━ 𝐜𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 𝐟𝐢𝐯𝐞: under control
[ 𝐕𝐎𝐈𝐃 ]
🐍┊ 𝗖𝗔𝗣𝗜́𝗧𝗨𝗟𝗢 𝗖𝗜𝗡𝗖𝗢
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{ ⊱ ✠ ⊰ }
—𝐇𝐀𝐍 𝐄𝐍𝐓𝐑𝐄𝐍𝐀𝐃𝐎 𝐃𝐔𝐑𝐎. 𝐒𝐄 𝐇𝐀𝐍 vuelto más fuertes, más rápidos. Han dado lo mejor de ustedes. ¿Están listos para este torneo?
—¡Sí, senséi!
—¡Error!
Angelina Bellerose dio un pequeño salto hacia atrás cuando el senséi lanzó su lata de cerveza al suelo, derramando el contenido sobre las zapatillas de sus alumnos. Exaltada por la brusquedad de Johnny, sintió un calor familiar en la parte baja de su espalda: la mano de Miguel se posó sobre la tela de su camiseta, impidiéndole retroceder y tropezar con uno de los chicos que se encontraban detrás.
Quiso agradecerle, pero el senséi continuó antes de que pudiera hablar.
—Para ganar el Campeonato de Kárate Sub-18 All Valley, tienen que darme lo mejor de lo mejor. Así que, a partir de ahora, seré más duro. ¿Entendido?
—¡Sí, senséi!
—¿Son unos perdedores?
—¡No, senséi!
—¿Son unos nerds?
—¡No, senséi!
—¿Seguro?
—¡No, senséi!
El senséi tapó su rostro con ambas manos, avergonzado ante la respuesta de sus estudiantes, pero no tardó en bajar del coche en el que estaba subido.
—¡Vamos! ¡Muevan esos traseros, princesitas!
Y, con esas palabras, Johnny Lawrence marcó el inicio de aquella sesión de entrenamiento.
Mientras era obligada a saltar un improvisado sendero de llantas que Johnny había preparado, Angelina se preguntó si realmente el hombre era tan competitivo que estaba dispuesto a llevar a sus alumnos al extremo con tal de obtener la victoria, o si simplemente le gustaba salir del dojo de vez en cuando. No obstante, por muy incomprensible que podía llegar a ser su comportamiento, dudaba que el senséi disfrutara de pasar sus horas en un cementerio de autos.
De cualquier forma, ahí estaban, golpeando coches abandonados con bates de béisbol y huyendo de una manada de perros hambrientos.
Angelina era incapaz de decir cuándo fue que su vida pasó de tardes solitarias en la penumbra de su antigua habitación a exóticas jornadas de entrenamiento junto a sus compañeros de dojo. A veces soñaba con la tía Collette, con sus gritos y exigencias y ambición; luego despertaba, veía sus alrededores, y recordaba que los LaRusso jamás le habían alzado la voz, y que Miguel Díaz estaría esperándola en la entrada de la escuela.
Era casi surrealista. Habían pasado alrededor de dos meses desde que regresó al Valle, pero no sabía identificar si el cambio había sido lento o repentino.
Sí sabía, sin embargo, que la hacía sentir llena.
Quizás Johnny se estaba tomando demasiado en serio la tarea de preparar a sus pupilos para ganar el torneo, pero a ella no le importaba. Estaba acostumbrada a entrenar durante horas, a mover su cuerpo hasta exprimir la última gota de sudor. Le había costado, por supuesto que le había costado, mas casi dos meses de preparación intensiva para el campeonato al que Cobra Kai finalmente fue admitido le estaba devolviendo lo impensable: su fuerza. Ahora podía hacer flexiones sin que sus brazos temblaran, recibía golpes sin acabar retorciéndose en el suelo, y había encontrado la forma de dar un puñetazo sin destrozarse la carne de los nudillos.
Tal vez no era tan fuerte como antes. Tal vez le faltaba energía, pues todavía no hallaba la manera de comer sin acabar con náuseas, ni de dormir sin tener pesadillas. Tal vez seguía usando poco más que sus extremidades superiores a la hora de pelear. Pero había encontrado una increíble satisfacción en el simple hecho de luchar, de dar todo de sí y marcarse pequeñas metas que superar cada día.
¡Metas! ¡Tenía metas! ¿Cuándo había sido la última vez que las tuvo?
Apenas podía recordarlo.
El señor LaRusso le dijo que lucía más sana. Halcón la animó la primera vez que ganó un duelo contra uno de sus compañeros, ofreciéndole una invitación para hacerse un tatuaje que ella, por supuesto, negó. Incluso Johnny la detuvo una vez, cuando abandonaba el apartamento de Miguel, diciéndole a su peculiar manera que, en pocas palabras, se sentía orgulloso de lo que el débil angelito de Cobra Kai estaba consiguiendo.
Sin embargo, era Miguel sobre todo quien le decía que algo había cambiado en ella. En la escuela, cuando trabajaban para el proyecto de la señora Miller, cuando la obligaba a estirar las piernas antes de empezar cada clase en el dojo. Y nunca especificaba, nunca decía si era algo positivo o negativo; simplemente le sujetaba la mano mientras nadie veía, le daba un apretón y, después de mirarla por un par de segundos, le revolvía el cabello o le daba un rápido abrazo.
Pero también insinuaba que estaba preocupado.
—¿No crees que estás entrenando demasiado? —le preguntó una vez, sacando el tema de la nada.
A Angelina le hubiera gustado decirle que él hablaba demasiado sobre su nueva novia, Samantha LaRusso, pero sabía que no podía hacerle eso, así que simplemente negó.
Era natural, ¿no?
Aquello era precisamente lo que había hecho durante toda su vida como bailarina. Sus triunfos fueron fruto de su esfuerzo, de los entrenamientos adicionales y la dedicación.
Eso era lo correcto. Se trataba, además, de lo único que le permitía despejarse cuando sus pensamientos comenzaban a carcomerla.
Pero también era exactamente lo mismo que la había llevado a la ruina. Lo que inició su ansiedad, lo que la obligó a comer cada vez menos, lo que la hizo llorar tantas noches. Lo era todo, lo era nada; lo bueno y lo malo.
Sin embargo, esta vez lo tenía en orden. Esta vez, no iba a caer en el mismo pozo. Ya estaba herida, tan solo quedaba una diminuta parte de lo que solía ser su alma—no podía perderla.
«Mantén el control».
Las palabras repercutieron contra las paredes de su mente al mismo tiempo que destrozaba la ventana de uno de los autos con el bate que Johnny le había dado.
Y lo pensó durante las siguientes dos horas. Cuando huía de los perros salvajes que el senséi había llamado con un silbato, cuando Miguel la ayudó a subir sobre uno de los coches para evitar ser capturados, cuando Aisha le lanzó una botella de agua abierta que acabó empapándola de arriba a abajo. Lo pensó mientras Aisha, Halcón, Miguel y ella arrastraban los pies hasta sus respectivas casas una vez acabó el entrenamiento, encontrándose a Demetri en el camino, quien iba rumbo a la tienda de cómics del centro comercial.
Lo repitió una vez más cuando Miguel empezó a hablar sobre lo bien que iba su relación con Sam.
—¿Y ya han...? —le preguntó Demetri al moreno, subiendo y bajando las cejas en un gesto exagerado. Los demás lo miraron sin entender a qué se refería. Estaban cansados, acalorados por culpa del entrenamiento, y Demetri era el único que no formaba parte de Cobra Kai; con su camiseta de Marvel, lucía tan fresco como una lechuga—. ¡Ya sabes! ¿Ha entrado el ratón en la ratonera? —Una vez más, no hubo respuesta. El pelinegro gruñó—. ¡Que si ya has tenido sexo con Sam!
Angelina arrugó la nariz, avergonzada, y apartó la mirada en cuanto notó la de Miguel sobre su rostro. Lo escuchó reír por lo bajo, probablemente por la expresión que había dibujado; después de todo, al muchacho le encantaba recordarle que, cuando no estaba seria, las caras que hacía eran supuestamente adorables. Eso, sin embargo, no cambió el hecho de que Miguel Díaz se había sonrojado.
—Amigo, —comentó Halcón entre carcajadas—, si tan solo entraras a Cobra Kai con nosotros dejarías de hablar así.
—¿Así cómo?
—¡Como un perdedor!
—No es mi culpa que ninguno de ustedes, ineptos, pueda comprender mis delicadas referencias sexuales. —Demetri frunció el ceño—. Al menos yo acepto mi posición en el ciclo de la vida: perdedor antes, perdedor después. Algún día aprenderán eso.
—Demetri, no te preocupes. —Angelina le sonrió al muchacho—. Fue un buen chiste. A mí me hizo gracia.
No, no era completamente cierto. Pero Demetri era una de las mejores personas que conocía en el Valle —una de las únicas que la había aceptado—, y no quería que se sintiera mal.
El muchacho asintió en silencio; un rastro de gratitud en sus facciones.
Percibió entonces el peso de un par de ojos sobre su perfil, viniendo de su costado derecho, y supo inmediatamente de quién se trataba.
«Miguel».
Miguel seguía viéndola.
El nombre se dibujó en su mente, escrito en la caligrafía más pulcra que podía imaginar. Se apoderó de su cabeza, de sus sentidos, tal y como lo había estado haciendo en las últimas semanas.
—Eso fue bonito de tu parte —le murmuró el muchacho mientras el resto de los chicos discutían—. Ambos sabemos que los chistes de Demetri no siempre son buenos. Y este fue uno de esos casos.
Se encogió de hombros, relamiendo sus labios al sentirlos repentinamente resecos: —Creí que necesitaba un poco de ayuda. Además, es... gracioso.
—No más que yo.
Angelina quiso refutar, pero, aunque tal vez no tuviera razón —pues Demetri era el alma de los chistes malos—, sí era cierto que precisamente con él no podía evitar sonreír todo el tiempo.
Luego pensó en la pregunta de Demetri, en lo cansada que estaba de escuchar sobre la relación de Miguel y Sam, y la sonrisa desapareció de su rostro.
Porque era constante.
Por parte de Miguel, por parte de Sam. Sentía que lo único que escuchaba todo el día eran problemas amorosos; ambos hablaban exclusivamente sobre el otro, ambos pedían consejos, ambos buscaban apoyo en la misma persona y sin siquiera saberlo. Era ella quien se tragaba todas sus discusiones, era ella a quien Miguel recurría para indagar más sobre los gustos de Sam, y era ella a quien la castaña llamaba para hablar sobre las cosas bonitas que le había dicho su novio.
Tampoco podía negar que aquello la hacía sentir especial, útil. Alguien quería su ayuda, la habían tomado en cuenta, y le agradaba haber sido escogida por ambos. Sin embargo, en ocasiones, sentía que estaba atascada entre los dos, luchando desesperadamente por salir de una relación que no le correspondía.
Por no mencionar que el pecho le pesaba cuando veía a Miguel seguir a Samantha con la mirada.
A pesar de los sentimientos confusos, trataba de alegrarse por ellos—en serio trataba. Pero había algo que le impedía hacerlo; no sabía qué, ni por qué, y eso la estaba volviendo loca.
—Conclusión de esta pelea: Demetri, tienes que ser un Cobra Kai. —La voz de Aisha captó la atención de Angelina, sacándola de sus propios pensamientos—. No tienes más opción, y te aseguro que te ayudará a conquistar a alguna chica.
—Prefiero mi soledad antes que ser golpeado por un hombre alcohólico al que además tengo que darle mi dinero, pero gracias por la invitación.
—Puedes ser lo que quieras —intervino Miguel, palmeando la espalda de su amigo—. Sin presiones. Es solo que a estos dos se les ha subido demasiado a la cabeza —murmuró, mirando a Aisha y Halcón con diversión.
—Oh, sí, ya veo. Hasta Eli se ha cambiado el nombre, como si eso fuera muy macho-alfa de su parte. —Demetri bufó. El chico de la cresta lo escudriñó con la mirada, pero no dijo nada—. Angelina y tú son los únicos que todavía tienen los pies sobre la tierra, —continuó, observando a Miguel—, aunque tu ego también ha crecido desde que tienes novia. Así que, como el resto de nosotros no puede disfrutar de la vida en pareja, cuéntanos, ¿qué has hecho con ella?
La rubia no pudo evitar abrazarse a sí misma, incómoda.
En el mes que llevaban de relación, nunca le había preguntado a Miguel sobre sus avances con Samantha.
¿Acaso eso la convertía en una mala amiga?
Si la respuesta correcta era un sí, entonces Angelina estaba fallando.
Y es que, cada vez que Miguel hablaba sobre Samantha, un par de manos invisibles parecían enroscarse alrededor de su garganta, apretando y apretando hasta que la presión se transmitía hasta su diafragma. Era una sensación enfermiza, desagradable, y se había propuesto a evitarla lo máximo posible.
Aquello acababa evocando a la culpa.
¿Era envidia, quizás? Oh, no, esperaba que no fuera eso. ¿Qué clase de persona sería si sintiera envidia hacia la relación del chico de la sonrisa radiante y su confidente de la infancia? Tenía que ser otra cosa.
¿Quizás simplemente quería experimentar aquello que Miguel y Sam habían logrado? Después de todo, uno de sus mayores secretos era que siempre había sido una romántica empedernida.
«Al menos entrenar te distrae», pensó Angelina, dejando que su mirada se perdiera en el suelo. «Al menos no piensas, al menos tienes la mente en blanco».
No podía esperar a volver al dojo.
—¿Todo bien, Ángel?
No se había percatado de que el brazo de Miguel había ido a parar sobre sus hombros hasta que lo escuchó murmurar cerca de su oído.
Lo miró, exaltada, teniendo que parpadear un par de veces para acostumbrarse a su repentina cercanía. Se había habituado al hecho de que Miguel era un muchacho cariñoso y, aunque no se atrevía a admitirlo, disfrutaba de su afecto. Pero también la confundía, desenfrenaba su corazón, y no la ayudaba a mantener la cabeza fría; por un segundo, sus pies se enredaron, pero fue lo suficientemente rápida para estabilizar sus pasos.
Solo pudo asentir.
—¿Ya respondiste? —preguntó rápidamente, empleando el mismo tono de voz bajo que él había utilizado.
—Um, les dije que era privado. Sam es mucho más que un cuerpo y una cara bonita... Pero eso ya lo sabes, vives con ella. —Miguel agachó la cabeza. Miró a su alrededor, como si estuviera cerciorándose de que los demás no lo escucharan, y, cuando se encontraron un par de pasos más adelante que ellos, continuó—. Y... la verdad es que no hemos hecho nada fuera de lo normal. Besos y, bueno, poco más —habló en un tono de voz más bajo, ocultando el rubor de sus mejillas con una pequeña risa.
Angelina vio que sus ojos centelleaban.
Centelleaban con ese estúpido brillo que tanto le gustaba, el mismo brillo que aparecía cerca de sus pupilas cuando pensaba en Sam.
Tiritó, tiritó aunque hacía calor. Se abrazó a sí misma, y miró al frente mientras el brazo de Miguel empezaba a sentirse como una tonelada de plomo sobre su cuerpo.
—¿Acabas de temblar o estoy loco? —rio Miguel, acercándola más a él—. Claro, tienes la camiseta empapada y está oscureciendo. ¿Quieres mi sudadera?
Pensó que había negado. De verdad, pensó que había negado.
Pero realmente asintió.
Y solo pudo apretar la mandíbula cuando sintió que Miguel depositaba la sudadera alrededor de sus hombros. Se aferró a ella con fuerzas, planteándose si todavía podía devolvérsela o si no le quedaba más remedio que ponérsela.
Su cuerpo volvió a traicionarla, y acabó pasando los brazos por las mangas.
La colonia de Miguel —un aroma tenue, casi imperceptible después de horas de entrenamiento, que aún conservaba su toque fresco y masculino— adormeció a cada uno de sus sentidos, y solo pudo pensar en una cosa mientras seguía caminando en silencio: necesitaba golpear algo.
Después de todo, con Miguel siendo la causa de su nuevo desorden, aquella era la única forma que tenía para mantener el control.
{ ⊱ ✠ ⊰ }
Al día siguiente, Angelina no dudó en pedirle permiso a Daniel para salir de casa, diciendo que quería ir a trotar alrededor del vecindario.
Lo cierto era que había guardado su gi en la mochila que llevaba colgada sobre los hombros, unas cuantas monedas para poder pagar el autobús que la llevaría a Cobra Kai y una botella que realmente tenía más hielo que agua.
Se sintió culpable por querer abandonar la residencia de los LaRusso con tantas ansias, pero odiaba estar presente cuando habían problemas familiares. La madre y el primo de Daniel estaban de visita, y el almuerzo había sido tan incómodo que lo único que quería Angelina era escapar. Amanda y su suegra no estaban en los mejores términos, la anciana no paraba de preguntarle sobre su pasado en Nueva York y, en algún punto de la conversación, Cobra Kai salió escogido como tema de debate.
Daniel y su primo criticaban como víboras el hecho de que Cobra Kai hubiera sido admitido en el torneo; Sam intentó defender el dojo de su novio, pero Daniel estaba convencido de que tanto Angelina como su hija debían mantenerse alejadas de cualquier persona asociada con ese lugar.
En ese instante, Angelina decidió que lo mejor hubiera sido que la tierra la tragara.
Así que se fue tan rápido como pudo, tomando las llaves extras que Johnny le había dado la semana anterior como una especie de recompensa por haber limpiado su departamento hacía un tiempo atrás.
Cuando llegó al dojo, sin embargo, no esperaba encontrarse con que la puerta no estaba cerrada con llave. Frunció el ceño, extrañada, pues los viernes eran el día de descanso para todos los alumnos. Tratando de convencerse de que tal vez Johnny había olvidado cerrar el local después de la última clase, decidió entrar.
Fue entonces cuando se encontró con Miguel encestando sus puños contra un maniquí de golpeo, y a Johnny Lawrence observando a su pupilo atentamente.
—¡Está bien, está bien! Suficiente. Resérvate algo para el torneo —escuchó que le decía el senséi al moreno.
Aparentemente, ninguno de los dos había notado su presencia.
—¿Por qué soy el único aquí, senséi?
—Porque, seamos claros: eres la única oportunidad que tengo de ganar.
Angelina enarcó la cejas, sorprendida.
Pero el senséi tenía razón. Miguel se había convertido en el alumno más ágil y fuerte, en el luchador más equilibrado; si alguien podía ganar, era él. Había pasión en cada uno de sus movimientos, disfrutaba de lo que hacía, y Angelina sabía por experiencia que ese era un elemento clave en cualquier competencia deportiva.
No fue capaz de evitar que una pequeña sonrisa se dibujara en su rostro. Orgullo, reconoció: eso era lo que sentía. Miguel había llegado lejos, muy lejos, y, mientras trabajaban en el proyecto de la señora Miller, le había confesado que quería ganar, que deseaba demostrarle al senséi que valía la pena.
Alguien como él no merecía menos que la victoria.
—¿Entonces qué? —cuestionó Miguel—. ¿Soy su alumno favorito?
—No te emociones —farfulló el hombre en dirección al muchacho, quien estaba sacando su teléfono de su mochila con una sonrisa confiada— ¿Has visto a los demás? No tengo muchas opciones.
» Bueno, hay una más. —Justo entonces, los ojos de Johnny atraparon los de Angelina; no se había escondido tan bien como pensaba—. Como la niña que ha estado espiando nuestra conversación, por ejemplo.
Abrió y cerró la boca, como un pez fuera del agua. Nerviosa, sin saber si había hecho lo correcto o si iba a recibir un regaño, buscó apoyo en los ojos de Miguel.
Él solo sonrió.
—Ángel, viniste —murmuró el muchacho, expandiendo su sonrisa—. ¿El senséi también te llamó?
—B-bueno, —Tragó en seco. Miguel no estaba al tanto de que ella visitaba el dojo por su cuenta, y Angelina sabía que ya de por sí no se encontraba muy contento con lo mucho que estaba entrenando—. No exactamente.
—Lleva viniendo sola desde hace unos días. Es dedicada; más que tú, Díaz —continuó el senséi por ella, posteriormente girando a verla—. Eso no significa que no debas descansar, así que te quiero fuera de aquí.
—Pero... Miguel sí está...
—Miguel no cojea, para empezar.
Angelina tuvo que morder el interior de su mejilla para evitar que sus ojos se abrieran como platos. ¿El senséi lo sabía? Estaba segura de que lo había ocultado cuando estaba en el dojo. Sin embargo, tal vez negarse rotundamente a hacer todos los ejercicios relacionados con piernas y patadas no le había servido de mucho para esconderlo.
—Senséi, —musitó Miguel, mirando al hombre con seriedad—, mejor no saquemos ese tema.
Johnny apretó la mandíbula, asintiendo ligeramente. Por su parte, Miguel no lucía demasiado conforme de haberse enterado sobre las visitas clandestinas de Angelina al dojo, pero, afortunadamente, no hizo más que mirarla con lo que reconoció como preocupación; por el bien de su corazón, y por el bien de su conciencia, se vio obligada a ignorarlo.
No le gustaba verlo preocupado, y mucho menos por ella.
Además, ni siquiera había de qué preocuparse. Lo tenía todo bajo control.
—Tú eres mi otra oportunidad de ganar, —Johnny la señaló después de un par de segundos—, si es que aprendes a usar las piernas.
—¿Yo?
—Sí, aportas algo nuevo a la competencia. Eres como un conejito, un insoportable conejito que nadie puede atrapar —explicó tranquilamente, encogiéndose de hombros—. Es bueno tener un factor sorpresa en el equipo, aunque no seas la más fuerte.
—Lo que quiere decir el senséi es que somos sus mejores estudiantes. —Miguel le sonrió con cierto toque de travesura—. Debería agradecerme por traer a Ángel, senséi.
—Baja de esa nube o me encargaré de bajarte yo mismo.
Pero Miguel no alcanzó a escuchar a Johnny, pues estaba demasiado ocupado tratando de ocultar sus carcajadas ante algo que vio en la pantalla de su teléfono.
—¿De qué te ríes?
—Oh, nada, de una foto divertida que subió mi novia.
El moreno le tendió el aparato a Johnny. En cuanto el hombre alcanzó a ver la pantalla, su expresión dio un giro de ciento ochenta grados. Le arrancó el teléfono a Miguel, apretó la mandíbula mientras maldecía por lo bajo, y su rostro adquirió un matiz rojo que emanaba rabia pura.
—¿Es la hija de Daniel LaRusso?
En cuanto la pregunta salió de la boca del senséi, Angelina comprendió que aquel era un verdadero problema.
Recordó la reacción de Johnny cuando le confesó que vivía bajo el mismo techo que Daniel. Recordó el rencor en la voz del señor LaRusso aquella tarde, cuando hablaba sobre Cobra Kai.
Mordió su labio inferior, jugueteó con el borde de su sudadera. Quizás no había sido buen momento para visitar el dojo.
—Sí —murmuró Miguel, dubitativo—. ¿Conoce a Samantha?
—¿Estás saliendo con una LaRusso? —Miró a Angelina—. Y tú vives con ellos. Joder, ese apellido no deja de perseguirme. —Suspiró, como si estuviera tratando de contener su enfado—. Tenemos que hablar.
Y precisamente eso hicieron.
Johnny insistió en que Miguel pusiera fin a su entrenamiento y se dirigió rápidamente al local adyacente al dojo, donde compró una cerveza para él, una lata de refresco para el chico y una botella de agua para la rubia, pues Miguel le informó a Johnny que Angelina odiaba las bebidas gaseosas.
Una vez sentados en el borde de la acera, empezó a relatar su pasado con Daniel LaRusso. La primera vez que vio a Ali, el inocente desarrollo de su relación y su ruptura en el ochenta y cuatro; y luego habló sobre la llegada de Daniel al Valle, sobre cómo conquistó a su chica, las peleas contra él y su profesor de kárate. Para cuando llegó al final, el senséi tuvo que admitir que Daniel le había ganado en el campeonato de kárate de aquel año, pero esa no era la peor parte: había perdido a Ali.
Conforme relataba su historia, el dolor, la cólera, la impotencia y la humillación eran palpables en sus ojos. Estaba claro que aquello lo había marcado —después de todo, era obvio que Johnny amaba a Ali con locura—, y Angelina suponía que el hecho de que su oponente se hubiera convertido en uno de los hombres más exitosos del Valle mientras él se dedicaba a beber cervezas tampoco lo ayudaba. Angelina dudaba, pues estaba convencida que había partes de la historia que Johnny había contado a su modo, pero presentía que tanto Daniel como él habían sido las víctimas.
Era complicado.
Quería a los LaRusso, los había conocido desde que tenía memoria, pero, al mismo tiempo, comenzaba a ver a Johnny como una de las figuras a las que más respeto les tenía.
¿Cómo podría posicionarse de un único lado?
—La razón por la que les estoy contando esto es porque tienen que tener cuidado con los LaRusso.
No pudo evitar fijarse en la reacción de Miguel ante las palabras de Johnny. Fruncía el ceño, mirando a un punto muerto en la calle, y sujetaba su lata de refresco con menos firmeza que antes.
Reconoció que lo había visto así un par de veces, justamente cuando pensaba en Samantha. Sin embargo, nunca se había planteado por qué. ¿Era duda lo que veía en su mirada? ¿O tal vez miedo?
De cualquier forma, su mano se movió por cuenta propia. Aterrizó sobre el hombro de Miguel, y no la movió ni siquiera cuando él giró a verla.
—Senséi Lawrence. —Angelina se obligó a apartar los ojos de Miguel, enfocándose en Johnny—. ¿No cree que... que esta rivalidad es absurda? ¿Que ya ha pasado demasiado tiempo?
El senséi negó con la cabeza, como si hubiera podido leerle la mente.
—Las rivalidades no se superan cuando un imbécil te quita a la chica de la que estabas enamorado justo frente a tus malditos ojos.
Angelina frunció los labios. Sintió un extraño vacío en el pecho.
El amor joven no duraba para siempre.
{ ⊱ ✠ ⊰ }
No supo exactamente cómo, pero acabó cenando en el apartamento de la familia Díaz junto a Miguel y Johnny.
La idea de entrenar quedó completamente descartada tanto para Miguel como para ella después de que Johnny contara su historia. El muchacho estaba inusualmente callado, pensativo, y Angelina sabía bien que lo único que necesitaba era espacio. Sin embargo, mientras se preparaba para regresar a la residencia de los LaRusso, el moreno la tomó de la muñeca, preguntándole si quería volver junto a él y el senséi a pasar el rato en su casa.
En cuanto la vio con aquel par de ojos, Angelina no pudo negarse.
Y así fue como acabó siendo arrastrada a la habitación de Miguel después de que su teléfono sonara, interrumpiendo la cena que la abuela Rosa había servido. Carmen, su madre, le dio permiso para responder, y él no tardó en sujetar la mano de Angelina cuando pasó por su lado, obligándola a levantarse.
Había aprendido a no cuestionar las acciones de Miguel hacía varias semanas, así que simplemente lo siguió.
No obstante, cuando el chico atendió, mostrando que se trataba de una vídeollamada con Sam, Angelina comenzó a preguntarse si tal vez Miguel quería torturarla.
—Hola.
—Hola, es bueno verte. —Para cuando escuchó la voz de Sam, Angelina ya se había subido a la cama, arrimándose rápidamente hasta un rincón en el que la cámara del teléfono de Miguel no alcanzara a mostrarla—. Mi casa parece la Tercera Guerra Mundial.
—¿Qué ocurre? —preguntó el muchacho, quien rápidamente le dedicó una mirada extrañada a Angelina.
«¿Acaso esperabas a que me uniera a una conversación con tu novia, estando yo en tu casa?», quiso preguntarle, pero se limitó a señalar el teléfono con un movimiento de cabeza, indicándole que se concentrara en la castaña.
—Mi madre y mi abuela. A veces se pelean. Si Angelina estuviera aquí creo que no estarían discutiendo tanto, al menos ambas tratan de hacer sentir cómodos a los invitados.
» De hecho, es raro que todavía no haya llegado. Creo que le dijo a papá que daría una vuelta por el vecindario...
—Oh, no te preocupes por ella, es que está en mi casa.
Los ojos de Angelina se abrieron como platos.
Iba a matarlo.
Cuando volvieran al dojo, iba a pelear contra él, e iba a derribarlo; aunque tuviera que luchar durante horas, aunque nunca hubiera logrado ganarle en ningún duelo, y aunque Miguel siempre estuviera reacio a luchar con ella.
¿Cómo demonios se le ocurría decirle a su novia que otra chica estaba en su casa?
Claro que Sam sabía que Angelina y Miguel eran cercanos. Pero, ¿admitir explícitamente que pasaba más tiempo con otra persona, mientras que Angelina le había asegurado a los LaRusso que simplemente iba a salir a trotar? Eso sonaría mal a oídos de cualquiera.
Pero Miguel podía llegar a ser demasiado inocente para su propio bien.
—Vaya, —Angelina prestó exhaustiva atención al nuevo toque de seriedad en la voz de Sam—, ¿y dónde está ahora?
Ya no había vuelta atrás.
—Aquí —murmuró finalmente, asomándose sobre el hombro de Miguel para que la cámara la captase—. Hola, Sam.
—Oh, hola.
Silencio.
Estúpido e incómodo silencio.
Sam no lucía precisamente contenta.
Ninguno de los tres dijo nada por los siguientes segundos. Miguel parecía más confundido que arrepentido, Samantha apartaba la mirada, y Angelina no podía dejar de imaginar escenarios en los que acababa discutiendo con Sam por Miguel. Antes de que su relación con Miguel fuera oficial, la chica ya le había preguntado en un par de ocasiones si había algo entre el moreno y ella; Angelina lo había negado rotundamente —era ilógico que Sam siquiera llegase a pensar eso cuando estaba claro que Miguel solo la veía como una amiga—, pero, después de ver su expresión a través del teléfono, comprendió que Sam seguía sospechando.
¿Y si descubría que su corazón se aceleraba ante la presencia de Miguel? ¿Y si ya había visto que sus mejillas se sonrojaban cuando estaba cerca?
—Oye, Sam, ¿te gustaría ir al cine conmigo mañana?
Al menos Miguel, el más ciego de todos, se atrevió a romper el silencio, y Angelina lo tomó como una señal para retomar su posición, alejándose de la cámara.
—¿Y el domingo?
—No puedo. Entreno todo el día.
—¿Todo el día? ¿Eso no es un poco... excesivo?
—Sí, bueno, pero el senséi en serio cree que puedo ganar el torneo, así que tengo que darlo todo.
—¿Sabes? He estado pensando... Hay un montón de dojos en el Valle. No lo sé, ¿no te gustaría probar otro?
Angelina que morderse la lengua para no soltar nada.
¿Probar otro dojo? ¿Solo porque a su padre no le agradaba Cobra Kai? Era absurdo, y un poco egoísta de su parte. ¡A Miguel le encantaba pasar tiempo con el senséi Lawrence! ¿Acaso Samantha no lo veía?
—¿Cómo? —Miguel frunció el ceño—. No, nunca le haría eso al senséi Lawrence. Es duro, pero así nos hace duros. Puedes preguntarle a Aisha, o a Halcón. —Angelina suspiró aliviada al darse cuenta de que Miguel había recordado que no debía mencionar su nombre; Sam no podía saber que ella también formaba parte de Cobra Kai—. Bueno, no, a Halcon no, está vacunándose contra la rabia...
De repente, la castaña desapareció de la pantalla.
—Sam, necesito tu ayuda. —La voz del señor LaRusso resonó a través del altavoz—. Tu mamá y tu abuela están a punto de comerse vivas allá afuera. Ven.
—Claro, enseguida voy.
—¿Con quién hablas? —le preguntó Daniel a su hija.
—Nadie, solo un compañero de la escuela.
A Miguel no parecieron sentarle muy bien esas palabras.
—Perdona —le dijo Sam en cuanto destapó la cámara—, tengo que irme.
—Sí, sí —trastabilló el muchacho—. No te preocupes por eso.
—Oh, y... Angelina, ¿puedes regresar después de la cena? Papá está preocupado.
—Sí, por supuesto.
Mientras Miguel y Sam finalmente se despedían, Angelina pudo sentir la tensión irradiando entre el teléfono y el moreno.
Incluso desde su lugar, donde apenas alcanzaba a ver el costado del rostro de Miguel, pudo notar que lucía decaído. Aquella expresión pensativa que había mostrado después de que Johnny le advirtiera sobre el peligro de los LaRusso se adueñó de sus facciones, apagando cruelmente la luz que tanto lo caracterizaba.
—No puedes enseñarle a tu novia que estás en tu habitación con otra chica —decidió comentar, pensando que la mejor opción era evitar el tema de Samantha.
—¿Por qué? —murmuró Miguel—. No estamos haciendo nada malo.
—Miggy. —Suspiró. Se atrevió a acercarse más, dejando que sus piernas colgaran del borde de la cama y justo al lado del chico, quien se hallaba sentado en el suelo—. Vivo bajo el mismo techo que Sam. Esto no es inteligente...
—Bueno, eres mi mejor amiga, tiene que acostumbrarse. Puedes estar aquí cuando quieras. Pero ella... —Se detuvo repentinamente. Apretó los labios, sacudiendo la cabeza como si estuviera tratando de controlarse—. No lo sé. —La frustración en sus facciones fue reemplazada por inseguridad—. ¿Sabes por qué no quiere que el señor LaRusso sepa que estamos juntos?
Le dolía verlo así, claro que le dolía verlo así. Y el simple hecho de darse cuenta de que las emociones de alguien más pudieran tener tanto impacto sobre ella no dejaba de sorprenderla.
Solo quería ayudarlo, devolverle esa chispa de felicidad a sus ojos.
—No voy a meterme en tu relación —respondió, tratando de sonar lo más calmada posible—. No puedo ser la... mediadora, o lo que sea. Y la verdad es que no lo sé. ¿Tal vez porque entrenas en Cobra Kai?
El muchacho no dijo nada. Simplemente inclinó la cabeza a un lado, y la siguió inclinando, y siguió, hasta que la mano de Angelina acabó enterrada en su cabello, dejando caricias inconscientes.
De repente, sentía que se encontraba en otro mundo, en otra dimensión en la que solo estaban él, ella y el silencio. Aquella era quizás la primera vez que Angelina se permitía ceder a sus impulsos, acercarse a él y disfrutar de su compañía. Con los ojos adheridos a un punto indefinido en la pared de la habitación, se percató de que no estaba pensando en nada; ni en qué diría Sam cuando la viera, ni en las consecuencias de volver a casa de los LaRusso después de la hora pactada, ni en su lesión, ni siquiera en sus confusos sentimientos hacia Miguel.
Solo estaba allí, respirando, existiendo, sin prisas para moverse ni seguir adelante. Le bastaba con sentir el peso de la cabeza de Miguel recostada en su pierna, la suavidad de su cabello entre sus dedos.
—Oye, Ángel.
Simplemente asintió, aterrada de romper el momento con sus palabras.
—Supongo que ya has notado que no me gusta mucho que estés entrenando tanto... No quiero que te agotes. Pero también quiero ayudarte, ¿sabes? Ni siquiera sé por qué.
—Lo entiendo. —Le dedicó una sonrisa tensa, forzándose a aguantar las palabras que realmente quería decir—. Me pasa lo mismo.
«Contigo. Me pasa lo mismo contigo. Y por eso estoy aquí».
—Pues, he estado investigando... —Giró su cuerpo hacia ella, posicionando su barbilla sobre la rodilla izquierda de la chica. La nueva cercanía la obligó a detener sus movimientos momentáneamente, pero continuó peinando suavemente su cabello; no quería generar sospechas. Fue entonces cuando los ojos de Miguel mostraron aquella determinación que los envolvía cuando probaba un nuevo movimiento en el dojo—. Vamos a recuperar la movilidad de tu pierna, hacerla más fuerte. Dentro de nada podrás dar una patada de verdad. Ya oíste lo que dijo el senséi; si logras usar las piernas, ¡podrás ganar!
Soltó una risita, incrédula; ella no podría, ni quería, ganar: —Eres tú quien merece esa victoria.
—Para mí será victoria de todas formas si ganas —insistió—. Mejor tenerlo doblemente asegurado, ¿no?
—Las respuestas no están en Google...
—Solo quiero intentarlo. —Hizo una pausa, barriendo el rostro de Angelina con sus ojos. Después de un par de segundos, sonrió—. Entonces, ¿en mi casa el lunes, después de la escuela?
Y ella solo aceptó.
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Angelina era observadora.
Se había visto forzada a serlo, después de todo. Con una mujer tan fría como su tía, a veces no quedaba más opción que analizar los pequeños cambios de sus facciones para intentar descifrar si aprobaba o rechazaba sus comportamientos. Por otra parte, el Teatro de Ballet Estadounidense demandaba que sus alumnos fueran rápidos, ágiles tanto en el sentido de la vista como en el movimiento del cuerpo; era imprescindible aprender rápido, reconocer los errores antes de que alguien más los notara, copiar los pasos exactos. En el ámbito social, además, también tenía sus ventajas: el hecho de saber identificar figuras importantes entre el público era práctico, y le permitía prepararse para saber cómo actuar con cada persona en concreto.
Gracias a aquella habilidad, había descifrado cómo serían las reacciones de sus compañeros de baile cuando recibía un nuevo papel protagónico: sus sonrisas eran más rígidas, la saludaban sin acercarse a hablarle, y el tono empalagoso de sus felicitaciones no encajaba con el veneno tras sus ojos. Lo consideró como algo normal durante mucho tiempo, pues, durante las pocas veces que hablaban por teléfono, su madre siempre le advertía sobre la envidia que acarreaba el ballet y su padre le decía que el éxito podía implicar rechazo social; era normal, era costumbre, tradición. Para sus quince años, ya había aprendido a interpretar las señales—el lenguaje corporal podía decir mucho de una persona, y los movimientos de sus compañeros fueron suficientes para indicarle que, tal vez, solo debía enfocarse en sus piruetas en lugar de formar amistades.
Claro que nunca imaginó que dichos compañeros acabarían agrediéndola.
De cualquier forma, si algo le reconocía su tía era la importancia de su talento para analizar a los demás.
Pero a veces no le gustaba.
Veces como esa, cuando podía ver perfectamente que Samantha LaRusso estaba enfadada.
Aunque directamente no le dijo nada —y aunque al día siguiente la arrastró como compañía para pasar la tarde con Amanda y la madre de Daniel—, Angelina era capaz de sentir la tensión irradiando de sus poros. No había mencionado nada sobre la estadía de la rubia en la casa de su novio, pero, en el intenso azul de sus iris, yacía una pregunta oculta: por qué estabas en casa de Miguel, por qué en su habitación, por qué has ido tú y no yo—simple lo mismo, pero expresado en diferentes palabras. No sacaba tema de conversación, sus sonrisas eran de labios sellados, y su ceño parecía estar permanentemente fruncido.
Y a Angelina le hubiera gustado no darse cuenta, solo para poder respirar tranquila.
Pero no había hecho nada malo, ¿no? Miguel y ella eran amigos, solo amigos —mejores amigos, había dicho él—. Los amigos pasaban tiempo juntos; los amigos podían quedarse en una habitación a solas, los amigos tenían permitido dejar caricias sobre la cabeza del otro.
Se lo preguntó varias veces, justo cuando ingresaba a la cocina de los LaRusso para ayudar a preparar la mesa.
¿Y a los amigos se les aceleraba el corazón cuando estaban cerca? Estaba segura de que eso solo le pasaba a ella, pero tampoco podía evitar cuestionárselo.
A pesar de que estaba distraída, Angelina fue la primera en notar la llegada de Daniel a la estancia.
—Buenas noches, señor LaRusso —recibió al hombre, dedicándole una diminuta y forzada sonrisa.
Era difícil verlo igual después de todo lo que había aprendido sobre su pasado con Johnny Lawrence. Se veía incapaz de evitar sentir la tentación de descifrar cuál era su versión de la historia, pero sabía que tampoco podía preguntárselo sin levantar sospechas.
—Ay, Angelina, ¿cuándo lograré que me llames por mi nombre? —gruñó el hombre con diversión.
—Es un caso perdido, cariño —intervino Amanda, quien compartió una sonrisa con la madre de Daniel mientras cocinaban; después de la tarde en el centro comercial, y gracias a la ayuda de Samantha, ahora se llevaban de maravilla—. Nos ha bautizado como señores.
—Lo siento, intentaré cambiar —murmuró con timidez.
—No tienes que pedir disculpas, —La mirada del señor LaRusso se suavizó—, no con nosotros.
Una cobija imaginaria fue depositada sobre los hombros de la chica en ese instante, y encontró las fuerzas para sonreír de verdad.
Fue entonces cuando notó la mirada de un extraño posada sobre ella.
«¿Quién eres?».
El muchacho la observaba con curiosidad, repasando su rostro un par de veces antes de finalmente centrarse en el ambiente animado de la cocina de los LaRusso. Angelina aprovechó el momento para fijarse en su cabello castaño, ligeramente largo, así como en la tensión de su postura y la marcada complexión de su rostro. Cuando llegó a los ojos, la extrema claridad de sus iris le recordó vagamente a alguien, pero no supo identificar a quién.
Parecía feliz, verdaderamente feliz, como si el panorama familiar que se había cultivado en la cocina fuera algo nuevo para él.
Así también se había sentido ella cuando llegó a la casa de los LaRusso.
Sin embargo, había un matiz de su presencia que la enervaba. Quizás era la forma en la que estaba mirando a Sam, como si fuera un diamante en bruto, o quizás la nube de oscuridad y problemas que parecía envolverlo, a pesar de la gran sonrisa que tenía en el rostro.
¿Qué era eso que lo rodeaba?
—Oye, Robby, ¿tienes hambre? ¿Quieres quedarte para la cena? —le preguntó Daniel al muchacho.
Angelina solo lo siguió observando.
—Oh, sí. Gracias.
Y lo siguió observando.
Hasta que él se dio cuenta.
Pero ella se mantuvo firme, impasible, como una bailarina cumpliendo un determinado papel frente al público, y no le quitó los ojos de encima; incluso cuando él la enfrentó, no dejó de analizarlo, tratando de averiguar qué era exactamente lo que la incomodaba del nuevo invitado.
No obstante, no encontraba la respuesta.
—Casi se me olvida —rio el señor LaRusso, posicionándose al lado de la rubia—. Robby, esta es Angelina, íntima amiga de la familia. La conozco desde que usaba pañales, es prácticamente como otra hija para mí. —La observó con cariño, palmeando suavemente su hombro—. Angelina, este es Robby. Algo me dice que verás más de él por aquí, así que es bueno que se conozcan.
—¿Es el chico del que habló el otro día? ¿El que trabaja en el concesionario? —le preguntó Angelina en voz baja, apartando momentáneamente la mirada de Robby.
—Sí. Y también es mi nuevo pupilo en el dojo. —El señor LaRusso hablaba de él con claro aprecio—. Me ha enseñado lo mucho que necesitaba retomar el kárate.
Un suspiro escapó de los labios de Angelina. Lo dudó por un instante, pero finalmente le tendió una mano a Robby.
—Es un placer —murmuró, mas sus palabras sonaron demasiado ensayadas.
Después de un par de segundos, y luego de inspeccionar sus movimientos y expresiones, pudo determinar lo que pasaba.
Robby estaba ocultando algo.
—Lo mismo digo, Angelina.
La sonrisa del castaño se ensanchó.
Y, como Angelina Bellerose era observadora, podía ver que ese chico traería problemas.
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⊱ 𝔫𝔬𝔱𝔞 𝔡𝔢 𝔞𝔲𝔱𝔬𝔯𝔞 ⊰
¡bienvenidos una vez más a otro capítulo, queridos lectores!
y también les damos la bienvenida a mi bebé Demetri y a Robby, quienes hicieron sus primeras apariciones en este capítulo ¡!
me gustaría avisar que no tengo planeado crear un triángulo amoroso entre Miguel, Robby y Angelina. Robby generará más tensión en la historia, al igual que lo hace en la serie (esta es mi opinión, no me maten, aunque también le tengo cariño jsjsjs), pero no quiero meter más líos y vueltas al desarrollo de la relación de Miggy y Ángel. Angelina ya nota algo sobre Robby; más adelante veremos cuáles son esos problemas de los que habla al final nuestra protagonista.
por otra parte, aquí están las preguntas de este capítulo: ¿cuál es su opinión sobre Robby hasta ahora? ¿qué piensan de la relación de Sam y Miguel? ¿qué necesita Angelina para aceptar sus sentimientos?
si pueden responder alguna me encantaría verlo en los comentarios ¡!
nuevamente, gracias por todo el apoyo. recuerden que apreciaría mucho el hecho de ver más votos y comentarios si es posible. este está siendo uno de mis proyectos más pequeños a nivel de fandom, pues no hay mucho material de Miguel Díaz en Wattpad, pero le tengo mucho cariño y quiero llevarlo adelante.
ahora sí, me despido.
¡dejen un comentario, voten y compartan! ♡
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