𝐑𝐄𝐂𝐔𝐄𝐑𝐃𝐎 𝐀𝐆𝐑𝐈𝐃𝐔𝐋𝐂𝐄
Capitulo 2
Sentí el agua pasar entre mis dedos, tan suave y tan rápida como si quisiera escaparse de mi piel, y el lago con su enorme cascada, me hacía sentir fascinada; sumergida en un mundo que solo podría imaginar. Nunca había estado en un lugar como ese, pero de alguna manera se me hacía conocido, como si una parte de mí supiera que pertenecía ahí, donde nadaba libre y feliz como nunca antes, mientras mis manos se agarraban de las de alguien más.
Él estaba a mi lado, tan fuerte y tan seguro, haciéndome flotar en el agua, pero aunque la sonrisa de su rostro mostraba que parecía estar disfrutando el momento, había algo que no puedo descifrar bien, porque a pesar de todo, yo sabía que él no estaba totalmente cómodo, como si no estuviera acostumbrado a disfrutar de eso.
El largo y mojado, cabello blanco de ese hombre se enredaba en mis dedos, mientras mis manos temblaban al tocarlo, y a la vez, sentía cómo las suyas me sujetaban de la cintura con cuidado, como si no quisiera dejarme ir.
Entonces vi su cara. Sus ojos eran tan azules como el mar y me miraban de una manera tan extraña que podía sentir cómo todo dentro de mí ardía, y su sonrisa era como un rayo de sol después de la lluvia, lo que provocaba que mi pecho latiera tan fuerte que dolía, haciéndome sentir atrapada en él, más de lo que quería y más de lo que debería.
Y entonces, me desperté.
Estoy sentada en mi cama, con el corazón latiéndome fuerte en el pecho, sin poder dejar de pensar en ese sueño. Cada detalle sigue tan claro que incluso siento miedo, porque no es la primera vez que esto me sucede, pero esta vez sí lo entiendo.
Ese rostro, esos ojos, esa sonrisa, ese hombre es el mismo que ayer estuvo por la floristería y después me mandó el ramo de narcisos, que uno de sus sirvientes me entregó a la salida del trabajo, pero la alegría que sentí al darme cuenta de que era él no dura nada, porque enseguida me inunda una tristeza rara, parecida a la sensación de un nudo que se forma en la garganta.
¿Qué es esto? ¿Cómo puedo estar soñando con él desde hace tiempo, si nunca lo había visto? ¿Cómo puede alguien que no conozco llenarme tanto de felicidad en un sueño y al despertarme, dejar un profundo dolor en mi pecho? Es como si el sueño no fuera un regalo, sino una herida que no sabía que tenía, algo que me hace querer olvidarlo todo para no sentir esto, porque más que un sueño, parece un recuerdo de algo que nunca pasó.
La luz del sol entra por la mediana grieta de la ventana, que le da un poco de luz a esta habitación tan pequeña y yo sigo sentada al borde de la cama, con el colchón hundiéndose bajo mi peso, junto con mis pensamientos que permanecen aún en el lago y en compañía de ese hombre de ojos azules y pelo blanco.
La puerta se abre, sacándome de mis pensamientos, y mi hermana Meghan entra con toda su delicadeza, moviéndose en dirección al viejo baúl que compartimos.
—Buenos días, Minerva —dice, mientras escarba entre nuestras cosas—. No puede ser que no tenga nada decente que usar hoy. —La miro de reojo, viendo cómo su mirada traviesa e ingenua me observa y con su típica voz mimada, dice—: ¿Me prestas uno de tus vestidos que aún no has usado?
La miro, pero sigo con la cabeza en el sueño, y respondo sin pensar mucho: —Claro.
Meghan sonríe de dicha, celebrando que usará un atuendo que una de las mujeres nobles para las que mi madre trabaja le regaló, y deja de buscar entre nuestras cosas. Ella se gira hacia mí, levanta las cejas al verme tan ida y se acerca con una de sus manos en la cintura, dejándome ver que aún sigue practicando posturas elegantes que tienden a distinguir a las jóvenes nobles.
—¿Te pasa algo? —pregunta, curiosa.
—No, no es nada.
—¿Segura? —insiste, sin soltarme la mirada.
—Sí, de verdad —respondo, intentando que mi voz suene convincente, y cambio el tema al instante—. ¿Mamá ya está haciendo el desayuno?
Meghan me observa un rato más, pero al final se rinde y suspira. —Sí, está en la cocina. Por cierto, ¿vas a estar en la florería de la señora Ann esta tarde?
Me levanto despacio y agarro mi toalla y mi cuenco para agua. —¿Por qué quieres saber?
—Quiero ver las flores —dice, pero su sonrisa me deja claro que no se trata solo de flores.
—¿Ver las flores, o ver si algún joven noble llega por la floristería y se fija en ti para que te conviertas en lady?
Meghan se ríe con sutileza, colocando una mano delante de su boca, y me hace recordar una vez más a las jóvenes aristocráticas que pasan por mi lugar de trabajo.
—Tal vez ambas.
La forma en la que sonríe me saca una sonrisa, y por un momento, mi pecho deja de doler. Meghan se prueba alegre el vestido que eligió, mientras yo me acerco a la puerta, y antes de salir, digo:
—Sí, estaré en la florería.
La veo emocionarse aún más y salgo de la habitación, dirigiéndome hacia las escaleras que crujen bajo mis pies, mientras bajo hasta la cocina, que también sirve de comedor y sala.
La mesa está puesta a medias, y veo a Melisa y Sandrine ayudando a mamá, quien mueve la comida en la olla sobre el fuego. El olor a patatas y zanahorias cocinándose hace sonar mi estómago, que parece motivarse más con el delicioso olor del pan recién horneado.
—Buenos días, mamá —la saludo al pasar junto a ella.
—Buenos días, hija —dice, sonriendo, sin dejar de mover el guiso que cocina en la olla.
Paso al lado de mis hermanas y pico a Melisa en la costilla, al verla comerse el pan, y me rio mientras ella casi se atraganta con el pedazo de pan que tenía en su boca, mientras Sandrine parece molestarse al darse cuenta de que Melisa estaba picando la comida, y yo salgo al patio trasero de la casa en medio de risas, dejando la tos de Melisa, Junto a los regaños de Sandrine atrás.
El aire frío me da en la cara y me despeja un poco, y mientras me dirijo a lavarme, una pregunta no deja de darme vueltas en la mente.
¿Será que algún día lo veré otra vez?
Termino de desayunar con mi familia y me pongo el abrigo que me dio mi papá, para que me mantenga calientita de camino hacia la florería. Subo con cuidado por la colina y cuando llego al punto más alto del camino, alzo la vista y ahí está como siempre, encontrándome con la imagen del castillo Worwick a la distancia, y respiro hondo, soltando un suspiro que no puedo contener.
Sigo mi camino y llego con prisa al centro de la ciudad, donde apenas comienza a notarse el movimiento en los locales que recién abren sus puertas, y cuando al fin llego a la florería, la señora Ann me recibe con su entusiasmo de siempre.
—¡Minerva, llegaste justo a tiempo! —dice, moviéndose entre las flores—. Hoy es un día festivo, así que vamos a estar ocupadas.
—Lo sé, señora Ann —respondo, recibiendo unas margaritas que me entrega en las manos—. Anoche preparé las mejores flores para hoy.
Ella sonríe alegre, sabiendo que el día será productivo, y me pongo a ayudarla enseguida.
Subo las persianas y coloco los arreglos en los cestos del mostrador, mientras los primeros clientes comienzan a llegar, buscando rosas y flores frescas.
A medida que pasa la mañana, el ruido de las risas, habladurías y pasos apresurados, junto con las carretas y carruajes que avanzan por la calle, comienza a inundar el ambiente, y mientras sigo concentrada en un arreglo de petunias que encargó una de las mejores clientas de la señora Ann, brinco asustada, dejando caer las tijeras al escuchar la campana del reloj de pared, justo al lado de la entrada; indicándome que ya son las una del mediodía.
Trato de continuar con el arreglo de petunias, cuando escucho los pasos de la señora Ann a mis espaldas, quien se acerca con cuidado, observando lo que hago.
—Están quedando hermosas, Minerva, pero ya es hora de que comas algo. Atrás hay un plato de papas cocidas con un trozo de carne guisada, hija.
—Gracias, señora Ann —digo, entregándole las tijeras con una sonrisa.
—Anda. Ve y come tranquila.
Camino hacia la puerta detrás del mostrador cuando la campanita de la puerta suena, llamando mi atención, y al dirigir mi vista hacia ahí, siento que el mundo se detiene por un instante.
Frente a la puerta está el hombre que vino anoche con los narcisos blancos, y mi pecho se aprieta ante la posible presencia él, tras la llegada de su sirviente.
—Buenos días, mi señora —dice el hombre, siendo cortés con la señora Ann, mientras yo continúo observándolo.
—¿En qué puedo ayudarle? —se dirige la señora Ann al hombre, invitándolo a pasar al interior del local.
—Mi amo, el lord Veikan Worwick, me ha enviado —dice, observándome de pie tras el mostrador—. El joven amo quiere otro arreglo de narcisos blancos y desea que la joven que lo atendió ayer los coloque en la jardinera principal de la mansión.
Oyendo los deseos de él en las palabras de su sirviente, siento cómo mi corazón late tan fuerte que estoy segura de que todos lo oyen, y un repentino miedo se apoderan de mi cuerpo. Una parte de mí quiere decir que no, que no puedo ir, que no quiero, pero otra parte no puede evitar preguntarse por qué.
Consciente de quién ha hecho la solicitud, la señora Ann sonríe con amabilidad y gira su mirada hacia mí.
—Por supuesto, señor —ella mira de vuelta hacia el hombre frente a la puerta—. Minerva irá con usted una vez le dé algo de comer para el camino a la mansión Worwick.
—No será necesario que lleve nada. En la mansión se le dará todo lo que necesite.
La señora Ann parece encantada con la amabilidad del amo de aquel hombre y me manda a preparar el arreglo más grande de narcisos blancos. Mis manos tiemblan mientras preparo las flores, sintiendo la presencia y del hombre frente a mí esperando, aunque no diga una sola palabra.
Cuando termino, me coloco mi abrigo y él me guía al exterior, donde nos espera un carruaje negro, con adornos dorados que brillan bajo el sol. El hombre me ofrece su mano para subir y lo sigo, dejándome guiar hacia el interior del carruaje.
El ramo de narcisos descansa ahora sobre mis piernas, y el carruaje comienza a avanzar, alejándome poco a poco de la florería, mientras miro por la ventana, tratando de calmar este nerviosismo que crece en mí.
El carruaje avanza, acercándose cada vez más al hogar de él, y siento cómo mi pecho se acelera más con cada minuto que pasa, y cuando doblamos la última curva, la mansión Worwick aparece frente a mí, dejándome sin aire.
Las rejas de la enorme mansión se abren, dejándome ver sus tejados oscuros desde la ventana del carruaje, pero mis ojos se desvían hacia el inmenso jardín que la rodea, y los narcisos descansando sobre mis piernas se sacuden cuando noto que nos hemos detenido.
El sirviente abre la puerta y me tiende la mano para bajar del carruaje, y lo hago con cuidado, sintiendo un leve ardor subir a mis mejillas, mientras mis ojos recorren el enorme jardín que se despliega frente a mí, deteniéndose en las enormes fuentes de agua que brillan bajo la luz del día, rodeadas de arbustos que parecen estar perfectamente recortados.
El hombre frente a mí me pide con amabilidad, que lo siga hacia la entrada, y mientras camino detrás de él, bajo la mirada un momento, y noto con vergüenza que mis pequeños zapatos están cubiertos de polvo, así que trato de limpiarlos con el borde de mi falda, procurando que nadie lo note.
«Compórtate», me digo, y alzo la mirada, obligándome a seguir al sirviente. Las enormes puertas de madera se abren frente a nosotros, y yo solo observo todo a mi al redor, perdida en cada detalle, mientras lo sigo.
Dentro, todo es aún más impresionante. El suelo brilla tanto que refleja los candelabros que cuelgan del techo, y las paredes de madera están decoradas con tapices que parecen muy finos, pero mi concentración se interrumpe cuando una mujer aparece frente a nosotros, inclinando un poco la cabeza ante el sirviente.
—Lleve las flores a la jardinera principal —dice él.
La mujer se acerca y toma las flores de mis manos con una sonrisa amable. Yo doy un paso hacia ella, dispuesta a seguirla, pero la voz del sirviente me detiene.
—No, señorita Minerva. —Lo miro, confusa, sin saber qué hacer—. Primero debe hablar con el joven amo.
—¿El arreglo es para él? —pregunto, intentando sonar tranquila, aunque mi voz tiembla a causa de los nervios que se apoderan de mí al oír que debo hablar con él.
—Sí, señorita. El joven amo vive aquí solo. El duque y la duquesa Worwick, junto con sus otros hijos, se encuentran en Ficxia.
La idea de un lugar tan grande y vacío me pone aún más nerviosa, pero asiento sin decir más y lo sigo por un pasillo largo, donde la luz de los vitrales colorea las paredes.
Llegamos a una sala inmensa, llena de muebles rojos con una chimenea de piedra blanca que ocupa el centro de la pared. El calor de su fuego me alivia un poco, y me siento donde el sirviente me indica, sintiendo la suavidad de aquel mueble rozar mi piel, pero me quedo quieta, cuidando no dañar nada con algún movimiento torpe.
Mientras espero sola en esta enorme sala, miro a mi alrededor y me doy cuenta de que las paredes son muy altas y que están cubiertas de retratos antiguos, con rostros de hombres y mujeres. Varios de ellos portan capas doradas, rojas y blancas, y noto que algunos tienen cabellos blancos y dorados.
Curiosa, me levanto del mueble y comienzo a observar de cerca los cuadros que están a mi alcance, hasta que uno de ellos llama mi atención más que los otros.
Es el retrato de una mujer hermosa, de cabello dorado y ojos grises, y no puedo evitar perderme en su mirada, contemplando cada uno de sus rasgos. Bajo la vista y me encuentro con una placa bajo el cuadro, y mis ojos se abren de golpe al leer la inscripción.
“Princesa Minerva Worwick, Reina Regente de Armes – Año 394”.
«Ese es mi nombre». Me digo confusa. Esa mujer tiene mi nombre junto a ese apellido, pero antes de que pueda procesar lo extraño que resulta todo esto, una voz masculina me sorprende, haciéndome brincar del susto.
—Bienvenida a la mansión Worwick, señorita Minerva.
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