
002; 𝐏𝐀𝐑𝐓𝐘
VENOM — Ashtray.
002; ¡FIESTA!
ME ENCONTRABA EN EL instituto de East Highland, donde solía estar la mayor parte del tiempo realmente. Para situaros, habían pasado dos días desde que mi hermana y yo habíamos ido a la tienda de Fez y Ashtray.
—¿Una fiesta?— pregunté a la pelinegra que tenía a mi lado.
—Sí. Vamos, Nat, tienes que venir.— me pidió juntando sus manos.
Negué enseguida. —No, Maddy, tengo que cuidar de mi hermana. No puedo dejarla sola.
Volví mi vista de nuevo a mi cuaderno para seguir haciendo la tarea de matemáticas que el profesor acababa de mandar.
—¿Y tu madre?
—Ya lo sabes... en su salsa, por así decirlo.— evité tener que decir que mi madre apenas se hacía cargo de nosotras.
—Sí, entiendo.— hizo una mueca de compasión ante mí que no me gustó nada. —Y, ¿por qué no intentas hablar con ella?
Negué algo triste. —No sé... no quiero que se enfade.
—No pierdes nada por preguntarle. Mereces vivir tu adolescencia, solo tienes 16 años.
—Está bien, hablaré con ella.
Mis padres se habían divorciado hacía unos dos años, y desde entonces nada en la familia está bien. Mis abuelos se enfadaron con mi madre, y a ella le iba horrible en el trabajo.
Al tiempo, mi madre cayó en depresión, y esa era la razón por la cual mi madre pasaba casi todo el día en la cama durmiendo. Tomaba pastillas antidepresivas, y uno de los efectos secundarios era el constante sueño.
—¡Ya he llegado!— exclamé entrando por la puerta de casa.
Una cabellera morena se asomó al pasillo algo emocionadla. —¡Nati!
—Hey, Camille.— la saludé dándole un abrazo. —¿Has comido?
—Aún no.— respondió.
—Joder, son las tres y media ya.— me quejé. —Mamá dormida, ¿verdad?
—Ajá.
Suspiré algo candada y me dirigí a la cocina. —Está bien. Miremos algo para cocinar.
Al final hice unos macarrones con tomate y queso, que eran nuestros favoritos. Era muy cansado tener siempre que estar cocinando y limpiando, y cuidando de una niña como si de tu hija se tratase. Ese papel lo debía de desempeñar mi progenitora, no yo.
—¿Te gustan?— pregunté con una sonrisa a la morena.
Aunque era cansado como antes mencioné, siempre trataba de ponerle la mejor cara a mi hermana. Ella era pequeña, pero también estaba sufriendo por la situación, y no quería que por un casual pensase que era por su culpa o alguna cosa semejante.
—Por supuesto, está riquísimo.— respondió comiendo con algo de ansiedad. —Eres una gran cocinera.
Reí un poco ante su comentario. —Gracias, pero come despacio, anda.
—Sí, perdón.
Al finalizar de comer, le dije a mi hermana que se pusiese a terminar la tarea en su cuarto que le habían mandado. Después, limpié la cocina y fregué todo, dejándolo así completamente recogido. Me encantaba el orden.
Fui hasta la habitación de mi madre y abrí la puerta cuidadosamente sin hacer apenas ruido. La oscuridad reinaba, acompañado del completo silencio. Ni siquiera conseguía ver la cama o a mi madre. Me desplacé con sumo cuidado de no tropezarme con algo y conseguí llegar hasta ella.
Le di unos toques en el hombro tratando de que despertara, e hizo aquello pero sobresaltándose.
—¿¡Qué pasa!?— me preguntó alterada.
—Nada, nada, relájate.
—Joder, me has asustado.— se quejó volviendo a su posición inicial. —¿Habéis comido tú y tu hermana?
Asentí sentándome en un borde de la cama. —Sí, hice unos macarrones con tomate y queso.
—Perfecto, gracias.
—No es nada.— respondí. —Oye, ¿puedo preguntarte algo?
—Dime.
Carraspeé antes de contestar. —Mañana es sábado, y he pensado en ir a una fiesta hoy con Maddy. ¿Puedo?
—No.— respondió fríamente.
—¿Por qué?— pregunté poniéndome seria.
—Porque no, tienes cosas que hacer.
—¿Cómo qué? Si ya lo he hecho todo.
Ella lamió sus labios empezando a enfadarse. —La tarea, cuidar a tu hermana, limpiar la...
—Siempre estoy cuidando a mi hermana, y limpiando también. Me merezco salir a una fiesta hoy por una vez.— me atreví a decirle.
—¡Vamos a ver, Nathalia!— se incorporó bruscamente. —¿¡Tú mereces salir a una puta fiesta!? ¿¡Y yo no merezco nada entonces!?
—Eso no tiene nada que ver.
—¡Claro que sí! ¡Lo que eres es una egoísta y niña malcriada!— me gritó acercándose a mí peligrosamente. —¡Te pago las clases de fútbol sabiendo que estoy apunto de perder mi trabajo! ¡Y encima quieres estar saliendo todos los fines de semana!
—¡No! ¡Solamente he pedido salir hoy!
—¡No me grites!— exclamó mi madre furiosa. —¡Tengo depresión y tú no me ayudas en nada!
—¿¡Que no te ayudo en nada!?— pregunté ofendida, hasta que simplemente respiré y me calme en cuestión de segundos. —¿Sabes qué? Da igual. No voy, ¿contenta?
Me levanté y salí de la habitación escuchando como mi madre me llamaba repetidas veces, pero la ignoraba. Cada día la odiaba más.
Como un acto de ira o rebeldía, por así decirlo, agarre mi móvil y entré al chat de Maddy.
—Cuenta conmigo para la fiesta.
Guardé mi móvil y empecé a pensar cómo podría ir a la aquella fiesta sin ser vista o pillada. Y el plan fue bastante sencillo de idear. Pensaba escaparme.
—¿A dónde vas así vestidas, Nati?— se asomó Camille a mi puerta de la habitación sobresaltándome.
—¡Camille, por Dios! Te tengo dicho que no aparezcas así, algún día me vas a dar un infarto o algo.— respiré tranquilizándome.
—Lo siento.— se disculpó rascándose la nuca algo divertida.
—¿Qué haces despierta a las 12 y media de la noche?— le pregunté cruzándome de brazos.
—No podía dormir.— se excusó levantando sus bracitos. —¿Y tú? ¿A dónde vas?
Dudé en si contarle respecto al plan, pero ya me había pillado hasta vestida y todo, ya no podría ocultárselo. —Voy a una fiesta.
—¿A una fiesta?— susurró sorprendiéndose. —¿Y mamá lo sabe? ¿Te deja?
—No, pero realmente quiero ir. La última vez que fui a una fue hace... ¿3 años?— dude mientras pensaba. —Da igual, pero por favor, Cam, no se lo vayas a decir.
—No, no, tranquila.— negó sincera. —Pero ve con cuidado, y no bebas.
Sonreí algo maliciosamente antes de responder. —Lo último no te lo prometo.
—Nati...
—Está bien, lo intentaré.— le saqué la lengua antes de agarrar mi bolso y terminar de arreglarme.
Llevaba puesto un vestido rojo de lentejuelas bastante corto, y espero haberlo recalcado bien, con unos tacones cerrados y negros de aguja. Me encantaban los zapatos así.
—¿Por qué vas hacia la ventana?— cuestionó mi hermana viéndome entrecerrando sus ojos.
Me giré hacia ella antes de abrirla. —Voy a salir por aquí, si no mamá me escuchará.
—Por Dios, te vas a matar.
—Anda ya, no seas tonta.— reí ante su comentario. —Estamos en un primer piso, no me pasará nada. Vamos, vete a tu habitación a dormir.
Ella asintió algo dudosa. —Vale, pero ten cuidado.
—Que sí, Cami. Hasta mañana.
—Hasta mañana. Je t'aime.
—Je t'aime.
Después de eso me deslicé hasta caer al suelo. Mierda, Camille tenía razón. Me había hecho daño en el pie, gracias a Dios no era muy grave.
Agarré mi móvil y llamé a Maddy.
—Estoy llegando.
—Vale, gracias.
Cuando vi las luces del coche de la pelinegra no tardé en subir, y luego nos dimos un beso en la mejilla.
—Vas genial, tía.— me halagó haciéndome sonrojar.
—Gracias, tú te ves genial también.
—Hacía mucho que no salías de fiesta.— dijo algo melancólica. —Me he sentido algo sola sin ti...
Hice una mueca triste ante lo que la joven me acababa de decir. —Lo sé, Mads, y lo siento mucho. Siempre tuve que estar cuidando de mi hermana y mi madre, aparte de que tenía que estudiar y todo eso. Le di prioridad a lo importante supongo.
—Sí, lo entiendo. Eso es muy interesante, demuestra que eres una persona muy madura para tu edad. Solo tienes 16 años, eres muy joven.
La confusión me invadió. —¿Tú hablando así? Pareces filósofa, cállate.
Ambas nos reímos bastante, hasta que divisamos una gran casa de tres pisos con numerosas luces de colores que se podían apreciar por los grandes ventanales. Eso por no hablar de la grande cantidad de gente que se encontraba en la afueras del hogar conversando y riéndose, en el interior debía de haber mucha más.
—¿Emocionada?— me preguntó Maddy terminando de aparcar.
—La verdad es que no.— negué algo nerviosa. —Me arrepiento de haber venido.
Desde que mi madre enfermo y me tuve que hacer cargo de mi hermana para todo, fue una especie de cambio en mi persona y forma de ser. Pasé de ir de fiesta todos los fines de semanas a estar en casa por voluntad propia para cuidar a mi familia. Era mi prioridad.
—¿Por qué dices eso? Antes eras la primera en proponer irnos de fiesta por ahí.
—Ahí tenía como 13 años, no sabía lo que hacía.— la cara de confusión de la pelinegra aumentó. —¿Sabes qué? Da igual, vamos.
Bajé del coche seguida por Maddy, quien parecía aún seguir pensando el tema de antes. Si un vistazo a mi alrededor y pude reconocer a varias personas, lo que me tranquilizó bastante.
—¡Rue!— exclamé al ver a la morena acercarse a nosotras con una amplia sonrisa.
—Ey, ¿qué tal? Justo me iba pillar una hierbas en lo de Fezco y Ashtray.
¿Ellos dos estaban? Vamos, siuu. A darle por culo al calvo voy, refiriéndome a Ash, claro.
—Voy contigo, pero después.— comenté adentrándome a la casa sola. —Voy a pillar algo para beber.
Me alejé de ellas y fui directa a la cocina. Aunque no haya salido de fiesta en casi tres años o más, me conocía esa casa de arriba a abajo.
—Ey, tío, ¿qué tal?— saludé alegre a McKay.
El moreno se volvió hacia mi sin poder creérselo. —¿Nati? ¿Qué haces aquí?
—¿Qué ocurre? ¿No estoy invitada?— bromeé carcajeando mientras me preparaba yo misma un cubata.
—Sabes perfectamente que sí, hace mucho tiempo que no te veía, y mucho más que no vienes a mis fiestas.— dijo algo nostálgico.
—Sí, lo sé.— asentí dándole la razón. —He tenido problemas y eso, pero no importa.
Él entendió y desvió su vista a mi bebida. —Lo mismo de siempre, ¿eh?
—Ya te digo, echaba de menos esto.— comenté algo triste. —Espero venir más a menudo a partir de ahora.
—Sí, espero eso también.— me sonrió. —Bueno, voy a ir a saludar a gente.
—Claro, hasta luego.— me sonrió una última vez y dejó la cocina, quedándome algo pensativa.
—Hey.— la voz del ser humano que más odiaba en este planeta se acercó a mí.
Era Nate Jacobs, el gilipollas ex de Maddy. Bueno, eso de ex era bastante subjetivo. Unas veces cortaban, y a las horas te los podías encontrar juntos como si nada. Si hablamos de parejas tóxicas e inestables, está era el número uno.
—No me hables, payaso.— levanté mi mano con una mueca de asco pasando por su lado y saliendo de la cocina.
Di un sorbo mientras pensaba en algo que hacer, no encontraba a nadie que conociese en esos momentos; y la verdad es que me estaba agobiando un poco.
Vi a varias personas salir del salón de la casa, portaban una especie de cigarrillos que enseguida reconocí. Eran porros, y se me acababa de antojar uno.
Me dirigí hacia el interior del salón en busca de dos personas que sabía que me iban a vender aquello perfectamente.
Divisé un puesto rodeado de varias personas y enseguida acudí.
—Hey.— saludé seria.
Solo se encontraba el pelinegro. Su hermano probablemente estaba en el patio vendiendo.
—Vaya sorpresa, zanahoria.— como me llamaba hacía que mi vello se erizase. —Eres la última persona que esperaba ver aquí.
—Sí, he decidido venir al fin.
—Entiendo.— dijo mientras terminaba de contar el dinero. —Y, dime, ¿qué quieres de mí, Nathalia?
Lamí mis labios algo nerviosa mientras observaba todas sus facciones, el joven era realmente atractivo. —Quiero un porro, por favor.
Ashtray no pudo evitar reírse de mí. —"¿Quiero un porro, por favor?" ¿Qué maneras son esas de pedir droga?
—Solo estoy siendo educada.— me excusé cruzándome de brazos. —Cosa que deberías aprender a hacer tú.
—Como siempre te digo, me la suda.
—Y como siempre te respondo, te la secas.— lo desafié tratando de que se enfadara.
Me encantaba verlo enfadado. Era algo gracioso, pero eso por no hablar del miedo que daba cuando te recorría con su fría mirada, pareciendo armar un plan en su cabeza sobre cómo matarte sin ser descubierto. En fin, así era él.
—Bueno, Ashtray, ¿me vas a dar el porro o no?— pregunté empezando a impacientarme.
Él sonrió de lado juguetón. —No.
—¿Qué? ¿Por qué?— cuestioné levantando mis brazos.
—Porque no quiero, ¿te parece una buena razón?
—No, me recuerdas a un niño chico.— le dije levantando mi ceja.
Su expresión cambió a una de sorpresa fingida. —¡Dios! Me has ofendido muchísimo, hoy no podré dormir por cómo me has llamado.
—¿Sabes qué? Vete a la mierda.
—Lo hago por tu bien, Nathalia.— comentó serio.
—Es curioso que digas que lo haces por mi bien cuando tú vendes drogas a cualquiera.— reí irónica.
Él suspiró algo cansado. —Los otros me importan una mierda.
—Oh, ¿acabas de decir que te importo?— hice un puchero ante lo que había dicho el pelinegro, quien solo rodó sus ojos.
—No. Además, practicas deporte profesionalmente, se supone que no debes ni fumar ni beber.
—Y, ¿qué más da? Además, no suelo hacerlo.
—Vamos, no mientas. Sé perfectamente que sí, al menos fumar.
Me crucé de brazos molesta. —¿Me estás llamando mentirosa? Además, ¿tú qué sabes?
—No soy tonto.— respondió neutro.
—Eso es cuestionable.— comenté bufando.
—Vamos, dime que no es verdad que fumas todos los días.— me retó apoyándose en la mesa mientras me miraba fijamente.
Respiré tratando de centrarme, pues sus ojos y su profunda mirada no me dejaban pensar y hablar con claridad.
—No es verdad, no fumo casi nunca.— dije desviando mi vista tratando de convencerme a mí misma para que sonase real.
—Niña mentirosa.— sonrió juguetonamente el pelinegro. —Ahora mírame a los ojos y dilo.
—Yo...— mierda, no podía. —¡Que te den! Voy a buscar algo de hierba por ahí, que seguro que ahí.
Él asintió vencedor mientras me veía marchar. —¡Sí, seguro que hay!
Le levanté el dedo corazón mientras salía de allí. ¿Quién podría tener varios malditos porros? Ya sé, Rue.
—Rue, ¿dónde estás?— con una mano sujetaba el teléfono y con la otra me tapaba un oído.
Al haber tanta gente en la fiesta pasé por completo de buscarla por todos los rincones de aquella gigante casa, y así llamarla para saber dónde estaba.
—¡Nati! Tienes mucha suerte de que siga sobria. Estoy en el baño de la segunda planta, el primer no, el tercero del pasillo.
—Vale, voy para allá.
Subí las escaleras energéticamente hasta encontrar la puerta, la cual tenía el pestillo echado. Llamé un par de veces hasta que me abrieron.
—Vamos, pasa.— me dijo Rue cerrando de nuevo la puerta detrás de mí.
—Rue, ¿qué tienes aquí montado? Por Dios.
La tapadera del WC tenía una parte cubierta de polvos blancos o incluso verdes. Sabía perfectamente lo que aquello era, lo que yo estaba buscando.
—Estoy enrollando porros.
—¿Cuántos tendrás con todo eso?
—Unos 12 calculo. ¿Quieres alguno?— me ofreció mirándome.
Asentí algo insegura. —Quiero tres, por favor.
—Claro, Nat. Pero, ¿no los habías dejado? Quiero decir, solo fumas cigarros. Llevas 2 años y medio sobria de porros e hierbas.
Ella era la única junto con otra persona que sabía aquello, era un tema que me avergonzaba bastante. —No, qué va.
—¿No?
—No, no.— negué tratando de parecer segura.
—Entonces, toma.
Me entregó aquellos tres rollitos blancos que desde hacía tanto ansiaba. Me llevé uno a la boca sin perder tiempo y lo encendí con el mechero de Rue.
Inhalé el humo sintiendo un completo alivio que tanto había añorado; bien sabía que era de lo mas perjudicial para mi salud, pero lo bien que me hacían sentir superaba todo los problemas.
—Wow, tómalo con tranquilidad.
Cerré mis ojos sentada en la pared del baño mientras que con un gesto le indicaba que guardase silencio, iba a disfrutar aquel momento como si fuese el último.
No sabía el tiempo que había pasado, ni siquiera la cantidad de porros que había fumado. ¿3? Eso no era ni la mitad.
—Ahí está, dormida.— escuché la voz de Rue hablar con alguien en la puerta del baño donde yo estaba.
¿Estaría hablando con mi madre? Anda ya.
—¿Me has llamado solo porque esta dormida?— una voz varonil inundó mis oídos.
—Yo no diría que está completamente dormida...— respondió Rue algo insegura.
—¿Que quieres decir con eso?
Ella suspiró cansada. —No se, pero quédate con ella. Me tengo que ir ya, Jules me lleva.
—¿Qué? ¡Espera!
La morena se ha unido ya cuando el joven se quedó en la habitación conmigo. Escuché sus pasos acercarse a mí y agacharse para estar a mi altura.
—Eh, zanahoria, vamos.— me zarandeó ligeramente para despertarme. Noté como frenó al ver que no me despertaba. —Eh, vamos, despierta.
Su semblante cambió a uno bastante preocupado al verme aún con los ojos cerrados. —¡Eh, Nathalia! ¡Despiértate, vamos! ¡Eh!
—Ya, ya.— reí como una loca, había estado fingiendo todo.
—Serás estúpida.— escupió el joven mientras me observaba molesto.
Algo pareció llamarle la atención cuando me agarró algo brusco para mi gusto mi barbilla.
—¡Auch, Ashtray!— lloriqueé mientras apoyaba mi mano en su brazo.
—¿Qué coño has consumido?— me preguntó serio. —Tienes los ojos demasiado rojos, parecen que tus venas se van a reventar.
—Puede que un par de porros.— no entendía porque comencé a reírme de repente.
—¡Déjate de tonterías!— exclamó enfadado. —¿Te das cuenta lo que has hecho? ¡Llevabas casi tres años sobria! ¿Cuántos te has fumado?
Pensé durante unos segundos y respondí en voz baja. —No lo sé. Tengo derecho, ¿vale?
Oh, oh. Me estaba empezando a enfadar. No tenía control sobre mis palabras, iba a reventar.
—¿Cómo que tienes derecho?— se cruzó de brazos dispuesto a escucharme.
—¡Tengo derecho a poder olvidarme un puto día de todos los problemas que tengo!— exclamé furiosa.
Ashtray respiro y se dirigió a la puerta para cerrarla con pestillo y luego volver conmigo.
—¡Me da igual que llevase tres putos años sobria! ¡Lo que quiero es morirme ya! ¿No te das cuenta?
Noté como su semblante cambió a uno ligeramente preocupado. —¿Qué?
—¡Lo has escuchado perfectamente! Lo único que me mantiene aquí es mi hermana, y lo único que puedo hacer para desquitarme es beber y fumar hasta no recordar nada.— me sinceré con una triste voz rota mientras las lágrimas se formaban en las orillas de mis ojos.
—¿Y qué crees que pensará ella de lo que me acabas de contar?— respondió el pelinegro mientras se cruzaba de brazos mirándome. —¿Qué pensará sobre que su hermana mayor se droga como solución a sus problemas? ¿Quieres ser su ejemplo siendo así?
Pensé durante unos segundos lo que me estaba diciendo. —Yo solo quiero sentirme bien.
—Hay muchas maneras aparte de drogarse.
—Lo sé.— acepté jugando con unos anillos de mi mano, hasta que de repente empecé a reírme como una loca al recordar algo.
—Levántate, vamos.— con ayuda del joven conseguí mantenerme. —Te llevo a casa.
—¿Y Fezco? Lo vas a abandonar.— reí mientras bajábamos las escaleras.
Él negó mientras buscaba a su hermano con la mirada. —No, él se va con Lexi.
—¿Con Lexi?— pregunté para asegurarme. —Huy...
—Ya, cállate.— se quejó. —Allí está, vamos.
Un pelirrojo estaba en el mismo puesto en donde había estado Ashtray minutos atrás.
—¡Eh! ¿Dónde estabas, bro?
Ashtray me señaló mientras recogía varias de sus cosas. —Voy a llevarla a su casa.
—¿Qué le ha pasado?— cuestionó acercándose preocupado.
Con un gesto de manos le indicó que había fumado, por lo que el adulto entendió enseguida.
—Está bien. Tened cuidado, y cuídala
Asintió y nos fuimos fuera, dirigiéndonos al coche de los hermanos. Fuera bromas, era un todoterreno negro, un buen coche.
—Vamos, sube.— me abrió la puerta y me ayudó a subir.
—¿Cuánto queda para llegar?— pregunte bostezando.
—Teniendo en cuenta que aún ni he arrancado el coche, diría que unos 30 minutos más o menos.
—Está bien.
Me acomodé en el blando sillón y cerré mis ojos respirando paz, literalmente. Pensaba dormir todo lo que pudiera.
De nuevo, no sabía el tiempo que había pasado desde que me monté en el coche. Peor lo que había dormido me sentó genial, estaba como nueva; el efecto de los porros ya había disminuido en su mayoría.
—¿Cuánto he dormido?— pregunté algo desorientada.
—¿Qué?— dijo confundido. —Creo que no has dormido más de 5 minutos.
—Oh...— miré por la ventana durante un buen rato, hasta que algo llamó mi completa atención. —¡Para, para aquí!
—¿¡Qué pasa!?— frenó en seco para luego aparcar a un lado.
—Ven, vamos.
Bajé del coche y fui casi corriendo a un campo de fútbol donde había estado hace años jugando, y no sola.
—¡Eh, espera!
El pelinegro echó a correr detrás de mí, hasta que llegamos.
—Vamos, ayúdame a subir.— le pedí agarrándome a la verja.
Él negó serio. —No, ni hablar.
—Vamos, Ash, por favor.— le pedí juntando mis manos. —Quiero jugar un rato. Prometo que cuando tú me digas nos vamos.
El joven se lo pensó durante unos segundos y no se como al final acabó accediendo. Se agachó y puso sus dos maños de forma en la que yo podía impulsarme y subir la verja.
Caí con cuidado, no como la vez que caí del balcón de mi habitación, y esperé a que él pelinegro hiciera lo mismo. Me sorprendí al ver cómo el escalaba la verja y la pasaba con una increíble facilidad.
—Voy a por un balón.— anuncié entrando a la caseta del campo, siempre la dejaban abierta.
Al volver me situé enfrente de Ashtray dispuesta a retarlo.
—¿Revancha?— propuse con una sonrisa.
—¿Qué revancha?— dijo él confundido.
—¿No recuerdas? Jugamos un partido los dos con 10 años.— respondí nostálgica, sin poder evitar que una sonrisa se plasmase en mi rostro al recordar.
—¿Todavía te acuerdas de eso?— preguntó sorprendido. —Eres de lo que no hay.
Me crucé de brazos impaciente. —Entonces, ¿eso es un sí o un no?
—¿Piensas jugar en tacones?
—¿Acaso tienes miedo?— respondí de la misma forma con una sonrisa maliciosa.
—Yo era por si te partías un tobillo o algo. ¿Lista para perder?
—Perder no está en mi vocabulario.
Y así fue como nos pasamos cerca de dos horas jugando en el campo de fútbol donde habíamos estado hacía 6 años haciendo lo mismo, no pudiendo evitar tener dèja vu(s) en cada instante.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro