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━ 𝐜𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 𝐞𝐥𝐞𝐯𝐞𝐧: facing one's fears

[  𝐕𝐎𝐈𝐃  ]
🐍┊ 𝗖𝗔𝗣𝗜́𝗧𝗨𝗟𝗢 𝗢𝗡𝗖𝗘
« 𝔣𝔞𝔠𝔦𝔫𝔤 𝔬𝔫𝔢'𝔰 𝔣𝔢𝔞𝔯𝔰 »
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{ ⊱ ✠ ⊰ }

𝐒𝐄 𝐇𝐀𝐋𝐋𝐀𝐁𝐀 𝐒𝐔𝐒𝐏𝐄𝐍𝐃𝐈𝐃𝐀 𝐄𝐍 un limbo.

Colgando de una cuerda floja, vagando entre el presente y el pasado.

Su rodilla palpitaba de manera traicionera, evocando cada una de las sensaciones que percibió el día de su accidente: el pavimento contra su cabeza, los raspones esparcidos sobre su piel, el sabor metálico que cubrió a su boca luego de que su mentón impactara contra el suelo. Aunque su mente se había empeñado en bloquear el recuerdo, todavía seguía flotando en su pecho, como una nube negra cargada de caos y tormenta.

Al menos podía decir que tuvo razón. El mal augurio que la invadió justo antes de que empezara el torneo no había estado únicamente en su cabeza. Existía, y se manifestó en el momento en el que cayó al suelo, con todo el impulso de su primera patada despedazándose sobre el color azul del tatami.

Sin embargo, no podía culpar a Robby Keene por la caída; el combate había sido arduo, fue ella quien golpeó primero, se lanzó demasiado rápido. Comprendió que involucrar sus sentimientos en una pelea era una sentencia de muerte, y que dejarse llevar por la rabia, sobre todo después de lo que le había dicho el castaño la noche en la que visitó su habitación, fue de todo menos fructífero.

Robby había querido detenerla. Esquivó, trató de pausar sus movimientos mientras Angelina se arrojaba con cada vez más fuerza. En aquella ocasión, ella había sido la culpable.

Quizás era eso lo que más la frustraba.

—Estarás bien, cariño. —La voz de Carmen fue el único salvavidas del que pudo aferrarse—. Fue una falsa alarma. Solo está morada y un poco hinchada... Casi un esguince, pero tuviste suerte —continuó con dulzura, sujetando una bolsa de guisantes congelados sobre la rodilla de la rubia—. Nada que dos semanas de reposo y un buen tres leches no puedan arreglar.

Angelina tuvo que morderse los labios para aguantar un sollozo. Amaba el famoso postre de la abuela Rosa, y estaba más que agradecida por el cuidado de la madre de Miguel —le aterraban los hospitales, la posibilidad de volver a recibir malas noticias por parte de un hombre con bata blanca, y Carmen, quien trabajaba como enfermera, había sido lo suficientemente amable como para revisar su lesión—. No obstante, en aquel momento, solo tenía ganas de llorar.

No porque pudo haber perdido todo el progreso que había logrado con su pierna; no porque doliera —y dolía—, sino por lo que pudo ser y no fue.

Porque falló. Porque estaba convencida de que la perfección era la única opción aceptable, y sentía que nunca sería capaz de alcanzarla.

Quizás podría haber sido más rápida, haber golpeado con más fuerza, enorgullecer a Miguel y a Halcón y al senséi...

, quería llorar.

Pero sentía que ya no le quedaban lágrimas.

Desde que Miguel le rogó a su madre que la llevara a su departamento, Angelina se había encerrado en una burbuja de acero. Lo único que podía palpar era el suave material del sofá contra su espalda, pero sentía que la tela le arañaba la piel. Tampoco veía el suelo, ni la pared, ni al senséi Lawrence —quien había insistido en acompañarla tanto a ella como a Carmen—; no veía nada, solo imágenes borrosas, formas que no tenían sentido. Aunque el pánico había desaparecido, dando paso a una extraña sensación de entumecimiento, estaba convencida de que tenía una daga incrustada en el pecho.

Y es que había algo más. Algo que la molestaba. Algo que había estado persiguiéndola desde que Miguel salió del vestuario al que la habían llevado después de la caída, desde que se dio cuenta de que solo lo quería cerca.

—¿Cómo estás?

Johnny Lawrence fue el responsable de romper el silencio.

Al levantar la mirada de la alfombra, Angelina se percató de que estaban solos. No sabía cuánto tiempo llevaban ahí, ni en qué momento Carmen y la abuela Rosa habían salido del departamento. Sí sabía, en cambio, que se sentía fría, y que todo empeoró después de que Miguel se dirigiera a la cena de celebración que algunos de los alumnos de Cobra Kai habían organizado.

No podía enterrarlo en su jardín de sombras y espinas; él más que nadie merecía algo mejor.

El muchacho le había sujetado la mano durante todo el camino hasta su casa. Le prometió en susurros que todo estaría bien y, una vez llegaron a su destino, insistió en quedarse con ella. Carmen, no obstante, dijo que la inquietud de Miguel acabaría contagiando a Angelina, que lo mejor que podía hacer era salir a despejarse. A pesar de ello, el moreno no abandonó el departamento hasta que la propia Angelina —con la poca voz que le quedaba— le pidió que se fuera.

Eso no implicaba, sin embargo, que no estuviera preocupada por la furia que vio en su semblante durante el campeonato, ni que no siguiera pensando en los resultados: en medio de todo el desastre, Angelina se enteró de que Miguel había ganado el torneo, aprovechando la lesión de Robby Keene para vencerlo.

El Miguel que conocía jamás hubiera hecho eso. Jamás jugaría sucio, jamás haría trampas.

«Tiene que haber sido un error».

Con aquel último pensamiento, el agua en su interior se desbordó.

Fallé.

Le dolió la garganta, le picó la lengua. De repente, sintió unas primitivas ganas de arrancarse las cuerdas vocales, pero prefería aguantar el dolor antes que volver a derrumbarse frente a su maestro.

—No digas eso, niña —respondió el senséi de inmediato—. Peleaste bien. Fuiste más rápida y ágil que todos los perdedores en ese lugar. Viniste al torneo después de desaparecer por una semana entera, y ya te dije que tampoco pienso preguntarte al respecto, así que no tienes ninguna razón para estar lloriqueando.

—Pero fallé.

Johnny suspiró, su semblante se ablandó. Se levantó entonces de la mesa de la cocina, sentándose al costado de Angelina.

—Algo me dice que este numerito no solo se trata de lo que pasó en el torneo.

Al notar el sincero deje de preocupación tras su duro semblante, creyó que había sido transportada a uno de aquellos momentos de la infancia en los que le contaba a Daniel y a su padre sobre sus problemas e inquietudes, a esa época en la que mostrarse vulnerable no era un pecado.

Su senséi no siempre jugaba el papel del hombre más sabio, pero esta vez tenía razón.

—Lo decepcioné, senséi. No merecía ganar, pero... todos confiaban en que llegaría más lejos, ¿sabe? E-es la primera vez que no estoy en una final y no... no me levanté, y podría haberlo hecho si no... —Sus palabras se proyectaron como un eco tembloroso—... si no hubiera sido débil.

Sintió que las palabras pesaban cada vez más en su boca, que sus labios y su mandíbula se adormecían. Pausó; sin embargo, sabía que todavía quedaba algo dentro de ella, que no había acabado, y necesitaba dejarlo salir.

—Pero... no solo es eso.

—¿Es por Díaz?

Inhaló afiladamente, pero el aire solo perforó sus pulmones.

Si Johnny también lo sabía, ¿de qué servía seguir ocultándolo?

—Prometí que no me enamoraría de Miguel, —Frunció los labios, trató de contener el ardor de lágrimas no derramadas, cargadas de frustración—, pero de repente eran las cuatro de la mañana, no podíamos parar de reír, y me sentí feliz por primera vez en mucho tiempo. —Ahogó un suspiro, pero eso solo hizo que los hombros le pesaran—. Me di cuenta de que ya era demasiado tarde.

De pronto, la daga se desenterró de su pecho.

Se sintió libre, y al mismo tiempo atrapada.

Y es que había descubierto ese algo, eso que la acechaba, que advertía una caída inminente y la encerraba en un callejón sin salida.

El día de la fiesta en el cañón fue el día en el descubrió que sentía algo por su mejor amigo. Aquella madrugada en su habitación, cuando él intentó besarla bajo la influencia del alcohol, supo que ya no podía negarlo.

Pero Miguel amaba a Sam, estaba dolido y confundido. No había querido hacer eso realmente—ni siquiera lo recordaba.

Fue así como elaboró un nuevo plan. Trazó una ruta mental para convencerse de que lo único que podía hacer era ocultar la verdad, que reconocerla le permitiría identificar el fallo y luego corregirlo. Sin embargo, no pensó en que aquellas emociones estaban fuera de sus manos, que nunca había sentido de esa manera, y que, por primera vez, existía algo que no podía controlar.

Y es que no había sido capaz de dejar de pensar en él en todo el día, aún más de lo habitual. Había visto suficientes películas, leído suficientes libros y admirado a suficientes parejas: sabía lo que eso significaba.

Estaba enamorada de Miguel.

Su tía le había advertido que el amor marchitaría a su vida, a su carrera; que era peligroso, que acabaría perdiendo. Ahora que lo reconocía, ahora que recordaba que cualquier chico siempre querría a la bailarina ganadora, tenía miedo.

A Angelina le bastaba con su mera presencia, pero, ¿y si algún día se iba? ¿Y si ella no era suficiente?

—¿Cómo va a quererme si fallo? —Sus pensamientos continuaron en voz alta—. Él merece algo mejor, senséi...

—Silencio, niña —la interrumpió el hombre, y la rubia cerró la boca de manera instintiva—. Llegaste a mi dojo sin siquiera mirarme a la cara; ahora eres una de mis mejores estudiantes. Quizás echas de menos el pasado, pero reconozco a una verdadera Cobra cuando la veo, y tú eres una. No se trata de ganar, se trata de demostrar lo que vales, de enfrentar tus miedos.

» Y sobre Miguel... Escúchame bien, ¿sí? Porque no pienso repetirlo. —Angelina asintió ante la severa mirada del senséi, sintiendo que el corazón se le subía hasta la garganta—. Eres especial. Si él no se da cuenta de eso es porque no lo entrené bien, y yo siempre entreno bien a mis alumnos.

Y entonces una ventisca de aire fresco pareció enredarse entre los cabellos de Angelina. Un abrazo imaginario, casi imperceptible; una emoción tan conmovedora como embriagante, una sensación de nostalgia que no sabía bien de dónde venía—tal vez porque el color de los ojos de Johnny era muy parecido al de su padre, o porque llevaba mucho tiempo sin sentirse... apreciada, aceptada por lo que era.

Si bien no le creía a Johnny, también podía escuchar una voz en su cabeza, una voz que sonaba sorprendentemente parecida a la de Miguel. «Créelo, créelo», le repetía.

—Gracias. Gracias, de verdad. —Sentía que aquello no era suficiente, pero ahí, sentada en el sofá con una rodilla hinchada y los músculos adoloridos, no sabía qué más hacer—. Por todo.

—Sí, sí. Como sea. Ni siquiera crees lo que te dije. —Sacudió la mano para restarle importancia—. Algún día lo harás. Me encargaré de ello, y tu chico también.

—Miguel no es mi...

—Volverás al dojo después de esto, ¿no? —intervino Johnny antes de que pudiese acabar.

Todo se oscureció de repente.

Lo sucedido en el torneo empezó a carcomerle la cabeza una vez más, y se halló a sí misma entre la espada y la pared.

¿Seguir con el kárate o mantenerse al margen?

Ya se había saltado las normas. Ignoró a los médicos después de ver a Miguel luchando contra Kyler y sus secuaces en la cafetería de la escuela, puso en riesgo a su pierna pensando que nada podría ser peor, que nunca mejoraría, pero, aunque el trauma seguía clavado a su espalda, las cosas habían mejorado.

Si hubiera pasado algo grave... No podría volver a soportarlo.

Había llegado tan lejos, ¿estaba dispuesta a arruinarlo?

—No creo que pueda —contestó de manera robótica, con la imagen de Collette embrujando su mente. La mujer la llamaba cobarde, imprudente, y sus palabras eran cada vez más fuertes—. ¿Y si... y si la próxima vez es peor?

—No crees que puedas, pero quieres seguir entrenando. —Johnny enarcó una ceja de manera acusadora—. Mira, la vida jode las cosas que quieres justo cuando crees que eres feliz. ¿Y qué debes hacer al respecto? Levantarte, superarlo, y decidir que tú vas a joderla primero. Con esa mentalidad te aseguro que nada te va a pasar.

Angelina quería decir algo. De verdad—quería decir algo, pero no sabía qué.

Durante sus primeros días en el Valle, había comprendido que necesitaba una razón para seguir luchando. Y ahora la tenía, encontró algo que la hacía sentir cómoda, plena; diferente al ballet, pero que la invitaba a tratar de superarse. Tal vez debía dar un paso más... atraverse, no quedarse en el suelo, seguir peleando.

Cobra Kai ya era parte de su vida, quisiera o no.

¡Llegamos! Tengo los ingredientes para el tres leches de la niña. Más vale que nadie me moleste en la cocina.

—Mamá, Johnny y Angelina no entienden español.

Justo en ese instante, Carmen y Rosa atravesaron la puerta principal; la primera cargando un par de muletas y una bolsa de supermercado, la segunda apresurándose a entrar en la cocina con la frente bien alta.

Pues que entiendan. Bueno, la niña puede venir si quiere. Él... —Rosa dibujó una mueca de desagrado, mirando a Johnny desde la cocina—... que se quede donde está.

Carmen giró hacia Johnny y Angelina: —No le presten atención. A mamá le gusta cocinar sin distracciones.

—¡Te escuché! —exclamó en inglés la abuela Rosa.

La primera sonrisa verdadera se asomó en el rostro de Angelina.

Para cuando Carmen volvió a agacharse frente a ella, creyó que el dolor de su rodilla palpitaba con menos fuerza.

—Ya tengo las muletas que te prometí. —Le sonrió la mujer mientras retiraba la bolsa de guisantes de la zona afectada, echándole otro vistazo—. No se ha hinchado más, así que pronto podrías intentar caminar, ¿qué te parece?

—Es fuerte —intervino el senséi—. Podrá hacerlo cuando sea.

—De eso no hay duda. Entrenas bien a tus chicos, Johnny.

—Bueno, no quiero presumir.

«Claro que quiere presumir».

—Lo digo en serio. Cuando nos mudamos, Miggy la pasó bastante mal. Nunca imaginé que, meses después, tendría un estadio entero animándolo. Pero... —Carmen se incorporó. Sin embargo, aunque parecía genuinamente orgullosa, la sonrisa que llevaba en el rostro empezó a apagarse—. Hubo momentos en los que no sabía si me gustaba lo que veía. Ponía... una cara rara. Aunque eso no era más que... ¿Cómo se dice? Su cara de concentración, ¿no?

La rubia tuvo que tragar en seco.

Así que ella no había sido la única.

Carmen también había notado el cambio en el rostro de Miguel.

—No te preocupes, Miguel es un buen chico. —Johnny le devolvió la sonrisa; sin embargo, lucía forzada—. No dejaré que se vaya por mal camino.

Con solo ver la expresión del senséi, Angelina comprendió que Johnny también lo sabía.

—Eso espero. —La mujer suspiró. Seguidamente, se aclaró la garganta, tratando de romper la tensión—. Bien, ya vengo. Miggy me pidió que lo llamara cuando todo estuviera en orden.

—Muchas gracias, Carmen. Y gracias por... por dejarme pasar la noche aquí. —Angelina agachó la cabeza, apenada—. No creo que los LaRusso quieran verme.

—No me agradezcas. —Le acarició la coronilla, peinándole el cabello con la delicadeza propia de una madre—. Eres familia. Además, los LaRusso se darán cuenta de que no pueden perderte. No pienses en eso y descansa, ¿sí?

Aunque el tacto de Carmen logró relajarla, todavía tenía los vellos de punta. Su corazón latía en alerta, el rostro enfurecido de Miguel durante el torneo machacaba a su mente.

Esperó pacientemente a que la mujer desapareciera por el pasillo y, una vez se quedó a solas con Johnny, estalló.

—Senséi, sabe que yo lo respeto mucho —empezó en voz baja, evitando que Rosa, quien seguía en la cocina, los escuchara—. Pero... ¿Sin piedad? Pensé que el kárate se trataba de honor. ¿No vio a Miguel peleando contra Robby?

—Golpear primero, golpear fuerte, sin piedad. Esas siempre han sido las tres normas de Cobra Kai —recitó Johnny con firmeza después de una pausa. Su mirada se ensombreció, como si estuviese recordando algo del pasado—. Yo tambien tuve un senséi, niña. Cobra Kai existió años atrás, y él me enseñó todo lo que sé. No puedo cambiarlo ahora.

—Pero usted tampoco está orgulloso de lo que hizo Miguel. —Negó con la cabeza, exasperada y frustrada. Tenía un nudo en la garganta y necesitaba deshacerlo, pronto—. No solo porque Robby es su hijo, sino porque Miguel es mejor que eso.

Johnny no dijo nada. En cambio, apartó la mirada.

Angelina no tuvo más opción que seguir.

—El corazón de Miguel es más grande que el mío y el suyo juntos. Y ambos sabíamos que iba a ganar, pero no era él quien luchaba en ese estadio. Era algo más, y me aterra. —Soltó un suspiro tembloroso; parecía que el aire se había quedado atascado en sus pulmones, como cuando Robby encajó aquella patada en su rodilla. Sin embargo, tenía que continuar—. Ya sabe lo que siento por él, senséi. Me... me gusta que cambie, que gane más confianza... —Tuvo que hacer una pausa cuando su labio inferior empezó a sacudirse, y sintió entonces que toda ella se encogía, que su voz y su cuerpo de pronto eran diminutos—. Pero no quiero perderlo.

Ella también había cambiado, después de todo; Sam tuvo razón al decírselo, y el señor LaRusso también.

Ya no había vuelta atrás.

Solo necesitaba que Miguel conservara su esencia, que no se convirtiera en una máquina de pelea.

—No lo harás —prometió Johnny.

Y, al menos, la honestidad encriptada en sus palabras logró apaciguar el fuego que transitaba por cada uno de los nervios de la joven.

No obstante, aquello no parecía suficiente.

{ ⊱ ✠ ⊰ }

Media hora más tarde, Angelina se había quedado sola en la sala de estar.

Carmen tuvo que salir de casa después de recibir una llamada del hospital, aclamando que no tenían personal suficiente para la noche y que necesitaban más enfermeras. La abuela Rosa había acabado de cocinar, así que se fue directo a la cama.

Johnny, por su parte, había abandonado el departamento en busca de unas cervezas. Aunque el hombre no quería admitirlo, Angelina sospechaba que estaba preocupado por Miguel, por la lesión de Robby, y claramente le molestaba el hecho de que Daniel LaRusso pareciera haber decidido volver a entrenar a su hijo. Antes de dirigirse a su propio departamento, sin embargo, el senséi maldijo a su teléfono.

Joder, esta mierda no deja de sonar... —gruñó una vez estuvo frente a la puerta. Sacó el aparato de su bolsillo con brusquedad, echándole una rápida ojeada a la pantalla—. Es Díaz, dice que ha intentado hablar contigo y no respondes. Yo que tú lo haría antes de que pierda la cabeza.

Finalmente, salió del lugar después de decirle que tuviera cuidado y que no se le ocurriera dañar más su rodilla; la quería con fuerzas para cuando pudiera volver a entrenar, insistiendo en que tenía que regresar al dojo. Le arrojó entonces su mochila —la cual Angelina ni siquiera recordaba haber traído del estadio, así que supuso que Miguel la había recogido por ella—, y la chica no tardó en buscar su teléfono después de atraparla.

Más de cuarenta llamadas perdidas y ochenta y dos mensajes de texto. Todos eran de Miguel, además de algunos provenientes de Aisha, Demetri y Halcón, y un solo mensaje de Daniel LaRusso.

Temía ver el contenido del ultimo, así que se dedicó a responder el resto.

Frases cortas, contestaciones escuetas asegurándole a sus amigos que se encontraba bien; algo en su interior se removió al ver cómo se preocupaban por ella, aunque no podía evitar preguntarse si era real. Dejó de último los mensajes de Miguel, y se planteó la posibilidad de sincerarse, de decirle que le hubiera gustado estar con él y solo con él en aquel momento; sin embargo, acabó arrepintiéndose, enviando una respuesta similar a la que le había dado a los demás.

No quería preocuparlos más. Ya había hecho suficiente daño.

Necesitaba una distracción, todavía no se atrevía a probar las muletas, así que acabó vagando por sus redes sociales. Se encontró inmediatamente con decenas de publicaciones sobre el torneo: un vídeo subido por Moon en el que se veía a Halcón luchando, una foto de Miguel sujetando su trofeo y unas cuantas más de sus compañeros en la cena de celebración. No obstante, lo que más llamó su atención fue un vídeo grabado durante la final del campeonato: la pelea entre Miguel y Robby.

Los rostros de ambos chicos irradiaban concentración, pero la tensión crecía más y más en el ambiente conforme analizaba el semblante de Miguel: la expresión feroz, la mirada depredadora, los movimientos hostiles. De vez en cuando, parecía que hablaban entre ellos, pero el moreno acababa lanzando una patada o un puñetazo cada vez que compartían menos de cuatro frases seguidas.

No le gustó lo que vio.

Y de repente, cuando pensaba que la situación no podía empeorar, recibió un mensaje por parte de un número desconocido.

Se mordisqueó el labio, tratando de descifrar si debía o no leerlo. Estuvo así durante unos segundos; analizó los dígitos, se preguntó qué debía hacer. En condiciones normales, habría ido corriendo hacia su tía, pues era ella quien manejaba su teléfono la mayor parte del tiempo. Collette decía que siempre había que proceder con cautela, que alguien tan joven como Angelina nunca podría saber si se trataba de un importante representante de baile o de algún oportunista tratando de aprovecharse de su talento, así que era ella quien tomaba las riendas.

Ahora que Angelina tenía el control, no sabía cómo manejarlo.

Sin embargo, se dejó llevar por la curiosidad, por sus impulsos, y acabó abriendo el mensaje.

Tan pronto como empezó a leer, sus ojos se abrieron de par en par.

"Hey. Soy Robby. Le pedí tu número al señor LaRusso.

Perdón por lo que pasó en el torneo, y también por lo que te dije la última vez que nos vimos. Estaba enfadado, lo pagué contigo. No debí haberte hablado así.

Por cierto, ese día estaba buscando tu ventana, no la de Sam.

Cuídate."

Definitivamente, eso no era lo que esperaba.

Robby Keene disculpándose: algo que nunca imaginó. Pensaba que era demasiado pretencioso, y seguramente tan orgulloso como su padre. Tal vez, solo tal vez, lo había juzgado antes de tiempo.

¿Y... la estaba buscando a ella? ¿No a Sam?

Cuando la presión en su pecho siguió creciendo mientras volvía a leer el mensaje, llegando al punto de hacerse insoportable, tuvo que apagar el teléfono rápidamente. Lo arrojó a su lado, con la pantalla boca abajo y una mano apretándolo, como si tuviese miedo a que escapara, a que el Miguel que había presenciado en el vídeo la mirase a través de la pantalla o que el mismísimo Robby se materializara frente a sus ojos.

Fue entonces cuando el sonido del aparato, anunciando una videollamada entrante por parte de Halcón, volvió a captar su atención.

Atendió de inmediato.

Sabía que estaba hecha un desastre, pero necesitaba una distracción, así que no se lo pensó dos veces.

—Angelina. —La voz de su amigo la recibió al instante. El muchacho sonrió, aparentemente aliviado. Aunque se escuchaba entrecortado, atenuado por el barullo que había en el restaurante en el que se encontraba, Angelina pudo escuchar el suspiro que salió de sus labios—. Estábamos preocupados por ti.

—Leí los mensajes. Gracias, de verdad —habló con sinceridad, forzándose a enterrar el mensaje de Robby en el fondo de su mente. No obstante, tuvo que fingir una sonrisa para anunciar lo siguiente—. Estoy bien.

—Bueno, no esperábamos menos de ti. De todas formas Miguel le dio su merecido al imbécil de Robby, así que puedes estar tranquila.

—Oh... claro.

—Hablando del campeón, ¿dónde mierdas está? —Angelina vio que Halcón levantaba la mirada, escaneando el lugar—. Ahí está. Pero con esa cara no parece un campeón, sinceramente.

—Pensé que estaría celebrando con ustedes. —Tragó con preocupación—. No... apartado.

—Ha estado así desde lo que te pasó en el torneo. —Dibujó una mueca, como si estuviera tratando de camuflar la lástima—. Ya sabes cómo es, se toma las cosas demasiado a pecho, sobre todo si se trata de ti. —Angelina sintió que su rostro se incendiaba; Eli rio con diversión—. Un poco más roja y te conviertes en un tomate. Cuidado, Bellerose.

—Cállate...

—Venga, vamos a animar a Miguel. Te llevo conmigo.

—No sé si es buena idea, Eli.

—Bueno, entonces te voy a colgar, iré hacia él, le preguntaré cómo está y él me lo dirá y tú no vas a saber qué le pasa...

—¡No! —interrumpió la rubia con rapidez. Al percatarse del tono desesperado en su voz, tomó una profunda bocanada de aire, forzándose a relajarse—. No. Solo... Quiero saber cómo está.

—Así me gusta.

—No quiero arruinarle la noche...

—¿A Miguel? Jamás le arruinarías la noche. Y no me mires así, no pienso discutir contigo.

» ¿Vamos, entonces?

Con un último asentimiento de cabeza, y con el corazón latiéndole a mil por hora al saber que tendría que hablar con Miguel, Halcón se dirigió hacia la mesa en la que se encontraba el moreno.

Fue justo entonces cuando Angelina se dio cuenta de que la llamada había sido silenciada.

El chico de la cresta dejó el aparato boca abajo sobre la mesa en cuanto se sentó al lado de Miguel, y lo último que vio la rubia antes de que la pantalla se tornara negra fue a Halcón guiñándole el ojo.

Viniendo de él, no podía significar nada bueno.

¡El Serpiente! —saludó el muchacho animadamente. Angelina trató de hablar, mas nadie le respondió; confirmó entonces que realmente no podían escucharla—. Por fin te veo.

—¿Así es como celebras un primer puesto?

Detectó la voz de Aisha, y decidió entonces que era momento de colgar la llamada. Tal vez Halcón se había equivocado, o quizás estaba planeando otra de sus molestas bromas. De cualquier forma, no quería entrometerse en una conversación que no le correspondía.

—Me ha bloqueado.

Pero, en cuanto indentificó a un apagado Miguel, Angelina se detuvo en seco.

Con la curiosidad arañándole los talones, supo de inmediato que el muchacho se refería a Sam —últimamente usaba ese fúnebre tono de voz cada vez que hablaba de ella—, así que no pudo resistirse.

Se planteó si estaba haciendo lo correcto, si tal vez debió haber terminado la llamada en cuanto vio la expresión traviesa de Halcón. Sin embargo, algo en ella la obligó a seguir escuchando.

—¿Y qué pasa si te bloquean? Contraatacas. Aunque, esta vez no le pegues de verdad. —Sonó un golpe directo a la nuca, seguido de un quejido por parte de Halcón—. Joder, Aisha. ¿Qué? ¿Muy pronto? —gruñó por lo bajo—. Mira, no te rindas y ya.

—Da igual, ya no hay nada que hacer. Pero es que eso no es lo que me molesta. Creo que... —Miguel se detuvo, y el corazón de la rubia dio un salto intrigado al notar que su voz derrochaba sorpresa y confusión, que dudaba a la hora de escoger sus siguientes palabras—. Creo que no me importa.

¿No le importaba? ¿Cómo que no le importaba?

—¿Y? ¿Eso no es bueno? ¡Eres el campeón! Te podrías ligar a cualquier chica que quisieras. ¿Por qué conformarte con una princesita que no te valora?

—Miguel, está claro que ambos la cagaron. Es una ruptura, es normal que te haya afectado.

» Tampoco tienes que sentirte culpable por seguir adelante. La querías, sí, pero las cosas cambian.

«La quiere», pensó Angelina.

Aisha y Halcón se habían confundido. Miguel quería a Samantha, llevaba un buen tiempo tratando de recuperar su confianza, andando por los pasillos de la escuela como un muerto en vida. Aquello solo podía significar que la hija de Daniel LaRusso era la persona que realmente le importaba.

Pero Miguel no corrigió las palabras. Se quedó callado, y Angelina se removió en su lugar con un nudo en la garganta, ansiosa e inquieta.

—Es más simple que eso —añadió Halcón—. Eres una estrella, aprovecha.

—No sé si quiero serlo —murmuró Miguel.

—Tranquilo, no lo eres.

Los tres rieron ante el comentario de Aisha, pero Angelina solo pensaba en que las carcajadas de Miguel eran demasiado tenues, débiles, totalmente diferentes a él.

Y si ya creía que había escuchado demasiado, lo siguiente que dijo el muchacho la dejó completamente congelada.

—¿Y si no quiero muchas chicas? —preguntó por lo bajo—. ¿Y si solo quiero a una?

—Eso también está bien.

—Entonces tengo que irme.

Ante la contestación determinada de Miguel, Angelina mordió el interior de su mejilla, tratando de mantenerse callada para no despertar a la abuela Rosa. No obstante, se hallaba en el borde de su asiento, con demasiadas preguntas atacándola y desesperada por escuchar el final de aquella película.

—¿A dónde vas, Serpiente? ¡Estamos celebrando tu triunfo!

Miguel no respondió en los próximos segundos. La tensión incrementó un poco más. Angelina sintió el aumento de sus latidos contra sus costillas, la incertidumbre brotando del sudor frío que cubría a sus manos.

—Voy a ver a Ángel.

Fue entonces cuando soltó todo el aire que había estado acumulando sin darse cuenta. Sintió que una corriente eléctrica se deslizaba por su columna vertebral, acompañada de un extraño revoloteo en la base de su estómago. Su piel cosquilleó, y sabía que la sensación era conocida, que la experimentaba cada vez que Miguel ponía una mano en su espalda baja, cada vez que la hacía reír, cada vez que sentía la calidez de su aliento cuando luchaban.

Sin embargo, esta vez la sensación era más fuerte, más confusa, intensa, incontrolable.

De pronto, la pantalla de su teléfono ya no era negra. Halcón fue el primero en recibirla, una sonrisa tan satisfecha como burlona en su rostro, y Angelina comprendió entonces que no había sido un simple error, que el muchacho lo había preparado todo.

Parpadeó. Dos, tres, no supo cuántas veces más. Sus labios cayeron entreabiertos, trató de decir algo, pero su mente estaba desperdigada en el espacio.

—Hey, —la llamó Halcón. Angelina solo asintió distraída y el muchacho dejó escapar algunas carcajadas—, sabíamos que iba a ir a buscarte tarde o temprano. Queríamos que lo vieras.

Oyó a Aisha tratando de contener su propia risa, y entonces entendió que ella también había estado involucrada en la trampa.

—¿Para qué? —soltó lo primero que se le vino a a la cabeza.

—No sé, dínoslo tú. —El chico arqueó una ceja, expandiendo aún más su sonrisa—. ¿Te parece que a Miguel le sigue importando la princesita?

—¿Para qué? —insistió en lugar de responder, esta vez con más firmeza.

—Alguien tenía que golpear primero, ¿no? —rio Aisha—. ¿Por qué no nosotros? El resto tienen que hacerlo ustedes dos.

—Ven cosas donde no las hay. Soy su amiga. Quiere estar conmigo, y yo quiero estar con él. Eso es todo.

—Angelina...

—Ven cosas donde no las hay —interrumpió entre dientes. Un afilado silencio la recibió del otro lado de la pantalla. Su estómago se desplomó de golpe, dejando de maquinar, y el arrepentimiento no tardó en alcanzarla al ver que las expresiones de Eli y Aisha habían caído por su culpa—. Lo siento, lo siento... —repitió avergonzada—. Es que...

No quería hacerse ilusiones. No quería, y no podía.

Había aprendido de su accidente. Mientras más subiera, más fácil sería caer al precipicio. Cuando creyó que pasaría el resto de su juventud en Rusia, bailando como miembro oficial del Ballet Bolshoi, sus expectativas habían sido demasiado altas. Y entonces acabó con una rodilla prácticamente inservible, una carrera arruinada, y la cicatriz imaginaria había quedado tatuada en cada parte de su alma.

Ya no tenía espacio para más marcas. Era mejor mantenerse en el vacío en lugar de llegar a la cima.

—De verdad te gusta Miguel —afirmó Halcón al otro lado de la línea.

Lucía sorprendentemente serio, empático, más similar a Eli que a Halcón.

—Um, sí —murmuró finalmente, derrotada. Les dedicó una diminuta sonrisa, desesperada por escapar—. Buenas noches, chicos.

{ ⊱ ✠ ⊰ }

—Hey, hey. Tranquila. Soy yo.

La primera cosa con la que se topó al abrir los ojos fue a Miguel Díaz con uno de sus zapatos en mano.

Miguel.

Suspiró su nombre. Posó una mano en su pecho al sentir que el corazón amenazaba con atravesarle la piel. Se había levantado de golpe, asustada y en alerta. Por un momento, pensó que estaba de vuelta en el mismo tatami del campeonato, pero rodeada de sus antiguos compañeros de baile. Sabía también que había estado soñando, pero las imágenes eran borrosas, y no recordaba más que una sensación de angustia, reconocible incluso con los párpados cerrados.

Inhaló y exhaló, repitió el proceso, contó las veces que subían y bajaban sus pulmones, y finalmente el mundo se hizo más claro. Aunque era de noche, lo primero en lo que pudo fijarse fue en la expresión pensativa de Miguel, quien la analizaba en silencio. Se quedaron así por unos cuantos segundos, viéndose el uno al otro, hasta que los ojos del chico pararon más abajo. Solo entonces, Angelina se percató de que tenía los puños apretados, como si se estuviese preparando para una pelea, y que el sofá en el que previamente se encontraba había sido reemplazado por las sábanas de la cama de su mejor amigo.

—Estás bien. No tienes que apretarlos —habló el muchacho en voz baja—. Sigue durmiendo, Ángel.

Tenía la boca demasiado seca como para decir algo; la mente extrañamente nublada. Todavía no se había acostumbrado del todo a la luz lunar que entraba por la ventana, pero simplemente le hizo caso al muchacho, apoyando su espalda en el colchón y aflojando los puños. Poco después, con la mirada pegada al techo, escuchó que Miguel se agachaba con cuidado, empezando a desatarle las cuerdas de su otro zapato. Sus ojos fueron hacia él instintivamente, y el simple hecho de ver cómo retiraba el objeto con delicadeza logró que un corrientazo se expandiera desde el centro de su pecho.

Lo apreciaba demasiado. Tanto que, últimamente, llegaba a ser abrumador.

Recordó entonces lo que había pasado antes de que cayera dormida. El mensaje de Robby, la videollamada con Halcón y luego Aisha, Miguel diciendo que iba a ir a verla, ella admitiendo que le gustaba. Notó los dedos del muchacho rozándole la piel del tobillo antes de quitar por completo el zapato, y su pulso incrementó en respuesta.

—Viniste...

—Sí. —Angelina no podía verlo con claridad, pero escuchó la sonrisa en su voz—. Quería verte.

—¿El campeón del torneo... quería verme a mí?

Sus párpados comenzaron a caer lentamente, como una pluma. Oyó algo parecido a una risa, pero sus sentidos estaban tan cansados como ella, así que creyó que lo había imaginado.

—Claro que el campeón quería verla, señorita —murmuró el moreno con diversión. Seguidamente, Angelina sintió que algo era extendido sobre su cuerpo; pronto lo identificó como una manta, y no tardó en acurrucarse bajo ella—. ¿Cómo está tu rodilla?

Cuando percibió la preocupación en su voz, el sueño la abandonó con rapidez.

—Duele —respondió, abriendo finalmente los ojos—, pero podría ser peor.

—¿Y qué es peor, Ángel? —Pareció dudar, como si se estuviera planteando si debía o no seguir hablando. Sin embargo, continuó, esta vez con más cautela—. Lo de tu cicatriz, ¿no? ¿Lo que sucedió en tu accidente?

Angelina simplemente asintió, agotada.

Miguel frunció el ceño.

—Nunca me has contado qué pasó exactamente.

—Rompí mi ligamento cruzado anterior. Intentaron reconstruirlo con una operación. Luego se dieron cuenta de que otras partes estaban dañadas así que... optaron por una operación de reemplazo de rodilla —recitó quirúrgicamente, admitiendo lo justo y necesario. Todavía no estaba del todo consciente, y una parte de ella sabía que, en cualquier otro momento, no hubiese dicho nada; aun así, en aquel instante no tenía completo control sobre su boca—. No salió del todo bien. Tuve que volver a aprender a usar mi pierna derecha.

—¿Pero qué pasó realmente? —La pregunta de Miguel la tomó por sorpresa. Vio que el muchacho apretaba la mandíbula, recordándole a aquella expresión enrabiada que mostró en el torneo—. Dilo como si no fueras un robot. ¿Quién te hizo eso?

—Fue un accidente.

—Eso ya me lo has dicho, pero es mentira.

Angelina tuvo que aguantar la respiración para evitar maldecir en voz alta.

—¿Cómo... cómo lo sabes?

—Um, te muerdes el labio cuando mientes.

—¿Qué? —preguntó con el rostro enrojecido—. No, no lo hago...

—Lo acabas de hacer otra vez.

En cuanto se percató de que era cierto, Angelina tensó la mandíbula, con las mejillas aún más acaloradas que antes.

—Oye, —El moreno suspiró—, no tienes ni idea de lo enfadado que estoy en este momento sabiendo que a alguien como... —Pausó, dejando los labios entreabiertos, como si estuviese buscando la palabra adecuada—... le ha pasado algo así. —Sonrió con tristeza—. Pero sé que no te gusta la lástima, o que se preocupen por ti, o a lo mejor es algo que todavía no entiendo...

» Como sea. —continuó, cerrando momentáneamente los ojos—. Perdón por insistir. No tienes que decírmelo todo. Solo quiero que sepas que estoy aquí y que puedes contar conmigo. —Le dio un ligero apretón a su rodilla izquierda—. Siempre.

Angelina se quedó quieta, tratando de mantener una apariencia calmada, pero sabía que no podría aguantar por mucho tiempo más.

Se sentía patética al hablar del tema. Y no quería darle el peso de sus traumas a nadie más, mucho menos a Miguel.

—Vas a cargar con el problema como si fuera tuyo y no... no quiero que lo hagas.

—Lo cargaremos juntos —insistió el muchacho—. Somos un equipo. No voy a dejarte sola con eso.

Equipo.

Eso sonaba bien.

Y entonces el secreto subió por su garganta, la tensión disminuyó en su pecho. Quizás era momento de abrirle su caja fuerte a la única persona que merecía la contraseña.

«Enfrenta tus miedos», le susurró una voz en su cabeza, recitando las palabras que le había dicho el senséi Lawrence horas atrás. Temía que Miguel la considerara débil—aún más débil, tomando en cuenta todo lo que había pasado en el torneo. Sin embargo, tarde o temprano tendría que decírselo a alguien; de lo contrario, no sabía cuánto tiempo más podría aguantar sin explotar.

Solo quería que sus demonios la dejaran tranquila. Tal vez si los exponía, todo estaría mejor.

—Fue en mi antigua academia de baile. —Las palabras salieron crudas, rasposas, arañándole cruelmente la tráquea. Carraspeó en un intento por dominarlas, recolectando toda la fuerza que pudo para no titubear. No obstante, se vio incapaz de ver a Miguel a los ojos—. Hace un año, gané una beca para ir a practicar ballet en Rusia. Solo había una plaza disponible, y digamos que... a mis compañeros no les gustó que yo fuera elegida. N-no me llevaba muy bien con ellos.

» También me gustaba un chico... —admitió avergonzada—. Me invitó a salir un día, después de be-besarme. —Su voz empezó a entrecortarse. Tragó en seco, tratando de recuperar la respiración—. Me pidió que lo esperara en el aparcamiento de la academia cuando acabaran las clases, que ahí me vería y nos iríamos en su coche. Y... no lo recuerdo muy bien, pero sé que solo intentaba distraerme. Luego llegaron algunas de las otras chicas que bailaban conmigo, un par de chicos tal vez...

» Me atacaron, no sé por cuánto tiempo —soltó finalmente—. Escuché que querían evitar que pudiese usar la beca, así que el mismo chico que me gustaba saltó sobre mi pierna. —Clavó sus uñas en el colchón, ocultándolas bajo la almohada de Miguel. Apretó cada uno de sus músculos en un intento por aguantar el llanto—. Una instructora me encontró en el aparcamiento.

» La academia le pagó a mi tía para que no presentara cargos... No querían dañar su reputación. También se supone que no debería practicar deportes de alto impacto, pero el kárate me ha enseñado a defenderme, aunque ni siquiera los LaRusso lo saben... Ya no duele tanto como antes, cojeo menos. —Sonrió de manera temblorosa—. Todo gracias a ti.

Por primera vez desde que empezó a hablar, se atrevió a ver a Miguel. Sus iris brillaban en la oscuridad, como si estuviesen cargados de lágrimas.

Sin embargo, no la observaba con lástima.

La miraba con algo diferente.

Fue entonces cuando dejó salir el primer sollozo, y Miguel se lanzó directamente a abrazarla.

Ambos acabaron acostados, aferrados el uno al otro: el rostro de Angelina apoyado en el pecho del moreno; los brazos de Miguel alrededor de su cuello, una de sus manos sujetándole la nuca y sus dedos enterrados entre mechones de cabello dorado. Las lágrimas salieron como cataratas de los ojos de Angelina, arrastrando el miedo que la había mantenido presa durante tanto tiempo. Era aquel tipo de llanto arrebatador, de ese que hay que contener con una mano en la boca y otra en el corazón, luchando por no romperse en pedazos.

Quería detenerse, pero otra parte de ella sabía que por fin se estaba liberando, que tenía que dejarlo salir.

Solía sentirse tan sola... y ahora estaba acompañada.

—Eres la persona más fuerte que conozco —susurró Miguel al ras de su oreja, sujetándola con más fuerza.

—No quiero llorar —consiguió decirle. Cerró los ojos, tomó una profunda bocanada de aire—. Perdón, pero es que...

—Estoy aquí, y te quiero, y no me importa si necesitas quedarte llorando toda la noche —continuó Miguel por ella—. No me iré, Ángel.

Estuvieron así durante los próximos minutos. Piernas rozándose, latidos erráticos recuperando poco a poco un compás tranquilo, calor y apoyo compartido. En algún momento, las lágrimas simplemente dejaron de salir, y entonces lloró en silencio, sintiendo que su corazón trataba de armarse ladrillo a ladrillo.

Quizás eso era todo lo que necesitaba. A él, a su mejor amigo, sujetándola como si fuera a desaparecer en cualquier momento, acompañándola sin tener que decir nada.

Para cuando se atrevió a volver a hablar, se había quedado ronca. Se separó ligeramente de él, dispuesta a verlo una vez más.

—¿Y la celebración? —cuestionó débilmente.

—No estuviste para verme ganar. Ahora quiero estar contigo —explicó Miguel con simpleza, apartando el cabello que caía sobre el rostro de Angelina—. Y no... no me apetece celebrar, sinceramente.

—No puedes quedarte por mí. —Negó inmediatamente—. No voy a hacer eso. No te voy a arrastrar conmigo.

El moreno ni siquiera intentó continuar. Su manzana de Adán subía y bajaba en tensión; miraba a un punto indefinido sobre las sábanas, evitando los ojos de la chica.

—Miggy, algo te pasa. —Angelina apoyó una tímida mano en su mejilla, tratando de captar su atención. Finalmente, los ojos de Miguel acabaron fijándose en los suyos; derrochaban confusión, duda, incluso una pizca de frustración: lo mismo que había escuchado en su voz durante aquella videollamada—. ¿Es por Sam? —se atrevió a preguntar.

Sam. —Rio con amargura—. No quiero hablar de ella ahora, ¿sí?

Angelina solo asintió. Sin embargo, una especie de vacío se instaló en su estómago. Sentía que aquella respuesta no era suficiente, que había algo que Miguel estaba ocultando.

Aun así, se quedaron en silencio, y, en algún punto, el moreno se acercó más a ella, escondiendo su cabeza en el cuello de la muchacha.

Sin darse cuenta, ella también lo abrazó con más fuerza.

Y entonces escuchó que Miguel se quejaba contra su cuello, soltando un suspiro frustrado. Mientras fruncía el ceño, Angelina pasó las manos alrededor de su espalda. Podía sentir que los latidos del muchacho se habían acelerado, que estaba tratando de contener algo, como un niño oculto bajo su cama.

«¿Qué sucede?», se preguntaba, pero no se atrevía a decirlo en voz alta.

No obstante, Miguel habló por sí solo.

—No sé qué está pasando conmigo —murmuró exasperado; su aliento impactando contra el cuello de Angelina—. Sam dijo cosas —continuó en otro susurro.

—¿Cuándo?

—Después de, um, lo que te pasó. —Se aclaró la garganta con incomodidad—. Fui a disculparme por lo que hice en la fiesta.

—¿Y... qué te dijo?

—Que he cambiado —respondió escuetamente, con un tono de voz apagado—. Robby también dijo cosas.

Inconscientemente, Angelina clavó las uñas en la camiseta de Miguel.

¿Robby?

Asintió contra su cuello: —Mientras peleábamos. Dijo que estuvo en tu habitación el otro día.

—No contó la historia completa... Él estaba tirando piedras a mi ventana y...

—No te voy a pedir explicaciones. No lo mereces, y ya la he cagado suficiente al hacerlo. —Suspiró con pesadez, recordando lo que había pasado con Sam—. Solo... quiero saber una cosa.

Angelina lo sintió en sus huesos.

Nervios trepando por cada una de sus extremidades, colándose por su piel hasta llegar al centro de su cuerpo. Sus latidos se habían trasladado hasta sus tímpanos, opacando el ruido del mundo exterior. Tal vez no era nada importante, tal vez estaba exagerando, pero habían pasado demasiadas cosas—no tenía fuerzas para controlar las reacciones de su cuerpo y, tomando en cuenta que el nombre de Robby estaba involucrado, no sabía qué esperar.

De alguna manera, se sentía como si estuviese anticipando un golpe.

Lo que sea —se las arregló para responder finalmente.

—¿Hay algo entre él y tú?

¿Por qué quería saber eso?

¿Por qué parecía tan nervioso preguntándolo?

¿Por qué había ido a visitarla?

Una pregunta por latido, una emoción desconocida floreciendo en su pecho. No quería ilusionarse, no quería ilusionarse...

—No es Robby quien me importa.

Ni siquiera se dio cuenta de lo que había dicho, de que estaba sugiriendo que alguien más le importaba.

Y ese alguien era Miguel.

Oh —fue lo único que dijo el moreno. Finalmente, separó la cabeza del cuello de la muchacha, mirándola una vez más a los ojos. Se quedó en silencio por unos segundos, aparentemente pensativo—. ¿Sabes cuál es el problema?

De repente lucía más convencido, acompañado por la determinación que siempre desfilaba en su rostro cuando entrenaba con Johnny, pero expresión cambió en menos de un parpadeo.

Volvió a apartar la mirada, soltó un suspiro pesado, sacudió la cabeza.

Parecía casi... arrepentido.

—Miguel...

—Da igual, Ángel. —Le mostró una pequeña sonrisa—. Se te están cerrando los ojos. Duerme.

Angelina quiso rechistar.

Intentó seguir peleando, intentó pedirle explicaciones, intentó preguntarle una de esas tantas interrogantes que se le habían pasado por la cabeza. No obstante, sus párpados la traicionaron, actuando sin su permiso, y el sueño no tardó en atraparla entre sus fauces.

Por primera vez en todo el día, sus músculos se relajaron por completo.

—El problema es que eso me alivia.

Y creyó escuchar algo justo antes de caer dormida, creyó sentir una mano acariciando brevemente su espalda, pero supuso que había sido su imaginación.

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𝔫𝔬𝔱𝔞 𝔡𝔢 𝔞𝔲𝔱𝔬𝔯𝔞  ⊰

¡feliz año nuevo, queridos lectores! ¡aquí está la primera actualización del 2022!

¿cómo se encuentran? yo tengo que admitir que he disfrutado del primer día del año viendo la cuarta temporada de Cobra Kai, y solo puedo decir que no puedo esperar a que llegue la quinta.

pasando ahora al capítulo de hoy, nos encontramos con la parte introductoria del segundo acto de esta historia. me ha costado mucho acabarlo, no sabía muy bien cómo proceder con las narraciones y tuve una especie de bloqueo, pero al menos he logrado terminar. no es mi trabajo favorito y me preocupan un poco sus opiniones, queridos lectores, pero no sabía cómo proceder de otra forma. me preocupa que sea poco contenido, aunque tengo planeado que el siguiente tenga más acción y diferentes escenas. al menos es un capítulo especial, pues no sé cómo acabé incorporando tres de las frases que están publicadas al principio de la historia, en el apartado del reparto: la de Angelina, la de Johnny y por último la de Miguel.

por fin Angelina ha abierto su caja fuerte, es un gran paso para ella; mi niña está saliendo poco a poco del hueco en el que se enterró. por otro lado, Miguel y Angelina todavía tienen cosas por resolver y mucho que crecer.

solo puedo decir que huele a Miguelina, y es más fuerte con cada capítulo. (;

como preguntas del capítulo de hoy, solo me gustaría que me dijeran qué esperan ver en este  segundo acto. ¿qué creen que hace falta en la historia? ¿más drama, más escenas de Angelina y Miguel, más desarrollo de algunos personajes? cualquier opinión es bienvenida.

de esta manera me despido. los quiero mucho y les deseo todo lo mejor en este nuevo año. ¡gracias por acompañarme en este pequeño proyecto!

¡dejen un comentario, voten y compartan!

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