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━ 𝐜𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 𝐨𝐧𝐞: a reason to fight for

[ 𝐕𝐎𝐈𝐃 ]
🐍┊ 𝗖𝗔𝗣𝗜́𝗧𝗨𝗟𝗢 𝗨𝗡𝗢
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𝐀𝐍𝐆𝐄𝐋𝐈𝐍𝐀 𝐁𝐄𝐋𝐋𝐄𝐑𝐎𝐒𝐄 𝐏𝐄𝐑𝐃𝐈𝐎́ 𝐒𝐔 𝐀𝐋𝐌𝐀 el día que tiró sus zapatillas de ballet a la basura.

Sabía que debía llegar a tiempo a su primera clase en la secundaria West Valley para poder causar una buena impresión; solo tenía cinco minutos para recuperar la compostura, tragarse las lágrimas y buscar una forma para controlar su respiración. Sin embargo, mientras observaba su reflejo en el espejo del baño de chicas, esperando a que Samantha LaRusso saliera de uno de los cubículos, sintió que sus piernas estaban atadas, fijadas al suelo por un ancla imaginaria que se había empeñado en ahogarla desde el accidente. Hincó sus dientes en su labio inferior, tratando de contener el insesante temblor de su barbilla, pero lo único que logró fue desgarrar la piel que ya estaba seca.

Por primera vez en once meses, se dio cuenta de lo mal que realmente se veía.

Las bolsas negras bajo sus ojos, las comisuras caídas, los pómulos marcados sobre el vestigio de un rostro que alguna vez lucía saludable. Siempre había sido muy pálida, pero sus mejillas solían estar decoradas por un suave tono de rosa—ahora solo quedaban parches blancos, sombras desperdigadas en los lugares equivocados, un lienzo débil y escuálido. No obstante, lo peor de todo era que no había ni un solo rastro en su reflejo que demostrara que al menos estaba luchando por salir del caparazón en el que se había encerrado. Y es que tiró la toalla desde el primer momento, dejó que su mirada fuera consumida por el vacío y aceptó pasivamente la derrota, con la armadura destrozada y una tormenta en el alma.

Angelina soltó un suspiro entrecortado. Ahora entendía por qué su tía le decía que se veía demacrada.

Segundos después, escuchó que Sam tiraba de la cadena, y sintió la tentación de golpear el espejo.

«Dos minutos», se dijo. «Dos minutos para salir de aquí. No tienes ni el tiempo ni la fuerza para eso».

Inconscientemente, sus ojos vagaron hasta la papelera. Recordó el día que su doctora le pidió que se deshiciera de todo aquello que la obligara a mirar al pasado, desde sus preciadas zapatillas hasta la carta de aceptación a una de las academias de ballet más importantes del mundo, donde se suponía que debía pasar el resto de su juventud en cuanto cumpliera los diecisiete años. Luego de una crítica rotura del ligamento cruzado anterior de su pierna derecha, tenía que ser realista: el ballet ya no era una opción. Sin importar cuántos fisioterapeutas contratara su tía ni lo mucho que entrenara para recuperar la forma física, una pierna inestable —pierna que, en ocasiones, incluso le impedía caminar con normalidad— no podría lograr nada dentro de aquel mundo.

Aunque durante un tiempo intentó convencerse de lo contrario, tal vez eso era lo que habían querido sus compañeros cuando la inmovilizaron en el aparcamiento de la academia. Uno de ellos la acorraló detrás de un coche, dos más la sujetaron, tres animando. Las imágenes eran borrosas, pero Angelina recordaba perfectamente que habían tomado turnos para magullar su rostro. Siguieron con sus piernas, pateándolas, dispuestos a impedirle a participar de la presentación que iba a protagonizar al día siguiente, y, para cuando pudo escapar, el dolor la tumbó al suelo. Aterrizó en la posición inadecuada, torció su rodilla cuando uno de los atacantes le hizo una zancadilla, y su pierna quedó doblada en un ángulo prácticamente inhumano.

Fue entonces cuando sintió el peso de un par de pies sobre la herida. Vio el rostro del chico que tanto le gustaba —el mismo que le había robado su primer beso el día a anterior— mientras cortaba el último hilo que mantenía a sus huesos unidos de una patada. Sin remordimiento, sin piedad, sin razón. Y el crujido rebotó contra sus tímpanos, le arrebató su aliento, tiñó mundo de negro.

Atrapada en una camilla de hospital, Angelina llegó a pensar que tal vez no debía haber obtenido el papel del Cisne Blanco en el recital que estaba preparando la academia. A lo mejor tampoco debió decir nada sobre la beca que había ganado para el año siguiente en el Ballet Bolshoi, y no tuvo que haberse quedado aquellas horas extras practicando en el estudio de baile.

Quizás solo era su culpa.

—¿Te encuentras bien?

Justo cuando creyó que iba a estallar, la voz de Samantha irrumpió en sus pensamientos.

Dio un pequeño salto en su lugar, alarmada, apretando la cerámica del lavabo sin darse cuenta. Sin embargo, cuando se encontró con los eléctricos ojos azules de su amiga a través del espejo, tuvo que forzar a su cuerpo a comprender que no estaba en peligro.

Asintió como pudo, dándose la vuelta para poder enfrentarla.

—Solo un poco nerviosa —respondió, empleando el tono de voz más neutro que pudo conjurar y escondiendo sus temblorosas manos tras su espalda.

La castaña la observó con atención; el ceño arrugado, la boca ligeramente fruncida, cierto deje de escepticismo tras su mirada. No obstante, aunque pareció dudar, acabó relajando el rostro.

Samantha LaRusso había sido su gran amiga de la infancia y, desde que volvió al Valle, Angelina había notado que apenas había cambiado. Seguía siendo perfección en su estado más puro: el epítome de una princesa guerrera, siempre atenta a las reacciones de sus súbditos. Estaba segura de que Sam había visto más allá de la vaga excusa que su tía había planeado para ocultarle la verdadera gravedad de su accidente a la familia LaRusso; para el resto del Valle, la lesión de Angelina Bellerose había sido un simple desliz en el estudio de baile, una motivación más para dejar Nueva York y disfrutar de sus últimos años de instituto en el lugar en el que había nacido, y ella prefería mantenerlo de aquella manera. No obstante, cuando se lo proponía, Samantha podía llegar a ser demasiado atenta, y había notado que el ligero cojeo de su pierna derecha ocultaba una historia más grande.

Para su buena suerte, Sam estaba tan enredada en su pequeño mundo de popularidad que no había tenido tiempo para dedicarse a indagar más. Eso, o quizás sabía que hablar del tema no haría más que quebrar la ya débil fachada de Angelina.

—Es normal. Te fuiste del Valle cuando teníamos ocho años, es casi como si hubieras llegado a una nueva ciudad —apoyó, dedicándole una sonrisa reconfortante—. Claro que hay algunos idiotas aquí y allá, pero te aseguro que te irá bien. Todos van a amarte.

Angelina quiso decir algo, pero sintió que su voz había quedado atrapada en su garganta. El silencio cargó de tensión el ambiente y, de pronto, lo único que quería era salir del baño. Sin embargo, Sam insistió.

—¿Has desayunado? No te vi en la cocina esta mañana. Papá dice que necesitas tiempo para adaptarte, y sé que llevamos mucho sin hablar, pero...

—Sam —la interrumpió. Intentó dedicarle una sonrisa, sintiendo una punzada de dolor en el pecho ante la preocupación de la chica; lo único que quería era no molestarla—. Te prometo que estoy bien. Solo... necesito un par de minutos más para calmarme.

«Mentirosa», reclamó la voz de su conciencia, pero decidió empujarla hasta el fondo de su mente.

—De acuerdo. —La castaña asintió para sí misma, torciendo los labios en un puchero casi imperceptible. Su mirada se suavizó—. Es que... te noto diferente. ¿Qué ha pasado en estos años?

—De verdad, no te preocupes —evadió la respuesta con maestría—. Estaré bien.

Finalmente, Sam volvió a asentir. Pareció relajarse, y Angelina agradeció mentalmente el hecho de que el accidente no le hubiera arrebatado la capacidad de fingir que todo estaba en orden.

—Ojalá compartiéramos la primera clase... Pero te veré en el almuerzo, supongo.

La chica se despidió con un rápido ademán, arreglando su vestido y echándole un último vistazo a su reflejo. Le dedicó una mirada sobre su hombre cuando llegó al umbral de la puerta; lucía ligeramente incómoda, como si no supiera qué decir, pero selló la despedida con una última sonrisa.

En cuanto se quedó sola, Angelina volvió a apoyar las manos sobre el lavabo, permitiéndose soltar todo el aire que había contenido en sus pulmones. El peso de tener que mantener las apariencias se levantó de sus hombros, pero sentía que su cuerpo estaba demasiado casando como para recuperarse.

No podía seguir así.

No podía pretender que no pasaba nada. No podía seguir respirando con una daga imaginaria clavada en la espalda; aquel cuchillo traicionero que amenazaba con clavarse hasta el fondo de su columna en cualquier momento, la sensación de amenaza constante. Por acto de reflejo, su pierna derecha se sacudió, tiritando bajo su propio peso, y el intenso dolor con el que había aprendido a convivir en los últimos meses atacó el punto más sensible de su rodilla. Angelina pensó que acabaría derrumbándose sobre las baldosas del baño, pero el orgullo que aún conservaba se negaba a dejarla caer en su primer día de escuela.

Cuando observó su reflejo por última vez, centrándose en el vacío de sus ojos, se encontró con algo diferente.

Una diminuta llama chispeaba tras sus pupilas.

Feroz, valiente, determinada.

Quiso creer que aquello era una señal de que, sepultado en algún lugar de su interior, todavía conservaba el deseo de seguir adelante.

Y fue en el baño de chicas de la secundaria West Valley donde Angelina Bellerose comprendió que necesitaba encontrar una razón para seguir luchando.

⊱ ✠ ⊰

Cuando Angelina finalmente salió del lugar, no esperaba impactarse con otro cuerpo.

—Yo... lo siento, de verdad, lo siento. No estaba viendo por dónde iba y b-bueno...

Se obligó a levantar la mirada del suelo al escuchar la voz del culpable, encontrándose con un chico tan solo un par de centímetros más alto que ella, con el cabello rubio oscuro y los ojos caídos. El muchacho la observaba como si estuviese atemorizado, buscando desesperadamente una reacción, pero ella solo pudo reparar en lo gacha que tenía la cabeza, en la postura encorvada de su espalda; todo apuntaba a que estaba ocultando algo, y entonces notó que cubría su boca de manera poco disimulada.

—Oh, no te preocupes. En realidad fue culpa mía.

Con el objetivo de tranquilizarlo, trató de regalarle una sonrisa. El chico devolvió el gesto, pero desapareció en menos de un parpadeo.

Fue entonces cuando vio la sombra de una cicatriz sobre su boca, la cual él volvió a cubrir rápidamente.

Angelina frunció el ceño, ¿por qué tendría que ocultarla?

—Soy Angelina. Angelina Bellerose —decidió continuar, impulsada por las ganas de hacerlo sentir menos incómodo—. Um, soy... nueva aquí. ¿Sabes dónde queda la clase de la señora Miller?

—Eli —respondió escuetamente, pero el miedo en su semblante había comenzado a disiparse—. Ven conmigo.

Y así fue como terminó caminando por los pasillos en silencio junto a Eli, distrayéndose con el ritmo de su propia respiración hasta llegar a la clase de la señora Miller.

—Eli, llegas tarde... —La mujer se detuvo cuando notó a Angelina—. Oh, tú debes ser la alumna nueva. Angelina Bellerose, ¿cierto?

No hizo más que asentir, fijando la vista en un punto muerto de la habitación para intentar evadir las miradas del resto de estudiantes. Llevaba alrededor de ocho años recibiendo clases particulares para poder dedicar la mayor parte de su tiempo al ballet y, cuando llegó al Valle el día anterior, no se detuvo a pensar en el pavor que le daba asistir a una escuela de verdad. Los nervios comenzaron a trepar por su cuello, anclando sus pequeñas y filosas garras en su garganta, y los murmullos del resto de alumnos sonaban como ruido blanco al ras de sus oídos—las risas, los comentarios despectivos, incluso los cumplidos que logró detectar entre el barullo; todo era molesto.

Aunque se había criado en el estrellato, la atención la hacía sentir pequeña, insignificante, como una escultura en un museo, siempre juzgada y poco valorada. En un auditorio, las luces le impedían ver las caras del público; en una clase llena de adolescentes, en cambio, era imposible ignorar los rostros escudriñadores, las miradas críticas.

—¿Nueva alumna un mes después de que comenzaran las clases? Yo digo que es sospechoso.

—¿Eso qué importa? Es sexy. ¡Me la pido!

—Pobrecita... Parece un ratón asustado.

—Silencio... —Los comentarios eran cada vez más difíciles de evitar, y todos los estudiantes ignoraron la voz de la señora Miller—. ¡Silencio, clase! —exclamó, pero algunos alumnos siguieron riendo entre ellos—. En esta escuela recibimos a todos los alumnos nuevos con una sonrisa, y no espero menos de ustedes. Angelina tuvo un accidente hace unos meses que no le permitió venir hasta ahora, pero ustedes la ayudarán a adaptarse, ¿de acuerdo?

Sintió los ojos de Eli sobre su perfil, mas trató de no prestarle atención; estaba acostumbrada a la lástima, a las miradas cargadas de pena, esas que le recordaban lo inútil que era. Sin embargo, aquello resultó imposible, pues el resto de alumnos comenzaron a murmurar una vez más.

—¿Maestra?

Un alumno de rasgos asiáticos elevó la mano con una expresión de inocencia.

—¿Sí, Kyler?

El muchacho dibujó una sonrisa de superioridad, abandonando la fachada de pureza por una de malicia. Como una serpiente a punto de inyectar su veneno, clavó sus ojos en los de Angelina.

—¿La nueva sabe que no se puede follar en el baño? Porque, vamos, yo veo al bicho raro muy emocionado. —Señaló a Eli, quien todavía se encontraba a su lado, con la cabeza—. No puede ser una coincidencia, ¿habrá tocado a una chica por primera vez?

Gran parte del alumnado rio ante el comentario de Kyler; algunos le palmeaban la espalda, otros lo felicitaban, y unos pocos negaban con desaprobación, pero apenas eran escuchados sobre el alboroto. La señora Miller quedó sin palabras, la tiza cayó de sus manos, y Eli tapó su boca con rapidez, cubriendo su cicatriz y bajando la mirada al suelo.

Angelina tuvo que morderse la lengua para aguantar las lágrimas.

Pero entonces se encontró con los ojos de un chico moreno.

El marrón de sus iris ardía con rabia, pero, debajo de toda la ira, Angelina creyó notar un destello de calidez que la despojó de todo rastro de frío, que disminuyó el volumen de las risas y opacó la opresión que sentía en el pecho. Él la observó por un par de segundos, reemplazando la furia por una expresión de curiosidad; por su parte, ella aguantó la mirada, viéndose incapaz de apartarla. El resto del mundo había comenzado a moverse con lentitud a su alrededor, de una forma que no había experimentado desde la última vez que dio una pirueta en el estudio de baile.

No obstante, el hechizo finalmente se rompió, y Angelina sintió que su pequeña burbuja estallaba. El chico apartó la vista, sacudiendo la cabeza con un deje de vergüenza. Lo vio apretar la mandíbula una vez más y, a pesar de la distancia que los separaba, pudo notar que sujetaba su lápiz con más fuerza de la necesaria.

—Imbécil —bufó el moreno, escudriñando a Kyler desde su sitio en la penúltima fila.

El corazón de Angelina subió hasta su garganta. Intentó apartar la mirada mientras Kyler se giraba hacia el chico de forma lenta, matadora, con el resto de la clase fundida en un súbito silencio.

Estaba claro quién era el líder del lugar, y lamentablemente ese título no pertenecía al chico de los ojos marrones.

—¿Qué dijiste, Rea? Habla más alto, como un hombre.

—¡Suficiente! ¡Basta ya! —bramó la señora Miller, tomando a todos por sorpresa—. En la secundaria West Valley promovemos el respeto, ¡y no toleraré más comportamientos como estos en mi clase! —Unos cuantos alumnos asintieron mientras que otros ponían los ojos en blanco, pero nadie se atrevió a decir nada más. La profesora suspiró, ajustando sus gafas con la cabeza bien alta—. Bien, problema resuelto. Eli, siéntate con tu compañero. —Se dirigió a Angelina—. Tú escoge el sitio que quieras, cariño, pero recuerda que en esta clase trabajamos en parejas para reforzar la cooperación en grupo.

Como si no hubiera estado a punto de perder la razón hace apenas unos segundos, la mujer le sonrió una vez más para después dirigirse a la pizarra, comenzando inmediatamente la clase a la par que un tímido Eli se dirigía a su asiento.

Cuando giró a ver las mesas disponibles, Angelina se encontró con que todos los puestos estaban ocupados—solo había un par de sillas sin mesa al fondo de la clase. Se quedó congelada, tratando de separar los labios para decirle algo a la señora Miller, pero nada salió de su boca. Ajustó las cuerdas de su mochila mientras su garganta se secaba; clavó sus uñas en las palmas de sus manos y la impotencia se apoderó de sus sentidos.

«Odio este lugar», pensó, detestando el hecho de no poder moverse en su propia piel.

Sin embargo, alguien más pareció darse cuenta del problema.

—Um, señora Miller...

El corazón de Angelina dio un vuelco inesperado.

Era el chico moreno.

—Miguel, ya ha empezado la clase. Si tienes una duda debes levantar la mano.

—No es una duda —continuó—. Es que no hay más mesas ni parejas disponibles así que... —Le echó un vistazo a la chica, relamiéndose brevemente los labios. Apartó la mirada tan rápido que Angelina creyó que quizás lo había imaginado—. ¿Angelina puede venir con nosotros?

Eli, quien compartía mesa con el moreno, asintió efusivamente mientras Miguel sonreía con una pizca de nervios.

—Oh, sí, por supuesto. No me había dado cuenta hasta ahora —accedió la profesora—, pero recuerden que trabajarán así el resto del año. Ahora sí, empecemos con la clase.

Angelina tomó una profunda bocanada de aire.

Dio el primer paso, luego el segundo, y poco a poco sus piernas la guiaron hasta la mesa de Miguel y Eli.

Después de dejar su mochila en el suelo, tomó una de las sillas del fondo para posicionarla al costado más cercano al pasillo. Titubeó antes de sentarse, percatándose de que acabaría al lado del moreno, pero se forzó a tomar asiento cuando él la observó atentamente desde su propia silla.

¿Debía decir algo? ¿Tal vez agradecerle por la invitación, o simplemente actuar como si no hubiera sido nada?

Comenzó a pensar que haberse sentado allí no había sido la mejor idea.

«Céntrate», se dijo, tratando de distraerse con el contenido de su mochila mientras buscaba una libreta y un bolígrafo; Eli tampoco había dicho nada, así que supuso que optar por el silencio era la opción correcta. «Nadie de aquí importa. No te acerques, sabes lo que pasó la última vez que confiaste en alguien».

Miguel, en cambio, parecía tener otros planes.

—Oye, tranquila. También llegué aquí este año —le murmuró el muchacho, fingiendo que escribía todo lo que la profesora explicaba; sin embargo, Angelina vio por el rabillo del ojo que su hoja estaba prácticamente en blanco—. Bueno, desde hace un mes, pero sigo siendo el nuevo.

Angelina lo miró con confusión: —¿Tranquila?

—Bueno... sí, es que pareces nerviosa.

—Esperaba que no se notara tanto. —La rubia apretó los labios en una fina línea, buscando la manera de reducir el calor en sus mejillas. Con timidez, y todavía incapaz de enfrentarse al rostro de Miguel, pasó un mechón de cabello detrás de su oreja—. Gracias por defenderme, por cierto. —Señaló a Kyler con la cabeza—. Y por dejarme sentar aquí.

—No, no, no es nada. Se lo merece. Solo... no le hagas caso, es un idiota. —Angelina pudo escuchar la sonrisa en la voz de Miguel—. Y sobre lo otro... —titubeó—. Es que te vi allí en frente y creí que necesitabas ayuda. Además, a Eli también le agradas.

Mientras Eli asentía desde su sitio, Angelina finalmente levantó la mirada del papel, encontrándose con la expresión atenta del moreno. Sus comisuras se hallaban extendidas de manera particular —una forma que Angelina no había visto jamás—, la cual iluminaba la totalidad de su rostro. Percibió que los ojos de Miguel paseaban con lentitud sobre sus facciones, como si lo estuviera haciendo inconscientemente.

Ella sintió que volvía a perder la capacidad de moverse.

—Oh, y... estás casi en medio del pasillo —añadió el muchacho. Ella solo enarcó una ceja, todavía distraída; él soltó una carcajada casi imperceptible—. Ven aquí, mira.

Miguel soltó su lápiz para sujetar una de las patas de la silla de la chica. Jaló con una facilidad que la dejó sorprendida, arrastrándola hacia él; el muchacho no lucía demasiado fuerte a simple vista, pero pareció manejar un perfecto control muscular cuando movió todo su peso sin ningún tipo de esfuerzo. Hasta entonces, Angelina no se había percatado de que, impulsada por el miedo, se había sentado a una distancia casi ridícula del muchacho.

El semblante del moreno perdió confianza en cuanto volvió a enfrentarla y se rascó la nuca en un gesto nervioso.

—Lo siento, es que a la señora Miller no le gusta que no estemos en nuestro sitio —explicó apresuradamente—. Prometo que no soy un monstruo, puedes estar cerca de mí. No te haré nada; palabra de honor.

Aunque ella fue incapaz de devolverle la sonrisa, con la garganta cerrada y los nervios a flor de piel, él pareció satisfecho, concentrándose finalmente en su libreta después de unos cuantos segundos.

Mientras se disponía a tomar más notas, Angelina se preguntó por qué los ojos de su nuevo compañero parecían tan brillantes, llenos de pasión y determinación.

Sabía bien que los suyos jamás volverían a lucir así.

Y se halló a sí misma preguntándose si al menos podría seguir viendo aquella chispa en la mirada de Miguel.

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⊱  𝔫𝔬𝔱𝔞 𝔡𝔢 𝔞𝔲𝔱𝔬𝔯𝔞

¡bienvenidos al primer capítulo de «𝐕𝐎𝐈𝐃»!

primero que todo, quiero agradecerles por haber llegado hasta aquí. como siempre, la impulsividad me ha ganado, y he decidido que, después de ver Cobra Kai —una de las únicas series que ha logrado captar mi atención por completo—, Miguel Díaz merecía una historia con un personaje que he creado de manera espontánea, pero probablemente también el más similar a mí entre todos mis OC: Angelina Bellerose.

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IMPORTANTE: si leíste esta historia anteriormente, notarás algunos cambios en la trama. te recomiendo que empieces a leer desde cero, comenzando por el primer apartado de la historia. estos cambios fueron hechos con el objetivo de facilitarme la escritura, pues trataré de hacer capítulos más cortos de lo que es usual para mí (no prometo nada jsjsjs, me encanta extenderme), y también para hacerme sentir mas conforme con las ideas de la historia.
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por otra parte, ahora hablando de este primer capítulo, espero que lo hayan disfrutado. lo considero como una especie de prólogo, pues he decidido no incluir uno en esta historia, pero me ha encantado plasmar la primera interacción entre Miguel y Angelina. estoy muy emocionada con estos dos, y no puedo esperar a escribir sobre ellos y desarrollar sus personajes. yes, va a haber mucha evolución en esta historia, mucho trauma y mucho amor.

me encanta el drama jiji. ♡

para terminar, se vienen unas preguntitas:
¿les ha gustado el comienzo? ¿están interesados por saber qué pasará?
(la última respuesta es muy obvia xd)

si pueden responder, me encantaría leer sus comentarios al respecto ¡!

en fin, muchísimas gracias por leer. recuerden que aprecio cada uno de sus votos y comentarios y les agradezco inmensamente por todo el amor que decidan darle a esta historia.

¡dejen un comentario, voten y compartan!

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