Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

━ 𝐜𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 𝐭𝐡𝐢𝐫𝐭𝐞𝐞𝐧: the cage

[  𝐕𝐎𝐈𝐃  ]
🐍┊ 𝗖𝗔𝗣𝗜́𝗧𝗨𝗟𝗢 𝗧𝗥𝗘𝗖𝗘
« 𝔱𝔥𝔢 𝔠𝔞𝔤𝔢 »
──────────────

{ ⊱ ✠ ⊰ }

𝐋𝐎 𝐏𝐑𝐈𝐌𝐄𝐑𝐎 𝐐𝐔𝐄 𝐇𝐈𝐙𝐎 𝐀𝐍𝐆𝐄𝐋𝐈𝐍𝐀 fue preguntarse si el señor LaRusso le había tendido una trampa.

Sentidos en alerta, músculos firmemente apretados. Si bien aquel lugar parecía de todo menos peligroso, no estaba dispuesta a bajar la guardia. Ella más que nadie conocía el verdadero poder de las apariencias, la capacidad que poseían de convencer y engatusar, y solo podía pensar en que tenía que proteger su libertad. Y es que creía haber descubierto lo que significaba aquella palabra; le pusieron la miel en los labios, la saboreó, y ya no podía vivir sin ella.

Un pensamiento fugaz llegó a su mente en aquel instante: Johnny Lawrence le hubiese dicho que atacara primero. No obstante, Angelina conocía la importancia de observar, de buscar posibles amenazas antes de lanzarse y acabar quemándose las manos. Trató de convencerse de que había una razón por la que el propio Johnny recurría a ella cada vez que necesitaba trabajar en su autocontrol—si tenía una ventaja, si tantas veces le había dicho que lo que mejor se le daba era ser rápida y sigilosa cuando luchaba, debía aprovecharlo.

Y es que no podían volver a encerrarla.

—¿Qué es todo esto? —preguntó con cautela, analizando cuidadosamente su entorno.

Escaneó a Sam, quien tenía los brazos cruzados en una postura que transmitía incomodidad pura. Luego pasó a Robby, pero no tardó en darse cuenta de que buscar pistas en el rostro del castaño no tendría sentido. Recordó lo parecidos que eran, que él era mucho mejor que ella a la hora de reprimir sus emociones y que, por lo tanto, no encontraría respuestas en su fachada. Solo reparó en el cabestrillo que sujetaba a uno de sus brazos, y entonces notó los ojos del muchacho puestos sobre su rodilla, luego en sus muletas, y percibió un ligero cambio en su expresión.

Parecía casi apenado, pero Angelina lo ignoró.

Por último, dirigió la mirada hacia el señor LaRusso.

Fue entonces cuando pensó en el castigo que le había puesto al descubrir que formaba parte de Cobra Kai. No la comprendió, ni siquiera intentó escucharla. En cambio, se dejó guiar por una absurda rivalidad, convencido de que era él quien sabía lo que era bueno para ella. Y ahí estaba el mismo hombre días después, habiendo arreglado las cosas con un chico que hasta hacía poco no era más que un extraño.

Un extraño al que le había aplaudido en el torneo. Un extraño al que había perdonado, mientras que a ella apenas la miró hasta que una lesión se vio involucrada.

Una pizca de resentimiento se asomó en sus facciones ante el recuerdo. Inconscientemente, se aferró a las muletas con más fuerza.

—Ven conmigo —habló el señor LaRusso. Le mostró una de esas carismáticas sonrisas con las que lograba tranquilizar a cualquiera; a Angelina, sin embargo, le puso los vellos de punta—. Quiero contarte una historia.

{ ⊱ ✠ ⊰ }

La madera en el techo, en las paredes y en el suelo. El tatami fabricado de paja de arroz que se extendía en el centro de la estancia, los cuadros antiguos y tapices con letras japonesas colgados en lugares estratégicos.

Angelina era una chica dedicada: si algo le interesaba, no podía evitar poner cada gota de su esfuerzo en enriquecerse sobre el tema. Lo hizo con el ballet apenas aprendió a usar una computadora, y había hecho lo mismo con el kárate. Sus primeros días en Cobra Kai acabaron en noches en vela, con ella investigando sobre sus orígenes, las técnicas más eficaces y los mejores senséis de la historia. Simplemente sentía la necesidad de conocer más acerca de aquello que tanto bien le estaba haciendo.

Por esa razón, no tuvo que fijarse en muchos más detalles para percatarse de que había entrado a un dojo tradicional de Okinawa.

No obstante, aunque la curiosidad la estaba matando, no dijo nada. Quería saber por qué Daniel parecía ser el dueño de un lugar como ese, por qué le había pedido a Robby y Samantha que se quedaran afuera, pero una mezcla entre vergüenza y orgullo le sellaba los labios: vergüenza por haber escapado de la residencia de los LaRusso y desaparecer del mapa durante todo el fin de semana, incapaz de enfrentar sus problemas; orgullo que no le permitía disculparse, que le recordaba una y otra vez la mirada de decepción que le había dedicado Daniel cuando descubrió que su senséi era Johnny Lawrence.

«Fuiste tú quien les mintió mientras dormías bajo su techo», le recordó su conciencia, y entonces la culpa comenzó a marearla.

—Angelina. —El señor LaRusso se detuvo frente a un cuadro. Con los ojos fijos en la imagen de un anciano de rasgos japoneses, una sonrisa melancólica no tardó en apoderarse de su rostro—. Quiero que conozcas al señor Miyagi.

—¿Su senséi? —cuestionó en voz baja.

—Más que eso. Fue mi mentor. —Giró a verla; admiración y sinceridad emanando de su semblante. Posteriormente, los ojos de Daniel bajaron hasta la rodillera que decoraba a su pierna derecha—. Esas muletas deben ser una molestia. Acompáñame, quiero que estés cómoda.

La llevó entonces hasta un banco de madera que se encontraba apoyado contra la pared del fondo. Angelina no sabía si debía preguntarle algo, o si tal vez tenía que empezar a hablar ella. De cualquier forma, callar parecía la opción más prudente.

Finalmente, algunos segundos más tarde, el hombre rompió el silencio.

—Yo también fui un adolescente, Angelina, y supongo que entenderás que hice muchas tonterías. —Daniel rio ligeramente, apoyando los codos sobre sus rodillas. La rubia trató de encontrar alguna amenaza en su postura, pero no pudo lograrlo—. Verás, cuando me mudé al Valle, me enamoré de una chica... Ali. Era especial, no pude evitar fijarme en ella, y bueno... Yo también le gustaba. —Sus comisuras se curvaron, sus facciones se empaparon de nostalgia. Sin embargo, un deje de desagrado se asomó en sus pupilas mientras masticaba sus siguientes palabras—. Pero Ali tenía un ex novio: rico, popular, y un matón de primera clase. Naturalmente, eso me trajo muchos problemas. Él y sus amigos me hicieron la vida imposible; todos ellos sabían kárate, yo estaba solo y no tenía ni idea de cómo protegerme.

» El señor Miyagi fue quien me salvó. Me entrenó, pero no solo me enseñó a devolverle el golpe a unos bullies, sino que me ayudó a encontrar la paz interior —continuó con orgullo, señalando el retrato del anciano con un movimiento de cabeza—. Participé en el campeonato de kárate de ese año; yo solo, miembro de Miyagi-Do Karate, contra equipos enteros, incluyendo al del ex de Ali. —Dirigió su mirada hacia la chica—. ¿Sabes cuál era ese equipo?

Angelina sintió que su boca se secaba.

La historia sonaba demasiado familiar. La había escuchado hacía un tiempo atrás, aunque desde un punto de vista completamente diferente. Un rompecabezas más grande cobró vida en su mente; nuevas piezas comenzaron a juntarse, y las anteriores lucían cada vez más claras.

Cobra Kai —dejó escapar bajo su aliento.

—Así es. Cobra Kai era el dojo más reconocido del Valle, pero gané, y entonces dejaron de molestarme.

—Peleó en la final contra el señor Lawrence, lo sé... Él es el ex novio de Ali.

—Veo que Johnny te ha contado su versión. —Enarcó una ceja, casi poniendo los ojos en blanco—. Pues sí, le gané, y con una pierna lesionada. No creas que eres la única que ha resultado herida en un torneo. —Sonrió, palmeando suavemente la rodilla sana de la chica—. Mira, sé que probablemente no querías escuchar todo esto, pero solo digo la verdad. En aquella época, Cobra Kai era controlado por un hombre malo, malo de verdad. Créeme, el senséi de Johnny enseñaba de todo menos cosas buenas. Esas son las cosas que estás aprendiendo, y me preocupa.

Con esas últimas palabras, el fuego comenzó a asentarse en las venas de Angelina.

Sus paredes se hicieron más altas, más firmes, más frías e inaccesibles. Debajo de ellas, su corazón latía con rapidez, bombeando sangre caliente.

Conocía lo básico sobre el pasado de su senséi. Sabía que solía molestar a los chicos más débiles cuando era joven, que disfrutaba de ser el centro de atención, y sabía también que no había sido un buen padre. No obstante, aunque no estaba de acuerdo con gran parte de sus acciones, sentía unas inevitables ganas de defenderlo.

Johnny la había ayudado tanto... Y no solo a ella. A Miguel, a Halcón, a Aisha, a cada uno de los estudiantes que entraban por la puerta del dojo y encontraban las agallas suficientes para superar la primera clase. Los hacía más fuertes con cada día que pasaba, quizás sin siquiera darse cuenta, pero lo más importante de todo era que estaba cambiando—aprendía con ellos, corregía sus errores. Quería llevar su vida por un camino diferente: un buen camino.

Merecía una segunda oportunidad.

—¿Y qué le enseñó? —Su voz se proyectó con absoluta firmeza. Aquello pareció tomar a Daniel por sorpresa, pues frunció el ceño en respuesta—. ¿Qué es eso tan malo que el señor Lawrence aprendió de su senséi?

—¿Golpear primero, golpear fuerte, sin piedad? ¿No te suena ese lema?

—El senséi lo está cambiando. Lo está adaptando, haciéndolo suyo. Ya no es igual que antes...

—Angelina, estuviste recuperándote durante las últimas peleas del torneo. Está claro que no viste lo que hicieron tus compañeros.

—Miguel cometió un error —justificó rápidamente, sintiendo cómo sus músculos se apretaban con más fuerza ante la mención del muchacho por parte de Daniel—. El senséi Lawrence le dijo que lo que hizo estuvo mal y...

—Tu amigo de la cresta atacó a Robby por la espalda, ¿crees que eso está bien? —Angelina intentó contraatacar nuevamente, pero Daniel fue más rápido—. Escucha, no los culpo a ellos. Son niños, pero no puedes negar que hay un factor común en todo esto, y ese factor es Cobra Kai.

» No quiero que sea demasiado tarde para ti. Todavía puedo hacer algo para evitarlo.

La presión incrementó en su estómago. Su interior se revolvió, un pitido de advertencia comenzó a sonar contra sus tímpanos.

Supo entonces que el señor LaRusso la volvería a alejar de Cobra Kai.

Pero no podía quedarse callada esta vez. Entendía de dónde venía la preocupación de Daniel; había visto las dos caras de su rivalidad con Johnny, y ahora reconocía por qué era tan difícil para ellos encontrar un punto intermedio entre la paz y la guerra. A pesar de eso, sentía que había creado un vínculo con el senséi Lawrence, y no, no iba a dejar de asistir a sus clases—no cuando acababa de encontrar el coraje suficiente para volver.

—Por favor, escúcheme esta vez —pidió entonces.

El señor LaRusso pareció valorarlo durante unos segundos. La incertidumbre hizo que el tiempo pasara más lento, que la adrenalina se extendiera por cada una de las extremidades de Angelina, pero Daniel asintió, y finalmente pudo soltar todo el aire que había estado acumulando sin darse cuenta.

—Johnny me ha ayudado a ser más fuerte —comenzó, tratando de hilar cuidadosamente sus palabras. No obstante, salían de su boca sin control, escapando de su centro como el agua de una cascada—. Y sigo siendo débil, y todavía tengo muchos demonios que enfrentar, y... sí, no sé cómo voy a hacerlo. —Una sonrisa nerviosa irrumpió en su rostro, quebrándose casi al instante—. Pero confío en que el senséi Lawrence podrá enseñarme.

—El balance puede ayudarte a acabar con esos demonios. Debes golpear para defenderte, nada más. En eso consiste el kárate de verdad.

—Hay demonios que viven en la mente, señor LaRusso. Y hay que golpear primero. De lo contrario... nunca se van. —Pensó en su accidente, en las chicas que la empujaron al suelo y el chico que terminó de demoler sus huesos, en las ganas que tenía de sacarlos a todos de su cabeza. Se enderezó en su asiento, y se repitió que no debía apartar la mirada de los ojos del señor LaRusso mientras seguía—. Usted no ha visto la confianza que Johnny le ha dado a mis compañeros.

» Todos fuimos a Cobra Kai por una razón, y es que estábamos cansados de... d-de ser pisoteados —titubeó, pero se recuperó rápidamente—. Solo quiero que entienda eso.

En cuanto acabó, el silencio se apoderó de la estancia.

Angelina no pudo hacer más que analizar el perfil del señor LaRusso en busca de una respuesta, pero no fue capaz de leer su expresión. No podía concentrarse; su pecho subía y bajaba con demasiada rapidez, víctima del chorro de energía en el que habían quedado sumergidas sus venas.

—Creo que te debo una disculpa.

Aquello no era lo que esperaba.

¿Acaso lo había convencido?

—Supongo que me dejé llevar por el orgullo —siguió el hombre—. Te vi pelear en el torneo, y parecías tan feliz cada vez que salías del tatami... No te veía sonreír así desde que eras una niña —Sus labios se curvaron, y Angelina sintió que, inconscientemente, su boca copiaba la expresión del señor LaRusso—. Pero quiero lo mejor para ti, y Cobra Kai no te va a dar lo que necesitas. No puedes seguir yendo a ese lugar.

» Me gustaría que fueses parte de Miyagi-Do Karate, que me ayudes a enseñarle un buen camino a Cobra Kai.

Y la sonrisa de la chica se desplomó tan pronto como escuchó aquello.

¿Cómo iba a saber él lo que ella necesitaba?

Le habían marcado el camino que debía seguir durante toda su vida. Solía creer que era libre, pero ahora sabía que siempre estuvo encerrada en una cárcel. Ir a Cobra Kai era la primera cosa que había decidido por cuenta propia, de las únicas veces que había pagado por algo suyo con el dinero acumulado que había ganado en competencias de baile.

Acababa de empezar su camino, y la vida insistía en arrancárselo. Eso era lo que quería su tía, ¿y ahora también el señor LaRusso?

Daniel suspiró con pesadez, percibiendo la decepción en el rostro de la joven: —No quieres entrenar conmigo, ¿cierto?

—Es que no sé si eso es lo que necesito.

Para cuando se dio cuenta de que había abierto la boca, supo que ya no había vuelta atrás, así que simplemente continuó.

—Lo siento... pero no puedo ir en contra del senséi Lawrence.

—Claro, no sé por qué pensé que sería fácil llegar a un acuerdo con una adolescente influenciada por Johnny Lawrence... —El señor LaRusso soltó una risa amarga—. Culpa mía, supongo.

«Oh, no. Eso sí que no».

Angelina se levantó de golpe.

Mantuvo el equilibrio con su pierna izquierda, se atrevió a apoyar ligeramente la derecha. Se mordió la lengua para controlar sus ganas de golpear algo.

Estaba cansada de que la trataran como una niña.

Si no la escuchaban, entonces no tenía otra opción más que gritar, sin importar lo que eso implicase.

—Haré lo que sea. —Asintió para sí misma, convenciéndose de que estaba haciendo lo correcto—. Le demostraré lo que sé.

—Angelina...

—Póngame a prueba. No... no todo en Cobra Kai es fuerza bruta, ¿sabe? —La mirada que Daniel le dedicó no denotaba más que escepticismo, y entonces Angelina comenzó a desesperarse—. Solo deme una oportunidad.

—Estás lesionada. No quiero que te hagas más daño.

—Estaré bien.

Era arriesgado, irresponsable, e inequívocamente estúpido. Pero ya había bailado sobre dedos fracturados, había luchado en los últimos meses sin usar realmente las piernas—podía pelear con una rodilla lesionada.

Daniel pareció evaluar su petición y, bajo su crítica mirada, Angelina empezó a creer que no lograría nada, pero entonces el hombre se levantó del banco.

—¡Sam, Robby! —exclamó en dirección a la puerta. Seguidamente la miró y, aunque había un deje de duda en sus ojos, siguió adelante—. Si vamos a hacer esto, entonces tendrás que enseñarme todo lo que tienes.

{ ⊱ ✠ ⊰ }

Como si estuviese a punto de subir a un escenario, los nervios no tardaron en asaltarla. No obstante, se obligó a sí misma a enterrarlos en los confines más aislados de su mente. Daniel LaRusso sería el juez en aquella ocasión, y, aunque, no sabía exactamente quién sería su oponente, tenía clara la meta: demostrar que sus golpes también eran válidos, que Cobra Kai le hacía bien.

Luchar por lo que creía correcto. Sonaba apetecible y, hasta hacía poco, imposible.

Pero estaba a punto de hacerlo.

Se sentía extraña, pues nunca imaginó que estaría dispuesta a darle la vuelta a las reglas del señor LaRusso —ni a las de ninguna otra persona—. Las voces en su cabeza no dudaron en tratar de espantarla, presentándole una escena imaginaria en la que Daniel era reemplazado por Collette Bellerose; en aquella situación, Angelina acababa perdiendo, con nada más que la rojiza marca de una palma abierta en la mejilla y las espinas de su tía clavadas en la mente. A pesar de ello, hizo todo lo posible por convencerse de que no volvería a caer.

Practicó entonces como pudo, apoyando su pierna derecha en el suelo. Descubrió que el dolor no era tan insoportable, que podría aguantarlo siempre y cuando tratara de mantenerla ligeramente elevada la mayor parte del tiempo, con nada más que las puntas de sus pies rozando el tatami.

Carmen probablemente le diría que aquello solo empeoraría el estado de su rodilla. Angelina, sin embargo, quería dejar de tener miedo.

—Sam, —llamó Daniel a su hija, quien, al igual que Robby, había entrado al dojo con una expresión confundida—, tú primero.

La castaña frunció el ceño: —Papá, no entiendo qué estamos haciendo. Pensé que eras tú quien iba a resolver todo esto...

—¿No me dijiste que querías empezar a entrenar de nuevo? —Sam asintió, aún confundida—. Pues iniciaremos hoy. Robby y tú van a pelear contra Angelina. Considérenlo su... —Daniel pausó, buscando la palabra correcta—... ceremonia de iniciación en Miyagi-Do Karate.

—Angelina está lesionada, y yo también —intervino Robby—. No creo que sea buena idea.

—Yo tampoco, pero ella quiere demostrar algo. No puedo prohibírselo.

Sam y Robby se miraron entre sí, todavía dubitativos, y Angelina apartó los ojos en un intento por ignorar la incomodidad que sentía al estar en la misma habitación que ellos; todavía no habían hablado directamente, y la tensión generada por lo que había pasado en los últimos días era imposible de ignorar. Para su buena suerte, el señor LaRusso volvió a hablar justo cuando sintió las orbes celestes de Sam y los iris verdes del castaño posados sobre ella.

—Enséñenle lo que saben. Muéstrenle que Cobra Kai no es el lugar correcto para entrenar.

Fue tan rápido que no supo cómo pasó.

De repente estaba en posición de pelea, a punto de luchar contra su mejor amiga de la infancia, y Daniel actuó como réferi, marcando el comienzo con un gesto de su mano.

Angelina atacó primero.

Lanzó un golpe directo a la mandíbula de la chica, sabiendo que ese siempre había sido uno de sus movimientos más eficaces. No obstante, Sam fue lo suficientemente ágil para esquivar cada uno de los golpes siguientes, bloqueando y dando pasos hacia atrás cuando era necesario. Angelina notó de inmediato que sus técnicas eran iguales a las que Robby había usado en el torneo, quizás un poco más defensivas, y pensó en las veces en las que la vio entrenar con su padre cuando eran pequeñas: tenía mucha experiencia. Supo que tenía que tomarla por sopresa si quería encestar un golpe—pensar con estrategia, incluso si eso significaba retroceder momentáneamente.

Después de evaluar sus posibilidades durante un par de segundos, se las arregló para tomarla rápidamente del brazo, acercándola a ella y encajando su rodilla en el estómago de Samantha.

La castaña parpadeó sorprendida una vez se separaron. Daniel asintió en silencio cuando ambas chicas giraron a verlo, reconociendo que la rubia había ganado la primera ronda, y Robby, por su parte, la miraba fijamente desde su posición al lado del señor LaRusso.

—¿Así que eso es lo que te enseña Cobra Kai? ¿Ofensa? —preguntó Sam, apretando la mandíbula con frustración.

Se encogió de hombros en un intento por fingir indiferencia ante la mirada despectiva de la chica. Aunque no estaba en buenos términos con Sam, golpearla no le había brindado ningún tipo de satisfacción. Pero estaba en un combate, y no podía mostrar debilidad.

—Ya me viste en el torneo.

—Tú y tus nuevos amigos no son más que una secta de kárate que le ha lavado el cerebro a la mitad de la escuela...

—Sam, basta —la interrumpió el señor LaRusso—. Así no se resuelven las cosas. No nos estamos enfrentando a nadie, no hay enemigos.

La chica suspiró, claramente inconforme: —Entonces sigamos con esto.

Aquella fue señal suficiente para iniciar otro duelo.

Samantha se posicionó primero; Angelina estudió la fluidez con que la chica dirigía sus brazos para crear movimientos suaves, casi majestuosos. Intuyó que estaba tratando de distraerla, así que no se lanzó tan pronto, analizando cuál sería la mejor ruta de ataque.

Encontró la manera de golpearla, pero su oponente respondió con el triple de fuerza.

Siguieron peleando y, por cada gota de sudor que le bajaba por la frente, reconocía más y más que Samantha era extremadamente buena. Su expresión mostraba cada vez más enfado, más rencor, y Angelina empezaba a sentirse pequeña bajo sus hipnotizantes ojos azules.

Lo que terminó de descolocarla por completo fueron las palabras que pronunció mientras torcía su muñeca.

—Quiero a mi amiga de vuelta.

El rostro de Sam era sincero, las comisuras de su boca habían caído ligeramente. La rubia dejó de luchar contra su agarre, sorprendida.

—Sigo aquí. —Negó con la cabeza, peleando contra el nudo que se había formado en su garganta—. No te he hecho nada. Nunca quise que acabáramos así...

—Pero has querido a Miguel desde el principio.

En ese instante, Sam lanzó una patada directa a su cadera para después soltarla, apartando la mirada y dirigiéndola directamente a su padre. Angelina, por otro lado, tuvo que usar todas sus fuerzas para no caer después de tambalearse.

La castaña le dio en su punto más débil. Y lo peor de todo era que ni siquiera había hecho trampa.

Sam siempre había sido mejor que ella, conseguía todo lo que quería y triunfaba en lo que se proponía. ¿Cómo pudo pensar que tal vez podría ganarle?

Para cuando Daniel indicó el comienzo de un último enfrentamiento, no sin antes preguntarle a Angelina si se encontraba en condiciones para continuar, le pidió a Robby que se posicionara junto a Sam.

«¿Dos contra uno?».

Mordió preocupada el interior de su mejilla. Sus ojos cayeron sobre Robby, quien, aunque siguió fielmente las instrucciones de su senséi, no parecía demasiado convencido de que aquello fuera lo correcto.

Y entonces pensó en el día del torneo. En la caída, en la pelea. En los intentos de Robby por disculparse con ella luego de haberle hablado con tanto veneno la noche que visitó su habitación, a ella misma siendo consumida por la rabia. Pensó en el mensaje que le había dejado el chico después del torneo, en que no había sido capaz de entender por qué le había escrito, y sobre todo pensó en el miedo que la invadió cuando su pierna chocó contra el suelo.

Se sentía confundida, y humillada. Obtener un primer premio nunca la había hecho tan feliz como a su tía, pero una parte de ella —la más competitiva y perfeccionista— creyó que ganar ese combate tal vez eliminaría aquellas sensaciones.

Y de repente fue como si su rodilla hubiese dejado de doler. Como si su mente hubiera quedado anestesiada, levitando en segundo plano, mientras su cuerpo seguía moviéndose. Fue escurridiza, fingió provocarlos para que lanzaran el primer golpe, y aprovechó la resistencia que tantas horas de entrenamiento extra le habían brindado para intentar agotarlos. No usó las piernas realmente —para aquello no tenía fuerza ni voluntad suficiente—, pero la ayudaron a esquivar decenas de puños y patadas.

—Pelear no era necesario —escuchó jadear a Robby mientras estiraba la espalda hacia atrás, esquivando por los pelos uno de los golpes de Sam—. Acabemos con esto ya. No tenemos que seguir.

Angelina no respondió.

En cambio, logró atrapar tenazmente el brazo de Robby, tirando de él hasta que impactó contra Sam, haciendo que ambos cayeran al suelo.

Cerró los ojos mientras sentía que su cabeza palpitaba. Se tomó unos segundos para tratar de recuperar el aliento y, cuando dirigió la mirada al par de chicos que se levantaban del suelo, se limpió el sudor de la frente con el dorso de la mano.

—Tal vez para ti no —se dirigió a Robby, manteniendo la frente alta y la mirada firme. No se permitió flaquear bajo los escudriñantes ojos de Samantha, y tampoco titubeó ante la mirada intrigada del castaño—. Para mí sí.

No había ganado exactamente —no golpeó de manera directa—, pero no le importaba.

Solo quería volver a Cobra Kai.

Sintió entonces una punzada en la pierna derecha; su rodilla empezaba a quejarse por el exceso de esfuerzo. Angelina, sin embargo, estaba más centrada en el señor LaRusso. Se halló a sí misma tratando de buscar aprobación en su semblante, rogando que aquello hubiera sido suficiente para demostrarle que estaba donde tenía que estar, que aquel era el camino que debía seguir.

—Bueno... —Daniel dejó escapar un silbido, aparentemente impresionado—. Parece que no me necesitas para saber pelear. Tus movimientos... —entrecerró ligeramente los ojos, observándola con interés—. ¿Son todos de Cobra Kai?

—Los aprendí del senséi Lawrence. —De manera inconsciente, posó sus manos tras su espalda, como cuando tenía que hablar con alguno de sus antiguos instructores de baile—. Me enseñó todo lo que sé.

—Quizás fue así, pero les pusiste tu esencia. —Una sonrisa se dibujó en el rostro del hombre—. A lo mejor Cobra Kai no va a corromperte.

El corazón de Angelina se aceleró, esperanzado.

¿Eso significaba que Daniel había cambiado de opinión?

—Si es lo que quieres, puedes seguir asistiendo a Cobra Kai. No voy a detenerte, y tampoco le diré nada a Collette. —La sonrisa de Angelina se ensanchó aún más ante las palabras de Daniel—. Solo te pido una cosa.

—Lo que sea.

No le importaba parecer desesperada, no cuando sentía que por fin estaba rozando la luz al final del túnel.

—Volverás a casa, y todas las mañanas, antes de ir Cobra Kai, vendrás aquí mientras Robby y Sam entrenan. Me dejarás ayudarte a encontrar el equilibrio; eres hábil, sí, pero te falta balance, y no solo por lo de tu pierna. Por eso te traje hasta aquí, para que conocieras este lugar y entendieras por qué estoy haciendo esto.

» Y una última cosa: si llega a pasar algo, si veo que te están mal influenciando y si no vienes a Miyagi-Do... —Pausó momentáneamente, cargando con más peso a sus palabras—. Llamaré a tu tía y le diré que venga hasta aquí, ¿de acuerdo?

Una amenaza.

Eso era.

Disfrazada, pero una amenaza al fin y al cabo.

Estaba sentenciada. De una forma u otra, la jaula seguía existiendo, y su tía todavía tenía la llave del candado.

Y quería rechistar, seguir luchando. Pero no tenía más fuerza, ni más palabras, ni más ideas.

—¿El trato implica que... usted me enseñará kárate? —indagó, tratando de canalizar el tono desilusionado de su voz.

Solo quería entrenar con Johnny, con Miguel. ¿Qué problema había con eso?

—Te enseñaré lo que necesites para que alcances la paz al final de camino. —Asintió; Angelina sintió que una roca imaginaria le aplastaba el estómago—. ¿Entonces? ¿Tenemos un trato?

Apretó los labios en una fina línea—al mismo tiempo, su mente gritaba que un no era la respuesta correcta. No obstante, sabía que no era una opción, no si su tía acababa involucrada. Le echó un vistazo a la estancia, tratando de encontrar una salida de emergencias sin darse cuenta, y entonces la imagen de un contrato apareció en su cabeza.

Collette Bellerose era abogada, la había visto hablar de asuntos legales desde que tenía ocho años. Entre todas las cosas que había aprendido del trabajo de su tía, una en concreto se le vino a la cabeza: todo contrato tiene letra pequeña, y la letra pequeña siempre puede sufrir cambios si se negocia con eficacia. Tal vez, solo tal vez, podría darle la vuelta a la tortilla.

¿Daniel decía que le faltaba balance? Entonces lo conseguiría.

Pero, ¿qué había alterado el equilibrio en su vida?

La respuesta no tardó en llegar a su mente.

—¿Y ballet? —preguntó, y la nube de caos y temores que su accidente había dejado sobre aquella última palabra cobró vida frente a ella—. ¿Puedo practicar ballet?

—No soy profesor de ballet, Angelina...

—Lo haré yo —insistió, apretando los puños a sus costados sin darse cuenta—. Vendré, entrenaré aquí y encontraré esa... esa paz de la que habla.

El señor LaRusso la miró extrañado: —¿Por qué ballet? Tu tía dijo que lo habías dejado porque no querías seguir bailando.

—Hay algo más detrás de eso. —Tragó en seco, sintiendo que la garganta le ardía, pero se forzó a alejar los malos recuerdos. Los LaRusso no sabían nada sobre la verdad de su accidente, y prefería que las cosas siguieran de esa manera—. Tengo que pasar la página, su-supongo.

Su vista se empañó ligeramente, pero inhaló con profundidad para tranquilizarse.

Volver a bailar: eso era lo que debía hacer. Daniel le ofrecía paz, y quería creer en él.

Quizás esa paz le devolvería la luz a aquello que tanto amó alguna vez.

Y entonces el hombre aceptó, y el aire entró con más facilidad a sus pulmones.

Durante los siguientes minutos, el silencio nubló sus pensamientos. Escuchó al hombre decirle que irían a casa, y ella solo asintió, todavía luchando por procesar todo lo que había sucedido. La invitó a explorar el dojo mientras Sam y él encendían el auto, y Angelina simplemente se quedó allí, estancada, observando el lugar en el que pasaría gran parte de sus días de verano.

Sentía, sin embargo, una presencia a sus espaldas.

Robby se había quedado con ella en el dojo.

—¿De quién es lo que tienes puesto?

La pregunta del muchacho la obligó a verlo de una vez por todas. Se encontró con una expresión seria y pensativa, además de un par de ojos verdes posados sobre su torso.

—¿Perdón?

Señaló su sudadera con un movimiento de cabeza, y Angelina comprendió que se trataba de la ropa que llevaba puesta: la sudadera de Miguel.

Evitó las ganas de poner los ojos en blanco, avergonzada. Sentía que aquel escenario se había repetido en cientos de ocasiones. ¿En cuántas situaciones incómodas la había metido la ropa del moreno?

Empezaba a creer que demasiadas.

No respondió, sin embargo, sintiendo que sus mejillas se enrojecían. Apartó la mirada y siguió inspeccionando las fotos que decoraban las paredes. Sin embargo, con Robby acercándose, todo parecía un reto.

—Voy a suponer que es de Miguel, entonces —siguió el castaño en cuanto llegó a su lado—. ¿No es así como descubrieron que eras parte de Cobra Kai?

Giró a verlo, confundida: —¿Como lo sabes?

—El señor LaRusso se lo dijo a Sam, y Sam me lo contó a mí. —La chica volvió a callar, tensando la espalda con incomodidad—. Ya lleva unas cuantas semanas pensando que Miguel y tú siempre han tenido algo en secreto, incluso antes de lo que pasó en la fiesta. Solo le das más razones para desconfiar.

—¿Me estás echando la culpa?

A pesar de lo que salió de sus labios, realmente se sintió... responsable.

¿Cuál había sido su papel en la ruptura de Sam y Miguel? ¿Y si realmente había puesto más tensión sobre su relación? Quizás sus sentimientos eran demasiado obvios, tal vez Sam los había visto antes que ella, a lo mejor...

Había arruinado las cosas, para ambos.

—A ti no, a él. —Angelina volvió a optar por el silencio; esta vez, sin embargo, lo hizo porque no sabía qué decir. Robby soltó una suspiro, negando con la cabeza—. Angelina, sé lo que estás haciendo. He aplicado esa táctica muchas veces... Evitarme no servirá de nada, pasaremos muchas horas en este lugar.

—Si es sobre lo que pasó en el torneo, sé que fue un accidente.

—Sí, no como lo que hizo Miguel. —La rubia estaba a punto de saltar a defender al moreno cuando Robby levantó su brazo libre en un gesto de inocencia—. Lo siento, no pude evitarlo.

—Deja de nombrarlo, por favor.

—No era mi intención —le aseguró, pero Angelina pudo notar un resto de rencor en sus ojos; estaba claro que detestaba a Miguel—. Solo quería saber si leíste el mensaje que te envié.

—Um, sí. —Frunció el ceño, torciendo una pequeña mueca con los labios—. No... no lo entendí.

Pero sí lo había entendido. El mensaje no era críptico, sino directo.

No obstante, aunque Robby había admitido explícitamente que aquella noche había ido a visitarla a ella y no a Sam, no comprendía su repentina necesidad de decírselo. Estaba convencida de que ella tampoco era su persona favorita y, sobre todo después de ese día, apostaba a que había entrado en su lista negra. Después de todo, cuando comenzó el torneo y todavía no habían luchado, el chico se había dedicado a mirarla con el único motivo de hacerla sentir incómoda—una sonrisa socarrona siempre adherida a su rostro, satisfacción al verla reaccionar. Sí, se había arrepentido a mitad del combate, pero eso no cambiaba los hechos.

Claro que ella también había estado a la defensiva aquel día, pero... admitirlo era mucho más difícil que tratar de ignorar al muchacho.

Solo sabía que Robby era complicado. Un misterio que no hacía más que enervarla.

—Tampoco hay mucho que explicar. —Se encogió de hombros con simpleza, como si admitirlo no le costara nada—. Quiero conocerte mejor. Sé que eres como yo y, según lo que me ha contado el señor LaRusso, ahora estoy seguro de que también estás... sola. —Esbozó una sonrisa ladeada—. Estamos en el mismo barco, así que... ¿No crees que al menos deberíamos llevarnos bien?

Angelina lo ojeó en busca de cualquier rastro de burla, pero no encontró nada más que sinceridad en su rostro.

«Supongo que ya no tengo otra opción».

Y quizás fue el hecho de que estaba cansada de pelear lo que la llevó a considerar sus palabras.

Solo quería tranquilidad. Ir llenando su vida de espacios que la hicieran sentir segura. Una tregua, quizás. No sabía si podría lograr eso en Miyagi-Do, pero la posibilidad estaba en sus manos.

—Supongo que... tal vez —murmuró entonces, mas no le devolvió la sonrisa. Posteriormente, carraspeó con una pizca de incomodidad y, sintiendo que la tensión disminuía poco a poco, la curiosidad no tardó en actuar por ella—. Entonces... ¿No querías visitar a Sam ese día?

—Sam es asombrosa, pero tú me comprenderías mejor —respondió con simpleza.

—No nos conocemos, Robby. —Se cruzó de brazos, escanéandolo con duda y escepticismo—. No lo sabes todo de mí.

—Sé suficiente.

Empezó a sentirse inquieta bajo su atenta mirada, incómoda ante el silencio que se había formado, pero Robby continuó antes de que pudiese inventar una excusa para escapar.

—Espero que algún día decidas entrenar de verdad con el señor LaRusso. Mi padre no es bueno —afirmó, completamente convencido. Una sonrisa traviesa empezó a asomarse en su boca, mezclada con una especie de brisa determinada y vengantiva—. No sabrá qué lo golpeó cuando vea todo lo que estamos preparando.

{ ⊱ ✠ ⊰ }

Había luchado por su libertad, pero volvía a sentirse como un pájaro encerrado en una jaula.

Sus alas solían estar atadas, apretadas de tal manera que ni siquiera le permitían volar en los confines de su pequeña celda metálica. Si bien estaba aprendiendo a deshacerse de aquellas cadenas, las rejas seguían presentes. Rejas del pasado, fabricadas por malos recuerdos y traumas; rejas que, tan pronto como comenzó el verano, decidió que debía destruir.

Pero no sabía cómo.

Porque siempre estaban ahí, listas para atraparla, para cerrarle la puerta en la cara justo cuando pensaba que era libre.

Se vio forzada a recordarlo mientras jugueteaba con sus nuevas zapatillas de punta, moldeándolas con las manos en aquel acto mecánico que tantas veces había repetido en el pasado. El simple hecho de tener que sujetarlas le llenaba la boca de pura amargura, pues no podía evitar pensar en su tiempo como bailarina, en lo que pudo ser y no fue.

Escuchó entonces los jadeos de Miguel a sus espaldas, quien estaba completando el estricto régimen de ejercicio que se había propuesto ahora que tenía más tiempo libre. Vio un par de motas de polvo caer sobre el satén de las zapatillas, sintió que el material se colaba como una sanguijuela bajo su piel. Sus manos temblaron cuando intentó ponérselas, así que tuvo que pausar, mordisqueándose los labios para evitar soltar un quejido frustrado.

«Venga, tienes que hacerlo».

Le echó entonces un discreto vistazo a Miguel. Observó la forma en la que se esforzaba mientras hacía abominales, la determinación en su semblante.

Aquel panorama le dio la motivación que necesitaba y, finalmente, se puso las malditas zapatillas.

Había pasado una semana desde que enmendó las cosas con la familia LaRusso —al menos en general, pues apenas había hablado con Samantha— y el verano acababa de llegar. Su pierna había mejorado considerablemente; incluso podía caminar sin muletas, siempre y cuando diera pasos cuidadosos y mantuviera su rodillera bien puesta. Carmen le recomendó que comenzara a recuperar la normalidad antes de cumplir el plazo de quince días de reposo, así que eso era precisamente lo que estaba haciendo.

De hecho, cuando Miguel la acompañó a comprar las zapatillas, no había llevado las muletas.

—¿Cómo vas?

Ni siquiera tuvo que girar a verlo para sentir la presencia del moreno a su lado. Prácticamente se desplomó en el suelo, estirando las piernas y secando su sudor con una pequeña toalla. Lucía agotado, cubierto por una camiseta de tirantes negra que Angelina no le había visto usar hasta hacía poco y que le hacía increíbles favores, pues casi todos sus músculos quedaban expuestos.

Angelina evitó pensar en lo nerviosa que verlo así la había puesto y, mientras trataba de recuperar el aliento, Miguel le dedicó una de sus bonitas sonrisas.

—Bueno... Logré ponérmelas. —La rubia suspiró, y no pudo evitar devolverle la sonrisa, aunque con más timidez—. Es un avance, ¿no?

—Claro que es un avance, aunque no entiendo por qué tienes que empezar ahora. —Arrugó el entrecejo, dejó la toalla a un costado—. Sigues lesionada, y el señor LaRusso dijo que esperaría a que te recuperaras del todo, ¿no?

Angelina fijó la mirada en sus zapatillas, disimulando la frustración que le producía aquel asunto.

Después de lo que pasó en Miyagi-Do, Angelina no había aguantado: le contó todo a Miguel tan pronto como llegó a su habitación. Había pensado en ocultarlo; no creía que a ninguno de sus amigos le hiciese especial ilusión que pasase tiempo en otro dojo que no fuese Cobra Kai, y tampoco tenía intenciones de anunciar el nuevo proyecto de Daniel a todo pulmón, pues no quería avivar la llama de su rivalidad con Johnny Lawrence. Sin embargo, ya había guardado demasiados secretos, las consecuencias no habían sido buenas, y el moreno era la persona en la que más confiaba.

La reacción de Miguel fue positiva, incluso cuando le dijo que Robby Keene estaba involucrado.

Claro que se quedó inusualmente callado luego de escuchar el asunto, y claro que Angelina no pudo ver su expresión, pues se lo había contado por teléfono... pero luego le dio ánimos, le aseguró que todo estaría bien y, aunque no estaba de acuerdo con la amenaza del señor LaRusso, le dijo algo que le llenó el pecho de alegría: que estaba orgulloso de ella por haber levantado la voz, por haber luchado por lo que creía correcto; que podía con todo, y que él estaría a su lado en aquel camino.

—Así es el ballet —respondió finalmente—. Si quieres hacerlo bien... a veces tienes que sacrificarte.

—La idea es que no sufras cuando haces algo que te gusta, Ángel —murmuró el moreno, posando una mano en el tobillo de la chica y apretando de manera reconfortante—. No tienes que hacer esto si no quieres. —Su mirada se suavizó, el café de sus ojos buscó el tono claro de los de Angelina—. Mamá y yaya no tendrían problema con que te quedaras aquí, y si el señor LaRusso llamara a tu tía se nos ocurriría algo y...

—Mi tía tiene la custodia.

Explotó, clavando las uñas en las palmas de sus manos. Miguel, por su parte, cerró la boca de inmediato.

Y es que esa era la jaula, aquella de la que no podía escapar.

Nunca había pensado en alejarse de su tía hasta que llegó al Valle. A veces estaba tentada a no contestar sus llamadas esporádicas, a contactar con sus padres y decirles que no necesitaba de su cuidado, contarles sobre las bofetadas y los gritos y la presión y los diminutos platos de comida...

Sin embargo, no se atrevía a hacerlo.

La ley la mantenía atada, y una parte de ella no quería dejar a su Collette. Le había dado cientos de oportunidades, después de todo; estaba sola, no podía seguir sus sueños, y Angelina solo quería ayudarla.

Sintió que el pulgar del muchacho acariciaba la piel descubierta de su tobillo, esperando a que hablara. No era una exigencia, sino una habitación, y Angelina quiso aceptarla.

—Mis padres pensaron que así sería más fácil que ella cuidara de mí mientras viviese en Nueva York. Para los papeleos, inscripciones en competencias... era más fácil. Legalmente, es mi tía quien toma las decisiones —explicó, estirando las puntas de sus pies en un intento por distraerse, por no mostrar su frustración—. Un día se lo dije, ¿sabes? Que quería volver con mis padres, o al menos regresar al Valle. Fue hace años, antes del accidente... pero no se lo tomó bien. Me necesitaba, y yo... —titubeó, mas siguió adelante—... también la necesitaba a ella.

—¿Y eso no te suena a que... te está manipulando?

En un principio, Angelina no supo cómo responder.

Solo sintió una especie de presión en la base de su estómago, una sensación molesta en la garganta.

—Dos años —soltó entonces—. Dos años y cumpliré dieciocho. Seré... libre, o eso espero.

La palabra dejó un sabor agridulce en la punta de su lengua.

Miguel, por su parte, no tardó en darse cuenta de que Angelina necesitaba cambiar de tema.

Un destello empezó a gravitar por sus ojos, y la rubia quedó completamente prendada al notarlo: era la expresión que el muchacho dibujaba cada vez que una idea se le venía a la mente.

Sus iris brillaban de con complicidad, recordándole que ahora compartían un secreto, que sabía lo difícil que había sido para ella el simple hecho de ir a comprar unas nuevas zapatillas. No la había hecho sentir diferente, no hizo más preguntas sobre lo que había pasado aquel día en el Teatro de Ballet Estadounidense; la arropó con su compañía, le aseguró que todo estaría bien con la mano que apoyó en su espalda baja y, ahora, parecía dispuesto a hacerla olvidar sus preocupaciones.

Todavía no sabía qué había hecho para merecerlo.

—Pues celebraremos cuando eso pase. Mientras tanto, tienes que demostrarle al señor LaRusso que está equivocado. —La observaba con los ojos bien abiertos, como un niño en una juguetería—. ¿En qué puedo ayudarte?

—No es necesario, Miggy.

Pero quiero ayudarte. Ya terminé, y todavía falta mucho para que empiece el entrenamiento... Me aburro. Y más me vale aprender si vas a estar haciendo esto a partir de ahora, ¿no?

Exhaló, resignada, sabiendo que no podría negarle nada. Aunque creía que debía hacer todo aquello por cuenta propia, se veía incapaz de alejarlo.

Así fue como terminó con la espalda recostada en el suelo y las piernas elevadas contra la pared, formando un ángulo de noventa grados con respecto a su torso. Miguel se hallaba de pie, justo detrás de ella, observándola desde arriba con una expresión curiosa y sujetando el plato de tres leches que le había llevado la abuela Rosa antes de que empezara a ejercitar.

—¿Ahora qué? —preguntó el muchacho.

—Tengo que intentar que mis piernas toquen el suelo sin alejarme de la pared. —Tragó en seco después de responder, empezando a separarlas poco a poco. No sabía si podría abrirlas del todo, y ciertamente le daba miedo comprobarlo; no quería enfrentarse a la realidad, al hecho de que estaba oxidada—. Es para recuperar elasticidad —explicó al notar la expresión confundida de Miguel.

—¿Y... yo qué hago?

Angelina continuó separando las piernas hasta que acabaron unos diez centímetros por encima del suelo. Intentó avanzar más, pero sus músculos y articulaciones se quejaron al instante. En efecto, tanto tiempo sin estirar debidamente había afectado su flexibilidad.

—¿Podrías... —Miró al moreno, quien justo en ese momento llevaba una cucharada de postre hasta su boca—... empujar mis piernas hasta abajo?

Miguel no dudó en arrodillarse sobre el suelo. Como el alumno aplicado que era, posó sus manos en la parte baja de las piernas de la chica, presionando cuidadosamente hacia abajo.

—¿Así?

Angelina simplemente asintió en respuesta, luchando por ocultar una mueca de dolor cuando sus pies finalmente rozaron el suelo.

No pudo evitar cerrar los ojos al sentir el tacto de Miguel, al percibir su aliento rozándole la frente. Y aguantó la respiración, hizo una cuenta regresiva en su mente, imaginó que estaba sola—todo eso con el objetivo de disimular lo mucho que le afectaba su cercanía.

—Tienes cara de sufrimiento, Ángel —escuchó la voz divertida del muchacho. Pensó en que seguramente había notado el rubor en sus mejillas; otro motivo más para esquivar su mirada—. ¿No quieres tres leches? Ya sabes, la comida de mi yaya lo arregla todo.

¿Tres leches de la abuela Rosa? Los platos de aquella mujer eran de los pocos que no le causaban náuseas. Sin importar las circunstancias, no podía negar ese manjar.

Incorporó ligeramente el torso, apoyándose de sus codos y viendo finalmente a Miguel. Empezó a extender un brazo para intentar tomar el plato, todavía con las piernas abiertas, pero el moreno, en cambio, tendió la cuchara en su dirección, invitándola a probar.

De alguna manera, su cerebro dejó de funcionar al ver el postre tan de cerca, y terminó aceptando la oferta; la cuchara en mano de Miguel, sus labios rozando el postre para probarlo, él acercándola a su boca.

Y no supo por qué, pero, mientras masticaba, la expresión de Miguel se tornó más seria. Lo vio tragar en seco, apretar la mandíbula y dejar la cuchara en el plato.

¿Acaso sus pupilas lucían más grandes?

—Tienes algo ahí...

De pronto la mano de Miguel se estaba acercando a su rostro, de pronto sintió que el pulgar del muchacho limpiaba un resto de crema que había quedado justo debajo de sus labios. De pronto estaba congelada, inmersa en una dimensión diferente—dimensión en la que el aire parecía más denso y sus latidos retumbaban con más fuerza de lo lógicamente aceptable. Pasaban los segundos, ahora el moreno sujetaba su mejilla, y ninguno de los dos se movía, ninguno de los dos se alejaba.

Y entonces la puerta se abrió sin aviso, y el calor de la palma de Miguel abandonó su piel en menos de un parpadeo.

Carmen, quien no trabajaba aquel día, los observó desde el umbral de la puerta con una discreta sonrisa en el rostro.

—El señor Lawrence está afuera —explicó la mujer al ver que ni Miguel ni Angelina parecían tener intenciones de hablar. Sus comisuras se extendieron un poco más; enarcó una de sus cejas, acompañada de un deje de diversión—. Dijo que había quedado en llevarlos al dojo unas horas antes... No lo hagan esperar, ¿sí?

Fue entonces cuando la mujer se fue, cerrando la puerta tras sus espaldas.

Por el rabillo del ojo, Angelina vio que Miguel empezaba a levantarse con cautela, sin decir nada, como si tuviese miedo a espantarla. No se atrevió a verlo como era debido, sin embargo, hasta que el moreno le extendió un brazo, dispuesto a ayudarla a levantarse.

Y aceptó su mano, pero no sin antes recordar lo fácil que era bajar la guardia cuando Miguel Díaz estaba cerca.

{ ⊱ ✠ ⊰ }





──────────────

⊱  𝔫𝔬𝔱𝔞 𝔡𝔢 𝔞𝔲𝔱𝔬𝔯𝔞

¡bienvenidos una vez más a otro capítulo!

tal vez unpopular opinion: Daniel LaRusso tiene complejo de héroe y piensa que sus ideas son las únicas sensatas.
¡equivocado! al menos Ángel pudo generar un pequeño cambio en su visión. (:

y... ¿qué me dicen de la interacción Robby-Angelina, Sam-Angelina, Miguel-Angelina? el momento de tensión entre la última pareja me ha dado el drama que necesitaba en mi vida.

para terminar, un pequeño adelanto: en el siguiente capítulo aparecerá Kreese. (;

con esto me despido. muchas gracias por todo, de corazón.

¡dejen un comentario, voten y compartan!

──────────────

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro