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━ 𝐜𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 𝐭𝐞𝐧: no mercy

[  𝐕𝐎𝐈𝐃  ]
🐍┊ 𝗖𝗔𝗣𝗜́𝗧𝗨𝗟𝗢 𝗗𝗜𝗘𝗭
« 𝔫𝔬 𝔪𝔢𝔯𝔠𝔶 »
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{ ⊱ ✠ ⊰ }

—¡𝐁𝐈𝐄𝐍𝐕𝐄𝐍𝐈𝐃𝐎𝐒 𝐓𝐎𝐃𝐎𝐒 𝐀𝐋 𝐂𝐈𝐍𝐂𝐔𝐄𝐍𝐓𝐀𝐕𝐎 Campeonato Anual de Kárate Sub-18 All Valley!

Una vez, cuando todavía vivía con sus padres, Angelina los escuchó hablar sobre cierto término francés. No se atrevió a preguntar el significado, limitándose a verlos reír como pocas veces lo hacían, relajados y abrazados en el sofá mientras señalaban algo en la pantalla de la televisión. Su madre aseguraba que ya había vivido aquella escena en el pasado, que había estado en esa misma posición con el mismo cuenco de palomitas en el regazo, el mismo pijama y el mismo brazo apoyado en el pecho de su marido; su padre carcajeaba, asegurándole a la mujer que aquello era imposible, que siempre había tenido la mente de una ilusionista. Años después, con el recuerdo todavía brillando en su mente, finalmente descubrió lo que era.

Déjà vu—la sensación de haber pasado anteriormente por una situación que se produce por primera vez.

Cuerdas, cadenas y enredaderas subiendo por su garganta, estrujando hasta sacarle hasta la última gota de aire de la tráquea. Las palmas húmedas, perladas de un tipo de sudor helado. Sin embargo, aunque cada una de las reacciones de su cuerpo derrochaban dudas e inseguridades, la sensación no era explosiva; no era monstruosa, ni bestial, y tampoco la consumía con extrema rapidez. Se propagaba, en cambio, como el fuego en la mecha de una vela: se tomaba su tiempo para subir por sus piernas, introduciéndose a través de cada uno de sus poros hasta entrar en contacto con sus entrañas. Y al notar que sus manos temblaban por sí solas, como si hubiera desayunado cafeína pura, optó por sacudirlas con más fuerza, luchando por deshacerse de los nervios.

Justo en ese momento, al salir del vestuario de chicas y escuchar la voz del presentador anunciando el inicio del torneo, Angelina comprendió a qué se refirieron sus padres aquel día.

Y es que sentía que se encontraba de vuelta en el pasado, empaquetada en un bonito y llamativo tutú y unas mayas apretadas. A pesar de que estaba acostumbrada a la sensación —pues era idéntica a aquella que siempre la invadía antes de subir a un escenario—, la pesadez de su pecho sugería que tal vez había olvidado cómo controlarla. Todo estaba ahí: la ansiedad, las náuseas imaginarias, el dolor de barriga que iba y venía en brutales oleadas, paseando de nervio en nervio como un perro por su casa, pero el tutú y las mayas habían sido reemplazados por un gi negro, con el logo de una cobra en la espalda, y ahora caminaba con una desagradable cicatriz en la rodilla derecha.

No quería explotar. Inhaló. No quería explotar. Exhaló. Ya estaba allí, no había vuelta atrás; la cobra ya se hallaba tatuada en su frente, en su pecho y en sus brazos, y no podía traicionar a nadie más.

—¡Empecemos por presentar a los dojos que compiten hoy!

El presentador continuó. Algo le decía que tenía que ir a buscar a su equipo, pero solo pudo escanear al público desde su posición, oculta tras un grueso pilar. Quedó estática cuando notó a los LaRusso sentados en primera fila, donde podrían verla perfectamente.

Recordó entonces el bombardeo de llamadas telefónicas que había recibido en la última media hora. Daniel, Amanda, Sam; todos lo habían intentado, pero Angelina no atendió ni una sola vez. No obstante, tampoco se había detenido a pensar en la gravedad del asunto, ni en que tarde o temprano tendría que mirarlos a la cara.

Ahora que finalmente lo evaluaba, lo único que quería era huir.

—Oye, Angelina, te estábamos buscando. El senséi dice que tenemos que ponernos en nuestras posiciones. —Vio a Halcón acercándose por el rabillo del ojo, pero sus pupilas seguían adheridas al primer equipo se había presentado. Escuchó que el chico suspiraba con pesadez, frunciendo el ceño mientras le daba un amistoso codazo en las costillas—. Quita esa cara. Pareces débil y no lo eres.

—El señor LaRusso está ahí fuera. Y Sam también —fue lo único que pudo musitar—. Eso no es bueno para Miguel...

—¿Quieres dejar de preocuparte por él? Miguel es un duro, ver a su antigua princesita no lo hará perder.

—No, no lo hará perder. Y precisamente eso es lo que me preocupa. —Lo enfrentó finalmente, traspasando el nudo que había en su garganta—. Es que no lo has visto bien. —Tuvo que hacer una pausa cuando los ojos de Miguel se le vinieron a la mente; la nueva coraza de ira que había en ellos, la letalidad con la que se movía y su ciega confianza en el nuevo lema del senséi—. Desde lo que pasó en la fiesta, Miguel tiene esta mirada que...

—Hey, ¿qué sucede?

El moreno se manifestó en la conversación antes de que pudiera acabar.

Angelina tragó en seco, echándole un cuidadoso vistazo al rostro de Miguel para intentar descifrar si la había escuchado, pero parecía completamente ajeno a la mención de su nombre. Halcón, en cambio, la miró con las cejas enarcadas. La rubia temió que pensara que estaba loca, que no la tomara en serio; no obstante, su expresión adquirió un matiz más dócil, y simplemente le dio un apretón a su hombro, asegurándole a su manera que todo estaría bien.

Angelina no fue capaz de creerle.

Sin piedad.

Halcón asintió en dirección a ambos, despidiéndose de Miguel con un choque de puños. El moreno no dijo nada hasta que Eli desapareció, y solo entonces giró hacia Angelina.

—Bien... Ahora dime qué te pasa. ¿Te encuentras bien? ¿Necesitas algo?

La escaneó de arriba a abajo, como si se estuviera cerciorando de que todo se encontrara en orden. Sin embargo, aunque había repetido aquella acción cientos de veces en el pasado, siempre logrando que las mejillas Angelina se incendiaran, esta vez se sentía diferente.

Porque ahí estaba de nuevo: la maldita neblina en sus iris castaños.

—Llevo más de un año sin subirme a un escenario. —Angelina se mordió la lengua al acabar. Sabía que no podía decir exactamente qué era lo que más estaba carcomiéndola, no cuando era él quien la preocupaba, así que optó por lo más simple—. Es difícil, y con todo lo de mi pierna...

—Bueno, no es un escenario. Es un tatami... —Rio cuando ella enarcó una ceja—. Sí, lo que acabo de decir no sirve de nada. Pero es la primera vez en un torneo, para ambos, y todos sabemos que tú más que nadie puedes lograrlo. —Su voz era seria, hablaba con extrema convicción, pero la calidez que siempre derrochaban sus palabras seguía vagamente presente—. Solo piensa que estás haciendo esto para ti, ¿sí? No hay jueces, ni gente que quiera verte bailar. Esto es diferente. —Señaló un punto por encima de su pecho; ella sintió que tocaba directamente su corazón—. Eres mucho más que una jodida lesión o un tutú o lo que sea que usen las bailarinas, y vas a patear traseros.

La rubia finalmente cedió, dejando que las palabras de Miguel la bañaran hasta calmar el errático ritmo de sus latidos. Rebuscó entonces en sus ojos, tratando de encontrar la ternura que tanto la arrullaba; creyó verla en un tenue destello, y entonces sintió que estaba bien, que lo que le había dicho Sam la semana pasada no significaba nada—no había cambiado, seguía siendo el Miguel en el que había decidido confiar.

—¿Podrías verme tú? —preguntó antes de darse cuenta, queriendo mantener aquel brillo en sus ojos.

Y él le dedicó una de esas bonitas sonrisas ladeadas.

—No me lo perdería por nada.

—¡Chicos, formación!

El grito del senséi Lawrence rompió el hechizo. Sus vellos, antes erizados, cayeron como plumas; su conciencia regañó a la parte primitiva de su mente por hablar sin medir sus palabras. Aun así, con Miguel a su lado, al menos se sentía más calmada.

El chico la guió hasta la fila que formaban el resto de alumnos, justo entre él y Halcón. Johnny dio las últimas indicaciones, ajustando la banda negra que llevaba en la cabeza.

Era el momento.

—Desde Reseda, —Angelina tomó una profunda bocanada de aire ante la voz del presentador, cerrando los ojos al momento de vaciar sus pulmones—, de vuelta al torneo...

—¡Cobra Kai! ¡Cobra Kai! ¡Cobra Kai!

Fueron entrando como ningún otro equipo, vitoreando el ritmo que el senséi les había enseñado. Espaldas rectas y mentones elevados, miradas severas; Angelina se metió en el papel que siempre jugaba cuando pisaba el dojo, y rogó mientras exclamaba que el miedo no se escapara de su coraza.

Conforme iban llegando a la posición, recibidos por un público enloquecido, notó que se acercaban más y más a los LaRusso. Cuando Miguel —quien dirigía la fila como todo un líder— finalmente se detuvo, Angelina encontró los ojos de Daniel. El hombre la observaba con una profunda decepción en el semblante; boca semiabierta, como si estuviese tratando de decir algo, y la cabeza negando con pesadez. Miguel, por su parte, le dedicó una gélida mirada a su exnovia, la cual también lo observaba con recelo.

La ansiedad volvió a burbujear en sus venas a la par que apartaba la mirada, concentrándose en un punto indefinido de las gradas. Quiso buscar a Demetri y a Moon —la nueva novia de Halcón— en el público, pero no los encontró.

Solo podía fingir indiferencia.

—Y finalmente, luchando por cuenta propia desde North Hills, ¡tenemos al señor Robby Keene!

Y ahí estaba, otro motivo más para preocuparse.

—Tiene que ser una broma...

Angelina detectó la amargura en el comentario de Miguel, pero no vio su expresión; el senséi le había dicho que tenía que mirar siempre al frente, así que solo pudo centrarse en la entrada triunfante de Robby.

Ya lo había visto antes, pero ahora era diferente: sus ojos se encontraron. El muchacho la miró fijamente para después sonreír con travesura, despertando la ira en su sistema.

—¿Qué está haciendo ese imbécil? —gruñó Halcón por lo bajo.

Como si presintiera lo que iba a pasar, su instinto la llevó a girar el cuello rápidamente hacia Miguel.

El moreno empezó a dar un paso hacia adelante, decidido, y las alarmas se dispararon en su cabeza.

Se suponía que no debía moverse —la intención del senséi era que lucieran tan imponentes como un ejército, y ya había roto una de las reglas—, pero ignoró el mandato: detuvo al muchacho, posicionando un brazo frente a su abdomen.

—Miguel...

—¿No estás viendo cómo te mira? —se quejó, claramente frustrado. No obstante, no hizo intento alguno por apartarla.

—De verdad, no me importa.

—¿Qué pasa con lo que dijo el senséi? Sin piedad. Además, él es...

—Eso no cuenta ahora —le aseguró, manteniendo la voz lo más baja y calmada posible, pues eso siempre parecía tranquilizar a Miguel—. Estamos fuera del tatami, ¿sí? Tranquilo. —Relamió sus labios, resecos por la preocupación, y la presión en su pecho se hizo más palpable mientras continuaba—. Este no eres tú.

El moreno apartó la mirada, fijándola en Robby una vez más. Tensó la mandíbula, pero simplemente asintió, volviendo a su posición original.

Una inquietante voz le susurró a Angelina que Miguel no confiaba del todo en sus palabras.

En un intento por apartar aquel pensamiento, se centró en el senséi, quien claramente luchaba por ocultar su sorpresa ante la presencia de su hijo. Notó también que Daniel lucía igual de asombrado, mirando estupefacto desde su asiento.

«Por favor, que esto no sea un error».

—Muy bien, gente. Prepárense. ¡Que empiece el torneo!

{ ⊱ ✠ ⊰ }

Miguel Díaz estaba tenso.

Llevaba semanas con los músculos rígidos, apretados en un perpetuo estado de alerta que, aunque lo ayudaba a luchar con más audacia, hacía que despertara con todo el cuerpo adolorido. Desde que comenzó a sentir que su relación con Samantha LaRusso —su primera novia— caía en picada, la presión había ido incrementando; empezó a creer que nunca desaparecería, que siempre estaría condenado a recordar el rostro de Robby Keene mientras reía junto a Sam y Angelina, como aquella vez que los vio cenando en casa de los LaRusso.

Y luego despertó con su mejor amiga entre sus brazos, envuelto por una desconocida sensación de tranquilidad, y ni siquiera la resaca le impidió comprenderlo: Angelina era su paz, un pequeño y delicado rayo de luz que —por alguna razón que todavía no entendía del todo— no tenía ni idea de lo mucho que valía. Cuando la sintió allí, temblando y cohibida, hablando por teléfono con una mujer que claramente la había destrozado de dentro hacia afuera, supo que solo quería protegerla, que toda la frustración y la rabia que sentía no importarían siempre y cuando pudiera preocuparse por ella.

Pero pasaron los días, el torneo se acercaba. Sam lo pintó como el villano de la historia, Angelina dejó de asistir a Cobra Kai y, a pesar de que solo había pasado una semana, la tensión empezó a depositarse con mayor vehemencia en sus huesos.

No supo exactamente cuándo fue que descubrió que, si golpeaba con más fuerza, la tensión disminuía.

Necesitaba mantenerse ocupado, así que se aferró a la latente necesidad de complacer al senséi, de demostrarle que no se había equivocado al decidir entrenarlo; después de todo, Johnny confió en él cuando más lo necesitaba, y su madre le había enseñado a pagar sus deudas. Además, se sentía orgulloso de ser parte de Cobra Kai: el kárate era su nueva pasión, por no decir la única. Ya no le importaba que Sam los tachara como los malos—si lo veía triunfar, cambiaría de opinión, e incluso quizás, con un poco de suerte, podría recuperarla, y entonces todo volvería a la normalidad.

Solo quería ganar. Y para ello tenía que golpear primero, golpear fuerte, y no tener piedad.

Así que, con aquel lema grabado en su mente, Miguel pisó el tatami cuando llamaron su nombre.

—Ya conocen las reglas. Combate a tres puntos —explicó el réferi.

Los nervios que no había sentido hasta entonces comenzaron a invadirlo mientras sus amigos lo animaban, pero el descontrolado latido de su corazón pronto se transformó en adrenalina. Cuando giró disimuladamente a echarle un vistazo a Angelina, quien mordisqueaba su labio inferior en aquel gesto que hacía cada vez que intentaba mantener una apariencia tranquila, un chute de energía fue disparado directo a sus venas.

Estaba preparado.

—De lado. Saludo. De frente. Saludo.

» ¿Listos? —Se puso en posición, mirando fijamente a su oponente—. ¡A pelear!

En cuanto el réferi dio la señal, Miguel estrenó sus habilidades con una patada de grulla —la misma que utilizó Daniel LaRusso para vencer a Johnny años atrás—, como bien le había indicado el senséi. Tanto Johnny como él lograron sus objetivos: LaRusso lucía claramente molesto mientras veía al enemigo emplear su movimiento, y Miguel percibió que su pecho se inflaba de una agradable sensación de confianza cuando fue anunciado como ganador.

—¡Eres una bestia! —lo felicitó Halcón cuando volvió a su posición con el resto del equipo—. ¡Así es como se hace!

El moreno rio distraído, pues su mirada fue directamente a buscar un par de trenzas rubias.

—¿A quién buscas, Serpiente?

—Um... —Sacudió la cabeza, dándose cuenta de lo que estaba haciendo. Se aclaró la garganta en un intento por fingir que no pasaba nada—. A nadie, ¿por?

—A Angelina, claro. Fue al baño. —Halcón ignoró su respuesta para después sonreírle con picardía. Miguel ni siquiera se molestó en negarlo; solo puso los ojos en blanco, tratando de ocultar su propia diversión—. El senséi le dijo que estaba muy pálida, así que fue a refrescarse.

» Tranquilo, te vio luchando. Demostraste quién manda aquí.

—Tengo que ir a verla, entonces.

—¿Habrá algún día en el que te separes aunque sea un poquito de ella? —El moreno le dio un puñetazo en el hombro, pero Halcón siguió con su acto—. ¡Es en serio! Estoy comenzando a sentirme celoso. No pasas tanto tiempo conmigo.

—No empecemos... —gruñó Miguel al ver la expresión burlona de su amigo—. Solo dile al senséi que vuelvo en cinco, veré si Ángel está bien.

—Díaz, te quedas aquí. —Johnny obstaculizó su camino justo cuando comenzaba a dirigirse a la zona de los baños. Frunció el ceño, preparado para rechistar, pero el hombre fue más rápido—. Ella puede sola.

Bueno, en eso tenía razón. Angelina era fuerte, más fuerte de lo que ella pensaba.

Así que Miguel se quedó a regañadientes. Sin embargo, no tardó en acercársele en cuanto la vio volver.

—Miggy, lo que hiciste fue... No puedo describirlo —susurró la chica tan pronto como Miguel se detuvo frente a ella, dedicándole una pequeña sonrisa—. Vas a ganar.

No iba a admitirlo, pero escuchar aquellas palabras saliendo de los labios de Angelina sumó más que un grano de arena a su ego.

—¿Y a qué se debe tanta confianza en mí, señorita? —cuestionó con diversión.

—A que te vi luchar, y ahora que te llevarás el premio a casa. —Se encogió de hombros y, aunque apartó la mirada, Miguel pudo notar un ligero rubor en sus mejillas—. Al menos tengo un buen ojo, supongo.

—Si tú dices que ganaré, entonces ganaré. O tal vez ganaremos los dos. —Dio un paso hacia ella—. Somos un dúo, nadie dice que no podemos llegar a las finales juntos, así que...

—Ambos sabemos que eso no va a pasar.

—Nunca digas nunca —soltó por lo bajo, dándole un suave tirón a su trenza en un intento de hacerla sonreír; afortunadamente lo logró, y sus propias comisuras se expandieron con satisfacción—. ¿Todo bien en el baño? Estaba empezando a preocuparme, Ángel.

—Fueron los nervios. —Avergonzada, agachó la cabeza—. El senséi dijo que echarme agua en la cara ayudaría. Antes no solía pasarme esto...

Intentó disimularlo con la misma sonrisa de antes, pero ahora lucía forzada. Miguel, sin embargo, conocía bien esa expresión: era falsa. La fachada con la que se dirigía a cualquier desconocido, demasiado buena como para manifestar su incomodidad—la apariencia con la que intentaba mantener conforme a todo aquel que la veía; había aprendido a detectarla tan pronto como conoció a Angelina. Podía ver, además, que sus manos estaban temblando, así que las tomó entre las suyas.

Lleno de impotencia, estaba preparado para decirle algo; le enfadaba verla dudar tanto de sí misma. No obstante, el senséi los separó, quejándose de que no los podía dejar ni un minuto a solas sin que estuvieran pegados como lapas. Insistió en que el campeonato iba a continuar y que pronto sería el turno de Angelina, por lo que la necesitaba concentrada.

A partir de entonces, Johnny se posicionó entre ambos. Miguel bufó para ver si el senséi se daba cuenta de que no estaba conforme; Johnny lo miró con una sonrisa burlona, pero luego volvió a centrarse en los combates.

Lucha tras lucha, el campeonato siguió avanzando. Halcón acabó rápidamente con su oponente, Aisha derribó a un miembro de All-Star Karate, y Bert quedó descalificado. Él, por su parte, tenía la mente nublada: entre la adrenalina que todavía envolvía a sus sentidos y el hecho de que la posición del senséi no le permitía hablar con Angelina, se sentía aburrido e inquieto.

¿Desde cuándo le costaba tanto estar en la misma estancia que ella sin poder tenerla cerca?

No pudo encontrar la respuesta, pues algo más llamó su atención al otro lado del tatami.

Robby Keene no dejaba de mirar a Angelina. ¡Y el
imbécil ni siquiera se molestaba en disimular!

Sonreía cada vez que ella lo veía por accidente, rodeado de una especie de actitud retadora que exasperaba a Miguel. No era muy bueno leyendo expresiones —a veces pensaba que solo entendía las de Angelina—, y uno de sus mayores defectos era que, si una persona le daba mala espina, le costaba mucho dejar de analizarla con escepticismo; a pesar de ello, creyó notar que Robby lucía casi... divertido, como si estuviera disfrutando de la situación. Por otra parte, cuando trató de observar la reacción de Angelina, se encontró con que la chica solo esquivaba la mirada de Robby, claramente incómoda.

¿Por qué parecía que se conocían? ¿Por qué ella lo evitaba, y por qué a Robby le hacía tanta gracia?

No dijo nada, limitándose a canalizar el enfado a través de un par de puños apretados.

Angelina le había pedido que ignorara al muchacho, así que eso iba a hacer.

Pero la maldita tensión seguía aumentando.

—¿Cómo están esos ánimos, público? —La gente respondió con una oleada de ovaciones—. ¡No los escucho! —El ruido aumentó, y Miguel pudo ver a su abuela levantándose en las gradas para aplaudir con más fuerza; una sonrisa apareció inmediatamente en su rostro—. Bien, me alegra ver que siguen conmigo. Ahora que tengo toda su atención, ¡es hora de presentar el último combate de la primera ronda!

» Angelina Bellerose de Cobra Kai contra Ryan Peterson de Extreme Martial Arts, ¡al tatami!

Y el corazón de Miguel galopó con más fuerza que cuando fue su turno.

Buscó a Angelina inmediatamente, quien daba pasos firmes pero lentos en dirección al tatami. Su delicado rostro transmitía seguridad a simple vista, pero el moreno pudo ver las grietas en su armadura. De repente, se quedó quieta, justo frente al área de combate, y sus puños —los cuales antes llevaba apretados— cayeron abiertos a sus costados; rostro contrariado, un ligero temblor en sus labios.

Solo quería animarla, decirle que todo estaría bien, que era perfectamente capaz de vencer a su oponente y que, si no lo hacía, todos iban a apoyarla igualmente.

Él iba a apoyarla igualmente.

—¡Ángel! —la llamó, dejándose llevar por sus instintos. La rubia giró a verlo, y el chico no dudó en continuar—. Tú puedes.

Se miraron por unos cuantos segundos más, con el tiempo moviéndose lentamente alrededor de sus ojos. Vio que Angelina parpadeaba, que sus labios se separaban como si quisiera decir algo, pero entonces un halo de determinación envolvió a cada una de sus facciones, toda su postura adquirió una nueva seguridad y, finalmente, le dio la cara a su rival.

El chico sintió que sus comisuras se elevaban por sí solas.

El combate inició, y la tensión que empapaba a Miguel creció, y creció, y creció más cuando su oponente la derribó al suelo, pero el nudo no estalló. De pronto, aquella presión fue desapareciendo de su pecho mientras Angelina iba ganando confianza, y finalmente se esfumó por completo cuando la vio salir del tatami con la victoria, acompañada de una de esas sonrisas radiantes que escasas veces se permitía enseñar.

Cuando se lanzó sobre él, sin ningún tipo de inhibición ni vergüenza, algo extraño burbujeó en la boca de su estómago, algo que dejó un camino de cosquillas desde la parte baja de su abdomen hasta su rostro. La abrazó entonces con todas sus fuerzas, riendo con júbilo mientras la sujetaba y el resto de sus compañeros los animaban con silbidos y aplausos.

A Miguel no le importó que los estuvieran viendo. Mejor así—que todos admiraran a la magnífica chica que tenía entre sus brazos.

—Lo hice. ¡Lo hice! —exclamó Angelina, aferrando sus manos a los brazos del muchacho—. No sé cómo... y creo que no recuerdo la mitad de las cosas que pasaron, pero... ¡Lo hice!

Nuevamente estaba temblando, pero esta vez se hallaba cargada de euforia, de una emoción pura, sincera y salvaje que caló hasta el cuerpo de Miguel. Sabía lo importante que era para ella demostrar que podía lograrlo, y se veía tan feliz y tan orgullosa y simplemente tan viva y tan...

Si no estaba peleando, ¿por qué de repente le faltaba el aliento?

—Te lo dije.

Aquello fue todo lo que pudo murmurar. Se sentía adormecido, incapaz de borrar su sonrisa, y creía que no podía hacer más que analizar el pequeño hoyuelo que apareció en la mejilla izquierda de su mejor amiga.

—Aunque... no pude dar una patada. Tuve la oportunidad, pero...

—¿Crees que eso está mal? —La chica no respondió, perdiendo parte de la luz que había en su rostro—. No quiero que pienses eso, por favor. Solo... —Suspiró, perdiéndose en el azul de sus ojos—. Sigue sonriendo así.

—¿Por... por qué?

—Me gusta.

Así de simple.

Su sonrisa le gustaba.

Y justo cuando aquel adormecimiento se comenzaba a expandir por el resto de su cuerpo, Halcón llegó a la escena, anclando un brazo alrededor del cuello de Angelina.

—Eres mi jodida ídola. —El chico de la cresta la zarandeó cariñosamente—. Pero eso no significa que seas mejor que yo.

—No, Eli —contraatacó Angelina una vez recuperó la sonrisa—. Eso nunca.

—Que sepas que hoy será el único día que te dejaré llamarme de esa manera...

Johnny Lawrence, por su parte, no tardó en unirse al trío de adolescentes.

—Senséi, ¿ha visto lo que hizo Angelina? —preguntó el moreno emocionado.

—Sí, sí, vi a tu chica. Nada mal, angelito.

Johnny mantuvo una expresión despreocupada, pero Miguel podía ver que estaba claramente orgulloso. Las mejillas de Angelina se tornaron rojas, y no pudo resistir la tentación de darle una suave patada en el tobillo para llamar su atención.

—Intenta ocultarlo, pero quiere abrazarte —le murmuró travieso a la chica.

—Buena pelea, niña. Solo te faltó usar las piernas.

—No la fuerce —intervino Miguel al ver que Angelina no se atrevía a responder. Le dedicó su mejor sonrisa de apoyo, tratando de relajarla—. Lo hará, se lo aseguro.

—Bueno, más le vale que sea así. El siguiente oponente no será fácil.

El moreno elevó el mentón con confianza: —No se preocupe. Podremos con todos los demás dojos.

—Así es, Serpiente. —Halcón le chocó el puño—. Hasta con las manos atadas.

—Tampoco podemos confiarnos —aportó Angelina, jugando con una de sus trenzas en un gesto nervioso—. Todo puede pasar en una competencia.

—Háganle caso a la niña. Tiene experiencia con toda esa mierda del ballet, sabe de lo que habla. —El senséi asintió—. Ustedes son Cobras, ganarán, pero tienen que estar alertas siempre, ¿entendido?

—Sí, senséi.

—Bien. —Johnny suspiró, pasando a observar a Angelina con una expresión más rígida. Al ver el nuevo matiz de seriedad en sus ojos, la preocupación comenzó a invadir a Miguel—. El siguiente oponente es diferente, Angelina. Ya lo sabes. Te quiero calentando otra vez y preparada.

—¿Entonces quién es?

Nadie le contestó en un principio. Sus ojos pasaron del rostro del senséi al de Angelina, del de Angelina al del senséi, y entonces notó que ambos apretaban la mandíbula, que sopesaban en silencio si debían o no dar una respuesta. Cuando vio a su mejor amiga titubear, un fuerte nudo se aferró a su garganta.

Estaba claro que la respuesta no iba a gustarle. Aun así, insistió.

—¿Quién?

Robby Keene —soltó Angelina por lo bajo.

En ese instante, el mundo de Miguel se pintó de rojo.

—¿Robby? —preguntó incrédulo. Cuando la chica asintió de manera casi imperceptible, sintió que su pecho se llenaba de una sensación similar a la que había experimentado en aquella fiesta días atrás—. No vas a luchar contra él.

—Es lo que toca.

Angelina se encogió de hombros, pero parecía inconforme.

—¿Y si te hace daño? —preguntó, acercándose unos cuantos pasos hacia ella—. ¿Y si te mira como lo ha estado haciendo todo el día? —habló en voz baja, para que solo Angelina lo escuchara. Notó que tragaba en seco, que su respiración se hacía más pesada—. Ha estado así durante todo el torneo. No te quita los ojos de encima.

—Solo quiere molestarme. —Una pequeña mueca de incomodidad se apoderó de sus labios—. Me lo he encontrado un par de veces en casa de los LaRusso, sabe que no me agrada.

—¿Ves? Eso demuestra que es un imbécil. ¡Te está incomodando!

» Si está aquí es porque tiene que haberlo entrenado el señor LaRusso; Sam dijo que trabajaba para su padre, el mismo que venció al senséi. No puede ser una coincidencia.

El semblante de Angelina comenzaba a irradiar frustración, pero él pensaba seguir insistiendo.

Solo quería protegerla, y veía a Robby como una amenaza.

—Miguel, no te estoy pidiendo que te preocupes por eso...

—Bien, bien, suficiente. —El senséi se interpuso en la conversación, empujando el hombro del muchacho con cierta fuerza para captar su atención—. Además, LaRusso me venció con una maldita patada ilegal. No cuenta.

Miguel frunció el ceño: —¿La misma patada que usted me dijo que usara?

—Díaz, contrólate. Sé que eres más terco que una jodida mula, pero no quiero oír ni una palabra más. No puedes intervenir en un torneo, ¿de acuerdo?

» Angelina luchará contra Robby, fin de la discusión.

—¿Ahora apoya a Keene, senséi?

¡Silencio! —exclamó Johnny, y Miguel retrocedió de manera instintiva; por primera vez en aquel encuentro, empezó a sentirse intimidado—. No sé de dónde viene esta actitud de mierda, pero más te vale corregirla. —Entrecerró los ojos, mirándolo de arriba a abajo con algo que lucía como decepción—. A tu posición, ya.

Una puñalada imaginaria se clavó en su costado, en sus palmas, en su garganta. Sus cuerdas vocales parecieron cerrarse y, aunque quería continuar, aunque sus impulsos más primitivos lo obligaban a seguir defendiendo su punto, el respeto que sentía por el senséi y Angelina era más fuerte. Se retractaba, sí, pero eso no significaba que no siguiera insatisfecho. Le dedicó un último vistazo a la chica antes de volver a su lugar en la línea, tratando de encontrar un poco de paz. «Cálmate», decían sus ojos.

Miguel simplemente le hizo caso.

La ira acumulada, toda la rabia que sentía, los recuerdos de Sam tomando la mano de Robby, el súbito temor a que Angelina saliera lastimada—aquella combinación hizo que su mente se apagara, que el tiempo pasara más rápido, que su siguiente combate lo recibiera con una brutal victoria en cuestión de segundos, hasta que finalmente llegó el momento.

Angelina no lo miró antes de llegar al tatami, con Robby Keene justo frente a ella.

—¡A pelear!

Fue la chica quien golpeó primero.

Miguel siguió cada movimiento—atento como un águila, con el cuerpo tan tieso que sentía que iba a reventar. Angelina llevaba la delantera, evadiendo los ataques de Robby y deslizándose por el suelo cuando era necesario. Era más rápida que la mayor parte de los chicos, y también inteligente, por lo que sabía bien cómo usar sus habilidades. El castaño, sin embargo, tenía un equilibrio incomparable; los oponentes de Angelina solían acabar mareados al intentar seguirle el paso hasta que, finalmente, ella terminaba con la dosis necesaria de ofensa, pero Robby se mantenía tranquilo, estable, no atacaba hasta que la rubia se cansaba de rodeos y se veía obligada a abalanzarse sobre él.

Robby obtuvo el primer punto.

Halcón abucheó; Aisha, aunque había sido eliminada previamente, empezó a quejarse. Miguel no pudo decir nada, sintiendo la lengua tan caliente y la mandíbula tan tensa que no fue capaz de pronunciar palabra alguna.

Angelina, sin embargo, ganó el siguiente punto.

Y todavía no había usado las piernas para algo más que no fuera esquivar y avanzar.

Continuaron. Angelina adaptó su técnica, optando por un enfoque más hostil. Robby pareció desconcertado en un principio—su verdadera fuerza lo había tomado por sorpresa.

El réferi marcó otro punto: Angelina dos, Robby uno.

Miguel sintió que por fin podía relajarse. Ángel lo tenía controlado, nunca debió pensar que las cosas saldrían mal, y una parte de él disfrutó del simple hecho de ver a Robby consternado.

Pero obtuvo otro maldito punto.

Cuando volvió a su posición de pelea, Miguel notó que Angelina lucía enfadada—verdaderamente enfadada. Su pecho subía y bajaba con intensidad, sus mejillas estaban rojas por el esfuerzo, una de sus trenzas había caído suelta, y su expresión denotaba impotencia pura. Parecía algo personal, algo más que un simple combate, y entonces vio que la chica miraba a Daniel LaRusso aplaudiéndole a Robby, a Samantha siguiéndole el ritmo a su padre; como si la chica no existiera, como si no hubieran vivido bajo el mismo techo durante meses.

El corazón del moreno latió con más fuerza, sus manos comenzaron a sudar.

Sabía que algo no estaba bien, que los ojos de un ángel no debían verse tan oscuros.

Y entonces, cuando el réferi dio inicio al combate final, se lanzó sobre Robby como una fiera.

El chico comenzó a hablar mientras esquivaba, pero Miguel no podía escucharlo. No obstante, aquella actitud retadora y casi rencorosa con la que la había mirado durante todo el torneo parecía haber desaparecido; para cualquier espectador, luciría como si ya no quisiese pelear, como si estuviera tratando de establecer una tregua. Angelina no le respondía, lanzando puños y más puños, rodeándolo cada vez que podía e intentando derribarlo al suelo con aquella maniobra que Miguel le había enseñado una vez.

Fue entonces cuando se alejó. Cerró los ojos, tomó una profunda bocanada de aire. Robby no hizo nada.

Empezó a levantar la pierna izquierda.

Fue entonces cuando apoyó todo su peso sobre su rodilla derecha. Sin temblar, sin mostrar dolor.

Fue entonces cuando apuntó directamente al pecho de Robby.

Y fue entonces cuando todo cayó en pedazos.

Porque el chico se agachó justo antes de recibir el impacto, y se abalanzó hacia la pierna que mantenía de pie a la rubia, derrumbándola al suelo con un golpe directo a su rodilla.

La misma rodilla que la obligaba a cojear.

La misma rodilla que apenas podía estirar cuando Miguel la conoció, la misma rodilla marcada por una desagradable cicatriz.

Miguel nunca había escuchado a un público tan callado hasta que Angelina Bellerose cayó al suelo; nunca había visto a un réferi titubear. Nunca se preguntó si era posible gritar en silencio, y luego la vio allí, retorciéndose en el suelo con una expresión desgarradora.

Ni siquiera supo cómo logró llegar al tatami, ni cómo acabó arrodillado frente a ella.

—Senséi... —Escuchó su propia voz, pero sentía que no era él quien hablaba.

Johnny, que en algún momento había llegado a la posición de Angelina, lo miró inmediatamente.

—Vete de aquí, niño.

—No me voy a ir.

—Díaz, no lo voy a repetir. Sal a tomar aire, ahora...

—¡Que no me voy a ir!

No pudo identificar de dónde salió aquel rugido, pero sintió que su garganta ardía ante el esfuerzo. Mareado, echó un vistazo a su alrededor. El réferi hablaba con el senséi, parte del personal del torneo comenzaba a acercarse; incluso vio que Daniel se agachaba al otro lado de Angelina mientras Sam se quedaba unos cuantos pasos atrás, dubitativa.

—Está teniendo un ataque de pánico...

—Señor Lawrence, necesitamos que nos diga todo lo que sabe. ¿Esto había ocurrido antes?

—Um, no, no. No, nunca, ni una vez. Solo sé que tuvo una lesión. Grave, rodilla derecha. Justo donde recibió el golpe.

—¿Por qué demonios la dejaste pelear, entonces? ¡Nunca estuvo en condiciones para un torneo, y mucho menos con tus métodos!

—¡No te metas en mis jodidos asuntos, LaRusso! ¡Ni mucho menos en los de una niña!

Voces, voces y más voces, y Miguel no sabía qué diablos hacer.

—¿Ángel?

La llamó, pero ella no respondió.

Angelina se mantuvo casi inmóvil, sollozando de manera silenciosa, pero su pecho comenzó a sacudirse con violencia mientras empezaba a incorporarse. Su expresión, sin embargo, se había convertido en un lienzo en blanco, adornado únicamente por una mirada desorientada.

—Ángel, tenemos que sacarte de aquí —insistió, esta vez con más firmeza.

Finalmente, obtuvo una reacción.

La chica asintió.

—Cariño, ¿puedes levantarte? —preguntó una de las representantes del torneo. Angelina simplemente fijó los ojos en el moreno y negó con la cabeza.

—Sigue mirándome, ¿sí? —le pidió el muchacho, habiendo notado que su respiración se había calmado cuando empezó a mirarlo.

—Me duele...

Su labio inferior se sacudió con más fuerza, su mentón siguió el movimiento, y entonces su respiración comenzó a acelerarse nuevamente.

Miguel sintió que algo lo asfixiaba.

El resto de adultos observaron la escena en silencio. El público comenzó a murmurar, algunos se levantaban de sus asientos para ver mejor, pero Miguel no era verdaderamente consciente de sus alrededores. Creyó ver que Halcón estaba a su lado, hablándole, mas no podía escucharlo. La miraba a ella, y solo a ella.

Necesitaba verla bien.

—Angelina, joder... Lo siento mucho. Yo... yo no sabía que esto iba a pasar.

Y escuchó una voz vagamente familiar a sus espaldas.

Giró la cabeza lentamente, encontrándose con la expresión arrepentida de Robby Keene.

Tick. Tick.

Boom.

La bomba que había guardado en su interior, la que había cultivado poco a poco, estalló. Miguel sintió que la ira se fugaba por cada pequeña parte de su piel, que al mismo tiempo se mezclaba con su sangre y sus huesos. Y entonces la rabia empujó, empujó hacia afuera, hasta que de repente estaba de pie, arrojándose sobre el castaño.

Pero alguien lo detuvo.

Luchó para liberarse, pero fue inútil. Vio que Robby retrocedía mientras Daniel se le acercaba, preguntándole si estaba bien; trató de luchar una vez más, usando todas sus fuerzas, y solo entonces sintió que su captor le daba la vuelta.

—¿Quieres que te descalifiquen? Él seguirá en el torneo de todas formas. Ese golpe no contó como contacto ilegal; fue un accidente, así que no lograrás nada aunque te le tires encima. —Miguel lo enfrentó con los puños apretados. El senséi Lawrence lo tomó del brazo con brusquedad, forzándolo a prestar atención—. ¿Vas a ayudar? Pues entonces adelante. Ella te necesita.

Señaló a Angelina, quien se sujetaba la cabeza con las manos.

El fuego dentro de él pareció congelarse al encontrársela así, tan débil, como nunca la había visto. Ni siquiera cuando llegó al Valle, con aquella profunda tristeza en los ojos, había lucido tan miserable. Miguel siempre pensó que había chispas tras sus pupilas, llamas ardientes que ella creía inexistentes; precisamente por eso la había invitado a Cobra Kai —y porque su curiosidad era más grande que su cuerpo y le intrigaba el ángel rubio que entró a su clase junto a Eli Moskowitz—, pero segundos atrás, cuando se agachó a su lado... parecía que las llamas se habían fugado sin dejar rastro.

Tenía que hacer algo.

Su mente y sus músculos trabajaron por sí solos, y de pronto se encontraron en uno de los vestuarios.

Miguel la había cargado. Pesaba poco más que una pluma.

Eso lo preocupó aún más.

—Senséi, ¿q-qué hay que hacer cuando alguien tiene un ataque de pánico?

—¿Me ves cara de saberlo? —El moreno no respondió, tragando con fuerza cuando Johnny alzó la voz. Miguel se hallaba de cuclillas frente al banco donde habían depositado a Angelina, quien apoyaba la espalda contra los casilleros del vestuario. El hombre suspiró—. No sé. Necesito una cerveza. Han llamado a un médico, pero no sabemos cuánto tardará en llegar; está ocupado con otros idiotas. —Miró a la chica—. Hey, resiste, ¿sí? Déjame revisarte la pierna...

—No, no, no —interrumpió Angelina entredientes, arrastrándose hacia atrás sobre el banco y alejándose del senséi—. No quiero verlo, no quiero verlo...

—Escucha, niña. No hay otra opción. Está claro que algo no ha ido bien y...

—¡No quiero verla, joder!

La respiración de la chica se aceleró. Su pálida piel ya no era blanca—se veía roja, y Miguel no sabía si era por la falta de aire, las lágrimas o la rabia.

Se acercó.

Ella se aferró a su gi en cuanto tomó asiento a su lado, enterrando las uñas y escondiendo la cabeza en su pecho, y Miguel sintió escalofríos, porque había visto más que dolor en su rostro. No sabía lo que era, y eso lo desesperaba, pero parecía simplemente...

Atormentada.

—Q-quiero seguir caminando —la escuchó sollozar.

—Y lo harás —se forzó a responder, atravesando la roca que se asentó en su garganta.

—Y quiero seguir con el k-kárate.

—Por supuesto. Solo tienes que...

—No lo entiendes. —Se separó de golpe, pero ni siquiera lo miraba a la cara—. ¿Y si necesito otra operación? ¿Y si mi tía se entera?

—Escúchame —Le sujetó el rostro, buscó su mirada hasta que finalmente sus pupilas se quedaron quietas. Notó que aguantaba el aire, así que movió sus pulgares sobre su piel, arrastrando unas cuantas lágrimas—. Tienes que ser fuerte, ¿sí? Ya lo fuiste, y te prometo que esta vez no pasará nada —le susurró, y entonces su rostro se torció en una mueca, como si quisiera gritar pero no pudiera—. ¿Puedes dejar que el senséi te vea la pierna? —logró continuar, pero sentía un extraño peso en el pecho—. Estaré aquí.

De alguna forma u otra, acabó con la frente pegada a la de Angelina mientras el senséi subía la tela del gi de su pierna derecha.

«Egoísta», le dijo una vocecita en su cabeza, porque no quería moverse de ahí.

—Solo está hinchada. —sentenció Johnny después de lo que pareció una eternidad. Angelina cerró los ojos, pero Miguel no aguantó la curiosidad; sin embargo, cuando observó el tamaño de la cicatriz, la cual nunca había visto antes, tuvo que contener la respiración—. Te saldrá un feo moretón, niña. Descansarás por un par de semanas y ya está, ¿bien?

—¿Y un médico?

—Sé de lo que hablo, Díaz. Un médico querrá toquetearle más, y parece que ya tiene demasiada mierda ahí dentro.

El silencio se apoderó del vestuario durante los próximos minutos. Angelina seguía acurrucada contra su pecho y el senséi se hallaba sentado en el suelo, mirando un punto indefinido sobre las baldosas. Poco a poco, la situación parecía calmarse, pero los sentidos de Miguel seguían en estado de alerta, preparados para combatir cualquier amenaza.

Escuchó que los altavoces resaltaban las palabras del presentador, quien reanudaba el torneo, mas no se movió de su posición.

Angelina lo necesitaba.

Johnny, sin embargo, lo miró.

—Miguel, —El moreno le prestó más atención de la usual, pues el senséi no solía llamarlo por su nombre—, el torneo continúa. Tienes que irte.

—Si Angelina no quiere que me vaya, no me iré.

—Créeme, ella querría que continuaras. Ahora no está en sus cabales, pero te lo diría.

—Por favor, no hable de mí como si no estuviera presente. —La chica levantó la mirada por primera vez, observando al senséi sin una pizca de emoción en el rostro; su voz sonaba desgastada, áspera—. Estoy aquí. —Posteriormente, pareció dudarlo, pero puso una mano en la mejilla de Miguel—. Vete.

Su expresión seguía siendo ilegible.

Se había encerrado en su coraza.

—Ángel...

—Ve. Tienes que ganar. —Intentó sonreír, mas sus comisuras le fallaron—Pero... —Se relamió los labios, dubitativa—. No cambies, ¿sí? Esto, —Posó el dedo índice de su otra mano sobre el pecho de Miguel, justo encima de su corazón, de la misma forma que él lo había hecho con ella antes de empezar el torneo—, esto es lo importante. Re-recuérdalo cuando estés peleando.

Se quedó sin palabras.

Normalmente no le pasaba. Normalmente era él quien hablaba, quien rompía los silencios con el primer comentario estúpido que se le viniera a la cabeza. Ahora, sin embargo, solo pudo sostener la mano que Angelina había comenzado a retirar de su mejilla.

Le dio un ligero apretón, fue todo lo que fue capaz de hacer mientras ella lo miraba a los ojos, y finalmente se levantó del banco.

—Senséi, —comenzó, sintiendo que una nueva fuerza se adueñaba de sus músculos—, si pasa algo, cualquier cosa...

Johnny solo asintió, y a Miguel no le quedó más opción que confiar en él.

Cuando salió del vestuario, volviendo a su posición inicial junto al resto del equipo, no sabía qué hacer consigo mismo. Se movía sin pensar, solo respiraban sus impulsos, y en lo único que pensaba era en partirle la cara a Robby Keene.

Y entonces vio a Sam conversando con Aisha, y todo lo que había pasado en la fiesta viajó hasta el frente de su mente. Sus emociones estaban a flor de piel; no pudo determinar cómo se sintió exactamente cuando la vio, solo sabía que era abrumador, y que necesitaba sacarse aquella agobiante pesadez del cuerpo.

Tenía que disculparse.

—Siento mucho lo del otro día —empezó una vez estuvo frente a ella. Aisha se había alejado, y Sam cruzó los brazos en una postura defensiva.

—¿Cuando me pegaste?

Miguel suspiró con pesadez: —Fue por error. No quería darte.

—No deberías querer pegar a nadie.

—¿Vienes con un chico a la fiesta y esperas que me parezca bien?

—Espero que actúes como una persona normal —respondió tajante—. Ni siquiera conocías a Robby y querías pegarle. Por Dios, ¡hoy casi te le lanzas encima!

—¿No viste lo que le hizo a Angelina? —continuó el moreno, sintiendo que la ira burbujeaba con más fuerza—. No lo hice, pero se lo merecía.

—No quiso hacerlo, Miguel.

—Oh, claro. Lo conoces tan bien que sabes que esa no era su intención, ¿verdad? —Frunció el ceño, indignado—. ¿No podías pensar lo mismo de mí? ¿Que puedo equivocarme?

—El golpe no lo fue todo —soltó entredientes, pero su mirada se suavizó rápidamente, mostrando un matiz de debilidad que ocultó de manera experta—. Nunca te había visto tan preocupado por alguien. Solo por ella, y ahora por pegarle a Robby. Genial, ¿no?

—Hay que golpear primero —continuó, ignorando deliberadamente la mención de Angelina; no quería seguir usando su nombre cuando no estaba presente—. No esperar que el enemigo ataque.

—¿El enemigo? ¿Te estás escuchando? —Bufó, incrédula, y entonces lo miró de arriba a abajo, negando con la cabeza—. Ya no te reconozco.

Miguel apretó los labios en una final línea. Las ultimas cuatro palabras resonaron en su mente: una y otra y otra vez. Y mientras más se repetían, más enfadado se sentía, y más se distorsionaba el cúmulo de emociones que navegaban en su interior.

Observó a Sam. La observó bien, tratando de evocar los bonitos recuerdos de su relación, pero nada se le vino a la cabeza. Sin embargo, no quiso detenerse a pensar en lo que eso significaba.

—Espera y verás —simplemente siguió, tensando los puños—. Acabaré con Robby en la final.

—¿Qué harás cuando ella se dé cuenta de quién eres ahora, Miguel? —Hizo una pausa, con una expresión adolorida que removió el interior del muchacho por unos segundos, pero la impotencia opacaba a la culpa. Al ver que él no respondía, Sam negó con la cabeza—. Tengo que irme.

Vio la forma en la que se alejaba, tal y como lo había hecho aquel día en la fiesta.

Supo que no podía hacer nada más. No iba a seguirla si ella no quería.

Solo le quedaba luchar—al menos haría algo bien, enorgullecería a alguien.

Pero lo que había dicho su exnovia seguía presente en su cabeza.

¿Que no lo reconocía? ¿Que Angelina notaría ese cambio? Imposible. El senséi lo estaba entrenando para ser mejor, para...

—¿Todo bien?

La pregunta de Halcón lo tomó por sorpresa, pero no lo demostró. Solo asintió, demasiado cargado de rabia como para hablar sin escupir fuego.

—¿Contra quién nos toca ahora? —se las arregló para preguntar.

—A ti contra el antiguo campeón. —El chico tensó la mandíbula—. A mí me descalificaron.

» Hubo dos combates más mientras no estabas —explicó al ver que Miguel fruncía el ceño, confundido—. Me tocó contra Keene. Le di en el hombro a ese hijo de puta, el maldito réferi decidió que eso sí era contacto ilegal, pero ahí está su debilidad.

No respondió.

Aunque usualmente era él quien se encargaba de poner a Halcón en su lugar cuando se pasaba de la raya, esta vez ni siquiera lo intentó.

—Miguel, —Volvió a llamarlo. Ahora, sin embargo, lucía ligeramente preocupado—, si ganas este combate te tocará contra él en la final.

—Ganaré.

Iba a luchar contra Robby.

Iba a callarle la jodida boca. Sin piedad.

Y así fue como Miguel Díaz acabó ganando el cincuentavo Campeonato Anual de Kárate Sub-18 All Valley.

Su abuela y su madre le aplaudieron desde las gradas, el senséi palmeó su espalda con orgullo. Samatha LaRusso no estuvo en el público, no lo vio recoger su premio ni festejar con sus amigos; por alguna razón desconocida, a Miguel no le dolió.

Lo único que quería era estar con Angelina.

Aunque salió del lugar con el título de campeón, se encontró a sí mismo preocupado e insatisfecho. Y es que su oponente le había dicho algo extraño—algo que lo dejó callado, pensativo incluso mientras sostenía su trofeo.

Su combate no solo consistió en puños y patadas, sino que también hubo palabras de por medio; Robby intentaba mantener la paz, pero no tardó en ser contagiado por la furia de Miguel. Y luego de insinuar que había ido a visitar a Angelina a su habitación hacía una semana atrás, a solas y en plena madrugada, lo escudriñó con la mandíbula apretada.

Pronunció sus últimas palabras después de que Miguel diera el golpe final, justo antes de abandonar tatami.

Estás ciego, amigo. —Luego de hablar, Robby acomodó el hombro que Halcón le había lesionado, el mismo que Miguel atacó sin piedad para ganar—. ¿Y si llegara alguien más que de verdad viera lo que siente Angelina?

» Ya no podrías jugar sucio, ¿verdad?

¿Qué demonios quiso decir con eso?

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𝔫𝔬𝔱𝔞 𝔡𝔢 𝔞𝔲𝔱𝔬𝔯𝔞  ⊰

¡hola, queridos lectores!

¡no saben lo mucho que me ha gustado narrar desde su perspectiva!

en general, solo puedo decir que me ha encantado escribir este capítulo, y la emoción que he sentido al ver el trailer de la cuarta temporada de Cobra Kai me  ayudó mucho (:

algo que admiro de la trama de Cobra Kai es que los personajes son, por decirlo de alguna forma, grises—nadie es totalmente bueno ni totalmente malo, los personajes no son planos y se muestran sus virtudes e imperfecciones. la evolución del personaje de Miguel ha sido de mis favoritas; empieza la serie como un chico inseguro, va adquiriendo confianza poco a poco gracias al kárate y enfrenta sus miedos, pero los traumas pasados de Johnny (transmitidos a través de su método de enseñanza, que aprendió cuando era joven y estaba en las manos equivocadas)  y sus confusos sentimientos (como el miedo a perder a Sam y los celos) comenzaron a guiarlo por un camino más oscuro que va dejando atrás en la siguiente temporada.

quería representar ese cambio (cambio al que claramente Angelina le teme), así que vi necesario traer el punto de vista de Miguel para justificar un poco sus acciones y permitirles a ustedes, hayan o no hayan visto la serie, ver todas las caras de su personaje y cómo esto afecta la trama de esta historia, así como presenciar mejor en un futuro la forma en la que Angelina lo va a ayudar con esto. recuerden que esto no es solo una historia de amor; son adolescentes, y ambos se van a ayudar a crecer como personas.

y claro que también me divertí mostrando un poco sobre los sentimientos de Miguel hacia Angelina (;

adoro hacer análisis de personajes jeje.

y no hablemos de Ángel... mi pobre bebé. ya veremos qué pasa por su mente en la siguiente parte.

en cuanto a las preguntas de este capítulo, planteo las siguientes: ¿consideran que he conseguido mi objetivo de mostrar la evolución de Miguel y sus pensamientos sobre Angelina? ¿qué opinan de él, creen que estoy logrando captar la esencia que tiene su personaje en la serie? ¿y qué habrá querido decir Robby con lo último que le insinuó a Miguel?

eso es todo por hoy. si tienen alguna sugerencia o algún tipo de escenas en concreto que quisieran leer (más Miguelina, más puntos de vista de Miguel, más sobre los miedos de Angelina...) no duden en dejarlo en los comentarios. quiero que sepan que los leo todos, aunque no siempre me dé tiempo a responderlos.

¡dejen un comentario, voten y compartan!

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