda, pero continuó—. Cobra Kai ya existía cuando mi padre llegó al Valle, y aparentemente reabrió hace poco. Su senséi y él tienen una historia... complicada. —Dibujó una pequeña mueca, enfatizando la última palabra—. Creí que papá lo había contado muchas veces cuando éramos pequeñas. Bueno, al menos yo he escuchado la historia cientos de veces, estoy segura de que tú también.
—Yo... —Trató de buscar en su memoria, pero su mente estaba en blanco. Sabía que Daniel era un maestro del kárate, que tenía el título de campeón en el Valle, pero no sabía nada más; nunca imaginó a alguien como el señor LaRusso teniendo rivalidades— Lo siento, no lo recuerdo.
—Oh, no te preocupes. Papá contará la historia muchas veces más, sobre todo ahora que Cobra Kai ha regresado. Empiezo a pensar que recuerda más sus años como campeón que el nacimiento de Anthony. —Sam bufó, poniendo los ojos en blanco con un deje de diversión. Sin embargo, se enserió a los pocos segundos—. Tal vez papá está convencido de que Cobra Kai arruinará todo en el Valle, pero después de ver a Miguel pelear, y ahora sabiendo que alguien como él entrena en ese dojo... no creo que sigan siendo los malos.
En los próximos segundos, Angelina aprovechó el silencio para soltar todo lo que había acumulado en sus pulmones. El aire se mezcló con sus pensamientos y, mientras la pantalla de la laptop de Sam se apagaba, algo vagamente familiar calentaba su sangre.
Adrenalina; era adrenalina—la había saboreado en cientos de ocasiones, cuando esperaba tras la cortina antes de subir al escenario en medio de un recital.
Parecía que el destino estaba sirviéndole una porción de kárate en bandeja de plata. Endulzándolo, decorándolo, tentándola a probarlo antes de que se le hiciera agua la boca. Entre las cenizas, sintió que resurgía una chispa de esperanza que creía olvidada, un diminuto resto que había quedado enterado en su interior, bajo todo lo que había pasado en los últimos meses.
«Cobra Kai».
El nombre buscó cobijo en su mente. Creyó escuchar la voz de Miguel, repitiéndole una y otra vez a lo largo de aquella mañana lo mucho que quería que ella asistiera; incluso cuando invitó a Angelina a sentarse con su grupo en la cafetería, en donde conoció a un chico extremadamente sarcástico llamado Demetri y compartió algunas palabras con Eli, intentó convencerla, como una terca mula que no aceptaba un no por respuesta.
Cada vez que Miguel le preguntaba si había reconsiderado su decisión, Angelina no tenía una respuesta. Lo esquivaba, bajaba la cabeza o simplemente se encogía de hombros, pero había algo en el fondo de su mente, molesto e insistente, que la estaba tentando a ceder.
Tal vez debía ir. Tal vez debía seguir sus instintos.
¿Y si la vida le estaba dando una segunda oportunidad?
No obstante, se dio cuenta de que, mientras se hallaba encerrada en su pequeña burbuja, Samantha había estado viendo una foto completamente distinta a las anteriores.
Una chica con la boca llena de salchichas ocupaba la pantalla. El nombre de la castaña se hallaba escrito sobre la foto, y los comentarios la acusaban de todo tipo de cosas obscenas.
Angelina sabía que provenía del mismo rumor que desató el caos entre la pandilla de Kyler y Miguel.
La tarde anterior, una Sam impotente había intentado contener las lágrimas mientras le afirmaba que era mentira, que fue Kyler quien inventó el hecho de que ella había hecho algo más que solo ver una película junto a él. Aparentemente, solían ser pareja, pero las cosas acabaron tan rápido como Kyler intentó aprovecharse de ella en el cine.
Era injusto.
Si Sam lo había hecho, no debía ser divulgado; y si no, nadie tendría que insinuar nada.
Con solo dieciséis años de edad, Angelina había descubierto que la gente podía ser muy cruel, pero nunca se había atrevido hacer nada al respecto.
En ese instante, sin embargo, lo único que quería hacer era lanzar un puñetazo al aire.
La rabia bombeó fuera de su corazón, acompañada de la impotencia de ver a un grupo de cobardes molestar a una chica que no era más que el sinónimo de dulzura. Intentó empujar las imágenes del pasado a un rincón, los recuerdos de sus compañeros de ballet llamándola por todo tipo de nombres en redes sociales: zorra, hipócrita, puta.
Toda la ira acumulada se estaba concentrado en sus nudillos. Pudo ver a su yo del pasado reflejada en la expresión caída de Samantha, y aquello no hizo más que provocarle náuseas.
Justo en ese momento, Daniel LaRusso apareció en escena.
—Hey, chicas. ¿Qué sucede? ¿No les apetece nadar? ¿O invitar a algunas amigas? —A la par que su padre se acercaba, Sam cerró la laptop tan rápido como pudo. Daniel sonrió—. Sería una buena oportunidad para que Angelina las conozca mejor.
«Aguanta», se dijo a sí misma, obligándose a aflojar los puños, pero sus manos no paraban de temblar. «No lo dejes salir. Aguanta».
Afortunadamente, Sam decidió llevar la conversación.
La castaña devolvió el gesto, pero con pocas ganas: —No, hoy no.
—Ah, bueno —continuó el señor LaRusso, aclarándose la garganta—. ¿Y entrenar con tu viejo? Tú también estás invitada, Angelina.
—¿Practicar kárate? Ha pasado mucho tiempo desde la última vez. Además, Angelina nunca ha querido aprender, papá.
Aunque Sam lo preguntó con incredulidad, como si la propuesta de su padre le pareciera inconcebible, la imagen de una cobra dibujada sobre un trozo arrugado de papel apareció en la mente de Angelina.
De repente, la invitación de Daniel no parecía tan descabellada.
Necesitaba descargar toda su ira, antes de que la consumiera desde dentro. Sin embargo, había visto al señor LaRusso pelear en el pasado.
No atacaba, su método de entrenamiento era lento y pesado, y basaba todos sus movimientos en un equilibrio que Angelina no poseía.
Comprendió que ella tenía rabia, no balance.
Y supo que era hora de sucumbir a la propuesta de Miguel Díaz.
Pidiendo permiso para salir a dar un paseo, Angelina Bellerose sacó el pequeño papel que había guardado en su mesa de noche, buscando la dirección en internet.
Así fue como acabó subida en un autobús, de camino a un dojo ubicado al otro lado de la ciudad.
⊱ ✠ ⊰
—No entres ahí.
Cuando llegó a Cobra Kai, Angelina no esperaba encontrarse con Eli Moskowitz saliendo disparado del lugar.
Llevaba al menos dos minutos fuera del local antes de que el muchacho apareciera frente a ella. Se había tomado un tiempo para observar los detalles, utilizándolo como una excusa para buscar sus agallas. Especialmente, se detuvo a analizar el logo del lugar: una cobra la escudriñaba con superioridad desde su lugar en una de las paredes, revestida de una imponente combinación entre negro, amarillo y rojo. El Teatro de Ballet Estadounidense representaba todo lo contrario: una academia de baile elitista contra un dojo ubicado en una de las zonas menos adineradas del Valle. No obstante, había una especie de encanto en el misterio, en la incertidumbre de no saber qué encontraría dentro.
En cuanto decidió que era momento de entrar, se topó con la cabeza gacha y los hombros caídos de Eli.
El joven lució confundido en primera instancia. Su semblante se relajó cuando vio de quién se trataba, pero sus ojos parecían más tristes de lo normal, como si estuviese aguantando las lágrimas.
—Eli, —Lo miró de arriba a abajo, asegurándose de que estuviera en una pieza. Aunque no había rastros de daño, su rostro seguía consternado—. ¿Te encuentras bien?
—Solo... no entres ahí.
—No quieres hablar sobre eso, entendido —murmuró para sí misma. Dudó por un momento, pero acabó soltando lo primero que se le vino a la mente—. ¿Está Miguel?
La mirada de Eli se suavizó, adquiriendo un tenue matiz de curiosidad. Asintió, pero no dijo nada más por un par de segundos.
—El senséi me llamó Labio.
En un principio, Angelina frunció el ceño. ¿Un adulto molestando a un adolescente por una cicatriz facial? Aquello no sonaba demasiado ético; tal vez, al contrario de lo que había dicho Sam, Cobra Kai seguía siendo el villano.
Sin embargo, luego pensó en su instructora de baile, en las veces que había intimidado a sus alumnos con palabras. La exigencia los había hecho más fuertes, les había enseñado a soportar el fracaso y los comentarios negativos, a crear una coraza protectora alrededor de sus mentes.
La de ella no había sido tan resistente, pues finalmente reventó. De cualquier forma, le había permitido aguantar todo tipo de golpes hasta el día del accidente.
—Así son los maestros. También se equivocan. —Forzó uña sonrisa, intentando consolarlo—. Unos más, unos menos... Tienen métodos distintos.
—Pues no lo entiendo.
—Dicen que solo quieren hacernos más fuertes.
—¿Tuviste un senséi?
—Algo así. —Esbozó una mueca casi imperceptible—. Pero falló.
El mundo del ballet era algo que una mente frágil no podía aguantar.
Sus instructores decían que fue una lástima que la suya se quebrara.
Su mirada paró una vez más sobre las cobras pintadas en las paredes, y supo que no podía seguir evitando lo inevitable.
Quizás debió haber escuchado el consejo Eli.
Quizás.
Finalmente, Angelina suspiró: —Espero que este no falle.
Y entonces entró.
Atravesó el umbral de la puerta—el sonido de una campana anunciando su llegada. Sentía que sus piernas se movían por cuenta propia, que su mente estaba en blanco, y, cuando percibió los ojos de alrededor de una docena de adolescentes sobre ella, la sangre bajó hasta sus pies. De pronto, solo quiso esconderse; la mirada del hombre del gi negro, quien seguramente era el supuesto senséi del que hablaba Eli, se sentía como un peso extra sobre sus frágiles hombros.
Ir a Cobra Kai no había sido una buena idea.
Tendría que haber revisado los horarios antes de irrumpir en plena clase.
Debería haberle pedido a Eli que la acompañara hasta adentro, como una especie de apoyo moral.
¿Qué demonios hacía ahí si su pierna ni siquiera iba a funcionar correctamente?
¿Y dónde estaba Miguel?
—Llegas tarde. —El hombre del gi negro, a quien identificó como Johnny Lawrence, la observó con la cabeza alta. Su postura transmitía fuerza y confianza, y Angelina se sintió como un pequeño insecto bajo el azul de sus ojos—. Ven a vender tus galletas de niña exploradora en otro momento, estoy ocupado tratando de entrenar a estas nenitas.
Miró a sus alumnos con las cejas enarcadas. Los chicos agacharon la cabeza, asustados. Solo un par de jóvenes —los únicos que también usaban un gi, pero de color blanco— mantenían la postura.
Aisha Robinson, cuyo nombre había escuchado durante una clase de Matemáticas, la analizaba con tranquilidad tras el cristal de sus gafas.
Angelina paseó la mirada hasta el siguiente alumno de blanco, y entonces se encontró con el moreno que había estado buscando.
Miguel mostraba una expresión sorprendida. Su boca cayó entreabierta, como si estuviera intentando preguntarle algo, y, aunque la parte más primitiva de su instinto le exigía que fuera directamente hacia él, Angelina podía sentir los ojos del senséi sobre ella; por experiencia, sabía que no debía darle una mala impresión a un instructor, por mucho que aquella voz irracional que había descubierto al volver al Valle la tentara a hacer lo contrario.
Apretó la mandíbula, repentinamente frustrada. No quería sentir esa necesidad de acercarse al muchacho, y mucho menos si Samantha LaRusso ya le había puesto el ojo encima.
Sin embargo, ya era demasiado tarde.
—Lo siento —dijo finalmente, evitando los ojos de Miguel y enfrentando al instructor con el torso, pero mirando al suelo en todo momento.
La lista de normas que le había enseñado la tía Collette sobre el mundo del ballet cobró vida en su mente: su voz no podía temblar, su postura debía ser impecable, pero jamás debía mirar a los ojos a un maestro.
Sin embargo, el hombre no reaccionó. No asintió con aprobación, no continuó satisfecho, no sonrió para sí mismo en aquel gesto de felicitación personal que Angelina había visto en el rostro de sus profesores cuando sus alumnos estaban mansos.
Algo le decía que al dueño de Cobra Kai no le gustaban las presencias débiles.
Tragó en seco. ¿Acaso ya lo había arruinado?
—Senséi, no es una niña exploradora. Es... Angelina.
Justo cuando empezaba a consentir la idea de salir del lugar, Miguel se posicionó a su lado.
El senséi enarcó una ceja: —¿Y eso qué significa?
—Compañera de la escuela.
—¿Entonces es tu chica, Díaz? ¿Tu noviecita viene a verte entrenar?
Angelina tuvo que aclararse la garganta para disimular el hecho de que casi se atragantaba.
—No, senséi. Dije compañera —habló Miguel entre dientes, lanzándole una mirada acusadora. El hombre tosió, pero Angelina se percató de que realmente ocultaba una carcajada; mientras tanto, el moreno volteó hacia ella, hablándole en voz baja—. Así que decidiste venir, ¿no? —Parecía emocionado, y el corazón de Angelina se derritió ante su sonrisa—. ¿Fue gracias a mi maravilloso dibujo?
—Tal vez —respondió en el mismo tono divertido, intentando no perderse en sus ojos.
Las comisuras del moreno se expandieron aún más, esta vez con un toque de orgullo. Llevó la mirada al suelo, todavía sonriendo para sí mismo, pero no dijo nada.
Angelina tuvo que repetirse un par de veces que tenía que dejar de verlo.
—Bueno, angelito, la próxima vez habla en voz alta. —La voz del señor Lawrence finalmente captó su atención—. Suenas como una perdedora, y aquí no queremos perdedores.
—Sí, senséi.
—Al menos entiendes rápido. Ustedes, los dos nerds de allá atrás, —Señaló a un par de chicos de estatura baja—, aprendan de ella.
» Bien, ahora al centro. —Angelina lo miró confundida—. Al centro —insistió más alto, señalando el tapete negro y rojo que cubría el suelo de la sala—. Para estar aquí, tienes que demostrar que tienes sangre de cobra. Díaz, acompáñala; enséñale lo que es Cobra Kai.
Pero Miguel no se movió.
—No voy a hacer eso...
—Lo hiciste conmigo —interrumpió la chica de las gafas, escudriñándolo con diversión.
—Pero tampoco quería, Aisha.
—¿Tengo que recordarte quién es el senséi aquí, Díaz? —Miguel negó con rapidez—. Pues entonces ve a tu posición.
A regañadientes, Miguel caminó hasta el centro de la estancia, seguido de Angelina, para después adaptar una posición de pelea. Por su parte, ella intentó copiar la postura, poniendo sus puños al nivel de su pecho y separando las piernas.
El senséi la rodeó como si fuera una presa.
—Te ves débil. Con esa postura tu enemigo podrá soplar y acabar contigo. ¿Quieres que sople, angelito? ¿No? ¡Pues endurécete! —La chica obedeció, pero él negó con desaprobación—. No, no, estás muy recta. Cualquiera diría que eres una bailarina, no una luchadora.
—Lo fui —dejó escapar por lo bajo, antes de siquiera darse cuenta.
—Interesante —murmuró—. Pues, adelante. Dale una patada a Díaz.
Y entonces todos sus músculos se tensaron.
—¿Patada?
—Bueno, las bailarinas saben estirar las piernas. —El senséi se encogió de hombros—. Así que sí, patada.
Por un momento, sus pulmones se detuvieron. Su corazón latió contra sus tímpanos, sus puños perdieron firmeza.
El oxígeno quedó atrapado en el conducto incorrecto, asfíxiándola, recordándole lo que suponía el simple hecho de intentar estirar su pierna y enterrarla en el cuerpo del muchacho que tenía en frente. Inconscientemente, sus ojos buscaron los de Miguel; no quería, simplemente no podía hacerlo. Perdería el equilibrio si usaba la pierna derecha como apoyo, o acabaría en el suelo si golpeaba con ella.
¿Y si las placas que unían el ligamento de su rodilla acaban aflojándose?
¿Y si fallaba?
Fue entonces cuando notó el semblante ensombrecido de Miguel. Su expresión se endureció mientras la analizaba, pasando de la duda a la compresión de un segundo a otro, como si entendiese perfectamente que lo único que necesitaba era ayuda.
—No puedo —susurró.
Él asintió, preocupado, abandonando inmediatamente la posición de pelea. Sin embargo, el señor Lawrence le ganó antes de que pudiera hacer nada.
—¿Qué clase de bailarina eras si no puedes dar una patada? —Las palabras de Johnny se enterraron como dagas en el pecho de Angelina. Posteriormente, giró hacia el moreno, quien apenas acababa de abrir la boca—. Miguel, ni se te ocurra rechistar.
Sus manos comenzaron a temblar. Apretó las uñas en sus palmas, trató de elevar la barbilla, pero la cólera era demasiado intensa.
Su respiración se aceleró, y sus ojos, bañados en furia, finalmente cayeron sobre el senséi.
El dojo se cargó de silencio.
—Te daré un minuto —cedió el hombre repentinamente. Apartó la mirada, como si en realidad no le importara, pero su ceño se había suavizado—. Díaz, arregla su postura.
Miguel obedeció de inmediato.
Y ella creyó que una ola imaginaria la hundiría en cualquier momento.
El chico se acercó a ella como si no hubiera pasado nada y, una vez estuvo cerca, pareció dudar por un momento; sin embargo, empezó por tomar sus muñecas. El efecto fue instantáneo: Angelina fue capaz de concentrarse en algo más que el subir y bajar de su pecho, pues ahora tenía el suave tacto del muchacho.
—Pon tus brazos así. Tienes que relajar los puños justo antes de golpear o te harás daño; créeme, me ha pasado. —Miguel le sonrió de manera leve, posicionando correctamente sus brazos para después fijar los ojos en sus caderas—. Um, ¿puedo? —Angelina solo asintió, desviando la mirada en cuanto sintió las manos de Miguel sobre la zona—. Rota un poco la cadera... Sí, así, y separa más los pies.
A la par que Miguel guiaba su cuerpo, Angelina sentía que sus mejillas ardían. Un suspiro inconsciente trazó un camino desde el centro de su pecho hasta su boca, sorprendida ante lo fácil que era extender los brazos y mantener el equilibrio cuando él la orientaba.
Sacudió la cabeza, reprendiéndose mentalmente por reaccionar así ante su toque.
Pero es que había pasado demasiado tiempo desde la última vez que la habían manejado con tanta suavidad, demasiado tiempo desde la última vez que permitió que alguien se le acercara tanto.
—¿Estás bien?
No se había percatado de que él había estado observando su reacción hasta entonces.
Y cuando vio la preocupación en su semblante, Angelina sintió que sus muros casi se derrumbaban.
—No puedo dar una patada —susurró la chica; palabras bañadas con sinceridad—. Miguel, no puedo dar una patada...
—Solo golpéame, ¿sí? —le aseguró, apretando ligeramente su agarre sobre las caderas de la rubia—. Donde menos me lo espere. Senséi Lawrence estará conforme siempre y cuando demuestres algo de fuerza.
—Cuidado con las manos, Díaz.
Ambos dieron un salto.
El chico se separó de ella tan rápido como la advertencia salió de la boca del senséi. Angelina no pudo ver su expresión, pues de hallaba demasiado ocupada tratando de fingir que no estaba sonrojándose.
—Ataca —dijo Lawrence, pero no se dirigió concretamente a ninguno de ellos.
Cerró los ojos.
Anticipó el impacto.
Y entonces se dio cuenta de que no podía esperar a que la atacaran, que no estaba preparada para recibir más golpes.
La vida ya había magullado su espalda, su accidente le había dejado algo más que cicatrices físicas, y ya no quedaba más espacio en su alma para rellenar con nuevas heridas.
De pronto, aquellas ganas de estallar que la invadieron en la residencia de los LaRusso comenzaron a nublar su visión. Escuchó los comentarios del senséi Lawrence en su mente, las risas de los estudiantes de la secundaria West Valley mientras se burlaban del labio de Eli, el falso rumor sobre Kyler y Sam, e incluso el bizarro cántico de sus antiguos compañeros de baile, incitando a uno de ellos a saltar sobre su pierna.
Sin darse cuenta, encestó el primer golpe en la mandíbula de Miguel.
Ni siquiera le dio tiempo a reaccionar ante el ardor en sus nudillos. Sus manos fueron directo a su boca, arrepentida, abrumada por el subidón de adrenalina que recorrió su cuerpo en aquella fracción de segundo.
¿Ella había hecho eso?
—Miggy. —El nombre salió de sus labios como si su voz pendiera de un hilo—. Perdón, perdón, —Dio un par de pasos hacia él de manera inconsciente; ¿debía acercarse, o tal vez darle espacio?—. ¿Te encuentras bien?
Miguel extendió una mano en su dirección, como intentando decirle que le diera un momento para recuperarse.
—¡Díaz, te acaba de golpear una niña! ¡Responde!
El moreno tomó una profunda bocanada de aire, masajeando su mandíbula momentáneamente antes de recuperar su posición de ataque. No lucía realmente adolorido, pero el impacto lo había tomado por sorpresa.
La miró, y Angelina apenas pudo detectar un destello de arrepentimiento en sus pupilas antes de que hablara.
—Perdóname a mí.
En menos de un parpadeo, Miguel se lanzó al suelo.
Barrió el tapete con una de sus piernas, intentando golpear las suyas para poder derribarla. El cuerpo de Angelina actuó primero que su mente—pudo saltar antes de siquiera darse cuenta, esquivando el ataque de Miguel. El efecto del esfuerzo la recorrió de arriba a abajo; fue calcinante, ardiente y agudo, como si un río de clavos le rasgara los tendones de su rodilla derecha cuando aterrizó en el tapete. Sin embargo, apenas tuvo tiempo de dibujar una mueca de dolor antes de que el moreno —ahora de pie— lanzara un puñetazo en su dirección.
Logró escapar, sus reflejos trabajando con más ímpetu que el dolor, y entonces creyó que flotaba, involucrada en una coreografía improvisada que encendía a su piel en llamas. Y tal vez era demasiado obvio que Miguel se estaba conteniendo, mas ella sentía que cada uno de sus músculos estaban siendo dosificados por un pinchazo de energía, de vigor, de unas ganas de continuar y seguir adelante que había olvidado con el accidente.
Pero algo chocó contra su abdomen.
Cuando vio al culpable, pensó en la ironía detrás del impacto: aquello que la tumbó fue lo mismo que ella se negó a dar.
Una patada. Una maldita patada.
A pesar de ello, el golpe fue suave.
Si bien la fuerza de Miguel le arrebató el aliento, Angelina había sentido peores dolores —mucho peores—, y podía ver que el chico estaba controlando su fuerza. Aun así, el momento de duda, el instante del impacto y la sorpresa de haber recibido el primer golpe de su vida, conjuraron la mezcla perfecta para que Miguel lograra arrastrarla con él hasta el suelo.
De repente, estaba sobre ella, como una serpiente encerrando a un roedor con su propio cuerpo.
—Eres muy rápida. —La respiración agitada del muchacho rozó el rostro de Angelina mientras hablaba. Había una chispa de diversión en su mirada—. Tenía que detenerte —explicó.
Angelina intentó responder, pero, a pesar de que él no parecía demasiado cansado, a ella le faltaba el aire.
No supo si realmente era por agotamiento, o tal vez por obra de la cercanía.
—¡Intenta liberarte! —le exclamó Johnny desde su posición—. Estás atrapada, ¿y qué haces? ¿Rendirte? Usa tus piernas.
No.
'Piernas' implicaba rodilla—rodilla que uno de sus fisioterapeutas había considerado prácticamente inservible. 'Piernas' implicaba usar la misma extremidad que apenas había movido en meses; la misma que, por momentos, le daba problemas hasta para caminar. 'Piernas' implicaba arriesgarse a comprobar que ahora era vulnerable, que toda la fuerza que construyó durante años se había ido a la basura.
'Piernas' no era una opción.
Necesitaba pensar en otra cosa.
«Senséi Lawrence estará conforme siempre y cuando demuestres algo de fuerza».
Algo de fuerza.
Simplemente debía encontrar algo de fuerza.
Y Angelina Bellerose solía ser una bailarina, y las bailarinas no podían ser débiles.
Así que empujó el pecho de Miguel con todo lo que llevaba dentro.
Estaba segura de que el muchacho ni siquiera se hubiera movido en otras circunstancias, pero ya había asumido la victoria, por lo que no esperaba que Angelina atacara justo en el momento en el que Miguel posicionaba sus manos a los costados de su cabeza, intentando no incomodarla.
Apenas se separó de ella, pero Angelina pudo aprovechar la confusión del muchacho para aplicar una acrobacia que había aprendido en una de sus primeras clases de ballet: llevó su torso hacia atrás y arrastró la parte inferior de su cuerpo en la misma dirección, sin apenas despegarse del suelo hasta dar una vuelta sobre su propia espalda. Acabó liberándose, pero sintiendo que sus músculos gritaban bajo su piel, resintiéndose ante el esfuerzo que no había llevado a cabo en casi un año; intentó levantarse, mas las piernas le temblaban, casi no sentía los pies.
Quizás por eso fue que su último médico le había dicho que se olvidara de practicar cualquier actividad física que la obligara a hacer algo más que caminar.
Pero todo lo que había sucedido, todo lo que había hecho, era simple y llanamente liberador.
Y la sonrisa que Miguel le dedicó desde la otra punta del tapete, más radiante y honesta que cualquier otra que había visto en su rostro hasta entonces, fue tal vez la mejor morfina que había tomado en los últimos once meses.
No supo cuándo exactamente, pero el muchacho acabó ayudándola a levantarse. Sentía una punzada de dolor en cada uno de los dedos de sus pies, en los ligamentos de la articulación de su pierna; sin embargo, era más consciente de la mano de Miguel cubriendo la suya.
El senséi se acercó al par, mirándolos de arriba a abajo con una expresión ilegible.
—Soy Johnny Lawrence —dijo después de unos cuantos segundos—. Clase, supongo que tenemos espacio para la chica de Díaz...
—Senséi —lo interrumpió Miguel con los ojos entrecerrados.
Johnny solo bufó, ocultando su diversión.
—Bienvenida a Cobra Kai. —El hombre no sonreía, no la recibía con calidez, pero había un destello diferente en su mirada, algo que Angelina no pudo identificar—. Y tu primera lección es que a partir de ahora puedes mirar a tu senséi a los ojos.
Aquella era la primera vez que un instructor le dejaba mirarlo a la cara.
La primera vez que no estaba situada en un rango inferior, la primera vez que no era tratada como un objeto bonito.
Y Miguel le dio un último apretón a su mano antes de soltarla, sonriéndole con una ceja enarcada.
—Bienvenida a Cobra Kai —repitió las palabras del senséi, y Angelina sintió que algo despertaba en su interior.
{ ⊱ ✠ ⊰ }
──────────────
⊱ 𝔫𝔬𝔱𝔞 𝔡𝔢 𝔞𝔲𝔱𝔬𝔯𝔞 ⊰
¡bienvenidos una vez más a esta historia! muchísimas gracias por llegar hasta aquí, y espero de todo corazón que hayan disfrutado.
para los antiguos lectores, este capítulo será bastante familiar, ya que solía ser la parte dos de esta historia. he hecho algunos cambios, no tan significativos como los de los capítulos anteriores, pero recomiendo leerlos de todas formas; a partir del siguiente, prometo que todo el contenido será nuevo.
no tengo mucho que decir sobre este capítulo más que comentar que Miguel y Angelina son todo lo que aspiro en la vida jsjsjs. nuestra protagonista tiene una gran debilidad por la sonrisa de Miguel y eso me encanta. puede parecer que todo va bastante rápido, pero admito que las cosas se complicarán (adivinen una de las razones y les doy un beso, cof
cof), así que prepárense para eso.
esto es solo el comienzo de su historia.
en cuanto a las preguntas que tengo para ustedes sobre este capítulo, me encantaría leer sus respuestas sobre lo siguiente:
¿les está gustando el desarrollo y el comportamiento de los personajes hasta ahora? ¿les ha agradado esta especie de comienzo? ¿están tan enamorad@s de Miguel como yo?
los adoro, queridos lectores. sin más que decir, me despido.
¡dejen un comentario, voten y compartan! ♡
──────────────
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro